20 septiembre 2006

 

NOVELA PARA DISTRAER Y ANIMAR A LEER

Título de la novela: CAMALEONES ENTRE LA CANALLA
Según el diccionario de la Real Academia Española:

ACEPCIÓN: Cada uno de los significados de una palabra según los contextos en que aparezca.

CAMALEÓN; tiene cuatro acepciones:
Primera definición: Reptil saurio de cuerpo comprimido, cola prensil y ojos de movimiento independiente. Se alimenta de insectos que caza con su lengua, larga y pegajosa, y posee la facultad de cambiar de color según las condiciones ambientales.
Segunda definición: Persona que tiene habilidad para cambiar de actitud y conducta, adoptando en cada caso la más ventajosa.
Tercera definición: C. Rica. Ave de rapiña, pequeña, común, que suele posarse en las ramas de los árboles para acechar su presa.
Cuarta definición: Cuba. Lagarto verde, grande, que trepa con ligereza a los árboles.

CANALLA; tiene tres acepciones:
Primera definición: Gente baja, ruin.
Segunda definición: Perrería (muchedumbre de perros).
Tercera definición: Persona despreciable y de malos procederes.

Aclaración del autor:

Al leer el título de este libro, lo más probable es que lleve a pensar que trata sobre los camaleones reptiles, y nada más lejos de mi propósito, porque toca a los camaleones-personas (segunda definición de la Real Academia Española). Con respecto a la expresión “la canalla” quiero dejar clarísimo que la utilizo con el único significado de “gente: grupo de personas”.

Me enrollo en esto, ya que la explicación del título me ha venido como anillo al dedo para justificar la técnica empleada en el contenido de esta novela; que no es más que intentar ayudar en la lectura comprensiva, ¡si tengo la suerte de que alguien la lea!
Esta técnica indica al lector el significado concreto que tiene una palabra en función del contexto en el que vaya, marcando la acepción en cada caso.
Las casi mil palabras que he tenido el atrevimiento de elegir incorporan su significado a continuación —entre paréntesis y con letra más pequeña—, con el propósito de que no se tenga que interrumpir la lectura para buscarlas fuera de la novela.
Algunas no van acompañadas de su significado, sino de una aclaración personal.
A este atrevimiento me ha llevado el dicho de que “no se lee porque no se comprende”.
El objetivo: Darle al lector la comodidad para que lea y, de camino, que se distraiga, ya que mi intención ha sido escribir una comedia.
El lector que no necesite esta ayuda, simplemente, tiene que obviar los paréntesis y continuar con la lectura sin quitar la vista del pasaje que esté leyendo.
He utilizado esta técnica con el único deseo de poner mi granito de arena en el fomento de la lectura.
Perdonen las molestias.
Nota del autor

Cualquier parecido con la realidad
es pura coincidencia.
Dicho popular

Aplico aquí esta cita en relación a los personajes que aparecen en la novela, ya que todos son de ficción, paridos por mi imaginación, así como los nombres y apellidos; por lo cual, no me responsabilizo de cualquier similitud con personajes, nombres y apellidos existentes en la vida real.
PRÓLOGO

La primavera está recién parida. El perfume que destilan las flores de azahar de los amargos pero lindos naranjos, batido con el calor y la humedad reinante, transmutan las calles durante las veinticuatro horas del día, en un salón nafariano (en Murcia, nafa quiere decir AZAHAR [Agua de azahar]).
Lo único que puede hacer dudar de que la primavera es la estación reinante es el agobiante calor (35Cº a la sombra) que hizo en los primeros días de la primavera del año 2002 en Huelva. Esta intrusión del verano obligó a que en la mayoría de las oficinas pusieran a funcionar a tope el aire acondicionado.
No en todas las oficinas de empresas de renombre o cobijadas en edificios majestuosos tienen instalado el aire acondicionado. Para dar a conocer un ejemplo, de los muchos que existen, contaré lo que le ocurrió a mi amigo Victoriano, nacido y residente en un pueblo de esta provincia, concretamente en Bonares, en una oficina… Mmm… —estoy pensando—. ¡No continuaré! Mejor, en su momento.
El chaval terminó, a duras penas, no por su grado de inteligencia, que lo tenía, sino por otra circunstancia que ya conoceremos más adelante, la Licenciatura en Administración de Empresas, y su obligatorio Master.
Victoriano —en adelante Vito, porque él impone que los buenos amigos le llamemos así—, de familia humilde, de campo, como se suele decir cuando se trabaja la tierra familiar; no tuvo una niñez acomodada. Sus padres continuaron con la tradición de sus antepasados al heredar, su padre, de su padre —el abuelo de Vito—, una pequeña y baldía tierra, que entre que no daba para mucho, y los regalos del caprichoso clima, las pasaron, año sí, año no, canutas. Con el sacrificio de sus padres, que lo arrastró a él también, consiguieron sobrevivir. Por eso Vito es hijo único: tres bocas eran demasiadas. Tal situación obligó a su padre, cosa que le quitaba el sueño todas las noches, a pedirle a Vito que le ayudara en el campo y estudiara por libre, porque le era imposible contratar a un jornalero. Trabajando la tierra y estudiando, las pasó moradas. No todos los años pudo terminar el curso completo. Pero el sacrificio que estaban haciendo sus padres le dio fuerzas para jurar que terminaría una carrera y les quitaría de ese infierno que le había incinerado todas sus ilusiones y les estaba consumiendo lentamente. Tarde, pero consiguió su objetivo. Aunque ya no valoraba los sacrificios que le había costado, no olvidaba que, para que él pudiera tener la carrera y el master, su padre tuvo que hipotecar las tierras.
Orgullosísimo con su título, desde el primer día que lo obtuvo, comenzó una carrera frenética entregando su currículo por doquier.
Harto ya de estar harto —como canta Serrat— de buscar trabajo en su región: visitas, emilios (emilio: correo electrónico, e-mail), sobres timbrados…; muy a su pesar, y después de meditarlo muchísimo, pidió dinero a sus padres, el imprescindible, para irse a la capital del reino con cincuenta currículos guardados, como tesoros, en una maleta de cuero que, de tanto tiempo sin usarla, cuando la abría olía a moho Gran Reserva, y entregarlos personalmente en las empresas.
Las únicas palabras que articuló la mañana de su marcha a Madrid, quizás para darse confianza, pero, por supuesto, desconociendo que le iban a marcar para toda la vida, fueron: “Alea jacta est” (Julio César, cuando en la noche del 11 al 12 de enero del año 49 a.C. y después de que el Senado romano le prohibiera entrar en Italia con su ejército, al tomar la decisión de no obedecerle y atravesar el río Rubicón, dijo la mítica frase “Alea jacta est” —la suerte está echada—. Tal decisión, emperejilada (adornada) con tan ingeniosa frase, provocó una guerra civil).
Desde el mismo momento que Vito enarboló tan original grito de guerra, provocó su propia e íntima guerra civil. ¡Que Dios lo coja confesado!
Próximamente: Capítulo I

This page is powered by Blogger. Isn't yours?