08 noviembre 2006
CAPÍTULO XIV (A las mujeres).
Vito intentaba adivinar qué coche tendría la pija.
—Iremos en éste —le dijo Dolo— que es más cómodo para circular cuando hay prisa.
—¡Un Mini! —sorpresa agradable de Vito—. Me encantan los Minis. En cuanto pueda me compraré uno…, además del mismo color que éste. El azul es el color que más me gusta. Has dicho que iremos en éste, ¿es que todos estos son tuyos?
—¡Ja! —no le respondió a la pregunta—. Otra coincidencia, el azul también es mi color preferido —le dijo al abrir las puertas del Mini.
Mientras se montaba, Vito pensó—: <"La verdad es que son coincidencias muy personales. ¡Vito, no vuelvas a lo mismo! En la primera oportunidad que tengas, le dices que no te gusta la violencia ni la mafia ni las drogas ni las putas ni el ritmo histérico en el que vive ella. Así ya no te dirá, ¡otra coincidencia!>> —aprovechó la valentía anímica que estaba padeciendo para darle palique a ella—: Te he preguntado si todos estos coches son tuyos —en el momento que ella arrancaba el Mini.
—¡Ah, perdona! Con lo de la coincidencia me he olvidado. Mira —señaló a su derecha—, esos dos.
—¡Que suerte! —después del interés mostrado no le hizo caso porque tenía metido el piñón fijo de sus pensamientos—: <"Ahora es el momento de decírselo>> —tomó aire para decirle—: Dolo, sobre las… —no pudo continuar por el acojonamiento que experimentó.
Dolo salió del aparcamiento como una bala, provocando que otro coche que entraba hiciera un guiño para no chocar. El conductor de ese vehículo premió a su madre con un título que a ella no le gustó.
—¿Qué ha dicho? —Dolo, con expresión asesina hizo un trompo para volverse hacia el insultador; empujó por el hombro a Vito, para que se agachara; bajó la ventanilla derecha, dirigiéndose hacia el piropeador, al que le gritó al pasar junto a él, con el dedo corazón de la mano derecha levantado—: ¡Becerro, que te folle un pez! —marcando ruedas, salió del garaje.
Vito luchaba, a brazo partido, contra los nervios y contra el cinturón de seguridad. No tenía cataplines (testículos) de meterlo en su enganche. Sus mejillas se tiñeron de colorado, debido a la fuerza que hacía con los pies sobre el suelo del Mini.
—¿Estos coches están autorizados a pasarse los semáforos en rojo? —le preguntó Vito con voz estreñida, sin quitar la vista del frente; pensando—: <"No sé que será mejor, que me mate con el coche o que me meta esta en una trituradora. ¡Está loca perdida!>>.
—No suelo hacerlo, pero tenemos prisa. No te preocupes si me multan, porque nunca las pago. Tengo amigos en la Policía Municipal… y ¡en las altas esferas! —presuntuosa (llena de presunción y orgullo).
Vito no tuvo la menor duda que decía la pura verdad.
—Me gustaría saber —continuó ella—, qué opinión tienes de la mujer —le preguntó como si fueran paseando tranquilamente por el parque.
—¡Por favor! —le dolían las manos del esfuerzo que estaba haciendo agarrado al asiento.
—¿Te da miedo contestar? —preguntó con burla.
—¿Contestar? Lo que me… ¡Cuidado!
—¡Jesús, qué susto! No había visto la moto. ¿Vas asustado?
—¿Falta mucho para llegar? —iba con los ojos escondidos.
—Iré más despacio. Tenemos tiempo suficiente.
Vito respiró hondo.
—Contéstame a la pregunta —le rogó ella.
—Ahora no voy asustado —se salió por la tangente.
—No, no, ésa no. Tu opinión sobre…
—Pues… —le cortó él—… Es que verás… —ella lo miró—. ¡Mira hacia delante, que vamos a comulgar en la calle! ¡Fuuufff!
—¡Jajaja, qué poco confías en mi pilotaje! Continúa. Iré pendiente, ¡de los demás!, porque yo soy muy buena conduciendo.
—Yo… —respiró hondo—, viendo tu forma de actuar, sólo en lo que llevamos de día… no sé si tendré que cambiar la buena opinión que tengo de la mujer —hablaba con la mayor naturalidad—. Hace…
—¡Cómo? —la furia envenenó la voz de Dolo—. ¿Estás diciendo que me estoy comportando mal? —hizo que el Mini rugiera—. ¡No, si tenía que darme igual! ¡Serás...! —crispada (irritada) al máximo—. ¡Esto es de película de Buñuel! —alteración que transmitió al Mini; conducía como si estuviera en una pista de coches de choque.
—De acuerdo, no me he explicado bien —no pudo aguantar más, y vociferó—: ¡Pero cómo me voy a explicar bien si estoy a punto de que me dé algo!; o disminuyes la velocidad y dejas de conducir en plan suicida o no te hablo más —tono arisco (áspero, intratable, huidizo).
—¡Perdón! —muy seria. Aminoró la velocidad; pensando—: <"Qué cabreo ha cogido el mozo. Mejor será que le haga caso, porque para nada deseo que se haga un concepto equivocado de mí. Esta tarde no tengo más remedio que hablar con él>> —ya no esperaba respuesta, pero la tuvo.
—Tengo tres opiniones de la mujer.
Ella lo miró sorprendida.
—No me mires con esa cara —continuó Vito—, que nos vamos a dar una leche. Sí, sí, tres opiniones. ¡Mira hacia delante!
Dolo obedeció intrigada.
—Ahí va la primera… No, mejor dímelo tú.
Ella se encogió de hombros extrañada.
—Sí, verás —pensó unos segundos—. Tú misma te puedes contestar.
Dolo puso toda su atención. Estaba intrigadísima.
—¡Va!…, Bueno, como tú que eres una experta, lo sabrás. ¿Estás preparada?
—Sí —desconcertada.
—(chiste): “¿Qué hacen las mujeres después de aparcar?”.
A ella le sobrevino una ola de sorpresa.
—¡Vamos, dime?
Ante la mudez de ella, él respondió:
—Pues, lo que hacéis todas ¡darse un paseo hasta la acera!
—¡Qué chistoso el chaval! —con una mueca agria, Dolo, frenó bruscamente, parando junto a la acera, clavándole la mirada y apretando los labios; diciéndole—: ¡Dime qué distancia hay de la rueda a la acera, gracioso!
—¡Vale, vale! —miró por la ventanilla—. ¡Pura suerte! —continuó, para no darle la oportunidad a ella de que le contestara—. La segunda opinión no es mía, es bíblica.
Dolo rebuscó en su mente qué opinión había sobre la mujer en la Biblia; fracasando en su intento.
—Como veo que no la conoces te la recordaré yo, porque me llegó al alma el conocer por qué existís, y, claro, me hice una idea de ustedes —(chiste)—: “Pues resulta que Adán le pidió a Dios una compañera que fuera guapa, simpática e inteligente. Dios, después de pensárselo, le pidió a cambio una pierna, un brazo, y un ojo. Adán, después de pensárselo, le preguntó: ¿Y por una costilla qué me das?
—¡Eres un...! —amagó (hacer ademán de herir o golpear) darle un guantazo.
—¡Arrea palante, que llegaré tarde!
—No se preocupe, señor moro, que ya hemos llegado. Ésa es la entrada —le dijo Dolo señalando con la mano, de tan mala manera que Vito tuvo que retirar la cabeza para que no le metiera el dedo en el ojo—. ¡Y el tercero te lo puedes meter por donde te quepa! —le gritó ella—. Cuando alguien tiene esa forma de pensar es que tiene un grave problema emocional, por no decirte que estás traumatizado desde antes de nacer. ¡Por no decir otra cosa, claro!
—Te la voy a decir quieras o no quieras —le contestó Vito—. La tercera opinión es muy personal…
La cara de Dolo expresaba la furia de una leona rechazando al león que la quiere montar.
—… No existe bicho viviente… —muy pausado y mirándola a los ojos— que pueda dar tanta dulzura, cariño, compañía, comprensión, amistad…
Ahora su expresión iba cambiando, a medida que oía el sentir de Vito hacia la mujer.
—…, confianza, seguridad, risa, felicidad, amor, y todo lo que tiene dentro cuando se enamora. Los sentimientos de una mujer son inigualables.
A ella se le descolgó la cabeza hacia delante.
—¿Estás satisfecha? —tono de triunfo seguro.
—¡Desde luego que no! —inconformismo femenino—. Juegas con tres barajas, y no sé cuál de ellas tiene la carta marcada, porque ésa seguramente es la que tú utilizas; dejémoslo, que son las ocho menos cinco, y sería un pecado mortal que llegaras tarde después de tanto ajetreo.
—Es lo mejor —reía con vileza (malicia); pensando—: <"Me ha salido de abute>>.
Salía del coche, cuando Dolo le dijo:
—Espera, que te tengo que darte las llaves para que me esperes en el apartamento cuando finalice la entrevista. No podría soportar que te marcharas sin conocer cómo te ha ido. Bueno, la verdad es que me gustaría contarte algo, y no hay un lugar más tranquilo que mi apartamento —utilizó un tono que a Vito se le olvidaron todos los adjetivos que le había puesto a su Venus (mujer muy hermosa).
Miraba al edificio, para disimular que le había encantado la idea, mientras pensaba:
—<"Como siga hablándome de esa forma, seguro que cometo la tontería de convertirme en un fiel seguidor de ellos. Soy incapaz de negarme a sus peticiones>> —extendió la mano para coger las llaves, y decirle: De acuerdo. Pero antes de ir, me acercaré a la estación para cerrar el billete en el último AVE.
Ella ocultó la feliz sonrisa que le produjo el conseguir retener a Vito hasta la noche.
Vito resopló al cerrar la puerta del Mini, y caminó hacia la entrada del edificio de oficinas.
—¡Espera! —le gritó Dolo, bajándose rápidamente del Mini, corriendo a su encuentro. Al llegar junto a él, colocó muy suavemente las manos en los antebrazos de Vito; diciéndole—: Dale las gracias al Jefe de Conserjería. No te digo que pases por la cafetería porque hoy no trabajo allí —le dio un beso en la mejilla con más cariño que una primeriza a su bebé—. ¡Mucha suerte!
Vito, sin dejar de pensar en el besito, entró en el edificio. Cuando iba a abrir la segunda puerta, se volvió gritándole a Dolo:
—¡No sé la dirección de tu casa!
Dolo corrió al Mini; cogió una tarjeta de visita; sacó, de su bolso, una pluma Montblanc, más gorda que la que utilizan los políticos para salir en la foto cuando firman algún acuerdo filibustero (pirata); escribió su dirección en el reverso de la tarjeta de visitas; y voló para entregársela a Vito.
—¡Vaya patinazo que hubiéramos dado! Tanto programar y se nos olvida lo más importante —sonreía feliz.
—Soy una calamidad para orientarme. Pienso en las vueltas que hubiera dado para llegar a tu apartamento y me muero —sonriendo. Le dijo adiós con la tarjeta en la mano. El que la entrevista no le pusiera muy nervioso se debía a la poca confianza que tenía en ella. Pensaba que con todos los madrileños que había, no se la iban a dar a un bonariego. Antes de llegar a la mesa del Jefe de Conserjería, leyó el tatuaje que lucía la tarjeta: “Centro Psicológico y Psiquiátrico Especializado en Mentes Esquizofrénicas Letales”. Lectura que le descuajeringó (desvencijar, desunir. También: descuajaringar) los sesos. Miró hacia la puerta, viendo a Dolo todavía de pie mirándole. Nueva diarrea mental—: <<¡Jodeeeerrrrr! ¡Vito, no seas capullo, más claro el agua! —se reprochaba—. Has dormido con la tía más loca que existe en el mundo. ¡No, si ya se lo había notado! Ésta deja en pañales al doctor Lecter ese, el de la película Hannibal. Ya lo dije, ya lo dije, que estaba majara (loca, chiflada. También: majareta) perdida. Seguro que se ha escapado de ese manicomio. Y no puedo librarme de ella —apesadumbrado— porque tengo la llave de su casa. Si me la llevo, tendrá que llamar otra vez al cabronazo del Caín. No. Prefiero llevársela yo mismo. ¡Tío, en que pollo tasmetío!>>.
—Iremos en éste —le dijo Dolo— que es más cómodo para circular cuando hay prisa.
—¡Un Mini! —sorpresa agradable de Vito—. Me encantan los Minis. En cuanto pueda me compraré uno…, además del mismo color que éste. El azul es el color que más me gusta. Has dicho que iremos en éste, ¿es que todos estos son tuyos?
—¡Ja! —no le respondió a la pregunta—. Otra coincidencia, el azul también es mi color preferido —le dijo al abrir las puertas del Mini.
Mientras se montaba, Vito pensó—: <"La verdad es que son coincidencias muy personales. ¡Vito, no vuelvas a lo mismo! En la primera oportunidad que tengas, le dices que no te gusta la violencia ni la mafia ni las drogas ni las putas ni el ritmo histérico en el que vive ella. Así ya no te dirá, ¡otra coincidencia!>> —aprovechó la valentía anímica que estaba padeciendo para darle palique a ella—: Te he preguntado si todos estos coches son tuyos —en el momento que ella arrancaba el Mini.
—¡Ah, perdona! Con lo de la coincidencia me he olvidado. Mira —señaló a su derecha—, esos dos.
—¡Que suerte! —después del interés mostrado no le hizo caso porque tenía metido el piñón fijo de sus pensamientos—: <"Ahora es el momento de decírselo>> —tomó aire para decirle—: Dolo, sobre las… —no pudo continuar por el acojonamiento que experimentó.
Dolo salió del aparcamiento como una bala, provocando que otro coche que entraba hiciera un guiño para no chocar. El conductor de ese vehículo premió a su madre con un título que a ella no le gustó.
—¿Qué ha dicho? —Dolo, con expresión asesina hizo un trompo para volverse hacia el insultador; empujó por el hombro a Vito, para que se agachara; bajó la ventanilla derecha, dirigiéndose hacia el piropeador, al que le gritó al pasar junto a él, con el dedo corazón de la mano derecha levantado—: ¡Becerro, que te folle un pez! —marcando ruedas, salió del garaje.
Vito luchaba, a brazo partido, contra los nervios y contra el cinturón de seguridad. No tenía cataplines (testículos) de meterlo en su enganche. Sus mejillas se tiñeron de colorado, debido a la fuerza que hacía con los pies sobre el suelo del Mini.
—¿Estos coches están autorizados a pasarse los semáforos en rojo? —le preguntó Vito con voz estreñida, sin quitar la vista del frente; pensando—: <"No sé que será mejor, que me mate con el coche o que me meta esta en una trituradora. ¡Está loca perdida!>>.
—No suelo hacerlo, pero tenemos prisa. No te preocupes si me multan, porque nunca las pago. Tengo amigos en la Policía Municipal… y ¡en las altas esferas! —presuntuosa (llena de presunción y orgullo).
Vito no tuvo la menor duda que decía la pura verdad.
—Me gustaría saber —continuó ella—, qué opinión tienes de la mujer —le preguntó como si fueran paseando tranquilamente por el parque.
—¡Por favor! —le dolían las manos del esfuerzo que estaba haciendo agarrado al asiento.
—¿Te da miedo contestar? —preguntó con burla.
—¿Contestar? Lo que me… ¡Cuidado!
—¡Jesús, qué susto! No había visto la moto. ¿Vas asustado?
—¿Falta mucho para llegar? —iba con los ojos escondidos.
—Iré más despacio. Tenemos tiempo suficiente.
Vito respiró hondo.
—Contéstame a la pregunta —le rogó ella.
—Ahora no voy asustado —se salió por la tangente.
—No, no, ésa no. Tu opinión sobre…
—Pues… —le cortó él—… Es que verás… —ella lo miró—. ¡Mira hacia delante, que vamos a comulgar en la calle! ¡Fuuufff!
—¡Jajaja, qué poco confías en mi pilotaje! Continúa. Iré pendiente, ¡de los demás!, porque yo soy muy buena conduciendo.
—Yo… —respiró hondo—, viendo tu forma de actuar, sólo en lo que llevamos de día… no sé si tendré que cambiar la buena opinión que tengo de la mujer —hablaba con la mayor naturalidad—. Hace…
—¡Cómo? —la furia envenenó la voz de Dolo—. ¿Estás diciendo que me estoy comportando mal? —hizo que el Mini rugiera—. ¡No, si tenía que darme igual! ¡Serás...! —crispada (irritada) al máximo—. ¡Esto es de película de Buñuel! —alteración que transmitió al Mini; conducía como si estuviera en una pista de coches de choque.
—De acuerdo, no me he explicado bien —no pudo aguantar más, y vociferó—: ¡Pero cómo me voy a explicar bien si estoy a punto de que me dé algo!; o disminuyes la velocidad y dejas de conducir en plan suicida o no te hablo más —tono arisco (áspero, intratable, huidizo).
—¡Perdón! —muy seria. Aminoró la velocidad; pensando—: <"Qué cabreo ha cogido el mozo. Mejor será que le haga caso, porque para nada deseo que se haga un concepto equivocado de mí. Esta tarde no tengo más remedio que hablar con él>> —ya no esperaba respuesta, pero la tuvo.
—Tengo tres opiniones de la mujer.
Ella lo miró sorprendida.
—No me mires con esa cara —continuó Vito—, que nos vamos a dar una leche. Sí, sí, tres opiniones. ¡Mira hacia delante!
Dolo obedeció intrigada.
—Ahí va la primera… No, mejor dímelo tú.
Ella se encogió de hombros extrañada.
—Sí, verás —pensó unos segundos—. Tú misma te puedes contestar.
Dolo puso toda su atención. Estaba intrigadísima.
—¡Va!…, Bueno, como tú que eres una experta, lo sabrás. ¿Estás preparada?
—Sí —desconcertada.
—(chiste): “¿Qué hacen las mujeres después de aparcar?”.
A ella le sobrevino una ola de sorpresa.
—¡Vamos, dime?
Ante la mudez de ella, él respondió:
—Pues, lo que hacéis todas ¡darse un paseo hasta la acera!
—¡Qué chistoso el chaval! —con una mueca agria, Dolo, frenó bruscamente, parando junto a la acera, clavándole la mirada y apretando los labios; diciéndole—: ¡Dime qué distancia hay de la rueda a la acera, gracioso!
—¡Vale, vale! —miró por la ventanilla—. ¡Pura suerte! —continuó, para no darle la oportunidad a ella de que le contestara—. La segunda opinión no es mía, es bíblica.
Dolo rebuscó en su mente qué opinión había sobre la mujer en la Biblia; fracasando en su intento.
—Como veo que no la conoces te la recordaré yo, porque me llegó al alma el conocer por qué existís, y, claro, me hice una idea de ustedes —(chiste)—: “Pues resulta que Adán le pidió a Dios una compañera que fuera guapa, simpática e inteligente. Dios, después de pensárselo, le pidió a cambio una pierna, un brazo, y un ojo. Adán, después de pensárselo, le preguntó: ¿Y por una costilla qué me das?
—¡Eres un...! —amagó (hacer ademán de herir o golpear) darle un guantazo.
—¡Arrea palante, que llegaré tarde!
—No se preocupe, señor moro, que ya hemos llegado. Ésa es la entrada —le dijo Dolo señalando con la mano, de tan mala manera que Vito tuvo que retirar la cabeza para que no le metiera el dedo en el ojo—. ¡Y el tercero te lo puedes meter por donde te quepa! —le gritó ella—. Cuando alguien tiene esa forma de pensar es que tiene un grave problema emocional, por no decirte que estás traumatizado desde antes de nacer. ¡Por no decir otra cosa, claro!
—Te la voy a decir quieras o no quieras —le contestó Vito—. La tercera opinión es muy personal…
La cara de Dolo expresaba la furia de una leona rechazando al león que la quiere montar.
—… No existe bicho viviente… —muy pausado y mirándola a los ojos— que pueda dar tanta dulzura, cariño, compañía, comprensión, amistad…
Ahora su expresión iba cambiando, a medida que oía el sentir de Vito hacia la mujer.
—…, confianza, seguridad, risa, felicidad, amor, y todo lo que tiene dentro cuando se enamora. Los sentimientos de una mujer son inigualables.
A ella se le descolgó la cabeza hacia delante.
—¿Estás satisfecha? —tono de triunfo seguro.
—¡Desde luego que no! —inconformismo femenino—. Juegas con tres barajas, y no sé cuál de ellas tiene la carta marcada, porque ésa seguramente es la que tú utilizas; dejémoslo, que son las ocho menos cinco, y sería un pecado mortal que llegaras tarde después de tanto ajetreo.
—Es lo mejor —reía con vileza (malicia); pensando—: <"Me ha salido de abute>>.
Salía del coche, cuando Dolo le dijo:
—Espera, que te tengo que darte las llaves para que me esperes en el apartamento cuando finalice la entrevista. No podría soportar que te marcharas sin conocer cómo te ha ido. Bueno, la verdad es que me gustaría contarte algo, y no hay un lugar más tranquilo que mi apartamento —utilizó un tono que a Vito se le olvidaron todos los adjetivos que le había puesto a su Venus (mujer muy hermosa).
Miraba al edificio, para disimular que le había encantado la idea, mientras pensaba:
—<"Como siga hablándome de esa forma, seguro que cometo la tontería de convertirme en un fiel seguidor de ellos. Soy incapaz de negarme a sus peticiones>> —extendió la mano para coger las llaves, y decirle: De acuerdo. Pero antes de ir, me acercaré a la estación para cerrar el billete en el último AVE.
Ella ocultó la feliz sonrisa que le produjo el conseguir retener a Vito hasta la noche.
Vito resopló al cerrar la puerta del Mini, y caminó hacia la entrada del edificio de oficinas.
—¡Espera! —le gritó Dolo, bajándose rápidamente del Mini, corriendo a su encuentro. Al llegar junto a él, colocó muy suavemente las manos en los antebrazos de Vito; diciéndole—: Dale las gracias al Jefe de Conserjería. No te digo que pases por la cafetería porque hoy no trabajo allí —le dio un beso en la mejilla con más cariño que una primeriza a su bebé—. ¡Mucha suerte!
Vito, sin dejar de pensar en el besito, entró en el edificio. Cuando iba a abrir la segunda puerta, se volvió gritándole a Dolo:
—¡No sé la dirección de tu casa!
Dolo corrió al Mini; cogió una tarjeta de visita; sacó, de su bolso, una pluma Montblanc, más gorda que la que utilizan los políticos para salir en la foto cuando firman algún acuerdo filibustero (pirata); escribió su dirección en el reverso de la tarjeta de visitas; y voló para entregársela a Vito.
—¡Vaya patinazo que hubiéramos dado! Tanto programar y se nos olvida lo más importante —sonreía feliz.
—Soy una calamidad para orientarme. Pienso en las vueltas que hubiera dado para llegar a tu apartamento y me muero —sonriendo. Le dijo adiós con la tarjeta en la mano. El que la entrevista no le pusiera muy nervioso se debía a la poca confianza que tenía en ella. Pensaba que con todos los madrileños que había, no se la iban a dar a un bonariego. Antes de llegar a la mesa del Jefe de Conserjería, leyó el tatuaje que lucía la tarjeta: “Centro Psicológico y Psiquiátrico Especializado en Mentes Esquizofrénicas Letales”. Lectura que le descuajeringó (desvencijar, desunir. También: descuajaringar) los sesos. Miró hacia la puerta, viendo a Dolo todavía de pie mirándole. Nueva diarrea mental—: <<¡Jodeeeerrrrr! ¡Vito, no seas capullo, más claro el agua! —se reprochaba—. Has dormido con la tía más loca que existe en el mundo. ¡No, si ya se lo había notado! Ésta deja en pañales al doctor Lecter ese, el de la película Hannibal. Ya lo dije, ya lo dije, que estaba majara (loca, chiflada. También: majareta) perdida. Seguro que se ha escapado de ese manicomio. Y no puedo librarme de ella —apesadumbrado— porque tengo la llave de su casa. Si me la llevo, tendrá que llamar otra vez al cabronazo del Caín. No. Prefiero llevársela yo mismo. ¡Tío, en que pollo tasmetío!>>.
Próximo miércoles 6 de diciembre: Capítulos XV y XVI
CAPÍTULO XIII (Una "graciosa" falta de respeto, a sabiendas, debe ser tomada con el mayor sentido del humor - jibr).
A las seis en punto sonó el despertador en el dormitorio de Dolo. Continuaba con la misma postura que Vito la dejó. Aturdida, encendió la luz. Un escalofrío la hizo tiritar. Con un movimiento repentino se cerró la bata.
—¿Qué frío! —temblaba, más que por el frío que pudo coger, por la falta de sueño—. Me quedé dormida medio desnuda encima de la cama. ¡Después del día de ayer, cómo para no caer desfallecida! Ahora que lo pienso… si me quedé dormida sólo con la bata… quiere decir que no tuve fuerzas ni para ponerme un pijama…, lo que significa que tampoco apagué la luz. ¿Si no fui yo?... No, no, no puede ser…, y… ¿si así fuera?... ¡Entonces me ha visto desnuda!... No creo. No se hubiera atrevido a entrar sin antes llamar. ¡Ayyyyy! —queja monumental al sentarse en la cama—. Me duele más que anoche —liberó a sus muslos de la bata, abrió las piernas, y se miró—. ¡Joder, cómo se me ha puesto! —inspección detallada—. Está más inflamado que si acabara de parir. Perdona, no tengo tiempo para cuidarte —incomprensiblemente rió a carcajadas. El inflamado le había recordado un chiste:
“Judas, en la última cena, arrepentido de traicionar a Jesús, se le ocurrió premiarle con una invitación a un puticlub. Jesús aceptó. Y mientras Judas esperaba en la puerta de la habitación donde había entrado Jesús con una tal, oyó gritar a ésta. Corrió dentro, y le preguntó a la tal: “¿Qué te pasa?” —y la tal le dijo—: ¿Que qué me pasa?... Que le dije: “¡Mira que raja tengo!”. ¡Y el muy cabrón me la ha tocado con la mano y la ha cerrado!
Entre el dolor, el cansancio, y la risa, caminaba renqueante. Del vestidor cogió un chándal azul y unas babuchas que se calzó sobre la marcha; poniendo rumbo al cuarto de baño del pasillo. Al pasar junto a la puerta de la habitación donde dormía Vito, tuvo la intención de golpearla para llamarlo. Desde la puerta lo oía roncar—: <<¡Pobrecito! Lo dejaré que descanse mientras preparo el desayuno>>. En el cuarto de baño se despojó de la bata. El frescor que la envolvió provocó que repentinamente nacieran, en su torso (tronco del cuerpo humano) dos pitones (cuerno que empieza a salir a los animales; punta del cuerno del toro) carnosos. Abrió el grifo, colocó las manos juntas, medio recogidas, bajo el chorro del agua, hasta que se desbordaban, de esta manera embozó varias veces su cara para despabilarse. Con una toalla azul marino, secó delicadamente su cara. Un poco acelerada vistió su cuerpo serrano con el chándal, sin poder evitar quejarse al ponerse el pantalón; y se alisó el pelo. Camino de la cocina volvió a tener la intención de llamar a Vito, deteniéndose en la puerta, pero inmediatamente continuó. Ya en la cocina, envió al infierno a cuatro rebanadas de pan de molde. Puso a funcionar la cafetera. El exprimidor, de doble piña, secó cuatro naranjas. Sacó del frigorífico una tabla con mantequilla y un bol (tazón sin asa) enano lleno de mermelada de albaricoque. Colocó sobre la mesa, dos tazas con sus respectivos platos de porcelana blanca, en las que se podía leer: “Si no sabes apreciar el haber podido levantarte de la cama para disfrutar de este día, es que no valoras la suerte que tienes”; un azucarero; una tetera; dos vasos para el zumo; dos cubiertos para desayuno; y dos servilletas azules con la siguiente frase bordada en naranja fuerte: “Aquí están tatuadas las huellas que han dejado mis labios cada vez que los he limpiado. Si tus labios no las siente, no eres digno de utilizarla”. Al pasarle la mano para alisarlas provocó en ella una sonrisa conspiradora. El aroma del café delataba que estaba en plena madurez para despertar a los más dormidos.
—¡Es la hora! Voy a llamarlo —al llegar a la puerta del dormitorio de Vito lo oyó roncar. La única forma de verlo dormido era entrar sin llamar. Lo enjuició unos segundos. El veredicto fue…: “Aporrear la puerta”. ¿Por qué lo hizo? Porque pensó—: <"Si entro sin llamar y se despierta, seguro que se molesta. Y, si se molesta, ya no tendré posibilidad de que confíe en mí, y perderé la oportunidad de aclarar mis dudas>>. Dos golpes con los nudillos de su mano derecha fueron el toque de diana en honor de Vito. Éste ni se inmutó. No es que no fueran lo bastante sonoros, sino que el sonar (equipo que detecta sonidos) de Vito estaba desconectado por agotamiento físico y angustioso-cerebral. Al no obtener respuesta volvió a repicar en la puerta. Iba a repetir cuando oyó:
—¡Ya voy! —ni procedente de ultratumba hubiera sonado peor la voz de Vito.
—El desayuno ya está preparado —le vociferó ella.
—¡Voy, voy, ya voy! —respondió con tono malhumorado.
Dolo, no muy convencida de que fuera a levantarse, regresó a la cocina. En la espera se sirvió un café. Sopló sobre la fumarola (de donde salen vapores) de porcelana, dirigiendo los vapores cafetaleros lejos de sus ojos, para dar el primer sorbo, aprovechando para sentarse en una silla, colocando las rodillas en el filo de la mesa. Rebozaba felicidad. Dos sorbos del autorizado alucinógeno le bastaron para advertir la tardanza de Vito.
—¿Qué se estará haciendo?—hablaba sola—. Seguro que se está vistiendo antes de desayunar. Iré a decirle que se vista luego. Dolo, por la manera en que te contestó no te extrañes de que esté roncando todavía —volvió a dar dos toques en la puerta.
—¡Voy, voy!
—¡Está acostado todavía, seguro! —Dolo abrió la puerta. Vito seguía tendido tal y como se dejó caer en la cama—. ¡Ja, —exclamó sin levantar la voz—, el señor sigue durmiendo como si no tuviera nada que hacer esta mañana!
—¡Qué frío! —aturdido se sentó en la cama—. ¿Qué quieres, madre? —miró a Dolo—. ¿Quién es usted? —no sabía ni dónde estaba—. ¡Perdona! Estoy dormido todavía —dijo con resignación. Al verse en calzoncillos, corrió para ponerse la camisa. La reacción la hizo sonreír graciosamente.
—Te he llamado tres veces y tú soñando con los angelitos, o…¿soñabas con la minifaldera? Te advierto de que soy muy celosa —amenaza que despabiló a Vito. Intentó responderle, pero ella lo cortó cogiéndole la mano y tirando de él—. Vamos a desayunar, que no sé si sabes que, ¡ya, ya, ya!, tienes una entrevista de trabajo.
—¡Hostia, la entrevista! —fue lo único que pudo decir, antes de pensar—: <"No me cojas de la mano, por favor>>.
—Sí señor, ésa es la más educada expresión de dar los buenos días. ¿Dónde te han educado? —lo dijo con malicioso tono.
—¡A mí me vas a preguntar que dónde me han educado! —moviendo la cabeza.
Dolo lo remolcó hacia la cocina.
—¿Qué te pasa? —al verla caminar—. ¿Por qué andas así?
—Anoche —voz quejona— me caí en el cuarto de baño, y… —se miró el bajo vientre.
—¿Por qué no me llamaste? —pensando—: <<¡Te caíste, anda ya con los rollos! ¡Practicaría sadomasoquismo puro! ¡Cómo lo tendrá, madre, cómo lo tendrá que no puede ni andar! Esta muchacha termina mal>>.
—Porque al no presentarte, ya que mis quejidos los oyeron hasta en el 061, pensé que estabas dormido. De todas formas fue mejor que no aparecieras. No me hubiera sentido cómoda.
—A ver…
—¡Qué dices! —le cortó ella—. ¿Cómo…?
—¡No, no, no! —le cortó él, ruborizado—. Quería decir que a ver qué hubiera pasado si te das en la cabeza y pierdes el conocimiento.
—La verdad es que lo pensé. Lo pasé muy mal.
—Nunca he estado con una mujer que perdiera el coñocimiento —rápidamente se alejó de ella.
—¡Serás capullo! —corrió hacia él—. Como te coja te doy una patada en los huevos, ¡para que estemos iguales!
—¡Si es que eres una desvergonzada! —inmediatamente se arrepintió de haberla insultado.
—¡Pues sí que comenzamos bien el día! —ella se tragó la ofensa, diciéndole—: Dejemos de discutir que hoy es un día muy importante para ti.
Entraron en la cocina.
—¿Tú crees…? —le decía Dolo muy seria. Él se esperaba lo peor—. Sí, ¡no me mires así! ¿Tú crees que una persona con una mínima educación puede desayunar en calzoncillos ante una señorita con la que no tiene ninguna confianza?
A Vito le entraron ganas de estrangularla. Sin decir nada se dirigió al dormitorio. Con dentadas asesinas, rumiaba las palabras de Dolo sin poder contener su pensamiento:
—<<¡A mí me va a decir que dónde me han educado, a mí! Si ella no sabe que es la vergüenza. ¡Será capulla la tía! Me tengo que librar de ella cuanto antes. ¿Para qué me ha pedido que me vista? ¡Mándala al carajo de una puñetera vez! ¡Con los kilómetros que tiene sin conocer el decoro (honra, recato), va y me pide que me decore yo! ¡Esto tiene cojones! Se ha destrozado el chocho haciéndose guarrerías, y me dice a mí, ¡a mí!, que no tengo… ¡Yo no me cambio porque no me sale de los cojones! A ésta lo que le hace falta es que le pegue una patá en el jigo, pero de verdad, para que se dé cuenta, de una puñetera vez, de quién es el Vito. No me gusta este comportamiento, pero es que me tiene desquiciado>> —al entrar en la cocina, ella estaba de espaldas cogiendo la cafetera.
—¡Ja! ¿Lo haces para llevarme la contraria, o para excitarme?
Él la ignoró. Eligió la silla más cercana.
—¿Siempre tienes este despertar? —Dolo, con ironía—. Pues…
—No —la interrumpió Vito—. Tengo la impresión de que tú te estás…
—No hace falta que te pongas así —ahora lo interrumpió ella—. Lo menos que deseo hoy es discutir contigo. ¿Leche?
—No. Sólo azúcar —le contestó Vito, alegrándose de que le interrumpiera—. Perdona, no ha sido mi intención… La entrevista me tiene los nervios que araño al cuarto vuelta.
—¿Cómo? Tendré que consultar en la Espasa Calpe (enciclopedia universal) lo que quiere decir “al cuarto…” ¿qué? —le dijo sarcásticamente Dolo.
—No te rías de mí. Ser de pueblo no es ningún pecado —le contestó molesto Vito.
—¡Ja! ¡Perdona chico! He querido hacer un chiste. Desconocía que fueses tan mosqueón. Dejemos estas tonterías, y centrémonos en la entrevista. Por cierto…, tú no me apagarías anoche la luz de mi dormitorio, ¿verdad? —le preguntó Dolo poniendo una mirada entre asesina y pilla.
—¡Ah, pero no te acuerdas —ella reaccionó con sorpresa— de que los dos ñaca-ñaca! —le contestó Vito muy serio, a la vez que movía el antebrazo hacia delante y hacia a atrás, a la altura del pecho—. ¡Que desilusión, no lo recuerdas!
—¿Qué estás diciendo? —preguntó con el entrecejo arrugado al máximo.
Vito le regaló una sonrisa desvergonzada.
—¡Ya hubieses querido tú! —le dijo Dolo lanzándole una servilleta—. ¡Eres un embustero!...
Vito recogió, al vuelo, la servilleta. Dejó de oír lo que decía Dolo mientras leía la leyenda bordada en la servilleta.
—… Te has tirado un farol —continuaba ella—. Pero si lo has dicho es porque lo has pensado; ¿a que sí?
—¡Puuufff! —no le respondió a la pregunta porque no la oyó, sino que coincidió cuando él finalizó la lectura. Preguntándole de sopetón—. ¿A todos los que traes a tu apartamento les hace esta insinuación? —levantó la servilleta a la altura de los ojos, con la leyenda hacia ella. El eclipse servilletero, impregnado del comentario malicioso de Vito, oscureció la alegría con la que Dolo se había levantado.
—Vito —le decía mirándolo fijamente—, has consiguiendo que me sienta mal…, o es que tu despertar es tan amargo que lo justificas irritando, por costumbre, a los demás sin motivo alguno. Estás siendo cruel conmigo, no esperaba esa faceta en ti. Además, demuestras que no eres un buen observador. Te aclararé que están sin estrenar. Las compré hace cuatro años. ¿No has notado que están rígidas y ásperas por su inactividad? ¡Bonito…, te has pasado mil pueblos! —la moral se le fue a pique.
Él enmudeció. Con la mirada perdida sobre la mesa, dio un sorbo al café, dejando en el aire a la taza, que sujetaba con las dos manos, muy cerca de los labios; pensando—: <"La he cagado, ¡mucho más!, la he cabreado tela marinera, pero no ha dicho ningún taco, ¿qué raro? Estando dolida me ha hablado cariñosamente. ¡No me cuadra! Está consiguiendo que me olvide del concepto que tengo de ella. ¡Vito que no te traicionen tus sentimientos ahora que queda poco para marcharte! Piensa sólo en la entrevista. ¿No me estaré equivocando? Si es así la perderé para siempre. ¡Serás tonto, más claro lo quieres después de lo vivido ayer!>> —soltó la mano derecha de la taza para restregarse la frente con los dedos. La única música ambiental que se oía era la que producía Dolo cada vez que mordía la tostada con mantequilla.
—¿No tomas ninguna tostada? —le preguntó Dolo sin expresar ningún tipo de emociones.
—¿Eh? ¡No, no, gracias! No tengo hambre —le respondió Vito sin mirarla; bebiéndose el último sorbo de café—. Voy a vestirme —con semblante muy serio—. ¿A qué hora nos marcharemos?
—Son… —miró el reloj— las siete menos veinte…, con que salgamos de aquí a las siete y media será suficiente.
Vito se levantó. Cogió el plato y la taza que había utilizado para llevarlo al fregadero, mientras pensaba—: <"Mucha ostentación (lujo) pero no tiene chacha>>.
Ella le dijo:
—Déjalo ahí. Luego vendrá… ¡Antes de que se me olvide otra vez; si necesitas algo puedes llamarme, tanto del teléfono del dormitorio como del que está en el cuarto de baño. Marcando el siete te podrás comunicar conmigo.
—¿Y por qué no lo utilizaste anoche cuando el coñazo? —disimulando la risa.
—Veo que estás obsesionado con el porrazo; ¿no será que lo que quieres es que te lo enseñe?…
Vito se apresuró hacia el dormitorio antes de que finalizase el comentario. Estaba poniendo el traje encima de la cama cuando sintió una necesidad imperiosa de fumar. No se lo pensó dos veces. Puso rumbo al estanco que había en el salón. A medio trayecto se cruzó con Dolo que vestía el albornoz rosa que él ya utilizó.
Ella al verlo, aunque lo llevaba cerrado y atado a la cintura, reaccionó queriéndoselo cerrar más.
—¡Necesito un cigarro! —le dijo nerviosamente—. ¡Y no te aprietes tanto el albornoz que te vas a asfixiar! —le gritó burlonamente cuando se alejaba.
—¡Que te asfixies tú mismo con el humo, simpático! —le contestó en el momento que cerraba la puerta del cuarto de baño. Ya dentro, murmuraba—: ¡Vaya con el carácter del muchacho! O te insulta o te hace chistes, no tiene término medio. Me da igual, aunque me maltrate viviría con él —entró en la ducha y en menos que canta un gallo cerró el agua; escurrió sus cabellos, pasando y apretando las manos desde la frente hacia atrás, al llegar a las orejas los estranguló entre el dedo pulgar por debajo y el resto por encima, consiguiendo que la cola formada, a medida que la exprimía hasta el final, escupiera el agua; giró la cabeza varias veces a izquierda y derecha, agitando su cabellera con movimientos rápidos y cortos para dejarlos lo más seco posible; salió de la ducha, cogió el albornoz y con las mangas friccionó los cabellos para secarlos más; enfundándose, a continuación, el albornoz; unos hilos de agua bajaban por sus corvas (parte de la pierna, opuesta a la rodilla, por donde se dobla y encorva) dejando el camino hasta su dormitorio lagrimeado; ya en él se terminó de secar, retocar, vestir, y perfumar.
La mañana, excitada por los primeros coqueteos y caricias del sol, explosionó derramando toda la primavera que engendraba.
Vito, paseando por la terraza con los nervios desmadrados, se fumaba el cigarro en silencio. Dos desquiciadas caladas fueron suficientes. Despachurró (aplastó) el cigarro en un arriate (lugar estrecho para plantas de adorno junto a las paredes de jardines y patios) donde vivía un jazmín que ocultaba gran parte de la pared. Respiró profundamente. Conectó el paso ligero para volver a su habitación. Con revolucionada prisa se vistió. Al verse en el espejo, se dijo:
—Hoy soy Vito el dandi. Cómo me van a dar trabajo si parezco el dueño de la empresa y no un pobre parado. ¿Dejará que me lleve todo lo que me ha comprado? ¡Qué va! Ésta lo querrá aprovechar para el siguiente lila (tonto) que encuentre. ¡Qué comodidad! Tengo la impresión de que no voy vestido. Este traje pesa menos que el que le regaló Adán a Eva después de comerse la manzana. ¡Macho, es que no parece ni que llevo zapatos! ¿Cuánto le habrá costado todo? ¡Ah, y servicio puerta a puerta! Esto se lo cuento a mis colegas y me dicen que me he chutado, a lo bestia, en la capital. ¿Por qué habrá hecho todo esto la Dolo? ¡Mira que eres plomo (persona pesada y molesta), Vito! Deja ya de exprimirte los sesos con ese tema y concéntrate para la entrevista —sobresaltándose al oír:
—¡Vito, ponte este gel en el cabello antes de peinarte! —le dijo Dolo abriendo un poco la puerta y metiendo la mano para que él lo cogiera.
Vito, al leer las instrucciones impresas en el tubo, exclamó:
—¡Qué fisna, esto en mi pueblo toda la vida se ha llamado fijador! —lo extendió entre los cabellos; se peinó; saliendo de la habitación caminando con presumidos movimientos.
—¡Hala, elegancia! —le piropeó Dolo—. No soy para nada indiscreta, pero me gustaría que me contestaras a una pregunta personal.
—¿A quién vas a ver tan peripuesta? —le preguntó Vito sin contestarle a la petición.
Dolo vestía: camisa de seda natural color blanco roto; rebeca de hilo color del Sol antes de acostarse; vaqueros color azul cielo fuerte; y mocasín de piel color camel.
—¿Gracias, muy amable! Pero creo, si no se me han fugado mis oídos, que no has contestado a mi pregunta —respondió muy seria.
—Después de cómo me estás tratando, sería una descortesía por mi parte no contestarte a lo que quieras preguntar —rictus sincero y, a la vez, preocupado.
—Primero un ruego —él la miró con atención—. Te la haré si estás seguro, seguro, de que vas a contestarla sinceramente…, si no, prefiero no hacértela.
Vito, después de un momento pensándoselo, frunció el ceño, levantó los brazos a la altura de su pecho con las palmas de las manos hacia arriba, dándole la autorización.
Dolo lo miraba sin mirarlo, luchando interiormente para no descubrir el pánico que tenía a una respuesta no deseada. De sopetón, como diciendo “lo que Dios quiera”, la soltó:
—¿Estás comprometido con alguien? —envió su mirada al exilio.
Vito no esperaba el tiro por ahí. Sorpresa que le hizo meditar la respuesta—: <"Si me hace esa pregunta es porque… ¡Vito no le digas la verdad que te va a engatusar (ganar la voluntad con halagos) y estarás perdido! Mejor miéntele. Aunque no lo deseo. Mi deseo es que se enamore de mí como yo lo estoy de ella. El problema está en que yo no voy a vivir con una libertina sexual, mafiosa… No lo pienses más, miéntele>>. Lanzándose al ruedo:
—No. Ni con una mujer ni con un hombre —tenía las manos en los bolsillos del pantalón, y no pudo evitar pellizcarse, con saña (enojo ciego, furor) los muslos, recriminándose mentalmente—: <> —rápidamente le preguntó—. ¿Y tú? —con voz seca, inapropiada para tal pregunta, pensando—: <<¡Vito, tienes menos luces que la oscuridad! ¿Qué crees que te va a contestar? Pues… ¡que no!>>.
—¿Yo… tampoco, tampoco! —respondió nerviosa e ilusionada por la respuesta de él.
—Otra coincidencia más entre nosotros, ¿no? —a ella sólo le faltaba babosear. Él a lo suyo—: <"Es que te lo dije, tontón. No ha respondido que no, sino: “tampoco, tampoco”; o ha querido decir que está comprometida con un regimiento, porque en un día yo le conozco unos cuantos. ¡Es más falsa que Judas! Esta tía me engañaría hasta muerta. Mírala, pone esa cara para comerme el coco. Tengo que reconocer que es una buena actriz>>.
—Sí, es cierto, otra coincidencia. Anda, vamos que se hace tarde —respondió con timidez infantil. Cogió el móvil. Colgó el bolso en el hombro, a la vez que rebuscaba, en él, la llave del apartamento. Él la invitó a que fuera delante. Ella abrió la puerta, indicándole que pasara primero. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando le dijo Dolo:
—¡Perdona, seré tonta! Espera un momento, Vito —volvió a entrar dirigiéndose a la habitación fantasma (así la había bautizado Vito), cerrando rápidamente la puerta.
Vito, aunque asintió, la siguió hasta ver dónde iba. En el momento en el que ella entró se volvió a su puesto de guardián; pensando:
—<"Dijo que se estaba haciendo tarde. Muy importante tiene que ser lo que haya ido a hacer a esa… ¡Jodeeerrr, jodeeerrr…, seguro que tiene allí escondido a algún fugitivo y ha ido a despedirse de él, ¡claro!, por eso vino la poli anoche. ¡Jodeeeerrrr, jodeeeerrrr, en lo que estoy cayendo! —se secó el sudor de la frente—. ¡Claro, por eso tiene tanto dinero! ¿Y lo del fotógrafo? ¿Por qué un fotógrafo iba a seguir a una simple camarera? ¡Yastá! ¡Ahí tiene escondido a Ben Leaden! ¡Es una de Al-Qaeda..., seguro! —aterrado—. ¿Y por qué no la mismísima hija de...? —contó con los dedos de la mano derecha—. Más claro el agua. Le dijo al propietario del restaurante que su padre llevaba más de ocho meses fuera, y hace ocho meses fue lo de las Torres Gemelas. Seguro que lo tiene encerrado en esa habitación. ¡Seré desgraciao!… ¡Mira que es grande Madrid, pues yo con la segunda persona que hablo me quiere reclutar para...! Ahora sí que, en cuanto finalice la entrevista, me largo pa Bonares. Ahí viene, me haré el tonto, que esta gente es tan peligrosa como lista. Si descubre que lo sé todo, saldré de Madrid, en lugar de con el Armani, con un traje de caoba (árbol, cuya madera es muy apreciada) o picado para hamburguesas, ¡qué asco, ya no las como más!>>.
—Perdona de nuevo —disculpa de Dolo—. Se me olvidaba...
—¡No te preocupes, si todavía es temprano! —le contestó, con una voz empachada de gracioso acojonamiento y quitándole importancia a su tardanza, para que ella no sospechara que la había descubierto.
—No lo creas. Son las ocho menos veinte. De todas formas haré lo imposible para que llegues con tiempo suficiente —le contestó caminando muy deprisa, delante de él, hacia el ascensor. Ninguno de los dos decía nada. Entraron en el ascensor. Vito se adelantó a Dolo para pulsar el botón “0”, pero Dolo le cogió la mano impidiéndole que lo hiciera. Él sintió un pellizco en la barriga. Con la mano de Vito cogida le dijo ella—: Tenemos que bajar al garaje. Ya te dije que te acercaría en mi coche, ¿no lo recuerdas?
Vito no contestó. Una vez más era incapaz de articular palabra. Máxime, sintiendo el calor de la mano de ella. Deseaba que el ascensor tardara una eternidad en finalizar el viaje contratado por el dedo de Dolo. Desvió la mirada hacia un espejo que cubría un lateral del ascensor. Dudó si era él. Pensando—: <"Si me vieran en el pueblo. Sí, es cierto que voy elegante, pero me brilla más la olla que al Mario Conde. Cómo siga al lado de ésta, seguro que acabo siendo su compañero en la trena (cárcel)>>.
—¿Estás nervioso? —le preguntó Dolo apretándole cariñosamente la mano, soltándosela en ese momento.
—¡No, no —tragó saliva—, que va! —contestó a la vez que un calambre recorrió su espinazo, zarandeándole el cuerpo. Una plegaria llenó su mente—: <"Que no me toque más, por favor, que no me toque más, que me pierdo>>.
—¡Llegamos! —muy nerviosa.
Él la siguió.
—¿Qué frío! —temblaba, más que por el frío que pudo coger, por la falta de sueño—. Me quedé dormida medio desnuda encima de la cama. ¡Después del día de ayer, cómo para no caer desfallecida! Ahora que lo pienso… si me quedé dormida sólo con la bata… quiere decir que no tuve fuerzas ni para ponerme un pijama…, lo que significa que tampoco apagué la luz. ¿Si no fui yo?... No, no, no puede ser…, y… ¿si así fuera?... ¡Entonces me ha visto desnuda!... No creo. No se hubiera atrevido a entrar sin antes llamar. ¡Ayyyyy! —queja monumental al sentarse en la cama—. Me duele más que anoche —liberó a sus muslos de la bata, abrió las piernas, y se miró—. ¡Joder, cómo se me ha puesto! —inspección detallada—. Está más inflamado que si acabara de parir. Perdona, no tengo tiempo para cuidarte —incomprensiblemente rió a carcajadas. El inflamado le había recordado un chiste:
“Judas, en la última cena, arrepentido de traicionar a Jesús, se le ocurrió premiarle con una invitación a un puticlub. Jesús aceptó. Y mientras Judas esperaba en la puerta de la habitación donde había entrado Jesús con una tal, oyó gritar a ésta. Corrió dentro, y le preguntó a la tal: “¿Qué te pasa?” —y la tal le dijo—: ¿Que qué me pasa?... Que le dije: “¡Mira que raja tengo!”. ¡Y el muy cabrón me la ha tocado con la mano y la ha cerrado!
Entre el dolor, el cansancio, y la risa, caminaba renqueante. Del vestidor cogió un chándal azul y unas babuchas que se calzó sobre la marcha; poniendo rumbo al cuarto de baño del pasillo. Al pasar junto a la puerta de la habitación donde dormía Vito, tuvo la intención de golpearla para llamarlo. Desde la puerta lo oía roncar—: <<¡Pobrecito! Lo dejaré que descanse mientras preparo el desayuno>>. En el cuarto de baño se despojó de la bata. El frescor que la envolvió provocó que repentinamente nacieran, en su torso (tronco del cuerpo humano) dos pitones (cuerno que empieza a salir a los animales; punta del cuerno del toro) carnosos. Abrió el grifo, colocó las manos juntas, medio recogidas, bajo el chorro del agua, hasta que se desbordaban, de esta manera embozó varias veces su cara para despabilarse. Con una toalla azul marino, secó delicadamente su cara. Un poco acelerada vistió su cuerpo serrano con el chándal, sin poder evitar quejarse al ponerse el pantalón; y se alisó el pelo. Camino de la cocina volvió a tener la intención de llamar a Vito, deteniéndose en la puerta, pero inmediatamente continuó. Ya en la cocina, envió al infierno a cuatro rebanadas de pan de molde. Puso a funcionar la cafetera. El exprimidor, de doble piña, secó cuatro naranjas. Sacó del frigorífico una tabla con mantequilla y un bol (tazón sin asa) enano lleno de mermelada de albaricoque. Colocó sobre la mesa, dos tazas con sus respectivos platos de porcelana blanca, en las que se podía leer: “Si no sabes apreciar el haber podido levantarte de la cama para disfrutar de este día, es que no valoras la suerte que tienes”; un azucarero; una tetera; dos vasos para el zumo; dos cubiertos para desayuno; y dos servilletas azules con la siguiente frase bordada en naranja fuerte: “Aquí están tatuadas las huellas que han dejado mis labios cada vez que los he limpiado. Si tus labios no las siente, no eres digno de utilizarla”. Al pasarle la mano para alisarlas provocó en ella una sonrisa conspiradora. El aroma del café delataba que estaba en plena madurez para despertar a los más dormidos.
—¡Es la hora! Voy a llamarlo —al llegar a la puerta del dormitorio de Vito lo oyó roncar. La única forma de verlo dormido era entrar sin llamar. Lo enjuició unos segundos. El veredicto fue…: “Aporrear la puerta”. ¿Por qué lo hizo? Porque pensó—: <"Si entro sin llamar y se despierta, seguro que se molesta. Y, si se molesta, ya no tendré posibilidad de que confíe en mí, y perderé la oportunidad de aclarar mis dudas>>. Dos golpes con los nudillos de su mano derecha fueron el toque de diana en honor de Vito. Éste ni se inmutó. No es que no fueran lo bastante sonoros, sino que el sonar (equipo que detecta sonidos) de Vito estaba desconectado por agotamiento físico y angustioso-cerebral. Al no obtener respuesta volvió a repicar en la puerta. Iba a repetir cuando oyó:
—¡Ya voy! —ni procedente de ultratumba hubiera sonado peor la voz de Vito.
—El desayuno ya está preparado —le vociferó ella.
—¡Voy, voy, ya voy! —respondió con tono malhumorado.
Dolo, no muy convencida de que fuera a levantarse, regresó a la cocina. En la espera se sirvió un café. Sopló sobre la fumarola (de donde salen vapores) de porcelana, dirigiendo los vapores cafetaleros lejos de sus ojos, para dar el primer sorbo, aprovechando para sentarse en una silla, colocando las rodillas en el filo de la mesa. Rebozaba felicidad. Dos sorbos del autorizado alucinógeno le bastaron para advertir la tardanza de Vito.
—¿Qué se estará haciendo?—hablaba sola—. Seguro que se está vistiendo antes de desayunar. Iré a decirle que se vista luego. Dolo, por la manera en que te contestó no te extrañes de que esté roncando todavía —volvió a dar dos toques en la puerta.
—¡Voy, voy!
—¡Está acostado todavía, seguro! —Dolo abrió la puerta. Vito seguía tendido tal y como se dejó caer en la cama—. ¡Ja, —exclamó sin levantar la voz—, el señor sigue durmiendo como si no tuviera nada que hacer esta mañana!
—¡Qué frío! —aturdido se sentó en la cama—. ¿Qué quieres, madre? —miró a Dolo—. ¿Quién es usted? —no sabía ni dónde estaba—. ¡Perdona! Estoy dormido todavía —dijo con resignación. Al verse en calzoncillos, corrió para ponerse la camisa. La reacción la hizo sonreír graciosamente.
—Te he llamado tres veces y tú soñando con los angelitos, o…¿soñabas con la minifaldera? Te advierto de que soy muy celosa —amenaza que despabiló a Vito. Intentó responderle, pero ella lo cortó cogiéndole la mano y tirando de él—. Vamos a desayunar, que no sé si sabes que, ¡ya, ya, ya!, tienes una entrevista de trabajo.
—¡Hostia, la entrevista! —fue lo único que pudo decir, antes de pensar—: <"No me cojas de la mano, por favor>>.
—Sí señor, ésa es la más educada expresión de dar los buenos días. ¿Dónde te han educado? —lo dijo con malicioso tono.
—¡A mí me vas a preguntar que dónde me han educado! —moviendo la cabeza.
Dolo lo remolcó hacia la cocina.
—¿Qué te pasa? —al verla caminar—. ¿Por qué andas así?
—Anoche —voz quejona— me caí en el cuarto de baño, y… —se miró el bajo vientre.
—¿Por qué no me llamaste? —pensando—: <<¡Te caíste, anda ya con los rollos! ¡Practicaría sadomasoquismo puro! ¡Cómo lo tendrá, madre, cómo lo tendrá que no puede ni andar! Esta muchacha termina mal>>.
—Porque al no presentarte, ya que mis quejidos los oyeron hasta en el 061, pensé que estabas dormido. De todas formas fue mejor que no aparecieras. No me hubiera sentido cómoda.
—A ver…
—¡Qué dices! —le cortó ella—. ¿Cómo…?
—¡No, no, no! —le cortó él, ruborizado—. Quería decir que a ver qué hubiera pasado si te das en la cabeza y pierdes el conocimiento.
—La verdad es que lo pensé. Lo pasé muy mal.
—Nunca he estado con una mujer que perdiera el coñocimiento —rápidamente se alejó de ella.
—¡Serás capullo! —corrió hacia él—. Como te coja te doy una patada en los huevos, ¡para que estemos iguales!
—¡Si es que eres una desvergonzada! —inmediatamente se arrepintió de haberla insultado.
—¡Pues sí que comenzamos bien el día! —ella se tragó la ofensa, diciéndole—: Dejemos de discutir que hoy es un día muy importante para ti.
Entraron en la cocina.
—¿Tú crees…? —le decía Dolo muy seria. Él se esperaba lo peor—. Sí, ¡no me mires así! ¿Tú crees que una persona con una mínima educación puede desayunar en calzoncillos ante una señorita con la que no tiene ninguna confianza?
A Vito le entraron ganas de estrangularla. Sin decir nada se dirigió al dormitorio. Con dentadas asesinas, rumiaba las palabras de Dolo sin poder contener su pensamiento:
—<<¡A mí me va a decir que dónde me han educado, a mí! Si ella no sabe que es la vergüenza. ¡Será capulla la tía! Me tengo que librar de ella cuanto antes. ¿Para qué me ha pedido que me vista? ¡Mándala al carajo de una puñetera vez! ¡Con los kilómetros que tiene sin conocer el decoro (honra, recato), va y me pide que me decore yo! ¡Esto tiene cojones! Se ha destrozado el chocho haciéndose guarrerías, y me dice a mí, ¡a mí!, que no tengo… ¡Yo no me cambio porque no me sale de los cojones! A ésta lo que le hace falta es que le pegue una patá en el jigo, pero de verdad, para que se dé cuenta, de una puñetera vez, de quién es el Vito. No me gusta este comportamiento, pero es que me tiene desquiciado>> —al entrar en la cocina, ella estaba de espaldas cogiendo la cafetera.
—¡Ja! ¿Lo haces para llevarme la contraria, o para excitarme?
Él la ignoró. Eligió la silla más cercana.
—¿Siempre tienes este despertar? —Dolo, con ironía—. Pues…
—No —la interrumpió Vito—. Tengo la impresión de que tú te estás…
—No hace falta que te pongas así —ahora lo interrumpió ella—. Lo menos que deseo hoy es discutir contigo. ¿Leche?
—No. Sólo azúcar —le contestó Vito, alegrándose de que le interrumpiera—. Perdona, no ha sido mi intención… La entrevista me tiene los nervios que araño al cuarto vuelta.
—¿Cómo? Tendré que consultar en la Espasa Calpe (enciclopedia universal) lo que quiere decir “al cuarto…” ¿qué? —le dijo sarcásticamente Dolo.
—No te rías de mí. Ser de pueblo no es ningún pecado —le contestó molesto Vito.
—¡Ja! ¡Perdona chico! He querido hacer un chiste. Desconocía que fueses tan mosqueón. Dejemos estas tonterías, y centrémonos en la entrevista. Por cierto…, tú no me apagarías anoche la luz de mi dormitorio, ¿verdad? —le preguntó Dolo poniendo una mirada entre asesina y pilla.
—¡Ah, pero no te acuerdas —ella reaccionó con sorpresa— de que los dos ñaca-ñaca! —le contestó Vito muy serio, a la vez que movía el antebrazo hacia delante y hacia a atrás, a la altura del pecho—. ¡Que desilusión, no lo recuerdas!
—¿Qué estás diciendo? —preguntó con el entrecejo arrugado al máximo.
Vito le regaló una sonrisa desvergonzada.
—¡Ya hubieses querido tú! —le dijo Dolo lanzándole una servilleta—. ¡Eres un embustero!...
Vito recogió, al vuelo, la servilleta. Dejó de oír lo que decía Dolo mientras leía la leyenda bordada en la servilleta.
—… Te has tirado un farol —continuaba ella—. Pero si lo has dicho es porque lo has pensado; ¿a que sí?
—¡Puuufff! —no le respondió a la pregunta porque no la oyó, sino que coincidió cuando él finalizó la lectura. Preguntándole de sopetón—. ¿A todos los que traes a tu apartamento les hace esta insinuación? —levantó la servilleta a la altura de los ojos, con la leyenda hacia ella. El eclipse servilletero, impregnado del comentario malicioso de Vito, oscureció la alegría con la que Dolo se había levantado.
—Vito —le decía mirándolo fijamente—, has consiguiendo que me sienta mal…, o es que tu despertar es tan amargo que lo justificas irritando, por costumbre, a los demás sin motivo alguno. Estás siendo cruel conmigo, no esperaba esa faceta en ti. Además, demuestras que no eres un buen observador. Te aclararé que están sin estrenar. Las compré hace cuatro años. ¿No has notado que están rígidas y ásperas por su inactividad? ¡Bonito…, te has pasado mil pueblos! —la moral se le fue a pique.
Él enmudeció. Con la mirada perdida sobre la mesa, dio un sorbo al café, dejando en el aire a la taza, que sujetaba con las dos manos, muy cerca de los labios; pensando—: <"La he cagado, ¡mucho más!, la he cabreado tela marinera, pero no ha dicho ningún taco, ¿qué raro? Estando dolida me ha hablado cariñosamente. ¡No me cuadra! Está consiguiendo que me olvide del concepto que tengo de ella. ¡Vito que no te traicionen tus sentimientos ahora que queda poco para marcharte! Piensa sólo en la entrevista. ¿No me estaré equivocando? Si es así la perderé para siempre. ¡Serás tonto, más claro lo quieres después de lo vivido ayer!>> —soltó la mano derecha de la taza para restregarse la frente con los dedos. La única música ambiental que se oía era la que producía Dolo cada vez que mordía la tostada con mantequilla.
—¿No tomas ninguna tostada? —le preguntó Dolo sin expresar ningún tipo de emociones.
—¿Eh? ¡No, no, gracias! No tengo hambre —le respondió Vito sin mirarla; bebiéndose el último sorbo de café—. Voy a vestirme —con semblante muy serio—. ¿A qué hora nos marcharemos?
—Son… —miró el reloj— las siete menos veinte…, con que salgamos de aquí a las siete y media será suficiente.
Vito se levantó. Cogió el plato y la taza que había utilizado para llevarlo al fregadero, mientras pensaba—: <"Mucha ostentación (lujo) pero no tiene chacha>>.
Ella le dijo:
—Déjalo ahí. Luego vendrá… ¡Antes de que se me olvide otra vez; si necesitas algo puedes llamarme, tanto del teléfono del dormitorio como del que está en el cuarto de baño. Marcando el siete te podrás comunicar conmigo.
—¿Y por qué no lo utilizaste anoche cuando el coñazo? —disimulando la risa.
—Veo que estás obsesionado con el porrazo; ¿no será que lo que quieres es que te lo enseñe?…
Vito se apresuró hacia el dormitorio antes de que finalizase el comentario. Estaba poniendo el traje encima de la cama cuando sintió una necesidad imperiosa de fumar. No se lo pensó dos veces. Puso rumbo al estanco que había en el salón. A medio trayecto se cruzó con Dolo que vestía el albornoz rosa que él ya utilizó.
Ella al verlo, aunque lo llevaba cerrado y atado a la cintura, reaccionó queriéndoselo cerrar más.
—¡Necesito un cigarro! —le dijo nerviosamente—. ¡Y no te aprietes tanto el albornoz que te vas a asfixiar! —le gritó burlonamente cuando se alejaba.
—¡Que te asfixies tú mismo con el humo, simpático! —le contestó en el momento que cerraba la puerta del cuarto de baño. Ya dentro, murmuraba—: ¡Vaya con el carácter del muchacho! O te insulta o te hace chistes, no tiene término medio. Me da igual, aunque me maltrate viviría con él —entró en la ducha y en menos que canta un gallo cerró el agua; escurrió sus cabellos, pasando y apretando las manos desde la frente hacia atrás, al llegar a las orejas los estranguló entre el dedo pulgar por debajo y el resto por encima, consiguiendo que la cola formada, a medida que la exprimía hasta el final, escupiera el agua; giró la cabeza varias veces a izquierda y derecha, agitando su cabellera con movimientos rápidos y cortos para dejarlos lo más seco posible; salió de la ducha, cogió el albornoz y con las mangas friccionó los cabellos para secarlos más; enfundándose, a continuación, el albornoz; unos hilos de agua bajaban por sus corvas (parte de la pierna, opuesta a la rodilla, por donde se dobla y encorva) dejando el camino hasta su dormitorio lagrimeado; ya en él se terminó de secar, retocar, vestir, y perfumar.
La mañana, excitada por los primeros coqueteos y caricias del sol, explosionó derramando toda la primavera que engendraba.
Vito, paseando por la terraza con los nervios desmadrados, se fumaba el cigarro en silencio. Dos desquiciadas caladas fueron suficientes. Despachurró (aplastó) el cigarro en un arriate (lugar estrecho para plantas de adorno junto a las paredes de jardines y patios) donde vivía un jazmín que ocultaba gran parte de la pared. Respiró profundamente. Conectó el paso ligero para volver a su habitación. Con revolucionada prisa se vistió. Al verse en el espejo, se dijo:
—Hoy soy Vito el dandi. Cómo me van a dar trabajo si parezco el dueño de la empresa y no un pobre parado. ¿Dejará que me lleve todo lo que me ha comprado? ¡Qué va! Ésta lo querrá aprovechar para el siguiente lila (tonto) que encuentre. ¡Qué comodidad! Tengo la impresión de que no voy vestido. Este traje pesa menos que el que le regaló Adán a Eva después de comerse la manzana. ¡Macho, es que no parece ni que llevo zapatos! ¿Cuánto le habrá costado todo? ¡Ah, y servicio puerta a puerta! Esto se lo cuento a mis colegas y me dicen que me he chutado, a lo bestia, en la capital. ¿Por qué habrá hecho todo esto la Dolo? ¡Mira que eres plomo (persona pesada y molesta), Vito! Deja ya de exprimirte los sesos con ese tema y concéntrate para la entrevista —sobresaltándose al oír:
—¡Vito, ponte este gel en el cabello antes de peinarte! —le dijo Dolo abriendo un poco la puerta y metiendo la mano para que él lo cogiera.
Vito, al leer las instrucciones impresas en el tubo, exclamó:
—¡Qué fisna, esto en mi pueblo toda la vida se ha llamado fijador! —lo extendió entre los cabellos; se peinó; saliendo de la habitación caminando con presumidos movimientos.
—¡Hala, elegancia! —le piropeó Dolo—. No soy para nada indiscreta, pero me gustaría que me contestaras a una pregunta personal.
—¿A quién vas a ver tan peripuesta? —le preguntó Vito sin contestarle a la petición.
Dolo vestía: camisa de seda natural color blanco roto; rebeca de hilo color del Sol antes de acostarse; vaqueros color azul cielo fuerte; y mocasín de piel color camel.
—¿Gracias, muy amable! Pero creo, si no se me han fugado mis oídos, que no has contestado a mi pregunta —respondió muy seria.
—Después de cómo me estás tratando, sería una descortesía por mi parte no contestarte a lo que quieras preguntar —rictus sincero y, a la vez, preocupado.
—Primero un ruego —él la miró con atención—. Te la haré si estás seguro, seguro, de que vas a contestarla sinceramente…, si no, prefiero no hacértela.
Vito, después de un momento pensándoselo, frunció el ceño, levantó los brazos a la altura de su pecho con las palmas de las manos hacia arriba, dándole la autorización.
Dolo lo miraba sin mirarlo, luchando interiormente para no descubrir el pánico que tenía a una respuesta no deseada. De sopetón, como diciendo “lo que Dios quiera”, la soltó:
—¿Estás comprometido con alguien? —envió su mirada al exilio.
Vito no esperaba el tiro por ahí. Sorpresa que le hizo meditar la respuesta—: <"Si me hace esa pregunta es porque… ¡Vito no le digas la verdad que te va a engatusar (ganar la voluntad con halagos) y estarás perdido! Mejor miéntele. Aunque no lo deseo. Mi deseo es que se enamore de mí como yo lo estoy de ella. El problema está en que yo no voy a vivir con una libertina sexual, mafiosa… No lo pienses más, miéntele>>. Lanzándose al ruedo:
—No. Ni con una mujer ni con un hombre —tenía las manos en los bolsillos del pantalón, y no pudo evitar pellizcarse, con saña (enojo ciego, furor) los muslos, recriminándose mentalmente—: <
—¿Yo… tampoco, tampoco! —respondió nerviosa e ilusionada por la respuesta de él.
—Otra coincidencia más entre nosotros, ¿no? —a ella sólo le faltaba babosear. Él a lo suyo—: <"Es que te lo dije, tontón. No ha respondido que no, sino: “tampoco, tampoco”; o ha querido decir que está comprometida con un regimiento, porque en un día yo le conozco unos cuantos. ¡Es más falsa que Judas! Esta tía me engañaría hasta muerta. Mírala, pone esa cara para comerme el coco. Tengo que reconocer que es una buena actriz>>.
—Sí, es cierto, otra coincidencia. Anda, vamos que se hace tarde —respondió con timidez infantil. Cogió el móvil. Colgó el bolso en el hombro, a la vez que rebuscaba, en él, la llave del apartamento. Él la invitó a que fuera delante. Ella abrió la puerta, indicándole que pasara primero. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando le dijo Dolo:
—¡Perdona, seré tonta! Espera un momento, Vito —volvió a entrar dirigiéndose a la habitación fantasma (así la había bautizado Vito), cerrando rápidamente la puerta.
Vito, aunque asintió, la siguió hasta ver dónde iba. En el momento en el que ella entró se volvió a su puesto de guardián; pensando:
—<"Dijo que se estaba haciendo tarde. Muy importante tiene que ser lo que haya ido a hacer a esa… ¡Jodeeerrr, jodeeerrr…, seguro que tiene allí escondido a algún fugitivo y ha ido a despedirse de él, ¡claro!, por eso vino la poli anoche. ¡Jodeeeerrrr, jodeeeerrrr, en lo que estoy cayendo! —se secó el sudor de la frente—. ¡Claro, por eso tiene tanto dinero! ¿Y lo del fotógrafo? ¿Por qué un fotógrafo iba a seguir a una simple camarera? ¡Yastá! ¡Ahí tiene escondido a Ben Leaden! ¡Es una de Al-Qaeda..., seguro! —aterrado—. ¿Y por qué no la mismísima hija de...? —contó con los dedos de la mano derecha—. Más claro el agua. Le dijo al propietario del restaurante que su padre llevaba más de ocho meses fuera, y hace ocho meses fue lo de las Torres Gemelas. Seguro que lo tiene encerrado en esa habitación. ¡Seré desgraciao!… ¡Mira que es grande Madrid, pues yo con la segunda persona que hablo me quiere reclutar para...! Ahora sí que, en cuanto finalice la entrevista, me largo pa Bonares. Ahí viene, me haré el tonto, que esta gente es tan peligrosa como lista. Si descubre que lo sé todo, saldré de Madrid, en lugar de con el Armani, con un traje de caoba (árbol, cuya madera es muy apreciada) o picado para hamburguesas, ¡qué asco, ya no las como más!>>.
—Perdona de nuevo —disculpa de Dolo—. Se me olvidaba...
—¡No te preocupes, si todavía es temprano! —le contestó, con una voz empachada de gracioso acojonamiento y quitándole importancia a su tardanza, para que ella no sospechara que la había descubierto.
—No lo creas. Son las ocho menos veinte. De todas formas haré lo imposible para que llegues con tiempo suficiente —le contestó caminando muy deprisa, delante de él, hacia el ascensor. Ninguno de los dos decía nada. Entraron en el ascensor. Vito se adelantó a Dolo para pulsar el botón “0”, pero Dolo le cogió la mano impidiéndole que lo hiciera. Él sintió un pellizco en la barriga. Con la mano de Vito cogida le dijo ella—: Tenemos que bajar al garaje. Ya te dije que te acercaría en mi coche, ¿no lo recuerdas?
Vito no contestó. Una vez más era incapaz de articular palabra. Máxime, sintiendo el calor de la mano de ella. Deseaba que el ascensor tardara una eternidad en finalizar el viaje contratado por el dedo de Dolo. Desvió la mirada hacia un espejo que cubría un lateral del ascensor. Dudó si era él. Pensando—: <"Si me vieran en el pueblo. Sí, es cierto que voy elegante, pero me brilla más la olla que al Mario Conde. Cómo siga al lado de ésta, seguro que acabo siendo su compañero en la trena (cárcel)>>.
—¿Estás nervioso? —le preguntó Dolo apretándole cariñosamente la mano, soltándosela en ese momento.
—¡No, no —tragó saliva—, que va! —contestó a la vez que un calambre recorrió su espinazo, zarandeándole el cuerpo. Una plegaria llenó su mente—: <"Que no me toque más, por favor, que no me toque más, que me pierdo>>.
—¡Llegamos! —muy nerviosa.
Él la siguió.
06 noviembre 2006
CAPÍTULO XII (A mis hermanos: Miguelángel, Franciscojavier y Jesusmaría
El sobresalto experimentado por Vito al oír gritar a la puerta, ligado con su deseo de no verla, dio a su voz vacaciones. Única forma de contestarle a ella que estaba dormido y que se marchara. Sabía que, si entraba, caería en la tentación de traicionar sus sentimientos. El interminable silencio, aderezado (aliñado) con el, para él, equívoco deseo de volver a tener cerca a la mujer de sus sueños, estaban incitando a su ego hacia la perfidia (traición). Nueva batalla mental—: <"No seas tan respetuoso con tus ideales, que a la postre (al final) te arrepentirás. Ábrele de una vez, y como tío macho te la tiras. ¡Claro, hombre!, cuando la recuerdes piensa que es sólo una puta>> —con chulos andares se dirigió hacia la puerta. El freno se lo echó la voz de ella:
—No voy a pasar —le gritaba—. Espero que no estés dormido. Únicamente quería decirte que te llamaré a las seis para que tengamos tiempo de desayunar juntos. Te acercaré en mi coche. Por si con las prisas se me olvida, te ruego que cuando finalices la entrevista me llames al número que te dejé en la cocina —cacao diarreico sensorial el que le entró a Vito—. Una petición más —él concentró todo su sentido del oído—; me encantaría, salga como te salga la entrevista, que antes de marcharte nos diéramos un baño en la piscina y almorzáramos aquí en la terraza. Buenas noches —pasado un racimo de segundos, al no tener respuesta, se marchó pensativa a su dormitorio.
—Haz hecho muy bien —se decía él—. Mucho mejor recordarla de esta forma, y no por un polvo falso —volvió a la cama. Apagó la luz. Cerró los ojos. Continuando—: Que no se me olvide coger el número de teléfono de la cocina. Me ha gustado el detalle del baño y la comida. Seguro que también me ha comprado un bañador y lo tiene guardado. No quiero pensar que no lo tenga y me diga que me bañe en bolas. Vito, ¿quieres dejar de comerte más el coco?; no ves que la única obsesión que tiene es follarte. Es verdad, es verdad, cómo se me puede olvidar. Le daré una lección. Espera un momento…, ¿qué haría en esa habitación? ¡Escucha, escucha! Está en el cuarto de baño, se oye el grifo. ¿Se desnudará allí, o en el dormitorio? Te estás comportando como un salido. Es que la hija de la gran puta me ha puesto a mil. Duérmete de una vez que mañana puede ser el día más importante de tu vida. No sé si será bueno que me contraten; lo de llegar y topar no me gusta. Los gitanos nunca quieren buenos principios. Seguro que es para cubrir expediente. No vuelvo más a Madrid ni muerto de hambre. ¡Venga! —se dio un cachete—. Duérmete de una vez. Me va a costar, porque se me olvidó el transistor. ¡Esto de haberme acostumbrado a dormirme con “El Larguero!”.
En el cuarto de baño, Dolo, se lavaba los dientes en porreta (en cueros). Movimientos dentífricos descontrolados, sin dejar de mirarse en el espejo sobre el lavabo, acompañaban sus pensamientos:
—<"Su mirada me lo decía. Esa mirada que tiene no engaña a nadie. Transmite limpieza, tranquilidad, confianza, amor, y todo lo que deseo en la vida, pero está claro que no le gusto. ¿Qué habré hecho para que no le guste? ¿O es mi cuerpo?>> —al no verse de cuerpo entero, rápidamente se enjuagó la boca, y se subió al costado de la bañera. Obtuvo un retrato desde la coronilla hasta los zancajos (parte del pie donde sobresale el talón). Ni el mejor equilibrista se hubiera movido, como ella, buscando posturas. Parecía que estaba rodando un anuncio publicitario de “Corporación Dermoestética”; diciéndose—: La verdad es que me veo muy bien. No debo olvidar que hay gustos para todo. ¿Tendrá el gusto perdido? No creo, porque cuando me vio en la cafetería su expresión no fue de asco que digamos. Mañana lucharé, a brazo partido si hace falta, para que me diga qué es lo que no le gusta de mí. Primer paso, comenzaré contándole mi vida —continuaba cambiando de poses ante el espejo—. Segundo paso, que me pregunte todo lo que quiera saber sobre mí y mi familia. Tercer paso, le diré que no me importa lo más mínimo que no tenga trabajo ni dinero ni cualquier motivo que quiera interponer entre nosotros. Mira que soy tonta, sólo le diré que su mirada, que es el espejo del alma, me ha dicho que es un tío cabal y para mí eso es lo más importante de una persona. ¡Virgencita, que mañana consiga el trabajo! De esa forma no se marchará. ¡Nooo! —resbaló—. ¡Aaaaahhhhh, aaaahhhh, aaahhh! —dolorida se retorcía en el suelo, con las manos apretándose el chochi. Al resbalar había caído escarranchada (muy abierta de piernas) sobre el lateral de la bañera. Con horrible dolor se levantó, para inmediatamente refrescárselo en el bidé (sanitario ovalado para el aseo de los genitales)—. Vito ni ha aparecido —se decía quejosamente—. Dormirá como un tronco, ¡si no se enteró cuando llamó el mensajero! ¡Anda que si me rompo la crisma (cabeza), lo hubieran acusado de mi asesinato! ¡Ay, cómo me duele! ¡Mira que si…, mejor ni lo compruebo! —con las ingles apretadas caminó hacia un ropero de mimbre. Abrió la puerta, que le sirvió de muleta. No se decidía por ningún pijama—. Éste no, que hace mucho calor. Éste tampoco porque… —oyó su móvil que lo había dejado en el dormitorio. Descolgó una bata de seda, color naranja pastel, poniéndosela camino del dormitorio. Ni se preocupó. Tener llamadas a deshoras, para ella, era habitual.
Vito, que negociaba con Morfeo, al oír los quejidos de Dolo no pudo contenerse:
—¡Qué tía, cómo no le he inoculado (introducido) mi antitérmico, se está masturbando, es una ninfómana (furor uterino en la mujer o en la hembra) desequilibrada! Gracias a que no lo he hecho con ella porque, si caigo en la tentación, no vuelvo a casa. ¿Cómo voy a coger el sueño?
En el justo momento en el que firmaba el acuerdo con Morfeo, el Séptimo de Caballería le provocó una esquizofrénica temblequera. Exclamando por lo bajini:
—¡Hala, a que horitas la llaman! Me apostaría el gañote a que es el chulo para se vaya a exhibir el bolsito en las esquinas. Lo que se hizo en el baño ha sido el precalentamiento. Mejor será que obedezca al chulo, si no se presentará aquí y… ¡no quiero ni pensarlo! Por qué se me ocurriría venir a Madrid. Si salgo de ésta, le pongo una docena de velas a la Virgen del Rocío. Mañana tararí que te vi y si te he visto no me acuerdo. Vaya suerte la mía. Encuentro a mi diosa y tengo que olvidarla porque es una degenerada. Degenerada, mafiosa, traficante, camarera, puta, vidente, malhablada, macarra, calienta…, y… Mejor olvidarla. No me sorprendería que hasta cobrara el paro. Debería denunciarla. ¿Más problemas? Vito, estás perdiendo el norte —mucho practicar examen de conciencia, con golpes de pecho incluido, pero se levantó para oír a Dolo. El dolor de la oreja sobre la puerta, le hizo tocar retirada. No oyó nada. Volvió a tumbarse en la cama. De nuevo citó a Morfeo para negociar.
Dolo atendió la llamada:
—¿Sí? —preguntó Dolo.
—…
—¡Bingo! ¿Estáis con él?
—…
—¿Qué os ha dicho?
—…
—¡Dile al guarro de mierda ése, qué sólo dinero, que si necesita deshollinar a alguien que se lo haga a su gran… madre, que seguro que es una santa, pero vaya regalito que ha parido!
El pulcro diálogo produjo un silencio. Dolo caminaba nerviosamente por la habitación, pensando—: <"Será guarro el tío. Si éste es el mejor detective… Éste no es capaz de encontrarse ni el agujero del culo. Vaya fichaje que me han buscado esos dos inútiles>>.
—…
—Dime.
—…
—¡Que aunque sea un limpiado rápido! ¡Pásale el móvil ahora mismo a ese salido!
—… —habló Nabucodonosor.
—¡Oye, Nabucodonosor de mierda, si quieres desahogarte fóllate un erizo! Quie…
—…
—¡Ni mala hostia, ni desagradable! ¡Escúchame atentamente, marica! Te lo...
—…
—¡Cómo vaya para allá te voy a meter tus huevos por el culo! ¿Puedes hacer el trabajo, o busco a otro?
—…
—¡Bien! Te daré el dinero cuando me demuestres que lo has encontrado.
—…
—¡Menos chuleo, fanfarrón! No te daré ni un céntimo hasta que encuentres a ese capullo.
—…
—¡Joder, qué plasta! ¡Ni adelanto, ni polla en vinagre, o lo tomas o lo dejas!
Mientras oía un nuevo silencio, Dolo se sentó a los pies de la cama. Únicamente se oían los golpecitos nerviosos de sus pies contra el suelo.
—… —habló uno de sus primos.
—¿Qué ha decidido ese burraco (nula educación)?
—…
—O.K. No quiero volver a hablar con esa escoria (deshecho) humana hasta que encuentre al fotógrafo. ¿Has oído bien? Mira que os conozco como si os hubiera parido.
—…
—Y no lo perdáis de vista ni un segundo. Adiós —tiró el móvil sobre la cama, y a continuación se lanzó ella, quedando en posición despatarrada y acariciándose el chumino (genitales femeninos) para aliviar el dolor del coñazo que se dio en la bañera.
¿Creen que Vito había conseguido camelarse a Morfeo? Pues no. Dos segundos llevaba en la cama cuando su curiosidad lo envalentonó, hasta el punto de pegar la oreja en la puerta del dormitorio de Dolo. Con la oreja más colorada que un tomate, corrió de puntillas al oír despedirse a ella. Se metió en la cama a toda pastilla. Volviendo a su vía crucis particular:
—¡Madre mía, qué ejemplar! En mi vida había escuchado tantos insultos en tan poco tiempo, y dichos por la misma persona. ¿Dónde se habrá educado ésta? Mucho dinero, pero muy poca vergüenza. ¡Vaya prenda está hecha! Debería entrar en los Guinnes. ¡Pobre fotógrafo! Cómo lo localice el Nabucodonosor, esta salvaje lo capa con una cuchilla de afeitar. Joder, se me ponen los vellos de punta nada más pensarlo. Por mucho que me guste tengo que olvidarla. Físicamente rompe todos los esquemas, pero sus modales son exactamente los que yo no le soportaría a ninguna mujer, y menos a la mía. Sin embargo, tengo que reconocer que el beso que me ha dado ha sido inolvidable. ¡Qué pena que tenga esa forma de ser! ¡Coño, las dos y sin pegar ojo! Tengo que conseguir dormir, si no, mañana en la entrevista van a creer que he estado toda la noche de cachondeo. ¿Quién se va a creer lo que me está pasando? —se dio media vuelta, puso una postura fetal, y apagó la luz.
Dolo, en la cama:
—¡Uffffff, las dos y mañana hay que levantarse a las seis! No puedo quitarme de la cabeza a Vito. ¿Por qué me habrá rechazado?, o es que no puede porque es ... Pero ¡qué estoy pensando!, de marica nada de nada, y menos impotente, que ya sentí en mis cachas (nalgas) que no lo es, al contrario, si no empujo hacia atrás me tira de bruces (tendida boca abajo). Entonces…, ¿por qué me abrazó con tanta ternura? ¡Y el beso! Ese beso no es un beso cualquiera. Tiene que atraer mucho una persona para poder dar un beso como ése. Sigo sin entender nada. Si viniera ahora se lo preguntaría.
Imposible pregunta, porque Morfeo sí se acostó con ella, quedándose dormida encima de la cama.
Vito encendió la luz. El insomnio lo estaba martirizando. Una vuelta hacia la izquierda, una vuelta hacia la derecha, otra, otra, y otra, diciéndose:
—Las tres, y sigo sin pegar ojo. Necesito dormir. Debería estar preocupado por la entrevista, pero no soy capaz de quitarme del pensamiento a esa… No sé cómo definirla ya. Sólo Dios sabe cómo me he enamorado de ella. Seguro que está dormida como si nada hubiera pasado. ¿Será verdad que mató a tres tíos? ¿Y si estuviera en la habitación que no me ha querido enseñar? Voy a comprobarlo. Así descubro lo que hace allí —con sumo cuidado se levantó. Iba en calzoncillos y descalzo. Se dirigió a la habitación fantasma y, con la habilidad de Tom Cruisse en sus Misiones Imposibles la abrió lo justo para poder ver que no estaba Dolo, más que nada porque la luz estaba apagada. Cerró la puerta con más cuidado del que la abrió. En estado de inmovilidad total, miró a la puerta de la habitación de Dolo; pensando—: <<¿Y si entro en su dormitorio? Me pueden ocurrir dos cosas: Una, que me cape a mí en lugar de al Nabucodonosor, y otra, que me invite a la cama. No, no, que si entro seguro que caigo y no quiero. Piensa Vito, ¿y si no está porque se ha marchado a trabajar para que su chulo no la marque? Está claro que no me iba a decir, “Adiós, Vito, que me voy un rato a trabajar de puta”. ¡Por favor, que lleguen las seis, ya! No aguanto más>> —totalmente amargado volvió a su habitación, empujó la puerta que la había dejado entreabierta, y cuando iba a cerrarla se arrepintió. Con rabia volvió a la puerta del dormitorio de Dolo. El ceño tenso. Las orejas, coloradas, despedían fuego por tanta tensión. Las palpitaciones se notaban desde lejos. Las piernas rígidas. Los andares eran como los de Frankenstein. La parada, al llegar a la puerta, pareció más larga que la de un alabardero (guardia de honor de los reyes de España) de servicio. Lentamente comenzó a acercar la mano, temblorosa perdida, al pomo de la puerta. Aguantó la respiración al comenzar a girarlo, más despacio que el segundero de un reloj solar. Cuando la cerradura liberó la puerta, la desplazó dándole un pequeño, pero tenso, empujón, dejando una abertura como el canto de un folio que le alertó de que la luz estaba encendida. Prueba irrefutable (que no se puede contradecir) de que allí estaba Dolo. Hizo ademán (gesto) de cerrarla. No tenía claro si continuar o salir pitando de allí. Pero, como siempre, su deseo de verla volvió a traicionar su voluntad de olvidarla—: <"Después, de perdido, al río —detuvo la puerta, a la mitad del vuelo que daba—. ¡Diooossssss! —exclamación mental. Cerró los ojos un instante; al abrirlos clavó su mirada en un punto concreto de la habitación. Los párpados paralizados. Las pupilas más dilatadas que la vulva (partes que rodean y constituyen la abertura externa de la vagina) que parió a la Tierra. Una mano en el bastidor y la otra seguía en el pomo—. ¡Qué cosa más bonita! Ni Goya, en su mejor momento, hubiera sido capaz de pintar tanta belleza —Dolo dormía de lado con la bata entreabierta a la altura de los muslos, debido a que tenía las piernas flexionadas. Las palmas entre la almohada y su mejilla. Vito se sobresaltó al ver que Dolo se movió, pero no hizo ninguna intención de marcharse. Estaba paralizado. Ni la contemplación de la mejor obra de arte podría conseguir tal estado de abstracción. La causa de que Dolo se moviera dormida fue para tenderse de espalda, colocar los brazos en cruz, y estirar y abrir las piernas totalmente, ocasionando que la bata se le abriera quedando al aire todo el anverso de su cuerpo—. ¡Dios mío, qué cruz! —pensaba sin dejar de mover la cabeza—. Qué color de piel más bonito… Lechoso-nórdico, como a mí me gusta. El pelo es el idóneo para su físico. Los ojos, las orejas, la nariz y la boca, forman la cara más perfecta que pueda parir madre. Los hombros, los brazos, las manos y los pechos, que por cierto ya se los he visto, pero ahora sí que veo la perfecta simetría que tienen, hacen que su torso sea perfecto. ¡Cuántos lunares! —obligó su vista—. El que más me gusta es el que tiene debajo del ombligo. La verdad es que me gustan todos. No es la mujer diez, es la mujer matrícula de honor. ¡Y el vientre! Ese ombligo tan perfecto me hace sentir celos de su cordón umbilical. La cintura estrecha, dando realce a sus caderas, no la podría moldear ni Miguel Ángel. ¡Vaya lo que viene ahora! —su innato pudor (honestidad, recato, vergüenza) le decía que no mirara. Tímidamente miró de soslayo (oblicuamente)—. ¡Vaya, toalla! Se nota que se lo cuida: vellos claros, casi del color de su melena, cortos, nada espesos, formaban un lindo tapiz de la anchura de dos dedos —el rubor le asfixiaba—. ¡Coño, lo tiene amoratado! —agitó bruscamente la cabeza—. ¿Cómo lo hará esta criatura? Seguro que en el baño tiene un artilugio de esos que utilizan en las…, ¿cómo será, para hacerle ese cardenal? —se le quitaron las ganas de seguir el reconocimiento—. ¡Qué pena de muchacha!>>.
En ningún momento expresó deseo. Al contrario, lo único que sentía era pena por tenerla tan cerca y no poder, por su carácter, compartir con ella su vida. Del estado contemplativo, puro como la santidad, pasó a un estado de amargura real, coma la vida misma. Sufriendo la mayor desilusión de su vida, se marchó a su dormitorio, no sin antes apagar la luz y cerrar la puerta con la misma delicadeza con que la abrió. Acostándose en la cama, con la misma postura que dejó a Dolo, volvió por sus fueros:
—<"Lo que me está ocurriendo no puede ser real. No tiene ningún sentido. ¿Cómo, una mujer, sin conocerme, me puede meter en su casa? ¿Le faltará una marea? Lo que me faltaba por descubrir. Vito, no cierres…>>.
La inhumana prueba de su Yin-Yang (lucha interna entre lo bueno y lo malo), fulminó a su insomnio.
—No voy a pasar —le gritaba—. Espero que no estés dormido. Únicamente quería decirte que te llamaré a las seis para que tengamos tiempo de desayunar juntos. Te acercaré en mi coche. Por si con las prisas se me olvida, te ruego que cuando finalices la entrevista me llames al número que te dejé en la cocina —cacao diarreico sensorial el que le entró a Vito—. Una petición más —él concentró todo su sentido del oído—; me encantaría, salga como te salga la entrevista, que antes de marcharte nos diéramos un baño en la piscina y almorzáramos aquí en la terraza. Buenas noches —pasado un racimo de segundos, al no tener respuesta, se marchó pensativa a su dormitorio.
—Haz hecho muy bien —se decía él—. Mucho mejor recordarla de esta forma, y no por un polvo falso —volvió a la cama. Apagó la luz. Cerró los ojos. Continuando—: Que no se me olvide coger el número de teléfono de la cocina. Me ha gustado el detalle del baño y la comida. Seguro que también me ha comprado un bañador y lo tiene guardado. No quiero pensar que no lo tenga y me diga que me bañe en bolas. Vito, ¿quieres dejar de comerte más el coco?; no ves que la única obsesión que tiene es follarte. Es verdad, es verdad, cómo se me puede olvidar. Le daré una lección. Espera un momento…, ¿qué haría en esa habitación? ¡Escucha, escucha! Está en el cuarto de baño, se oye el grifo. ¿Se desnudará allí, o en el dormitorio? Te estás comportando como un salido. Es que la hija de la gran puta me ha puesto a mil. Duérmete de una vez que mañana puede ser el día más importante de tu vida. No sé si será bueno que me contraten; lo de llegar y topar no me gusta. Los gitanos nunca quieren buenos principios. Seguro que es para cubrir expediente. No vuelvo más a Madrid ni muerto de hambre. ¡Venga! —se dio un cachete—. Duérmete de una vez. Me va a costar, porque se me olvidó el transistor. ¡Esto de haberme acostumbrado a dormirme con “El Larguero!”.
En el cuarto de baño, Dolo, se lavaba los dientes en porreta (en cueros). Movimientos dentífricos descontrolados, sin dejar de mirarse en el espejo sobre el lavabo, acompañaban sus pensamientos:
—<"Su mirada me lo decía. Esa mirada que tiene no engaña a nadie. Transmite limpieza, tranquilidad, confianza, amor, y todo lo que deseo en la vida, pero está claro que no le gusto. ¿Qué habré hecho para que no le guste? ¿O es mi cuerpo?>> —al no verse de cuerpo entero, rápidamente se enjuagó la boca, y se subió al costado de la bañera. Obtuvo un retrato desde la coronilla hasta los zancajos (parte del pie donde sobresale el talón). Ni el mejor equilibrista se hubiera movido, como ella, buscando posturas. Parecía que estaba rodando un anuncio publicitario de “Corporación Dermoestética”; diciéndose—: La verdad es que me veo muy bien. No debo olvidar que hay gustos para todo. ¿Tendrá el gusto perdido? No creo, porque cuando me vio en la cafetería su expresión no fue de asco que digamos. Mañana lucharé, a brazo partido si hace falta, para que me diga qué es lo que no le gusta de mí. Primer paso, comenzaré contándole mi vida —continuaba cambiando de poses ante el espejo—. Segundo paso, que me pregunte todo lo que quiera saber sobre mí y mi familia. Tercer paso, le diré que no me importa lo más mínimo que no tenga trabajo ni dinero ni cualquier motivo que quiera interponer entre nosotros. Mira que soy tonta, sólo le diré que su mirada, que es el espejo del alma, me ha dicho que es un tío cabal y para mí eso es lo más importante de una persona. ¡Virgencita, que mañana consiga el trabajo! De esa forma no se marchará. ¡Nooo! —resbaló—. ¡Aaaaahhhhh, aaaahhhh, aaahhh! —dolorida se retorcía en el suelo, con las manos apretándose el chochi. Al resbalar había caído escarranchada (muy abierta de piernas) sobre el lateral de la bañera. Con horrible dolor se levantó, para inmediatamente refrescárselo en el bidé (sanitario ovalado para el aseo de los genitales)—. Vito ni ha aparecido —se decía quejosamente—. Dormirá como un tronco, ¡si no se enteró cuando llamó el mensajero! ¡Anda que si me rompo la crisma (cabeza), lo hubieran acusado de mi asesinato! ¡Ay, cómo me duele! ¡Mira que si…, mejor ni lo compruebo! —con las ingles apretadas caminó hacia un ropero de mimbre. Abrió la puerta, que le sirvió de muleta. No se decidía por ningún pijama—. Éste no, que hace mucho calor. Éste tampoco porque… —oyó su móvil que lo había dejado en el dormitorio. Descolgó una bata de seda, color naranja pastel, poniéndosela camino del dormitorio. Ni se preocupó. Tener llamadas a deshoras, para ella, era habitual.
Vito, que negociaba con Morfeo, al oír los quejidos de Dolo no pudo contenerse:
—¡Qué tía, cómo no le he inoculado (introducido) mi antitérmico, se está masturbando, es una ninfómana (furor uterino en la mujer o en la hembra) desequilibrada! Gracias a que no lo he hecho con ella porque, si caigo en la tentación, no vuelvo a casa. ¿Cómo voy a coger el sueño?
En el justo momento en el que firmaba el acuerdo con Morfeo, el Séptimo de Caballería le provocó una esquizofrénica temblequera. Exclamando por lo bajini:
—¡Hala, a que horitas la llaman! Me apostaría el gañote a que es el chulo para se vaya a exhibir el bolsito en las esquinas. Lo que se hizo en el baño ha sido el precalentamiento. Mejor será que obedezca al chulo, si no se presentará aquí y… ¡no quiero ni pensarlo! Por qué se me ocurriría venir a Madrid. Si salgo de ésta, le pongo una docena de velas a la Virgen del Rocío. Mañana tararí que te vi y si te he visto no me acuerdo. Vaya suerte la mía. Encuentro a mi diosa y tengo que olvidarla porque es una degenerada. Degenerada, mafiosa, traficante, camarera, puta, vidente, malhablada, macarra, calienta…, y… Mejor olvidarla. No me sorprendería que hasta cobrara el paro. Debería denunciarla. ¿Más problemas? Vito, estás perdiendo el norte —mucho practicar examen de conciencia, con golpes de pecho incluido, pero se levantó para oír a Dolo. El dolor de la oreja sobre la puerta, le hizo tocar retirada. No oyó nada. Volvió a tumbarse en la cama. De nuevo citó a Morfeo para negociar.
Dolo atendió la llamada:
—¿Sí? —preguntó Dolo.
—…
—¡Bingo! ¿Estáis con él?
—…
—¿Qué os ha dicho?
—…
—¡Dile al guarro de mierda ése, qué sólo dinero, que si necesita deshollinar a alguien que se lo haga a su gran… madre, que seguro que es una santa, pero vaya regalito que ha parido!
El pulcro diálogo produjo un silencio. Dolo caminaba nerviosamente por la habitación, pensando—: <"Será guarro el tío. Si éste es el mejor detective… Éste no es capaz de encontrarse ni el agujero del culo. Vaya fichaje que me han buscado esos dos inútiles>>.
—…
—Dime.
—…
—¡Que aunque sea un limpiado rápido! ¡Pásale el móvil ahora mismo a ese salido!
—… —habló Nabucodonosor.
—¡Oye, Nabucodonosor de mierda, si quieres desahogarte fóllate un erizo! Quie…
—…
—¡Ni mala hostia, ni desagradable! ¡Escúchame atentamente, marica! Te lo...
—…
—¡Cómo vaya para allá te voy a meter tus huevos por el culo! ¿Puedes hacer el trabajo, o busco a otro?
—…
—¡Bien! Te daré el dinero cuando me demuestres que lo has encontrado.
—…
—¡Menos chuleo, fanfarrón! No te daré ni un céntimo hasta que encuentres a ese capullo.
—…
—¡Joder, qué plasta! ¡Ni adelanto, ni polla en vinagre, o lo tomas o lo dejas!
Mientras oía un nuevo silencio, Dolo se sentó a los pies de la cama. Únicamente se oían los golpecitos nerviosos de sus pies contra el suelo.
—… —habló uno de sus primos.
—¿Qué ha decidido ese burraco (nula educación)?
—…
—O.K. No quiero volver a hablar con esa escoria (deshecho) humana hasta que encuentre al fotógrafo. ¿Has oído bien? Mira que os conozco como si os hubiera parido.
—…
—Y no lo perdáis de vista ni un segundo. Adiós —tiró el móvil sobre la cama, y a continuación se lanzó ella, quedando en posición despatarrada y acariciándose el chumino (genitales femeninos) para aliviar el dolor del coñazo que se dio en la bañera.
¿Creen que Vito había conseguido camelarse a Morfeo? Pues no. Dos segundos llevaba en la cama cuando su curiosidad lo envalentonó, hasta el punto de pegar la oreja en la puerta del dormitorio de Dolo. Con la oreja más colorada que un tomate, corrió de puntillas al oír despedirse a ella. Se metió en la cama a toda pastilla. Volviendo a su vía crucis particular:
—¡Madre mía, qué ejemplar! En mi vida había escuchado tantos insultos en tan poco tiempo, y dichos por la misma persona. ¿Dónde se habrá educado ésta? Mucho dinero, pero muy poca vergüenza. ¡Vaya prenda está hecha! Debería entrar en los Guinnes. ¡Pobre fotógrafo! Cómo lo localice el Nabucodonosor, esta salvaje lo capa con una cuchilla de afeitar. Joder, se me ponen los vellos de punta nada más pensarlo. Por mucho que me guste tengo que olvidarla. Físicamente rompe todos los esquemas, pero sus modales son exactamente los que yo no le soportaría a ninguna mujer, y menos a la mía. Sin embargo, tengo que reconocer que el beso que me ha dado ha sido inolvidable. ¡Qué pena que tenga esa forma de ser! ¡Coño, las dos y sin pegar ojo! Tengo que conseguir dormir, si no, mañana en la entrevista van a creer que he estado toda la noche de cachondeo. ¿Quién se va a creer lo que me está pasando? —se dio media vuelta, puso una postura fetal, y apagó la luz.
Dolo, en la cama:
—¡Uffffff, las dos y mañana hay que levantarse a las seis! No puedo quitarme de la cabeza a Vito. ¿Por qué me habrá rechazado?, o es que no puede porque es ... Pero ¡qué estoy pensando!, de marica nada de nada, y menos impotente, que ya sentí en mis cachas (nalgas) que no lo es, al contrario, si no empujo hacia atrás me tira de bruces (tendida boca abajo). Entonces…, ¿por qué me abrazó con tanta ternura? ¡Y el beso! Ese beso no es un beso cualquiera. Tiene que atraer mucho una persona para poder dar un beso como ése. Sigo sin entender nada. Si viniera ahora se lo preguntaría.
Imposible pregunta, porque Morfeo sí se acostó con ella, quedándose dormida encima de la cama.
Vito encendió la luz. El insomnio lo estaba martirizando. Una vuelta hacia la izquierda, una vuelta hacia la derecha, otra, otra, y otra, diciéndose:
—Las tres, y sigo sin pegar ojo. Necesito dormir. Debería estar preocupado por la entrevista, pero no soy capaz de quitarme del pensamiento a esa… No sé cómo definirla ya. Sólo Dios sabe cómo me he enamorado de ella. Seguro que está dormida como si nada hubiera pasado. ¿Será verdad que mató a tres tíos? ¿Y si estuviera en la habitación que no me ha querido enseñar? Voy a comprobarlo. Así descubro lo que hace allí —con sumo cuidado se levantó. Iba en calzoncillos y descalzo. Se dirigió a la habitación fantasma y, con la habilidad de Tom Cruisse en sus Misiones Imposibles la abrió lo justo para poder ver que no estaba Dolo, más que nada porque la luz estaba apagada. Cerró la puerta con más cuidado del que la abrió. En estado de inmovilidad total, miró a la puerta de la habitación de Dolo; pensando—: <<¿Y si entro en su dormitorio? Me pueden ocurrir dos cosas: Una, que me cape a mí en lugar de al Nabucodonosor, y otra, que me invite a la cama. No, no, que si entro seguro que caigo y no quiero. Piensa Vito, ¿y si no está porque se ha marchado a trabajar para que su chulo no la marque? Está claro que no me iba a decir, “Adiós, Vito, que me voy un rato a trabajar de puta”. ¡Por favor, que lleguen las seis, ya! No aguanto más>> —totalmente amargado volvió a su habitación, empujó la puerta que la había dejado entreabierta, y cuando iba a cerrarla se arrepintió. Con rabia volvió a la puerta del dormitorio de Dolo. El ceño tenso. Las orejas, coloradas, despedían fuego por tanta tensión. Las palpitaciones se notaban desde lejos. Las piernas rígidas. Los andares eran como los de Frankenstein. La parada, al llegar a la puerta, pareció más larga que la de un alabardero (guardia de honor de los reyes de España) de servicio. Lentamente comenzó a acercar la mano, temblorosa perdida, al pomo de la puerta. Aguantó la respiración al comenzar a girarlo, más despacio que el segundero de un reloj solar. Cuando la cerradura liberó la puerta, la desplazó dándole un pequeño, pero tenso, empujón, dejando una abertura como el canto de un folio que le alertó de que la luz estaba encendida. Prueba irrefutable (que no se puede contradecir) de que allí estaba Dolo. Hizo ademán (gesto) de cerrarla. No tenía claro si continuar o salir pitando de allí. Pero, como siempre, su deseo de verla volvió a traicionar su voluntad de olvidarla—: <"Después, de perdido, al río —detuvo la puerta, a la mitad del vuelo que daba—. ¡Diooossssss! —exclamación mental. Cerró los ojos un instante; al abrirlos clavó su mirada en un punto concreto de la habitación. Los párpados paralizados. Las pupilas más dilatadas que la vulva (partes que rodean y constituyen la abertura externa de la vagina) que parió a la Tierra. Una mano en el bastidor y la otra seguía en el pomo—. ¡Qué cosa más bonita! Ni Goya, en su mejor momento, hubiera sido capaz de pintar tanta belleza —Dolo dormía de lado con la bata entreabierta a la altura de los muslos, debido a que tenía las piernas flexionadas. Las palmas entre la almohada y su mejilla. Vito se sobresaltó al ver que Dolo se movió, pero no hizo ninguna intención de marcharse. Estaba paralizado. Ni la contemplación de la mejor obra de arte podría conseguir tal estado de abstracción. La causa de que Dolo se moviera dormida fue para tenderse de espalda, colocar los brazos en cruz, y estirar y abrir las piernas totalmente, ocasionando que la bata se le abriera quedando al aire todo el anverso de su cuerpo—. ¡Dios mío, qué cruz! —pensaba sin dejar de mover la cabeza—. Qué color de piel más bonito… Lechoso-nórdico, como a mí me gusta. El pelo es el idóneo para su físico. Los ojos, las orejas, la nariz y la boca, forman la cara más perfecta que pueda parir madre. Los hombros, los brazos, las manos y los pechos, que por cierto ya se los he visto, pero ahora sí que veo la perfecta simetría que tienen, hacen que su torso sea perfecto. ¡Cuántos lunares! —obligó su vista—. El que más me gusta es el que tiene debajo del ombligo. La verdad es que me gustan todos. No es la mujer diez, es la mujer matrícula de honor. ¡Y el vientre! Ese ombligo tan perfecto me hace sentir celos de su cordón umbilical. La cintura estrecha, dando realce a sus caderas, no la podría moldear ni Miguel Ángel. ¡Vaya lo que viene ahora! —su innato pudor (honestidad, recato, vergüenza) le decía que no mirara. Tímidamente miró de soslayo (oblicuamente)—. ¡Vaya, toalla! Se nota que se lo cuida: vellos claros, casi del color de su melena, cortos, nada espesos, formaban un lindo tapiz de la anchura de dos dedos —el rubor le asfixiaba—. ¡Coño, lo tiene amoratado! —agitó bruscamente la cabeza—. ¿Cómo lo hará esta criatura? Seguro que en el baño tiene un artilugio de esos que utilizan en las…, ¿cómo será, para hacerle ese cardenal? —se le quitaron las ganas de seguir el reconocimiento—. ¡Qué pena de muchacha!>>.
En ningún momento expresó deseo. Al contrario, lo único que sentía era pena por tenerla tan cerca y no poder, por su carácter, compartir con ella su vida. Del estado contemplativo, puro como la santidad, pasó a un estado de amargura real, coma la vida misma. Sufriendo la mayor desilusión de su vida, se marchó a su dormitorio, no sin antes apagar la luz y cerrar la puerta con la misma delicadeza con que la abrió. Acostándose en la cama, con la misma postura que dejó a Dolo, volvió por sus fueros:
—<"Lo que me está ocurriendo no puede ser real. No tiene ningún sentido. ¿Cómo, una mujer, sin conocerme, me puede meter en su casa? ¿Le faltará una marea? Lo que me faltaba por descubrir. Vito, no cierres…>>.
La inhumana prueba de su Yin-Yang (lucha interna entre lo bueno y lo malo), fulminó a su insomnio.
Próximo miércoles 29 de noviembre: Capítulos XIII y XIV
CAPÍTULO XI (Las "COPULITAS" son los "CANTOS DE SIRENAS" en tierra firme. ¡Ojito con olisquear mucho por ahí! - jibr)
En el cuarto de baño, Vito se preparaba para la ducha.
—La muchacha quiere que yo utilice un albornoz rosa —murmuraba—. ¿Qué se habrá creído? Todavía ésta no se ha enterado de lo macho que soy. Voy a tener que demostrárselo. Ya me ha insinuado una vez que soy una mala maricona… Le tenía que haber dado una… No quiero hablar igual que ella. ¡Vaya lengua que tiene la finolis! Es lo que le hace falta, una buena hostia con mayúsculas, ¡verá cómo se le quitaban todas las tonterías! Al final hablo igual. Es que me tiene los nervios, ¡puff! Además yo soy un tío, y los tíos debemos hablar así, ¡si no los motores de fregona nos comen por sopa! Ahora que recuerdo lo de las ostras con la amiga, ¡mira que si ésta es tortillera! ¡Shuuu, shuuu! ¡La hija de puta toca todos los palos! Piensa, piensa, Vito, piensa… Tengo que tener mucho cuidado con ella. Si hago algo que le moleste, me manda a sus primos para que me descuarticen. Me dijo que sus primos eran hijos de su tío don Vito. Sí, el siciliano. ¡Yastá! ¡Clarooo! Se llama Vito, es siciliano… ¡Me cago en la leche! ¡Mafia, mafia pura! Toda la familia es mafiosa. Y esos dos ni son primos ni na, son dos matones que le guardan las espaldas. ¡Lo voy a pasar putas para salir de aquí! —se metió en la ducha—. ¡Copón! —sorprendido—. Esto no es una ducha… —sus sorprendidos ojos escrutaron (indagar, explorar, examinar cuidadosamente) el lugar—. Esto es como las cabinas esas que salen en las películas para transportar a la gente, sin ser vistas, de un lugar a otro en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo cojones funciona esto? —toqueteó los mandos—. ¡Me cago en el copón divino! —una inesperada ráfaga de agua le acribilló el costado al son del Séptimo de Caballería—. ¡Hasta en la ducha lo tiene! —sin saber cómo, encontró la lluvia que más se parecía a la de una ducha convencional (usual, corriente, habitual)—. ¿Cómo coño sale el agua más fría? ¡Joder, con la maquinita! Le diré a la pija esa que le falta lo más importante… —se movía, con sonrisa pícara, para que el martilleo acuoso le proporcionara un masaje relajante—…, sí, sí, le diré: A tu maquinita para lavar carne fresca le falta una tía buena para que me duche, ¡jejejeje! Ha enviado a los dos gorilas a buscar a uno que le ha hecho fotos, ¡qué tiene de malo hacerle fotos! Pensándolo bien…, tal como se ha puesto, seguro que la ha fotografiado trabajando de camella o tirándose a algún personaje; que eso está muy de moda. ¡Pobre hombre!; cuando lo encuentren esos dos gorilas sólo le podrá hacer fotos a los espíritus. Cómo le metan las manos en una picadora, ni eso podrá hacer en el reino de las almas. ¡Pobre hombre, no sabe con quién ha topado! Cualquiera que lleve una cámara de fotos, y la vea, como lo más natural del mundo, no le hace una foto, sino el carrete entero. Ya le dije que era la octava maravilla del mundo. Ahora quiere contratar a un detective privado, ¡no cabíamos en casa y parió la abuela! Esta noche no es que no vaya a dormir, es que no pienso ni cerrar los ojos. Aquí se puede armar la marimorena. ¡Menos mal que yo no llevo una cámara, porque, como ya pensé en el restaurante, le hubiera hecho varias! ¡Joder, si se la hubiera hecho ampliaría el obituario (libro parroquial en que se anota las partidas de defunción y de entierro)! ¡No quiero pensar a quién le habrían echado mi carne picada! ¡Eso sí, conmigo se hubiera ahorrado contratar a un detective privado! —al salir de la ducha se puso el albornoz rosa.
Dolo, finalizado el arreglo, se dirigió a la habitación de Vito. Al entrar no le dio importancia el no verlo. Pensaba que estaba en la ducha. Se acercó a la puerta del cuarto de baño. No oía el cantar del agua astillada (astilla: fragmento que salta de una cosa que se rompe). Con sigilo acercó la oreja a la puerta. Estuvo un rato esperando sin oír nada. Se preocupó y pensó—: <<¿Se habrá caído?>> —su reacción fue inmediata: abrió bruscamente la puerta. Allí no había ni rastro de Vito ni rastro de que se hubiese duchado. Lentamente cerró la puerta intentando aclarar el enigma. Se sentó a los pies de cama.
—¿Dónde estará? —hablaba sola—. Irse no se ha podido ir. A no ser… que haya conseguido llegar a la escalera por algún sitio —salió de la habitación muy pensativa. Oyó un ruido muy cercano—. ¿A que se ha metido en el cuarto de baño del pasillo? —se dirigió hacia allí, abrió la puerta, y gritó—: ¡Aaaaahhh, qué vergüenza, pero si es marica!
A Vito se le descompuso la cara; aferró sus manos al albornoz para taparse más de lo que estaba.
—Ya te encontraba yo algo raro, Victoriano —le decía ella—, o ¿te gusta más que te llame Victoria? Si llego a saber que te gusta el rosa hubiera pedido el traje de ese color.
—¡Te voy a...! —salió corriendo tras ella. Al llegar al salón Dolo se volvió. Reía señalándole a su bajo vientre.
Vito inmediatamente se detuvo. Creyó que se le había abierto el albornoz.
—De acuerdo, de acuerdo —decía ella—, lo de moña era una broma. Me preocupé al ver que no estabas en el cuarto de baño de tu habitación. ¿No te gustó? —Vito se mordía la lengua—. Este cuarto de baño es el que yo utilizo. No me gusta utilizar el de mi habitación, la verdad sea dicha, no sé porqué. Por cierto, ¿no me digas que no sabías que en tu habitación había un cuarto de baño? —no sabía qué decir—. Ése era el que yo pensaba que estabas utilizando. ¡Oiiiiigg, te queda muy sexi mi albornoz! —le picó Dolo, riéndose a carcajadas, lanzándole los pantalones, diciéndole—: Pruébatelos.
Vito, con un mosqueo de premio Nobel, los cogió en el aire, dirigiéndose a su habitación.
—¡Oye, Vito! —él la miró—. Creo… —ya se esperaba otra impertinencia de ella— que deberías depilarte las canillas (piernas) —le dijo con voz afeminada.
—¡No aguanto más! Ahora mismo te voy a demostrar que no soy… —corrió hacia ella. Le puso, por la espalda, sus zarpas sobre los hombros, zarandeándola, eso sí, más cariñosamente que violentamente.
Ella no oponía la menor resistencia. En uno de los zarandeos Dolo retrocedió. Las manos de Vito resbalaron. El albornoz se abrió. La espalda de ella se pegó, como una lapa, al torso de Vito. Quedaron: estatuados; rígidos; ciegos voluntarios; más tiesos que unas bragas lavadas en pegamento. Por un momento, sus corazones palmaron. La unión era tal que cada uno sentía como se llenaban los pulmones del otro. La explosión feromonal inundó sus órganos vomeronasales.
Las palabras feromonas y órgano vomeronasal, no están recogidas en el diccionario de la RAE. Las acepciones que utilizo a continuación, para las feromonas humanas –que son a las que yo me refiero- están sacadas de artículos publicados en Internet. Pido disculpas por no reflejarlos aquí, porque tomé muchas notas y no consigo encontrar el papelito. Si olisqueáis por Internet, conoceréis la controversia que se ha creado sobre el tema.
(Feromonas humanas: son olores emitidos por nuestros genitales, su misión es atraer a los miembros del otro sexo. Las segregadas por las mujeres se llaman copulitas, y las segregadas por los hombres androstanos).
(Órgano vomeronasal (OVN): Órgano sensorial, alojado en las fosas nasales. Se dice de él que es el sexto sentido de los humanos).
Dolo, muy lentamente, giró la cabeza hacia atrás hasta clavar los ojos en los de Vito. Él la abrazó, sintiendo descansar sobre los antebrazos, dos abombamientos prietos y elásticos. Combustible suficiente para que germinaran los pezones, con tal violencia, que daban la sensación de que iban a perforar la tela de la camisa. Las dos miradas fundidas, ardientes, imantadas, produjeron un acercamiento interminable y fogoso (ardiente) de las dos parejas de labios, hasta que se sellaron con meridiana suavidad. El tiempo se paró. Ninguno de los dos expresaba signos de pasión. Parecían dos adolescentes asustados. Los primeros labios en masajear a los del otro fueron los de Dolo. No tardó mucho en activar Vito los suyos. El beso paría dulzura en todo su esplendor. Los dos rumiaban en su interior que ese beso no era un beso cualquiera, sin embargo, se resistían a pensar que fuera de amor; lucha inútil, porque su organismo lo estaba pregonando a boca llena: Los golpetazos rítmicos, fuertes y veloces de su corazón, bombeaban la sangre a discreción; los estómagos aguantaban, como fortalezas inexpugnables, los electrizantes calambres producidos por los bombardeos de bilirrubina de los hígados; los párpados caídos, cerrados sin discusión; los brazos de él sobre ella, pero no apretados; los de ella caídos, desmadejados; los dos con los vellos erizados en rebelión, dando la impresión de que estaban a punto de ser disparados por sus poros, como proyectiles. Aun padeciendo todas estas alteraciones, continuaban, como masoquistas crónicos, rozando sus labios. El tiempo cabreado, por haberlo parado, comenzó a subir las temperaturas corporales. La primera afectada fue Dolo, al sentir, al final del espinazo y comienzo de la falla (fractura que interrumpe una formación) de sus glúteos, una leve presión que aumentaba por momentos. La manada de voltios que recibió su cuerpo la llevó a que apretara sus frescas, por edad, y frías, por naturaleza femenina, y duras nalgas contra la caudalosa bomba de óxido nítrico (en los varones el óxido nítrico que se libera en el pene, produce la erección) de Vito. En plena voluptuosidad (complacencia en los deleites sensuales) los dos colocaron su dial en punto muerto.
—<<¡Ojú, madre! —pensaba Vito—. ¿Sigo, o me paro? A ella le gusta, porque no veas como ha empujao patrás. Qué bonita es. Me he enamorando de ella. No puede ser Vito, como lo hagas te arrepentirás toda tu vida. Has visto dónde, cómo, y con quiénes actúa. Tú no podrás aguantar en su plantilla. Únicamente con los líos que ha vivido hoy, tú no lo soportas otro día más. Es de paranormales. Mejor te pegas un tiro... Que sí, no te martirices, que tú nunca podrías vivir como vive la Dolo. Pero, ¡un polvo es un polvo! ¡Joder, tú no eres así! Estoy a punto de que me dé algo. Piénsatelo bien, si no te acuestas con esta octava maravilla en este momento, en tu vida catarás un yogur así. La verdad es que no me sentiría feliz si me acostara con ella sólo por echar un polvo. La desilusión me atormentaría. Lo que me gustaría es que fuera por amor, que desde luego yo lo siento, pero para ella soy otro más. Nada más pensar con todos los tíos que está, se me revuelve el estómago. Nunca viviría con una mujer a la que se han cepillado por viciosa. No debo darle pie a que piense lo que no es. Así que Vito, sé valiente y juye>> —la bomba cortó la inyección del óxido nítrico, quedando en recogimiento. Bruscamente, antes de que ella pudiera reaccionar, deshizo el ensamblaje labial, corriendo hacia la habitación.
La sorpresa maquilló el rostro de Dolo como si estuviera en la puerta de las duchas de Auschwitz, aunque le duró tan poco como una porción de queso en una ratonera. Respiró profundamente, sonrió feliz. Dejándose caer muy despacio, se sentó en el suelo con las piernas entrelazadas, imitando al mejor hindú en su más profunda meditación. Comenzando ella a darle al pensamiento:
—<"No me lo puedo creer. Llevo buscando a un hombre así, más que los judíos la paz, y me llega en el día más intrincado (enredado, complicado) de mi vida. No es justo. Este cateto me ha enamorado locamente, no, mucho más que eso, me ha demostrado que es más legal que Las Tablas de la Ley. No, no, no, éste no se me escapa. Mañana, después de la entrevista, hablaré con él tranquilamente>> —se reincorporó, entró en la cocina para beber un vaso de agua, y se dirigió a su habitación. Al pasar junto a la de Vito, se detuvo. Dudó si entrar para decirle lo que sentía por él. Levantó la mano derecha para golpear la puerta con los nudillos. A un milímetro de la madera abortó la llamada. Con parsimonia (lentitud) reanudó su viaje. En lugar de entrar en su habitación, se dirigió a la habitación donde tenía el ordenador, sin pausa comenzó a escribir.
Vito que, desde que Dolo se paró en la puerta de la habitación, estuvo con la oreja pegada a la puerta, la entreabrió cuidadosamente al oírla marcharse. Le dio tiempo a ver donde entró. El desconocimiento de lo que allí había, martirizaba su curiosidad y pensó:
—<<Ése no es su dormitorio. ¿Qué hará allí? No me extrañaría que fuera su centro de mando. ¡Vaya papelito que he hecho! Ahora sí que va a pensar que soy un marica. Pero yo sé que no lo soy. Me duelen los testículos del calentón. Si lo hubiera hecho, mañana no hubiera sido capaz de mirarla a la cara. Dolo, ¿sabes por qué? Porque con ese polvo hubiera traicionado mis principios. ¿No lo entiendes? Pues está clarísimo. Me gustas tanto que mi corazón me pide que te respete. Si no me hubiera enamorado de ti te habrías enterado de cómo es el Vito. Si supieras cómo me has enganchado. No hay derecho, ¡joder! ¿Y si realmente le gustara yo? No, Vito, sólo desea probar a otro. ¡Dolo, que yo no puedo vivir con una mujer que…! Debo salir y aclararle el por qué de mi estampida. ¡Dónde vas muchacho! Si lo haces, te vas a nominar tú solito para el “Goya” de los idiotas. Está clarísimo que ahora no dudará de que soy maricón. ¡Tiene guasa esto! ¡Vito, a la cama! A ésa le dan igual tus sentimientos. Mañana, cuando te vayas, ya no se acordará de ti>> —se colocó los calzoncillos. Tumbado en la cama, decúbito supino (tumbado sobre la espalda) con las manos en la nuca, miraba al techo, luchando para no pensar en ella. Todos sus deseos se esfumaron al oír decir a la puerta de su dormitorio—: “Toc, toc”.
—La muchacha quiere que yo utilice un albornoz rosa —murmuraba—. ¿Qué se habrá creído? Todavía ésta no se ha enterado de lo macho que soy. Voy a tener que demostrárselo. Ya me ha insinuado una vez que soy una mala maricona… Le tenía que haber dado una… No quiero hablar igual que ella. ¡Vaya lengua que tiene la finolis! Es lo que le hace falta, una buena hostia con mayúsculas, ¡verá cómo se le quitaban todas las tonterías! Al final hablo igual. Es que me tiene los nervios, ¡puff! Además yo soy un tío, y los tíos debemos hablar así, ¡si no los motores de fregona nos comen por sopa! Ahora que recuerdo lo de las ostras con la amiga, ¡mira que si ésta es tortillera! ¡Shuuu, shuuu! ¡La hija de puta toca todos los palos! Piensa, piensa, Vito, piensa… Tengo que tener mucho cuidado con ella. Si hago algo que le moleste, me manda a sus primos para que me descuarticen. Me dijo que sus primos eran hijos de su tío don Vito. Sí, el siciliano. ¡Yastá! ¡Clarooo! Se llama Vito, es siciliano… ¡Me cago en la leche! ¡Mafia, mafia pura! Toda la familia es mafiosa. Y esos dos ni son primos ni na, son dos matones que le guardan las espaldas. ¡Lo voy a pasar putas para salir de aquí! —se metió en la ducha—. ¡Copón! —sorprendido—. Esto no es una ducha… —sus sorprendidos ojos escrutaron (indagar, explorar, examinar cuidadosamente) el lugar—. Esto es como las cabinas esas que salen en las películas para transportar a la gente, sin ser vistas, de un lugar a otro en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo cojones funciona esto? —toqueteó los mandos—. ¡Me cago en el copón divino! —una inesperada ráfaga de agua le acribilló el costado al son del Séptimo de Caballería—. ¡Hasta en la ducha lo tiene! —sin saber cómo, encontró la lluvia que más se parecía a la de una ducha convencional (usual, corriente, habitual)—. ¿Cómo coño sale el agua más fría? ¡Joder, con la maquinita! Le diré a la pija esa que le falta lo más importante… —se movía, con sonrisa pícara, para que el martilleo acuoso le proporcionara un masaje relajante—…, sí, sí, le diré: A tu maquinita para lavar carne fresca le falta una tía buena para que me duche, ¡jejejeje! Ha enviado a los dos gorilas a buscar a uno que le ha hecho fotos, ¡qué tiene de malo hacerle fotos! Pensándolo bien…, tal como se ha puesto, seguro que la ha fotografiado trabajando de camella o tirándose a algún personaje; que eso está muy de moda. ¡Pobre hombre!; cuando lo encuentren esos dos gorilas sólo le podrá hacer fotos a los espíritus. Cómo le metan las manos en una picadora, ni eso podrá hacer en el reino de las almas. ¡Pobre hombre, no sabe con quién ha topado! Cualquiera que lleve una cámara de fotos, y la vea, como lo más natural del mundo, no le hace una foto, sino el carrete entero. Ya le dije que era la octava maravilla del mundo. Ahora quiere contratar a un detective privado, ¡no cabíamos en casa y parió la abuela! Esta noche no es que no vaya a dormir, es que no pienso ni cerrar los ojos. Aquí se puede armar la marimorena. ¡Menos mal que yo no llevo una cámara, porque, como ya pensé en el restaurante, le hubiera hecho varias! ¡Joder, si se la hubiera hecho ampliaría el obituario (libro parroquial en que se anota las partidas de defunción y de entierro)! ¡No quiero pensar a quién le habrían echado mi carne picada! ¡Eso sí, conmigo se hubiera ahorrado contratar a un detective privado! —al salir de la ducha se puso el albornoz rosa.
Dolo, finalizado el arreglo, se dirigió a la habitación de Vito. Al entrar no le dio importancia el no verlo. Pensaba que estaba en la ducha. Se acercó a la puerta del cuarto de baño. No oía el cantar del agua astillada (astilla: fragmento que salta de una cosa que se rompe). Con sigilo acercó la oreja a la puerta. Estuvo un rato esperando sin oír nada. Se preocupó y pensó—: <<¿Se habrá caído?>> —su reacción fue inmediata: abrió bruscamente la puerta. Allí no había ni rastro de Vito ni rastro de que se hubiese duchado. Lentamente cerró la puerta intentando aclarar el enigma. Se sentó a los pies de cama.
—¿Dónde estará? —hablaba sola—. Irse no se ha podido ir. A no ser… que haya conseguido llegar a la escalera por algún sitio —salió de la habitación muy pensativa. Oyó un ruido muy cercano—. ¿A que se ha metido en el cuarto de baño del pasillo? —se dirigió hacia allí, abrió la puerta, y gritó—: ¡Aaaaahhh, qué vergüenza, pero si es marica!
A Vito se le descompuso la cara; aferró sus manos al albornoz para taparse más de lo que estaba.
—Ya te encontraba yo algo raro, Victoriano —le decía ella—, o ¿te gusta más que te llame Victoria? Si llego a saber que te gusta el rosa hubiera pedido el traje de ese color.
—¡Te voy a...! —salió corriendo tras ella. Al llegar al salón Dolo se volvió. Reía señalándole a su bajo vientre.
Vito inmediatamente se detuvo. Creyó que se le había abierto el albornoz.
—De acuerdo, de acuerdo —decía ella—, lo de moña era una broma. Me preocupé al ver que no estabas en el cuarto de baño de tu habitación. ¿No te gustó? —Vito se mordía la lengua—. Este cuarto de baño es el que yo utilizo. No me gusta utilizar el de mi habitación, la verdad sea dicha, no sé porqué. Por cierto, ¿no me digas que no sabías que en tu habitación había un cuarto de baño? —no sabía qué decir—. Ése era el que yo pensaba que estabas utilizando. ¡Oiiiiigg, te queda muy sexi mi albornoz! —le picó Dolo, riéndose a carcajadas, lanzándole los pantalones, diciéndole—: Pruébatelos.
Vito, con un mosqueo de premio Nobel, los cogió en el aire, dirigiéndose a su habitación.
—¡Oye, Vito! —él la miró—. Creo… —ya se esperaba otra impertinencia de ella— que deberías depilarte las canillas (piernas) —le dijo con voz afeminada.
—¡No aguanto más! Ahora mismo te voy a demostrar que no soy… —corrió hacia ella. Le puso, por la espalda, sus zarpas sobre los hombros, zarandeándola, eso sí, más cariñosamente que violentamente.
Ella no oponía la menor resistencia. En uno de los zarandeos Dolo retrocedió. Las manos de Vito resbalaron. El albornoz se abrió. La espalda de ella se pegó, como una lapa, al torso de Vito. Quedaron: estatuados; rígidos; ciegos voluntarios; más tiesos que unas bragas lavadas en pegamento. Por un momento, sus corazones palmaron. La unión era tal que cada uno sentía como se llenaban los pulmones del otro. La explosión feromonal inundó sus órganos vomeronasales.
Las palabras feromonas y órgano vomeronasal, no están recogidas en el diccionario de la RAE. Las acepciones que utilizo a continuación, para las feromonas humanas –que son a las que yo me refiero- están sacadas de artículos publicados en Internet. Pido disculpas por no reflejarlos aquí, porque tomé muchas notas y no consigo encontrar el papelito. Si olisqueáis por Internet, conoceréis la controversia que se ha creado sobre el tema.
(Feromonas humanas: son olores emitidos por nuestros genitales, su misión es atraer a los miembros del otro sexo. Las segregadas por las mujeres se llaman copulitas, y las segregadas por los hombres androstanos).
(Órgano vomeronasal (OVN): Órgano sensorial, alojado en las fosas nasales. Se dice de él que es el sexto sentido de los humanos).
Dolo, muy lentamente, giró la cabeza hacia atrás hasta clavar los ojos en los de Vito. Él la abrazó, sintiendo descansar sobre los antebrazos, dos abombamientos prietos y elásticos. Combustible suficiente para que germinaran los pezones, con tal violencia, que daban la sensación de que iban a perforar la tela de la camisa. Las dos miradas fundidas, ardientes, imantadas, produjeron un acercamiento interminable y fogoso (ardiente) de las dos parejas de labios, hasta que se sellaron con meridiana suavidad. El tiempo se paró. Ninguno de los dos expresaba signos de pasión. Parecían dos adolescentes asustados. Los primeros labios en masajear a los del otro fueron los de Dolo. No tardó mucho en activar Vito los suyos. El beso paría dulzura en todo su esplendor. Los dos rumiaban en su interior que ese beso no era un beso cualquiera, sin embargo, se resistían a pensar que fuera de amor; lucha inútil, porque su organismo lo estaba pregonando a boca llena: Los golpetazos rítmicos, fuertes y veloces de su corazón, bombeaban la sangre a discreción; los estómagos aguantaban, como fortalezas inexpugnables, los electrizantes calambres producidos por los bombardeos de bilirrubina de los hígados; los párpados caídos, cerrados sin discusión; los brazos de él sobre ella, pero no apretados; los de ella caídos, desmadejados; los dos con los vellos erizados en rebelión, dando la impresión de que estaban a punto de ser disparados por sus poros, como proyectiles. Aun padeciendo todas estas alteraciones, continuaban, como masoquistas crónicos, rozando sus labios. El tiempo cabreado, por haberlo parado, comenzó a subir las temperaturas corporales. La primera afectada fue Dolo, al sentir, al final del espinazo y comienzo de la falla (fractura que interrumpe una formación) de sus glúteos, una leve presión que aumentaba por momentos. La manada de voltios que recibió su cuerpo la llevó a que apretara sus frescas, por edad, y frías, por naturaleza femenina, y duras nalgas contra la caudalosa bomba de óxido nítrico (en los varones el óxido nítrico que se libera en el pene, produce la erección) de Vito. En plena voluptuosidad (complacencia en los deleites sensuales) los dos colocaron su dial en punto muerto.
—<<¡Ojú, madre! —pensaba Vito—. ¿Sigo, o me paro? A ella le gusta, porque no veas como ha empujao patrás. Qué bonita es. Me he enamorando de ella. No puede ser Vito, como lo hagas te arrepentirás toda tu vida. Has visto dónde, cómo, y con quiénes actúa. Tú no podrás aguantar en su plantilla. Únicamente con los líos que ha vivido hoy, tú no lo soportas otro día más. Es de paranormales. Mejor te pegas un tiro... Que sí, no te martirices, que tú nunca podrías vivir como vive la Dolo. Pero, ¡un polvo es un polvo! ¡Joder, tú no eres así! Estoy a punto de que me dé algo. Piénsatelo bien, si no te acuestas con esta octava maravilla en este momento, en tu vida catarás un yogur así. La verdad es que no me sentiría feliz si me acostara con ella sólo por echar un polvo. La desilusión me atormentaría. Lo que me gustaría es que fuera por amor, que desde luego yo lo siento, pero para ella soy otro más. Nada más pensar con todos los tíos que está, se me revuelve el estómago. Nunca viviría con una mujer a la que se han cepillado por viciosa. No debo darle pie a que piense lo que no es. Así que Vito, sé valiente y juye>> —la bomba cortó la inyección del óxido nítrico, quedando en recogimiento. Bruscamente, antes de que ella pudiera reaccionar, deshizo el ensamblaje labial, corriendo hacia la habitación.
La sorpresa maquilló el rostro de Dolo como si estuviera en la puerta de las duchas de Auschwitz, aunque le duró tan poco como una porción de queso en una ratonera. Respiró profundamente, sonrió feliz. Dejándose caer muy despacio, se sentó en el suelo con las piernas entrelazadas, imitando al mejor hindú en su más profunda meditación. Comenzando ella a darle al pensamiento:
—<"No me lo puedo creer. Llevo buscando a un hombre así, más que los judíos la paz, y me llega en el día más intrincado (enredado, complicado) de mi vida. No es justo. Este cateto me ha enamorado locamente, no, mucho más que eso, me ha demostrado que es más legal que Las Tablas de la Ley. No, no, no, éste no se me escapa. Mañana, después de la entrevista, hablaré con él tranquilamente>> —se reincorporó, entró en la cocina para beber un vaso de agua, y se dirigió a su habitación. Al pasar junto a la de Vito, se detuvo. Dudó si entrar para decirle lo que sentía por él. Levantó la mano derecha para golpear la puerta con los nudillos. A un milímetro de la madera abortó la llamada. Con parsimonia (lentitud) reanudó su viaje. En lugar de entrar en su habitación, se dirigió a la habitación donde tenía el ordenador, sin pausa comenzó a escribir.
Vito que, desde que Dolo se paró en la puerta de la habitación, estuvo con la oreja pegada a la puerta, la entreabrió cuidadosamente al oírla marcharse. Le dio tiempo a ver donde entró. El desconocimiento de lo que allí había, martirizaba su curiosidad y pensó:
—<<Ése no es su dormitorio. ¿Qué hará allí? No me extrañaría que fuera su centro de mando. ¡Vaya papelito que he hecho! Ahora sí que va a pensar que soy un marica. Pero yo sé que no lo soy. Me duelen los testículos del calentón. Si lo hubiera hecho, mañana no hubiera sido capaz de mirarla a la cara. Dolo, ¿sabes por qué? Porque con ese polvo hubiera traicionado mis principios. ¿No lo entiendes? Pues está clarísimo. Me gustas tanto que mi corazón me pide que te respete. Si no me hubiera enamorado de ti te habrías enterado de cómo es el Vito. Si supieras cómo me has enganchado. No hay derecho, ¡joder! ¿Y si realmente le gustara yo? No, Vito, sólo desea probar a otro. ¡Dolo, que yo no puedo vivir con una mujer que…! Debo salir y aclararle el por qué de mi estampida. ¡Dónde vas muchacho! Si lo haces, te vas a nominar tú solito para el “Goya” de los idiotas. Está clarísimo que ahora no dudará de que soy maricón. ¡Tiene guasa esto! ¡Vito, a la cama! A ésa le dan igual tus sentimientos. Mañana, cuando te vayas, ya no se acordará de ti>> —se colocó los calzoncillos. Tumbado en la cama, decúbito supino (tumbado sobre la espalda) con las manos en la nuca, miraba al techo, luchando para no pensar en ella. Todos sus deseos se esfumaron al oír decir a la puerta de su dormitorio—: “Toc, toc”.
CAPÍTULO X (Si arrías las velas de tu imaginación, quedarás varado en el mar de la monotonía - jibr).
En cuanto ella cerró la puerta, Vito, comenzó a susurrar sus pensamientos:
—Por un momento pensé que se iba a quedar para verme cambiarme. Cómo no le gusta nada a ésta los tíos. Lo que no sabe la Dolo es que yo no le voy a enseñar mi… Su especialidad seguro que son los trombones, ¡jejejeje! Estoy reventado —estuvo tumbado en la cama dos segundos. Con ímpetu se levantó dirigiéndose hacia donde estaba la ropa—. ¡Coño! —exclamó al coger la chaqueta—. No pesa nada. Parece que es de… —miró la etiqueta—. ¡Un Armani! Lo que yo digo… tiene la chaveta (cabeza) perdida, si no… Piénsalo bien Vito —mientras se vestía—… Llegas por primera vez a una cafetería donde descubres que está trabajando la tía más guapa del mundo, ¡joder si es guapa!, y sin conocerte de nada se enrolla contigo, te invita, se gasta una pasta en el almuerzo, se da maña para meterte en su apartamento… —se rascaba la coronilla—, te compra ropa cara, a ti, que eres un paleto en paro… ¿No te has percatado de las amistades que tiene? Tío, tú no eres tanto como para volver loca a ese monumento. ¡Qué mamahostia eres! Te la estás jugando…
—¿Hablabas solo? —entró sin llamar.
—No —pensó rápidamente en una salida—. Cantaba.
—Así me gusta, que estés contento. Ya me cantarás a mí, pero ahora lo primero es lo primero, camina para que vea como te queda.
—¿Así? —disimulaba su pensar—: <"Ha entrado sin llamar. ¡Estará ésta acostumbrada a tener a tiparracos aquí! Esta noche le echo la llave a la puertecita y le pongo una tranca si hace falta>>.
—¡Vale! Únicamente le tengo que coger un poquito al largo del pantalón. Ven conmigo.
—¿Me quito el traje?
—No, no.
—Te sigo —movía la cabeza de un lado para otro—: <<¿Dónde me llevará ahora? A la calle no, porque está esperando a los dos… Ha entrado en otra habitación. Será la suya. ¿No querrá ésta jaleo ahora? Entre el vino, las ostras, y con esta percha soy capaz de olvidarme hasta de quién soy>>.
La habitación era una sala de costura. Disponía de todo lo necesario para confeccionar cualquier prenda de vestir. De un coqueto costurero, sacó un acerico (almohadilla para clavar en ella alfileres y agujas) del que desclavó varios alfileres, y se arrodilló junto a él.
Vito pensó:
—<<¿Para qué quiere ésta todo esto? Claro, aquí se harán los trajes de camuflaje para no ser reconocidos en los trabajitos mafiosos>>.
—No te muevas —le ordenó Dolo.
La manipulación de ella en los perniles le puso a Vito los vellos de punta, y algo más. Él apretó los dientes intentando impedirlo, rogando mentalmente:
—<<¡Huyyy, cómo se está poniendo! Que no se dé cuenta, por favor, que no se dé cuenta>>.
—Ya he terminado. Qué tenso estás. Relájate. Quítate los pantalones que los voy a arreglar.
Vito la miró. Sin moverse, sólo para rascarse el lóbulo de la oreja izquierda. Esperaba que ella se marchara.
—¡No me digas que te da vergüenza quitarte los pantalones delante de mí! ¡Venga, tonto!, o ¿es que no llevas calzoncillos? Tampoco me voy a asustar —el canto del video-portero lo salvó—. Voy a abrir, pero vuelvo enseguida —salió de la habitación sin cerrar la puerta.
—¿Seguro que sabes hacerlo? —le dijo Vito, pero ella no le oyó. Mientras se quitaba el pantalón conjeturaba (formar juicio de algo por indicios y observaciones)—: ¡Lo que yo pensaba, es una desvergonzada! Me está tirando de la lengua. Que siga jugando con fuego que se quemará. Todavía estoy medio embalao, ¡y quería que me quitara el pantalón delante de ella! ¡Ya comerás —mirándose las entrepiernas— otro día, porque esa carne ya ha sido boqueada por muchos! ¿No me quedará un pernil más alto que otro? —dijo en el momento que ella volvió.
Dolo lo miró asesinamente, extendiéndole la mano para que él le diera el pantalón.
Con la rapidez de un mago realizando un juego de magia, le lanzó el pantalón, a la vez que cogía un cojín para ocultarse los calzoncillos.
Ella le iba a decir algo, cuando sonó el timbre de la puerta. Presurosa se marchó.
—¡Pasad! —si ya estaba alterada con Vito, la llegada de los primos la enfureció. Sin esperar que se sentaran preguntó—: ¿Quién es ese hijo de puta? —gritaba—¡Decídmelo, que ahora mismo voy y lo capo!
Vito, que salía dirigiéndose a su habitación para ponerse los otros pantalones, paró en seco en la misma puerta de su habitación, al oírla disparatar.
—Pero ¿por qué a mí? —no paraba de dar vueltas por el salón—. ¿Por qué hacerme fotos a mí para venderla a alguna revista del corazón? —pensó durante un rato sin encontrarle explicación—. ¿Cómo os habéis enterado?
Vito continuaba, con atención bíblica, el culebrón.
—Estábamos probando —respondían los dos primos al unísono— el último modelo de rastreador y localizador de llamadas telefónicas.
—¡Ya! —la mirada que les echó les obligó a torcer la cabeza para esquivarla—. Creéis que me chupo el dedo, ¿verdad? Lo que buscabais es lo de siempre, ¡guarros, que sois unos guarros! ¡Decidme, de una puta vez, quién es!, oooo ¿essss… —los miraba con amenazadora malignidad— que no lo habéis localizado? —las cabezas, de los dos, le respondieron—. Pero si me dijisteis que lo habíais visto —furiosa—, ¡no es cierto? —la expresión tontaina de sus caras la enfureció más—. ¡Pensabais que yo me iba a quedar tan tranquila al enterarme, por eso me engañasteis! No puedo fiarme ni de vosotros. Sois dos casos perdidos. Tengo que solucionar esto como sea… —discurría mientras daba tres pasos y se volvía—. ¡Seguro que con las pocas pistas que tenéis, cualquiera que tenga dos dedos de frente, lo localiza! ¿Quién es el mejor detective privado que hay en la Tierra? No, en la Tierra no, en el Universo —les preguntó de sopetón—. Pensadlo bien, pero sin perder un segundo, porque si os equivocáis hago una llamadita a Sicilia y…
—No, prima, no lo hagas —casi lloriqueaban—. ¡El Nabu! —exclamaron los dos inocentes sebosos.
—¡Seréis ordinarios! —Dolo desquiciada.
—Prima ¡Na_bu, Na_bu! —los dos aclararon rápidamente—. Es de Nabucodonosor. Y como él dice: “Investigador de día, y por la noche deshollinador”.
—¿Deshollinador? —extrañadísima—. ¿Qué quiere decir con eso?
—Prima, mejor no te lo decimos —los dos marcaron sonrisa.
—¡Con qué gentuza andáis! —cabreadísima—. ¡Ése fulano no es…!
—¡Prima, que sí —le interrumpieron—, que Nabucodonosor es el mejor!
Vito, seguía estático, no daba crédito a lo que estaba oyendo. Respiraba aceleradamente. Tenía la mano derecha apoyada en la jamba pero daba la impresión de que la quería arrancar. El sudor explosionó de su frente; pensando:
—<<¡Dios mío, en que lío me he metido! ¡Ay, mi madre! ¿Dónde voy yo ahora? No me puedo marchar. Sicilia, Sicilia, ¡claro, mafia, mafia pura! ¡De ésta no salgo! ¡Vito, eres un capullo!>> —se insultó.
La voz de ella lo volvió a meter en el ajo:
—¡Vito, me das los pantalones de una vez, o tengo que ir a quitártelos! —le gritó desde el salón.
Él corrió acongojado hacia el salón.
—Si, si, ¡ya te los di! —la borrachera de preocupación le hizo olvidar que allí había más gente. Al descubrirlo dijo con pusilanimidad—: Bu_bu_bueeenas noches.
Los dos se rieron por lo bajini.
—¿Queréis que os dé otra vez? —los amenazó Dolo. Vito deseaba esfumarse—. ¡Bonitos calzoncillos! —exclamó ella—. ¡Estoy de los nervios! —mirando el pantalón.
—Me gustaría ducharme —le dijo a ella, con tono de perdona-vidas.
—¡Desde luego! Es una buena idea. Así mientras yo termino de hablar con estos y arreglo el pantalón, tú te duchas. Aprovecha y relájate de una vez, porque, ¡anda que vaya disfraz de tensión que tienes! Tanto el albornoz como las toallas están limpios. Si no encuentras algo me llamas —le dijo mientras él se alejaba—. Y ustedes, encontrad, esta misma noche, a ese Nobucodonosor, ¡vaya nombrecito! ¡Espero que hayáis acertado con la elección! Está en juego mi felicidad ¡y vuestras vidas! —los dos se estremecieron—. ¡Vaya nombrecito el del muchacho! Le dais lo que pida. ¡Ojo! —los dos respingaron al oírla—. Cuando acabe el trabajo, ¡eh!, que ustedes sois capaces de pagarle por adelantado. Explicadle muy bien lo que tiene que hacer. Detalladle todo lo que os acordéis del cabronazo ése. Cualquier insignificancia que recordéis, por muy tonta que os parezca. Cuando descubra de quién se trata que no diga nada a nadie. Me traéis al Nabo ese, ¡joder, con el nombre! —los dos reían—. ¡Os voy a…! Me lo traéis para que yo hable con él, y le dé instrucciones de lo que tiene que hacer. ¿Me habéis oído bien?
Los dos asintieron con la cabeza.
—¡Andando, que es gerundio! —les ordenó ella.
Después de despedirlos en la puerta, Dolo se dirigió a la sala de costura para arreglar los pantalones.
—Por un momento pensé que se iba a quedar para verme cambiarme. Cómo no le gusta nada a ésta los tíos. Lo que no sabe la Dolo es que yo no le voy a enseñar mi… Su especialidad seguro que son los trombones, ¡jejejeje! Estoy reventado —estuvo tumbado en la cama dos segundos. Con ímpetu se levantó dirigiéndose hacia donde estaba la ropa—. ¡Coño! —exclamó al coger la chaqueta—. No pesa nada. Parece que es de… —miró la etiqueta—. ¡Un Armani! Lo que yo digo… tiene la chaveta (cabeza) perdida, si no… Piénsalo bien Vito —mientras se vestía—… Llegas por primera vez a una cafetería donde descubres que está trabajando la tía más guapa del mundo, ¡joder si es guapa!, y sin conocerte de nada se enrolla contigo, te invita, se gasta una pasta en el almuerzo, se da maña para meterte en su apartamento… —se rascaba la coronilla—, te compra ropa cara, a ti, que eres un paleto en paro… ¿No te has percatado de las amistades que tiene? Tío, tú no eres tanto como para volver loca a ese monumento. ¡Qué mamahostia eres! Te la estás jugando…
—¿Hablabas solo? —entró sin llamar.
—No —pensó rápidamente en una salida—. Cantaba.
—Así me gusta, que estés contento. Ya me cantarás a mí, pero ahora lo primero es lo primero, camina para que vea como te queda.
—¿Así? —disimulaba su pensar—: <"Ha entrado sin llamar. ¡Estará ésta acostumbrada a tener a tiparracos aquí! Esta noche le echo la llave a la puertecita y le pongo una tranca si hace falta>>.
—¡Vale! Únicamente le tengo que coger un poquito al largo del pantalón. Ven conmigo.
—¿Me quito el traje?
—No, no.
—Te sigo —movía la cabeza de un lado para otro—: <<¿Dónde me llevará ahora? A la calle no, porque está esperando a los dos… Ha entrado en otra habitación. Será la suya. ¿No querrá ésta jaleo ahora? Entre el vino, las ostras, y con esta percha soy capaz de olvidarme hasta de quién soy>>.
La habitación era una sala de costura. Disponía de todo lo necesario para confeccionar cualquier prenda de vestir. De un coqueto costurero, sacó un acerico (almohadilla para clavar en ella alfileres y agujas) del que desclavó varios alfileres, y se arrodilló junto a él.
Vito pensó:
—<<¿Para qué quiere ésta todo esto? Claro, aquí se harán los trajes de camuflaje para no ser reconocidos en los trabajitos mafiosos>>.
—No te muevas —le ordenó Dolo.
La manipulación de ella en los perniles le puso a Vito los vellos de punta, y algo más. Él apretó los dientes intentando impedirlo, rogando mentalmente:
—<<¡Huyyy, cómo se está poniendo! Que no se dé cuenta, por favor, que no se dé cuenta>>.
—Ya he terminado. Qué tenso estás. Relájate. Quítate los pantalones que los voy a arreglar.
Vito la miró. Sin moverse, sólo para rascarse el lóbulo de la oreja izquierda. Esperaba que ella se marchara.
—¡No me digas que te da vergüenza quitarte los pantalones delante de mí! ¡Venga, tonto!, o ¿es que no llevas calzoncillos? Tampoco me voy a asustar —el canto del video-portero lo salvó—. Voy a abrir, pero vuelvo enseguida —salió de la habitación sin cerrar la puerta.
—¿Seguro que sabes hacerlo? —le dijo Vito, pero ella no le oyó. Mientras se quitaba el pantalón conjeturaba (formar juicio de algo por indicios y observaciones)—: ¡Lo que yo pensaba, es una desvergonzada! Me está tirando de la lengua. Que siga jugando con fuego que se quemará. Todavía estoy medio embalao, ¡y quería que me quitara el pantalón delante de ella! ¡Ya comerás —mirándose las entrepiernas— otro día, porque esa carne ya ha sido boqueada por muchos! ¿No me quedará un pernil más alto que otro? —dijo en el momento que ella volvió.
Dolo lo miró asesinamente, extendiéndole la mano para que él le diera el pantalón.
Con la rapidez de un mago realizando un juego de magia, le lanzó el pantalón, a la vez que cogía un cojín para ocultarse los calzoncillos.
Ella le iba a decir algo, cuando sonó el timbre de la puerta. Presurosa se marchó.
—¡Pasad! —si ya estaba alterada con Vito, la llegada de los primos la enfureció. Sin esperar que se sentaran preguntó—: ¿Quién es ese hijo de puta? —gritaba—¡Decídmelo, que ahora mismo voy y lo capo!
Vito, que salía dirigiéndose a su habitación para ponerse los otros pantalones, paró en seco en la misma puerta de su habitación, al oírla disparatar.
—Pero ¿por qué a mí? —no paraba de dar vueltas por el salón—. ¿Por qué hacerme fotos a mí para venderla a alguna revista del corazón? —pensó durante un rato sin encontrarle explicación—. ¿Cómo os habéis enterado?
Vito continuaba, con atención bíblica, el culebrón.
—Estábamos probando —respondían los dos primos al unísono— el último modelo de rastreador y localizador de llamadas telefónicas.
—¡Ya! —la mirada que les echó les obligó a torcer la cabeza para esquivarla—. Creéis que me chupo el dedo, ¿verdad? Lo que buscabais es lo de siempre, ¡guarros, que sois unos guarros! ¡Decidme, de una puta vez, quién es!, oooo ¿essss… —los miraba con amenazadora malignidad— que no lo habéis localizado? —las cabezas, de los dos, le respondieron—. Pero si me dijisteis que lo habíais visto —furiosa—, ¡no es cierto? —la expresión tontaina de sus caras la enfureció más—. ¡Pensabais que yo me iba a quedar tan tranquila al enterarme, por eso me engañasteis! No puedo fiarme ni de vosotros. Sois dos casos perdidos. Tengo que solucionar esto como sea… —discurría mientras daba tres pasos y se volvía—. ¡Seguro que con las pocas pistas que tenéis, cualquiera que tenga dos dedos de frente, lo localiza! ¿Quién es el mejor detective privado que hay en la Tierra? No, en la Tierra no, en el Universo —les preguntó de sopetón—. Pensadlo bien, pero sin perder un segundo, porque si os equivocáis hago una llamadita a Sicilia y…
—No, prima, no lo hagas —casi lloriqueaban—. ¡El Nabu! —exclamaron los dos inocentes sebosos.
—¡Seréis ordinarios! —Dolo desquiciada.
—Prima ¡Na_bu, Na_bu! —los dos aclararon rápidamente—. Es de Nabucodonosor. Y como él dice: “Investigador de día, y por la noche deshollinador”.
—¿Deshollinador? —extrañadísima—. ¿Qué quiere decir con eso?
—Prima, mejor no te lo decimos —los dos marcaron sonrisa.
—¡Con qué gentuza andáis! —cabreadísima—. ¡Ése fulano no es…!
—¡Prima, que sí —le interrumpieron—, que Nabucodonosor es el mejor!
Vito, seguía estático, no daba crédito a lo que estaba oyendo. Respiraba aceleradamente. Tenía la mano derecha apoyada en la jamba pero daba la impresión de que la quería arrancar. El sudor explosionó de su frente; pensando:
—<<¡Dios mío, en que lío me he metido! ¡Ay, mi madre! ¿Dónde voy yo ahora? No me puedo marchar. Sicilia, Sicilia, ¡claro, mafia, mafia pura! ¡De ésta no salgo! ¡Vito, eres un capullo!>> —se insultó.
La voz de ella lo volvió a meter en el ajo:
—¡Vito, me das los pantalones de una vez, o tengo que ir a quitártelos! —le gritó desde el salón.
Él corrió acongojado hacia el salón.
—Si, si, ¡ya te los di! —la borrachera de preocupación le hizo olvidar que allí había más gente. Al descubrirlo dijo con pusilanimidad—: Bu_bu_bueeenas noches.
Los dos se rieron por lo bajini.
—¿Queréis que os dé otra vez? —los amenazó Dolo. Vito deseaba esfumarse—. ¡Bonitos calzoncillos! —exclamó ella—. ¡Estoy de los nervios! —mirando el pantalón.
—Me gustaría ducharme —le dijo a ella, con tono de perdona-vidas.
—¡Desde luego! Es una buena idea. Así mientras yo termino de hablar con estos y arreglo el pantalón, tú te duchas. Aprovecha y relájate de una vez, porque, ¡anda que vaya disfraz de tensión que tienes! Tanto el albornoz como las toallas están limpios. Si no encuentras algo me llamas —le dijo mientras él se alejaba—. Y ustedes, encontrad, esta misma noche, a ese Nobucodonosor, ¡vaya nombrecito! ¡Espero que hayáis acertado con la elección! Está en juego mi felicidad ¡y vuestras vidas! —los dos se estremecieron—. ¡Vaya nombrecito el del muchacho! Le dais lo que pida. ¡Ojo! —los dos respingaron al oírla—. Cuando acabe el trabajo, ¡eh!, que ustedes sois capaces de pagarle por adelantado. Explicadle muy bien lo que tiene que hacer. Detalladle todo lo que os acordéis del cabronazo ése. Cualquier insignificancia que recordéis, por muy tonta que os parezca. Cuando descubra de quién se trata que no diga nada a nadie. Me traéis al Nabo ese, ¡joder, con el nombre! —los dos reían—. ¡Os voy a…! Me lo traéis para que yo hable con él, y le dé instrucciones de lo que tiene que hacer. ¿Me habéis oído bien?
Los dos asintieron con la cabeza.
—¡Andando, que es gerundio! —les ordenó ella.
Después de despedirlos en la puerta, Dolo se dirigió a la sala de costura para arreglar los pantalones.
Hoy miércoles 22 de noviembre: Capítulos X, XI y XII