12 enero 2007

 

CAPÍTULO XXVII (La coz de la lengua es más hiriente que la propinada con el pie - jibr).

Con parsimonioso caminar entró Dolo en el edificio de oficinas. Experimentó una extraña sensación, la misma de la que ella siempre se había burlado cuando oía que alguien la había experimentado. Ahora ella lo pudo comprobar al oír que le gritaba la puerta, las plantas, las paredes, el suelo, las lámparas, la mesa del jefe de conserjería, todo lo allí presente, incluido un enjambre de ácaros en suspensión: ¡Vito! ¡Vito! ¡Vito! Varios pasos aturdidos, y su olfato la obligó a detenerse. El órgano vomeronasal, o sexto sentido, de Dolo trabajaba a destajo oliendo los androstanos, o feromonas, de Vito como un perro a las de una perra en celo en la Luna.

—¡Buenas, señorita Dolores!
Ella reconoció el inesperado tonillo, aunque con procedencia lejana. Era lo que buscaba, pero se contrarió al interrumpirle la esnifada feromonosa de su añorado macho. Rápidamente se repuso de la contrariedad. Lo primero era lo primero.
—Buenas tardes —le respondió Dolo al acercársele el portero.
El allí “imprescindible”, pintó la más sibilina (misterioso, oscuro con apariencia de importante) sonrisa jamás expresada.
—Acabo de cobrar —le decía Dolo—, y vengo a invitarle a almorzar. Hoy tengo un día chungo... Necesito que alguien me acompañe…, y la primera persona que se me ha venido a la cabeza, es usted. Si cree que es una… —él la interrumpió.
—Nada, nada, nada, no diga nada más. Me viene… —baboso—, que ni yo mismo me lo creo. ¡Fíjese, pensaba almorzar solo!
—Me alegro de que acepte. Le espero en…
—¡En ningún sitio! —volvió a interrumpirla—. ¡Cómo va a esperarme sola en esa jungla de ahí! —señaló la puerta de la calle—. ¡Yo corto el descanso ahora mismo! —estaba exultante (muy, pero que muy alegre)—. No me va a pasar nada, ¡aquí el que corta el bacalao (el que manda) es el menda (el que habla)!
—No sabe usted lo que se lo agradezco —su voz se entonó como la de un siervo (esclavo. ciervo: animal) que ha recibido gratis la carta de su libertad.
—¡No se mueva de aquí! —se frotaba las manos—. En un periquete me pongo como usted se merece. ¡Elegante, o pensaba que la iba a acompañar al mejor restaurante de Madrid con la ropa de romano (de trabajo)?
—No me esperaba menos de usted —tragando saliva. Hablando sola mientras lo esperaba:
—Tendrá cara. No se conforma con que lo invite, sino que, además, con toda la poca vergüenza, me dice que sea en el mejor restaurante. Se va a cagar el ávido (ansioso, codicioso) este.
—¡Ale hop! (exclamación circense) —cantó el portero al regresar.
Dolo no se heló sólo por la repentina presentación adornada con aspaviento, sino porque él mismo, involuntariamente, se zancadilleó, recorriendo a trompicones, haciendo zigzag hasta que la pared lo detuvo. Para no estropear la buena disposición del ahora espantapájaros, ella atornilló con sus blanquísimos dientes la punta de su carnosa y rosada sinhueso (lengua).
—No se esfuerce —decía al ver la cara que puso Dolo— pensando en un piropo, que no existe ninguno que pueda definir mi elegante porte —fardando (presumiendo).
A Dolo se le cayeron los párpados; pensando:
—<"¡Toma ya, Dolo! ¿Serás lo suficientemente cerebral para aguantar a este capullo? Si quieres que te satisfaga tu tórrida (muy ardiente) necesidad, no te queda más remedio que entrar por el aro (aceptar algo contra voluntad). Tengo que ser fuerte>>. Diciéndole:
—Tiene toda la razón, no hay piropo que lo pueda definir. Mejor nos marchamos ya, ¿no le parece?
—Señorita, póngase a mi izquierda —caminaba pavoneándose.
Dolo tenía trabajo para sus pensamientos:
—<"Éste no es que sea presumido, éste lo que es tonto perdido. No se dará cuenta de que va haciendo el ridículo. ¡Que no me encuentre con alguien conocido! Tanta gomina le ha formado más rayas brillantes en la cabeza que las que se esnifan (esnifar: Aspirar cocaína u otra droga en polvo por la nariz) toda una comuna yonki (toxicómanos que consumen drogas duras). No sé para qué se ha puesto tanta, si no tiene pelo. ¡Ja! Y ahora se pone las gafas de sol sobre el pelo todo pegajoso, cuando quiera quitárselas va a tener que llamar a un indio apache para que le corte la cabellera. ¡Hala! ¡Qué gafas! —al ponérselas—. Cómo puede ver con este día tan nublado y oscuro. Seguro que tropezará. Mira que son morrallas las gafitas: cristales ámbar y más grandes que los que acostumbraba a llevar don Antonio Díaz Miguel (entrenador y seleccionador de baloncesto) que en paz descanse. ¡Toma ya! Las punteras de los zapatos son más finas que las agujas de coser. Es imposible que tenga los dedos ahí metidos. Seguro que los tiene amputados. Llama más la atención que una streaker (exhibicionista: tendencia enfermiza a mostrar los propios órganos sexuales) en un cónclave (reunión de cardenales) en el Vaticano. Con la ropa de romano, como él dice, pasaría más desapercibido>>.
—¡Vaya, ahora se pone a llover! —exclamó Dolo por romper el silencio al que estaban suscritos.
—A mí me gusta pasear bajo la lluvia, ¿a usted?
—A mí… —estuvo a punto de responderle que, con cualquiera, menos con él—. Prefiero ir en coche. Espéreme aquí si le gusta mojarse, mientras voy a por el coche.
—¡Si esto son cuatro gotas de nada! —con chulería—. De aquí no me moveré.
Aguantó allí estoicamente (indiferencia por el placer o el dolor) los primeros quince minutos. Los otros quince los pasó intentando cubrirse la cabeza con las manos, mientras mascullaba (hablar entre dientes, o pronunciar mal las palabras, hasta el punto de que con dificultad puedan entenderse):
—¡Joder, con la niña esta! Una cosa es decirle que no me importa mojarme, y otra que me estoy empapando. ¿Dónde habrá ido a por el coche? ¡Todas son iguales! —no dejaba de mirar para un lado y otro—. Aunque con el interés que tiene en comer conmigo es porque ha visto en mí a todo un macho y quiere probarme —jugaba con la lengua entre los labios—. Seguro que se está perfumando el coño. ¡Si a mí me da igual!
Un soplo de trombón cocheril, a su lado, casi lo descuajaringa del susto.
Dolo, sin salirse del Mini, le abrió la puerta. Al verlo chorreando se sonrió con malicia:
—<"La chulería le va a costar una pulmonía de aúpa>>.
—Ya tenía yo ganas de montarme en este coche. Desde fuera parece tan pequeño como el coche de la Barbie (muñeca de juguete), pero engaña.
—¡Qué gracioso es usted! —pensando: <"Reconozco que ha tenido gracia>>.
—¡Bah, no es para tanto! Sí que es amplio por dentro, más que la furgoneta... ¡Joder, no me acuerdo de la marca! Una que tiene mi yerno —mirándola de reojo y aprovechando para desnudarla con la mirada, lo que le subió la temperatura mental—: <"¡Joder! Ha tardado tanto tiempo porque se ha ido a cambiar. ¡Está para comérsela! ¡Qué tarde me espera!>>.
—Es muy cómodo para circular por ciudad —le dijo ella por decir algo. Movía la cabeza sutilmente; pensando—: <"Cómo puede vestir tan mal, ni los yanquis (de los Estados Unidos de América) que son los que peores visten, lo superan>>.
—¡Y vacilón! —exclamó mirando con descaro los muslos de Dolo, que el vestido color rosa-palo dejaba al descubierto—. <"Hasta las ojeras que tiene hoy le favorecen. A ver si tengo suerte, la harto de tinto y mojo en este yogur natural azucarado. Azucarado y bien azucarado, porque dulce sí que es la piba (chiquilla). ¡Qué piernas, madre! Cuando se quite el chalequito blanco podré verle bien esas tetitas… Corro el riesgo, si lo consigo, de tener que retirarme definitivamente del kiki (fornicar) porque después de probar su mejillón, no me va a gustar ningún otro>>.
El silencio reinante en el coche hizo pensar a Dolo:
—<"¿Qué estará pensado el truhan (truhán o truhán.- Dicho de una persona: Sin vergüenza, que vive de engaños y estafa ) este?>>.
—Qué callado está —le dijo, Dolo, aguantando la risa, porque, con el agua de la lluvia, la gomina le caía sobre los hombros formando transparentes conos pequeñajos.
—En este momento estaba pensando en mi señora —sonriendo entre dientes.
Dolo entró en incredulidad mental:
—<"Con esa sonrisa morbosa que tiene, esperará que me crea que pensaba en su mujer. No ha dejado de desnudarme desde que se montó. Tiene la cara más dura que las de las esculturas de Fernando Botero (pintor-escultor colombiano)>>. Diciéndole:
—¡Llegamos!
Dolo salió del coche. Él la imitó. Ella le entregó las llaves al aparca-coches. El trápala (en Huelva: vividor y pícaro) alucinaba.
—¡Si éste es el restaurante más caro de Madrid! –sorprendido—. ¿Seguro que me va a invitar aquí?
Dolo se lo pensó antes de responderle una barbaridad; pensando:
—<"Dolo, dale coba, que cuanto antes cumplas con él, antes lo olvidarás>> —diciéndole para que se sintiera alagado:
—Cuando invito a alguien —por su boca no salían palabras, sino cañonazos de vaselina pura—, lo hago a lo grande, y usted se merece esto y mucho más. Siempre me ha caído muy bien —había endulzado la vaselina para realizar un inigualable engatusamiento.
La cara del trápala absorbió el mayor arrebol (color rojo) producido por el Sol.
Dolo entró en arrepentimiento:
—<"Nunca he sido tan falsa. Perdóname madre, que tú sabes que lo hago por un buen fin. Vito pronto te lo explicaré y espero que lo comprendas>>.
—Me han dicho —decía el portero casi tartamudeando por los nervios— que aquí la botella de vino más barata cuesta más que lo que yo gano en varios meses.
—¿Se va a preocupar por eso? ¡No le he dicho que pago yo! Nosotros a comer y beber bien, que un día es un día.
—¿Cuánto le pagan en la cafetería! —le salió la vena lista.
—No es de profesional decir el sueldo de cada uno —resopló—. Vamos a divertirnos que ya lo pagaré hoy o cuando sea. ¿No estamos bien juntos?
—¡Sí, sí, lo que usted mande, señorita Dolores! —exclamó y pensó—: <"¡Estás tonto! ¡A ti qué más te da cuanto gana y cómo pague la comida! Otra metedura de pata y pierdes el polvo de tu vida. ¡No ves que va lanzada a lo que tú le pidas! Ha dicho que a beber bien. Qué suerte cogerla salida (que siente gran deseo sexual). Ahora sí que estoy seguro de que voy a mojar (acto sexual)>>.
Dolo, con mucho sigilo, abandonó al portero para acercarse a hablar con el maître.
El portero se extrañó al verla:
—<"Seguro que le está pidiendo trabajo. Con el sueldo que le pagan allí, esta no puede pagar todo lo que me voy a zampar aquí>>.
La mente del trápala, que continuaba de pie, no digería el aliño de alucinaciones que estaba sufriendo. Inesperadamente los gases comenzaron a jugarle una mala pasada, llevándolo a moverse inquietamente sobre la misma loza que ocupó al entrar.
—¿Dónde prefiere que nos sentemos? —le preguntó Dolo al regresar.
—Allí —con determinación marcó con el dedo índice una de las mesas.
Ni Dolo ni el maître tuvieron duda de que, la elección la había hecho con premeditación y alevosía. No se equivocaron.
La prueba ahora:
—<"Desde que entré le eché el ojo a esa mesa. Es la que está más escondida de todas. Así podré hablarle con total libertad. Con suerte hasta podré meterle mano. ¡Huy, huy, huy me lo estoy imaginando! Mi mano…>>.
—Buen sitio ha elegido, sí señor. Tendremos toda la privacidad que necesitamos. Vamos para allá —con decisión.
Las palabras de Dolo acabaron con el viaje erótico del portero, pero lo elevó a la gloria:
—<"¡Joder, joder, pensé que no le gustaría. Está claro que quiere que le meta mano cuanto antes. ¡Fuuuuhhhhh!>>.
El portero adelantó a Dolo, siguiendo al maître.
—<"Pues sí —pensaba Dolo— que es galante el truhán (malicioso, astuto, sinvergüenza) este. Ni que le fueran a quitar la mesa>>.
Fue el primero en sentarse. Estaba tan ansioso que miró a Dolo haciéndole gestos para que pidiera cuanto antes.
—Para empezar un buen vino —dijo Dolo al maître.
—¿Blanco, tinto, rosado…? —preguntó.
—Yo prefiero tinto —dijo Dolo—. Si usted…
—¡Yo también! —no esperó a que ella terminara la frase.
El jefe de conserjería era incapaz de articular palabra para pedir. Por mucho que leía y releía la carta, no entendía ni papa. Entre el sumiller con el ritual del vino, el camarero que llegó con entrantes de cortesía, y la carta, donde veía más números que letras, al truhán se le subió la tensión por las nubes. Con nervioso gesto le indicó a Dolo que eligiera ella.
—Si así lo prefiere… De acuerdo, pediré yo —sin leer la carta—: gambas blancas de Huelva —al decirlo no pudo eludir pensar:
—<"¿Quién me lo iba a decir? Toda mi vida comiendo esas gambas y me enamoro de un...>>. Preguntando:
—¿Cuál es el gentilicio de Huelva?
La inesperada, incomprensible, extraña y desubicada pregunta fundió los fusibles de los dos oyentes, que se miraron desconcertados.
—¿Qué ocurre? —Dolo no comprendió la reacción—. ¿De qué se extrañan? ¿Lo saben o no lo saben?
El maître y el trápala continuaban sin asimilar la pregunta. Dolo se unió al estado mental en el que vivían los dos, al oír lo que, con voz perdida, dijo el camarero que acababa de dejar las piezas de pan:
—¡Onubenses!
—Gracias, muy amable —dijo ella.
Dolo abrió la carta simulando que leía:
—<"Pues eso, que me he enamorado de un onubense. ¿Dónde estará en este momento? Dolo, olvídalo por ahora. Concéntrate sólo en satisfacer, cuanto antes, al golfo de tu invitado. Pide de una vez>>.
El maître no le quitaba ojo a Dolo.
El trápala daba un concierto de percusión (instrumentos cuyo sonido se obtiene al ser golpeado) con las uñas de los dedos de las manos sobre la mesa, que acompañó, al levantar disimuladamente la nalga izquierda de la silla, con un concierto de aire perfumado.
—Tome nota —dijo Dolo al maître, que tomó postura para escribir—. A ver…:
-Las gambas blancas de Huelva.
-Caviar iraní.
-Ostras gallegas.
-Terrina de hígado de oca a la geleé de oloroso.
-Ensalada verde de bogavante con nueces.
-Tuétano con patata, foie y salsa champagne.
-Costillar de cordero pascual con su guarnición.
El costillar es para el señor. Para mí el tuétano.

—Gracias, señorita Do… do_donde esté un buen acompañante… —el maître estuvo a punto de descubrir que conocía a Dolo, pero salió del atolladero (situación de difícil salida) con profesionalidad—. ¡Buen provecho! —corrió de allí.
—Hasta el camarero se ha dado cuenta de mi elegancia. ¡Con la planta que tengo, cualquiera no se fija en mí! ¡Donde hay clase!
—Espero que le guste lo que he pedido. <"No puede —pensaba Dolo— existir nadie en el planeta que sea más engreído y tonto y ciego que este regalito que yo me he hecho>>.
El portero a todo decía que sí con la cabeza, pensando: <"Está claro que no se lo voy a contar a mi parienta, pero si pudiera contárselo no se lo creería>>.
Con las gambas y el caviar dejaron la botella de “Vega Sicilia Único Reserva especial” (denominación de origen D.O.: Ribera del Duero. Bodegas Vega Sicilia – Valvuena del Duero – Valladolid) más que exprimida.
El portero lanzó a Dolo una sonrisa para distraerla del follón (ventosidad sin ruido) que se había pegado.
Dolo le correspondió sólo con la sonrisa.
El portero estaba como un cochino en un charco.
Volvió el sumiller con otra botella. Al verla el portero se frotó las manos por debajo de la mesa, pensando:
—<"¡Madre mía, otra! Ésta, bebiendo a mi ritmo, cae antes de lo previsto. La diré que me enseñe su casa, allí es donde se lleva a todos los catetos que se liga en la cafetería, y ¡bingo! Dolo, al catar el vino, olió a podrido, poniendo un gesto de asco —al sumiller se le cambió la cara—. Después de tragarse el buchito de la cata, con un sensual gesto, indicó, al sumiller, que estaba en su punto. Miraba al portero sorprendida de cómo pecaba de gula (apetito desordenado de comer y beber).
Media hora después sin diálogo entre ellos, Dolo pensaba:
—<"Después de haberse rumiado casi todos los entrantes y la segunda botella, este depredador no podrá con el “costillar” que le he pedido. Mucho vacilar (con humor e ironía) y es más guarro que La Potito (que entró una mosca en su casa y salió vomitando –Comparación popular andaluza); ¡ni se acuerda de que tiene una servilleta para limpiarse la boca! ¡Y los pedos que se está tirando el guarro! —gesto de repugnancia—. ¡Se creerá que soy tonta! ¡Dolo, a lo tuyo! —se recriminó—. En cuanto rechace el “costillar”, aprovecho para comenzar mi trabajo>>.
El sumiller les dejó la tercera botella de “Vega Sicilia”.
Dolo se equivocó de todas todas. En cuanto el costillar de cordero se posó delante del portero, le metió mano. No paró hasta dejar los huesos más limpios que los de una canina (esqueleto).
Dolo no se lo podía creer:
—<"¡Cómo rumia el condenao! ¡Tiene más hambre que el gato de “Fray Escoba”! (San Martín de Porres. Fraile mulato. Encargado de barrer el convento. Protegía a los ratones). ¡Come, come, y bebe, y bebe, que de ésta no te libras!>>.

El famélico (hambriento) se atragantó en el lijado dental a la última chuleta. Rápidamente bebió de un trago el último rescoldo (resto) de la copa. Cruzando agitadamente los antebrazos, con la palma de las manos abiertas, indicó que ya no quería nada más, para luego mirar disimuladamente hacia arriba, vaciando los hinchados carrillos con un mudo y lentísimo eructo, provocando que la alcachofa contra incendio, que lo recibió de lleno, llorara dejando caer dos lágrimas que manchó el mantel de la mesa. El eructo era puro fuego.
Tanto Dolo como el camarero que llegaba, hicieron un gesto de nauseabundo (repugnancia, asco grande) ante tan perfumada fumigación. El camarero dejó, casi al vuelo, la carta de postres, saliendo a la calle para tomar aire fresco.
Mientras los dos leían la carta de postres, pensaban:
Dolo: <"¡Es repugnante! Me gustaría saber qué ve su mujer en este asqueroso>>.
El portero: <"¡Hostia, cómo he comido! Y a ésta ya la tengo en el bote. Mírala, está pensando comerme a mí de postre. ¡Qué postre te voy a dar! ¡Te vas a chupar…!>>.
—¿Qué postre desean? —preguntó el camarero, que aún mantenía la cabeza ladeada para separar al máximo su nariz de él.
—Yo no quiero —respondió el truhán, que al fin se limpió la boca con la servilleta.
—Yo… “Suizo de chocolates y pistacho” —dijo ella.
—Sí, sí, yo también quiero eso —con voz caprichosa.
—Pensándolo bien… —decía Dolo—, ¡un café solo! No quiero postre. Estoy muy satisfecha.
—Sí, sí, yo también quiero sólo el café solo —respondió como el mejor profesional en “culito veo, culito quiero”.
—Espero que haya comido bien —le dijo Dolo, al retirarse el camarero.
—¡Muy bien! Bueno, bien —dejando caer la voz—. ¡Vamos, no vaya a creer que yo no estoy acostumbrado a comer en estos sitios!
Dolo se mordió la lengua, pensando:
—<"¡Será chulo barato! Voy a contar hasta cien antes de comenzar la faena>>.
El tío, con la uña del dedo meñique, luchaba a brazo partido contra un trozo de carne entre las paletas sarrosas (sarro: sustancia amarillenta, más o menos oscura y de naturaleza calcárea, que se adhiere al esmalte de los dientes).
Dolo no tuvo más remedio que mirar para otro sitio: <"¡Hala! Guarro es poco. Qué asco de tío. Por fin lo consiguió>>.
El portero resopló, lanzando la hebra (fibra de la carne) liberada, de sus amarillentos piños (dientes) hacia el techo como si estuviera lanzando una canica.
Dolo continuaba en lo suyo:
—<"Me cuentan que existe una persona así y no me lo creo. Es repugnante. Y a ti qué más te da. Venga Dolo, empieza ya tu trabajo. Estás tardando tanto que parece que te está gustando su compañía>>.
Ella carraspeó para decir:
—Le he estado observando y pienso que es usted todo un macho español. Así me gustan a mí los hombres —tragó saliva—: elegantes, varoniles, galantes, educados, y no los niñatos de ahora —le dijo mirándolo fijamente a los ojos.
El portero no se lo creía. Un volcán erupcionó en su interior. No pudiendo mantenerle la mirada, bajó la cabeza, frotándose las manos bajo la mesa. Le fue imposible no darle libertad al coco:
—<"Cómo le he gustado. ¡Si ya lo digo yo!, donde se ponga este cuerpazo de macho semental que se quiten los niños esos marcando musculitos. Muchos levantan pesas, pero no levantan lo que tienen que levantar, por eso una peazo tía como ésta me busca a mí. Visto el resultado se me está ocurriendo poner una academia para que esos medio afeminados sepan desfogar (dar salida al fuego) a estas criaturas hambrientas de hombres de pata negra>>.
Dolo se preocupó al no obtener ninguna reacción de él, pensando si sólo sería un bocazas. Su rictus mostraba un fracaso total. Todo se le iba al traste.
—Ya sabía yo —por fin habló el muchacho— que usted era inteligente. ¡Sí, señor! Sabe cuando algo está bueno sin probarlo —respondió sin levantar la cabeza, sonriéndose lascivamente (inclinación al apetito y deseo de placeres deshonestos).
Dolo resopló disimuladamente:
—<"¡Ya me extrañaba a mí! Qué mal rato he pasado. Tengo que seguir el guión>>. Diciéndole:
—¿Cómo le va con su señora? —comenzó la avanzadilla.
La pregunta descolocó mentalmente al trápala. Como también quería seguir su guión, respondió:
—Me va muy bien, ¡gracias a mi arte! —vacilando.
—¿Ha dicho arte? —para sonsacarle (sonsacar: procurar con maña que alguien diga o descubra lo que sabe y reserva) mejor.
—Sí. En casa la dejo que mande ella. Soy más obediente que un niño el día de su primera comunión ¡jajajajaja! Que hay que fregar, friego; que hay que lavar, lavo; que hay que planchar, plancho; que hay que ir a las rebajas, pues voy sin rechistar. Con ese comportamiento siempre la tengo contenta y dispuesta para todo lo que yo quiera. Como por ejemplo: Ir al fútbol, al bar con mis amigos…, pero, eso sí, nunca he llegado tarde a casa. Como si temprano no pudiera hacer las mismas cosas que de madrugada... Si supiera mis batallitas, me mataría. Un hombre inteligente como yo tiene que tener dos personalidades, una en casa y otra fuera. Si todos hicieran como yo, no existiría el divorcio —con descarado pavoneo.
—¿Nunca han discutido?
—¡Nunca! —respondió con firmeza ofendida—. Si quiere discutir le doy la razón y se tiene que callar. Luego le pido perdón, le doy un beso, y, no falla nunca, lo hacemos donde nos coja ¡jajajaja!
—Y… —le dio morbosidad para provocarlo al máximo y diera rienda suelta a su podrida mente—, ¡claro, si quiere contármelo!, ¿qué lugar ha sido el más inverosímil (que no tiene apariencia de verdad) que ha tenido el privilegio de ser testigo de tanta potencia varonil?
El truhán se movía inquieto en la silla. Se rascaba la sien, mientras pensaba:
—<"¡Cómo está! Ésta quiere el precalentamiento aquí mismo. ¡Dale caña!>>. Contestándole:
—El más… —buscaba las palabras en el techo—. Ya lo tengo… —miró a Dolo, humedeciéndose el labio superior con la punta de la lengua.
Dolo apretó sus labios, para excitarlo más.
—… Pasó el cinco de enero de este año. Hacía más frío que en el Polo Norte. Ni con el abrigo se podía aguantar. Estábamos viendo la Cabalgata de los Reyes Magos. La carroza de Melchor se averió al llegar a nuestra altura. Había pasado media hora y todo el mundo seguía con la esperanza de que consiguieran arreglarla. Después de tanto tiempo de pie y helado hasta los huesos, mis riñones me boqueaban la espalda. Le dije a mi mujercita, que es una fanática de las procesiones, cabalgatas, pasacalles, etc., que nos marcháramos y, claro, me contestó que, ¡nanay! Yo insistía. Ella se cabreó, regañándome con que nunca podía ver nada. Como no era cierto, nos enzarzamos en una discusión. En cuanto pasaron cinco minutos sin hablarnos, le rogué, con cara de tonto, que me perdonara, y ella, que me estaba dando la espalda, culeó mis partes. Yo la abracé por debajo de las tetas ¡huy perdón! —con el viaje vino que tragó se le estaba calentando la boca; comenzando a hacer la exposición—: Estábamos apretadísimos, mucho más cuando el Melchor, para que nadie se marchara mientras reparaban la carroza, comenzó a tirar caramelos. Cada vez que ella se agachaba a cogerlos, yo le ponía un rabo ¡jijijiji! (dar, una persona vestida, con los genitales en el trasero de otra). Entonces me miró y me dijo:
“Espera que ahora vuelvo”.
—La vi entrar en un bar que estaba detrás de nosotros. Al regresar, no me lo podía creer. Se había puesto el abrigo al revés, ¿me entiende?, abrochado por detrás. Se acercó y me dijo al oído:
“Me he quitado la falda y las bragas. Hazlo por entre los botones”.
—Me quedé pasmao. Se aplastó contra mí. Me desabroché el abrigo para disimular que la quería abrigar. El chal (paño de seda o lana, mucho más largo que ancho, y que, puesto en los hombros, sirve a las mujeres como abrigo o adorno) que llevaba lo pasó por mi cintura, aguantándolo por delante de la suya, para que no pudieran ver nada. Aprovechando el jaleo de otra catapulta (máquina militar antigua para arrojar piedras) de caramelos, y justo en el momento que se marchaba Melchor… —hizo una pausa para darle más emoción—, ¡clá! Nos movíamos al son de una de las bandas de música que iban en la cabalgata. Seguimos así con el rey Gaspar y, por supuesto, con Baltasar —de vez en cuando hacía una pausa, mirando a Dolo con los ojos entornados, para hacerle creer que tenía que esforzarse para recordarlo—. Con los redobles de palillos, de la última banda de música, finalizó el, nunca mejor dicho, casquete mago. Se imagina a los niños agachados cogiendo caramelos y nosotros enchufaos ¡jijijiji! —con risita repugnante.
Dos motivos hicieron estremecerse a Dolo: Uno, porque la entristeció al recordar la escena con Vito en su apartamento cuando él la rechazó. Otro, porque, oyendo a tan ilustre fantoche (farolero) tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para no chafar la elocuente morbosidad (reacciones morales insanas) que estaba consiguiendo. Por ahora todo le estaba saliendo a pedir de boca.
—¡Ja! —con sarcasmo (burla, ironía)—, y cuando se despertó tenía metida la mano en la escupidera, ¿no?
—¡Que lo he soñado! —se ofendió—. Pregúntele a mi mujer. No, no, no, porque entonces sabrá que lo he contado y me despellejará vivo, ¡peor!, si descubre que se lo he contado a una chavalita que además de guapísima está buenísima. No le he dicho que es muy celosa. Estoy seguro de que si nos viera ahora mismo, me mata. Sí, sí, es de las que, por una tontería de ésta, matan de verdad. No quiero pensar que nos cogiera después en su casa dale que te pego. Por favor, ni en broma me diga que se lo va a contar a mi mujer.
Dolo se alegró de la sincera confesión.
—Pero, ¡por dios santo!, cómo le voy a contar a su queridísima esposa que hemos estado en mi apartamento dale que te pego, ¡yo tengo sentido común!, y además no me gustaría que sólo fuera una vez.
El sudor, al portero, le estaba limpiando la cara de la grasa sebosa que la cubría.
Ella continuó dándole caña:
—Es usted un artista del sexo…
Las patas de la silla que soportaban al portero herían las baldosas que rechinaban a cada movimiento nervioso y a destajo (sin parar) que le provocaba su imaginación erótica.
—…, ¡sin duda!, y seguro que tiene infinidad de historias como ésta. Cuénteme una de ésas que levantan el polvo ¡ya sabe! —manipulación que superó a la de la serpiente con Eva, bajo el manzano del Paraíso.
—¡Jejejejeje! —baboso perdido—. No soy ningún semental… —se puso modestillo—. Aunque pensándolo bien… —se mordió la punta de la lengua; prosiguiendo—: Sí, tengo algunas de ésas que me pide —contestó con la indiferencia de no darle importancia al tema. Se bebió el café de un solo trago—. ¿Antes puedo pedir una copita?
—Faltaría más —no quería que se arrepintiera e hizo rápidas indicaciones llamando al camarero. Que llegó volando—. Yo no quiero —dijo ella—. A usted, ¿qué le apetece beber?
—Un... —con postura de interesante, hizo creer que se lo estaba pensando. Pero lo que pensaba era:
—<"Ya que ésta está dispuesta a gastarse un pastón conmigo, me voy a aprovechar. Luego le pagaré con un buen trabajito>>.
—… Un “Chivas Regal” de doce añitos, sin hielo ni agua, para no estropearlo —presumió vanidosamente, como si fuera su marca habitual, mirando a Dolo, mientras se pavoneaba sobre la silla.
Dolo le dio vaselina para que se encontrara más a gusto:
—Se nota que sabe de esto, ¡sí, señor!
Por el halago, la obsequió con un clamoroso vahear (echar de sí vaho) de su perfume made in digestión sobrepasada en grasa y alcohol.
El camarero, ante tan fuerte perfume, le servía el “Chivas” mirando al tendido y aguantando la respiración, cortando el chorro etílico al llegar el nivel a medio vaso.
Dolo le ordenó al camarero, moviendo insistentemente el dedo índice, que continuara echando hasta llenarlo.
El vaso más grande que un lebrillo (vasija de barro, más ancha por el borde que por el fondo, usada para lavar) contenía más güisqui que el océano Atlántico agua.
—Dolores —decía el portero, con insinuación provocadora—, ¡una copita no le vendrá mal!
—Tiene razón. Me tomaré… ¡Beefeater con Coca-Cola!
El portero dio un buche al güisqui, lo paladeó y echando la cabeza hacia atrás, hizo gárgaras.
Dolo no pudo evitar poner cara de asco:
—<"Qué guarradas le faltarán todavía por hacer al zafio (grosero o tosco en sus modales o falta de tacto en su comportamiento) este>>.
—Es la única manera de disfrutar del buqué (aroma o sabor particular de un vino o licor) de este maravilloso caldo —justificó su acción.
—¡Ya! Es usted una caja de sorpresas. Cuénteme la otra bat…, ¡la otra experiencia sexual!
El príncipe de las buenas maneras bebió dos buches seguidos del güisqui; entre el primero y el segundo, eructó empañando el vaso, y todavía no le había humedecido el estómago el segundo, cuando, haciendo una mala imitación de la escultura de “El Pensador” (de Rodin: Escultor francés) se tiró un pedo afónico pero con esencia de huevos podridos. Entre tanto pensaba:
—<"Será calienta pollas, la tía. Nada más que quiere que le hable de mis corridas coñonales. Ésta no me conoce a mí en faena. Con la que le voy a contar se va a poner más caliente que la sauna (baño de calor, a muy alta temperatura…) que está en el Infierno. ¡De aquí a su casa…, y oreja y rabo! Empecemos a subir la temperatura>>. Diciéndole a Dolo:
—Le doy mi palabra de que lo que le he contado y lo que le voy a contar ahora es verídico —remarcando sus palabras con el dedo índice levantado.
—Y —le confirmaba Dolo— yo le juro que me creo todo lo que usted me cuente. Yo sé cuando un hombre es todo un hombre, y para mí usted es un pedazo de hombre. Ya me gustaría a mí que me hicieran lo de la Cabalgata de Reyes —le enchufó más voltios que los que producen todas las centrales eléctricas, juntas.
—Voy a pedir otro —le dijo antes de beberse el que todavía le quedaba—. Necesito combustible para contarle lo que le voy a contar.
—Eso está hecho —Dolo indicó al camarero que le llenara otra vez el tanque.
El portero esperó que le pusieran el güisqui, para continuar. El primer trago hizo estragos (hacer estragos: provocar una fuerte atracción o una gran admiración entre un grupo de personas).
—¡Esto es un fraude! ¡A mí, a mí me van a engañar! Este güisqui no es “Chivas”. Seguro que ha rellenado la botella con uno de garrafón.
Dolo y el camarero, al oírlo, se quedaron de piedra.
—¿Cómo dice? —preguntó Dolo muy violentada (violentar: poner a alguien en una situación violenta o hacer que se moleste o enoje).
—¡Es broma! ¡Jajajajaja! —comenzaba a ser un grasioso esaborio y pesao borrachín, de tabernucha barata.
Dolo pensó que si seguía bebiendo tanto entraría en un coma etílico, yéndosele al carajo todo por lo que estaba luchando. Le retiró el vaso y bebió un buen trago. Tosió repetidas veces, para calmar la quemazón de su aparato digestivo. Para ella, que había tragado ácido.
—¡Pillina! —descontrolado—. Tú bebes de mi vaso para conocer mis secretos. Pues ahora no te cuento nada más —le dijo, con los ojos más brillantes que una luciérnaga (insecto fosforescente) ebria.
—¡No, por favor! —juntó las manos como si rezara—. Eso es sólo una superstición (propensión, causada por temor o ignorancia, a atribuir carácter sobrenatural u oculto a determinados acontecimientos); y pensaba—: <"¡Que no cambie de tema, Virgencita, que no cambie de tema!>> —diciéndole sobre la marcha—: Lo he hecho para demostrarle que me encuentro muy bien con usted.
—¿De veras? —le preguntó, con cara de salido incontrolado—. Pues… —le costaba hablar—, ¡no me lo creo! —le dio otro buche al güisqui.
Dolo se vio perdida:
—<"La situación se está poniendo fea. Algo le ha molestado. Esto tiene que terminar cuanto antes. Iré al grano>> —respiró hondo y lo miró fijamente, a la vez que dándose un pellizco en el escote lo movía como para que se aireara su pecho; dejándose ver, a conciencia, casi toda la delantera. Cuando sintió la mirada del portero en sus senos, le dijo:
—Sí, de veras. Si no por qué creer que le he buscado, ¡con lo que eso supone a una mujer! —se oyó una pausa—. Ahora, si es que no le gusto, no pasa nada, pago sobre la marcha y nos marchamos —suplicaba que no le cogiera la palabra—. Aunque yo nunca me olvidaré del ridículo que he hecho.
El trápala se tomó un tiempo.
Dolo apretaba los dientes maldiciendo el fracaso.
El zafio, con la cogorza por blasón (honor) se tragó otro pelotazo, con tantas ganas que el güisqui se le salía por la comisura (donde se unen los labios) de los labios. Su calenturienta mente reaccionó:
—¡Pues va a ser que no! —mientras pensaba—: <"Le contaré el mejor que tengo. ¡Si ya está deseando que me la tire! Cuando termine la historia, seguro que me lo pide en el coche. Será difícil en ese coche, pero me las arreglaré>>.
—¿Qué? —desconcertada.
—Que no ha hecho el ridículo —otro trago de güisqui.
—Entonces, antes de marcharnos —ilusionada—, ¿me va a contar otra…?
—¡Pues va a ser que no! —regando toda la mesa de güisqui pulverizado.
Dolo levantó la mano para pedir la cuenta.
—Que sí, que va a ser que sí —limpiándose la boca con el anverso de la mano derecha.
—¿Entonces…? —no se atrevía a preguntárselo de nuevo.
—Ésta, es una de ellas —en plan vacilón—. Creo que es la más representativa del arte que tengo para llevar estos temas. Si se enterara un día mi mujer, saldría en los telediarios —dio otro trago—. Está bueno de verdad —carraspeó, comenzando el relato—. Desde hace cinco años tengo el mejor rollo de mi vida.
—¿Cómo dice? No le he oído.
—Que... —miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca que lo pudiera oír—. Que desde hace cinco años, la hermana de mi mujer y yo, estamos enrollaos ¡ya sabe! —lo acompañó con movimientos manuales—. Eso… que nos acostamos juntos. ¡Vamos que me la estoy follando! —miraba a un lado y a otro—. Unas…
Dolo lo interrumpió:
—¿Con su cuñada?
—Sí. Unas veces en su casa y otras en la mía.
—¿Cómo se llama? ¿No se llamará Mabel?
El truhán, se descolocó:
—No. Se llama Maruja. ¿Por qué?
—No es que me interese, pero no sé por qué he tenido un presentimiento. Luego le cuento. Continúe.
—Hace una semana no hubo, en mi casa, un doble asesinato por los pelos. Acabábamos de terminar cuando mi cuñada se levantó para vestirse; momento en el que oímos llegar a mi parienta. Se me pusieron los huevos de corbata, entrándome un ahogo que me moría. ¡Qué arte! Ya verá. Rápidamente me metí en el váter. Mi cuñada tuvo la gran idea de ponerse a buscar un vestido en el ropero empotrado que hay en nuestra habitación. Entró mi mujer y la vio en sujetador, pero sin bragas. Nunca las utiliza. Dice que le excita tenerlo aireado. ¡Qué caliente es! Mi mujer le preguntó:
“¿Qué haces desnuda en mi habitación?”.
—La inteligente de mi cuñada, porque es más inteligente que el Isten ese (Einstein: físico alemán nacionalizado norteamericano, premiado con un Nobel, por ser el autor de la teoría de la relatividad) le dijo con la mayor tranquilidad:
“Hermana ¿dónde tienes el vestido rojo que te pusiste estas navidades?, que quiero impresionar, esta noche, al soso (inexpresivo) de mi mario, a ver si con él se fija en mí”.
—Mi mujer –continuó el portero —mordió el anzuelo. Con ese torrente de voz de arrabalera (de porte y lenguaje grosero) que tiene, ¡desde luego no tiene la cultura que yo tengo!, le dijo:
“¡Qué dices! ¡Si en ese vestido caben cuatro como tú! ¡Tu marido no te monta porque se pincha con tus huesos! ¡Mi cari sí que sabe elegir montura! ¡Mira como estoy yo!”.
—Se habrá imaginado que mi mujer es un poco gordita ¿a que sí? La verdad es que, más que gordita, es una ballena preñada. La aguanto porque me cuida muy bien, que si no… La Maruja sí que está buena, ¡mi mujer la dice flaca, por envidia! Si se enterara de esto ¿no cree que saldríamos en los telediarios? —un tsunami etílico arrasó sus tragaderas—. ¡Uufff! Cómo raja la garganta el bendito condenao este.
—Siga, siga contándome, que me está encantando la aventurilla.
—Después —continuaba el portero— de darse una vuelta sobre sí misma para confirmar su figura, le preguntó a su hermana:
“¿Has visto a mi marido?”.
—A punto estuve del infarto, al oírle decir:
“Sí. Estábamos aquí echando un polvo, y al oírte llegar se ha escondido en el cuarto de baño”.
—Yo estaba con la oreja pegada a la puerta. En ese momento me quería salir de allí metiéndome por el váter. ¡Madre mía!, eso no se lo deseo ni al peor enemigo. Todavía lo pienso y me pongo malo —resopló—. Continué oyéndolas hablar:
“¡Ya quisieras tú! —le decía mi mujer—. ¡Anda, vístete que como te vea mi mario así, va a querer guerra y tengo el mes! ¡Aunque a él le da igual! ¡Hermana, siempre tiene ganas! ¡Cada día me lo hace mejor! ¡Escúchame, escúchame, el otro día me hizo una cosa que hasta le pregunté dónde lo había visto!”.
—¡Shú, madre! —resoplada exclamación que duchó, a Dolo, de saliva agüisquerada.
Ella con empacho de asco se secó con la servilleta, estando a punto de vomitar.
—Si se enterara de que todas las posturitas me las ha enseñado su hermana ¡jejejejeje!
—¡Qué guar… —rectificó sobre la marcha—, guapo, guapo es usted! No —hizo de tripas corazón—. Ni mucho menos. Es mucho más que guapo, es un machote —pensando:
—<"Es guarro, gañotero, ventajista, lameculos, fanfarrón, gordo, borracho, psicópata sexual, cabronazo salido… No lo aguanto más. Éste se va a enterar de lo que vale un peine. El monstruo degenerado éste se va a cagar>>.
—No le doy las gracias —balbuceaba (articular las palabras de una manera vacilante y confusa)—, no porque sea desagradecido sino porque las evidencias no son de agradecer —abrió los brazos para mostrarse mejor—. Usted sí que ha sabido reconocer mis encantos. Le dije —dio otro trago. Hablaba pulverizando el ambiente— que no era un semental —con la mirada gacha y parpadeo repetitivo esperó la confirmación de ella. Al no recibirla continuó—, pero habrá comprobado que soy mucho más que eso. ¡Soy una máquina de echar polvos!
—Ya, ya. Pero ahora necesito que me haga un favor —le dijo más seria que “El Viti” (Santiago Martín, torero) y mostrando la más expresiva cara de mala hostia del mundo.
—¡Dolores, por favor! —chulesco—. Para mí, eso no es un favor —vacilando—. Si quieres, como precalentamiento, aquí mismo te regalo mi mejor juego de manos.
Dolo, con una sonrisa de mucha mala leche, pero intrigada a la vez, lo dejó hablar.
—No crea que saco un conejo de una chistera —la expresión impúdica (deshonesta) que mostraba puso en guardia a Dolo—. Lo que consigo es que su conejito vomite...
—¡Basta ya! —gritó con cólera (ira, enojo, enfado)—. Ya no le aguanto más groserías...
El portero se quedó más callado que una calcomanía.
—… ¡Y no es un favor! —alteración desmesurada de Dolo—. ¡Es una orden la que le voy a dar!
Con los párpados medio caídos, sin poder evitar que su cabeza se balanceara del pedo que tenía en todo lo alto, el portero tomó una postura vacilona.
—Ahora mismo —Dolo bajó el tono de voz— le llevo a su trabajo y me da fotocopia del expediente de Victoriano.
Luchando por mantener el equilibrio miró a Dolo por encima del rabillo de los ojos, preguntando:
—¿Quién?
—No me toree que no me conoce cabreada. Se lo recordaré cariñosamente. El señor que le dejó los cincuenta currículos para que los repartiera en las oficinas, y al que, la sanguijuela de usted, también le sacó… —la cortó.
—¡Y una mierda pinchá en un palo! ¿Por eso me ha invitado aquí? ¡Pues que la folle un pez! —chulángano al máximo—. Ni acostándome con usted se lo daría.
—¡Que no! —el aumento de decibelios en su voz consiguió que todos los allí presentes, incluido el servicio, alquilaran los mejores palcos.
—¡Pues no, no, y no! —moviendo, al mismo ritmo que hablaba, el dedo índice como si fuera el limpiaparabrisas de un coche—. Lo que quieres es que me den el boleto en el curro. ¡Niña, tú no sabes con quien estás hablando! —mirada de psicópata.
—¿Me está amenazando, asquerosa bazofia (mierda)? Ni juntando toda la mierda del mundo supera a la que tiene en su cerebro. ¡Ni un segundo más, o me da lo que le estoy pidiendo o le doy a oír esta grabadora —mostrándosela— a su inocente —con retintín— señora para que oiga a su fiel maridito. Este aparatito se ha contaminado de todo lo que ha estado escupiendo por su podrida boca.
Al zafio se le volatilizó la tajada (borrachera). Entró en estado de pura lástima.
A Dolo le entraron sudores. No por sentirlo por él, sino:
—<"¡Mierda! No me he acordado de darle la vuelta a la cinta. No ha recogido, sobre todo, lo de su cuñada ¡joder! ¡Virgencita, que se lo trague!>>.
El portero se había quedado paralizado.
Dolo se la jugó:
—¿Quiere oírla? —con la frialdad asesina de un sicario (asesino asalariado) no pagado.
—¡Por favor, señorita Dolores! —rogaba—. No me haga esto —lloraba a lágrimas vivas —que me veo durmiendo en el túnel del Metro.
—No llore como niño lo que no ha sabido respetar como hombre —rabiosa, utilizó una versión de la famosa frase:
(Cuando Boabdil, apodado “el Chico”, último rey del reino árabe de Granada, entregó las llaves de Granada a los Reyes Católicos, su madre, Fátima, le dijo: “Llora como mujer, ya que no has sabido defenderte como un hombre”.)
Continuando:
—Y vamos a la oficina que tengo mucha prisa —se levantó.
—Mañana —decía el portero con cara de cordero degollado—, a primera hora, se pasa a recogerlo y se lo doy, se lo juro.
—Yo soy muy crédula, pero…, ¡joder que no!, que como dijo Jesucristo: “Levántate y anda, hijo de puta!". No, no, ¡perdón!, lo último no. Me lo va a dar ahora mismo. ¡Pero ahora mismo, so sanguijuela! —él continuaba sentado—. ¿No quiere? ¡Usted sabrá! —acercó su boca al oído izquierdo de él, susurrándole—: Ahí se queda, me voy volando a Vallecas, sí, sí, sé donde es; le he seguido varias veces para conocer dónde vivía ¡a la mierda las explicaciones! y le daré esta grabadora a una inocente mujer que, cuando la oiga, seguro que buscará a alguien que los dos conocemos para despellejarlo vivo —tomó las de Villadiego (Tomar las de Villadiego: ausentarse impensadamente).
—¡Deténgase! —gritó desesperado.
Ella regresó a su lado.
—De acuerdo, lo haré. No sé como lo voy a hacer, pero lo haré. Cuando le entregue lo que me pide me da la grabadora —negoció el portero, al que se le habían aclarado las ideas en un santiamén.
—Únicamente le daré la cinta. La grabadora me la quedo yo.
Caminaron hacia el Mini: ella delante, pavoneándose de su poder; él la seguía arrastrando y masticando la impotencia ante tanta habilidad e inteligencia. La imagen, más o menos, era la de los matrimonios actuales.
—Ya vendré a pagar —le dijo Dolo al maître al pasar junto a él.
—No se preocupe, señorita Dolores. Cuando a usted le venga bien —respondió el maître.
El portero dio un puñetazo al aire al descubrir que Dolo también le había tomado el pelo al representar allí que era una desconocida.
Próximo miércoles 7 de febrero: Capítulo XXVIII

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