21 febrero 2007

 

CAPÍTULO 35 (La honradez es la almohada del alma - jibr).

El sofoco que estaba padeciendo, no porque la sala no estuviera acondicionada sino, porque toda la tensión que se concentraba en la boca de su estómago, más el calor motivado por el traje de invierno (era el único que tenía) lo estaban arrastrando lentamente hacia la frontera del síncope (desvanecimiento), a la vez que aumentaba su potencial en el recuerdo de Dolo, provocado al descubrir que todos los de allí vestían ropa cómoda, y él despreció el Armani. Por este motivo comenzó su martirio mental:
—<"Todos van vestido cómodamente, casi de verano. Con este traje estoy haciendo el ridículo. Seguro que me miran por eso. ¡Si me llegan a ver con el que me compró Dolo! ¡Qué tonto he sido dejándoselo allí! Después de lo que me hizo pasar me lo tenía que haber traído. ¡Vito, no vuelvas al infierno! Si se ríen, que se rían, esto es lo que tengo y ya está. Las nueve menos cuarto y el Cifuentes sin aparecer. Ahí entra uno con traje y corbata, seguro que es él. Le ha dicho algo a la que me recibió y se marcha con él. ¡Sí que es guapa! La primavera consigue que todas florezcan, da igual el tiesto que lleven.>>
La repentina aparición en la sala de espera de la señorita que lo acompañó allí, le sacó del calidoscopio que comenzaba a padecer su imaginación, más que por la larga y nerviosa espera, por las náuseas que paladeaba al luchar por digerir el desamor sufrido en su conciencia inconsciente.
—Acompáñeme, por favor —le dijo ella.
Vito la siguió, soportando una dentellada feroz en la boca del estómago y repitiéndose mentalmente el embuste curricular:
—<"No debo olvidar, si me pregunta por mi experiencia en un puesto similar, lo que me dijo Sanmiguel: Dos años en la General Motors.>>
Al llegar a una puerta que ella abrió, le indicó con la mano que pasara.
—<"Qué pedazo de despacho —pensaba Vito—. Éste sí que sabe montárselo, y no el desgraciado de Sanmiguel.>>
—¡Buenos días! —Cifuentes extendiéndole la mano.
—¡Buenos días! —saludo correspondido.
—Siéntate, Victoriano —muy amablemente—. ¿Me facilitas la documentación que te entregaron en Alea?
—Sí, claro. ¡Perdone! —por la rapidez nerviosa le costó sacar el sobre del bolsillo interior de la chaqueta. Le hizo una entrega muda. Continuando con su lucha interna:
—<"Qué agobio. Menos mal que aquí no hace calor.>>
—¡Bien! —después de leerlo—. De ahora en delante de tú, ¿de acuerdo? Tenemos mucho de que hablar. Vamos a sentarnos allí —Cifuentes señaló un tresillo de cuero negro que estaba detrás de Vito.
Vito esperó a que Cifuentes se levantara para hacerlo él.
Al sentarse Cifuentes, éste le indicó con la mano donde se tenía que sentar.
—¿Café? —preguntó Cifuentes.
—No —pensó que lo necesitaba—. Sí ¡gracias!
—¿Solo o con leche? —le preguntó una voz femenina, que él reconoció, pero no se atrevió a buscar a su propietaria.
—¿Puede ser descafeinado? —gran carga de pusilanimidad, después de pensar que se pondría más nervioso que con el natural.
—Claro que sí —le dijo su futura secretaria.
—Sin leche, por favor ¡Si puede ser! —casi pidiendo disculpas.
—Por supuesto, Victoriano. Aquí, cada uno, tomamos lo que nos gusta. Ya verás como te encuentras como en tu casa —le dijo Cifuentes de una forma campechana—. Aure, igual para mí. Es mi secretaria, que desde ya será la tuya. Pierdo a la mejor profesional que tenemos, pero ahora necesitarás mucha ayuda y ella conoce, como nadie, todo nuestro rol (funcionamiento).
—Sí. Sí que es amable, me atendió muy bien esta mañana —tonta vaselina por decir algo, ante lo impresionado que estaba por el trato.
—Bonariego ¿no? —Cifuentes por derecho.
Vito, con una sonrisa disculpable, asintió con la cabeza.
—Allí tengo muy buenos amigos —continuó Cifuentes—. Siempre me invitan a las fiestas. Por supuesto que las conozco todas: las Cruces de Mayo, el Romerito, el Domingo de Pascua, el Corpus, la Santa, y ¡las que nos inventamos! —Cifuentes miró a Vito—. Y desde hoy ya tengo otra justificación fiestera para ir a Bonares.
—Desde luego, señor Cifuentes —muy retraído.
—Victoriano, por favor, no me llames ni señor ni de usted. Aquí somos un equipo formado por amigos, no el batallón de un regimiento. El respeto y la confianza no la deben ganar las categorías profesionales ¡y no profesionales!, sino la educación, la profesionalidad y la humildad en toda su extensión.
En ese momento entró Aure con los cafés. Colocó el primero frente a Vito, y el segundo frente a Cifuentes.
Vito no pudo evitar pensar:
—<"¡Qué clase! ¡Qué amabilidad! ¡Existe!>>
—¿Azúcar? —preguntó Aure a Vito.
—Sí, sólo una cucharadita —voz de congojo por incredulidad.
Aure se la sirvió, y se marchó.
—Victoriano —decía Cifuentes, después de leerse la documentación que le entregó Vito—, me dijo Sanmiguel que tienes dos años de experiencia en un puesto similar, pero el currículo no lo recoge; ¿dónde los has desempeñado? —momento en el que Vito daba el primer sorbo de café.
—¿Cómo? —preguntó mientras tragaba. Engollipándose voluntariamente, tan real lo quiso hacer parecer, que casi se ahoga de verdad. Recriminándose mentalmente—. <"¡Se me ha olvidado ponerlo! ¡Seré gilipollas!>> —reaccionando inmediatamente—. ¡Perdón, no…! —luchaba por justificar el olvido, pero su honradez lo hacía enmudecer.
Cifuentes lo interrumpió al pensar que se disculpaba por el curso que eligió el café hacia su estómago:
—No te preocupes, eso le pasa a cualquiera. No hables en un rato y se te pasará.
—Mi madre también me dice lo mismo —vocalización con temblequera—. Es… —aprovechó el consejo de su madre, y ahora de Cifuentes, simulando que se volvía a engollipar, para pensarse cómo salir del marrón (desgracia, cosa desagradable) en el que estaba metido.
—Tómate el tiempo que necesites, ¡no te vayas a morir en mi despacho! —gracia con estilo—. Yo mientras aprovecharé para hablar con tu secretaria —salió del despacho.
En ese momento, Vito, se asfixiaba de verdad. La mentira le estaba aplastando los pulmones. Pensando:
—<"Si le digo lo que me dijo Sanmiguel, seguro que se lo creerá, pero si miento, siempre viviré con la angustia de que lo descubran. Un hombre siempre se tiene que vestir por los pies ¡aunque se muera de hambre! No, no, yo no soy un camaleón como…>>
El regreso de Cifuentes quebró sus pensamientos.
—¿Qué tal, puedes hablar ya?
—Creo que sí —casi afónico por el congojo. Tomó aire.
El rictus de Vito, no le gustó a Cifuentes, porque chivaba que su mirada estaba ciega y eso era signo de poca autoestima (valoración generalmente positiva de sí mismo).
Vito arrojó un suspiro sonoro, y le dijo:
—Mire… —tragó saliva en zafarrancho de combate—. Siento haberle molestado…
Cifuentes se descolocó.
—… Soy incapaz —continuaba Vito— de mentir por conseguir un trabajo que posiblemente otra persona haga mejor que yo…
La cara de Cifuentes cambiaba a medida que hablaba Vito.
—… Prefiero irme con la cabeza alta, a que, pasado un tiempo, me llame papafrita…
El ceño (fruncir frente y cejas) de Cifuenbtes cantaba que no tenía ni idea de a dónde quería llegar Vito.
—… Yo prefiero que cuando alguna vez nos crucemos por la calle, me mire a la cara y no que me señale como un caradura —Cifuentes quiso hablar—. No, escúcheme por favor. Yo no tengo ninguna experiencia profesional. El que le hayan informado de que la tenía, ha sido porque me he dejado llevar por… —iba a delatar a Sanmiguel, pero se arrepintió— un mal consejo de alguien que no quiero recordar. Lo siento en el alma… —el ambiente se volvió tan tenso que se oía su quebrar, y, en ese poco tiempo, Vito pensó—: <"Mis padres se mueren del disgusto.>> Continuando—: Para mi familia y para mi, este trabajo era nuestra felicidad eterna, pero… —no pudo continuar. Hundido moralmente se levantó, tendiéndole la mano a Cifuentes para despedirse.
—¡Siéntate! —le ordenó Cifuentes.
Vito ocultó la mancha transparente que sus enjutas nalgas habían dibujado sobre el asiento, que sufría su asentada, durante el honorable vía crucis (calvario: serie o sucesión de adversidades y pesadumbres).
—¡Con dos cojones! —vociferó Cifuentes, que se acompañó con un puñetazo sobre el apoyabrazos vestido de cuero negro—. ¡Así se habla, chaval!
Vito palideció, mostrando los rasgos inequívocos de un embobamiento desconcertado con parálisis corporal.
—Tú no eres —continuó Cifuentes— de esos falsos camaleones que andan sueltos por ahí. Ahora sí que tenemos que hablar largo y tendido —Cifuentes continuaba dando puñetazos sobre el apoyabrazos—. ¡Qué fichaje me ha caído del cielo! Vamos a tomarnos algo y hablamos; después te enseñaré tu despacho y, posteriormente, te presentaré a tus colaboradores. ¡No te daré la oportunidad de que fiches por otra empresa! Sanmiguel es un monstruo; siempre encuentra al mejor.
—Gracias —con menos fuerza que un mosquito al ser envuelto cariñosamente (!) por una nube de Fogo (marca comercial de un insecticida).
Los dos se marcharon a la calle para tomar una cerveza. Hablaron largo y tendido. De regreso al curro, Vito le dijo:
—Cifuentes, muchas gracias.
—No me lo agradezcas ahora, que ya en otro momento me lo pagarás, y ¡ponte el mono de trabajo! —sin mirarlo, continuó diciéndole—: La magia de esta vida es que nuestro camino no lo elegimos, sino que ella nos pone en él. El problema está en que unos son rectos y otros son torcidos. ¡Chaval, tu has caído en el recto!
Vito movía la cabeza pensando:
—<<¡Camino recto!, si yo acabo de conocer el camino más torcido que se puede pisar. Si supiera la Dolo el daño que me ha hecho. ¡Vito —le decía su subconsciente—, si ella no te lleva a su apartamento, no te da tiempo a presentarte en Alea. Sí, sí —le respondía él—, ahora que me ha salido el trabajo me hablas así. ¿Y cuando estaba allí, por qué no me decías que no me preocupara, que todo saldría bien? Estás toreando a toro pasado —se decía él mismo—. Te diré más, el camino con la Dolo ni era recto ni torcido ni era un camino, era un laberinto en el Infierno.">
Caminaba tras Cifuentes apretando los puños, sin advertir que llevaba los fondillos coronados por una fina y difuminada y salina aureola.
Presentado a sus colaboradores como el nuevo manda más, e informado de lo que iba a ser su cometido, Cifuentes, debido a la hora que era, levantó la sección hasta las cuatro de la tarde. Diciendo:
—¡Después de almorzar continuaremos para que tomen nota de los objetivos que ha marcado la empresa ¡desde hoy, hasta Noche Vieja!
Todos abandonaron la sala de juntas, camino del almuerzo.
Vito salió a la calle, pero no para almorzar. Lo que él necesitaba era relajarse, para lo cual, invitó a su sombra a que lo acompañara. En su deambular (andar, caminar sin dirección determinada), de dos horas, llamó a Guillermo para justificar, culpando a su nuevo trabajo, que no podría almorzar con él.
Próximo miércoles 21 de marzo: Capítulo 36 y 37

 

CAPÍTULO 34 (La inconciencia de la felicidad te presenta a la conciencia de la amargura - jibr).

—Buenos días —saludó Guillermo, que estaba esperándo a Vito.
—Buenos días —le correspondió Vito, más por educación que por ganas de hablar.
—Las seis de la mañana y ya hace un calor que te cagas —decía Guillermo—. Hoy pasaremos de los cuarenta grados a la sombra. ¡Si esto es la primavera, cuando llegue el verano nos derretiremos! —ya dentro del R-18, camino de Huelva—. Amigo…, te voy a dar una primicia…, este año comienza antes la feria de muestra de las tetitaaasss, tetaaasss, tetonaaasss ¡jejejeje! Mañana si está el día como hoy, ¡ya estamos en la playa haciendo de jurado, jejejeje!
Vito no reaccionó al jocoso (gracioso, chistoso, festivo) comentario mamario, ni a la risita malsana de calentura hormonal animadora de las entrepiernas, porque desconectó los fusibles timpánicos para concentrar todos los sentidos en el frente. Conducía con una precaución que rozaba el nacimiento de un accidente ajeno.
Al ver que la publicación de su información privilegiada, no provocó ningún cambio en el semblante de su amigo, Guillermo continuó paliqueando (charlando) para conseguirlo:
—Tú poco calor vas a pasar en ese pedazo de despacho con aire acondicionado que te van a dar.
—¡Tú que sabes! —inevitable entrada—. Hay oficinas con mucha fachada que por dentro son peores que pocilgas —tono contaminado de muy malas pulgas—. Guillermo, te agradezco que me acompañes, pero te ruego que no me hables hasta que salga de trabajar.
—¡Vale, copón! Lo entiendo. Los nervios son los nervios —cumplió a rajatabla.

A las siete menos diez —cincuenta minutos para recorrer, más menos, treinta kilómetros—,Vito, ya frente a la puerta principal del El Corte Onubense, le dio un respiro al R-18. Observó durante un rato la fachada. Ya la conocía pero, ahora, y sin comprender por qué, la veía distinta. Aparcó cerca. El Sol comenzaba su paseo para quemar colesterol LDL (colesterol malo). Fueron guardianes del coche mientras las extenuadas agujas relojeras —así las veía Vito en ese momento— se arrastraban hasta la hora comunicada. Luchaba para concentrarse en cómo iba a actuar cuando entrara, pero el recuerdo de Dolo se lo impedía.
Guillermo roncaba.
A las ocho menos cuarto despertó a su amigo, entregándole las llaves del coche.
—¡Suerte, hermano! —le deseó Guillermo.
—Gracias. Sé que lo dices de corazón.
Vito se bajó del R-18. Al cerrar la puerta, levantó la mano para volver a decirle adiós a Guillermo. El paseo hacia su enigmático lugar iba marcando huellas, con fosforescencia de miedo ocultado, sobre la solería grisácea de la acera. Desconocía por qué puerta tenía que entrar. Esperó a que una empleada —lo supo por el uniforme que vestía—, que caminaba hacia donde él se detuvo, se acercara para preguntarle dónde estaban las oficinas. Tuvo suerte porque lo acompañó hasta la puerta que marcaba la frontera entre el descanso y el trabajo de los que allí juraron bandera para defender el negocio. De pie, inmóvil, frente a una puerta, sin saber si golpearla o abrirla, oyó a sus espaldas:
—Buenos días —voz femenina—. ¿Qué desea?
—Buenos días. Tengo una cita con el señor Cifuentes —respondió tímidamente a la zagala, de voz dulce, que le había hecho la pregunta.
—¡Mala cosa! —mientras abría la puerta.
Vito tragó saliva tras el mal tufo que le produjo la exclamación femenina. Su optimismo le hizo pensar que había perdido el trabajo. Desconsolado miraba a su informadora.
—Siempre es el primero, pero hoy, antes de venir, irá al médico. ¿Lo esperará?
—Sí, sí, ¡claro que lo esperaré! —recobró vida.
—Pase a la sala de espera —ella le abrió la puerta.
—Gracias.
Eligió para la espera la silla desde donde no perdía detalle de toda la oficina a través de una cristalera. Desde de allí, por una puerta de cristal, también se podía acceder a su interior. La oficina le gustaba mucho por luminosa, por acogedora y, por supuesto, por el aire acondicionado. Vio llegar a los empleados. Dedujo que faltaba uno porque la silla de una mesa, llena de papeles, eso sí ordenados, seguía vacía.
—<"Ahí llega su dueño —pensó.>>
Un tipo muy bien vestido, y con aire moderno, llegó, se detuvo nada más entrar y dijo en voz alta algo que él no pudo escuchar.
A Vito esa escena se le quedó grabada, sintiendo una desmesurada curiosidad por lo que gritó el último que llegó a su puesto de trabajo, máxime por las caras que pusieron los compañeros al oírlo.
Más adelante se enterará de qué fue lo que vociferó el último en entrar.

 

CAPÍTULO 33 (La preñez, en la mujer, es la firma del contrato más altruista e indefinido que se puede conceder - jibr).

Las únicas personas a las que, por muy buena trola (engaño, mentira) que se les meta, nunca se les engaña, son las madres biológicas. Con qué magia divina hechizarán a los paridos para olerles cualquier mínima contrariedad que sufran. No hay nadie que esté más al pie del cañón que ellas sobre sus retoños. ¡Sabia Naturaleza!, que, con el fin de concederle el mayor don sobrenatural que humano pueda poseer, eligió a la MÁQUINA más perfecta, bella, delicada, sentida, sufridora, mártir…; se podrían llenar cientos de páginas con los adjetivos que recogen todas sus virtudes para con sus hijos.

(Pienso que es maravilloso crear vida, pero, por otro lado, pienso que se parece más a un castigo: riesgo de perder la vida, cuidados, molestias, hinchamiento, malestar, fatigas, dolor-dolor-dolor y preocupaciones y sin “dormires” contratados con nómina altruista y sin fecha de terminación. ¡Pero! Sus virtudes son más inmedibles cuando, por un trompicón de doña Naturaleza, el regalo gestado llega etiquetado con defecto de fabricación. ¡Mejor no pensarlo! Gracias a Dios, esto último, no es el caso de Vito, pero sí es el momento de que debute en esta historia su MADRE, porque sin ella no la hubiera podido contar.)

—Vito, hijo —con preocupación extrema acurrucada en cariño maternal—, desde que estuviste en Madrid no he vuelto a ver en tus ojos la alegría que siempre tenían. Estás nervioso, raro, no quiero pensar que triste. Deberías estar contento y feliz después de haber conseguido trabajo en El Corte Onubense. Es un puesto muy importante, según comenta la gente, y ¡aquí cerquita! Por eso no comprendo por qué estás con ese ánimo. No lo entiendo. Si es más que si te hubiera tocado la Primitiva. ¿Qué te ocurre? ¿Seguro que todo va bien?
—No me pasa nada, madre. Únicamente me duele un poco la cabeza porque he dormido tres horas de siesta.
(¿Creen que se creyó la trola? Pues no.)
El detector exclusivo de paridoras para conocer los estados de ánimos de sus paridos, analizaba sin descanso los ojos de Vito, transmitiéndole, en una única y corta mirada, la respuesta madrera:
—Vito, a mí no me la das —resignada—. Te conozco muy bien y sé que la contestación que me has dado no es lo que rumias en tu cabeza. Estamos como siempre, nunca me cuentas tus problemas para no preocuparme y entristecerme.
—Que no, madre. En cuanto comience a trabajar comprobarás que te he dicho la verdad. No te preocupes por mí. ¿Y padre? —para cambiar de tema.
—Ha venido a buscarlo su amigo Pepe para que le ayude en el parto de la burra que compraron a medias, por lo visto el veterinario está malo. Después irá como todos los días a tomarse el tinto donde siempre.
—Voy a dar una vuelta y a la hora de cenar lo recojo.
—¡Por fin, hijo! Ya era hora de que salieras de casa.
—Qué exagerada eres —le respondió sonriendo.

Al salir de su casa, miró al cielo, santiguándose disimuladamente, tomó aire y caminó con rumbo a algún lugar indeterminado. Por supuesto pensaba en Dolo:
—<"Cómo me ha marcado esa... —prefirió ser agradecido—: Gracias, Dios mío, por el trabajo —no tardó en suplicar ayuda—, pero haber conocido a la mujer de mis sueños, y estar convencido, creo, de que no es buena gente, me está amargando la vida. Te suplico que me des fuerzas para olvidarla cuanto antes.>>
Un manotazo en la paletilla, emparejada con una voz áspera y bronca, le sobresaltó:
—¡Por fin, copón! —le saludó muy efusivamente su mejor amigo—. Iba a verte. Me tenías preocupado. ¿Dónde has estado metido?
—¡Eh, Guillermo! Te dije que iba a Madrid a buscar trabajo.
—Sí. Eso ya lo sé. Y que has fichado por El Corte Onubense. No he ido a verte, ni te he llamado, ¡por el puto trabajo que tengo!
—¡No seas exagerado!
—¿Cuándo empiezas a trabajar?
—Mañana —no con mucha alegría—. ¡Si no se han arrepentido! Desde que me llamaron retrasando mi incorporación, estoy muy escamado (hacer que alguien entre en cuidado, recelo o desconfianza). En Internet he visto que la empresa que me seleccionó es muy importante, pero… la oficina que tienen es… No sé, no sé… qué ocurrirá mañana cuando me presente.
—¡Copón, tú siempre tan optimista! Fíjate, llegué a pensar que darías un braguetazo en Madrid y me quedaría sin mi mejor amigo.
—No empieces con tus enfermas deducciones.
—Cualquiera que te vea esa cara pensará que te dieron la cuenta antes de que empezaras a trabajar. ¡Copón, macho, tienes la misma cara que la que se le quedó a Calixto cuando cogió a su padre follándose a su novia, la víspera de casarse! Pobre, lo último que se sabe de él es que anda, por Angola, embarcado en un pesquero ¡con las pelas que tiene esa familia, copón! Yo soy él y me hubiera quedado, me hubiera casado y me hubiera dedicado a envenenarlo para heredar cuanto antes; y el día que tuviese toda la pasta en mis manos ¡toda, por que sabrás que lo que se hereda no entra en los gananciales esos!, me llevaría a la hija de puta de mi mujer a un safari por África. ¡Está clarísimo que los leones que se la comieran se morirían!
Un revuelo en la calle provocó que los dos pusieran toda la atención en la puerta de una casa. Unos metros antes de llegar a ella, se cruzaron con un conocido que les dijo:
—¡El padre de Calixto la ha espichado (espichar: morir) de repente!
—¡El día después del entierro tenemos aquí a Calixto! —exclamaba Guillermo—. ¡Copón, qué suerte ha tenido! ¡Con tanta pasta se podrá tirar a todas las tías que quiera!
—¿Por qué cada vez que hablas siempre tiene que estar el sexo de por medio? —le recriminó Vito.
—¡Copón, tío! ¿Qué te pasa? ¡Me estás sermoneando como un cura! —lo miró pensativo—. Dime cómo funcionaríamos sin las tías…, ¡anda, dímelo! El problema está en que le dices, ¡guapa!, y la primera cita la quieren en el altar. Es lo malo que tienen las hijas de puta.
—¡Anda, bestia, déjalo! Vamos a tomarnos unas cañas —no deseaba hablar de mujeres. Para colmo, cada vez que oía una palabrota se acordaba de Dolo.
—Vamos al casino. Invitarás tú, ¿no? —dijo Guillermo.

(Casino: Sociedad de los que se juntan en una casa, mediante la cuota que paga cada socio, para conversar, leer, jugar, etc. – Edificio en el que esta sociedad se reúne.)
En Bonares hay dos casinos, muy cerca uno de otro; a uno se le nombra como el de arriba y al otro como el de abajo, pero hasta no hace muchos años se nombraba al de arriba como el de los ricos, y al de abajo como el de los pobres. A este último también se le llamaba el de “El nuo”, porque los clientes llevaban el dinero guardado en un pañuelo al que le hacían un nudo para que no se le cayera.
—Denominación oficial del de arriba: “Centro Benéfico y Cultural”.
—Denominación oficial del de abajo: “S.U.A. – Sociedad Unión Agraria.

Vito y Guillermo eran socios del de arriba. Lo de ricos y pobres, afortunadamente, ya pasó a la historia. En cuanto entraron, los allí presentes, desde su localidad en propiedad por repeticiones adquiridas, con tono de aclamación le decían a Vito:
—¿Dónde has estado? ¡Enhorabuena! Me pagarás la copa, ¿no?
Vito no se detuvo con ninguno de sus aclamadores. Se sentía incómodo por ser el centro de atención. Sólo levantaba la mano como agradecimiento, camino de la barra del bar.
—¡Que mancha (grupo, reunión) mamones! —murmuró Guillermo.
—No empecemos —le dijo Vito.
—¡Dos cervezas! —pidió Guillermo sin haber llegado a la barra.
Mientras esperaban las cervezas, unas melodías cuchicheadas (hablar en voz baja o al oído a uno) por mojarras (lengua) aburridas, les ensuciaron los oídos:
—¿Qué le pasa? —decía uno—, tiene cara de amargao. ¡Éste se creía —decía otro— que por ir a Madrid a buscar trabajo se lo iban a dar en bandeja! ¡Tú estás anticuado, ha encontrado trabajo en El Corte Onubense —otro enterao—. Seguro que se lo ha comprado el padre —decía el más cariñoso—, ¡pobre hombre, entre lo que le costó comprarle la carrera y ahora el trabajo, estará arruinado!
En la última alabanza identificaron la voz del que, desde pequeño, le otorgaron, por mayoría absoluta, el título de alcahueta amariconada. Prefirieron hacer oídos sordos.
Guillermo, para aguantar el tirón, estrangulaba al pasamano metálico de la barra.
Vito trabajaba la indiferencia con madura serenidad. Actitud clarividente para que continuaran llegándole misivas (mensajes).
—Siempre ha sido un desgrasiao —inmediatamente, Vito, reconoció la voz del orador de turno—. Decía que trabajaba en las tierras de su padre para justificar que no aprobaba la carrera, ¿cómo pueden haberle dado el título a ese ceporro? A que va a ser verdad que la compró…
Ese comentario sí le hizo daño a Vito, porque fue compuesto por el que, durante muchos años, consideró como un hermano.
Guillermo, con todas las venas de los brazos a punto de que pintaran el lugar de colorado, por la fuerza que estaba descargando sobre el pasamano, se fue derecho hacia tan ilustre personaje con la intención de cruzarle la cara, pero Vito lo detuvo por el brazo.
—Siempre ha sido un papafrita (mala gente) —le dijo a Guillermo al detenerlo.
—Ese mariconazo —resoplaba Guillermo—, lo que te tiene es envidia cochina. ¡Qué mascá (mascada: Puñetazo en la boca) le daba! —mordiéndose el labio inferior y cerrando los puños.
Vito pidió otras dos cervezas.
Guillermo hizo intento de separarse de Vito, pero éste lo detuvo por el brazo.
—¡Copón, qué voy a mear! —echando chispas (echar chispas: Dar muestras de enojo y furor).
Al volver Guillermo, Vito le dijo:
—Vamos a una mesa.
Guillermo lo acompañó sin rechistar, pero no le quitaba la mirada de encima a Vito. Se extrañaba del comportamiento pasivo que había demostrado ante tanta ofensa.
—Tío —le decía a Vito—, tú a mí no me engañas. Si soy tu mejor amigo ¿por qué no me cuentas lo que te ha pasado en Madrid? ¡La verdad, no eres el mismo!
—Eres más pesado que mi madre.
—¡Ves! También ella lo piensa, ¿a que sí? ¡Si es que te conocemos muy bien!
—¿Ganaremos la novena (novena Copa de Europa para el Real Madrid)? —gatera (agujero de entrada o salida) elegida para cambiar de tema.
—¿Me estás tomando por tonto? —le recriminaba Guillermo—. Creo que no me lo merezco. ¡Y por supuesto que ganaremos la novena! —dándole un puntapié a la pata de la mesa, exclamó—. ¡Copón!
—¿Qué te pasa?
—¿Que qué me pasa? Te diré lo que me pasa —trago a la cerveza—. Me pasa que yo creía que tenía a una buenísima persona como amigo, pero resulta que estaba equivocado, por lo menos en lo de amigo.
—No digas tonterías. Tú… —lo interrumpió Guillermo.
—¡Ni tonterías ni pollas en vinagre! —se relajó—. No sé por qué, pero no eres el mismo. Por ejemplo, a ti siempre te han caducado las cervezas antes de bebértelas, y la que te han puesto hace menos de un minuto ya te la has jincao.
—Guillermo, no me pasa nada. Será que, como mañana empiezo a trabajar, se me notará que estoy un poco nervioso, nada más —se esforzó en darle veracidad a sus palabras.
—¡Me voy a cagar en el copón divino! —se le disparó el volumen. Lo corrigió hablando casi susurrando—. A mí no me engañas. Yo sé lo que te ha pasado en Madrid —con fanático convencimiento—. ¿Te lo digo? —de brusco sopetón.
Vito asintió con la cabeza.
—Volviste de Madrid y te encerraste en tu casa —le decía con suspense—. Eso me demuestra que llevo razón, que te ha pasado algo muy, muy…, porque tú siempre has sido un tío muy raro, pero nunca ermitaño.
Vito, gesticulando con fiel sincronía los hombros, boca, ojos y cabeza, expresó indiferencia pasota.
—Ahora sí que estoy seguro —señalándole con el dedo índice a medida que hablaba— de que esa cara es porque te fuiste de marcha, te enrollaste a una tía güena y luego descubriste que era puta, ¿a que sí?
—¡Cómo! —exclamó con sorpresa arrebujada con coraje—. ¿Por qué has dicho todo eso? —parecía que sus canicas visuales querían escaparse para jugar una partida—. ¿Por qué has dicho que es puta?
—Yo no he dicho que es una puta, sino que era puta. ¡Oye, macho! ¿Qué copón te pasa? ¿He acertado? —tono con visos (apariencia) de que era así—. ¿No habrás sido capaz de enamorarte de una puta? ¡Jodeeerr! Y si te la has tirado, mucho peor, porque yo sé que tú de condones nada de nada. Seguro que no sabes ni ponértelos. Amigo, has jugado con fuego y te estás quemando todavía. Por eso tienes esa cara de amargado. Estás acojonao porque no se te quita de la cabeza que hayas podido coger alguna cosa rara, ¿a que sí?
De todo lo que le había dicho su amigo, sólo algunas palabras le dieron en el buche, aunque fueron suficientes para que consiguiera hundirse en el océano del recuerdo. Tuvo que reaccionar para no ahogarse:
—Tú todo lo basas en el sexo. ¡Listillo, te has equivocado de punta a punta! —subió el tono de voz—. ¡No llevas razón! —volumen que provocó que todos lo miraran—. Deja ya de decir tonterías, ¡coño! —comportamiento inhabitual.
—¿A quién quieres engañar?, si tu misma cara te está llamando embustero—sigilosamente adhirió su voz a la cueva timpánica de Vito—. Para que te quedes tranquilo, lo mejor que puedo hacer por ti, es acompañarte a la consulta de nuestro amigo Jesús Ladillas, que ya ha sacado el título de veterinario, y que sabe mucho de esto. Cuanto antes mejor ¿no te parece?
—Guillermo, qué no te enteras. No_me_he_acostado_con_nadie —tono aclaratorio.
—Entonces —susurrando (muy bajito, casi sordo)—, ese careto que te has puesto…, no lo quiero ni pensar…, pero lo pienso y no puedo callarme…, lo que no quiero decirte pero te lo tengo que decir…, es que tu careto es la lucha que tú tienes para disimular que te has enamorao, y has descubierto que la tal… —se lo pensó— es una putilla.
—Es… —entrada en parálisis de Vito.
—Es, es, suéltalo de una vez ¡copón!
—Que… —respiración enloquecida—, has acertado. Que sí, que me he enamorado de una… —fue incapaz de nombrar lo que tenía grabado con sangre en lo más profundo de su alma.
—¡Copón, qué cabronada! —bebió la última gota de cerveza—. Necesito algo más fuerte. ¡Borrego, dos chapitas (vaso pequeño) de JB! —gritó al camarero. Apoyó la frente sobre la mesa—. ¡Tenemos que pensar, copón! —repitió varias veces seguidas. El martirio mental de Vito, lo hizo suyo.
El camarero les dejó las dos chapitas.
—¡Lo necesito para pensar! —Guillermo, secó la suya de un trago—. Espera, espera que no me cuadra —con la mano derecha en la garganta por la quemazón etílica—. ¡Ves, este güisqui es agua bendita!
Vito le puso atención.
—Según tú, que no tienes ni idea de lo que es una mujer; te has enamorado de una tía que no vas a volver a ver en tu puñetera vida. ¡Por eso estás amargado! ¡Sigues siendo un platónico (desinteresado, honesto, meramente ideal)! Estoy hasta los cojones de repetirte que a las tías les gustan los machos que le dan caña, no los platónicos, que, por cierto, no sé qué significa! Mira que ejemplo más cercano. Escúchame. ¿No está riquísima la mujer del Pichacorta? —continuó sin esperar respuesta—. Pues ella cuenta lo siguiente:
“Yo quiero muchísimo a mi marido. Nunca discuto con él. Es una fiera en la cama. Siempre complace mis deseos. Por ejemplo, la otra noche que yo tenía mucho sueño, y él salía para la taberna, como todas las noches, le dije que me pegara antes de irse, porque luego me despertaba. Y él me obedeció al momento”. (Chiste.)
—No me lo puedo creer, esto nada más que pasa…
—¡Copón, que las tías no quieren a los que son como tú! ¡Cuánto más las maltratas, antes vuelven! (Chiste.)
—Guillermo, ¡que tienes una hermana! —fuerte llamada de atención.
—Mi hermana es distinta.
—Anda, anda, tómate el mío que no me apetece. Dame un cigarro.
—¡Shushushu, has vuelto a caer! Sí que te ha jodido bien esa tía. Pero no te preocupes, que en una noche te hago yo olvidar a esa hija de la gran puta. Tío…, ¿te das cuenta de que eres un novato con las tías? ¡Espabila, copón! Mañana te acompaño a Huelva, te espero a que termines de trabajar y nos quedamos de marcha, que hay que aprovechar que es viernes y los viernes las tías no se ponen las bragas. Me apuesto tu primera nómina a que ligamos y te hago olvidar a esa burraca. Empezamos por Pablo Rada (calle de la movida nocturna) que me han dicho que allí llegas y, te cogí te comí. Cualquier güervana (de Huelva) te hará olvidar a esa guarra, que por muy buena que esté, estará más cepillada que las botas de un recluta.
—Eres la repera —por decirle algo.
—Macho, alegra esa cara y cuéntame como descubriste que era puta.
—Pu... —no se atrevió a pronunciarlo—, camarera, vidente, malhablada, traficante, ¡me quería meter a espía!, terrorista, mafiosa…
—¡Quillo, quillo —lo interrumpió Guillermo—, ¿dónde te metiste para conocer a ese elemento? —los globos de los ojos levantaron tanto a las pestañas que se les clavaron bajo las cejas—. Cómo se haya quedado con tu cara…, ¿no le habrás hecho alguna putada? Con ese currículum la tienes aquí ya —echó una visual relámpago por el casino—. ¡Qué elemento, copón, qué elemento! —rascándose la coronilla—. Con todas las mujeres que hay en Madrid y te juntas con una… no sé como llamarla… ¡Con todo lo que es…, no te puedo dejar solo! Entonces dime cómo descubriste todas sus especialidades.
—Dejémoslo, que no quiero seguir hablando de ella —muy afectado.
—Lo comprendo ¡ay, copón, si lo comprendo! Te acompañaré mañana. Estoy de descanso largo. ¡Ah, me llevaré la pistola de mi difunto padre, por si aparece!
—Cómo quieras —se levantó—. ¿Cómo? Tú no estás bien… ¡Ni se te ocurra! Si quieres acompañarme, vale, pero desarmado. Me voy, que quiero recoger a mi padre para irnos juntos a casa.
—¿A qué hora mañana?
—A las seis. ¡En punto!
—¡A las seis! ¿Vamos a ir andando?
—Nooooo —resignado—. Me han citado a las ocho, pero quiero llegar tranquilo. No hace falta que me acompañes.
—Que sí. Que a mí no me da miedo levantarme a esa hora. Ya estoy acostumbrado. Mientras tú trabajas, yo me doy un garbeo por la capital. A la hora de comer me das un toque al móvil y almorzamos juntos. Por cierto, por fin he podido comprarme uno esta mañana; lo tengo en casa cargando. Ya te lo enseñaré mañana. A las seis en punto estaré en la puerta de tu cochera. Mañana cambia el careto porque, si no, no te van a dejar ni que entres a comprar. No te acompaño, me voy a quedar para —gesticulando con las manos— analizar la situación. Ha sido demasiado fuerte la impresión que me he llevado al conocer las cualidades de… ¿cómo se lla…?
—¡Ya! —orden tajante—. ¡Adiós, monstruo! —le pasó la mano por el hombro y se marchó.
—¡Adiós, guapito!

Vito caminaba, con zángano (flojo, lento) andar, en busca de su padre. A cada paso, revivía, con terrible masoquismo (cuando el dolor, sufrimiento… produce placer), un sketch (pequeña escena) de momentos con Dolo. Cada uno de ellos le hería el alma, pero a la misma vez su cerebro era masajeado con el bálsamo (alivio, consuelo) de la ilusión. Dejó la proyección de sus recuerdos al llegar al bar donde se encontraba su padre. Desde la puerta lo llamó. Éste salió inmediatamente y, a guisa (modo, manera) de arco, le colocó el brazo derecho sobre los hombros. Marchaban sin decir palabra, que no era causa de que no se pudiera ver, desde lejos, lo orgulloso que estaba ese padre de su hijo. Cómo no iba a estarlo, si le ha dicho Vito que, en cuanto firme el contrato, lo jubilará del esclavo y crudo y duro trabajo del campo. Directamente de la calle se sentaron a la mesa, que ya su madre tenía totalmente vestida para cenar.

—Vito —le decía su padre—, no he querido preguntártelo antes, para que no te sintieras agobiado. Por eso he esperado a que ¡por fin! te decidieras a salir de ésta tu casa. Me has dado el premio de mi vida, y seguro que mucha más vida al quitarme del campo, pero no estoy feliz. No lo estoy porque, desde que volviste de Madrid, tú no eres el mismo. ¿Qué te ocurre? Eso sí, si tú piensas que es mejor que no lo sepamos, lo respetaremos, pero queremos que sepas que estamos muy preocupados.
Comían una fritada de Dicologoglossa cuneata (nombre científico de la acedía: pescado plano. Se captura en la costa atlántica andaluza) acompañada de una ensalada de lechuga.
—Papá, ya os lo he dicho. Todo es por lo mismo —hablaba, sin levantar la cabeza, mientras desespinaba una acedía—. Desconozco el trabajo que tengo que desarrollar. Es la primera vez que trabajo para una empresa y en un puesto de mucha responsabilidad. No sé si estoy preparado para hacerlo bien. Nada más.
—Por eso no te preocupes —decía su madre—, que con lo listo y trabajador que eres lo harás muy bien —ánimo maternal—. Todos los días le rezo a la “Santa” —Santa María Salomé, patrona de Bonares— para que te ayude. Ella nunca me ha fallado. ¡No como tú, que no nos quieres decir lo que de verdad te ocurre! —no se pudo aguantar.
Vito no deseaba dialogar sobre ningún asunto, pero menos de su viaje. Continuó comiendo y diciendo nada.
—¿A qué hora sales mañana? —le preguntó su padre.
—A las seis. Ya es hora de que me acueste —no quiso comer más, le dio un beso a cada uno y se marchó a dormir.
—¡A quién va a salir el niño, si tú no hablaste ni para decir el “Sí” en el altar! Tienes más secretos que un colchón de un motel de carretera.
Su marido se lo confirmó, por supuesto sin palabras, dándole un beso en la mejilla, y acomodándose en su butaca se puso a mirar la televisión.
—¿Qué es lo que están echando? —le preguntó su paciente señora.
Él le respondió con un encogimiento de hombros.

El cóctel compuesto por las peripecias vividas y sufridas en el viaje, y la preocupación del nuevo trabajo, le hacía sentir a Vito que estaba sujetando, a pulso, el mundo sin ayuda de nadie. Tumbado en la cama a oscuras y con los ojos cerrados, suplicaba conciliar el sueño a toda la plantilla del santoral (lista de los santos). Una hora después, lo único que había conseguido era desaliñar (descomponer la vestimenta) la cama. De un hábil bote sobre el colchón, sin cambiar de postura, pasó a decúbito lateral. Ante la indiferencia de los santos, decidió que le acompañara su somnífero natural: del cajón superior de la mesilla de noche sacó una cajita negra transistorizada, con un cordón umbilical que antes de llegar a su final se dividía en dos, para terminar, cada uno de ellos, en una protuberancia ergonómica (elevaciones más o menos redondas con adaptación recíproca). Unos segundos duró la lucha contrareloj que mantuvo con la cajita para conseguir que le arrullara. Vuelta de la mano al cajón. Dos pequeñas pilas fueron las sacrificadas para el banquete sonoro. Vano resultado.
—¡No son las pilas! —murmuró.
Vuelta de la mano a la diáfana (sin ningún estorbo interior) y oscura cueva.
—A ver si funcionan en mi radio —nuevo comentario.
Una caricatura de fonendoscopio (instrumento para audición simultánea en los dos oídos de los sonidos que se producen en el cuerpo), obsequio del AVE, sustituyó a su homónimo (que lleva el mismo nombre) averiado. Con una violenta penetración, por el extremo puntiagudo del susodicho instrumento, provocó un parto inmediato con llanto estridente, del parido, sin palmada en el culo. Rápidamente bajó el volumen. Con rastreo lento, escudriñaba (examinar, averiguar cuidadosamente) el dial, hasta coronar y clavar la aguja en la cima “Onda Cero”.
—Por fin —alimentando su monólogo (soliloquio)—, eran los auriculares. Con todos los que me cargo, podría haber rebañado alguno más en el AVE.
Emisora que, por habitual recolector de sus confetis (pedacitos de papel de color que se arrojan en las fiestas) invisibles, lo premió con una repentina, pero relajada, estancia en el reino donde se vive sin vivir.
Próximo miércoles 14 de marzo: Capítulo 34 y 35

18 febrero 2007

 

CAPÍTULO 32 (La Democracia que ingiere, usualmente, Impunidad, no tardará en sufrir un Cólico Dictatorial - jibr).

La infinita calma que se aposentó en el apartamento, consiguió que Dolo durmiera más de lo que ella deseaba; y no fueron más horas porque el Séptimo de Caballería atacó sin previo aviso. Aturdida, atendió la llamada:
—¿Vito?
—…
—¡Cómo le llames otra vez cateto, te capo! Primo, tú no eres capaz, ni siquiera una vez por equivocación, de no alterarme. ¡Son las once de la noche!
—…
—¡Cómo de hoy jueves!
—…
—¿Estás seguro?
—…
—Entonces quiere decir que llevo más de un día durmiendo. Estaba claro que necesitaba descansar.
—…
—¡Dile a ese sopla-flautas que no me toque …! Déjale bien claro que no lo quiero ver ni en pintura. Págale tú mismo, y que olvide que nos conoce, que si algún día me lo veo a un kilómetro, siquiera, será el último día que pueda ver la luz.
—…
—¡Cómo!
—…
—¿¡Qué!?, que lo ha oído todo porque le ha robado el pinganillo a tu hermano. ¡Será inútil!
—…
—¡Mire! ¡Ya los tengo inflados a reventar! Se nota que es usted detective privado, porque es más pesado que Colombo —parecía más calmada—. Pero el chochito que quiere comerse tiene un cinturón de castidad con clave personal digitalizada, así que cómaselo a su santa… —se contuvo—. ¡Que le paguen ya de una vez, aunque el trabajo que ha hecho sea una mierda!
—…
—¡Será guarro! —desquiciada—. ¡Su deshollinador (deshollinador: utensilio para deshollinar chimeneas) se lo mete a su puta madre!
—…
—¡Nabu de mierda, o le devuelve el pinganillo a mi primo o voy para allá, le corto la lengua, y se la meto por el podrido culo que tiene que tener! —le gritó con tantas ganas y mala leche que del dolor de oído que les entró, a los dos oyentes, jalaron violentamente de los pingajillos, tirándolos lejos. Ante la tardanza en tener interlocutor, Dolo gritó—: ¡¿Dónde coño estáis?!
—… —el primo que no estaba escuchando la conversación.
—Que están echando sangre por las orejas, ¡pobrecitos! ¡Cómo consintáis que ese guarro vuelva a hablar conmigo, os pongo a lijar, a mano, la Gran Muralla china (alcanza una longitud superior a 6.000 km). ¡Me has oído bien?
—…
—¡Veniros echando leches para mi casa! ¡Solamente los dos, eh! ¡Rezad para que el trabajo me guste, adiós!

Dolo se marchó al cuarto de baño. Nula voluntad para evitar mirarse en el espejo. El todavía puzzle empeoraba su imagen.
—¡Hosti, llevo más de dos días sin lavarme! Me huelo a…, ¡qué asco! ¡Vaya pinta que tengo!
Pedazo de limpieza la que se hizo. Despejada y perfumada, desnudó a dos patatas para hacerse una tortilla. Estaba batiendo dos huevos, cuando sonó el video-portero. Antes de preguntar quién era, vio en la pantallita a sus dos primos acompañados por un enano gordinflón.
—¿Quién es ése que os acompaña?
Los tres se miraron sin decir palabra.
—¡Cómo sea el frustrado sexual del Nabucodonosor, os mato a los tres! —Dolo vio como el enano desaparecía de la pantalla—. ¡Si es una nueva estratagema para engañarme y que entre en mi casa, de verdad, os juro que os mato! —pulsó el botón y pasaron.
—Mira que son subnormales. ¿En qué estaría pensando mi tía al concebirlos?
Dolo se quedó en la entrada esperando que subieran. En cuanto entraron, les largó:
—¡Si aparece por aquí estáis…! —resopló—. Sentémonos en el salón y me dais pelos y señales de todo.
Los dos pusilánimes, con obediencia cristiana, se sentaron en el sofá.
Dolo en un butacón junto a ellos.
—Prima ha sido más difícil de lo que esperábamos —le dijo el más alto.
—Prima, pero que muy difícil —le dijo el más bajo.
—No seáis subnormales. Lo que cuente uno que no lo repita el otro, ¿está claro?
—Le hemos pringao, y ¡bien que le hemos pringao! —decía el más alto.
—Bien pringao y… —decía el más bajo.
—¡Che! —Dolo se le abalanzó con gesto de estrangularlo—. ¡Si acabo de decirte que no…! ¡Ay, Dios míííooo! —pataleaba—. ¿Qué me traerán estos dos lumbreras?
—Mejor que contártelo lo ves en el DVD que hemos grabado —le respondió el más alto.
Dolo, con el mando a distancia, preparó la pantalla gigante.
El primo más bajo, metió el disco en el DVD. Al regresar al sofá, pasó por delante de Dolo.
—¡Guarro, cerdo asqueroso! —le insultó Dolo a su primo al sentarse—. ¡Eso es lo que te ha enseñado el Nabucodonosor? ¿Qué mirabas, eh, qué mirabas?
La regañina fue porque al pasar, el primo más bajo, por delante de ella, para sentarse, el escote del camisón de Dolo estaba combado, permitiendo la entrada libre para disfrute visual de lo que guardaba.
—¡Voy a cambiarme! —enojada—. Mientras, prepararos lo que queráis. ¡A mí lo de siempre! —terminó diciéndoles al marcharse.
Regresó tapadita, pero no tanto como con un burka (Existen dos tipos: el que es un tipo de velo que se ata a la cabeza, sobre un cobertor de cabeza y que se cubre la cara a excepción de una raja en los ojos para que la mujer pueda ver a través de ella. El otro tipo es conocido como burka completo, el cual cubre la cara y el cuerpo por completo; los ojos se cubren con un ‘velo tupido’ que permite que la mujer mire pero que evita que la gente vea sus ojos. La introducción de esta prenda se produjo en Afganistán a principio del siglo XX […]. (Wikipedia, la enciclopedia libre. Wikipedia.org).
Las tres copas estaban preparadas. Los dos primos comían pistachos. Dolo, antes de sentarse, sin decir palabra, cogió un puñado y se los comió más rápida de lo que lo haría un roedor en el Polo Norte en pleno invierno. Dolo, con rabia, maldijo de nuevo:
—¡Maldita sea!
Los primos, con sorpresa acojonada, se miraron por culpabilidad desconocida.
—No os preocupéis, ¡raro, raro!, pero no es con ustedes. Me olvidé de que estaba preparándome una tortilla de patatas. ¡Ahora vuelvo! —se marchó a la cocina.
Los dos se bebieron sus respectivos cubatas, llenándose de nuevo la copa y bebiéndose del tirón hasta dejar el líquido a la misma altura que el de Dolo.
—Ya estoy aquí. Pero… —los miró a los dos—, ¡mira que sois borrachos y torpes!
Los dos volvieron a mirarse, esta vez con sorpresa por culpabilidad conocida.
—¡No pongáis esas caras de tontos —gritaba—, que nada más hay que ver cómo están los cubitos de hielo de mi vaso, y cómo están los vuestros! ¿Cuántos os habéis tomado, dos, tres…? ¡No sé cómo os aguanto! —depositó sobre la mesa la bandeja en la que traía: una tortilla de patatas; un botellín de tercio de Cruzcampo; varias rebanadas de pan integral; servilletas de papel y tres tenedores.
—Prima —le decía el primo más alto, con descarada sorna (con disimulo y burla con tardanza voluntaria) mientras ella se acomodaba—, ¿el pan integral es para que no engordes más de lo que estás? —sin pausa—. Y ese pedazo de tortilla la habrás hecho con patatas ligh ¿no, primita?
—¡Serás marica! ¡Yo estoy gorda! —cogió varios pistachos y se los tiró a la cara—. ¡Entérate, yo como lo que me da la gana! ¡Tú si que estás gordo! —cabreo infantil—. ¡Ni los cerdos tienen tanto sebo (grasa, gordura) como tú! ¡Capullo, que eres un capullo! ¡No veremos la película hasta que me coma la tortilla! Coged si os apetece, pero no os lo merecéis.

Mientras Dolo se zampaba la tortilla, la mente se le marchó a Bonares. Tan encerrada en su Vito estaba que no se dio cuenta de que su primo más bajo se levantó para preparar otros dos cubalibres, y que al volver a sentarse comenzó a hacer zapping con el mando a distancia. Dolo comía con la cabeza baja mirando a la tortilla, pero sin verla, porque una de las veces pinchó, en lugar de a la tortilla, un cacho (pedazo o trozo de algo) de aire —sonrió por el despiste que había tenido—. Ese lapsus (equivocación) la transportó de nuevo al salón; descubriendo que sus dos primos estaban sin beber ni comer, y más calladitos que en misa.
Los dos estaban embobados. Al más bajo le salía un hilo baboso por las comisuras de los labios.
Dolo explotó:
—¡El escatológico (perteneciente o relativo a los excrementos y suciedades) del Nabucodonosor os ha podrido los sesos! —les insultó Dolo, al descubrir que el absorto (enfrascado en algo, con descuido de cualquier otra cosa) estado lo disfrutaban por la película porno entre heterosexuales, que habían sintonizado mientras ella pensaba en su Vito de su alma. Cabreada cambió de canal.
Los dos se escoñaban de la risa que les entró, al ver que Dolo había sintonizado una película porno entre lesbianas. Furiosa volvió a cambiar de canal, dándole una colleja a cada uno.
—¡Ahí tenéis! Entreteneros mientras termino de comer ¡jejejeje! —les dejó un canal de dibujos animados. Volvió a la tortilla, y puso, de nuevo, a rular (funcionar) su meditar:
—<"Virgencita, te lo suplico, te lo ruego, te lo pido con todo mi corazón, que el trabajo de mis primos me sirva para que pueda terminar con todo esto y marcharme a buscar a Vito.>>
—¡Finito! —al acabar con la tortilla. Cogió el mando a distancia, pulsando el play del DVD.
La primera imagen era del primo más alto saludando desde la escalerilla del avión; a continuación, con la misma pose, el primo más bajo; y por último, de espalda, el que podría ser Nabucodonosor.
—¡A mí me da algo! ¿A qué viene grabaros?
Los dos la miraron con sonrisa de idiotas reconcentrados.
La siguiente secuencia, que duraba más de una hora, era, única y exclusivamente, del respaldo del asiento de delante, porque se les olvidó desconectarla.
Dolo estaba con un rebote que se subía por las paredes. No pudo callarse:
—Me parece que esta noche vamos a tener una fiestecita esp… —les decía Dolo en el momento que aparecieron cuatro inmensas chavalas de distintos tonos de piel: una negra, otra amarilla, otra mestiza y, la última, alabastro—. ¡No puede ser! —agitaba la cabeza de un lado para otro—. No, no, no puede ser —inmediatamente se le oyó—: ¡Cuatro! —desgañitándose—. ¿Habéis contratado a cuatro? —detuvo la película.
—Prima —intervino inmediatamente el primo más bajo—, nos dijo Nabu que teníamos que hacerle… ¿cómo era?, un… —aplastándose las sienes— casting (pruebas para seleccionar actores), sí, casting, por lo menos a cuatro, para que de esa forma no fallarte en la elección de la mejor. Además —seriedad militar—, el tío, con muy buen criterio, nos aconsejó que deberíamos de catarlas (probar, examinar). Tú ya sabes.
—¡Sois unos indecentes, puercos…! ¿Qué más os digo? ¿A quién he contratado yoooo? —resoplón al canto—. O sea…, que os habéis acostado con las cuatro.
—No prima —el más alto—. Yo sólo con la negra.
—Y —al primo más bajo— tú mientras mirabas, ¿no?
—No, prima, yo estaba grabándolo. Después sí, ¡la mestiza estaba!—tapándose la cabeza con los brazos por si su prima le regalaba algún detallito doloroso.
—¡No me lo creo, no me lo creo! —repetía ella sin parar. Hasta que pensó que era mejor que se relajara—. Está claro que con las otras dos se lo hizo el Nabu, ¿a que sí?
—Sí —contestaron al unísono (sin discrepancia, con unanimidad).
—Creo que no voy a poder soportarlo —dio varios paseos por el salón para serenarse—. Os confío un trabajo del que depende mi felicidad, y resulta que lo que hacéis es iros de putas —taconeó rabiosa.
—Ya te hemos dicho —decía el primo más alto— que Nabu nos dijo que era necesario. ¡Ah!, también porque para él era imprescindible, como el mejor experto del mundo en estos temas, aclararse unas dudas que tenía.
—¿Dudas? ¿Qué dudas? —preguntó Dolo intrigadísima.
—Por eso eligió primero —aclaraba el primo más bajo—. Nos dijo que elegía a la oriental porque un amigo le había asegurado que esas mujeres… ¡te lo voy a decir tal como él nos lo dijo, eh!, que luego… —Dolo le autorizó—; pues… que las mujeres de esa raza tienen el coño horizontal, y quería comprobarlo…
Dolo no asimilaba (comprendía) lo que estaba oyendo.
—… Y a la blanca —continuó—, la eligió, porque nos contó… ¡Prima, que te lo voy a relatar con las mismas palabras, eh!... Nos contó que le recordaba a un maniquí que se tiraba todas las noches cuando trabajaba de guarda jurado en unos grandes almacenes.
—¡Ese cabrón es un sádico¡ ¡Debe estar enchironado en la cárcel de máxima seguridad de Alcalá-Meco (Madrid). Yo lo… —la interrumpió el más alto:
—Prima, la negra no la quiso porque dijo que todas tenían… ¡te repito que lo voy a decir tal como él nos lo dijo, eh!, …que todas tenían los pelos del chocho tan fuertes que parecían erizos cabreados, y les ponían los huevos en carne viva ¡ah! rechazó también a la mestiza porque le habían contado que como nunca llevan bragas, siempre tienen el coño más seco y arrugao que un jigo (higo: cosa arrugada o deteriorada). ¿No te imaginas por qué?, ¡jijijiji!
—¡Risitas también! ¡Además, el soplagaitas (persona tonta o estúpida) es racista! ¡Ese psicópata os ha tomado el pelo, y a mí el dinero! ¿Cuándo os vais a espabilar de una vez?
Los dos agacharon la cabeza.
Dolo, con una resignación que se la pisaba, pulsó el play, volcando toda su atención en la pantalla. Durante varios minutos salían las cuatro elegidas. Unas veces juntas y otras veces por separado. Dolo se estaba enfureciendo por la insulsa grabación. Miraba a sus primos. Ellos le hacían gestos, con las manos, para que tuviera paciencia.
—¿Qué es eso? —repentinamente preguntó Dolo, que con los ojos entornados esforzaba la vista intentando descubrir lo que era. Retrocedió al comienzo de la escena.
Los dos se escondieron la cabeza bajo el ala.
—¡Joder! —exclamó ella al repetir la escena—. ¡Además de idiotas sois, sois, sois…, no puedo, no puedo! ¡Mira que dejar la cámara grabando la orgía que hicisteis! ¿Y eso?... ¿Ése es el famoso Nabu? ¡Jajajajajaja! —preguntó al no vérsele la cara. Los dos le dijeron que sí—. ¿¡Eso es su deshollinador!? ¡Si la tiene más pequeña que un tábano (insecto díptero [dos alas] de dos o tres centímetros de longitud y de color pardo, que molesta con sus picaduras principalmente a las caballerías), jajajaja! A ese fofo gordinflón, con tanta barriga y tan poca condecoración, no llega ¡jajajajaja! Por eso está siempre tan salido, porque es un traumatizado del sexo. No me importa lo que me haya costado el trabajo. Esto no tiene precio. ¡Ahora —llamada de atención para los dos—, cómo aquí no esté lo que os ordené que hicierais os vais a enterar! Pasaré esta mierda —con el mando a distancia pasó la película a alta velocidad, dándole una patada al primo que estaba más cerca al ver una imagen que, aunque borrosa, se veía clarísima; unos segundos después exclamó Dolo—: ¡Aquí está! —rápidamente pulsó el play.
—Eso es cuando llegamos a la discoteca —le dijo el más bajo.
—Al final elegisteis a la blanca. Me gusta. Va vestida muy elegante. Por ahora habéis acertado.
—Todo se lo eligió Nabu —le dijo el más alto—. Está buenísima, es sueca y habla el inglés perfectamente. ¡De español ni papa!
—¡Vaya! —exclamó Dolo—. Es un golfo, pero tiene mucho gusto y, ¡habla inglés y todo!
—¡Inglés, Nabu! ¡Ni papa, prima, no sabe de inglés ni papa! —le aclaró el más alto.
—¡Ni papa? ¿Entonces cómo se las apañó para contratarla y vestirla de diez?
—Verás, prima… —decía el más bajo, haciendo un monumental esfuerzo para ocultar el tufo etílico de sus palabras.
Dolo lo miró, intuyendo, por el tono de voz que eligió, que no iba a ser muy racional el relato.
—… Paseábamos por la Quinta Avenida cuando Nabu oyó hablar en español...
—¡Qué casualidad! —exclamó ella con ironía.
—… ¿Por dónde iba? ¡Ah! Cuando Nabu oyó castellano se paró e investigó de dónde provenía la voz —iba a dar un trago.
—¡No bebas más! ¿Qué ocurrió? —con impaciencia.
—Que se las ligó.
—¿Cómo dices? —Dolo arrugó todo el rostro.
—Que se ligó a dos camareras andaluzas que se cruzaron con nosotros ¡pero para que fueran nuestras intérpretes! y le explicara a la sueca todo lo que queríamos que hiciera —ahora el tono de voz y la carita de ángel que puso descubría el rollo que le estaba metiendo.
—¡No te enrolles, cabeza de chorlito! ¡Ése no se liga ni a…, venga, dime la verdad!
—¡Qué lista eres, prima! La verdad es que no se las ligó, sino que las contrató para que nos sirvieran de intérpretes. ¡Gracias a ellas…!
Dolo se fue hacia él, pero lo salvó una inesperada imagen muda que, en ese momento, mostraba la pantalla.
—¡Pero, si es Lola! —exclamó sorprendidísima—. ¿Qué hacía, Lola, en la discoteca?
—Es amiga del fotógrafo —le contestó el más alto—. Ahora lo verás. ¡Ahí llega!
—¡Amiga del fotógrafo! —extrañadísima—. Qué casualidad más mal oliente —murmuró Dolo—. ¡Hijo de puta! —gritó al ver al fotógrafo.
Los dos primos se asustaron al verla con los ojos desencajados y derramando ira a chorros.
—¡El fotógrafo es Adolfo, el meapilas! ¡De fotógrafo tiene ese, lo que yo de monja¡ La gente cree que es el más católico-apostólico-romano que existe, porque diariamente visita las iglesias, pero ese miserable las visita antes de que cierren por las tardes para robar los cepillos (cepo: caja de madera para recoger limosnas y donativos)! ¡Nunca tiene un duro! ¡Claro, por eso se va a casar con la Marquesa de los Juncos Secos! ¡El sinvergüenza sabe que, a la Marquesa, le queda poca vida, por la edad que tiene, y quiere heredar todos sus bienes cuando la espiche! Pero, y Lola, ¿qué tendrá que ver con él? —pensó unos segundos—. Que no sea lo que estoy pensando, que la mato —dijo mirando a sus primos, que le temían cuando se ponía las manos en jarra—. ¡Habéis visto? —exclamó señalando a la pantalla—. ¡El Adolfo le ha dado un sobre a Lola!
—Prima —le dijo el más alto—, en el sobre había treinta mil euros, que ahora son cinco millones de pelas, ¿no?
Dolo enmudeció de muerte.
—Lo sabemos —continuó el más bajo— porque al vernos se sentó con nosotros. En un ratito la emborrachamos con champagne, de ése que a ella le gusta, para que nos largara lo que contenía el sobre. Estaba muy nerviosa, pero cuando la torta alcanzó su punto más alto, nos desembuchó que acababa de cobrar treinta mil euros por un trabajito muy fino que le había hecho al fotógrafo. Nosotros pensamos que habría posado desnuda para él. Prima, ¡para tanto no está!, ¿verdad?
—¡Entonces —Dolo con arrebato (furor: furia – violencia y prisa)— os descubrió!
—No prima —le dijo el más bajo—. Cuando entramos, al verla, le dije a Nabu que Lola nos conocía, y él se fue por un lado, la Prety Woman por otro, y nosotros por otro. De esa forma no nos relacionó. Gracias a eso hemos filmado mucho mejor allí dentro.
—¡Está clarísimo que esa alcohólica me ha vendido! Ya me advirtió mi madre que no era trigo limpio —hundida y resignada. Los dos primos se miraron sorprendidos al oírla pronunciar madre—. Y yo —continuaba Dolo— la informé de pe a pa (enteramente, desde el principio al fin) de cómo y con quienes iba a… ¡joder, le he dado todo en bandeja! —cerró fuertemente los ojos y apretaba las mandíbulas hasta hacer rechinar los dientes—. ¡Hundiré en la mierda a esa zorra! ¡Y quería conocer a Vito! Su traición, por dinero, le va a costar caro.
Dolo entró en perturbación mental. Esquizofrénica perdida gritó:
—¡Terminemos esto! —se obligó a animarse—. ¡Aquí nadie pierde el tiempo! ¡Mirad! ¡No se conocen de nada y ya están juntos el Adolfo y la sueca!
—No, prima, ahí ya se conocían; es que no hemos grabado cuando se la presentó Nabu.
—¡Espero que no hayáis fallado en los detalles más importantes! —alteradita—. ¡No me lo puedo creer! —ya perdió los papeles—. ¡Ése es otro asqueroso salido! ¡Sois todos iguales! No, no, de eso nada de nada, todos no, mi Vito no, que me lo ha demostrado. ¿Y eso…, qué hace Nabucodonosor? —preguntó al ver que se acercó a la barra, colocándose junto a la nueva parejita—. Eso que le ha entregado al camarero ¿son billetes?
—Sí —contestó el más alto—. Nabu ya le había preguntado que si sabía inglés… Ahí, ahí le está diciendo que le daba el dinero para que le tradujera a la princesa del Reino de Cocatila que…
—Coca…, ¿qué? —pulsó pausa en el mando a distancia.
—Es que así nombra Nabu a las tías macizas. Nos explicó que, esas tías, se merecen ese título, porque primero te dan potencia sexual, como la coca, y luego te dan tranquilidad, como la tila. Bueno, decía que… —lo volvió a interrumpir.
—¡Cómo se me ha podido escapar ese ejemplar a mí! —sarcasmo puro—. ¡Anda, sigue contándome! —desconectó la pausa.
—… ¿A ver…? Sí. Ahora, ¿ves? —señaló a la pantalla—. Le está diciendo al camarero que le diga, en inglés, a la princesa que él se tiene que marchar porque le han dado el chivatazo de que su mujer estaba acostada, en esos momentos, con el hijo que tuvo en su anterior matrimonio. Nabu lo hizo para dejarle vía libre al fotógrafo, y éste picó el anzuelo. ¡Mira, prima —se reía—, al capullo se le está cayendo la baba! —en ese momento, la pantalla mostraba, en todo su esplendor, el color negro. Rápidamente, para evitar males mayores, el primo intervino—. No te preocupes, prima, es que tuvimos que esconder la cámara bajo la mesa porque la Lola descubrió que estábamos grabando, y nos la quería quitar, pero con la borrachera y un achuchón de mi hermano se olvidó rápido.
—Lo que falta de la discoteca —le decía el más bajo— es el lote que se pegaron los dos antes de marcharse al hotel. La tía era tan experta que... —corte de Dolo.
—No quiero detalles —nuevo descanso—. ¡Una preguntita a mis dos genios del espionaje! —con voz y gesto risueño...
Los dos se pusieron más derechos que una vela.
—… ¿Cómo sabíais que Adolfo sabía inglés, eh?
Los dos respondieron a la vez, demostrando el elevado grado de inteligencia que poseían:
—¡Suerte, prima, suerte! —se quedaron más anchos que panchos.
—¡De todo esto escribo un libro, lo juro! ¡Bah! —se tranquilizó—. Por ahora esto va por buen camino. ¿Cómo hicisteis para grabar en la habitación del hotel?
—Nos metimos en la furgoneta —relataba el más bajo—, que antes habíamos aparcado estratégicamente, y desde allí controlábamos todos los micros y cámaras que instalamos en la habitación antes de irnos a la discoteca —se pavoneaba—. Hasta Nabu nos felicitó por el equipo que tenemos. ¡Ah! Fíjate si somos buenos que nos propuso que nos uniéramos a él para formar una sociedad especializada en espiar a los tíos con más pasta del mundo.
—¿Por qué a esas personas? —intrigada.
—Porque con lo que les grabáramos en las fiestecitas, rollitos, orgías…, los chantajearíamos y, sin trabajar, nos harían ricos.
—¿Esto que me está pasando es real o he muerto y estoy en el infierno! —compadeciéndose continuó—. Creo que no voy a ser capaz de continuar —se desplomó en el sofá.
—¡Prima, no te preocupes, que no te hemos fallado! —la animaron—. ¡Mira! —el más bajo señaló hacia la pantalla—. ¡Mira, prima, como trabaja la princesa!
Dolo miró sin decir nada. Su voluntad había sido derrotada. Al cabo de un rato, no pudo evitar pensar:
—<"Todo esto me da más mala espina… Qué guarros. La verdad es que es una experta. En mi vida he visto lo que está haciendo. Aprovecharé la ocasión para ponerme al día.>>
Se metió tanto en la grabación, que se relajó. Llegando a preguntar:
—¿Qué estáis grabando ahí? ¡Ah, ya! Queríais hacerle una camaroscopia intrauterina, ¿no? ¡Sois…, no puedo, no puedo con ustedes! ¡Teníais que grabar siempre a los dos, no solo a ella! Hace un momento había decido olvidarme del tema, pero es que sois… ¡No puedo contenerme, os voy a...! —Dolo se levantó para arrearle a los dos.
—¡Quieta, prima! ¡Mira eso, mira eso! —le decía el más bajo en la huída.

Después de una hora y media de pornografía pura y dura, dijo Dolo:
—Ha merecido la pena el sufrimiento que he pasado. Lo habéis hecho perfecto. Ni Steven Spielberg (famoso director de cine) os hubiera superado. Llama a ese... —las caras de los primos expusieron pasividad de sorpresa incrédula—. ¡Joder, qué caras! Sí. Que uno de ustedes llame a Adolfo.
Ninguno reaccionó.
—¿Qué os pasa?
—Que no podemos llamarlo—contestaron como calcomanías.
—¿Por qué?
—Porque el teléfono lo tiene Nabu —cantaron, con congojo, los dos.
—¡Yo, os mato! ¡Ya me extrañaba a mí que al final no metierais la pata! ¡Mucho espionaje con técnicas ultramodernas, y no os quedáis con el teléfono del espiado! —les amenazaba con más veneno en la mirada que una cobra acorralada—. ¡Yo os mato!…
Los dos se miraban. Sudaban más que los que construyeron las pirámides de Egipto, ¡claro, si no fueron los extraterrestres, según piensan algunos! Con la armonía plástica de una pareja de ballet acuático, de un solo trago, se bebieron lo que les quedaba del cubata. Ni habiéndolo practicado les habría salido tan bien.
—… ¡Ale, emborrachaos! ¡Cómo vais a razonar si las neuronas las tenéis alcoholizadas! Antes de que acabe con vosotros —amenaza sutil—, llamad al bola de grasas ese, y pedirle el número de teléfono. ¡Y por supuesto la dirección! ¡Ya! —grito energúmeno (furiosos, endemoniado).
El primo más alto, con torpe prisa, llamó a Nabucodonosor:
—…
—Señor Nabu, soy …
—…
—Que mi prima necesita el número de teléfono y la dirección del fotógrafo.
—…
—Dice que te pongas, o no hay información.
Dolo le arrebató con furia el móvil, hablándole del tirón:
—Al final lo empujaré, yo misma, para que resbale por el tobogán que...
—…
—¡Mire pringao! Si sus neuronas le han abandonado por su inactividad sexual, ése es su problema —momento en que su educación la abandonó—, ¡estoy hasta el coño de usted, o me da los datos ahora mismo o no pararé hasta que le encierren con los pederastas esquizofrénicos! ¡No le soporto! —vociferó con tan mala leche, que lo acojonó de verdad.
—… —sobre la marcha y sin rechistar.
—¡Ve qué fácil es! —Dolo grabó los datos en el móvil—. ¡Muchas gracias, señor! Adi... —se despedía Dolo.
—…
—¡Becerro! —cortando la comunicación.
—Prima, ¿qué te ha dicho ahora para que te hayas puesto así —le preguntó el más bajo.
—Primito, no te ofendas cariño, pero, de verdad, eres un frívolo asqueroso.
Dolo cogió el paquete de Marlboro; lo miraba pensativa; se podría pensar que le estaba sacando el ADN; pero no, lo que sí hizo fue seccionarle uno de sus miembros, y, con crueldad inquisidora, lo prendió, utilizando el más selecto ritual como si fumara el mejor habano (cigarro puro de Cuba). Chupaba, con parsimonia (lentitud) religiosa, del inocente condenado, sacándole su alma gaseosa, disfrazada, en su mejor carnaval, con el más divino traje de luto de alivio (luto menos severo – gris); única forma, según ella, de meter en vereda a sus nervios. Conseguido su deseo, bebió el resto del cubata que le quedaba.
—Prima, estás tan colorada que parece que te va a dar un telele (desmayo) —le dijo el primo más alto.
—Mañana tenemos mucho trabajo ¡y delicadísimo! —les dijo Dolo después de un largo silencio—. Ya está bien por hoy. Nos tomaremos la última y nos iremos a la cama —los dos primos la miraron desconcertados. Ella no pudo aguantarse—: ¡Seréis guarros, cada uno a la suya! ¡Sois unos salidos! ¡Cómo mañana no estéis en condiciones para acabar con el hijo de mala madre del Adolfo, os capo!
Mientras los dos llenaban la última, Dolo se entretenía haciendo zapping .
—¡Déjalo ahí! —gritó el primo más bajo, al ver que emitían “Operación Triunfo”—. La Rosa me encanta. ¡Ya no hay chavalas como esa!
Sin llegar el programa a su fin, Dolo ordenó:
—¡Venga a descansar!
Próximo miércoles 7 de marzo: Capítulo 33

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