17 enero 2007
CAPÍTULO XXIX (Desahogarse de un secreto es sembrar la semilla de una traición que puede germinar en el momento menos esperado e inoportuno - jibr).
Al llegar Dolo a su apartamento, su tata-madre estaba esperándola sentada en la cocina.
—Mamá, he matado dos pájaros de un tiro. He finalizado el trabajo, y aquí traigo lo que necesitaba para encontrar a Vito —le dijo Dolo, tirando la carpeta verde sobre la mesa. Le dio un beso en la sien, sentándose junto a ella—. ¡Vengo reventada! —buscaba algo con la mirada—. ¿Y las dos mujeres que contraté?
—Me alegro, mi niña —Dolo la miró sorprendida—. No, no me alegro de que estés reventada, sino de que hayas terminado el trabajo —sin pausa continuó de carretilla—: Llamé y dije que no las enviaran.
Dolo se dio por vencida y sonrió; para, inmediatamente, suspirar profundamente.
—¡Huy, huy, qué suspiro! —con sátira (discurso o dicho agudo, picante y mordaz, dirigido a este mismo fin).
—Me siento muy bien, madre —miro al techo con una expresión inequívoca de en quién estaba pensando.
—Dolores ¿estás segura? —tono preocupado.
—Claro que sí, madre, ¡no voy a estar segura!, después de lo que me ha costado. Sólo me falta pasarlo al ordenador. Cuestión de unas horas.
—No. Me refería a si estás segura de estar enamorada de ese joven.
—¡No se me nota? —sus ojos desparramaban lucecitas como el mejor espectáculo pirotécnico.
—No se… —dubitativa—. Tus ojos tienen el brillo del amor, pero tu semblante no me parece que esté viviendo ese sentimiento. Me preocupa…
Dolo no la dejó terminar:
—¿Qué te preocupa? —sorprendida.
—Me preocupa que lo de ese joven sea un deseo para deshacerte de la soledad, ya sabes, a tu edad y sin pretendiente ¿no será que…?
Volvió a interrumpirla Dolo:
—¿Cómo puedes pensar eso? —molesta—. Tú lo has dicho, ¡la edad!, pues por mi edad sé qué es lo que quiero para…, ¡ah, no, no! —la miró fijamente—, lo que tú has insinuado es que como a mi edad no tengo novio, estoy desquiciada por encontrar a uno, y, ¡claro! —alterada—, mi… ¡no quiero decir un disparate!... me hace estar ciega y no ver que ir a buscar a un tío es una humillación para cualquier mujer que se quiera hacer respetar, ¿verdad?
El silencio confirmó el sentir de su tata.
—Por favor, no comprendes que si yo necesitara sexo, que es lo que en realidad piensas, tengo todo el día para hacerlo con quien quiera y las veces que quiera sin necesidad de tener un hombre fijo a mi lado. ¡Estás muy anticuada! —se pasó en la exclamación—. Perdona —continuando más sosegada—. Sé que te pasas las veinticuatro horas del día preocupada por mí, y lo comprendo, pero esa obsesión, como todas las obsesiones, te llevan a pensar disparates que no tienen sentido y, aunque tú no lo desees, me hieren. Ya tengo una edad que, aunque no te lo parezca, necesito valerme por mí misma. Lo que no quiere decir que no me sigas dando cuantos consejos creas convenientes. Lo que tampoco quiere decir que yo tenga que cumplirlos, porque, madre, cada persona debe elegir el camino por donde crea que mejor va a transcurrir su vida. Tú me lo has inculcado repitiéndome y repitiéndome: “La sabiduría no está en saltar para no tropezar con la piedra que te encuentres en el camino, sino en saber cómo convertirla en polvo para no tropezar nunca”. Quédate tranquila que no soy de esas que tú piensas.
—No es sólo eso… —Dolo entró en coma—, también me preocupa mucho que él se marchara ¡aunque descubriera algo que no le gustó! sin que te diera la oportunidad de aclarárselo. No me parece que se comportara de una manera legal. ¿Por qué no te dio la cara! Por eso no veo muy claro que tengas que ir a darle explicaciones. ¡Te ha ignorado…, qué puedes esperar!
—Madre, me estás confundiendo, unas veces me dices una cosa y otras lo contrario. Necesito convertir la piedra que me he encontrado en mi camino, en polvo.
—¡Ay, mi niña, compréndeme! —suspiró—. Una cosa es aconsejarte para prevenirte sobre algo que está muy lejos, con la intención de que cuando te llegue sepas reaccionar, y otra, verla tan cerca de ti y pensar que te puede hacer daño, por eso puede que te confunda, y, por lo mismo, no me llega la camisa al cuerpo (estar lleno de inquietud, aflicción y congoja del ánimo, y temor por algún riesgo o amenaza, o por el mal que ya se padece) ¡desde que me nombraste la palabra “enamorada”! Lo único que intento es ayudarte en la destrucción de la piedra. Ya sé —no la dejó intervenir— que no voy a estar a tu lado toda la vida, pero sólo pensar que alguien o algo te puede hacer sufrir, me pone enferma, porque yo he pasado por ahí ¡ya sé, ya sé! que tú también debes pasar por ahí para hacerte fuerte, pero no conoces a la angustia ¡ahoga, mi niña, ahoga! y te trae a otros amigos…
Dolo, más que por el desinterés del sermón, por repetido, silenció su voz por el cansancio.
—… El primer amigo —continuaba su tata— que te presenta, la angustia, para consolarte, es la amargura, que lo único que desea de ti es que sufras y desesperes. Por eso…
—¡Mamá —le cortó Dolo—, qué ya soy mayorcita! —se acercó a ella, abrazándola—. Tú misma estás llamando a la angustia y a sus amigos. Como sigas así vas a agarrar una depresión, y ¡ésa sí que es mala! Mamá no te preocupes que sé lo que quiero. Que sepas que, aunque, en este momento esté agotada, me siento con más fuerzas que nunca. Yo no sabía qué se sentía cuando te enamoras, y ha tenido que venir a Madrid, un cateto, para experimentarlo. Si me equivoco, ¡que me den!, pero tengo que hacerlo a mi manera. Por favor —rogaba—, no te preocupes tanto por mí —le dio un beso—. Quédate tranquila que siempre te pediré consejos, ¡aunque tenga que aguantarte los sermoncitos, qué se parecen a los de Fidel Castro (Presidente de Cuba. Sus discursos son famosos porque duran muchas horas)!
—Hijita… —primera vez que la llamó así—. Perdona —alterada—, no he querido…
—¿Cómo? Si vuelves a arrepentirte de llamarme hija, yo me voy de tu lado.
Su tata-madre se mordió la lengua unos segundos, pensando:
—<"Esta niña tiene el sentimiento de su madre y la persuasión de su padre. Qué pena que no sea mi hija. Si yo pudiera...>>.
Dolo la sacó de su mundo:
—¡A que estás pensando que te hubiera gustado que yo fuera tu hija y mi padre tu marido! —lo dijo con tanta dulzura que para nada se podría pensar que ofendiera a su madre, que en gloria estaba.
—¡Dolores, por Dios, no digas barbaridades! —le regañó, más colorada que la sangre de un toro recién picado. Pero su mente voló a por una presa:
—<"Esta niña es una bruja. Siempre sabe lo que pienso. Temo que me mire a los ojos>>.
—Madre —cariñosísima voz—, no estás siendo sincera. A mí me aconsejas de una manera, pero tú, en el mismo caso, actúas de otra, ¿a cuál me agarro? —no le quitaba la mirada de encima—. Me pides que tenga confianza contigo, sin embargo tú no me correspondes. Sí, ya sé que me has contado tu secreto, pero correspondía al pasado, o ¿me vas a decir que no tienes ninguno actual?, ¡ya sabes!, de esos que dan vergüenza contar, ¡máxime cuando se piensa que es una locura! —volvió ha hacer una pausa esperando que reaccionara. Al no conseguirlo, continuó—: Como sé que no me lo vas a decir, lo haré yo —fue directa al grano—. Deseas con toda tu alma, pero, a la vez, te aterra, que mi padre te pida tu amor. ¿Me equivoco? Dime la verdad.
—¡Ay, mi niña, qué difícil es la vida! —lagrimitas entremezcladas de amargura y esperanza.
—Que sí, que eso ya me lo has dicho, no empieces otra vez. ¡Vamos a poner los puntos sobre las íes de una vez por todas! ¿Crees que debo ir, o no, a buscar a Vito para decirle que estoy locamente enamorada de él?
Su tata-madre, después de una larga meditación, asintió con la cabeza.
—Pues, ¿por qué tú no haces lo mismo con mi padre? —Dolo, sin desearlo, provocó que su tata-madre se cubriera con la careta de la amargura—. Por favor, madre. Haz lo que quieras, pero no llores con ese sentimiento.
—Hijita, no me martirices con ese tema -casi no le salían las palabras—. Tu padre es un hombre muy importante y yo sólo soy una chacha... (sirvienta).
—¡Un momento, mamá, que tengo que hacer una llamada! —al marcar un número en el móvil se dio cuenta de que tenía poca batería. Lo puso a cargar y salió corriendo hacia el salón, utilizando el teléfono fijo.
Su tata continuó en su silla. Se alegró de que Dolo se marchara. La oía murmurar, sin embargo prefería no prestarle atención para no alterarse más oyendo los disparates que últimamente decía. Pasó totalmente. Necesitaba disfrutar ese momento de soledad.
Dolo comenzó la conversación telefónica:
—...
—Papá... —el interlocutor la interrumpió.
—...
—No tengo ni idea de la hora que es ahí, porque tampoco sé dónde estás ahora mismo —le respondió enojadilla—. ¡Que cambias más de lugar que un puesto de turrón!
—...
—¿Que qué me ocurre? A mí nada, pero a nuestra chacha sí.
—...
—Sí. Así es. Me acaba de decir que es simplemente una chacha.
—...
—A mí no me digas eso. Deberías venir y decírselo tú mismo.
—...
—Ya sé que no estás en el bar de al lado, pero recuerda que se hace lo que se quiere. Me lo has dicho muchas veces.
—...
—Eso espero, porque... —la interrumpió de nuevo.
—...
—Sí. Estoy bien. ¿Y tú?
—...
—¡Espera, espera, no me cortes!
—…
—Que… cuando vengas… —lanzando del tirón—: ¡que no me gustaría que te volvieras solo! —aguantó la respiración.
—… —espera muda.
—¡Que estáis perdiendo el tiempo! —no le dio ninguna oportunidad—. Espero verte pronto. Un beso. Adiós.
Dolo, al colgar, respiró hondo, saliendo a la terraza para tranquilizarse. Con golpes de respiración lentos y profundos expulsaba la tensión que asumió voluntariamente. Más relajada, regresó a la cocina.
—¿Con quién hablabas? —le preguntó su tata-madre.
—Con mi padre —le contestó con naturalidad.
—¿Con tu padre? —le preguntó temiendo otra locura de la niña—. ¿Para qué?
—Nada importante.
—No me digas nada importante, que me pongo malísima, ¡que te conozco!
—Mamá, no seas plasta. Simplemente le he dicho que ya he terminado el trabajo, para que se quede tranquilo ¡ya lo conoces! Me voy al ordenador. Hazme un favor… —le decía—. ¡Pero qué estoy diciendo, de favor nada de nada! —gritándole—: ¡Chacha, llévame, ipso facto, un cubata de los míos a mi despacho —tono tirano.
Su tata-madre no se lo tomó en serio, pero tampoco le gustó. Se levantó para prepararle el cubata. Mientras lo fabricaba pensaba:
—<"Esta niña, cuando se mosquea, es un demonio rabioso. Sé que no lo hace con maldad, pero cuando se le mete una cosa en la cabeza me quita el sueño. Se creerá que me he creído lo que me ha contado que le ha dicho al padre. ¿Qué habrá hablado? Tiene que ser algo muy… ¡madre de Dios, que no sea lo que me estoy imaginando!>> —le llevó el cubata. Exclamando al verla—. ¡Otra vez fumando! ¡Y ya llevas dos!
—¡Ssssssss! Estoy trabajando —tono bajito—. No me distraigas, y, como la chacha que eres, continua con las labores de la casa.
Su tata-madre le dio una cariñosa colleja, y se marchó sonriendo.
A las once de la noche volvió su tata-madre a la famosa, para Vito, habitación fantasma. Dolo estaba tan concentrada en lo que estaba haciendo que no la oyó llegar. Se detuvo a su espalda, pensando:
—<"Esta niña es un cielo. Dios, por favor, que no sufra en esta vida. Que bastante ha sufrido por no conocer a su madre. Ilumínala para que, ocurra lo que ocurra, cuando encuentre a Victoriano, que no sufra. Te daría mi vida a cambio de su felicidad>> —se persignó, mirando hacia arriba, con gesto como de pedirle perdón por la súplica.
—¿No vas a cenar?
—¡Qué susto, madre! Has entrado de puntillas para espiarme ¿eh, malina?
—¿Qué te apetece cenar? —insistió.
—Por ahora nada. Tráeme otro cubata que esto está a punto del finiquito —le respondió muy entusiasmada.
Su tata-madre, por la impotencia de no poder con ella, se marchó a la cocina zarandeando (mover con ligereza y facilidad) la cabeza de un lado para otro:
—<"Los nervios la tienen desquiciada y ¡quiere otro! ¡Dios, por favor, que no cometa ningún error del que se pueda arrepentir! Tú dirás que soy muy pesada, pero tú sabes mejor que nadie que es una buena niña. Se merece ser feliz. ¡Ayúdala!>>.
Al regresar le dejó sobre la mesa del ordenador, en lugar de un cubata, una bandeja con un plato en el que dormían: una tortilla de patatas, media barra de pan y un vaso de agua. Su tata-madre, por el error en el pedido, se preparó para la regañina.
—Eres la mejor —le dijo, Dolo, al ver la bandeja.
Su tata-madre resopló tranquilidad. Sin pronunciar palabra se marchó ancha y pancha.
A las dos de la madrugada, su tata-madre, la volvió a visitar, llevándole un café con dos onzas de chocolate negro con almendras.
—De verdad que eres la mejor —volvió a piropearla Dolo.
Su tata-madre sonrió orgullosa.
—Y escúchame bien. ¡Mírame! —le obligó Dolo—. Desde este momento me llamas hija. Cómo me llames niña, o Dolores, te juro que te echo de mi lado. ¿De acuerdo? -lo dijo de tal manera que su tata-madre no tuvo más remedio que acercarse a ella y darle un maternal beso en la frente, marchándose con los ojos humedecidos y tan orgullosa que provocó, en Dolo, una sonrisa simpática al ver como iba andando.
Dolo continuó escribiendo en el ordenador hasta las tres de la mañana.
—¡Ahora, a imprimirlo! —se dijo al teclear el último punto. Su levantar de la silla fue doloroso porque las cervicales se le habían revelado. Con las manos en los riñones se desperezó hacia atrás. Después de dar varios paseos por la habitación, puso a trabajar a la impresora para que comenzara a vomitar folios empachados de caracteres paridos por su mente. Durante la espera, se preparó un cubata. Sentada frente al ordenador se fumó varios cigarros mientras leía la obra. Tuvo que hacer algunos cambios, que le obligaron a estar liada hasta las cuatro y media de la madrugada. En el silencio de la noche se oyó:
—¡Por fin! —exclamó plenamente satisfecha, aunque ojerosa. Continuó hablando sola—: Espero que después de tantos meses haya merecido la pena. Qué raro que mi madre, antes de acostarse, no haya venido a desearme las buenas noches —extrañada fue a su dormitorio. Se extrañó mucho más al ver que no estaba acostada, entró en el cuarto de baño, y tampoco—. ¡En la cocina tampoco! —su extrañeza pasó a preocupación—. Corría al cuarto de baño del pasillo cuando vio la puerta de la terraza abierta. Cogió rumbo hacia allá—. ¡Qué penita! —exclamó al verla dormida en una de las tumbonas. Aun estando cubierta con una manta de viaje estaba más encogida que una picha (pene) en hielo. No eran horas de estar allí durmiendo. Justo al llegar a su altura, se detuvo al oírle soñar en voz alta:
—¡Raulín, Raulín!
Dolo se sonrió, pensando:
—<<¡Qué pija, mira que llamar a mi padre Raulín! ¡Después dicen de la juventud! ¡Oye, oye, Dolo —se decía—, y si está soñando que han tenido un hijo y le han puesto como a su padre, huy, huy, huyyy, qué fuerte! —pero se entristeció por lo siguiente—: Cuánto habrá sufrido ese bendito cuerpo estando enamorada de mi padre y sacrificarlo todo por considerarse una chacha. ¡Qué pena que la vida le haya negociado la felicidad por la resignación! No soporto verla así. El haber hipotecado su felicidad por mi madre y por mí, pronto la premiará>>.
Con sutil (delicado) cuidado, para no hacer ruido, se marchó a la cocina, preparó dos tazones de café incandescente (candente: que quema) los dejó sobre la mesa y fue a llamarla:
—Mamá, mamá —le dijo bajito, a la vez que la zarandeaba cariñosamente por el hombro.
—¿Raulín, qué ocurre? —preguntó sobresaltada al despertarse. Al ver a Dolo junto a ella, sintió vergüenza.
—No sé si eres una niña pequeñita o es que ya estás chocheando (chochear: tener debilitadas las facultades mentales por efecto de la edad).
Su tata-madre lució en todo su esplendor el rubor del amor.
—No tienes dos dedos de frente —la cara de su tata-madre, al oírla, se descompuso. Pero Dolo tomó otro camino distinto al que esperaba su tata-madre—. Tú sí que vas a coger una pulmonía durmiendo a la intemperie.
—Me has asustado, Dolores —soplando.
Dolo le puso cara de madre enfadada con su niño.
—Vale, vale, no me regañes —quiso ser consecuente para no entrar en discusión con ella—. Pero me has asustado, hija. Me quedé dormida esperando a que terminaras.
—El lugar no es nada cómodo, pero romántico sí que lo es ¿verdad? —la ayudó a levantarse y caminaron hacia la cocina—. Dicen que cuando se duerme bajo las estrellas, ellas te regalan un sueño romántico. ¿No te han regalado ninguno?
Por el tono con que vistió su exposición sobre dormir bajo las estrellas, dedujo que, por alguna razón, se dio cuenta de que estaba soñando con su padre. Viniéndosele a la memoria que al despertarse sobresaltada del sueño lo nombró. Rápidamente actuó:
—Ahora que lo dices, sí, es cierto. ¡Qué disparate más tonto he soñado!
—¿Por qué no me lo cuentas?
—Desde luego que la mente es... No tiene ni pies ni cabeza. ¡Pues no que he soñado que necesitaba madera de raulí (árbol chileno de gran altura, cuya madera se emplea mucho en la construcción) para no sé qué cosa! Recuerdo que iba por la calle gritando: Raulí, raulí, ¿quién tiene raulí?
Las dos cogieron el café con tantas ganas que se abrasaron la lengua. Cada una se restregaba, a toda leche, la punta de la lengua entre los labios, mientras maldecían al líquido zaino (traidor).
—Madre, ahora que lo pienso…
—No pienses, mi niña, no pienses que te temo.
—…, cuando te desperté creí entender —con pícara voz—: “Raúl” ¡no, no, “Raulín”! Por si tú lo…
—¡Las cinco y cuarto! —exclamó su tata-madre, mirando su reloj de pulsera e intentando escabullirse (escapar)—. ¡Por cierto! —miró a Dolo de arriba abajo, exclamando—. ¡No me digas que no has dormido nada esta noche!
—Mamá, ya lo he finiquitado —resopló—. Nunca más me comportaré de la forma que lo he hecho durante los últimos meses. La rabia que me da es que he tenido que hacerlo para encontrar lo que necesitaba, y la experiencia me ha demostrado que mucha gente, más de lo que yo creía, se mueven sin el más mínimo respeto a los demás. Es muy penoso no poder confiar en nadie. Sólo tengo dos personas en las que puedo confiar, además de ti y mi padre, que son mi amiga Lola y Vito, que me demostró que es honrado por los cuatro costados. He pensado ir a buscarlo mañana mismo ¡jodeeerrr, maldita sea! —exclamación rabiosamente encorajinada.
—Hija no hables así. Olvídate ya de esa jerga (lenguaje de mal gusto), que es de mala educación —le reprimió y preguntó—. ¿Por qué te has puesto así?
—Mamá —pataleó—, me acabo de acordar de que no puedo ir a buscarlo todavía.
—Niña... Hija, hija —al ver que ella la miró—, qué faena, pero te aconsejo que dejes de usar palabrotas, porque te acostumbras y un día las dices donde no debes y se preguntarán que quién te habrá educado.
—Mamá, las palabrotas no son la vara de medir la educación. Si no, ahí está el vecino de mi amiga Lola, que no dice un taco ni por equivocación. ¡Ja! Los vecinos lo tienen como el icono de la vergüenza; del refinamiento; de la educación; porque nunca alza el tono de voz por nada… Pero escúchame bien, madre, sin embargo, según me contó ella, el muy ca... duerme a su mujer con somníferos para poder meter en casa a su querida. Mucha nata en la fachada pero muy mala leche en el interior.
—¡Hija, por Dios! ¿Seguro que hace eso?
—Hablando de Lola, me acabo de acordar de que le dije que la llamaría hoy. Voy a llamarla ahora mismo.
—¿A estas horas?
—Sí. No te preocupes. A estas horas estará recién llegada a casa, tomando chocolate con churros. Pero no los de las churrerías, sino de esos congelados que parecen que están hechos de plástico molido. A ella le da igual de lo que sean, porque todos los churros le encantan ¡jajajajaja!
—Hija, por favor.
—Lola me da pena, porque todos se ríen de ella. Siempre acaba entregándose, pero regresando a casa sola.
—Pues yo, si me lo permites, me voy a la cama un rato, a ver si entro en calor.
—Eres incorregible…, como me sigas hablando de compromiso me voy y te quedas sola en la casa para siempre. Te juro que no te lo repito más. ¡Ja! ¿No será que eso es lo que quieres para poder estar a solas con mi padre cuando venga?
—Niña, no seas desvergonzada. Si quieres que te llame hija, creo que me debes tener un respeto, o pensaré que me llamas madre para reírte de mí —le dijo enojada e intentando, como madre, dejarle claro cuál era su parcela.
—Perdóname. No olvides que soy una niña rebelde. Y soy así porque tú, que eres la que me has educado, me lo has consentido ¡jajajajaja!
A su tata-madre, la broma, le hizo más daño que gracia.
—No seas tonta —Dolo le dio un beso con achuchón incluido—. Te quiero. Bueno márchate a la cama, que yo voy a llamar a Lola. Hasta mañana —volvió a darle un beso—. Sea la hora que sea, del día que sea, no me despiertes ni para comer.
—Adiós, hija —le devolvió el beso y se marchó a dormir.
Dolo sonriente y feliz entró en su dormitorio. Antes de entrar, cogió el móvil que ya estaba vomitando carga del tiempo que llevaba enchufado. No había cerrado la puerta de su dormitorio cuando se volvió a la habitación donde durmió Vito. Paseó durante un buen rato por ella. Entró en el baño. Se miró al espejo imaginándose que él estaba con ella. Dónde estaba llegando su imaginación que llegó a verlo abrazado a ella. Se tumbó en la cama pensando en él. Le apeteció escuchar música. Buscó, con la mirada, el mando a distancia para conectarla. Al no verlo por allí, tendida como estaba, lo buscó a tientas (ejercicio con tacto) en el cajón de la mesilla de noche. Nuevo fracaso. Sin embargo, encontró una hoja de papel doblada por la mitad. La sacó. La desdobló rápidamente. Reconoció la letra de Vito. Fue a leerla pero, sin saber por qué, sintió terror. Volvió a colocarla en su doblez. Dándole vueltas al coco:
—<<¿Qué habrá escrito? Seguro que si es sobre mí me pondrá como los trapos. La verdad es que no me gustaría saberlo en este momento. Prefiero que, si es así, me lo diga a la cara>>.
Dos segundos tardó en que su desmesurada (excesiva) intriga venciera a su terror e izara la bandera de la curiosidad. Volvió a desdoblarla con rápida brusquedad, no por coraje, sino para no darle la más mínima oportunidad a su arrepentimiento. Comenzó a leerla en voz baja:
“Viajé a un mundo nuevo
sin ser Colón el Descubridor.
Viajé a un mundo desconocido
sin saber de rumbo ni orientación.
Viajé y llegué aquí sin saber
que conocería a la mujer más bonita
que yo nunca imaginé.
Pero cierto es
que me he enamorado de la mujer
que, para mí, tiene lo peor que se debe tener.
¡Dios mío, que me equivoque!
que no sea como yo creo que es
porque siempre la querré
Vito, no sueñes despierto
y mañana márchate."
—Mamá, he matado dos pájaros de un tiro. He finalizado el trabajo, y aquí traigo lo que necesitaba para encontrar a Vito —le dijo Dolo, tirando la carpeta verde sobre la mesa. Le dio un beso en la sien, sentándose junto a ella—. ¡Vengo reventada! —buscaba algo con la mirada—. ¿Y las dos mujeres que contraté?
—Me alegro, mi niña —Dolo la miró sorprendida—. No, no me alegro de que estés reventada, sino de que hayas terminado el trabajo —sin pausa continuó de carretilla—: Llamé y dije que no las enviaran.
Dolo se dio por vencida y sonrió; para, inmediatamente, suspirar profundamente.
—¡Huy, huy, qué suspiro! —con sátira (discurso o dicho agudo, picante y mordaz, dirigido a este mismo fin).
—Me siento muy bien, madre —miro al techo con una expresión inequívoca de en quién estaba pensando.
—Dolores ¿estás segura? —tono preocupado.
—Claro que sí, madre, ¡no voy a estar segura!, después de lo que me ha costado. Sólo me falta pasarlo al ordenador. Cuestión de unas horas.
—No. Me refería a si estás segura de estar enamorada de ese joven.
—¡No se me nota? —sus ojos desparramaban lucecitas como el mejor espectáculo pirotécnico.
—No se… —dubitativa—. Tus ojos tienen el brillo del amor, pero tu semblante no me parece que esté viviendo ese sentimiento. Me preocupa…
Dolo no la dejó terminar:
—¿Qué te preocupa? —sorprendida.
—Me preocupa que lo de ese joven sea un deseo para deshacerte de la soledad, ya sabes, a tu edad y sin pretendiente ¿no será que…?
Volvió a interrumpirla Dolo:
—¿Cómo puedes pensar eso? —molesta—. Tú lo has dicho, ¡la edad!, pues por mi edad sé qué es lo que quiero para…, ¡ah, no, no! —la miró fijamente—, lo que tú has insinuado es que como a mi edad no tengo novio, estoy desquiciada por encontrar a uno, y, ¡claro! —alterada—, mi… ¡no quiero decir un disparate!... me hace estar ciega y no ver que ir a buscar a un tío es una humillación para cualquier mujer que se quiera hacer respetar, ¿verdad?
El silencio confirmó el sentir de su tata.
—Por favor, no comprendes que si yo necesitara sexo, que es lo que en realidad piensas, tengo todo el día para hacerlo con quien quiera y las veces que quiera sin necesidad de tener un hombre fijo a mi lado. ¡Estás muy anticuada! —se pasó en la exclamación—. Perdona —continuando más sosegada—. Sé que te pasas las veinticuatro horas del día preocupada por mí, y lo comprendo, pero esa obsesión, como todas las obsesiones, te llevan a pensar disparates que no tienen sentido y, aunque tú no lo desees, me hieren. Ya tengo una edad que, aunque no te lo parezca, necesito valerme por mí misma. Lo que no quiere decir que no me sigas dando cuantos consejos creas convenientes. Lo que tampoco quiere decir que yo tenga que cumplirlos, porque, madre, cada persona debe elegir el camino por donde crea que mejor va a transcurrir su vida. Tú me lo has inculcado repitiéndome y repitiéndome: “La sabiduría no está en saltar para no tropezar con la piedra que te encuentres en el camino, sino en saber cómo convertirla en polvo para no tropezar nunca”. Quédate tranquila que no soy de esas que tú piensas.
—No es sólo eso… —Dolo entró en coma—, también me preocupa mucho que él se marchara ¡aunque descubriera algo que no le gustó! sin que te diera la oportunidad de aclarárselo. No me parece que se comportara de una manera legal. ¿Por qué no te dio la cara! Por eso no veo muy claro que tengas que ir a darle explicaciones. ¡Te ha ignorado…, qué puedes esperar!
—Madre, me estás confundiendo, unas veces me dices una cosa y otras lo contrario. Necesito convertir la piedra que me he encontrado en mi camino, en polvo.
—¡Ay, mi niña, compréndeme! —suspiró—. Una cosa es aconsejarte para prevenirte sobre algo que está muy lejos, con la intención de que cuando te llegue sepas reaccionar, y otra, verla tan cerca de ti y pensar que te puede hacer daño, por eso puede que te confunda, y, por lo mismo, no me llega la camisa al cuerpo (estar lleno de inquietud, aflicción y congoja del ánimo, y temor por algún riesgo o amenaza, o por el mal que ya se padece) ¡desde que me nombraste la palabra “enamorada”! Lo único que intento es ayudarte en la destrucción de la piedra. Ya sé —no la dejó intervenir— que no voy a estar a tu lado toda la vida, pero sólo pensar que alguien o algo te puede hacer sufrir, me pone enferma, porque yo he pasado por ahí ¡ya sé, ya sé! que tú también debes pasar por ahí para hacerte fuerte, pero no conoces a la angustia ¡ahoga, mi niña, ahoga! y te trae a otros amigos…
Dolo, más que por el desinterés del sermón, por repetido, silenció su voz por el cansancio.
—… El primer amigo —continuaba su tata— que te presenta, la angustia, para consolarte, es la amargura, que lo único que desea de ti es que sufras y desesperes. Por eso…
—¡Mamá —le cortó Dolo—, qué ya soy mayorcita! —se acercó a ella, abrazándola—. Tú misma estás llamando a la angustia y a sus amigos. Como sigas así vas a agarrar una depresión, y ¡ésa sí que es mala! Mamá no te preocupes que sé lo que quiero. Que sepas que, aunque, en este momento esté agotada, me siento con más fuerzas que nunca. Yo no sabía qué se sentía cuando te enamoras, y ha tenido que venir a Madrid, un cateto, para experimentarlo. Si me equivoco, ¡que me den!, pero tengo que hacerlo a mi manera. Por favor —rogaba—, no te preocupes tanto por mí —le dio un beso—. Quédate tranquila que siempre te pediré consejos, ¡aunque tenga que aguantarte los sermoncitos, qué se parecen a los de Fidel Castro (Presidente de Cuba. Sus discursos son famosos porque duran muchas horas)!
—Hijita… —primera vez que la llamó así—. Perdona —alterada—, no he querido…
—¿Cómo? Si vuelves a arrepentirte de llamarme hija, yo me voy de tu lado.
Su tata-madre se mordió la lengua unos segundos, pensando:
—<"Esta niña tiene el sentimiento de su madre y la persuasión de su padre. Qué pena que no sea mi hija. Si yo pudiera...>>.
Dolo la sacó de su mundo:
—¡A que estás pensando que te hubiera gustado que yo fuera tu hija y mi padre tu marido! —lo dijo con tanta dulzura que para nada se podría pensar que ofendiera a su madre, que en gloria estaba.
—¡Dolores, por Dios, no digas barbaridades! —le regañó, más colorada que la sangre de un toro recién picado. Pero su mente voló a por una presa:
—<"Esta niña es una bruja. Siempre sabe lo que pienso. Temo que me mire a los ojos>>.
—Madre —cariñosísima voz—, no estás siendo sincera. A mí me aconsejas de una manera, pero tú, en el mismo caso, actúas de otra, ¿a cuál me agarro? —no le quitaba la mirada de encima—. Me pides que tenga confianza contigo, sin embargo tú no me correspondes. Sí, ya sé que me has contado tu secreto, pero correspondía al pasado, o ¿me vas a decir que no tienes ninguno actual?, ¡ya sabes!, de esos que dan vergüenza contar, ¡máxime cuando se piensa que es una locura! —volvió ha hacer una pausa esperando que reaccionara. Al no conseguirlo, continuó—: Como sé que no me lo vas a decir, lo haré yo —fue directa al grano—. Deseas con toda tu alma, pero, a la vez, te aterra, que mi padre te pida tu amor. ¿Me equivoco? Dime la verdad.
—¡Ay, mi niña, qué difícil es la vida! —lagrimitas entremezcladas de amargura y esperanza.
—Que sí, que eso ya me lo has dicho, no empieces otra vez. ¡Vamos a poner los puntos sobre las íes de una vez por todas! ¿Crees que debo ir, o no, a buscar a Vito para decirle que estoy locamente enamorada de él?
Su tata-madre, después de una larga meditación, asintió con la cabeza.
—Pues, ¿por qué tú no haces lo mismo con mi padre? —Dolo, sin desearlo, provocó que su tata-madre se cubriera con la careta de la amargura—. Por favor, madre. Haz lo que quieras, pero no llores con ese sentimiento.
—Hijita, no me martirices con ese tema -casi no le salían las palabras—. Tu padre es un hombre muy importante y yo sólo soy una chacha... (sirvienta).
—¡Un momento, mamá, que tengo que hacer una llamada! —al marcar un número en el móvil se dio cuenta de que tenía poca batería. Lo puso a cargar y salió corriendo hacia el salón, utilizando el teléfono fijo.
Su tata continuó en su silla. Se alegró de que Dolo se marchara. La oía murmurar, sin embargo prefería no prestarle atención para no alterarse más oyendo los disparates que últimamente decía. Pasó totalmente. Necesitaba disfrutar ese momento de soledad.
Dolo comenzó la conversación telefónica:
—...
—Papá... —el interlocutor la interrumpió.
—...
—No tengo ni idea de la hora que es ahí, porque tampoco sé dónde estás ahora mismo —le respondió enojadilla—. ¡Que cambias más de lugar que un puesto de turrón!
—...
—¿Que qué me ocurre? A mí nada, pero a nuestra chacha sí.
—...
—Sí. Así es. Me acaba de decir que es simplemente una chacha.
—...
—A mí no me digas eso. Deberías venir y decírselo tú mismo.
—...
—Ya sé que no estás en el bar de al lado, pero recuerda que se hace lo que se quiere. Me lo has dicho muchas veces.
—...
—Eso espero, porque... —la interrumpió de nuevo.
—...
—Sí. Estoy bien. ¿Y tú?
—...
—¡Espera, espera, no me cortes!
—…
—Que… cuando vengas… —lanzando del tirón—: ¡que no me gustaría que te volvieras solo! —aguantó la respiración.
—… —espera muda.
—¡Que estáis perdiendo el tiempo! —no le dio ninguna oportunidad—. Espero verte pronto. Un beso. Adiós.
Dolo, al colgar, respiró hondo, saliendo a la terraza para tranquilizarse. Con golpes de respiración lentos y profundos expulsaba la tensión que asumió voluntariamente. Más relajada, regresó a la cocina.
—¿Con quién hablabas? —le preguntó su tata-madre.
—Con mi padre —le contestó con naturalidad.
—¿Con tu padre? —le preguntó temiendo otra locura de la niña—. ¿Para qué?
—Nada importante.
—No me digas nada importante, que me pongo malísima, ¡que te conozco!
—Mamá, no seas plasta. Simplemente le he dicho que ya he terminado el trabajo, para que se quede tranquilo ¡ya lo conoces! Me voy al ordenador. Hazme un favor… —le decía—. ¡Pero qué estoy diciendo, de favor nada de nada! —gritándole—: ¡Chacha, llévame, ipso facto, un cubata de los míos a mi despacho —tono tirano.
Su tata-madre no se lo tomó en serio, pero tampoco le gustó. Se levantó para prepararle el cubata. Mientras lo fabricaba pensaba:
—<"Esta niña, cuando se mosquea, es un demonio rabioso. Sé que no lo hace con maldad, pero cuando se le mete una cosa en la cabeza me quita el sueño. Se creerá que me he creído lo que me ha contado que le ha dicho al padre. ¿Qué habrá hablado? Tiene que ser algo muy… ¡madre de Dios, que no sea lo que me estoy imaginando!>> —le llevó el cubata. Exclamando al verla—. ¡Otra vez fumando! ¡Y ya llevas dos!
—¡Ssssssss! Estoy trabajando —tono bajito—. No me distraigas, y, como la chacha que eres, continua con las labores de la casa.
Su tata-madre le dio una cariñosa colleja, y se marchó sonriendo.
A las once de la noche volvió su tata-madre a la famosa, para Vito, habitación fantasma. Dolo estaba tan concentrada en lo que estaba haciendo que no la oyó llegar. Se detuvo a su espalda, pensando:
—<"Esta niña es un cielo. Dios, por favor, que no sufra en esta vida. Que bastante ha sufrido por no conocer a su madre. Ilumínala para que, ocurra lo que ocurra, cuando encuentre a Victoriano, que no sufra. Te daría mi vida a cambio de su felicidad>> —se persignó, mirando hacia arriba, con gesto como de pedirle perdón por la súplica.
—¿No vas a cenar?
—¡Qué susto, madre! Has entrado de puntillas para espiarme ¿eh, malina?
—¿Qué te apetece cenar? —insistió.
—Por ahora nada. Tráeme otro cubata que esto está a punto del finiquito —le respondió muy entusiasmada.
Su tata-madre, por la impotencia de no poder con ella, se marchó a la cocina zarandeando (mover con ligereza y facilidad) la cabeza de un lado para otro:
—<"Los nervios la tienen desquiciada y ¡quiere otro! ¡Dios, por favor, que no cometa ningún error del que se pueda arrepentir! Tú dirás que soy muy pesada, pero tú sabes mejor que nadie que es una buena niña. Se merece ser feliz. ¡Ayúdala!>>.
Al regresar le dejó sobre la mesa del ordenador, en lugar de un cubata, una bandeja con un plato en el que dormían: una tortilla de patatas, media barra de pan y un vaso de agua. Su tata-madre, por el error en el pedido, se preparó para la regañina.
—Eres la mejor —le dijo, Dolo, al ver la bandeja.
Su tata-madre resopló tranquilidad. Sin pronunciar palabra se marchó ancha y pancha.
A las dos de la madrugada, su tata-madre, la volvió a visitar, llevándole un café con dos onzas de chocolate negro con almendras.
—De verdad que eres la mejor —volvió a piropearla Dolo.
Su tata-madre sonrió orgullosa.
—Y escúchame bien. ¡Mírame! —le obligó Dolo—. Desde este momento me llamas hija. Cómo me llames niña, o Dolores, te juro que te echo de mi lado. ¿De acuerdo? -lo dijo de tal manera que su tata-madre no tuvo más remedio que acercarse a ella y darle un maternal beso en la frente, marchándose con los ojos humedecidos y tan orgullosa que provocó, en Dolo, una sonrisa simpática al ver como iba andando.
Dolo continuó escribiendo en el ordenador hasta las tres de la mañana.
—¡Ahora, a imprimirlo! —se dijo al teclear el último punto. Su levantar de la silla fue doloroso porque las cervicales se le habían revelado. Con las manos en los riñones se desperezó hacia atrás. Después de dar varios paseos por la habitación, puso a trabajar a la impresora para que comenzara a vomitar folios empachados de caracteres paridos por su mente. Durante la espera, se preparó un cubata. Sentada frente al ordenador se fumó varios cigarros mientras leía la obra. Tuvo que hacer algunos cambios, que le obligaron a estar liada hasta las cuatro y media de la madrugada. En el silencio de la noche se oyó:
—¡Por fin! —exclamó plenamente satisfecha, aunque ojerosa. Continuó hablando sola—: Espero que después de tantos meses haya merecido la pena. Qué raro que mi madre, antes de acostarse, no haya venido a desearme las buenas noches —extrañada fue a su dormitorio. Se extrañó mucho más al ver que no estaba acostada, entró en el cuarto de baño, y tampoco—. ¡En la cocina tampoco! —su extrañeza pasó a preocupación—. Corría al cuarto de baño del pasillo cuando vio la puerta de la terraza abierta. Cogió rumbo hacia allá—. ¡Qué penita! —exclamó al verla dormida en una de las tumbonas. Aun estando cubierta con una manta de viaje estaba más encogida que una picha (pene) en hielo. No eran horas de estar allí durmiendo. Justo al llegar a su altura, se detuvo al oírle soñar en voz alta:
—¡Raulín, Raulín!
Dolo se sonrió, pensando:
—<<¡Qué pija, mira que llamar a mi padre Raulín! ¡Después dicen de la juventud! ¡Oye, oye, Dolo —se decía—, y si está soñando que han tenido un hijo y le han puesto como a su padre, huy, huy, huyyy, qué fuerte! —pero se entristeció por lo siguiente—: Cuánto habrá sufrido ese bendito cuerpo estando enamorada de mi padre y sacrificarlo todo por considerarse una chacha. ¡Qué pena que la vida le haya negociado la felicidad por la resignación! No soporto verla así. El haber hipotecado su felicidad por mi madre y por mí, pronto la premiará>>.
Con sutil (delicado) cuidado, para no hacer ruido, se marchó a la cocina, preparó dos tazones de café incandescente (candente: que quema) los dejó sobre la mesa y fue a llamarla:
—Mamá, mamá —le dijo bajito, a la vez que la zarandeaba cariñosamente por el hombro.
—¿Raulín, qué ocurre? —preguntó sobresaltada al despertarse. Al ver a Dolo junto a ella, sintió vergüenza.
—No sé si eres una niña pequeñita o es que ya estás chocheando (chochear: tener debilitadas las facultades mentales por efecto de la edad).
Su tata-madre lució en todo su esplendor el rubor del amor.
—No tienes dos dedos de frente —la cara de su tata-madre, al oírla, se descompuso. Pero Dolo tomó otro camino distinto al que esperaba su tata-madre—. Tú sí que vas a coger una pulmonía durmiendo a la intemperie.
—Me has asustado, Dolores —soplando.
Dolo le puso cara de madre enfadada con su niño.
—Vale, vale, no me regañes —quiso ser consecuente para no entrar en discusión con ella—. Pero me has asustado, hija. Me quedé dormida esperando a que terminaras.
—El lugar no es nada cómodo, pero romántico sí que lo es ¿verdad? —la ayudó a levantarse y caminaron hacia la cocina—. Dicen que cuando se duerme bajo las estrellas, ellas te regalan un sueño romántico. ¿No te han regalado ninguno?
Por el tono con que vistió su exposición sobre dormir bajo las estrellas, dedujo que, por alguna razón, se dio cuenta de que estaba soñando con su padre. Viniéndosele a la memoria que al despertarse sobresaltada del sueño lo nombró. Rápidamente actuó:
—Ahora que lo dices, sí, es cierto. ¡Qué disparate más tonto he soñado!
—¿Por qué no me lo cuentas?
—Desde luego que la mente es... No tiene ni pies ni cabeza. ¡Pues no que he soñado que necesitaba madera de raulí (árbol chileno de gran altura, cuya madera se emplea mucho en la construcción) para no sé qué cosa! Recuerdo que iba por la calle gritando: Raulí, raulí, ¿quién tiene raulí?
Las dos cogieron el café con tantas ganas que se abrasaron la lengua. Cada una se restregaba, a toda leche, la punta de la lengua entre los labios, mientras maldecían al líquido zaino (traidor).
—Madre, ahora que lo pienso…
—No pienses, mi niña, no pienses que te temo.
—…, cuando te desperté creí entender —con pícara voz—: “Raúl” ¡no, no, “Raulín”! Por si tú lo…
—¡Las cinco y cuarto! —exclamó su tata-madre, mirando su reloj de pulsera e intentando escabullirse (escapar)—. ¡Por cierto! —miró a Dolo de arriba abajo, exclamando—. ¡No me digas que no has dormido nada esta noche!
—Mamá, ya lo he finiquitado —resopló—. Nunca más me comportaré de la forma que lo he hecho durante los últimos meses. La rabia que me da es que he tenido que hacerlo para encontrar lo que necesitaba, y la experiencia me ha demostrado que mucha gente, más de lo que yo creía, se mueven sin el más mínimo respeto a los demás. Es muy penoso no poder confiar en nadie. Sólo tengo dos personas en las que puedo confiar, además de ti y mi padre, que son mi amiga Lola y Vito, que me demostró que es honrado por los cuatro costados. He pensado ir a buscarlo mañana mismo ¡jodeeerrr, maldita sea! —exclamación rabiosamente encorajinada.
—Hija no hables así. Olvídate ya de esa jerga (lenguaje de mal gusto), que es de mala educación —le reprimió y preguntó—. ¿Por qué te has puesto así?
—Mamá —pataleó—, me acabo de acordar de que no puedo ir a buscarlo todavía.
—Niña... Hija, hija —al ver que ella la miró—, qué faena, pero te aconsejo que dejes de usar palabrotas, porque te acostumbras y un día las dices donde no debes y se preguntarán que quién te habrá educado.
—Mamá, las palabrotas no son la vara de medir la educación. Si no, ahí está el vecino de mi amiga Lola, que no dice un taco ni por equivocación. ¡Ja! Los vecinos lo tienen como el icono de la vergüenza; del refinamiento; de la educación; porque nunca alza el tono de voz por nada… Pero escúchame bien, madre, sin embargo, según me contó ella, el muy ca... duerme a su mujer con somníferos para poder meter en casa a su querida. Mucha nata en la fachada pero muy mala leche en el interior.
—¡Hija, por Dios! ¿Seguro que hace eso?
—Hablando de Lola, me acabo de acordar de que le dije que la llamaría hoy. Voy a llamarla ahora mismo.
—¿A estas horas?
—Sí. No te preocupes. A estas horas estará recién llegada a casa, tomando chocolate con churros. Pero no los de las churrerías, sino de esos congelados que parecen que están hechos de plástico molido. A ella le da igual de lo que sean, porque todos los churros le encantan ¡jajajajaja!
—Hija, por favor.
—Lola me da pena, porque todos se ríen de ella. Siempre acaba entregándose, pero regresando a casa sola.
—Pues yo, si me lo permites, me voy a la cama un rato, a ver si entro en calor.
—Eres incorregible…, como me sigas hablando de compromiso me voy y te quedas sola en la casa para siempre. Te juro que no te lo repito más. ¡Ja! ¿No será que eso es lo que quieres para poder estar a solas con mi padre cuando venga?
—Niña, no seas desvergonzada. Si quieres que te llame hija, creo que me debes tener un respeto, o pensaré que me llamas madre para reírte de mí —le dijo enojada e intentando, como madre, dejarle claro cuál era su parcela.
—Perdóname. No olvides que soy una niña rebelde. Y soy así porque tú, que eres la que me has educado, me lo has consentido ¡jajajajaja!
A su tata-madre, la broma, le hizo más daño que gracia.
—No seas tonta —Dolo le dio un beso con achuchón incluido—. Te quiero. Bueno márchate a la cama, que yo voy a llamar a Lola. Hasta mañana —volvió a darle un beso—. Sea la hora que sea, del día que sea, no me despiertes ni para comer.
—Adiós, hija —le devolvió el beso y se marchó a dormir.
Dolo sonriente y feliz entró en su dormitorio. Antes de entrar, cogió el móvil que ya estaba vomitando carga del tiempo que llevaba enchufado. No había cerrado la puerta de su dormitorio cuando se volvió a la habitación donde durmió Vito. Paseó durante un buen rato por ella. Entró en el baño. Se miró al espejo imaginándose que él estaba con ella. Dónde estaba llegando su imaginación que llegó a verlo abrazado a ella. Se tumbó en la cama pensando en él. Le apeteció escuchar música. Buscó, con la mirada, el mando a distancia para conectarla. Al no verlo por allí, tendida como estaba, lo buscó a tientas (ejercicio con tacto) en el cajón de la mesilla de noche. Nuevo fracaso. Sin embargo, encontró una hoja de papel doblada por la mitad. La sacó. La desdobló rápidamente. Reconoció la letra de Vito. Fue a leerla pero, sin saber por qué, sintió terror. Volvió a colocarla en su doblez. Dándole vueltas al coco:
—<<¿Qué habrá escrito? Seguro que si es sobre mí me pondrá como los trapos. La verdad es que no me gustaría saberlo en este momento. Prefiero que, si es así, me lo diga a la cara>>.
Dos segundos tardó en que su desmesurada (excesiva) intriga venciera a su terror e izara la bandera de la curiosidad. Volvió a desdoblarla con rápida brusquedad, no por coraje, sino para no darle la más mínima oportunidad a su arrepentimiento. Comenzó a leerla en voz baja:
“Viajé a un mundo nuevo
sin ser Colón el Descubridor.
Viajé a un mundo desconocido
sin saber de rumbo ni orientación.
Viajé y llegué aquí sin saber
que conocería a la mujer más bonita
que yo nunca imaginé.
Pero cierto es
que me he enamorado de la mujer
que, para mí, tiene lo peor que se debe tener.
¡Dios mío, que me equivoque!
que no sea como yo creo que es
porque siempre la querré
Vito, no sueñes despierto
y mañana márchate."
(Vito, después de leerlo, tachó querré, pero quedó legible).
Dolo lloraba dando puñetazos al colchón, diciendo entre llantos:
—Pero ¿qué le he hecho yo para que piense así de mí? —quedándose muda hasta que exclamó—. ¡Necesito desahogarme!
Cogió el móvil y llamó a su amiga Lola.
—…
—Sí, ya sé que había quedado en llamarte —continuaba sollozando—. ¿Te has acostado ya?
—…
—Por teléfono no te lo puedo contar. Necesito que vengas ahora.
—…
—Sí. Yo tampoco he dormido esta noche. Necesito hablar con alguien, y la única persona en la que puedo confiar eres tú.
—…
—Gracias. Hasta ahora.
Mientras esperaba la llegada de Lola, Dolo volvió a leer y releer el pensamiento esculpido con la amargura en el inocente papel.
Lola, al llegar al portal del edificio y, como siempre cuando no eran horas de visitas, le dio un toque al móvil para que le abriera.
Dolo la esperó en la puerta de su apartamento, evitando que al llamar al timbre se despertara su tata-madre.
Nada más abrirse las puertas del ascensor, Lola le dijo:
—Hija, tienes más mala cara que Drácula en su ramadán (mes de ayuno). Da asquito mirarte. ¿Qué te ha ocurrido?
—¡Ssssssss! —la silenció—. Vamos a mi habitación —las dos andaban de puntillas. Dolo al llegar a la cama saltó sobre ella—. Sube —le dijo a Lola. Se sentaron frente a frente con las piernas recogidas como si fueran dos jefes indios fumando la pipa de la paz en su covacha (cabaña apache).
Lola exclamó de sopetón:
—¡Hija, me tienes en ascuas (inquieta, sobresaltada)! —conociendo a su amiga, intuía que lo que tenía que oír iba a ser de alto nivel íntimo y confidencial. Sacó del bolso un paquete de Fortuna mentolado, encendiendo uno sobre la marcha.
—Dame uno —le pidió Dolo.
—Y tú —sorprendida—, ¿desde cuando fumas?
Dolo, con temblequeo parkinsoniano, prendió el mentolado.
—¡Uuuuuhhhhh! —le decía Lola—: Qué pollo tienes que tener encerrado en esa cabecita para fumar esa porquería, ¡lo de que es porquería lo has dicho tú siempre!
Las caladas ansiosas de Dolo se aglutinaron (unir, pegar) con las impacientes de Lola, creando un ambiente hechiceresco (hechizo).
—¡Chica, por favor, tranquilízate! —colocó sus manos sobre las rodillas de Dolo—. Que no es porque, ya de por sí, sea malo fumar, sino que con el dineral que cuesta no lo estás disfrutando —chisteó Lola, para hacerla reír, sin éxito—. Dime lo que sea ya, porque me vas a asfixiar antes de enterarme de tu… ¡no será que estas embarazada!
Dolo continuaba fumando como un carretero.
—¡Anda, chocho! —exclamó con desesperación—. Lánzate, que cuanto antes te desahogues, antes te diré lo que debes hacer para que, como siempre, hagas lo contrario.
—¿Te acuerdas de lo que te conté sobre aquél asunto de los tíos que…?
—¡Sí, claro! —la interrumpió—. Te faltaba…
—¡Es verdad —la interrumpió Dolo—. Sí, ahora recuerdo que te di una copia de…
—¡Chocho —ahora la interrumpió Lola—, cuéntamelo ya! —con exigencia nerviosa.
Dolo le contó con pelos y señales, incluido los pelos y señales más insignificantes, todo lo que había vivido con Vito.
—¡Mira, chocho! —con desparpajo cansino—. Te diré la verdad. Lo que menos me gusta es que sea un cateto. Aunque está… —rápidamente cambió el tercio—. ¡Chocho, yo no te veo paseando agarrada de la mano de un cateto! ¡Perderías más puntos que el Rey si participara en Gran Hermano! —sorprendida de que Dolo ni se inmutara con el chiste—. ¡Coño, chocho, estás dormida o discurriendo (reflexión, razonamiento)! —nuevo silencio por respuesta—. Me has contado todo eso porque soy tu paño de lágrimas (persona en la que se encuentra consuelo o ayuda), ¿no?, pues, si ya te has desahogado, ¿por qué estás ida? ¡Anda, chocho, enséñame una foto de ese cateto, a lo mejor —por animarla— al verlo cambio de opinión y te aconsejo que merece la pena que hagas el ridículo! Yo te defenderé de todas las críticas por salir con un vulgar cateto.
Dolo, que siempre había respetado todo lo que lanzaba Lola por su boquita, aunque fueran disparates monumentales, esta vez no pudo digerir la falta de respeto con la que había nombrado a Vito. Enrabietada, y con rapidez felina, saltó de la cama. Con idéntica rapidez cogió, de encima de la mesilla de noche, el manuscrito. Después de desdoblarlo se lo tiró entre las piernas a Lola.
Lola comprendió el mensaje sin preguntar. Sembró el cigarro número…, ni ella sabía el número que le correspondía, en el cenicero que habían plantado sobre la cama y, con atención parvularia (niños en educación preescolar) lo leyó. Exclamando al finalizar:
—¡Chocho, desde luego no es Alberti (Rafael Alberti: poeta y dramaturgo del Puerto de Santa María – Cádiz), que en paz descanse, pero lo que dice aquí es muy fuerte! —contaminando el manuscrito con el humo que exhalaba—. Chocho… —se lo pensó—, ¡a ver si no tengo que cambiar la opinión que me he hecho de él!
—¿Tú crees que se refiere a mí? —le preguntó Dolo, con cierto temor.
—No sé, no sé —le dijo pensativa, al mismo tiempo que se rascaba la nuca con otro pinta pulmones entre sus dedos, lo que provocó que la ceniza le cayera encima—. ¡Coño, que me quemo el poco pelo que me queda! —sacudiéndose la cabeza—. Pero…
Un bosquejo de sonrisa amanecía en Dolo, que desapareció en el momento en que Lola, con la mirada clavada en el manuscrito, enmudeció durante un buen rato.
—¡Di algo, joder! —le dijo a Lola.
—Estaba pensando… que… ¿por qué borraría lo de “querré”?
—¡No te fastidia! —más que enojada con Lola, estaba contrariada con ella misma.
—¡Chocho…, deja ya de preocuparte, que tengo la solución! —exclamó con eufórico desparpajo.
—¿Dime? —esperanzada.
—Descorcha una botellita de aquel cava que nos tomamos el otro día. Tú sabes que yo en ayunas no rulo (funciono). De acompañamiento pon lo que tú quieras ¡si son ostras mucho mejor!
—Pero, ¡dime!, ¿qué solución has encontrado?
—Chocho, ¡primero comer y beber!, y después te explico mi idea.
Dolo le concedió el deseo.
Después de vaciar una botella de cava y tragarse dos docenas de ostras, Lola comenzó a rular.
Dolo, mientras tanto, no dejó de leer el poema.
—Pienso que lo mejor… —Lola se calló para encender otro cigarro.
La impaciencia nerviosa de Dolo estaba siendo alimentada con la corta dental de las uñas de su mano derecha.
—… —por fin continuó Lola—. Te decía, chocho, que lo mejor es que me vaya a Buenos Aires —con cada una de estas últimas palabras salpicó el ambiente con espesos golpes de humo—, y lo conozca en persona, ¡ya sabes!, para tantearlo…
—¡Para el carro, para el carro —mosqueadísima—, que te vas a caer!
Lola, sin la más mínima alteración, embargó, en sus tragaderas, el contenido de la casa ostrera y, para celebrarlo, lo ahogó en cava.
—¡Bonita —le piropeaba Dolo—, te dije Bonares, Bo_na_res, no Buenos Aires!
—¡Chocho, es verdad! ¿Cómo me he podido ir tan lejos?
—Mejor será —Dolo en plena resignación— que lo dejemos para cuando estés purgada (limpiar, purificar) de la toxicidad mental recolectada en tantas horas sin descanso.
—Perdona, chocho, ¿y dónde está eso?
—¡Qué más te da! —aflorando irritación—. ¡Venga, dejémoslo!
—¡Un momento! —gritó balbuceando—. ¡Me has hecho venir, sin dormir, para ahora decirme que lo deje! No, no, no. Debo ir a Bue…, no, no, Bonares ¡eso, Bonares! Chocho, debo ir a Bonares para hablar con él, e incluso debería provocarlo.
Dolo resopló desesperación.
—Y —exponía Lola— después de tomarme unas copas con él, le invitaré a que me acompañe a la pitra (cama). ¡Chocho! —la señaló con el índice, bajando el tono de voz—, si me cala (probar) ¡ése golfo no te conviene!
—¡Brillante idea! —gritaba Dolo—. ¡No sé cómo no te nombro mi consejera particular y permanente! ¡Has tenido una idea genial! ¿Qué te parece si te doy una carta de recomendación?
—No, no hace falta —tragó cava—. Yo sé apañármelas solita. No te preocupes que te contaré hasta el más mínimo detalle. ¡Tan poco será para tanto ese Vito! —eructando—. ¡Chocho, qué me gustan las ostras con cava!
—¡Serás capulla y sali…! —Dolo descompuesta—. Yo creía que lo de psicópata sexual eran habladurías de tus amiguitas, pero veo que no. De todas formas, y después de hacerte venir a estas horas, te agradezco que te hayas exprimidos los sesos para ayudarme. ¡Y tú no vas a conocer a Vito! —le gritó—. Anda, vete al dormitorio de al lado y duerme la torta.
Lola se levantó como pudo, y dando tumbos obedeció a Dolo.
—¡Y mea el cava en el inodoro —le gritó Dolo antes de que cruzara la puerta—, que la última vez lo liberaste en la cama! No sé por qué la tengo como amiga íntima.
—Adiós —dijo Lola con tono borrachín. Al salir, se pegó un castañazo en el hombro contra el quicio de la puerta.
Dolo se tumbó en la cama rendida. En el justo momento de cerrar los ojos, oyó:
—¡Aaaaaaaaahhhhhhhhh! —gritó Lola.
Dolo, con el rostro desencajado, corrió temiendo lo peor. Preguntándole antes de verla:
—¿Qué te ha ocurrido?
—¡Hay un violador en la cama! —mantenía el equilibrio agarrada a la manilla de la puerta, sin poder evitar un suave balanceo—. ¡Llama a la policía! —de la manera más cursi, se desvaneció.
Su tata-madre se despertó insultada.
—No te asustes mamá, es Lola que, con la cogorza (borrachera) que tiene, se ha confundido de habitación, y al verte acostada le han entrado alucinaciones. Ayúdame a acostarla.
—¡Y ésta es tu mejor amiguita! —refunfuñó su tata-madre.
Dolo se acostó leyendo el desamor de Vito. Quedándose dormida con las sutiles caricias de los primeros rayos del Sol.
Dolo lloraba dando puñetazos al colchón, diciendo entre llantos:
—Pero ¿qué le he hecho yo para que piense así de mí? —quedándose muda hasta que exclamó—. ¡Necesito desahogarme!
Cogió el móvil y llamó a su amiga Lola.
—…
—Sí, ya sé que había quedado en llamarte —continuaba sollozando—. ¿Te has acostado ya?
—…
—Por teléfono no te lo puedo contar. Necesito que vengas ahora.
—…
—Sí. Yo tampoco he dormido esta noche. Necesito hablar con alguien, y la única persona en la que puedo confiar eres tú.
—…
—Gracias. Hasta ahora.
Mientras esperaba la llegada de Lola, Dolo volvió a leer y releer el pensamiento esculpido con la amargura en el inocente papel.
Lola, al llegar al portal del edificio y, como siempre cuando no eran horas de visitas, le dio un toque al móvil para que le abriera.
Dolo la esperó en la puerta de su apartamento, evitando que al llamar al timbre se despertara su tata-madre.
Nada más abrirse las puertas del ascensor, Lola le dijo:
—Hija, tienes más mala cara que Drácula en su ramadán (mes de ayuno). Da asquito mirarte. ¿Qué te ha ocurrido?
—¡Ssssssss! —la silenció—. Vamos a mi habitación —las dos andaban de puntillas. Dolo al llegar a la cama saltó sobre ella—. Sube —le dijo a Lola. Se sentaron frente a frente con las piernas recogidas como si fueran dos jefes indios fumando la pipa de la paz en su covacha (cabaña apache).
Lola exclamó de sopetón:
—¡Hija, me tienes en ascuas (inquieta, sobresaltada)! —conociendo a su amiga, intuía que lo que tenía que oír iba a ser de alto nivel íntimo y confidencial. Sacó del bolso un paquete de Fortuna mentolado, encendiendo uno sobre la marcha.
—Dame uno —le pidió Dolo.
—Y tú —sorprendida—, ¿desde cuando fumas?
Dolo, con temblequeo parkinsoniano, prendió el mentolado.
—¡Uuuuuhhhhh! —le decía Lola—: Qué pollo tienes que tener encerrado en esa cabecita para fumar esa porquería, ¡lo de que es porquería lo has dicho tú siempre!
Las caladas ansiosas de Dolo se aglutinaron (unir, pegar) con las impacientes de Lola, creando un ambiente hechiceresco (hechizo).
—¡Chica, por favor, tranquilízate! —colocó sus manos sobre las rodillas de Dolo—. Que no es porque, ya de por sí, sea malo fumar, sino que con el dineral que cuesta no lo estás disfrutando —chisteó Lola, para hacerla reír, sin éxito—. Dime lo que sea ya, porque me vas a asfixiar antes de enterarme de tu… ¡no será que estas embarazada!
Dolo continuaba fumando como un carretero.
—¡Anda, chocho! —exclamó con desesperación—. Lánzate, que cuanto antes te desahogues, antes te diré lo que debes hacer para que, como siempre, hagas lo contrario.
—¿Te acuerdas de lo que te conté sobre aquél asunto de los tíos que…?
—¡Sí, claro! —la interrumpió—. Te faltaba…
—¡Es verdad —la interrumpió Dolo—. Sí, ahora recuerdo que te di una copia de…
—¡Chocho —ahora la interrumpió Lola—, cuéntamelo ya! —con exigencia nerviosa.
Dolo le contó con pelos y señales, incluido los pelos y señales más insignificantes, todo lo que había vivido con Vito.
—¡Mira, chocho! —con desparpajo cansino—. Te diré la verdad. Lo que menos me gusta es que sea un cateto. Aunque está… —rápidamente cambió el tercio—. ¡Chocho, yo no te veo paseando agarrada de la mano de un cateto! ¡Perderías más puntos que el Rey si participara en Gran Hermano! —sorprendida de que Dolo ni se inmutara con el chiste—. ¡Coño, chocho, estás dormida o discurriendo (reflexión, razonamiento)! —nuevo silencio por respuesta—. Me has contado todo eso porque soy tu paño de lágrimas (persona en la que se encuentra consuelo o ayuda), ¿no?, pues, si ya te has desahogado, ¿por qué estás ida? ¡Anda, chocho, enséñame una foto de ese cateto, a lo mejor —por animarla— al verlo cambio de opinión y te aconsejo que merece la pena que hagas el ridículo! Yo te defenderé de todas las críticas por salir con un vulgar cateto.
Dolo, que siempre había respetado todo lo que lanzaba Lola por su boquita, aunque fueran disparates monumentales, esta vez no pudo digerir la falta de respeto con la que había nombrado a Vito. Enrabietada, y con rapidez felina, saltó de la cama. Con idéntica rapidez cogió, de encima de la mesilla de noche, el manuscrito. Después de desdoblarlo se lo tiró entre las piernas a Lola.
Lola comprendió el mensaje sin preguntar. Sembró el cigarro número…, ni ella sabía el número que le correspondía, en el cenicero que habían plantado sobre la cama y, con atención parvularia (niños en educación preescolar) lo leyó. Exclamando al finalizar:
—¡Chocho, desde luego no es Alberti (Rafael Alberti: poeta y dramaturgo del Puerto de Santa María – Cádiz), que en paz descanse, pero lo que dice aquí es muy fuerte! —contaminando el manuscrito con el humo que exhalaba—. Chocho… —se lo pensó—, ¡a ver si no tengo que cambiar la opinión que me he hecho de él!
—¿Tú crees que se refiere a mí? —le preguntó Dolo, con cierto temor.
—No sé, no sé —le dijo pensativa, al mismo tiempo que se rascaba la nuca con otro pinta pulmones entre sus dedos, lo que provocó que la ceniza le cayera encima—. ¡Coño, que me quemo el poco pelo que me queda! —sacudiéndose la cabeza—. Pero…
Un bosquejo de sonrisa amanecía en Dolo, que desapareció en el momento en que Lola, con la mirada clavada en el manuscrito, enmudeció durante un buen rato.
—¡Di algo, joder! —le dijo a Lola.
—Estaba pensando… que… ¿por qué borraría lo de “querré”?
—¡No te fastidia! —más que enojada con Lola, estaba contrariada con ella misma.
—¡Chocho…, deja ya de preocuparte, que tengo la solución! —exclamó con eufórico desparpajo.
—¿Dime? —esperanzada.
—Descorcha una botellita de aquel cava que nos tomamos el otro día. Tú sabes que yo en ayunas no rulo (funciono). De acompañamiento pon lo que tú quieras ¡si son ostras mucho mejor!
—Pero, ¡dime!, ¿qué solución has encontrado?
—Chocho, ¡primero comer y beber!, y después te explico mi idea.
Dolo le concedió el deseo.
Después de vaciar una botella de cava y tragarse dos docenas de ostras, Lola comenzó a rular.
Dolo, mientras tanto, no dejó de leer el poema.
—Pienso que lo mejor… —Lola se calló para encender otro cigarro.
La impaciencia nerviosa de Dolo estaba siendo alimentada con la corta dental de las uñas de su mano derecha.
—… —por fin continuó Lola—. Te decía, chocho, que lo mejor es que me vaya a Buenos Aires —con cada una de estas últimas palabras salpicó el ambiente con espesos golpes de humo—, y lo conozca en persona, ¡ya sabes!, para tantearlo…
—¡Para el carro, para el carro —mosqueadísima—, que te vas a caer!
Lola, sin la más mínima alteración, embargó, en sus tragaderas, el contenido de la casa ostrera y, para celebrarlo, lo ahogó en cava.
—¡Bonita —le piropeaba Dolo—, te dije Bonares, Bo_na_res, no Buenos Aires!
—¡Chocho, es verdad! ¿Cómo me he podido ir tan lejos?
—Mejor será —Dolo en plena resignación— que lo dejemos para cuando estés purgada (limpiar, purificar) de la toxicidad mental recolectada en tantas horas sin descanso.
—Perdona, chocho, ¿y dónde está eso?
—¡Qué más te da! —aflorando irritación—. ¡Venga, dejémoslo!
—¡Un momento! —gritó balbuceando—. ¡Me has hecho venir, sin dormir, para ahora decirme que lo deje! No, no, no. Debo ir a Bue…, no, no, Bonares ¡eso, Bonares! Chocho, debo ir a Bonares para hablar con él, e incluso debería provocarlo.
Dolo resopló desesperación.
—Y —exponía Lola— después de tomarme unas copas con él, le invitaré a que me acompañe a la pitra (cama). ¡Chocho! —la señaló con el índice, bajando el tono de voz—, si me cala (probar) ¡ése golfo no te conviene!
—¡Brillante idea! —gritaba Dolo—. ¡No sé cómo no te nombro mi consejera particular y permanente! ¡Has tenido una idea genial! ¿Qué te parece si te doy una carta de recomendación?
—No, no hace falta —tragó cava—. Yo sé apañármelas solita. No te preocupes que te contaré hasta el más mínimo detalle. ¡Tan poco será para tanto ese Vito! —eructando—. ¡Chocho, qué me gustan las ostras con cava!
—¡Serás capulla y sali…! —Dolo descompuesta—. Yo creía que lo de psicópata sexual eran habladurías de tus amiguitas, pero veo que no. De todas formas, y después de hacerte venir a estas horas, te agradezco que te hayas exprimidos los sesos para ayudarme. ¡Y tú no vas a conocer a Vito! —le gritó—. Anda, vete al dormitorio de al lado y duerme la torta.
Lola se levantó como pudo, y dando tumbos obedeció a Dolo.
—¡Y mea el cava en el inodoro —le gritó Dolo antes de que cruzara la puerta—, que la última vez lo liberaste en la cama! No sé por qué la tengo como amiga íntima.
—Adiós —dijo Lola con tono borrachín. Al salir, se pegó un castañazo en el hombro contra el quicio de la puerta.
Dolo se tumbó en la cama rendida. En el justo momento de cerrar los ojos, oyó:
—¡Aaaaaaaaahhhhhhhhh! —gritó Lola.
Dolo, con el rostro desencajado, corrió temiendo lo peor. Preguntándole antes de verla:
—¿Qué te ha ocurrido?
—¡Hay un violador en la cama! —mantenía el equilibrio agarrada a la manilla de la puerta, sin poder evitar un suave balanceo—. ¡Llama a la policía! —de la manera más cursi, se desvaneció.
Su tata-madre se despertó insultada.
—No te asustes mamá, es Lola que, con la cogorza (borrachera) que tiene, se ha confundido de habitación, y al verte acostada le han entrado alucinaciones. Ayúdame a acostarla.
—¡Y ésta es tu mejor amiguita! —refunfuñó su tata-madre.
Dolo se acostó leyendo el desamor de Vito. Quedándose dormida con las sutiles caricias de los primeros rayos del Sol.
Próximo miércoles 21 de febrero: Capítulo XXX y XXXI
15 enero 2007
CAPÍTULO XXVIII (A las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado).
El portero, durante el trayecto y sin dejar de lloriquear, pensaba: <"Menos mal que tengo copia de las llaves, pero ¿y si hay alguien trabajando? No importa porque como todos tienen algo que ocultar, y yo sé lo que es, si me dicen algo, se la juego como esta me la ha jugado a mí. Haré lo que sea antes de que mi mujer sepa lo que tengo con la hermana>>.
Dolo aparcó en la misma puerta de las oficinas y esperó dentro del Mini mientras él sacaba la fotocopia del expediente de Vito. El alcohol que ingirió, aunque poco, corría su particular maratón sanguíneo, que a mitad de la prueba pidió ayuda a la soñera. Una de las veces que se le desplomaron los párpados, se quedó transpuesta (quedarse algo dormido). Un bronco sonido motorizado la espabiló. El despabilo fue mayor al ver que una moto de la Policía Municipal estaba cruzada delante del Mini. Dolo buscaba al jinete. Se revolvió sobresaltada al ver al policía por el espejo retrovisor, murmurando:
—¡Joder, me está multando!
El policía, al ver la cabeza de ella asomada por la ventanilla, se le acercó; diciéndole:
—No quise romper su sueño que, por la expresión que emitía su cara, debía de ser maravilloso—. Qué, se cree, como todas, que cualquier sitio de la vía pública es un aparcamiento particular, ¿no? —le dijo con chulería y postura de pistolero matón retándose en duelo.
—¡No, no, por Dios! Perdone. Es sólo un minuto. Verá, es que estoy esperando a un amigo que ha entrado ahí —señaló Dolo—, solamente para recoger unos documentos.
—Claro, y eso le da derecho a utilizar la avenida como le venga en gana, ¿no?
Ella agachó la cabeza, intentando pensar cómo rebatir la chorrada que acababa de oír, sin que El Rambo se molestara. Antes de encontrarla recibió otro ramalazo (adversidad que sobrecoge y sorprende…) de voz del representante de la ley:
—Mis preciosos ojos me dicen —carraspeó— que usted es la única que se ha atrevido a obstaculizar el tráfico en la avenida —voz condenatoria—, que por cierto está bajo mi jurisdicción (territorio en que se ejerce) para que el resto de los conductores, que la recorren, no sufran por culpa de la nula educación vial de las niñas pijas.
Dolo, con dos giros de la cabeza, confirmó que efectivamente ella era la única, mientras pensaba:
—<<¡Qué tío más petulante (insolencia, atrevimiento o descaro)! Porque lleva un uniforme se cree con derecho a todo. ¿Qué prueba le habrán hecho para que consiguiera ser policía? Le diga lo que le diga va a continuar diciendo tonterías. En la vena machista que le riega el cerebro le voy a hacer un torniquete (instrumento quirúrgico para contener la hemorragia). ¡Pija, yo pija! Se va a… Será mejor que me calle y pague la multa>>.
—Claro —el poli, pasando de la chulería a chistoso barato—, que si eres inteligente —le enseñó la multa— puedes conseguir que me olvide de este papelito —con pose a lo Jhon Waine, y con insinuante descaro, deslizó lentamente la yema del pulgar de su mano derecha desde una comisura de los labios hacia la otra.
—¿Cuánto de inteligente? —le preguntó, Dolo, mordiéndose, con rabia, el labio inferior.
—Tienes cara de ser muy inteligente. Así que, como dice el dicho: “A buen entendedor, pocas palabras bastan”.
Dolo pensó que si ya no había tenido bastante con todas las patadas en la barriga (disgustos) que le había propinado el portero. Se le encendió la bombilla:
—Gracias, por lo de que tengo cara de inteligente. Si le piropeo vestido de uniforme ¿me pondría otra multa?
—¡Ni mucho menos! —mostró los alquitranados dientes—. Hace una hora me han echado el cuarto de hoy.
Dolo lo veía venir, pensando:
—<"Me he puesto el perfume de siempre; entonces, ¿por qué me vienen hoy todas las moscas cojoneras (persona que incordia, molesta)? Este quiere guerra y la va a tener>>. Dolo se lanzó a la caza:
—Me lo creo... ¿Ustedes se llaman por el nombre o por el número…? —el poli la cortó.
—Me llamo Policarpo Pollatos Reales, pero tú me llamas como mis amiguitas, o sea —acercó la cabeza a la ventanilla, diciéndole bajito—, “Polipollareal” ¡jijijiji!, y no es por las abreviaturas de mi nombre y apellidos ¡jijijiji!
—¿Cómo? —risa falsa.
—Policarpo Pollatos Reales, alias el “Polipollareal”; ¡hasta en el Cuerpo me llaman así! —pensando—: <<¡Otra más para la colección! Pero éste es el mejor cromo (preciosidad) de todos>> —miró a su derecha e izquierda, para cerciorarse de que no había nadie cerca—. ¡Mira, mira! —tocándose los genitales.
A Dolo se le retorcieron los ovarios, pero tragó quina. Respondiéndole:
—No hace falta que se abra la bragueta, el alias (apodo) lo dice todo —pensando—: <<¡Cuándo va a volver el otro gilipollas!>>.
—La verdad —descarado chuleo del poli— que el nombre me abre muchas puertas ¡jijijiji!
—Y, claro, me está proponiendo abrir la mía, ¿no? —rictus baboso del poli—. Así me gustan a mí los hombre ¡venga valiente! vaya al grano —con desparpajo (con soltura, desenfado).
—Para que desaparezca la multita…, pues… —insinuativa mirada maliciosa— me sigues y te llevaré al nidito de amor que, los más machos del Cuerpo, tenemos alquilados, ¡nos cuesta una pasta mensual! Allí podré justificarte mi nombre. Llamaré al —mientras sacaba un móvil del bolsillo del pantalón— teniente Rasco, ¡para avisarle de que voy; estaría feo que nos encontráramos…!; es que, cada mes, sorteamos los días que podemos utilizarlo, y hoy nos corresponde a los dos. Vamos, que lo primero que te voy a hacer, en cuanto lleguemos, es…
Dolo se sonreía.
—… hacerte la prueba de alcoholemia —mirándose las entrepiernas—. Luego…
—¡¿Ahora no está de servicio?! —le interrumpió Dolo.
—¡Pues, por eso! —con descaro—. El picadero (vivienda que se utiliza principalmente para tener relaciones sexuales) lo utilizamos cuando estamos de servicio. En nuestro tiempo libre tenemos que estar con nuestras queridas ¡señoras, claro!
Ella le cortó el impúdico diserto (que habla con facilidad y con abundancia de argumentos) diciéndole:
—Efesstivamente —con desbordada ironía—, eso es lo que yo quería…
La cara del poli rebozaba triunfo.
—… Pero —continuó Dolo— antes pararemos en la comisaría y le regalamos esta grabadora al capitán Joaquín, alias Matapolis…
La cara del poli rebozaba tragedia.
—… para que te dé la insignia de oro y brillantes por ser el Clinton español, aunque sólo seas —le perdió el respeto— un simple fantasma grosero y sádico (obtener placer sexual inflingiendo dolor a otros) municipal —al tiempo que levantaba la grabadora—. ¿Quieres oír la cinta, mariconazo?
—Oiga, señorita —el tono de voz era un pitio llorón, y el sudor le chorreaba por sus pálidas mejillas—, no se ponga así, que lo único que he querido es darle una broma y, es tan guapa, que puede seguir ahí todo el tiempo que quiera. ¿De verdad conoce al capitán Matapolis?
—Es mi tío —le dijo riéndose—. ¿Lo quiere comprobar?
—¡Todo ha sido una broma! —en ese momento el pantalón, a la altura de las entrepiernas, comenzó a humedecerse—. ¡Le he dicho que era una broma! —corrió hacia la moto y saltó sobre la montura de su jaca mecánica, huyendo como un forajido (delincuente habitual que huye de la justicia).
—¡Adiós, camaleón! —le gritó—. ¡Otro puedo incluir…, joder, qué asco! ¡Que día más nauseabundo estoy pasando! Espero y deseo que esto acabe cuanto antes —se compadecía hablándole y dándole golpes con las manos al volante del Mini—. ¡Por fin!
El fantasmón del portero, andando torpemente, se dirigía hacia el Mini. Tenía los nervios desatados. Miraba a todos lados, con los brazos cruzados apretando su pecho, vociferando, sin voz, que bajo la chaqueta ocultaba un delito. Tan desorientado iba que, al entrar en el Mini, se dio un cabezazo contra el techo. Ni se quejó, únicamente dijo:
—Aquí lo tiene todo —entregándole una carpeta de cartón verde, y rascándose la cabeza.
—¿A ver? Espero que esté todo —la abrió inspeccionando los datos de Vito—. Sí, señor, esto es todo, todo, lo que yo quería. ¿Dónde vive?
El trápala, como si le hubiera cortado la pierna un cepo (artificio para cazar), se acordó de toda la familia de Dolo, al descubrir que le había tomado el pelo cuando le dijo que sabía dónde vivía. Pensando:
—<<¡Hija de puta! No tiene ni idea de dónde vivo. ¿Cómo le iba a poner la cinta a mi mujer? Me la ha metido doblada. Mejor será que borre de mi vida el día de hoy>>. Comenzando a hacerlo:
—No hace falta que me lleve —más suave que un niño ocultando una travesura—. ¡Es igual, si yo me quedo aquí mismo! Pero...
Le interrumpió ella con un genio que arañaba:
—Pero ¿qué!
—Que_que_que me dé la cinta, que yo ya he cumplido. ¡Por favor! déme la cinta —con pucheros (gesto que precede al llanto verdadero o fingido).
—¡De eso nada! —el portero la miró más acojonado que una hormiga cuando la cubre la sombra de un zapato—. Le llevaré a casa y le diré a su ciega señora…
Él metió su cabeza entre las rodillas.
—… No se asuste, que no lo voy a traicionar, aunque de buena gana lo haría. Le diré que ha estado trabajando, durante todo el día, para el señor director y que no ha podido comer en casa.
—No por favor —lloriqueaba—. Prefiero que me deje antes de llegar —continuaba lloriqueando—. No quiero que me vea llegar en el coche de un monumento como… —la recorrió con la mirada.
Dolo se descoñaba interiormente:
—<"Será salido. Todavía le quedan ganas de mirarme>>.
El inocentón vociferó suplicando:
—¡Pare aquí!
El frenazo fue tan explosivo como el ruego.
—¡Adiós, camaleón!
—¡No, no, no, por favor, señorita! —exclamó desesperado.
—¿Cómo? —sorprendida.
—Déme la cinta.
—¡Mira! —con reaño (redaño: testículo. En mi tierra: con dos cojones)—. No te voy a entregar la cinta —con cariño desvergonzado—. Si me entero de que, algún día, sales en los telediarios, presentaré esta cinta como prueba a favor de tu mujer. ¿No te da vergüenza engañar… —no terminó.
El portero, con la mala leche saliéndole por los ojos, salió del Mini como si fuera un tullido (que ha perdido el movimiento de su cuerpo o de alguno de sus miembros). Al torcer la esquina, ella le gritó:
—¡Estoy segura de que desde este momento ya no volverás a ser un camaleón!
Dolo aparcó en la misma puerta de las oficinas y esperó dentro del Mini mientras él sacaba la fotocopia del expediente de Vito. El alcohol que ingirió, aunque poco, corría su particular maratón sanguíneo, que a mitad de la prueba pidió ayuda a la soñera. Una de las veces que se le desplomaron los párpados, se quedó transpuesta (quedarse algo dormido). Un bronco sonido motorizado la espabiló. El despabilo fue mayor al ver que una moto de la Policía Municipal estaba cruzada delante del Mini. Dolo buscaba al jinete. Se revolvió sobresaltada al ver al policía por el espejo retrovisor, murmurando:
—¡Joder, me está multando!
El policía, al ver la cabeza de ella asomada por la ventanilla, se le acercó; diciéndole:
—No quise romper su sueño que, por la expresión que emitía su cara, debía de ser maravilloso—. Qué, se cree, como todas, que cualquier sitio de la vía pública es un aparcamiento particular, ¿no? —le dijo con chulería y postura de pistolero matón retándose en duelo.
—¡No, no, por Dios! Perdone. Es sólo un minuto. Verá, es que estoy esperando a un amigo que ha entrado ahí —señaló Dolo—, solamente para recoger unos documentos.
—Claro, y eso le da derecho a utilizar la avenida como le venga en gana, ¿no?
Ella agachó la cabeza, intentando pensar cómo rebatir la chorrada que acababa de oír, sin que El Rambo se molestara. Antes de encontrarla recibió otro ramalazo (adversidad que sobrecoge y sorprende…) de voz del representante de la ley:
—Mis preciosos ojos me dicen —carraspeó— que usted es la única que se ha atrevido a obstaculizar el tráfico en la avenida —voz condenatoria—, que por cierto está bajo mi jurisdicción (territorio en que se ejerce) para que el resto de los conductores, que la recorren, no sufran por culpa de la nula educación vial de las niñas pijas.
Dolo, con dos giros de la cabeza, confirmó que efectivamente ella era la única, mientras pensaba:
—<<¡Qué tío más petulante (insolencia, atrevimiento o descaro)! Porque lleva un uniforme se cree con derecho a todo. ¿Qué prueba le habrán hecho para que consiguiera ser policía? Le diga lo que le diga va a continuar diciendo tonterías. En la vena machista que le riega el cerebro le voy a hacer un torniquete (instrumento quirúrgico para contener la hemorragia). ¡Pija, yo pija! Se va a… Será mejor que me calle y pague la multa>>.
—Claro —el poli, pasando de la chulería a chistoso barato—, que si eres inteligente —le enseñó la multa— puedes conseguir que me olvide de este papelito —con pose a lo Jhon Waine, y con insinuante descaro, deslizó lentamente la yema del pulgar de su mano derecha desde una comisura de los labios hacia la otra.
—¿Cuánto de inteligente? —le preguntó, Dolo, mordiéndose, con rabia, el labio inferior.
—Tienes cara de ser muy inteligente. Así que, como dice el dicho: “A buen entendedor, pocas palabras bastan”.
Dolo pensó que si ya no había tenido bastante con todas las patadas en la barriga (disgustos) que le había propinado el portero. Se le encendió la bombilla:
—Gracias, por lo de que tengo cara de inteligente. Si le piropeo vestido de uniforme ¿me pondría otra multa?
—¡Ni mucho menos! —mostró los alquitranados dientes—. Hace una hora me han echado el cuarto de hoy.
Dolo lo veía venir, pensando:
—<"Me he puesto el perfume de siempre; entonces, ¿por qué me vienen hoy todas las moscas cojoneras (persona que incordia, molesta)? Este quiere guerra y la va a tener>>. Dolo se lanzó a la caza:
—Me lo creo... ¿Ustedes se llaman por el nombre o por el número…? —el poli la cortó.
—Me llamo Policarpo Pollatos Reales, pero tú me llamas como mis amiguitas, o sea —acercó la cabeza a la ventanilla, diciéndole bajito—, “Polipollareal” ¡jijijiji!, y no es por las abreviaturas de mi nombre y apellidos ¡jijijiji!
—¿Cómo? —risa falsa.
—Policarpo Pollatos Reales, alias el “Polipollareal”; ¡hasta en el Cuerpo me llaman así! —pensando—: <<¡Otra más para la colección! Pero éste es el mejor cromo (preciosidad) de todos>> —miró a su derecha e izquierda, para cerciorarse de que no había nadie cerca—. ¡Mira, mira! —tocándose los genitales.
A Dolo se le retorcieron los ovarios, pero tragó quina. Respondiéndole:
—No hace falta que se abra la bragueta, el alias (apodo) lo dice todo —pensando—: <<¡Cuándo va a volver el otro gilipollas!>>.
—La verdad —descarado chuleo del poli— que el nombre me abre muchas puertas ¡jijijiji!
—Y, claro, me está proponiendo abrir la mía, ¿no? —rictus baboso del poli—. Así me gustan a mí los hombre ¡venga valiente! vaya al grano —con desparpajo (con soltura, desenfado).
—Para que desaparezca la multita…, pues… —insinuativa mirada maliciosa— me sigues y te llevaré al nidito de amor que, los más machos del Cuerpo, tenemos alquilados, ¡nos cuesta una pasta mensual! Allí podré justificarte mi nombre. Llamaré al —mientras sacaba un móvil del bolsillo del pantalón— teniente Rasco, ¡para avisarle de que voy; estaría feo que nos encontráramos…!; es que, cada mes, sorteamos los días que podemos utilizarlo, y hoy nos corresponde a los dos. Vamos, que lo primero que te voy a hacer, en cuanto lleguemos, es…
Dolo se sonreía.
—… hacerte la prueba de alcoholemia —mirándose las entrepiernas—. Luego…
—¡¿Ahora no está de servicio?! —le interrumpió Dolo.
—¡Pues, por eso! —con descaro—. El picadero (vivienda que se utiliza principalmente para tener relaciones sexuales) lo utilizamos cuando estamos de servicio. En nuestro tiempo libre tenemos que estar con nuestras queridas ¡señoras, claro!
Ella le cortó el impúdico diserto (que habla con facilidad y con abundancia de argumentos) diciéndole:
—Efesstivamente —con desbordada ironía—, eso es lo que yo quería…
La cara del poli rebozaba triunfo.
—… Pero —continuó Dolo— antes pararemos en la comisaría y le regalamos esta grabadora al capitán Joaquín, alias Matapolis…
La cara del poli rebozaba tragedia.
—… para que te dé la insignia de oro y brillantes por ser el Clinton español, aunque sólo seas —le perdió el respeto— un simple fantasma grosero y sádico (obtener placer sexual inflingiendo dolor a otros) municipal —al tiempo que levantaba la grabadora—. ¿Quieres oír la cinta, mariconazo?
—Oiga, señorita —el tono de voz era un pitio llorón, y el sudor le chorreaba por sus pálidas mejillas—, no se ponga así, que lo único que he querido es darle una broma y, es tan guapa, que puede seguir ahí todo el tiempo que quiera. ¿De verdad conoce al capitán Matapolis?
—Es mi tío —le dijo riéndose—. ¿Lo quiere comprobar?
—¡Todo ha sido una broma! —en ese momento el pantalón, a la altura de las entrepiernas, comenzó a humedecerse—. ¡Le he dicho que era una broma! —corrió hacia la moto y saltó sobre la montura de su jaca mecánica, huyendo como un forajido (delincuente habitual que huye de la justicia).
—¡Adiós, camaleón! —le gritó—. ¡Otro puedo incluir…, joder, qué asco! ¡Que día más nauseabundo estoy pasando! Espero y deseo que esto acabe cuanto antes —se compadecía hablándole y dándole golpes con las manos al volante del Mini—. ¡Por fin!
El fantasmón del portero, andando torpemente, se dirigía hacia el Mini. Tenía los nervios desatados. Miraba a todos lados, con los brazos cruzados apretando su pecho, vociferando, sin voz, que bajo la chaqueta ocultaba un delito. Tan desorientado iba que, al entrar en el Mini, se dio un cabezazo contra el techo. Ni se quejó, únicamente dijo:
—Aquí lo tiene todo —entregándole una carpeta de cartón verde, y rascándose la cabeza.
—¿A ver? Espero que esté todo —la abrió inspeccionando los datos de Vito—. Sí, señor, esto es todo, todo, lo que yo quería. ¿Dónde vive?
El trápala, como si le hubiera cortado la pierna un cepo (artificio para cazar), se acordó de toda la familia de Dolo, al descubrir que le había tomado el pelo cuando le dijo que sabía dónde vivía. Pensando:
—<<¡Hija de puta! No tiene ni idea de dónde vivo. ¿Cómo le iba a poner la cinta a mi mujer? Me la ha metido doblada. Mejor será que borre de mi vida el día de hoy>>. Comenzando a hacerlo:
—No hace falta que me lleve —más suave que un niño ocultando una travesura—. ¡Es igual, si yo me quedo aquí mismo! Pero...
Le interrumpió ella con un genio que arañaba:
—Pero ¿qué!
—Que_que_que me dé la cinta, que yo ya he cumplido. ¡Por favor! déme la cinta —con pucheros (gesto que precede al llanto verdadero o fingido).
—¡De eso nada! —el portero la miró más acojonado que una hormiga cuando la cubre la sombra de un zapato—. Le llevaré a casa y le diré a su ciega señora…
Él metió su cabeza entre las rodillas.
—… No se asuste, que no lo voy a traicionar, aunque de buena gana lo haría. Le diré que ha estado trabajando, durante todo el día, para el señor director y que no ha podido comer en casa.
—No por favor —lloriqueaba—. Prefiero que me deje antes de llegar —continuaba lloriqueando—. No quiero que me vea llegar en el coche de un monumento como… —la recorrió con la mirada.
Dolo se descoñaba interiormente:
—<"Será salido. Todavía le quedan ganas de mirarme>>.
El inocentón vociferó suplicando:
—¡Pare aquí!
El frenazo fue tan explosivo como el ruego.
—¡Adiós, camaleón!
—¡No, no, no, por favor, señorita! —exclamó desesperado.
—¿Cómo? —sorprendida.
—Déme la cinta.
—¡Mira! —con reaño (redaño: testículo. En mi tierra: con dos cojones)—. No te voy a entregar la cinta —con cariño desvergonzado—. Si me entero de que, algún día, sales en los telediarios, presentaré esta cinta como prueba a favor de tu mujer. ¿No te da vergüenza engañar… —no terminó.
El portero, con la mala leche saliéndole por los ojos, salió del Mini como si fuera un tullido (que ha perdido el movimiento de su cuerpo o de alguno de sus miembros). Al torcer la esquina, ella le gritó:
—¡Estoy segura de que desde este momento ya no volverás a ser un camaleón!
Próximo miércoles 14 de febrero: Capítulo XXIX