22 noviembre 2006

 

CAPÍTULO XVIII (Si te orientas por el olfato de los demás, nunca conocerás el olor de tu destino - jibr).

Vito entró en la cafetería, y aunque sabía que Dolo no estaría, sintió un cosquilleo en el estómago.
—¿Qué desea tomar? -le preguntó un camarero desde detrás de la barra.
—Nada. Sólo quiero dejarle pagada una comida al Jefe de Conserjería del edificio de al lado -respondió cabizbajo.
—Qué, ¿hoy también de turismo? —oyó Vito a su espalda.
Vito ni le contestó ni se volvió para mirarlo, sólo pensó:
—<"Ya está aquí la abeja Maya de luto>>.
—Atiéndelo bien, que es el número treinta y tres —le dijo el jefe de Dolo al camarero, en el mismo momento en que desaparecía tras la puerta abatible del fondo.
—Son cincuenta euros -le dijo el camarero acercándole el porta-roncha.
—Gracias —lo abrió, sacando la nota—. <<¿Qué comerá el… —un detalle le hizo olvidarse del menú—. Éste es el mismo donde me trajo Dolo la cuenta. Tiene la misma mancha azul. ¡El rotulador que se dejaron aquí, descapuchado, se secó enterito! Cuando le diga que he encontrado trabajo en Huelva me dejará tranquilo. ¡Por fin la voy a perder de vista para siempre>>. ¡Por favor! —llamó al camarero.
—¿Sí?
—¿Qué habrá querido decir con que soy el número treinta y tres? —le preguntó mientras sacaba la cartera del bolsillo interior derecho de su chaqueta.
El camarero se le acercó, todo lo que pudo, por encima del mostrador. Con voz confesional, le dijo:
—No le haga caso. Es un desgraciado. Está amargado porque es impotente. ¿A que salió ayer de aquí con Dolores? —Vito asintió con la cabeza—. Me lo he imaginado cuando ha dicho que es usted el treinta y tres. Por eso está así con usted. Desde el primer día que entró a trabajar Dolores, está emberrenchinado (enfadarse con demasía, encolerizarse). Sí. Está enamorado de ella, pero…
—Sí, sí. Él será lo que sea, pero, ¿qué ha querido decir con que soy el treinta y tres? —insistió.
—Quiere decir... —durante la pausa, Vito no le quitó ojo— que usted hace el número treinta y tres que ha salido de aquí con Dolores en unos seis meses, y como él es…, ya se lo he dicho, pues se revela contra el primero que vuelve por aquí después de haber estado con ella.
—¡Será mariconazo, ese cacho de aborto! —estaba fuera de sus casillas—. Y… —miró fijamente al camarero—, ¿has salido con ella alguna vez? ¡Perdona! —inmediatamente le pidió excusa—. No he…
—Ni aunque me lo hubiera pedido —respondió sin darle importancia al arrepentimiento de Vito—. Esa clase de hembra no entra en mi hábitat —Vito colocó todos sus sentidos en atenderle—. Yo huelo a los ricos desde lejos. Si tengo la ocasión de rozarme, ¡vamos de…!, con alguna de ese gremio, no tardo ni un segundo en descubrirla. ¿Sabe por qué? —Vito se encogió de hombros—. Porque, en presencia de una persona podrida de dinero, mis fosas nasales se secan tanto que se resquebrajan y comienzan a sangrar. El día que Dolores vino a pedir trabajo, antes de que se acercara al mostrador ya estaba yo sangrando por la nariz, por eso no podemos trabajar juntos.
—¿Tanto dinero tiene?
—Si me hace esa pregunta, es que no se lo ha contado ella. Está claro que no se lo voy a contar yo. Se entera de que se lo he contado, y me entierra en el desierto de Libia o en el Líbano o Kuwait o en Irak... Mejor que no sepa nada de ella. Ya sé que es un ángel, pero debe olvidarla cuanto antes. Creo que es uno de los mejores consejos que yo pueda dar en toda mi vida.
—Gracias —dejó los cincuenta euros. Estaba hundido. Se marchó abrazado al ligue que le salió en ese momento: La tristeza.
—De nada. ¡Suerte! —le gritó antes de que saliera, dando un golpecito, sobre el mostrador, con el porta-roncha—: <"Pobre cateto. Tiene que estar ciego para no darse cuenta de quien es la Dolores>>.
Próximo miércoles día 20 de diciembre: Capítulo XIX

 

CAPÍTULO XVII (El machismo es la careta del egoísta - jibr).

Cuando Vito llegó al Centro de Control del portero, no estaba el ocupante. Miró a su alrededor. Dio un paso hacia la calle, pero se arrepintió. En ese instante:
—Qué, pensabas que te ibas a escapar sin celebrarlo, ¿eh? Me debes tu futuro. ¡Es que soy…! Si tienes prisa, lo menos que tienes que hacer es dejarme pagada una comida en la cafetería.
El recién absuelto (quedar libre) del paro levantó el pulgar y pensó—: <"Lo conozco ya mejor que su santa madre, al aprovechao éste>>.
—Te equivocas —resignado—, te estaba buscando para darte las gracias.
—¿Sólo me ibas a dar las gracias? Te doy…
—Las gracias —lo interrumpió. Deseaba perderlo de vista cuanto antes— y preguntarte qué menú querías.
—Tú no te preocupes, que ellos saben lo que a mí me gusta. ¡Anda, dame un abrazo! Siempre soñé con tener un hijo tan espabilado como tú, y no los subnormales que parió la becerra que tengo en casa. Cualquier día me lío la manta a la cabeza y desaparezco.
—¡Si ella te da la autorización! -le dijo Vito con tono burlón.
—¿Cómo has dicho? —preguntó con ceño asesino—. ¿Permiso a quién? ¡A mí me va a dar permiso mi mujer! ¡No te lo crees ni tú, chaval! ¡En mi casa mando yo! —exclamaba con enojo chulesco—. Yo no soy como los mariditos amariconados que les hacen el trabajo de la casa a sus mujercitas para poder recibir placer a cambio. ¡Son sabias las hijas de puta!, porque los obligan a ayudarlas para tener mucho tiempo libre e irse de puteo por ahí. A la mía no le consiento eso. Si alguno se tiene que ir de puteo ése soy yo, porque por eso la mantengo. ¡A dónde vamos a llegar! Los que han consentido que sus mujeres trabajen son los que ahora tienen que tragar, ¡y nos están creando problemas a los que tenemos cojones para domarlas! Hay que ser muy macho, ¡como yo!, para mantener la familia sin que la parienta trabaje. Una vez me dijo que había conseguido un trabajo en una empresa de limpieza. Le pegué tal hostia —hablaba como si tuviera la boca llena— que todavía se acuerda. Decirme a mí, a mí, que quería trabajar de limpiadora. ¿Y por qué no la dejé? ¿Quieres saber el por qué? Pues, porque cada semana me cepillo al equipo de limpiadoras de este edificio, una cada día, ¡claro! ¡Serán putas! ¡A mi mujer la voy a dejar yo…! ¡Ni loco ni muerto de hambre ni harto vino ni aunque no follara! ¡Faltaría más! ¡Además de tener que trabajar más que un mulo, cornudo…, vamos hombre!
—¡Hombre, por favor! —le cortó Vito—. No debes generalizar. Habrá como en todas partes: Guapas, feas; bajas, altas; gruesas, delgadas; las que lo hacen, y las que no lo hacen. Esa profesión es tan respetable como médico, maestro, chofer, o conserje, por ejemplo. No todos los conserjes van a ser como tú —la seriedad con que hizo la defensa a la mujer, enfureció más al portero.
—¡Por supuesto que no son como yo! ¡Yo soy el mejor! ¡Y para que te enteres —gritaba—, mi mujer no va a trabajar nunca —terminó con amenazantes y directos movimientos del dedo índice.
—Las personas como tú —con voz sosegada— son a las que más fácilmente engañan sus esposas. Cómo sabes tú que tu mujer no te está poniendo los cuernos en estos momentos con un chaval joven y guapo, ¿eh? —el portero lo devoraba con la mirada—, o se ha metido a trabajar en las oficinas al aire libre más grande del mundo —no entendió lo que le quiso decir Vito, y le hizo un gesto para que se lo aclarara—. Trabajar en las esquinas, las avenidas, los parques..., ¡ya sabes! ¿Nunca te ha dicho que no estaba la comida preparada porque las colas de las cajas del Hiper estaban abarrotadas, o por cualquier otra excusa? ¡Qué torpe eres, viejo!
—¡Muy ocurrente el chavalito! —lo intentó, pero no pudo evitar que la mosca se le posara tras la oreja—. ¡La mía, de ésas nada de nada! Yo la tengo bien alimentada. No quiero hablar más de este tema. Anda, lárgate antes que me arrepienta y te anule el contrato.
Vito vio el cielo abierto. Se acercó al portero, lo abrazó, y, al retirarse, le dio un beso en la mejilla -lo hizo todo muy rápido para evitar un posible guantazo.
El portero se retiró dando un paso atrás, y ladeando la cabeza, para que no viera que se le habían saltado las lágrimas, le gritó:
—¡Vete ya!Sin más, se marchó. Antes de que se cerrara la puerta, y sin mirar atrás, levantó el brazo como gesto de agradecimiento y pensando—: <<¡Por fin! Qué tío más grosero (basto, ordinario, sin arte), siempre que abre la boquita habla de lo mismo, ¡además fanfarrón! ¡Dime de qué presumes y te diré de qué careces! ¡Que le den! No me puedo creer que me hayan dado el trabajo>>.

 

CAPÍTULO XVI (Una mentira es gloria momentánea, pero infierno eterno - jibr).

Vito enfiló el pasillo. Jedía a nerviosidad descontrolada, murmurando:
—¡Que tío más grosero! No me puedo creer que un portero me vaya a conseguir trabajo. ¿De qué será? ¡Que sea en este lujoso edificio! —caminaba contento, pero preocupado—. ¡Ahora a la derecha! Espero no perderme por este laberinto. Ahí está la escalera. Qué cosa más rara, una escalera adonde no llega el ascensor, ¡esto parece…! Ahí está. ¿Un puesto de trabajo sin conocerme? ¡Esto es todo mentira! —pulsó una aldaba (llamador) eléctrica roja que había a la derecha de la puerta, junto a la jamba, y esperó.
El mismo Sanmiguel le abrió la puerta:
—Pase, don Victoriano —al mismo tiempo que le ofreció la mano derecha.
—Encantado —pensando—: <<¡Por fin me tratan con respeto!>> —correspondiéndole con la misma mano. Esperó a que Sanmiguel cerrara la puerta.
—Sígame.
A Vito le temblaban las piernas. El bochornoso calor reinante en aquel angosto (estrecho o reducido) habitáculo le hizo sentir una sensación de ahogo y fatiga. Allí olía a zorruno (mal olor). En el despacho al que presumiblemente se dirigían sonó el teléfono.
—Espere aquí un momento —Sanmiguel entró en el despacho y cerró la puerta.
Vito se detuvo. El desaliento le empapaba, seguro que por la impresión que experimentó al entrar: Mal olor; desorden total; la limpieza brillaba por su ausencia; en resumen, se le cayeron encima todos los palos del sombrajo. La oficina era más pequeña que el ataúd de un pigmeo (pueblo fabuloso cuyos individuos no medían más de 42 centímetros). Las mesas estaban tan juntas que, para llegar al despacho de Sanmiguel, había que pasar de lado. La luz artificial era amarillenta, no porque las lámparas fueran amarillas, sino porque estaban impregnadas de nicotina (sustancia venenosa que se extrae del tabaco). Un aparato de aire acondicionado, seguramente averiado, porque sobre cada mesa había un ventilador funcionando, que seguro los pondría en marcha Sanmiguel cuando llegó.
Sí, esta es la oficina a la que se refería Vito cuando me contó su experiencia en la Capital.
—<<¿Esto es una oficina, o un nicho para vivos? —pensaba Vito—. ¿Cómo puede existir esto en un edificio tan majestuoso? Ya veo que una cosa es la fachada y otra el interior. Y el capullo del portero me dice que es mi día de suerte. A saber dónde me darán el trabajo; no quiero ni pensarlo. ¡Si es que realmente existe! Cualquier empresa que se precie no contrata a una compañía que tiene como oficina esta pocilga (lugar sucio y hediondo). ¡Con que suerte! —cerró los ojos—. ¡Si ya tuve mal fario (presagio) cuando el mamón del indigente me dio la bienvenida nada más llegar! ¡Y luego la Dolo! Si esto es suerte, que venga Dios y lo vea. No tenía que haber venido>> —una voz quebró su acto de contrición (arrepentimiento).
—Pase, don Victoriano. Perdone pero he tenido que atender una llamada muy… ¡A lo nuestro!...
Vito pasó como pudo entre las mesas; entró en el despacho, que era tan pequeño que se sentía dentro de un tetrabrik (envase de cartón impermeabilizado).
—…Siéntese, y cierre la puerta, por favor -le dijo Sanmiguel, ya sentado, mientras abría una carpeta de papel reciclado, todo pintarrajeado (llena de garabatos), que descansaba sobre un exagerado calendario para notas y que le servía de descargador de tensiones, ya que tenía sitios donde el bolígrafo había perforado el papel.
Inmediatamente, Vito, descubrió que allí sí funcionaba el aire acondicionado, por lo que no pudo evitar pensar: <"El señor feudal sí está fresquito, pero los desgraciados de ahí fuera que se jodan. Seguro que este figura ha restablecido aquí el derecho de pernada (derecho que se ha atribuido al señor feudal, por el que este yacía – tener trato carnal - con la esposa del vasallo recién casada. – También significa: abuso de poder)>>.
—Le adelantaré —decía Sanmiguel—, que aquí no firmará el contrato, lo hará en las oficinas de nuestro cliente. Y tenga por seguro, que ha sido elegido, no porque el meapilas (hipócrita, beato o santurrón) del portero me lo haya pedido, sino porque es el único currículo que tenemos que cumple con el perfil que nos solicita nuestro cliente, y al tener que presentarse el elegido, en este caso usted, pasado mañana en sus oficinas no tengo tiempo material, ¡estoy ocupadísimo!, para seguir buscando más candidatos. El suyo nos ha venido como anillo al dedo, ¡vamos!, que ni caído del cielo. En cuanto lo leí, llamé a nuestro cliente, que por cierto es el mejor que tenemos, comunicándoles que teníamos a la persona con el perfil que deseaban. Por eso mi secretaria le llamó tan tarde. Usted está seguro de que quiere trabajar, ¿no? Se lo pregunto porque bajo ningún concepto puedo fallarle a mi mejor cliente.
—Por supuesto que quiero trabajar —inmediatamente respondió, y pensó—: <"Por Dios, ¿qué empresa será?>>.
—Firme aquí -señaló Sanmiguel un recuadro al pie de un documento que mostraba en la cabecera: “CERTIFICADO”.
—Perdone. ¿No cree que debería leerlo antes? —le preguntó muy acojonado por si le había sentado mal la pregunta.
—Por supuesto. Siento no haberme dado cuenta. Hoy es un día muy importante para mí. Estoy… Qué fallo —Vito se estremeció al oírlo—, ni siquiera le he hablado del puesto —a Vito le entró el cuerpo en caja—. Este documento es un escrito suyo, donde certifica que lo ha entrevistado Alea Jacta Est. Única forma de que El Corte Onubense nos abone los honorarios (salario).
—¿El Corte Onubense? —preguntó incrédulo.
—¡Ah, que tampoco se lo he comentado! Como ya le he dicho, tengo un día cargadísimo de trabajo. Tanto, que no podré ni ir a comer a casa...
—¡Ya! —se le escapó, por lo bajini, con simpática ironía, al imaginarse a Sanmiguel y a la querida, sobre la mesa, dale que te pego.
—¿Cómo? -preguntó con mala cara Sanmiguel.
—No. Perdone. No he dicho nada. Estaba en lo del certificado —tras la salida airosa resopló disimuladamente, aprovechando para echarle un vistazo al certificado.
—El puesto es de jefe de un departamento de El Corte Onubense, en Huelva, en su misma tierra.
A Vito se le descompuso el vientre. Tuvo que apretar el estómago, pensando—: <"Será verdad lo que está diciendo. No puede venirme de sopetón tanta suerte>>.
—Estará contento —continuó Sanmiguel—, ya que encontrar un pedazo de trabajo como éste, y junto a su casa, no es normal. Es una suerte, porque sólo unos pocos elegidos por Dios lo consiguen. Lo comprendería mucho mejor si viviera aquí en Madrid.
—Sí. Gracias. Pero yo de ropa no sé nada de nada —respondió preocupado.
—¿Quién ha nombrado la palabra ropa? Le he dicho que va de jefe de un departamento. No me permiten informarle del departamento en el cual trabajará. ¡Qué le pasa, no lo quiere? —le preguntó Sanmiguel al verlo pensativo—. No lo entiendo, para mí sería el trabajo de mi vida, máxime cuando es la empresa más importante del país, y usted no está contento. Verlo para creerlo —Sanmiguel, con los ojos abiertos al máximo, lanzaba incredulidad hiriente.
Vito no estaba rechazando el trabajo, al contrario, pensaba que le había tocado la Lotería, la Primitiva, la Bonoloto y el Gordo, a la vez. Lo que le ocurría, era que su inconsciente se había rebelado contra su consciente. Estaban luchando a brazo partido. ¿Por qué?, pues porque el primero deseaba quedarse en Madrid para seguir viendo a Dolo. Conectemos con la lucha:
—<"Pero —decía el consciente— ¿qué estas pensando, masoquista crónico? ¿No has tenido suficiente con lo que te ha dicho el zoilo (crítico presumido, maligno, censurador o murmurador de las cosas ajenas) del portero. Te ha demostrado que lo que él dice es palabra de ley. ¡Es guapísima —decía el inconsciente—, me he enamorado de ella! Espabila Vito —carga del consciente—, sé inteligente, que más de uno ha terminado perdiéndolo todo por culpa de una mujer. Y la Dolo no es una mujer, es una… >> —agitó incontroladamente la cabeza, expulsando a la maldita lucha, para responder:
—Perdone, señor Sanmiguel —con voz apocada—. Siento haberle hecho creer eso. Es tanta mi alegría que no he sabido reaccionar. Estoy contentísimo.
—¡Uuuffff, que mal rato me ha hecho pasar! Sinceramente no por usted, sino por nuestro cliente. Que como ya le dije no le hemos fallado nunca. ¡Firme ahí de una vez! ¾le ordenó Sanmiguel, golpeando continuamente con el dedo índice en el papel, al mismo tiempo que le ofrecía una Dupont de oro para que firmara—. ¡Quieto y parao! —Vito, del susto, movió la silla—. ¡La pluma es como la mujer de uno, no se puede dejar! —Vito cogió el Bic que le ofreció y firmó—. ¡Por fin! En este sobre tiene todo lo que necesita saber. ¡Si me falla voy a Huelva y lo despellejo vivo!
Con esmerado cuidado tomó el sobre con la mano derecha, haciendo intención de abrirlo.
—¡Qué hace! No le he dicho que hoy tengo mucha faena. Léalo cuando salga, que yo tengo que continuar trabajando —le dijo Sanmiguel levantándose, ofreciéndole la mano para despedirse—. Adiós. Recuerde que no puede fallar.
Se levantó, le estrechó la mano, y se despidió con un gesto silencioso.
—¡Espere! —Vito volvió la cabeza—. No le he dicho lo más importante…
Se quedó inmóvil. La expresión de la cara de Sanmiguel no le gustó.
—… He tenido que mentir a mi cliente… ¡Sólo un poquito! —marcó tamaño con el pulgar y el índice.
Vito palideció como si estuviera en el corredor de la muerte—: <"Seguro que este golfo me la ha jugado. Tanto paripé (fingimiento, simulación o acto hipócrita), para dármela a la salida>>.
—Tiene que —carraspeó— modificar el currículo que lleva en el sobre, porque les he dicho que usted tiene dos años de experiencia en un puesto similar. ¡Ah!, si le preguntan en qué empresa, le responde que en la General Motors. No se preocupe. Si quieren confirmarlo me llamarán para que yo lo haga. ¿O.K.? No ponga esa cara, que no puede negarse, porque me ha firmado el certificando. En él certifica que tiene esa experiencia.
La furia desbordada en su mirada, acojonó a Sanmiguel. Deseaba matarlo—: <"Será cabronazo el desgraciao este. Piensa Vito, piensa. Yo me lo cargo ahora mismo. No, no. Has caído en una encerrona, pero si todo sale bien tendrás el futuro resuelto. ¡Cuánto malo anda suelto!... ¡Lo haré!>>. Respondiendo:
—¡Alea Jacta Est! -gritó Vito, haciéndole el saludo del soldado romano a su César.
—¡Adiós, monstruo! —con simpática risa—. Triunfarás, porque esa contestación sólo se le ocurre a un fuera de serie como tú -correspondiéndole con idéntico saludo.
Más contento que un niño la noche de reyes, salió de Alea. Iba eufórico, saltando varias veces mientras caminaba. Al cruzarse con una mujer muy elegantemente vestida le dijo:
—¡Ele el arte! Eres la octava mara... —se calló como si le hubieran cortado la lengua. Aun así, ella sonrió. Lo que le hizo enmudecer fue el siguiente pensar—: <"Está buenísima, pero comparándola con Dolo es una birria (adefesio). ¿Será ésta la sin clítoris? ¡Jejejeje! Todavía no me lo creo, lo del trabajo, ¡claro! ¿Quién ha conseguido que me contrataran? Por lo que le dijo la guarra del portero a Sanmiguel, es él, pero según la explicación de Sanmiguel, ha sido él. ¡A la mierda los dos! Yo ya tengo lo que vine a buscar. Vito no seas desagradecido. Sobretodo no pases por ineducado. De acuerdo, de acuerdo, le daré las gracias al portero. ¡Seguro que me pide que le deje pagada una comida en la cafetería!>>.
Próximo miércoles 13 de diciembre: Capítulos XVII y XVIII

20 noviembre 2006

 

CAPÍTULO XV (En algún sitio leí: "El sexo es el motor del mundo").

¿Qué? —Vito reconoció la voz del portero—. Pasa, o es que quiere eludirme para librarse de invitarme hoy.
—¡Ah! Perdone, no le había visto —contestó entrecortado. La tarjeta le abrasaba el subconsciente.
—¡Cómo me va a ver, si no ha levantado la cabeza desde que entró! Qué, le han llamado de alguna empresa de aquí, ¿no? —le preguntó con voz sibilina el portero.
—Sí, sí, de Alea Jacta Est. ¡Muchas gracias, por entregar los currículos! —dijo con agradecimiento.
—¿Qué tal la Dolores? —le zampó (asestar, propinar) el portero.
Vito, extrañado, movió la cabeza.
—Sí —continuó el portero—, la camarera que trabaja aquí junto, donde me dejó pagada…
—¡Ah! —exclamó ipso facto (inmediatamente)—. ¿Por qué? —le preguntó Vito con interés desmedido.
—Le diré más…
Vito no entendía el interés que mostraba el portero por conocer su relación con Dolo.
—… Seguro que le ha traído…, ¡y más!..., seguro que se ha acostado con ella esta noche.
A Vito le entraron ganas de vomitar: <"Será hijo de puta este tío. Pero ¿por qué lo dirá?>>.
—¡No se ponga así hombre! —le animó el portero al verle la cara—. Se lo digo porque desde hace unos siete meses, a todos los que, como usted, llegan a pedir trabajo por aquí me dejan pagada una invitación en la cafetería… —puso suspense—, y luego ella, sí la Dolo, se marcha con ellos. Los que tuvieron la suerte de que lo llamaran para entrevistarlos, los acercó ella en la caja de higos que tiene por coche —actuó como una mala maría (mujer de poca cultura, o dedicada a las labores de la casa)—. ¡No me dirá que los recoge en la parada del Metro!
Vito sintió que todo el edificio se le venía encima; pensando—: <"Será burraca la… ¡Claro, yo no me la he cepillado porque no he querido!, pero, seguro que todos los anteriores han mojao. Y quiere hablar conmigo antes de irme. Será para poner otra cruz en la pared, como la Enmanuelle. Entraría en la habitación fantasma para borrar la que había dibujado por mí. Ella está tan segura de todo que contó de antemano que yo sumaría en su ábaco (tabla o cuadro que sirve para calcular; basado por bolitas atravesadas por alambres) fornicario (fornicar: realizar fuera del matrimonio el acto sexual). Tiene todos los papeles para ser premio “Príncipe de Asturias” a la desvergüenza>>.
—Presiento que no le ha gustado mi información —lo decía con recochineo—. Lo digo por la cara que se le ha quedado. Relájese. No tenga prisa, aunque le hayan dicho a las ocho los de Alea no llegan nunca antes de las nueve.
—Ahora vuelvo —le dijo Vito, volviéndose con rabia, saliendo a la calle.
El portero se sentó en la silla de su mesa, que para él era más importante que el sillón del Papa, se escurrió para detrás y, con una sonrisa del más grande hijo de puta del mundo, pensó: <"Me lo he cargado, ¡jejeje!, qué jilipollas son los catetos pueblerinos. Llegan a la Capital y se creen que las mujeres los están esperando. ¿Dónde habrá ido? Éste se ha mosqueado y se ha marchado a su pueblo>> —en ese momento regresó Vito—. ¡Hombre, me había preocupado!
—Tome un cigarro —le ofreció Vito acercándole un paquete de Marlboro.
—¡Mala cosa, hijo!
Vito, se heló, quedándose con el paquete en el aire.
—¡No tiene usted nada de mundo! —prosiguió el portero—. ¿No se dio cuenta, ayer, de que yo fumaba negro? —se regocijaba—. ¡Ducados, para ser más verdad!
—¡A mí no me coge ya ni dios! —muy alterado. Con rabia, sacó un paquete de Ducados del bolsillo de la chaqueta—. ¡Cómo no estaba seguro! Quédeselo, se lo regalo. También le he dejado pagado otro rioja con sus respectivos pinchos —escupía más autoridad cabreante que los picoletos (guardia civil) de las posguerra.
—¡Me ha sorprendido, sí señor! Le he subestimado (estimar en menos de lo que vale) —decía arrepentido; pensando—: <"Este chaval es mucho más inteligente de lo que yo pensaba. Seguro que tiene futuro>> —tosió para aclararse la voz—. Coja aquél sillón y siéntese aquí. Así hará más cómoda la espera —le dijo, marcándole el otro lado de la mesa—. ¿Cómo se llama la persona que le tiene que entrevistar?
—Sanmiguel —respondió Vito, que lo miraba embobado.
El portero, con el Ducados entre los labios, enojó tanto al mechero que había sacado del bolsillo que éste comenzó a vomitar fuego para prender al enjuto (delgado) cigarro. Apresó el pitillo con el pulgar y el índice, mostrándoselo a sus ojos para cerciorarse de que la combustión era la correcta. Antes de guardarse el mechero se lo mostró a Vito diciéndole:
—¡Cartier, y de oro! —tono pedante (demasiado convencida de su valer)—. ¡Un regalito! —casi se ahoga asfixiado por el humo del tabaco—. ¡No se preocupe!
—¿Cómo? —preguntó desconcertado Vito.
—¿No me ha dicho Sanmiguel? —Vito asintió con la cabeza—. Pues eso, que no se preocupe. A ese señor lo tengo cogido por… El defecto que tiene es que es un jodido catalán; no vaya a pensar que ha nacido en Cataluña, ¡ni de coña!, lo parieron en… ¡No me acuerdo! Sí, sí, en una alquería (casa de campo) en Las Hurdes (comarca de Cáceres y Salamanca, que padeció el caciquismo rural, hundiéndola en la miseria). Lo que quiero decir es que es más culé (partidario del F. C. Barcelona) que el Gaspar..., sí, el presidente del Barcelona. Aun así es un buen profesional, aunque tiene otro defectillo peligroso.
En un momento del discurso, Vito encendió un cigarro. Dio una calada. Miraba al portero con los ojos entreabiertos, rumiando suprema intriga.
—Pero no te preocupes, estoy seguro de que hoy mismo firmas el contrato de trabajo —lo dijo con convencimiento chulesco—. ¡No crea que con ellos! —Vito lo miró embobado—. Con otra empresa, porque esta gente sólo seleccionan, pero en tu caso yo conseguiré que te contraten ya. No te importará que te tutee, ¿no?
—Al contrario, prefiero que me tutee.
—¡Chaval, tú a mí también, eh? —arrugó el ceño—. ¡No me dijiste que no fumabas! —mirada desconfiada—. Te miro…, y es que no sé por qué, pero me hubiera gustado… ¡Mira, ahí llega Sanmiguel!
Vito no digería lo que le estaba ocurriendo. Si lo de Dolo era un sueño con pesadilla incluida, este momento le parecía un camelo (engaño, burla) descarado. Pensando:
—<<Éste capullo me está tomando por tonto. ¿A qué tanto interés por mí? ¡Si ayer fue un diíta de cojones, éste se está engalanando para rematar el viajecito! ¡Vaya ideita que tuviste! Aguantaré el chaparrón como sea ¡no tengo nada que perder! Así pasará más rápido el tiempo>>. Al oír al portero, volvió la cabeza viendo a un hombre muy elegantemente vestido, con tanta gomina como él, un bigote a lo Dalí (Salvador Dalí: Pintor y escultor. Nació en Figueras - Gerona), y portando, bajo la axila izquierda, un bastón a lo Gala (Antonio Gala: Poeta, dramaturgo, novelista y escritor. Nació en Brazatortas – Ciudad Real).
—¡Buenos días, señor don Sanmiguel! —saludó el portero, levantándose y realizando tal reverencia, que casi besa el suelo. Vito también se puso de pie.
Sanmiguel le correspondió levantando la mano derecha, continuando su camino.
—¡Señor, don Sanmiguel, espere, por favor! —la voz, casi grito, sonó seca.
—¿Sí? —se detuvo, mirándole por encima del hombro.
—¡Jejeje! Usted sabe que yo soy su más hermético amigo. ¡Ya sabe usted por qué, eh? —el tono con el que terminó fue pillastre.
Sanmiguel, a conciencia y mirándolo con descarada mala leche, se mordió la punta de la lengua; liberó el bastón de su brazo, cogiéndolo con la mano derecha, y acompañó la espera, a las insospechadas pero adivinadas palabras que emitiría el portero, con golpecitos de la punta del bastón contra el suelo.
Vito, inmóvil, no sabía para dónde mirar mientras pensaba:
—<<¡Qué ridículo está haciendo! Con qué falta de respeto está tratando a todo un señor. ¡Por fin, Sanmiguel, lo va a mandar al carajo!>>.
—Señor don Sanmiguel, usted ha citado a este joven para una entrevista de trabajo —señaló hacia Vito—, y quería decirle que lo considero como a un hijo —Vito no sabía dónde meterse—. Le ruego —lo decía con descaro— que para que yo no me vaya de la lengua, ¡ya sabe!, le dé el puesto de trabajo para el que le ha llamado. ¡Claro, claro, primero lo entrevista! Que yo sé que usted es un buen profesional.
Sanmiguel, furioso en sus adentros, casi había hincado el bastón en el suelo.
Vito se encontraba violentísimo. Mentalmente, se dijo: <<¡Hostiaaa! ¿Cómo puede aguantar esa forma de hablarle? Éste se lo carga aquí mismo, y yo ya estoy en Bonares. ¡Otro follón! Me deja la Dolo y me coge un majarón (majareta: chiflado, loco). Qué habré hecho yo para merecer esto>>.
—No se preocupe —decía Sanmiguel, después de carraspear—. Recuerde que a las tres tengo una cita muy importante y, como siempre, confidencial.
—¡Señor don Sanmiguel, cómo puede dudar de mi profesionalidad! Usted sabe que yo soy una tumba. Mire, es lo primero que tengo apuntado en mi agenda. Que por cierto, usted ha sido el único que no me ha regalado una este año. No me la vaya a dar, que ya no la quiero. Lo que sí quiero es que mi niño —Vito se estremeció. El chantaje retumbaba en cada golpe de voz—, bueno, no lo es, como ya le he dicho, pero como si lo fuera, firme hoy mismo el contrato de trabajo.
El pensamiento de Vito no descansaba:
—<<¡Si no lo veo no lo creo! Y el tío, que debe ser un ejecutivo de Alea, cómo consciente que le hable así el portero. Si Kafka (Franz Kafka: escritor judio checo) estuviera aquí se autoingresaría en un manicomio. ¡Le está ordenando que me dé el trabajo, ¡vamos!, cómo si le pidiera un cigarro! ¿Por qué le habrá dicho que se puede ir de la lengua? ¡Y dicen que de Madrid, al cielo!, ¡ya!, será para acompañar a los angelitos, porque aquí puede haber tiros en cualquier momento>>.
La voz de Sanmiguel le diluyó los pensamientos, poniéndole toda la atención.
—Le he dicho que sí, pero, ¡ojo! —los dos oyentes lo miraron expectativos—, si se olvida o mete la pata en la cita de las tres, no tenga la menor duda —amenazaba con el dedo índice de la mano izquierda— de que mañana anularé el contrato. ¡Que suba dentro de media hora! —dijo tajante y, sin quitarle ojo al portero, continuó su camino.
—Gracias, señor don Sanmiguel —dijo con inesperado respeto, regalándole un saludo a lo mosquetero. Volviéndose para Vito le guiñó el ojo derecho, como confirmación de que el trabajo sería para él.
El candidato al puesto continuaba impasible, incrédulo. Le tuvo que echar valor para preguntarle al portero:
—¿Por qué lo haces?
—¡Que por qué! —pasó de un estado eufórico a pensativo—. Ha sido un pronto, no sé, anoche no cogí el sueño; desde que te vi ayer no he sido capaz de quitarte de mi cabeza, quizás… Un deseo frustrado de… ¡Qué más da! Quizás porque hoy es tu día de suerte —no podía ocultar que estaba emocionado y que deseaba terminar la conversación.
—No te ofendas por lo que voy a decirte —decía Vito. Una tos nerviosa desenmascaró su estado—. No entiendo cómo le has hablado así —el portero arqueó las cejas poniéndole toda su atención—. Tú eres, con todos mis respetos, un simple Jefe de Conserjería, y él un alto ejecutivo.
—¡No me he equivocado contigo, chaval! —exclamó eufórico el portero; continuando—: Has sido el primero que me ha llamado por mi modesta pero honorable categoría. ¿Sabes? —Vito frenó el parpadeo—. Tú sabrás mucho de letras y números, pero de la calle no tienes ni idea. En ella se aprende lo que no se enseña en la Universidad. Lo de la reunión de Sanmiguel a las tres, ¡tiene huevos! Te cuento: A las tres vendrá la querida de Sanmiguel, él no me ha dicho que es su querida, pero… ¡yooo!…, ¿y qué es lo que tengo que hacer?, pues llamar, a esa hora en punto, a su mujer para decirle que su marido no irá a almorzar, posiblemente ni a cenar, porque se ha presentado, a última hora y de improviso, el presidente de la compañía, con lo que eso supone…, almorzar, trabajar, cenar, y seguramente de nuevo a trabajar hasta las tantas de la madrugada. En el supuesto de que ella se presentara, tengo su autorización para decirle que está reunido y no puede atenderla, entonces la llevaría, para quitarla de aquí, a la cafetería, ¡la que tú conoces!; allí la entretendría y lo llamaría por teléfono para avisarle de tan inoportuna visita. Este trabajo me alimenta muy bien. La última vez que se presentó me puse como el Quico (ponerse como el Quico: hartarse de comer). ¡No te asustes! Éste es sólo un ejemplillo. ¿Entiendes ahora lo que enseña la calle?
—Y… —Vito se lo pensó antes de preguntar—, ¿cómo sabe que es su querida?
—Nunca —miró a Vito con gesto de ofendido— he dado explicaciones a nadie… y mucho menos sobre este particular, pero chaval me has mordido mi corazón y soy incapaz de negarte algo. Te lo contaré. Otra prueba más de mi confianza en ti.
Vito estaba cansado del rato que llevaba de pie. Con resignación acomodó la postura; cruzó los brazos dejando caer todo el peso del cuerpo sobre la pierna derecha. Ante el piropo, imposible no demostrarle gratitud:
—Gracias.
—En el mes de los ricos —se vaciaba el portero—, ¡ya sabes, el mes de agosto!, aquí, oficialmente, no trabaja nadie, ¡ya sabes!, por las vacaciones. Te he dicho, oficialmente, porque sí aparecen por aquí más de uno y de una. Lo sé porque yo nunca cojo vacaciones, ¡ya sabes!, eso de aguantar a la parienta veinticuatro horas es un calvario, porque para lo uniquito que te quiere es para que le hagas de cosario, ¡ya sabes!, mandadito por aquí mandadito por allá. Descanso más trabajando que de vacaciones. ¡Ni las cobro! ¿Por qué te cuento esto? ¡Ah!, por lo de la querida de Sanmiguel. Pues en el mes de agosto de hace dos años sonó la alarma de su despacho. Ahí detrás hay un cuartillo donde está el cuadro de alarmas de todas las oficinas, ya sabes, por si hay un incendio o una urgencia por enfermedad o un atraco, ¡que, por cierto, ya ha ocurrido! Quiero decirte que en todas hay un botón para que lo apriete el que lo necesite. Como te iba diciendo, ese día sonó la de su despacho. En cuanto la oí, salí… Qué quieres que te diga... Con decirte que casi me muero de un infarto por el esfuerzo; ¡todavía tengo agujetas! Bueno, cuando llegué para ver qué pasaba todo el sudor se me salinizó —miró a Vito para comprobar que le ponía atención—. Los cogí in fraganti (también: infraganti – En el mismo momento en que se está cometiendo el delito o realizando una acción censurable). Ella tendida encima de la mesa de Sanmiguel, y él dale que te dale. ¡Jejeje! Al verme Sanmiguel, comenzó a lloriquear; se puso de rodillas rogándome, como un marica en los años cuarenta delante de un tricornio (guardia civil), que no dijera nada a nadie. En bolas, me dijo que me daría todo lo que le pidiera… ¡Vaya cuadro! Ahí descubrí que no era su mujer. ¿Sabes por qué saltó la alarma? —Vito negó con la cabeza—. Todavía me deshuevo de risa. Cuando instalaron el sistema de alarma, Sanmiguel mandó colocar el interruptor debajo de la tapa de su mesa… —Vito no reaccionaba—. ¡Joder, chaval! Dónde crees que se agarró para poder darle ritmo a sus envestidas? —Vito sonrió—. ¡Mucho figurín educado, pero lloraba como un bebé! ¡Será camaleón (persona que por carácter o interés muda con facilidad de opinión) el tío! Desde entonces me da todo lo que le pido. ¡Hay que estar al loro, chaval! —le dijo con sobrada chulería—. No creas que sólo tengo cogido por los huevos a Sanmiguel. Tengo a varios —vomitaba engreimiento.
Vito enmascaró el desinterés que le provocaba las batallitas gratuitas de su bienhechor (que hace bien a otro).
—Por ejemplo —continuó el portero, con expresión facial de baboso—, en la primera planta trabaja, como secretaría de don Cosme, la mujer de Godofredo. ¡Sí, Godo! El jugador del Real Madrid —Vito gesticuló que lo conocía—. Pues la que parece que nunca ha roto un plato y que sabe más que Dios..., ¡no sabe ni hacer la ”o” —recalcando— con un canuto! Con decirte, que es tan analfabeta que don Cosme no la deja ni atender el teléfono… Eso sí, está más maciza que las que salen en las películas X del Canal Satélite Digital. ¿Tú tienes el Canal Satélite Digital? —Vito negó con la cabeza—. Yo lo tengo porque un yerno mío, el que está casado con la pequeña, porque tengo siete, ¿sabes?, tres varones, tres hembras y una tor..., ¡mira que salirme lesbiana! Yo le digo a mi jaca que eso es cosa del ADN de su familia, porque la única que se ha salvado es ella, ya que su hermana mayor es más puta que La Robot; sí; esa tía que cada tres minutos consigue la liberación, a la vez, de los espermatozoides de cinco salidos, ¡claro, todo hay que aclararlo!, son salidos debido a los dolores de cabeza de sus mujeres —Vito frunció el ceño—. Sí, sí, de cinco a la vez. Te voy a explicar cómo lo hace. No, mejor ponle alas a tu imaginación. Aunque tú con esa cara… Si un día quieres saberlo te pasas por aquí, me invitas a un trago, y te la presento —Vito respingó—. ¡A mi cuñada no, a La Robot! —el portero resopló, diciendo—: ¡Y mi cuñao!..., ¿dónde me dejas a mi cuñaito?; el más joven de los hermanos… ¡es el más maricón de España! Es conocido como El Sandía, porque cuando le… ¡ya sabes!, se pega pedos que suenan como el crujido de una sandía al partirla. ¿Tú no crees que llevo razón? —Vito había entrado en coma mental—. Con esos antecedentes… ¡he tenido suerte de que sólo me haya salido uno rana (salir rana: defraudar)!
El portero dio descanso a sus cuerdas vocales.
Ni las moscas interrumpieron el silencio que habitaba entre ellos.
—¡Ah, ya! –continuó el portero—. Esto ha salido por lo de mi yerno y el Canal Satélite Digital. ¡Pedazo de yerno! Es un manitas de la electrónica. Le das un trozo de alambre y una lata de sardinas y te fabrica un teléfono móvil, ¡jijijiji! No sé cómo un día me convenció para que me apuntara al Canal Satélite Digital pagando el mínimo. Después me alegré. Con cuarenta duros fabricó una tarjeta idéntica a la que venía con el aparato, ¿qué te crees?...; pues que veíamos todo gratis. A mí las películas no me van mucho, pero los partidos de fútbol, sobre todo los de mi equipo, me los cargo todos. ¿No conoces esa tarjeta? —Vito volvió a negar con la cabeza—. ¡Joder chaval, si es más conocida que la Rosa de Operación Triunfo! ¿Y todo esto a qué ha venido? —haciendo un gesto levantando la cabeza, le preguntó a Vito.
—A lo de las mujeres que salen en las películas X del Canal Satélite Digital —respondió.
—¡Es verdad!, y hablaba de la Marta, la secretaria de don Cosme, que por cierto tampoco se llama así. Un día me pidió que le sacara una fotocopia de su DNI, y le dije: “Yo le saco a usted lo que quiera”; ni se cortó, se echó a reír. Es de las que se comen lo que le des. Al leer el carné me quedé helado. ¿Cuánto le habrá pagado al matasanos (médico) que ha conseguido ponerla así? Aparenta unos veintisiete o veintiocho años, pero… ¡ya le está abriendo la puerta a los cincuenta! —esperó a que Vito dijera algo. Al no hacerlo continuó—: Eso no es todo; su nombre es Filomena. ¡Cómo para no cambiarse el nombrecito! ¡Pobre Godo! Creo que él sabe que su mujer torea en otra plaza. Y también lo saben los periodistas. Hace unos días el As (periódico deportivo) le dedicó una página entera. En la interviú no comentaron nada de ese tema, pero en una de las tres o cuatro fotos que le sacaron, salió con dos cuernos blancos en la frente. Al día siguiente explicaron que había sido un fallo en la impresión del periódico. ¡Qué cabroncetes son! ¡Desde entonces no marca un gol! Que, ¿cómo sé que la Marta torea fuera de su redil? Eran las nueve de la mañana de la víspera de Noche Buena; ese día en este edificio se trabaja sólo cuatro horas; fui, oficina por oficina, felicitando a los pocos que aparecieron a trabajar. Al ir a golpear en la puerta del despacho de don Cosme, oí el descorche de una botella de espumoso y pensé que ya habían empezado la fiestecilla que se suele hacer, ¡ya sabes!, las felicitaciones; sí, esos deseos que se dan cara a cara y con una sonrisa de oreja a oreja y por dentro te están maldiciendo. ¡Así son las navidades, trescientos sesenta y cuatro días puteándote, y un día para borrarlo todo!... ¡Hay que joderse! Me estoy enrollando; pues como te iba diciendo, al oír el descorche abrí la puerta sin llamar. ¡Vaya papelón! Los dos estaban desnudos. Don Cosme, de pie, con la botella levantada para que el chorro le cayera… Ella, de rodillas delante de él, bebiendo del chorrito que proyectaba el pirulí, ¡ya sabes!, el…, como si fuera una fuente de esas que ponen en los parques donde una estatuilla de un niño siempre está meando. ¿Tú crees que eso es decorativo? Para mí es una guarrada. ¡Ahora que caigo!, ¿por qué una estatua… o… un cuadro de un desnudo no está mal visto, y una foto de una tía buena en pelotas sí, eh, por qué? —la sonrisa de Vito contestó a su pregunta—. Sigo... En cuanto me vio la Filomena gritó, poniéndose a llorar como una magdalena. ¡Será camaleón, la tía! Y a don Cosme se le bajó más rápida que la Bolsa cuando a algún pez gordo le entra cagalera. “¡Por qué no ha llamado antes de entrar!”, me gritó don Cosme. ¿Ves? Otro que tengo agarrado por los… ¡ya sabes! Sin contestarle, me marché riendo. ¿Qué, chaval? —le preguntó a Vito.
—¿Qué le has sacado a don Cosme? —el único interés que tenía Vito era ocupar el tiempo de espera.
—Casi nada —tono apenado—. El tío tiene cinco gasolineras repartidas por la capital y la provincia. Una de ellas está cerca de mi casa...
Vito quiso demostrar su intuición:
—¡Ya!, te echan la gasolina gratis, ¿no?
—¡Te pasaste de listo¡ Yo no tengo ni carné, ni coche, pero sí echan allí toda mi familia. En total los diez que tienen coche. ¡Ah! Se me olvidaban las motos. Los empleados creen que somos familia de don Cosme. ¡Y hay más! Te voy a contar la última.
Vito no sabía ya cómo ponerse. Rezaba porque llegara la hora de subir.
—Ahora cuando subas, verás una puerta junto a la de Alea Jacta Est, ahí tiene el despacho la presidenta de la Asociación Internacional de Mujeres sin Clítoris —la cara de Vito había que verla—. ¡Sí, sí, sin clítoris!, pero no por la ablación (cortar, separar, quitar), ¡que eso sí que es un crimen! A lo que iba, pues que esa asociación es mentira; verás —el asombro en el rostro de Vito era inconmensurable (enorme, que por su gran magnitud no puede medirse)— por qué es mentira: mi amigo Ramón, que trabaja en una empresa de telefonía, me ha enseñado como oír, a través de esta centralita, las conversaciones de quien yo elija. El mismo día que me lo enseñó lo comprobé. Elegí su número de teléfono porque cada vez que la veo, toda la sangre se me va al mismo sitio, ¡ya sabes! Bajo mi experimentado punto de vista está que cruje. Tiene el mejor culo que he visto en mi vida. Cuando conseguí oírla, ¿a que no te imaginas con quién hablaba?
Vito levantó los hombros indicándole que no tenía ni idea y que estaba cansado de oírle siempre sobre lo mismo.
—Escúchame bien —continuó el portero—; la tía estaba hablando con otra que, por la forma de decir las guarreridas, seguro que era de una línea erótica de esas. No te cuento lo que se decían, porque me da vergüenza. ¡Cómo sería lo que se decían que a mí me da vergüenza contártelo! —recalcando—: ¡Sin clítoris! ¡Será falsa! —Vito estaba pasmado—. Chillaba más que una rata acorralada y un cerdo en la matanza, juntos. ¿No me preguntas qué gritaba? —Vito, por consideración, le insinuó que sí—. Gritaba: “¡Sigue, sigue, aunque me gaste el clítoris!”. ¡Qué te parece la presidenta de las “Sin clítoris”! Por eso también la tengo pillada. ¡Hay si pudiera enganchar a todos los teléfonos de Madrid! —exclamó vacilando.
Vito, volvió a mirar su reloj; pensando—: <<¡Han pasao cuarenta y cinco minutos! El pervertido este me va a amargar el día>> —aspiró profundamente. Muchos segundos tardó en contaminar de dióxido de carbono el ambiente. No pudo aguantar la pregunta—: ¿Sólo escuchas conversaciones soeces (soez: bajo, grosero, indigno, vil)?
—¡No, chaval! —hizo una pequeña pausa, entristeciéndose—. También he oído penas; un señor, del cual no te voy a decir el nombre, llama todos los meses a Alcor —ante la expresión de Vito de no conocer qué era Alcor, el portero le aclaró—: Sí, donde tienen conservados, a muy baja temperatura, a los muertos que esperan que descubran la solución para su cura… ¡y luego resucitarlos! ¡Tiene mandanga la cosa! Pues este hombre tiene allí a su hijo de diez años, bueno ahora tendrá quince. ¡Joder, te imaginas que lo revivan dentro de cien años? —Vito cerró los ojos—. ¿Ves?, ¡para que voy a oír tristezas!, no es mejor oír conversaciones cachondas, ¿eh?
—Que sepas los chismes de aquí lo puedo entender, pero… —el portero lo miró con extrañeza—, ¿cómo sabes que Dolores, la camarera, se ha acostado con todos los tíos que dice… o también pinchas su teléfono? —antes de terminar la pregunta ya se había arrepentido de hacerla.
—¡No…! —le gritaba, pero el ulular (dar gritos o alaridos) de la centralita le privó de la respuesta al atender la llamada—. ¡Buenos días, con quién desea hablar? —la voz del portero se deslizó, a lo bestia, por el sistema circulatorio de la centralita.
—…
—¡Huy!, perdone, no me percaté de que era una llamada interna —disculpa empalagosa—. ¡Ipso facto sube, señor, don Sanmiguel! Es que le he estado dando una clase de… ¡Será puto (necio, tonto)! —insultó a Sanmiguel por dejarlo con la palabra en la boca.
Vito tuvo que mirar hacia otro lado para no descubrir el parto de risa que tenía.
—Sube a firmar el contrato, que ya te ha reclamado el hijo de puta ese. Quinta planta y al salir del ascensor coges el pasillo de la derecha; cuando llegues al final sigues a la derecha; bajas una escalera de quince peldaños y vuelves a girar a la derecha; ya verás la placa de Alea en la puerta. Voy a beber agua —y le gritó—, ¡que de tanto darte clase sobre como hay que andar por la vida se me ha quedado la boca más seca que el chocho de una momia, ¡jejejeje!

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