09 mayo 2007

 

EPÍLOGO

¿Existirá alguien que no haya actuado alguna vez como un camaleón, aunque, en su actuación, sólo alcanzara la categoría de venial (que se opone levemente a la ley o precepto, y por eso es de fácil remisión: perdón)?

 

CAPÍTULO 57 último (A "El Bota", mi reunión desde la infancia).

La aparición de Dolo, en la calle, motivó que la canalla, al verla sola, pasara del runruneo (murmullo de voces) a desmadrado alboroto; pasando a silencio sepulcral en el momento en que identificaron la prenda que ella, con el brazo derecho levantado en toda su extensión, ondeaba en la mano.
—¡Copón, pobre Vito! —Guillermo sin dejar de mirar a Dolo y deteniendo a Manuela que se levantaba para ir hacia ella.
Dolo caminaba hacia la canalla, sin bajar nunca el brazo, con la soltura de estar segura de lo que hacía. Se dirigió, sin titubeos, a la mesa ubicada en el centro del picnic (jira campestre) urbano. Educadamente le pidió a una joven que le cediera la silla que ocupaba; ésta sin dudarlo, aunque nerviosa y cortada y desconcertada, la liberó amablemente.
Lo único que se oía, ante el asombro, era el pisoteo nervioso de la joven sobre la juncia, y el cambio de posición que Dolo le dio a la silla. Ninguna pupila se movía, y el silencio hería los tímpanos.
Dolo, sin bajar el brazo y buscándole postura al bolso que llevaba en bandolera, posó el pie derecho sobre el asiento de la silla; respiró; y, con ímpetu felino, saltó sobre la mesa. Algunos vasos se hicieron pis sobre el mantel de papiro blanco, que lo absorbió como esponja sedienta; varias botellas, en el filo de su vida, rodaron y regaron, intentando salvar, la insalvable muerte de la juncia; más de un plato, ya libres del peso de sus ofrendas comestibles y con su plastificada piel albina (blanca) untada de sudores chacinosos (grasientos), conocieron el peso de Dolo.
A Vito le quemaba el estómago la incertidumbre olorosa a calle escandalizada que le llegaba a través de los poros de la puerta. Creyó, con convencimiento celestial, que su Ángel de la Guarda le hablaba a través del loro:
“¡Grrrraaah, maricón de mierda! ¡Grrrraaah, sal, cabrón! ¡Grrrraaah, no tienes huevos, grrrraaah!”
Vito, nada más salir del portal, se arrepintió de haberlo hecho, al ver a Dolo subida en la mesa, con las bragas como estandarte, siendo presa de todas las miradas.
Dolo no decía palabra, sólo daba un lentísimo garbeo visual sobre la canalla, que no es que estuviera cohibida, sino que estaba acojonada ante el magistral desplante (dicho o acto lleno de arrogancia, descaro o desabrimiento: dureza de genio, aspereza en el trato).

Vito se quedó noqueado (fuera de combate, inconsciente, insensible) de pie, sin poder evitar murmurar:
—¡Está pidiendo que se la cepillen! ¡Y a mí qué me importa! —fariseísmo puro (hipocresía)—. ¡Mis amigos no serán capaces! No lo hagas —rogaba—, que yo te quiero tanto que sobrellevaría tu pasado sin un reproche, pero, ¡aquí no! ¡Y ése de la cámara no será el fotógrafo de Madrid, porque si no ya se lo habría cargado! Parece una diosa con los adoradores a sus pies. ¡Que no se le acerque ninguno, que no se le acerque ninguno! Está deslumbrante. No, Vito, no, ¡tira parriba y corre! ¿Quiénes serán los afortunados?, porque esta con uno solo no se conforma. ¡Mamahostia, que eres un mamahostia y capullo y…! ¿Por qué, Dolo, por qué? —lloriqueo en sequía.

Los niños, de la canalla, estaban hipnotizados por el ondeo (ondear) de las bragas en la mano de Dolo; menos dos churumbeles (voz gitana para nombrar a los niños) que, desde que Dolo conquistó la mesa, las madres los convirtieron en inocentes y temporales ciegos.

La voz de Dolo dejó sin aliento a todos, cuando, gritando a todo pulmón, preguntó:
—¿Entre ustedes hay algún tocólogo o ginecólogo?

Un revoloteo de resoplos y cambios posturales nerviosos, y no por posicionamientos incómodos, hizo sucumbir al genuino (puro, propio, natura, legítimo) sonido muerto.

Sin lugar a dudas, Vito, lo oyó como si estuviera junto a ella, lo que le produjo un cruel resquebrajamiento del alma, exclamando apenadísimo:
—¡Ay, madre, que primero se lo quiere hacer con profesionales! ¿Dónde está el…?, ¡allí está…; no te muevas de tu sitio, que tú estás casado! —miraba al médico del pueblo.

Dolo, ante la falta de complacencia, continuó solicitando ayuda:
—¿Es que en este pueblo no hay ni siquiera una comadrona (mujer que tiene por oficio asistir a la que está de parto)?
El cuchicheo producido por la canalla le hizo llegar a Dolo el aliento cobarde de santurrones (santurrón: hipócrita que aparenta santidad) reprimidos cuando forman parte de un público conocido.
—¡De acuerdo! —dijo, Dolo, enrabietada, sin dejar de rastrear en las miradas que inundaban aquél paradisíaco (también: paradisiaco) lugar, luchando por encontrar una respuesta a su pregunta. Ante el fracaso, volvió a la carga—: ¡Está bien!... —mientras pensaba, inconcebiblemente, su público comenzaba a impacientarse—. ¡Va!... ¿Entre ustedes hay alguna ajuntaora?…
(La ajuntaora: Gitana más anciana en una boda calé —gitana—, que es la encargada de comprobar la virginidad de la novia, realizando la prueba de las tres rosas. Hasta que la ajuntaora no enseña el pañuelo con las tres rosas, es decir, con tres manchas de sangre procedente de la desfloración manual, demostrando la virginidad de la novia, no rompen en felicidad. También se dice, se comenta y se rumorea, que Isabel la Católica se sometió a la prueba de las tres rosas; y alguna famosa más).

El despiste contaminó a la mayoría, que, mirándose unos a otros, buscaban entenderla.

Dolo continuaba ondeando las bragas, hasta que, pasado un tiempo sin obtener respuesta, bajó el brazo para embozar su rostro con las palmas de las manos, las bragas entre ellas, y exhalar toda la tensión. Lo que dio pie a que el murmullo comenzara a ser molesto. Dolo, de nuevo, lo aniquiló al gritar con dos pares:
—¡Escuchadme bien! —esperó a que le pusieran toda la atención para continuar—. Este espectáculo barato que he montado aquí, ha sido por mi desesperación ante todas las calumnias que se han dicho de mi; y el final de la obra iba dedicado a todos los calumniadores. Pero no ha podido ser, porque la única intención que tenía, si hubiese dado la cara, uno cualquiera, de los profesionales que he solicitado, habría terminado como tenía que terminar, certificando ¡ante todos! que… —levantó los brazos al cielo, las bragas también, y, a todo pulmón, gritó—: ¡Soyyyy virgeeeeeennnnnn! —desesperación atormentada. Imposible describir el daño colateral que ocasionó tan explícito (que expresa clara y determinadamente una cosa) grito: las caninas vivientes allí presentes se descoyuntaron (desencajar los huesos) ante el estremecimiento producido por la inmoral, obscena, grosera, irrespetuosa, impúdica, lujuriosa…, petición al público y el grito final. También tocó a rebato, los testículos del campanario que, entre gritos broncíneos (bronce) anunciaron la hora, en punto, con cuarenta minutos de adelanto. Ni un terremoto de grado 9,5 en la escala de Richter (escala que mide y compara la intensidad de los seísmos) hubiera conseguido tan colosal estruendo (ruido grande). Únicamente la inocencia infantil de los niños, que no pararon de fabricarse camas amontonando la juncia en varios puntos de la calle, se libró del seísmo dialéctico producido por Dolo.

Vito, con la mirada tirada al suelo por encima de su hombro izquierdo, sufría una humillante y dolorosa y brutal vergüenza por culpabilidad sin premeditación y alevosía.

Tampoco faltó el plasta, de turno, aprovechándose de la situación para presumir de sus conocimientos fanáticos:
—¡Así me gusta! —gritó el cinéfilo del pueblo—. ¡Con cojones! —aplaudiendo ridículamente—. ¡Cómo Juana de Arcos ante el examen de virginidad al que la obligó pasar la Iglesia! (bella y cruel historia de una heroína francesa que fue quemada viva en la hoguera por los ingleses. De Juana campesina, pasando por Doncella de Orleáns, hasta llegar a Santa Juana de Arcos).
—¡No te escondas, Pedro, que tú eres ginecólogo! —vociferó el que generalmente hace el payaso para llamar la atención y que sepan que existe—. ¿Te da miedo, o es que tu víbora te tiene cogido por los huevos? —ahí sí acertó de lleno.
—¡Niña, te vale el ayudante del veterinario? —otro gracioso.
La cosa se estaba poniendo feilla.
El que más estaba sufriendo por el espectáculo, además de Vito, por supuesto, era Guillermo, que desfogaba su ira apretando el lateral del asiento de la silla con una mano, y con la otra aplastaba violentamente a medio chusco (pedazo de pan duro o desechado).
—¡Pero, si a ésa le cabe un portaviones en el jigo! ¡Es…! —gritaba otro, que no pudo concluir su gracia, porque, Guillermo, le estrelló contra la nariz el medio chusco que tenía en la mano, provocándole una mosqueta (hemorragia nasal) a tumba abierta.
—¡Para éste un médico! —gritó el que estaba a su lado, al descubrir la sangría.
El sargento de la Guardia Civil, al ver acercarse a Vito a paso ligero, rápidamente colocó la palma de su mano derecha en la cacha que enseñaba su arma, preparándose ante la que se podía armar.

Dolo continuaba imperturbable con las piernas escarranchadas a todo lo que le permitían sus ingles, pero no tardó en deshacerse de la incómoda postura, porque inesperadamente, por la espalda y a traición, voló de la mesa para aterrizar en el hombro izquierdo de Vito. Mala posición eligió para portearla.

—¡Ése es mi amigo, copón! —gritó Guillermo subido en la mesa—. ¡Demuéstrale quién tiene más huevos! —restregándose las manos eufórico—. ¡Quítale las tonterías dándole ya la hostia que necesita!
Todos aplaudieron. Bueno, menos el de la mosqueta que no dejaba de obturarse (obturar: tapar o cerrar una abertura o conducto), los agujeros de la nariz, con compresas hechas de servilletas de papel, para detener la hemorragia.

Vito luchaba por acomodarse el bulto carnoso en el hombro para coger las de Villadiego (huir) con destino desconocido.

Dolo braceaba y pataleaba encorajinada, gritándole a Vito:
—¡Suéltame, cateto! —para no perder las bragas se la colocó de pulsera—. ¡Me van a ver por detrás hasta la campanilla!
—¡Pues no te muevas! —Vito con voz militar.

Guillermo continuaba de pie sobre la mesa. Miró hacia abajo al sentir unos tironcitos en los perniles.
—¿No te habrás subido ahí para que yo compruebe tu virginidad? —ironía de Manuela.
—¡Copón! —saltó de la mesa y, disimulando que se caía, se abrazó a ella diciéndole al oído—. ¡Me tienes loco!

Dolo no detenía su particular pataleta sobre el hombro de Vito. Intentó persuadirlo diciéndole:
—¡Me estás haciendo daño en el estómago!
Vito intentaba, con su mano derecha, inmovilizarle los braceos enloquecidos.
Tras varios aplastamientos estomacales, Dolo, con voz creyente, le gritó a Vito:
—¡O me sueltas o te estallos los…! —levantaba el brazo derecho con la clara intención de dejarlo caer, como badajo (pieza pendiente en el interior de las campanas para hacerlas sonar) ferroso de una tonelada, en sus entrepiernas.
Ante la inminente acción torturadora, Vito, se revolvió torpemente para evitar el golpe; consiguiendo que Dolo resbalara del hombro y cayera al suelo. La suerte de que no se escoñara contra el firme, la tuvo una de las camas-juncia que los niños habían construido.

Toda la canalla, ya bastante retirada, rió a carcajadas.
—¡Ay, ay, ay, ay! —se quejaba Dolo.
—¿Qué te duele? —Vito, compungido—. ¿Qué te duele? —se inclinó hacia ella para ver dónde estaba el daño.
De un tirón, Dolo, lo atrajo hacia sí cubriéndose con él.
—¡Vitooo, Vitoooo —gritaba, alterado, Guillermo—, cálala ahora, cálala ahora, a ver si la chulería que se ha tirao es cierta!
Manuela le pegó una sonora colleja.
Vito, nervioso, abandonó tan lindo buque insignia escurriéndose por la borda (canto superior del costado de un buque) e inmediatamente se puso de pie.
—¡Ooooohhhhh! —decepción de la canalla.
Dolo, exhibiendo un magistral arte pudoroso, aprovechó para ponerse las bragas.
—¡Ooooohhhhh! —nueva decepción de la canalla al no ver lo que deseaban.
Dolo, inmediatamente, se reincorporó; sacudiéndose del vestido las hojarascas capturadas en el baño de juncia. Con movimientos de monolito (monumento de piedra de una sola pieza) se quedó frente a él mirándole a los ojos.
—Si te dijera —le decía Vito—, ¡te quiero!, te engañaría…
Dolo, al oírle, retrocedió con paso asustadizo, como si la luminosidad del día, en un segundo, se hubiera transformado en polvo carbonero.
—…, porque —continuaba Vito— lo menos que mereces que te diga es que lo peor que deseo hacerte es que vivas a mi lado para demostrarte que te aburriré ¡hasta pedirme que no te quiera! con la felicidad que te guardo en mi corazón desde que te conocí.
Dolo saltó hacia delante, quedando totalmente unida a Vito, como el pulpo a su presa, por la fuerza que hacía ella apretándole con las piernas la cintura y con los brazos el cuello, diciéndole:
—¡Y yo que creía que no estabas en edad de merecer!
Vito, ante la inestabilidad que le daba la cama-juncia y el peso de ella, comenzó un ridículo tambaleo que los llevó de nuevo a tumbarse en la cama-juncia. El beso portaba el marchamo (señal, firma) del amor puro, y la vitola (marca) de corazones ocupados.
—¡Bieeeennnn! —vítores con aplausos, cómo no, de la canalla.
Un sonido, inconfundible, procedente del cielo provocó que Dolo rompiera el trasiego salival-amoroso.
—¡Mis padres! —exclamó Dolo al oír un helicóptero.
Vito palideció al recordar que la reacción impulsiva que Dolo había experimentado, era de igual cosecha que las que le hicieron conocer los infiernos en Madrid. Por tanto no pudo evitar murmurar:
—¡Otro follón! —se tapó la cara—. ¡Sí todavía no me he recuperado de…! ¡Esto saldrá mal! ¡Santa María Salomé, por lo que más quiera, mándale un correo electrónico a Dios para que no me pase na!
—¡Chss! —Dolo lo mandó callar sin dejar de mirar al helicóptero. Después de cerciorarse de que era el helicóptero de su padre, inesperadamente, corrió hacia la canalla, que, aunque la componían cientos, al verla acercarse como una moto, descubrieron su acojonamiento al dar, todos a la vez, como si lo hubieran ensayado, tres pasos hacia atrás. Dolo se detuvo a unos metros de los cuatro cuatreros de la intimidad.
—Gracias —le decía al recepcionista—, ya mandaré a recoger mi equipaje —mientras tanto buscaba algo en el bolso; al encontrarlo se lo lanzó, con delicadeza. Le envió las llaves del R-5, que, por supuesto, no llegó a coger, porque se le adelantó su ayudante y dueño del coche. Y regresó, corriendo, hacia donde estaba Vito.
La canalla no sólo no recuperó los tres pasos, sino que se adelantaron metros.
—¡Vamos, corre! —le dijo Dolo, a Vito; que al llegar junto a él le cogió de la mano y tiró para que le acompañara en la carrera hacia donde intuía, por el sonido, que podría aterrizar el helicóptero.
Todita, todita la canalla corrió tras ellos.
—¡Eh, eh, eh, tenéis que pagar! —el camarero del casino desgañitándose—. ¡No importa, os conozco a todos! —enojado tiró la libreta al suelo.
—¡Mira, por ahí vienen tus padres! —Dolo a Vito.
—¡Lo que me faltaba! —asfixiado, más por lo psicológico que por lo físico.
Doña Celedonia y don Victoriano detuvieron el caminar acelerado que se habían marcado para llegar cuanto antes al casino. Se miraron desconcertados.
—¿Qué pasa? —preguntó doña Celedonia en el encuentro con los dos prófugos.
—¿Por qué corren tras ustedes? —don Victoriano, con clara preocupación, al ver que la canalla los perseguía.
—¡No se preocupen! —les dijo Dolo con claras muestras de despreocupación y felicidad—. Vengan con nosotros —cogiendo a doña Celedonia por la mano, y, desde luego, pasar de correr a caminar delicado.

El helicóptero bajaba lentamente para posarse en la plaza de España, junto al templete.

Los padres de Vito intentaban decir algo, pero les era imposible. Bruscamente se detuvieron.
—¡Ya estamos cerca, un pequeño esfuerzo más! —dijo Dolo a los padres de Vito, regalándole un beso en la mejilla, a cada uno; que los receptores interpretaron como la inminente pérdida de un hijo, o, desde otro punto de vista, la inminente llegada de una hija. Los ojos de Dolo fumigaban el inconfundible aroma de que confiaran en ella.
Vito, al ver la cara de asustada que mostraba su madre, y con la única intención de superar la respiración del helicóptero, se dirigió a ella, por primera vez en su vida, gritándole:
—¡Madre, no te preocupes que todo va bien!
Los padres de Dolo aparecieron al abrirse la puerta del helicóptero.
Vito no pudo evitar decirle a Dolo:
—¡Dolo, Dolo, tu padre le tiene echado el brazo por los hombros a tu criada!
—¡Ya te contaré! —también tuvo que gritar.
—¡Otro lío, madre, otro lío! —moviendo la cabeza—. ¡Mejor no pensar en nada!
El padre de Dolo, al ver a toda la canalla avanzando en masa descontrolada, se preocupó; gritando:
—¡Subid, rápido, subid que nos linchan! —colocando rápidamente una escalerilla para facilitarles el acceso.
Dolo subió la primera para ayudar a los padres de Vito, mientras éste los empujaba por la espalda, porque se resistían a conocer la sensación de volar en, como siempre lo habían llamado, un ventilador panza arriba.
—¡Por favor, señora, confíe en nosotros! —el padre de Dolo a su futura consuegra (madre de un cónyuge, respecto del padre del otro)—. Somos los padres de Dolo. Como comprenderán no les vamos a hacer daño.
Recelosa, pero accedió; alentando a su marido a que lo hiciera también.
Por los pelos se salvaron de la canalla, que para nada era violenta, como pensó el padre de Dolo; simplemente era curiosa como la de cualquier otra parte del mundo.
Parecía que la huída había sido programada, porque al llegar la canalla al improvisado helipuerto, el helicóptero ya estaba volando.
—¡Con éste no cuentes ya para nada, pero para nada de nada! —le dijo con simpatía Guillermo a Aure.
—¡Llámame para decirme dónde te envío el finiquito, jajajaja! —vociferó Cifuentes.
Una pasada del helicóptero sirvió para que Vito se despidiera de los amigos.
Dolo, muy cariñosamente, para quitarle el miedo que sufrían los padres de Vito, los abrazó. A continuación repitió la acción con los suyos; para terminar mirando a Vito, a la vez que se sacaba del seno izquierdo un papel.
Vito, de un hábil zarpazo se lo arrebató. Al ver que era su manuscrito la besó intensamente.
Las dos parejas carcas (viejas), que disimulaban el espionaje al que tenían sometido a la pareja verde (joven), se encogieron de hombros ante la intriga del papelito.
En tierra, la canalla comenzó a dispersarse en grupitos, dando, cada uno de sus componentes, opiniones para todos los gustos.
El fotógrafo reunió, en cónclave secreto, a sus tres, ahora, amigos; diciéndoles:
—¡Desde que salimos de Huelva, lo he estado grabando todo con mi cámara oculta!
—¡Te quiero! —le gritó el recepcionista, al mismo tiempo que le besuqueaba (besar repetidamente) las mejillas; al terminar volvió a gritar—: ¡Rafa, compadre, mañana quiero los dos kilos! No. Todo, todo, y en vídeo ¡vale cuatro!
Rafa el periodista, movía la cabeza con preocupación.
—¡Cuatro, qué? —preguntó, sorprendido, el ayudante del recepcionista.
—¡Tú, a callar y a por tu coche! —el recepcionista lo empujó fuera del corro que habían hecho. Gritándole cuando iba camino del R-5—: ¡Y descansa, que esta noche tienes que cubrirme mientras descanso, que anoche no pegué ojo!

Dolo le preguntó a su padre:
—¿Cómo has sabido…?
—¡Chss! —sonriendo—. ¿Os parece bien que vayamos al “Dolores”? —yate con helipuerto—. Allí nadie nos molestará; está atracado en el puerto deportivo de Mazagón. ¡Ya os contaré por qué hemos aparecido por estas tierras! Que por cierto, me han dicho que Mazagón y sus alrededores están plagaditos de camaleones. A esos bichos los han catalogado como “Especie protegida”. ¿No os parece que proteger a los camaleones es otra injusticia más de…?
—¡Papá —lo interrumpió Dolo—, que todavía no te conocen!
La madre de Vito miró a su marido, diciéndole muy bajito:
—¡Puede funcionar!
El helicóptero puso rumbo al paraíso playero.
Dolo tocaba, con persistencia, el hombro de Vito, y, al mirarla él, le preguntó:
—¿Quieres ser mi espía?
Vito sonrió y le acarició la mejilla con cariño dulcero.

07 mayo 2007

 

CAPÍTULO 56 penúltimo (Por tu amor, pasaría de ser crápula sin fronteras a monje de tu monasterio - jibr).

Dentro del portal de la casa, Vito, se quedó mirando a la pared, dándole la espalda a Dolo.
Ella se mordió el labio superior para poder soportar el rechazo y la humillación que sentía ante la actitud de él. La tristeza la envolvió, obligándola a bajar la cabeza y cerrar los ojos, sin poder evitar que las lágrimas reventaran el sello de unión de sus párpados.
En el interior de la casa un canario flauta se conchabó (unió, juntó, asoció) con Dolo para ayudarla, con su canto, a, por lo menos, templar la atmósfera que Vito había conseguido helar.
—Vito… —pausa angustiada de Dolo—, mírame, por favor.
Unos segundos demostraron que hizo oídos sordos a su ruego.
—Como quieras. He venido para explicarte lo que debí contarte en su momento y no hice, pero debes saber que tampoco fue intencionado que no lo hiciera. Tenía mucho trabajo y poco tiempo para terminarlo. Ya sé que…
—¡Trabajo! —gritó con tantas ganas que desconchó la pared—. Muchos líos sí, pero trabajo, trabajo, lo que se llama trabajo…, ¡vaya trabajo el tuyo!
—No te entiendo —perdida—. ¿Por qué hablas así de mi trabajo, si tú no lo conoces?
—Quieres decir —irritación— que además de camarera, traficante, mafiosa y… ¡no quiero ni recordarlo!, ¿tienes otro trabajo más que yo no conozco?
—¡Que tonterías estás diciendo! —de un tirón del brazo lo puso cara a ella—. ¿Te estás refiriendo a mí?, porque, qué yo sepa, tú no conoces mi trabajo.
Como el silencio siempre confirma la respuesta no deseada, ella conoció el aturdimiento (perturbación moral) en toda su pureza. Costándole poner en orden sus pensamientos:
—No puede ser. Esto no es real. ¿Que soy qué? Repítemelo porque estoy segura de que no te he oído bien…
Vito le mantenía la mirada sin ningún esfuerzo, porque estaba ayudado por la llegada, en tromba, de todos los dolorosos recuerdos madrileños. Quienes no lo conociera pensarían, al verlo, que era un chulo barato, ante el desparpajo que desprendía.
—Ya me doy cuenta de que lo tienes muy claro —amargo descubrimiento de Dolo—. Te voy a pedir un favor.
—¡Tú, un favor a mí! —incomprensible reacción—. ¡Tú, estás loca! —sonrisa irónica con trazas inequívocas de desprecio—. A mí, pedirme un favor a mí. Yo alucino…
Dolo cada vez comprendía menos la actitud de Vito.
—… Un cateto gilipollas como yo —apenado—, no tiene la suficiente clase como para hacerle un favor a una niña rica y…
—¡Cállate! —grito hostil para interrumpir la venenosa justificación de Vito. Respiraciones aceleradas—. Lo que me estás haciendo pasar no es justo.
—¡No me digas! —recochineo—. ¿Y es justo que jugaras conmigo en Madrid? —dio un taconazo a la pared—. ¿Y es justo que sea el motivo de cháchara (conversación frívola) de todos? ¿Y es justo que…?
El concierto magistral del canario flauta, que continuaba amenizando, sin descanso, el encuentro, fue acompañado, inesperadamente, por unos sonidos guturales, de fácil identificación, que provenían del interior de la casa:
“¡Canario, cabrón, grrrraaah!—chillido estridente—. ¡Cállate, chupa flauta, grrrraaah! ¡Salomé, lo voy a matar, grrrraaah! ¡Maricón, hijo puta! ¡A que cojo el cuchillo, grrrraaah!”
Dolo y Vito no pudieron evitar una sonrisa graciosa.
Los compañeros de mesa en la puerta del casino, ante la tardanza de los dos tortolitos, se miraban unos a otros con gesto interrogantes.
—¡Salomé —un tontivano (tonto vanidoso) a la dueña de la casa—, esos dos te van a mojar la cama!
Guillermo saltó de la silla, corriendo hacia el bocazas.
El sargento llegó antes que Guillermo, evitando la bronca.
Dolo y Vito continuaban ajenos a todo lo que se cocía fuera.
—¡Vito, no digas más estupideces! —Dolo cogió el timón—. ¡Me estás montando un pollo que no tengo ni idea de qué va! Antes de venir —más relajada—, y créete que me ha costado decidirme, pensé en un millón de reacciones que podrías tener, pero la que has elegido no tiene ningún sentido. No, no, por favor —le cortó la intención de decir algo—. Ante esto, te ruego, te suplico, te pido con toda mi alma, que no me interrumpas hasta que termine lo que he venido a decirte. ¡Que sepas que antes de venir al casino!, se llama así, ¿no?, he ido a tu casa y se lo contado a tus padres. Así…
—¡A mis padres! —vociferó entre dientes y con los puños cerrados. Descubriendo, en el rostro de Dolo, dos rios de lágrimas embravecidos por el desbordamiento de los lagrimales. Le ofreció un pañuelo que, en el doblez superior, mostraba una “V” bordada.
Sin dudarlo lo cogió para empaparlo. Mientras la blanca fregona secaba su rostro, pensó:
—<"¡Que antiguo!>>
Vito se arrepintió de no habérselas secado él. Aunque el dibujo de una sonrisita en sus labios, decía que mejor así, no fuera a que la fuerza de voluntad que le estaba manteniendo lejos de ella se desarmara y consiguiera que olvidara las especialidades profesionales de Dolo.
—Sí, a tus padres —ella continuó sin dejar de lagrimear—, que, por cierto, son un encanto, bueno, mejor será que no mezcle churras con merinas (dos razas distintas de ovejas. Dos temas distintos), para terminar cuanto antes —resoplido pausado—…
A Vito se le reveló la conciencia:
—<"¡Es una compulsiva (que tiene impulsos irresistibles) del sexo, no es capaz de olvidarse de una churra (por tierras andaluzas: pene) ni aquí en Bonares! ¡Y se está haciendo la buena! ¡Mírala, quiere comerme el coco con lagrimitas de cocodrilo (lágrimas hipócritas: fingidas)! ¡A mí, a estas alturas!>>
—… Nada más terminar —continuaba Dolo—, me marcharé, y moveré Roma con Santiago (no parar hasta conseguir lo deseado) para que limpien tu imagen, ¡y la mía que también la han manchado!
—De acuerdo, Dolo —sosegado. La nostalgia (pesar que causa el recuerdo de algún bien perdido), por no poder tenerla a su lado, se le estaba despertando—. Sólo por el viaje que has hecho, tienes todo el derecho a que te escuche. Por cierto —ahora enrollao—, ¿cómo has conseguido mi dirección?
—Ahora eso no es significativo —animada—. ¿Me vas a escuchar?
—Sí, pero no me metas más trolas, por favor.
—Cómo te atreves…, yo nunca te he mentido… —nerviosa y pensando—: <"El final que yo le pedía a este viaje sólo se cumple en las películas ñoñas. Ha sido un error venir. El soñar es lo más barato que se puede comprar ¡por eso fallan!>> —continuó diciéndole—: Comenzaré, ya, lo que he venido a decirte —se volvió a pasar el pañuelo por los carrillos; desdoblándolo posteriormente para secar también la agüilla mocosilla que dormía como estalactita (concreción pendiente del techo de una caverna formada por infiltraciones que contienen sales calcáreas, silíceas, etc.) en el borde de las fosas nasales.
Vito aprovechó para martirizarse mentalmente:
—<"¿Estaré equivocado como dice? ¿Por qué, Dios, me has mostrado la obra más perfecta de tu Creación, pero a la vez la más guarra? ¡No la mires, Vito, no la mires! ¿Por qué? ¿Quién lleva la razón? ¿Por qué cuando se discute sobre algo, siempre el equivocado es el que discrepa de la mayoría? ¡Vito, no van a ser todos tontos y tú el listo! ¡Que bonita eres, Dolo! ¿Y si es verdad que todos están equivocados? Conque le toque nada más que un pelo, me pierdo. Me encanta su olor porque no huele a nada. ¿Y si le digo que no puedo vivir sin ella? Puede que me dé un corte, ¡que vergüenza! ¿Seré capaz de ignorar los chismorreos de la canalla? Vito, ¿realmente crees que esa mirada te puede rechazar? ¿Lo soportaría? Mis padres se morirían del disgusto. ¿Le toco, aunque sólo sea, la mejilla? Vito no tropieces más con la misma piedra. No sería feliz con ella ni en el Congo, porque no nos conocería nadie, pero los recuerdos me atormentarían. Que te diga lo que quiera y se marche cuanto antes. ¿Podré olvidarla algún día?>>
Después de varias absorciones nasales mocosas, Dolo, comenzó la disertación causadora de su desdicha amorosa:
—Como veo —interrumpió los pensamientos de Vito— que tienes muy claramente arraigado tu convencimiento sobre mi persona, te diré que no tengo ni idea a qué te referías cuando has hablado de mis trabajos, por eso yo te voy a dar mi versión, y tú quédate con la que quieras. Cuando te conocí, hacía seis meses que finalicé Psicología. Por motivos que no vienen al caso, me encargaron que hiciera, en tiempo record, un trabajo donde pudiera demostrar mi valía, y se me ocurrió hacer un Estudio Sociológico y Pionero en la Investigación de Alteraciones Sensoriales; después de pensarlo mucho decidí que lo mejor era trabajar con los hombres que yo intuyera que modificaban su comportamiento en situaciones extremas, sobre todo elegí a los que yo imaginaba que se sentían frustrados por algún motivo, y así lo hice. Cuando te vi entrar en la cafetería, pensé que podrías ayudarme en uno de los puntos que me faltaban por desarrollar, pero cada minuto que pasaba a tu lado, más me demostraba que había errado en tu elección, porque las peores virtudes que descubrí en ti fueron: la sencillez, la caballerosidad, la bondad, la sinceridad, la respetabilidad, la nobleza, la tolerancia…, o sea, todo lo que nunca encontré en ningún hombre, ni durante el trabajo ni en toda mi vida ni, siquiera, cuando soñaba cómo me gustaría que fuera el hombre de mi vida… —descanso que no cumplió el canario flauta, por lo que recibió nuevos piropos de su vecino:
“¡Salomé, me tiene loco, grrrraaah! ¡Lo mato, lo mato, grrrraaah! ¡Vaya regalito…, le corto el pico, grrrraaah!”
—… Es muy duro para mí decirte —continuaba ella—, porque si no lo hago me roerá los sesos durante toda mi vida, que me enamoré de ti…
Vito, al oírla, superó a la más perfecta interpretación teatral, disimulando el apocalipsis (fin del mundo, catástrofe, desastre) con el que fue castigado.
—… Tú piensa lo que quieras, pero te juro, por mi madre que está en el cielo, que para nada te utilicé como a los demás. Todo lo contrario, me ayudaste a…
—¡No me hagas esto! —deseo tan indeseado como deseado—. Me gustaste en el tráiler, pero en la película has conseguido que no crea en mujer alguna. Hacer de camarera es digno, pero jugar con los sentimientos de las personas, ¡es cosa sana!, ¿verdad? —triste y enojado—. ¡Además querías convertirme en un espía!
—¿Cómo? —fusibles mentales derretidos.
—¡No me vayas a decir que no, que lo vi en tu ordenador! Eso fue lo último que esperaba recordar de ti, pero no, después vino el espectáculo revistero, y, tú, como no tenías bastante, me humillas con un espectáculo público ¡y delante de mi gente! Hubiera preferido ser espía, antes que pasar por el bochorno…
—¡Espía! —le cortó Dolo, que tiraba la cabeza de un lado para otro—. ¡No me lo puedo creer! Pero… Cómo… —no era capaz de reaccionar—. ¡Esto es…! Vito, ¡ESPIAS!, que fue lo que tú vistes en el ordenador, son las siglas del trabajo que estaba haciendo, y que te he dicho hace un momento: Estudio Sociológico y Pionero en la Investigación de Alteraciones Sensoriales —Dolo olió esperanza.
—Para hacer un trabajo de psicología… ¿hace falta…? —no se atrevió a terminar la frase—. ¡Me arrepiento de haberte conocido!
Esta vez le tocó a Dolo conocer el apocalipsis. Pero, haciendo de tripas corazón (sobreponerse a las adversidades, disimular el miedo), continuó como si no le hubiera afectado lo oído; diciéndole:
—Reconozco que he sido egoísta con respecto al método, pero nunca pensando en hacer daño. Más daños me han hecho a mí los camaleones elegidos. Sinceramente no me esperaba que tú los superaras humillándome de la manera más cruel. No…
—¿Yo? —interrupción pasada de tono—, ¡que soy el único, de los treinta y tres que no se ha acostado contigo! ¡Serás…! —el concierto del canario flauta, murió, pero no los piropos del loro al flautista:
“¡Muérete, muérete, grrrraaah! ¡A ver si revientas, cabrón, grrrraaah! ¡Sopla flautas, maricón, grrrraaah!”
—Puta —intervención despechada con la mayor naturalidad del mundo—. Sí, ¡dilo!, puta, puta, puta, o mejor, como tú no terminaste de definirme antes, ¡niña rica y puta! —recalcándolo.
—¡Dios! —amargura inmedible de Vito.
—¡A la mierda el seguir contándote mi vida! Yo pensaba que...
—Que, ¿qué? —necesitaba decírselo—. ¡Todo el mundo piensa que eres fácil! Y si no, lee el Diez Moniatos, que aquí todo el pueblo lo tiene repetido: un ejemplar en el váter, y el otro guardado bajo llave para no perderlo nunca.
—Vito, por favor —pataleaba—, lo del Diez Moniatos ha sido una putada de mi mejor amiga para conseguir dinero fácil. Antes de condenar a alguien hay que oír a las dos partes. Está clarísimo que a ti con una te basta. Es inútil que sigamos con este galimatías (lenguaje oscuro por la impropiedad de la frase o por la confusión de las ideas) tan amargo. Te deseo toda la felicidad del mundo —ahogada en pena se dirigía hacia la calle.
Vito hizo intención de detenerla, pero ella no lo vio.
A dos pasos del umbral se detuvo para desembuchar lo que seguramente, si no lo hubiera hecho, empacharía sus digestiones mentales, un día sí y otro también, mientras viviera:
—No puedo marcharme marcada por la injusticia. Yo…
Vito la miraba con desencanto de deseo imposible de complacer.
—…Nunca —vocalización pausada— me he acostado con nadie. Ni nunca estuve tan cerca de haberlo hecho, como cuando estuve a un suspiro de entregarme a ti aquella noche. Ahora doy gracias a Dios de que fueras tan respetuoso conmigo.
—Yo también me alegro de haberte respetado, porque si no lo hubiera hecho, durante toda mi vida llevaría una losa que me asfixiaría cada día, por haber hecho el amor con una...
—¡Ya está bien, joder, ya está bien de aguantarte insultos humillantes! —gañote sufriendo, al máximo, violentas ondulaciones venosas—. Tu incredulidad ante mi verdad, jurada y todo, me demuestra que te mereces una lección inolvidable —le tiró con desprecio el pañuelo, que sin darse cuenta se llevaba—. ¡Te voy a demostrar que te has pasado un millón de pueblos! —amenaza sin evaluación de las consecuencias.
Vito reaccionó lanzándole un arpón paralizante:
—Estoy enamorado de ti hasta los huesos…
Como no podía ser de otra manera, paralizó a Dolo, justo antes de pisar el umbral de la puerta.
—… —continuando Vito—. No me atormentes más. Tu forma de ser y de actuar, sobre todo acostándote con cualquiera...
—¡Eres un ca…pullo, plasta, infantil…! —irritada—. ¡Cómo puedes decirme que estás enamorado de mí hasta los huesos, para a continuación humillarme sin compasión llamándome puta! —desquiciada—. ¡No sabes ni lo que dices! ¿Tú crees que si yo fuera como todos decís, iba a venir a este pueblucho para darle explicaciones a un cateto que se deja llevar más de los chismes (noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna), que de la verdad? Estoy arrepentida de haber hecho de camaleón, por eso, ahora mismo, voy a purificar mi imagen y a hacer que te tragues tu envenenada lengua de víbora, ¡ah!, y verás como salgo esta noche en todos los telediarios, ¡no por mí ni por ti!, sino por la lección inolvidable que voy a impartir a tus paisanos, ¡y a ti si te apuntas!
Dolo, sin quitarle la mirada, se agachó levemente. Enterró su mano derecha bajo el vestido. Con el dedo pulgar, a guisa de garfio, enganchó las bragas, a la altura de la nalga, por el borde elástico.
Vito, subiendo y bajando la nuez sin transportar nada, se dejó recostar sobre la pared esperando angustiado qué le mostraría la manipulación que Dolo estaba realizando bajo el vestido.
Dolo, fiel a sus sentimientos, no le mostró sus vergüenzas, ni siquiera las cercanías.
Sin embargo, él la veía desnuda según le mostraban los ojos mágicos de la imaginación; esos que siempre nos complacen mostrándonos lo que añoramos dentro de nuestros sueños imposibles.
La mano, de Dolo, continuaba luchando bajo el vestido. No conseguía bajar, con facilidad, a la puñetera, porque el sudor pegajoso y peculiar de los humedales de Coñoculándia, sobre todo cuando está en pleno revenimiento (revenir: ponerse una masa blanda y correosa con la humedad y el calor) provocaba que, su textil e higiénico y delicado y voluntario cinturón de castidad, se enrollara en lugar de deslizarse hacia abajo con facilidad. Astuta maña utilizó para conseguir quitársela: ondular el esqueleto con sensuales movimientos salseros, sin ánimo de provocación, hasta conseguir transformar el taparrabos en bufanda de sus tobillos. Pie derecho un paso atrás, y, a continuación, pie izquierdo un paso atrás.
Las bragas quedó marcando la frontera, entre Vito y Dolo, sin recibir miradas.
Ella la recogió, desenrollándola en todo su esplendor con delicado esmero, a sabiendas de que, cuando todos la vieran, les pudriría los pensamientos sobre ella, comenzando por los más adictos exhibicionistas de fustigarse el pecho en lugares sagrados. Sin titubeos salió a la calle dirigiéndose hacia la canalla, enarbolando (levantar en alto) la cáscara de su mollete (en tierras andaluzas: vulva.- partes que rodean y constituyen la abertura externa de la vagina), como si la prenda fuera un hisopo (aspersorio o rociador para el agua bendita).
Vito no reaccionó, seguramente por la transposición que sufría. La única causa que lo hizo murmurar fue una nueva e inoportuna, por judía, intervención del loro contra el canario flauta:
“¡Canario, que te capo (extirpar o inutilizar los órganos genitales) ! ¡Grrrraaah! ¡Maricon, dame la cara, grrrraaah! ¡Te voy a follar vivo, grrrraaah!”
—¡Eso, eso es lo que va a decirle, esa desgraciada, al primero que vea! —desencajado—. ¡Para eso se ha quitado las bragas! Que no elija a ninguno del pueblo… —súplica amarga—, ¡ahora mismito me voy pa Huelva! ¡Que vergüenza! ¡No vuelvo a Bonares ni para el entierro de mis padres ¡aaahhh! —se miró de arriba abajo, e, inconscientemente, corrió despavorido a esconderse tras la puerta—, ¡no soy yo, no soy yo, es esa demonio la que me hace decir disparates! ¡Madre, padre, no he sido yo el que ha dicho eso, ha sido el espíritu de esa bruja! No os preocupéis que después de lo que va hacer, volveré a ser yo, el Victoriano de siempre. ¡Copulando (unión sexual) con cualquiera, y delante de todo el pueblo!, me hará el mayor favor que me pueda hacer…, que la olvide inmediatamente. Cómo puede ser capaz de hacerlo delante de todos, ¡ahí sobre la juncia!, sin respeto a los niños si quiera… ¡Está loca, está loca!

Próximo miércoles 30 de mayo: Capítulo 57 último, y epílogo.

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