23 octubre 2006

 

CAPÍTULO V

Los dos permanecían atónitos ante el proceder de Vito.
—¿Vito, qué te ocurre? —le preguntó muy preocupada Dolo.
—¿Se encuentra bien? —también le preguntó al chef, que aceleró el paso cuando vio la cara de Vito.
—¡Un café caliente, rápido! —balbuceó (hablar articulando las palabras de una manera vacilante y confusa) Vito.
—¿Un café ahora? —preguntó extrañada Dolo.
—¡Síiiiiiiii, y bien caliente! —gritó desesperado con clara ronquera.
—¿Café, café, o descafeinado? —le preguntó el chef, también, muy extrañado.
—¡Me da igual, pero rápido! —sin poder elevar el tono de voz.
—¿Con leche, o solo? —muy educado.
—¡Cómo le salga del…, cuanto antes, por favoggg! —afonía involuntaria.
El chef corrió a por el café pero, justo al entrar, salía la camarera con tres cafés sobre una bandeja. Sin detenerse le robó uno, llevándoselo a toda pastilla a Vito. No le dio tiempo a depositarlo en la mesa.
Vito se lo arrebató de la mano. Le dio un buche, hizo gárgaras, tragándoselo como un pavo. El ansiar gastado le provocó un eructo sordo, pero claramente visible por el jumerío expulsado.
Dolo y el chef se miraban desconcertados.
Pasado unos segundos Vito resopló y exclamó:
—¡Ya está!
—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué un café caliente?, bueno, ¡ardiendo! —preguntó Dolo, al mismo tiempo que el chef asentía con la cabeza.
—Porque no me di cuenta de que la cerveza estaba helada y al tomármela con tantas ganas, a medida que bajaba al estómago, me iba rajando las tragaderas; y lo del café es porque un día, que me ocurrió lo mismo, descubrí que tomándome algo caliente, rápidamente, el daño desaparece. Si no fuera así, dentro de unas horas, tendría encima una faringitis de padre y muy señor mío. Si no hago esto la faringitis llama al catarro, e inmediatamente a la cama. ¡Pues, lo que me faltaba hoy!
Dolo y el chef, lo miraron como si fuera un bicho raro.
—¡Ja! —Dolo sarcástica—. ¡Pero si tenemos a un curandero titulado!
—¡Empecemos a comer! —dijo Vito mirando al carrito-camarera.
—¿No me digas que después del café vas a comer? —le dijo Dolo moviendo la cabeza de un lado para otro.
Él sonrió.
—¿De veras? —incrédula Dolo—. Nunca imaginé que iba a conocer el mundo al revés. ¡Y claro, ahora lo que comerás primero será el postre, luego la comida, y al final los patés que nos han puesto de entremeses! ¡Ya, ya, ya, esto es freudiano (Freud: psiquiatra austriaco)! —argumentaba Dolo.
El chef no dejaba de mover la cabeza ante tan inaudito comportamiento.
—Bueno, empecemos a comer que ahora sí que tengo hambre y estoy deseando probar lo que me ha preparado este señor —dijo Vito mirando al chef.
—¿Estás seguro? A ver si te va a entrar cagalera y luego será peor —le dijo Dolo a Vito, poniendo una cara muy seria.
Vito no pudo evitar pensar:
—<<¡Qué lengua tiene la muchacha! ¿Dónde se habrá educado?>> —para, a continuación, haciendo la señal de la cruz, cortando el aire con su mano derecha, al mismo ritmo que le decía a ella—: Dolores, olvida lo ocurrido y empecemos, ¿vale?
Dolo dio su conformidad con un movimiento de la cabeza hacia delante.
El chef miraba fijamente a Vito esperando que le dijera qué le servía primero.
Vito lo adivinó, diciéndole muy serio:
—He dicho que se olviden del café. ¡Cómo si no lo hubiera tomado!
El chef sonrió y comenzó a servir a Dolo el menú que le pidió.
Al descubrir Vito lo que era, miró a Dolo con extrañeza.
—Sí. “Ensalada especial al chef” —le aclaró Dolo—. Te puedo decir lo que lleva: Tomate, pimiento, cebolla, maíz, palmito, lechuga, escarola, zanahoria, apio, alcachofa natural, espárrago, setas, manzana, perejil, o sea, los condimentos habituales, más una salsa secreta de él. ¿No te parece original?
—¿Y después de esa comida de rumiantes? —le preguntó Vito de una forma burlona.
Dolo, con mirada de fiera enjaulada, cogió el cuchillo con tanta destreza y rapidez que Vito se echó hacia atrás al ver cómo levantaba la mano con intención de clavárselo.
—¡Quieta, quieta! ¡Vaya por Dios, también eres macarra!
—¡Yo macarra! —enfurecida—. ¡Tú sí que eres un animal! ¡Hijo de...! ¡Por menos me he cargado a tres gilipollas como...! —gritaba histérica (perdió los nervios) Dolo a Vito.
Vito la miró con mala leche, y Dolo bajó el brazo más rápido de como lo levantó.
—Señorita Dolores —decía Vito—, es la última vez que me hablas y me haces una cosa así. Tengo dos caminos; uno, marcharme inmediatamente; y otro... olvidarme de esto. Como ya estoy metido en el ajo, pues elijo olvidarme de lo ocurrido, ¿eh? —silencio recibió—. Pues como yo interpreto el silencio como me da la gana, quiere decir que me has contestado que prefieres que charlemos tranquilos mientras comemos. <"Vito —se decía mentalmente—, ¿por qué no has aprovechado la oportunidad y te has largado? Pues porque me tiene comido los sesos esta preciosidad. ¿Y si cae?>> —no le duró mucho el deseo.
—¡Y una mierda! —exclamó con cara de mafiosa resentida—. Tú me llamas rumiante, y encima te... —intentaba decir Dolo cuando Vito comenzó a levantarse—. ¡Vale! —al ver que se marchaba—, tengamos la fiesta en paz.
Entre tanto el chef, con una sonrisa pícara, después de servir a Dolo y a Vito sin que ninguno se apercibiera de tan sutil profesionalidad, al retirarse, sin mirar a ninguno, comentó:
—¡Amores reñidos son los más queridos!
—¿Qué ha dicho? —Vito mirando a Dolo. Pero como sí lo había oído, no se pudo contener—. ¡Éste tío está borracho! ¡Seguro que la comida que me ha preparado es una mierda!
—¡Uuyyyyyyy, yo no digo nada! —le dijo Dolo—. Así que comamos en paz que es lo que hemos acordado. ¡Anda, pruébalo ya, mosqueón!
—¡Yo, mosqueón! ¡Tú si que eres…! —contó hasta diez.
Ella esperaba el adjetivo
Pero Vito se contuvo. <<¡Vito, para el carro!>> —pensó. Miró al plato y no identificaba nada de lo que veía. Con reparo pinchó el tenedor en un trozo pequeño de algo que le parecía carne. Lo inspeccionó mejor que los del CSI, para a continuación introducírselo en la boca lentamente. Lo cató (probar para examinar su sabor). Pasados unos segundos dijo—: Está bueno de verdad. No sé que será, pero está bueno de verdad —al ver al chef, en la puerta del restaurante, juntó la punta de los dedos de la mano derecha, se los acercó a los labios e hizo como si le tirara un beso, al mismo tiempo que los separaba para darle la conformidad de lo exquisito que estaba.
El chef sonrió e hizo un gesto de agradecimiento.
Mientras comían, el único que habló fue Vito para pedirle el pan a Dolo, al ver que ella no lo probaba. En el momento que Vito terminó el plato, el chef se lo retiró poniéndole otro limpio, y ocuparlo con otra especialidad.
Vito se apresuró a decir:
—No, por favor. No tengo más hambre.
El chef lo miró con expresión de sentirse ofendido.
Dolo, con la alegría en la cara que a Vito le gustaba, le dijo:
—Después de que te lo ha preparado con tanta ilusión y cariño, ¿se lo vas a rechazar?
—De acueeeerrrdo. Espero que no me siente mal —contestó Vito dándose unas palmaditas en la barriga—. Otras dos cervezas, por favor. Eso sí, ahora me la tomaré despacito.
—¡No puede ser! —le respondió el chef.
Vito gesticuló, porque no entendía la negativa del chef a la cerveza.
—Este plato lo tiene que comer bebiendo un gran vino tinto que les he traído. Y usted, señorita Dolores, también lo debería probar.
—¡Claro que lo probará! ¡No, lo probará no, lo beberá de mi copa y comerá de mi plato para ayudarme! —dijo Vito con autoritario tono de voz.
Dolo, con un movimiento de hombros, recibió a su resignación. Aceptó. El chef iba a comenzar a apartarle a Dolo cuando Vito le gritó:
—¡Quieto, cocinero de altos vuelos, he dicho que ella come de mi plato!
Dolo asintió porque le encantó la idea.
El chef, siempre con la sonrisa en la boca, puso un plato en el centro de la mesa, apartando el quinqué, y los dos capullos de rosa, al tiempo que Vito se los robó, entregándoselos a Dolo.
Los lechosos cachetes de Dolo se tiñeron de grana (rojo).
Al ir el chef a depositar el primer pellizco de la comida en el plato del centro, Vito, con chasquidos (ruido que se produce con la lengua al separarla súbitamente del paladar), y moviendo el dedo índice de un lado para otro, le indicó que se estaba equivocando de plato. El chef lo miró, como diciendo que estaba apartando en el plato que había puesto para los dos, como él quería. Vito, tal como balanceaba el dedo índice, lo dobló hacia abajo, marcando con impulsos secos su plato. El chef sopló, se les estaban hinchando las narices, y sirvió en el plato de él. Vito se levantó, cogió a Dolo por el brazo derecho, un poco más abajo de las axilas, jalándola con extrema delicadeza para que se levantara.
Dolo, extrañada, obedeció.
Vito, con la otra mano, cogió la silla donde estaba sentada ella, llevándose a las dos junto a su asiento.
—Así, juntitos, comeremos más cómodos —dijo Vito.
El chef llamó al sumiller para que sirviera el vino.
Vito alucinaba al ver la ceremonia que éste hizo desde que cogió la botella hasta que le sirvió la cata (examinar su sabor) del caldo. A la legua se le notó que eludir el ofrecimiento era por terror a equivocarse y no por caballerosidad al ofrecérselo a ella.
Dolo lo descubrió y se negó en redondo (en redondo: claramente, sin rodeos). Disfrutaba con el sufrimiento que estaba pasando Vito por tomar tan delicada decisión.
Vito miró al chef, luego a Dolo y, por último, clavó su mirada en la copa. <"Estos —pensaba— se están cachondeando de mí. ¡Se van a enterar!>>. Con rigor enológico (conocimiento de los vinos y su elaboración) elevó la copa a la altura idónea; la movió en círculos hasta manchar todo el cristal; la miró; introdujo la nariz; olfateó varias veces; la volvió a mirar —Dolo y el chef lo miraban con sorpresa—; con ímpetu vació todo el contenido en su boca; hizo gárgaras; y se lo trago. Diciendo:
—¡Esto sabe a… —jugaba con su paladar, sin perder de vista a ninguno de los observadores, que esperaban ansiosos el veredicto, sin ocultar un gesto inequívoco de asco, ante el lavado etílico de amígdalas que se había realizado—… chuminá!
—¿Chuminá…? —el chef extrañado—. ¿Qué sabor es ese?
—No es ningún sabor —decía Dolo—. Él se refiere a que toda la parafernalia, que se monta para catar un vino, es una estupidez. Yo pienso lo mismo. Y como el vino está estupendo, aun cuando no cumpla los controles enólogos, esa botella —la marcó de muerte— nos la vamos a cargar entera, ¡aquí todo es de puta madre! —piropo, en boca de ella, que a Vito le ponía malo. Pero esta vez, aprovechando que la tenía tan cerca —rozaban los codos—, le dio un codazo, provocando que el brazo de Dolo resbalara del apoyabrazos, y ésta se derrumbara lateralmente sobre su hombro. Unión violenta e inesperada que les provocó unos segundos de cosquilleo estomacal.
Después de retirarse los dos figuras de la restauración, comenzaron a comer. Esta vez fue Dolo la que sorprendió a Vito pinchando con su tenedor un trozo de carne, ofreciéndoselo a él. Éste no lo dudó, abrió la boca para que ella se lo introdujera. Al cerrar la boca, Dolo le sacó el tenedor lentamente mirándolo fijamente a los ojos.
—<"Ya me está provocando —pensaba él—. Y me conoce de hace un rato. Aquí hay gato encerrado. Aprovéchate, y síguele el juego. Nunca en tu vida vas a tener una oportunidad como esta>>.
Él también hizo lo mismo con ella; hasta que terminaron el plato. Con el vino igualmente, ella se lo acercaba a la boca, y él se lo ofrecía a continuación. Durante ese tiempo no se dijeron ni mu. Entre la copiosa comida y el vino, la tontura que sudaban los dos era empalagosa.
—¿Qué desean de postre? —les preguntó el chef, sin que ninguno de ellos hubiera percibido su llegada.
Los dos se sobresaltaron y, al unísono, como si llevaran toda la vida juntos, indicaron con la cabeza que no deseaban postre.
—¿Café? —volvió a preguntar el chef.
Dolo lo miró, indicándole con la mano que acercara el oído a su boca.
El chef, con andar desconfiado, así lo hizo.
Vito volvió a sus pensares:
—<<¡Lo está provocando! No respeta ni que yo esté delante. Le ha dicho que la bese, y..., ¡que se acueste con ella, seguro! Ésta no conoce vergüenza>>.
—Queremos que nos dejen tranquilos —le susurró Dolo.
El chef, con un guiño, se retiró inmediatamente.
Vito la miró fijamente solicitándole que le dijera lo que le había dicho.
Ella, moviendo la cabeza y arrugando los labios, le contestó que no.
—¡Ya! —exclamó Vito, con ironía descarada. Pensando—: <"La chavalita se cree que yo me chupo el dedo. La cara de baboso que se le ha quedado al cocinerillo ese con lo que le ha dicho esta golfa. ¡Igual que se me quedaría a mí si me pide que la infle! ¡Con el compresor como lo tengo, puedo hasta reventarla, jejejejeje! No seas grosero, porque sabes que te lee el pensamiento. ¡Me está haciendo efecto el vino! Aprovéchate de esta derrochona, y pide ya lo que tus posibilidades económicas no te permiten>>. —Y dijo—: Yo quiero una copa —mirando a Dolo—. ¿Y tú?
—No. Tengo que trabajar esta tarde.
Vito se alegró al pensar que si trabajaba en la cafetería no estaría con nadie. Al ver al chef en la puerta, hablando con la minifaldera, gritó:
—¡Una copa de “Luis Felipe”! —el vino le había hecho perder las maneras—. ¡Tengo que mirar por mi tierra! —le dijo a Dolo.
—¿Por qué dices eso? —Dolo, extrañada.
—¿No sabes que es el mejor brandy del mundo?
Ella negó con la cabeza.
—Pues sí —sacando pecho—. Lo elaboran en La Palma del Condado, muy cerca de mi pueblo —se le llenó la boca al decirlo.
Dolo sonrió.
—¡Las cinco de la tarde! —exclamaba Vito con preocupación—, y yo sin saber dónde voy a dormir —pensando—: <"Porque ya no me da tiempo a recibir el fax y repartirlo esta tarde>>.
—No te preocupes por nada. Yo... —Dolo interrumpió su frase al sentir que alguien le tocaba el hombro; volvió la cabeza apresuradamente; provocando un susto a Vito que dio un respingo. Ella se levantó rápidamente.
Dos hombres, muy bien trajeados, estaban firmes detrás de Dolo. Ella sin decir una palabra agarró, a cada uno, por un brazo, marchándose fuera de la terraza, en el instante en que el chef dejaba el Luis Felipe, a Vito, que al verlo pensó: <"Como me beba este copón, no salgo de Madrid en un mes>>. La cara de Vito era la del teniente Colombo cavilando por descubrir quiénes eran y qué relación podría tener Dolo con esos dos individuos. Su software (cerebro) volvió a trabajar a destajo: <"Parecen secretas. Antes me dijo que había matado a tres… ¡Jodeeerrr! —se tapó la cara con las palmas de las manos—. ¿A que vienen a detenerla? —de reojo no le quitaba la vista de encima a los tres. Se rascaba la barba. No paraba de cruzar las piernas de un lado para otro—. ¡Vaya lío en el que me ha metido ésta! ¡No, si saldré hasta en los telediarios! Mi madre se muere cuando me vea. El cachondeo que van a coger conmigo en el pueblo. Todos se reirán de mí. Quién se va a creer que la he conocido este mediodía, si estoy aquí con ella comiendo y bebiendo como un marqués. Esto se hace cuando se tiene mucha confianza con una persona. Me van a implicar a mí en los tres asesinatos. ¡Madre mía, qué lío! Lo mejor será salir corriendo ahora mismo. No se darán cuenta. Pero seguro que habrá más secretas por aquí —disimuladamente miró a todos lados—. Me estoy meando vivo. ¿Dónde estarán los servicios? Seré cateto, estarán dentro, o van a ser como los portátiles que ponen en las ferias. Voy payá, meo, y aprovecho para largarme —mientras se dirigía hacia dentro, ni pestañeaba—. ¡No te digo, si parecen amigos íntimos! ¡Amiga de los secretas…, malo! Seguro que le está ofreciendo su cuerpo para que no la detengan. ¡Ojalá que cuando vuelva se la hayan llevado! ¡Dios, que no me involucre, que tú sabes que yo no la he ayudado>>. —ya en el interior del restaurante:
—¿Los servicios, por favor? —le preguntó Vito a la camarera minifaldera.
—Al fondo hay una escalera. La baja, ¡despacito que es muy empinada! —maliciosa—. Varios metros después, la primera puerta a la izquierda. ¡Su amiga no le acompaña? —le dijo, con retintín.
A Vito, el último comentario de la minifaldera, le reviraron los cuernos, pero como las ingles comenzaron a tensársele, y el horno no estaba para bollos, aligeró el paso camino de los servicios, ya, apretando las ingles, cuando oyó:
—¡Señor, venga por favor!
Él volvió la cabeza.
—Sí, sí, usted —le confirmó la camarera.
Vito retrocedió hasta ella. La alarma de la vejiga se activó como consecuencia del nivel de orina que estaba soportando.
—¡Perdone, señor! Me equivoqué al indicarle la puerta. No es la de la izquierda, sino la de la derecha.
La vejiga de Vito estaba a punto de estallar. Jurando en hebreo, siguió las indicaciones. No pudo evitar, mientras caminaba, agarrarse fuertemente sus partes, para evitar que se le saliera el orín. Bajó los escalones de tres en tres. Sudaba. Abrió la puerta y buscó el orinal.
—¡Cabrona, hija de puta! —dijo, entre dientes, al ver a dos señoritas maquillándose delante del espejo. Había entrado en el servicio de señoras—. ¡Ella, ella… —decía señalando con el dedo índice hacia arriba, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, apretándola fuertemente—. Ella, primero, me dijo la primera puerta a la izquierda, pero, pero luego me dijo que era la de la derecha! Seguro que lo ha hecho a conciencia. ¡Perdonen!
Mientras corría hacia la otra puerta, se iba bajando la cremallera de la bragueta.
—¡Uuuuufffffff, por fin, qué alivio! —exclamó, sin importarle otro invitado al desagüe que estaba junto a él.
Entre orinar, lavarse las manos, refrescarse la cara, cepillarse el pelo con los dedos, relajarse, y recrear su narcisismo (el que cuida demasiado de su adorno o se precia galán) en el espejo, volaron más de quince minutos. Pensaba que era suficiente tiempo para perder de vista a Dolo. Subía la escalera lentamente; parecía que quería espachurrar los escalones cada vez que ponía un pie sobre ellos. En el reencuentro con la camarera no le dijo nada, aunque ésta lo miraba con cara de aguantar la risa. Al salir comenzó a buscar a Dolo con los dos secretas.
—¡Otro! ¡Hostia, otro distinto! —exclamó, en voz baja, al ver que Dolo estaba de puntillas abrazada a uno, que no era ninguno de los dos secretas—. ¡Joder, qué tía, no para! Y… ¿los otros dos? Yo me largo de aquí ahora mismo, antes de que ésa me meta en un lío gordo —se dirigió, intentando esconderse en el aire, a la mesa para coger el chaquetón y la maleta.
—¡Vito, dónde vas? —gritó Dolo, corriendo hacia él—. Mira, escúchame bien, ¿eh? —respiraba para salvarse de la asfixia—. Ahora me tengo que marchar, pero no te preocupes de nada, éste amigo mío te llevará a un sitio donde puedes dormir esta noche —pasmao se estaba quedando—. No te preocupes que yo iré dentro de unas horas —Vito no daba crédito a lo que estaba oyendo—. Tenemos que hablar todo lo que no hemos hablado en la comida. ¡Ah! La cuenta ya está pagada. Por favor, haz lo que te pido. Hasta luego —cogió el bolso y el jersey, le dijo adiós con la mano, corrió hacia la avenida, con dirección a un coche, no, un coche no, una limusina negra, más larga que una meada cuesta abajo, en la que la esperaba, con la puerta trasera abierta, un tipo uniformado, ¡y con gorra de plato y todo! Desapareciendo como estrella fugaz.
—¿Pero...? —intentaba preguntarle Vito mientras veía alejarse la limusina.
—¿Vamos? —le preguntó, junto al coche, el que hacía un instante se abrazaba con Dolo.
Próximo día 1 de noviembre: Capítulo VI

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