06 noviembre 2006

 

CAPÍTULO X (Si arrías las velas de tu imaginación, quedarás varado en el mar de la monotonía - jibr).

En cuanto ella cerró la puerta, Vito, comenzó a susurrar sus pensamientos:
—Por un momento pensé que se iba a quedar para verme cambiarme. Cómo no le gusta nada a ésta los tíos. Lo que no sabe la Dolo es que yo no le voy a enseñar mi… Su especialidad seguro que son los trombones, ¡jejejeje! Estoy reventado —estuvo tumbado en la cama dos segundos. Con ímpetu se levantó dirigiéndose hacia donde estaba la ropa—. ¡Coño! —exclamó al coger la chaqueta—. No pesa nada. Parece que es de… —miró la etiqueta—. ¡Un Armani! Lo que yo digo… tiene la chaveta (cabeza) perdida, si no… Piénsalo bien Vito —mientras se vestía—… Llegas por primera vez a una cafetería donde descubres que está trabajando la tía más guapa del mundo, ¡joder si es guapa!, y sin conocerte de nada se enrolla contigo, te invita, se gasta una pasta en el almuerzo, se da maña para meterte en su apartamento… —se rascaba la coronilla—, te compra ropa cara, a ti, que eres un paleto en paro… ¿No te has percatado de las amistades que tiene? Tío, tú no eres tanto como para volver loca a ese monumento. ¡Qué mamahostia eres! Te la estás jugando…
—¿Hablabas solo? —entró sin llamar.
—No —pensó rápidamente en una salida—. Cantaba.
—Así me gusta, que estés contento. Ya me cantarás a mí, pero ahora lo primero es lo primero, camina para que vea como te queda.
—¿Así? —disimulaba su pensar—: <"Ha entrado sin llamar. ¡Estará ésta acostumbrada a tener a tiparracos aquí! Esta noche le echo la llave a la puertecita y le pongo una tranca si hace falta>>.
—¡Vale! Únicamente le tengo que coger un poquito al largo del pantalón. Ven conmigo.
—¿Me quito el traje?
—No, no.
—Te sigo —movía la cabeza de un lado para otro—: <<¿Dónde me llevará ahora? A la calle no, porque está esperando a los dos… Ha entrado en otra habitación. Será la suya. ¿No querrá ésta jaleo ahora? Entre el vino, las ostras, y con esta percha soy capaz de olvidarme hasta de quién soy>>.
La habitación era una sala de costura. Disponía de todo lo necesario para confeccionar cualquier prenda de vestir. De un coqueto costurero, sacó un acerico (almohadilla para clavar en ella alfileres y agujas) del que desclavó varios alfileres, y se arrodilló junto a él.
Vito pensó:
—<<¿Para qué quiere ésta todo esto? Claro, aquí se harán los trajes de camuflaje para no ser reconocidos en los trabajitos mafiosos>>.
—No te muevas —le ordenó Dolo.
La manipulación de ella en los perniles le puso a Vito los vellos de punta, y algo más. Él apretó los dientes intentando impedirlo, rogando mentalmente:
—<<¡Huyyy, cómo se está poniendo! Que no se dé cuenta, por favor, que no se dé cuenta>>.
—Ya he terminado. Qué tenso estás. Relájate. Quítate los pantalones que los voy a arreglar.
Vito la miró. Sin moverse, sólo para rascarse el lóbulo de la oreja izquierda. Esperaba que ella se marchara.
—¡No me digas que te da vergüenza quitarte los pantalones delante de mí! ¡Venga, tonto!, o ¿es que no llevas calzoncillos? Tampoco me voy a asustar —el canto del video-portero lo salvó—. Voy a abrir, pero vuelvo enseguida —salió de la habitación sin cerrar la puerta.
—¿Seguro que sabes hacerlo? —le dijo Vito, pero ella no le oyó. Mientras se quitaba el pantalón conjeturaba (formar juicio de algo por indicios y observaciones)—: ¡Lo que yo pensaba, es una desvergonzada! Me está tirando de la lengua. Que siga jugando con fuego que se quemará. Todavía estoy medio embalao, ¡y quería que me quitara el pantalón delante de ella! ¡Ya comerás —mirándose las entrepiernas— otro día, porque esa carne ya ha sido boqueada por muchos! ¿No me quedará un pernil más alto que otro? —dijo en el momento que ella volvió.
Dolo lo miró asesinamente, extendiéndole la mano para que él le diera el pantalón.
Con la rapidez de un mago realizando un juego de magia, le lanzó el pantalón, a la vez que cogía un cojín para ocultarse los calzoncillos.
Ella le iba a decir algo, cuando sonó el timbre de la puerta. Presurosa se marchó.
—¡Pasad! —si ya estaba alterada con Vito, la llegada de los primos la enfureció. Sin esperar que se sentaran preguntó—: ¿Quién es ese hijo de puta? —gritaba—¡Decídmelo, que ahora mismo voy y lo capo!
Vito, que salía dirigiéndose a su habitación para ponerse los otros pantalones, paró en seco en la misma puerta de su habitación, al oírla disparatar.
—Pero ¿por qué a mí? —no paraba de dar vueltas por el salón—. ¿Por qué hacerme fotos a mí para venderla a alguna revista del corazón? —pensó durante un rato sin encontrarle explicación—. ¿Cómo os habéis enterado?
Vito continuaba, con atención bíblica, el culebrón.
—Estábamos probando —respondían los dos primos al unísono— el último modelo de rastreador y localizador de llamadas telefónicas.
—¡Ya! —la mirada que les echó les obligó a torcer la cabeza para esquivarla—. Creéis que me chupo el dedo, ¿verdad? Lo que buscabais es lo de siempre, ¡guarros, que sois unos guarros! ¡Decidme, de una puta vez, quién es!, oooo ¿essss… —los miraba con amenazadora malignidad— que no lo habéis localizado? —las cabezas, de los dos, le respondieron—. Pero si me dijisteis que lo habíais visto —furiosa—, ¡no es cierto? —la expresión tontaina de sus caras la enfureció más—. ¡Pensabais que yo me iba a quedar tan tranquila al enterarme, por eso me engañasteis! No puedo fiarme ni de vosotros. Sois dos casos perdidos. Tengo que solucionar esto como sea… —discurría mientras daba tres pasos y se volvía—. ¡Seguro que con las pocas pistas que tenéis, cualquiera que tenga dos dedos de frente, lo localiza! ¿Quién es el mejor detective privado que hay en la Tierra? No, en la Tierra no, en el Universo —les preguntó de sopetón—. Pensadlo bien, pero sin perder un segundo, porque si os equivocáis hago una llamadita a Sicilia y…
—No, prima, no lo hagas —casi lloriqueaban—. ¡El Nabu! —exclamaron los dos inocentes sebosos.
—¡Seréis ordinarios! —Dolo desquiciada.
—Prima ¡Na_bu, Na_bu! —los dos aclararon rápidamente—. Es de Nabucodonosor. Y como él dice: “Investigador de día, y por la noche deshollinador”.
—¿Deshollinador? —extrañadísima—. ¿Qué quiere decir con eso?
—Prima, mejor no te lo decimos —los dos marcaron sonrisa.
—¡Con qué gentuza andáis! —cabreadísima—. ¡Ése fulano no es…!
—¡Prima, que sí —le interrumpieron—, que Nabucodonosor es el mejor!
Vito, seguía estático, no daba crédito a lo que estaba oyendo. Respiraba aceleradamente. Tenía la mano derecha apoyada en la jamba pero daba la impresión de que la quería arrancar. El sudor explosionó de su frente; pensando:
—<<¡Dios mío, en que lío me he metido! ¡Ay, mi madre! ¿Dónde voy yo ahora? No me puedo marchar. Sicilia, Sicilia, ¡claro, mafia, mafia pura! ¡De ésta no salgo! ¡Vito, eres un capullo!>> —se insultó.
La voz de ella lo volvió a meter en el ajo:
—¡Vito, me das los pantalones de una vez, o tengo que ir a quitártelos! —le gritó desde el salón.
Él corrió acongojado hacia el salón.
—Si, si, ¡ya te los di! —la borrachera de preocupación le hizo olvidar que allí había más gente. Al descubrirlo dijo con pusilanimidad—: Bu_bu_bueeenas noches.
Los dos se rieron por lo bajini.
—¿Queréis que os dé otra vez? —los amenazó Dolo. Vito deseaba esfumarse—. ¡Bonitos calzoncillos! —exclamó ella—. ¡Estoy de los nervios! —mirando el pantalón.
—Me gustaría ducharme —le dijo a ella, con tono de perdona-vidas.
—¡Desde luego! Es una buena idea. Así mientras yo termino de hablar con estos y arreglo el pantalón, tú te duchas. Aprovecha y relájate de una vez, porque, ¡anda que vaya disfraz de tensión que tienes! Tanto el albornoz como las toallas están limpios. Si no encuentras algo me llamas —le dijo mientras él se alejaba—. Y ustedes, encontrad, esta misma noche, a ese Nobucodonosor, ¡vaya nombrecito! ¡Espero que hayáis acertado con la elección! Está en juego mi felicidad ¡y vuestras vidas! —los dos se estremecieron—. ¡Vaya nombrecito el del muchacho! Le dais lo que pida. ¡Ojo! —los dos respingaron al oírla—. Cuando acabe el trabajo, ¡eh!, que ustedes sois capaces de pagarle por adelantado. Explicadle muy bien lo que tiene que hacer. Detalladle todo lo que os acordéis del cabronazo ése. Cualquier insignificancia que recordéis, por muy tonta que os parezca. Cuando descubra de quién se trata que no diga nada a nadie. Me traéis al Nabo ese, ¡joder, con el nombre! —los dos reían—. ¡Os voy a…! Me lo traéis para que yo hable con él, y le dé instrucciones de lo que tiene que hacer. ¿Me habéis oído bien?
Los dos asintieron con la cabeza.
—¡Andando, que es gerundio! —les ordenó ella.
Después de despedirlos en la puerta, Dolo se dirigió a la sala de costura para arreglar los pantalones.
Hoy miércoles 22 de noviembre: Capítulos X, XI y XII

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