01 marzo 2007

 

CAPÍTULO 37 (Al Ángel de la Guarda).

Los dos llegaron, a la vez, a la Plaza del Punto. Vito le abrió la puerta del coche, desde el interior. Guillermo al entrar dio un portazo, poniéndole melodía:
—¡Copón, qué día!
—¡Perdona! —un poco brusco—. Tuya fue la idea de acompañarme. He estado toda la tarde de reunión.
—Tu jefe será como todos, un hijo de puta, ¿no?
—Es un tipo… ¡bah! no me apetece hablar del trabajo. He sacado dinero y te voy a invitar a cenar donde tú quieras.
—¡Copón, es lo mejor que has dicho desde que te conozco! Con un par de montaditos de lomo, las cervezas y los güisquis con Seven-Up, tengo el estómago enguachinao ¡ahora mismo soy capaz de comerme hasta un fiambre de una semana!
—Lo dices como si comerse un fiambre (que después de asado o cocido o curado se come frío) de una semana fuera algo extraño.
—¡Copón! ¿Estás babieca (persona floja y boba)? En Madrid has encontrado trabajo, pero te has dejado allí el meollo. ¡Un muerto, copón, un muerto!
—¡Anda ya, tú te vas a comer un fiambre (cadáver)! —sorna—. ¿Dónde quieres que cenemos?
—A ver... —Guillermo pensó un momento—. ¡Ya está! —Vito lo miró—. En Aljaraque, a unos minutos de Huelva. Me han dicho que nuestro paisano Juan ha abierto allí un peazo de restaurante. Hasta las tertulias del Recre (Real Club Recreativo de Huelva. Club Decano del fútbol español) se retransmiten desde allí. Igual que hace nuestro equipo en el Asador Donostiarra (restaurante en Madrid).
—No lo sabía. ¿Y quién es el paisano?
—¡Copón, quién va a ser, po Juan!
—¿Y quién es Juan?
—¡Copón, ya lo verás! Tira millas que ya te diré por donde ir —le respondió alterado.

Después de una hora de copiloto de Vito, Guillermo no sabía por dónde andaba. El tiempo que se tarda en llegar de Huelva a Aljaraque es de unos diez minutos, y al restaurante, dos o tres más. Ellos llegaron en diez minutos a Aljaraque, pero tardaban en llegar al restaurante porque todos los caminos que le indicaba Guillermo a Vito les llevaban a la entrada del pueblo. Vito lo miraba, y él lo rehuía mirando por la ventanilla.
—¡Para! —le gritó a Vito—. Éste nos va a decir donde es. ¡Oiga, por favor! ¿Por dónde se va al restaurante La Plazuela?
—¡Yo, Marrueco!
—¡Copón divino, ya es mala suerte! Esta gente nos van a invadir sin que nos demos cuenta. ¡Tira palante! —Vito se reía—. Sí, ríete. Pero, tú, ni preguntas. Mira allí hay un viejo —Vito detuvo el coche a la altura del anciano—. Buenas noches, ¿me puede indicar dónde está el restaurante La Plazuela?
—¡Ahí! —respondió señalándole con el dedo índice y una sonrisa irónica.
—¡Jajajajajajaja! —Vito se tronchaba.
—¡Copón, yo sabía que estaba por aquí!
—¿Cuándo has venido?
—Nunca, pero sabía que estaba por aquí —refunfuñando (voz confusa o palabras mal articuladas en señal de enojo o desagrado).
A las doce de la noche finalizó la suculenta y opípara (abundante y espléndida) cena.
—¡Copón, Juan, he comido como un rey! —le dijo Guillermo a su paisano y propietario del restaurante.
—La cuenta, por favor —Vito a Juan; pensando—: <"Si Guillermo hubiera estado conmigo en el que me invitó Dolo; bueno, tampoco hay tanta diferencia. No, no, mejor que no. Si hubiera estado con nosotros, este donjuán (seductor de mujeres), se la hubiera tirado sobre la marcha>>.
—¡Copón, tío! —le decía Guillermo a Vito, mientras se acariciaba la barriga—. Aquí hay que preguntar qué es lo que te ha gustado menos, porque está todo de putísima madre. Los “Langostinos a la sal” estaban de muerte, y...
—¿Qué desean de beber? —les preguntó un camarero—. Invita la casa.
—¡Gracias! —dijo Vito—. Un Beefeater con Coca-Cola.
—Y yo, un Dyc con Seven-Up. ¡Vito, qué clase tiene nuestro paisano! —al retirarse el camarero.
Mientras los dos rumiaban el menú consumido, un camarero les dejó las copas, y otro un porta-roncha de piel. Vito, al verlo, no pudo evitar recordar a Dolo cuando le entregó la cuenta en la cafetería. Lo cogió y, sin abrirlo, estuvo acariciándolo mientras, con su mirada cargada de tinta invisible, escribía sobre una de las paredes los pensamientos que únicamente podía leer él, gracias a su candil mental.
—¿Dónde está el nuevo jefe de El Corte Onubense? —Guillermo a Vito, al verlo ausente—. No me digas que piensas en el trabajo que no me lo creo.
Vito le miró de reojo, poniendo una mueca de falsa sonrisa.
—Ya sé dónde estabas —Guillermo, irónico—. Esta noche te haré olvidar a la puta.
—¡Pchs! —Vito lo silenció. Abrió el porta-roncha. Del bolsillo interior de la chaqueta sacó la billetera. Puso siete billetes de veinte euros, más uno de diez, en el porta-roncha. Volviéndolo a cerrar.
—¿Qué haces? ¿Estás tan borracho que ya no sabes ni leer? A ver que yo te diga lo que tienes que pagar. ¡Me cago en el copón! —al leerlo—. ¿Qué hemos comido? Oye…, Vito, que... —intentaba disculparse.
Vito con un gesto lo tranquilizó. Dio el último trago al cubata, y se levantó.
Juan, se les acercó, agradeciéndoles la visita. Volvieron al R-18.
—¿Dónde vamos a tomar la penúltima? —preguntó Vito.
—¡La penúltima! Pero si nos han atracado, bueno, te han atracado —le salió de lo más profundo de sus entrañas, sin dejar de tragar saliva.
—¡Qué dices!, se nota que tú de restaurantes, nada de nada; es la mejor relación calidad-precio que yo he conocido. En Madrid, por ejemplo, yo…, ¡bah!. Además estamos celebrando mi primer trabajo. Tú te mereces esta invitación y lo que quieras. ¡Eh, eh, sólo lo que quieras beber! No te vayas a confundir, que te conozco. Y ¡sólo hoy, eh! ¿Dónde vamos?
—¡Eres un cacho pan! Me he emocionado —lo abrazó.
—Vale, vale, que como nos vea Juan contará en el pueblo que estamos liados.
—¡Copón, tienes unas ocurrencias! Aunque, ¡a mí me conocen!, pero a ti nunca te han visto con ninguna tía. ¡Oye, no serás…? —con coña.
—¡Vete ya! ¿Nos vamos para casa?
—¡Y un güevo! ¡Tira pa Huelva, que me han dicho que en la plaza de la Merced se reúne un ganao de primera.
—¿Por dónde salimos?
—Tú arranca y tira, que yo te guiaré.
—¡Seguro que apareceremos en Lisboa!
—Tú lo que tienes que hacer es jubilar a esta chatarra y comprarte un buen carro con navegador GPS (sistema de localización por satélite), verás como no nos perdemos nunca más.
—¡Calla y mira hacia adelante, que nos perderemos de nuevo!

Consiguieron salir de Aljaraque a la primera. La falta de diálogo entre ellos provocó que Guillermo se quedara dormido. Vito se acompañó a sí mismo:
—<"Es muy bruto, pero buenatón. Haría por mí lo que le pidiese. Fue el único que cuando no tenía dinero para salir, por la mala racha de mi familia, me llevaba a todos sitios de balde. ¡Y hoy, el día que lleva! Sólo para que no me encuentre solo. Me ha venido bien que me acompañe, porque así pienso menos en Dolo. Que, por cierto, la ha cogido perra con ella. Sin él aquí no hubiera sido capaz de relajarme después de haberme tenido que meter tantas cosas en la cabeza hoy. Tengo que darle gracias a Dios, aun con el viajecito que tuve. ¡Qué cabronada la del ebanista! ¡Y la de…! Si me viera ahora el jefe de conserjería, y... No empecemos Vito ¡olvídala! Aparcaré aquí mismo.>>
—Despierta —lo zarandeó por el hombro—, que ya hemos llegado a Bonares.
—¿Qué? —el sobresalto lo detuvo el cinturón de seguridad—. ¡Te dije…, capullo! —al descubrir que le había tomado el pelo.
—Guillermo ¡si estás cansado! No hay más que verte.
—¡Cansado, yo! A mí me cansa trabajar ¡el cachondeo no me cansa nunca! ¿Has visto cómo está esto de ambientao? Fíjate, hay más tías que tíos, tocamos a tres por barba. Para que luego digas que no te llevo a sitios buenos. Me apuesto lo que quieras que en menos de cinco minutos ya hemos cazao. Ése pub me gusta. Entremos ahí —colocándose de guía.
—Guillermo, si por aquí no se puede ni pasar —con incomodidad.
—¡Por eso, copón! No hay quien te entienda. Qué prefieres, ¿esto, o un monasterio en la sierra? ¡No te fastidia, copón! —llegaron a la barra. Guillermo pidió las dos copas—. Son doce euros —le dijo a Vito para que le diera el dinero. Justificándose—: Porque tienen buen pasto, si no, no nos gastamos aquí ni un céntimo. ¿Has visto? —a guisa de confesión—. Mira a tu derecha y verás qué cuatro jacas nos están marcando desde que llegamos.
—¡Qué casualidad! —oyó Guillermo a sus espaldas.
—¡Copón bendito! Manuela, ¿qué haces aquí? —se le pusieron los ojos como platos.
—¡Hola, Aure! —saludó Vito.
—¿De qué la conoces? —sorprendido Guillermo.
—Desde esta mañana es mi secretaria. Guillermo te presento a Aure.
Ella se le acercó dándole un beso en cada mejilla.
—¡Copón, copón, copón! ¡Esto es la rehostia! ¿Y tú eres amiga de..., cómo era? —le preguntó a Manuela.
—Aure. Sí. Es mi mejor amiga —le respondió ella.
—Oye —Vito, extrañadísimo, le preguntó a Guillermo—, ¿y tú de qué conoces a Manuela?
—De esta misma tarde. Ya te contaré. ¡Vaya pollo que vamos a montar! Te dije que hoy olvidarías a la... —Vito lo miró con tan mala leche que enmudeció.
Las dos rieron.
—¿A quién tienes que olvidar? —preguntó Manuela a Vito.
—¿A quién, a quién? —muy interesada Aure.
El careto que estrenó Vito, respondió a las dos.
—¡Al demonio! —esputó (escupió) Guillermo—. ¡Copón, chaval! ¿Qué te pasa? Tenemos delante a dos monumentos, y tú pareces que estas ciego. Encárgate de todos los gastos, que ya ajustaremos cuentas mañana. ¡Póngales lo que quieran beber! —le gritó al camarero, señalando a las dos.
Vito le contó a Aure y a Manuela que Guillermo era su mejor amigo, y que también vivía en Bonares.
Manuela le contó a Aure y a Vito cómo había conocido a Guillermo. Los dos se partían de risa. Guillermo, de oyente, estaba que no cabía en su cuerpo. Tomaron varias copas más.
—¡No os marcharéis a Bonares a estas horas y con las copas que llevamos! —les dijo Manuela.
—Guillermo y yo nos marchamos ya —le respondió muy arisco (áspero, intratable, huidizo).
—No debes conducir —insistió Manuela—. Podéis quedaros en mi casa. Mi hijo está con su abuela y hay sitio suficiente.
—¡Ole tus…! —Guillermo entregado—. Es la mejor idea que he escuchado esta noche —dándole un roce a Manuela—. ¡Copón, ni me acuerdo desde cuando no tenía tanta suerte!
—Guillermo —le preguntaba Manuela—, ¿esa muletilla que tienes…?
—¡Muletilla…, dónde? —se miró de arriba abajo.
—¡No seas bruto! Quiere decir… —intervenía Vito.
—¡Ya lo sé, copón! Lo dice por lo de ¡copón!, ¿a que sí?
—Sí, ¿es una promesa o es que no conoces otra exclamación? —Manuela.
—¡Por mis mulas que ya no la digo más! Aunque no voy a ser yo mismo —resignado.
—Hombre, si te afecta tanto el no decirlo… —Manuela más resignada que él—, haré un esfuerzo hasta que me acostumbre.
—¡Puffff! —resopló Guillermo; pensando—: <"La tengo en el bote. Esta noche va a ser la mejor noche de mi vida>>.
—¡Bueno! —en voz alta Vito. Los tres lo miraron—. Gracias por la compañía. Nosotros nos vamos a casa —Vito heló la reunión.
Guillermo lo acribilló con la mirada.
—Como quieras —decía Aure—. Sólo una cosa. Tened cuidado con la carretera, que las noches de fines de semana son muy peligrosas. Nosotras también nos marchamos —despedida besucona, pero fría. La más sentida fue la de Guillermo y Manuela.
Guillermo no se lo podía creer.
Dejaron de hablarse.
A mitad de camino, Guillermo explotó:
—Yo creía que tú eras un tío hecho y derecho. Vaya oportunidad que me has hecho perder. To por culpa de tu encoñamiento (dicho de un hombre: sentir atracción sexual por una mujer hasta llegar a tener obsesión por ella) con la puta madrileña. ¡Serás capullo! ¡Vaya con el que dice que soy su mejor amigo!
—¡Guillermo! —gritó—. Te voy a contestar —más relajado— porque sí te considero mi mejor amigo, y sé que ha sido una putada para ti que yo me negara a quedarme. Pero primero te diré que no vuelvas a llamarla puta, ni nada por el estilo. Yo soy el único que la puedo insultar; y segundo ¡y para que no sigas más dándome la tabarra! te diré una cosa que no debes olvidar nunca…
Guillermo lo miró muy serio pensando que de la forma que le estaba hablando, a la amistad entre ambos le quedaba el tiempo que transcurriera hasta llegar a Bonares.
—… Escúchame bien —continuó Vito—: “Donde tengas la olla, no metas la polla” —la cara de Vito era una estaca—. Así que yo con Aure, que además no me gusta, no voy a ningún sitio pero, si tú quieres, me vuelvo y te dejo en casa de Manuela ¡anda, coño, si no sabemos dónde vive! No te va a pasar nada si te esperas hasta mañana que yo le pida el teléfono a Aure y te lo paso en un mensaje por el móvil. Personalmente pienso que Manuela es una calienta pollas ¡ni te conoce y ya quiere acostarse contigo! ¡De eso yo ya sé mucho!
—¡Quién copón te ha pedido tu opinión! —echaba chispas—. Y ¡cómo te atreves a llamarla calienta pollas si no la conoces de nada, eh?
—¿Por qué te molesta —intuición de Vito— que insulte a la muchachita que te gusta? Tú, que cuando me he molestado porque has insultado a Dolo, no lo has entendido. “Quien a hierro mata, a hierro muere”.
Guillermo no volvió a abrir el pico.
Vito lo dejó en la puerta de su casa. No se oyó ningún saludo de despedida. Vito guardó el R-18 en la cochera.
—¡Madre, qué haces levantada? —Vito sobresaltado—. ¿Pasa algo?
—Ya no. Estaba preocupada por ti. Otra vez que vayas a llegar tarde llamas para que nos quedemos tranquilos. ¿Cómo te ha ido?
—Madre, nunca te acuerdas de que siempre llevo el móvil. Me ha ido muy bien. No te preocupes que de aquí en adelante te llamaré. He tenido un día muy ocupado y, como Guillermo se vino conmigo, lo he invitado a cenar. El domingo nos vamos los tres a celebrarlo, y os contaré todo. Estoy reventado. Mañana no trabajo, pero más de un sábado sí que me tocará —le dio un beso en la frente.
—¡Cansado y… brillito en los ojitos! —le devolvió el beso, marchándose a dormir.
—Madre, no te preocupes tanto. Hasta mañana —camino del dormitorio, se decía:
—Así debería ser la Dolo. Vito no te martirices más, que ella ahora estará en la cama con... Vale ya. No seas más idiota.
Durante el fin de semana, Vito sólo salió de casa para almorzar con sus padres en La Plazuela. El lunes, lo primero que hizo al llegar a la oficina, fue pedirle a Aure el número de teléfono de Manuela. Inmediatamente se lo pasó a Guillermo en un mensaje. Tanto Vito como Aure no volvieron a comentar nada sobre el encuentro del viernes.
Próximo miércoles 28 de marzo: Capítulos 38 y 39

26 febrero 2007

 

CAPÍTULO 36 (La incultura de los cultos es más dañosa que la de los incultos - jibr).

A las dos y diez de la tarde, sonó el móvil de Guillermo.
—¡Aquí el guardaespaldas de don Victoriano —Guillermo al ver que era Vito—; el nuevo jefazo de El Corte Onubense!
—…
—Tomándome una cerveza en la plaza del Velódromo. Casi frente por frente a donde tú estás.
—…
—¿A qué hora saldrás?
—…
—No te preocupes que me tomo aquí algo y luego me meto en el cine.
—…
—De acuerdo, no lo desconectaré. ¡Oye, cómo vas?
—…
—Me alegro campeón. ¡Eres un monstruo!
—…
—Hasta luego. Adiós.
Guillermo, recostándose en la silla, estiró las piernas para desentumecerlas. Diciéndose:
—Paciencia hermano, paciencia.
Mientras tapeaba, pidió el Huelva Información para ver la cartelera. Hablaba solo:
—Tengo que ir a la que comience más temprano.
Repasadas dos veces las carteleras, puso cara de resignación, porque no le hacía mucha gracia las que se proyectaban en la primera sesión.
—¡Qué remedio me queda! Tengo por delante dos horas y media.
Leía el Huelva Información para distraerse. Miró la hora. Al comprobar que le faltaba más de una hora para el cine, ojeó el periódico de detrás hacia delante, escrutando (indagar, examinar cuidadosamente, explorar) las páginas publicitarias: empresas inmobiliarias, contactos, hasta finalizar en el “Mercadillo”. A las cuatro pagó, y al marcharse decidió que se metería en el cine Emperador que era el que le cogía más cerca. Sobre las siete de la tarde finalizó la película Star Wars Episodio II.
La brusca e iluminada y deslumbrante aniquilación de las tinieblas, perforó sus párpados sacándolo del sueño.
—Joder, me he quedado dormido —riñéndose.
Miró el móvil por si había alguna llamada registrada. Como no existía, salió, y al ver una mesa libre en la puerta de una cafetería que hay junto al cine, se sentó, pensando que ese era un lugar estratégico para distraerse en la espera.
—Me tomaré algo aquí —haciéndose oyente de su misma voz—, mientras llama el fenómeno. ¡Copón, qué ganao pasa por aquí! He tenido suerte, me han dejao el mejor palco de tribuna para que vea las procesiones de los pasos (efigie o grupo que representa un suceso de la Pasión de Cristo, y se saca en procesión por la Semana Santa) primaverales. ¡Hala, por ahí viene llegando un buque insignia! Ni la proa ni la popa del Titanic le ganan. Esa yegua está...
—¿Qué desea tomar? —una camarera lo sacó de su análisis hípico.
—¿Qué? ¡Ah! Sí. Un Dyc con Seven-Up —mientras la camarera tomaba nota, él le hizo su escaneo (escáner: aparato para explorar…) habitual a ese género. Al retirarse la camarera, Guillermo la miró de tal manera, que una morenaza (pelo castaño-lacio, aguantado por las justas alas orejeras; ojos miel; un cuerpo macizo; una camiseta verde de manga corta; una minifalda blanca; sandalias verdes; y abalorios de joyería) que estaba sentada en la mesa de al lado, le dijo:
—¡Cómo la sigas mirando así la vas a dejar embarazada!
Guillermo la miró y, sin cortarse ni un pelo, le contestó:
—¡Perdona el lapsus (falta o equivocación cometida por descuido)!
La morenaza lo miró con incomprensión a la exclamación disculpable.
Él se lo aclaró rápidamente:
—No sé como he podido perder el tiempo mirando a un cardo borriquero, teniendo junto a mí a una rosa —expresiva naturalidad.
La morenaza se quedó paralizada.
Guillermo se levantó y, sin pedirle permiso, se sentó en la mesa frente a ella.
—¡Guillermo! —se presentó tendiéndole la mano.
—Manuela —voz entrecortada—. Me ha encantado el piropo —ratificándolo con la cabeza.
—No ha sido un piropo —sin mayor importancia.
—¿Entonces, qué ha sido?
—Pues la pura verdad —cambió de tema—: Me gusta tu nombre, porque así se llaman mi abuela, mi madre y mi hermana.
—Todo lo malo abunda ¡jajajaja!
—Conociendo a mis Manuelas es todo lo contrario, y la que tengo en frente lo confirma.
—¡Vaya, vaya! —se tiró al ruedo—. ¿Siempre miras de esa forma a las mujeres?
—¡Siempre! Lo que no comprendo es que me llamen mirón descarado por recrearme admirando a los monumentos vivos, y… ¡tiene cojones la cosa! a los que se llevan horas y horas mirando a un monumento muerto le llaman cultos —con pura labia (verbosidad persuasiva y gracia en el hablar)—. ¡Tiene cojones la cosa! Tú sí que eres un monumento. Me puedo llevar las horas muertas mirándote, y sin comer ni beber ni dormir ni pronunciar palabra. Eso es lo mínimo que puedo hacer para premiar a tu belleza externa ¡porque la interna la tienen todas las mujeres!
—¡Hostia, qué fuerte! ¡Me cuentan que un tío habla así de las mujeres y lo pongo de esquizofrénico para delante!
—El hombre que no vea en vosotras lo que yo digo, no es hombre. ¿Eres de aquí? —pensando—: <"Si el Vito me oyera, se moriría>>.
—No. De Ciudad Real. ¡Chico, tú estás seguro de que no padeces ninguna enfermedad mental?
—Ya decía yo que ese dejillo (pronunciación) tan bonito no era de por aquí. ¿Cómo por mi cortijo? —provocó que riera Manuela con comunicado de complicidad.
—El trabajo hijo, que no respeta los orígenes de una —con melancolía.
—¡Hola!
Intrusión de un saludo que no oyeron por estar tan metidos el uno en el otro, pasando incluso inadvertida la presencia del saludador.
—¡Hola, Manuela! —insistencia más contundente y mosqueante.
—¡Hola, Joaquín! —dijo Manuela—. Perdona, chico, pero no… Te presento a Guillermo. Guillermo, él es Joaquín.
—¡Mucho gusto! —dijo Guillermo mosqueado por haberle jodido su avance en la conquista.
—¿Vamos? —le preguntó Joaquín a Manuela.
—¡Vamos! —con desgano total. Miró a Guillermo—. Me ha encantado hablar contigo.
—Y a mí —respuesta resignada.
Manuela y Joaquín se marcharon por la calle Palacios con dirección a la calle Concepción. Pisoteados unos metros de baldosas, Manuela volvió la cabeza mandándole una sonrisa y, a escondidas de Joaquín, le hizo señas con el dedo índice, indicándole que Joaquín no era su hombre.
Guillermo lo tradujo a las mil maravillas. Él le correspondió con idéntica dádiva (regalo que se da graciosamente), al mismo tiempo que levantó su dedo pulgar.
—¡Su combinado! —le volvió a sorprender la camarera.
—¿Mi qué? ¡Ah! —al ver la bandeja—. Yo creía que el güisqui Dyc era español.
—¡Y así es! —desconcertada.
—Lo decía porque he pensado que habías ido a Escocia, por la tardanza.
—¡Chistosillo el muchacho! —mientras le servía.
—¿Cuánto es?
—¡Qué prisas! —recochineo—. ¡Cinco euros!
—¿He roto algo? —extrañado—. En mi pueblo me cuesta dos.
—Pero en tu pueblo no hay púlpitos como estos —señaló a las mesas y a los paseantes— para ver…
—¡Eso es verdad! Pero la próxima vez, en lugar de sentarme aquí, que cobráis la silla más cara que un palco en el Bernabéu, me sentaré allí frente, en el suelo, porque veré lo mismo que desde aquí, y, con suerte, hasta me echan dinero para pagar el… —lo quiso nombrar, como la camarera, pero no se acordaba—. ¡Copón, la copa!
La camarera se marchó sonriéndose.
Guillermo refrescó el gaznate. Pensando:
—<"Me ha gustao la Manuela, copón. No se me va de la cabeza. ¡Cinco euros, copón, cinco euros! Cómo éste no llame pronto, me voy a quedar canino (sin dinero) —miró la billetera—. Quince euros para toda la noche. Me parece a mí que en lugar de ligar vamos a tener que juir pa Bonares. Allí, con los quince euros, cogemos una cogorza de güisqui que no se nos quita hasta Navidades. Me tomaré éste despacito. Mejor le pido una pajita a la niña esa. No, no, no. Le digo eso, se cree otra cosa, y quién sabe si dentro está su maromo (novio) y... Relájate y bebe tranquilo.>>
A las ocho y media se le estaban agotando las baterías de su cámara bifocal oftálmica (perteneciente o relativo a los ojos), por el largo tiempo de grabación y análisis exhaustivo de las yeguas que entraron en su campo visual. Murmuró:
—Ahora tendría que llegar la Manuela, y al Vito que le den, después del día que me…
—¿Agua para llenar el vaso? —le preguntó la camarera con tela de guasa.
—¡No, simpática! Quiero otro, pero con mucho más güisqui del que echas ¡qué ya lo cobras bien!
—¡Era broma, chaval!
—¡Copón! —murmuraba con su ego—. ¿Éste no se habrá olvidado de mí? ¡Qué tía viene por ahí, copón! ¿Le habrá pasado algo al Vito? Le noté raro cuando me llamó. Y si lo llamo al…, no, no, que como esté trabajando me la cargo. ¡Copón, yo no sabía que en Huelva había tan buen ganao! El Vito está trastornado con lo de la puta de Madrid, seguro que se ha olvidado. ¡Copón, a esa se le nota…! Si se visten con esos trapitos en la primavera, cómo se vestirán en el verano ¡a mí me va a dar algo! Lo voy a…
—No me gustaría conocer la oración que llevas rezando desde que me fui —le interrumpió la camarera—. ¿Le parece bien, al señor?
—¡Eso sí que es un güisqui, y no el agua fría que era el otro! —se puso serio—. Mis oraciones son… cómo podría decirte… —no se le ocurría nada, y zanjó el comentario—. ¡Toma, cóbrate! —entrega de cinco euros.
—¡Gracias! Y tenga el señor cuidado de que entre los güisquis, la contemplación femínea y tanto mover el periscopio, le puede dar un jamacuco (indisposición pasajera) —se marchó rápida para no darle tiempo a responderle.
—¡De nada, cardo borriquero! —respuesta sin oyente. Vuelta a la reflexión particular—: <"Las nueve y media, y éste sin dar señales de vida. Tengo el culo acorchado (insensible). Sin comer y con los güisquis me estoy poniendo piripi (borracho)>>.
A cada golpe sutil, pero cruel, que marcaba la Banda de Tambores y Cornetas contratada por la galera (nave antigua de vela latina – triangular – y remo) propiedad del tiempo, los pasos procesionales, que le gustaban a Guillermo, iban disminuyendo en número, al cobijarse la mayoría en sus respectivos sepulcros hipotecados.
—¡Copón, ya era hora! —exclamó al oír el móvil:
—Dime.
—…
—Te espero en la Plaza del Punto, frente a la Casa Colón, junto al cacharro ese que da la contaminación del aire. ¡Por cierto! ¿Crees que indicaría que estamos respirando mierda y que moriremos asfixiados en cinco segundos?
—…
—¡Tonterías! Ahora huele a guano (excrementos de aves marinas que se utiliza como abono en la agricultura) y seguro que ese aparato no sabe ni lo que es. No tardes que se me está poniendo cara de capitalino.

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