06 noviembre 2006
CAPÍTULO XII (A mis hermanos: Miguelángel, Franciscojavier y Jesusmaría
El sobresalto experimentado por Vito al oír gritar a la puerta, ligado con su deseo de no verla, dio a su voz vacaciones. Única forma de contestarle a ella que estaba dormido y que se marchara. Sabía que, si entraba, caería en la tentación de traicionar sus sentimientos. El interminable silencio, aderezado (aliñado) con el, para él, equívoco deseo de volver a tener cerca a la mujer de sus sueños, estaban incitando a su ego hacia la perfidia (traición). Nueva batalla mental—: <"No seas tan respetuoso con tus ideales, que a la postre (al final) te arrepentirás. Ábrele de una vez, y como tío macho te la tiras. ¡Claro, hombre!, cuando la recuerdes piensa que es sólo una puta>> —con chulos andares se dirigió hacia la puerta. El freno se lo echó la voz de ella:
—No voy a pasar —le gritaba—. Espero que no estés dormido. Únicamente quería decirte que te llamaré a las seis para que tengamos tiempo de desayunar juntos. Te acercaré en mi coche. Por si con las prisas se me olvida, te ruego que cuando finalices la entrevista me llames al número que te dejé en la cocina —cacao diarreico sensorial el que le entró a Vito—. Una petición más —él concentró todo su sentido del oído—; me encantaría, salga como te salga la entrevista, que antes de marcharte nos diéramos un baño en la piscina y almorzáramos aquí en la terraza. Buenas noches —pasado un racimo de segundos, al no tener respuesta, se marchó pensativa a su dormitorio.
—Haz hecho muy bien —se decía él—. Mucho mejor recordarla de esta forma, y no por un polvo falso —volvió a la cama. Apagó la luz. Cerró los ojos. Continuando—: Que no se me olvide coger el número de teléfono de la cocina. Me ha gustado el detalle del baño y la comida. Seguro que también me ha comprado un bañador y lo tiene guardado. No quiero pensar que no lo tenga y me diga que me bañe en bolas. Vito, ¿quieres dejar de comerte más el coco?; no ves que la única obsesión que tiene es follarte. Es verdad, es verdad, cómo se me puede olvidar. Le daré una lección. Espera un momento…, ¿qué haría en esa habitación? ¡Escucha, escucha! Está en el cuarto de baño, se oye el grifo. ¿Se desnudará allí, o en el dormitorio? Te estás comportando como un salido. Es que la hija de la gran puta me ha puesto a mil. Duérmete de una vez que mañana puede ser el día más importante de tu vida. No sé si será bueno que me contraten; lo de llegar y topar no me gusta. Los gitanos nunca quieren buenos principios. Seguro que es para cubrir expediente. No vuelvo más a Madrid ni muerto de hambre. ¡Venga! —se dio un cachete—. Duérmete de una vez. Me va a costar, porque se me olvidó el transistor. ¡Esto de haberme acostumbrado a dormirme con “El Larguero!”.
En el cuarto de baño, Dolo, se lavaba los dientes en porreta (en cueros). Movimientos dentífricos descontrolados, sin dejar de mirarse en el espejo sobre el lavabo, acompañaban sus pensamientos:
—<"Su mirada me lo decía. Esa mirada que tiene no engaña a nadie. Transmite limpieza, tranquilidad, confianza, amor, y todo lo que deseo en la vida, pero está claro que no le gusto. ¿Qué habré hecho para que no le guste? ¿O es mi cuerpo?>> —al no verse de cuerpo entero, rápidamente se enjuagó la boca, y se subió al costado de la bañera. Obtuvo un retrato desde la coronilla hasta los zancajos (parte del pie donde sobresale el talón). Ni el mejor equilibrista se hubiera movido, como ella, buscando posturas. Parecía que estaba rodando un anuncio publicitario de “Corporación Dermoestética”; diciéndose—: La verdad es que me veo muy bien. No debo olvidar que hay gustos para todo. ¿Tendrá el gusto perdido? No creo, porque cuando me vio en la cafetería su expresión no fue de asco que digamos. Mañana lucharé, a brazo partido si hace falta, para que me diga qué es lo que no le gusta de mí. Primer paso, comenzaré contándole mi vida —continuaba cambiando de poses ante el espejo—. Segundo paso, que me pregunte todo lo que quiera saber sobre mí y mi familia. Tercer paso, le diré que no me importa lo más mínimo que no tenga trabajo ni dinero ni cualquier motivo que quiera interponer entre nosotros. Mira que soy tonta, sólo le diré que su mirada, que es el espejo del alma, me ha dicho que es un tío cabal y para mí eso es lo más importante de una persona. ¡Virgencita, que mañana consiga el trabajo! De esa forma no se marchará. ¡Nooo! —resbaló—. ¡Aaaaahhhhh, aaaahhhh, aaahhh! —dolorida se retorcía en el suelo, con las manos apretándose el chochi. Al resbalar había caído escarranchada (muy abierta de piernas) sobre el lateral de la bañera. Con horrible dolor se levantó, para inmediatamente refrescárselo en el bidé (sanitario ovalado para el aseo de los genitales)—. Vito ni ha aparecido —se decía quejosamente—. Dormirá como un tronco, ¡si no se enteró cuando llamó el mensajero! ¡Anda que si me rompo la crisma (cabeza), lo hubieran acusado de mi asesinato! ¡Ay, cómo me duele! ¡Mira que si…, mejor ni lo compruebo! —con las ingles apretadas caminó hacia un ropero de mimbre. Abrió la puerta, que le sirvió de muleta. No se decidía por ningún pijama—. Éste no, que hace mucho calor. Éste tampoco porque… —oyó su móvil que lo había dejado en el dormitorio. Descolgó una bata de seda, color naranja pastel, poniéndosela camino del dormitorio. Ni se preocupó. Tener llamadas a deshoras, para ella, era habitual.
Vito, que negociaba con Morfeo, al oír los quejidos de Dolo no pudo contenerse:
—¡Qué tía, cómo no le he inoculado (introducido) mi antitérmico, se está masturbando, es una ninfómana (furor uterino en la mujer o en la hembra) desequilibrada! Gracias a que no lo he hecho con ella porque, si caigo en la tentación, no vuelvo a casa. ¿Cómo voy a coger el sueño?
En el justo momento en el que firmaba el acuerdo con Morfeo, el Séptimo de Caballería le provocó una esquizofrénica temblequera. Exclamando por lo bajini:
—¡Hala, a que horitas la llaman! Me apostaría el gañote a que es el chulo para se vaya a exhibir el bolsito en las esquinas. Lo que se hizo en el baño ha sido el precalentamiento. Mejor será que obedezca al chulo, si no se presentará aquí y… ¡no quiero ni pensarlo! Por qué se me ocurriría venir a Madrid. Si salgo de ésta, le pongo una docena de velas a la Virgen del Rocío. Mañana tararí que te vi y si te he visto no me acuerdo. Vaya suerte la mía. Encuentro a mi diosa y tengo que olvidarla porque es una degenerada. Degenerada, mafiosa, traficante, camarera, puta, vidente, malhablada, macarra, calienta…, y… Mejor olvidarla. No me sorprendería que hasta cobrara el paro. Debería denunciarla. ¿Más problemas? Vito, estás perdiendo el norte —mucho practicar examen de conciencia, con golpes de pecho incluido, pero se levantó para oír a Dolo. El dolor de la oreja sobre la puerta, le hizo tocar retirada. No oyó nada. Volvió a tumbarse en la cama. De nuevo citó a Morfeo para negociar.
Dolo atendió la llamada:
—¿Sí? —preguntó Dolo.
—…
—¡Bingo! ¿Estáis con él?
—…
—¿Qué os ha dicho?
—…
—¡Dile al guarro de mierda ése, qué sólo dinero, que si necesita deshollinar a alguien que se lo haga a su gran… madre, que seguro que es una santa, pero vaya regalito que ha parido!
El pulcro diálogo produjo un silencio. Dolo caminaba nerviosamente por la habitación, pensando—: <"Será guarro el tío. Si éste es el mejor detective… Éste no es capaz de encontrarse ni el agujero del culo. Vaya fichaje que me han buscado esos dos inútiles>>.
—…
—Dime.
—…
—¡Que aunque sea un limpiado rápido! ¡Pásale el móvil ahora mismo a ese salido!
—… —habló Nabucodonosor.
—¡Oye, Nabucodonosor de mierda, si quieres desahogarte fóllate un erizo! Quie…
—…
—¡Ni mala hostia, ni desagradable! ¡Escúchame atentamente, marica! Te lo...
—…
—¡Cómo vaya para allá te voy a meter tus huevos por el culo! ¿Puedes hacer el trabajo, o busco a otro?
—…
—¡Bien! Te daré el dinero cuando me demuestres que lo has encontrado.
—…
—¡Menos chuleo, fanfarrón! No te daré ni un céntimo hasta que encuentres a ese capullo.
—…
—¡Joder, qué plasta! ¡Ni adelanto, ni polla en vinagre, o lo tomas o lo dejas!
Mientras oía un nuevo silencio, Dolo se sentó a los pies de la cama. Únicamente se oían los golpecitos nerviosos de sus pies contra el suelo.
—… —habló uno de sus primos.
—¿Qué ha decidido ese burraco (nula educación)?
—…
—O.K. No quiero volver a hablar con esa escoria (deshecho) humana hasta que encuentre al fotógrafo. ¿Has oído bien? Mira que os conozco como si os hubiera parido.
—…
—Y no lo perdáis de vista ni un segundo. Adiós —tiró el móvil sobre la cama, y a continuación se lanzó ella, quedando en posición despatarrada y acariciándose el chumino (genitales femeninos) para aliviar el dolor del coñazo que se dio en la bañera.
¿Creen que Vito había conseguido camelarse a Morfeo? Pues no. Dos segundos llevaba en la cama cuando su curiosidad lo envalentonó, hasta el punto de pegar la oreja en la puerta del dormitorio de Dolo. Con la oreja más colorada que un tomate, corrió de puntillas al oír despedirse a ella. Se metió en la cama a toda pastilla. Volviendo a su vía crucis particular:
—¡Madre mía, qué ejemplar! En mi vida había escuchado tantos insultos en tan poco tiempo, y dichos por la misma persona. ¿Dónde se habrá educado ésta? Mucho dinero, pero muy poca vergüenza. ¡Vaya prenda está hecha! Debería entrar en los Guinnes. ¡Pobre fotógrafo! Cómo lo localice el Nabucodonosor, esta salvaje lo capa con una cuchilla de afeitar. Joder, se me ponen los vellos de punta nada más pensarlo. Por mucho que me guste tengo que olvidarla. Físicamente rompe todos los esquemas, pero sus modales son exactamente los que yo no le soportaría a ninguna mujer, y menos a la mía. Sin embargo, tengo que reconocer que el beso que me ha dado ha sido inolvidable. ¡Qué pena que tenga esa forma de ser! ¡Coño, las dos y sin pegar ojo! Tengo que conseguir dormir, si no, mañana en la entrevista van a creer que he estado toda la noche de cachondeo. ¿Quién se va a creer lo que me está pasando? —se dio media vuelta, puso una postura fetal, y apagó la luz.
Dolo, en la cama:
—¡Uffffff, las dos y mañana hay que levantarse a las seis! No puedo quitarme de la cabeza a Vito. ¿Por qué me habrá rechazado?, o es que no puede porque es ... Pero ¡qué estoy pensando!, de marica nada de nada, y menos impotente, que ya sentí en mis cachas (nalgas) que no lo es, al contrario, si no empujo hacia atrás me tira de bruces (tendida boca abajo). Entonces…, ¿por qué me abrazó con tanta ternura? ¡Y el beso! Ese beso no es un beso cualquiera. Tiene que atraer mucho una persona para poder dar un beso como ése. Sigo sin entender nada. Si viniera ahora se lo preguntaría.
Imposible pregunta, porque Morfeo sí se acostó con ella, quedándose dormida encima de la cama.
Vito encendió la luz. El insomnio lo estaba martirizando. Una vuelta hacia la izquierda, una vuelta hacia la derecha, otra, otra, y otra, diciéndose:
—Las tres, y sigo sin pegar ojo. Necesito dormir. Debería estar preocupado por la entrevista, pero no soy capaz de quitarme del pensamiento a esa… No sé cómo definirla ya. Sólo Dios sabe cómo me he enamorado de ella. Seguro que está dormida como si nada hubiera pasado. ¿Será verdad que mató a tres tíos? ¿Y si estuviera en la habitación que no me ha querido enseñar? Voy a comprobarlo. Así descubro lo que hace allí —con sumo cuidado se levantó. Iba en calzoncillos y descalzo. Se dirigió a la habitación fantasma y, con la habilidad de Tom Cruisse en sus Misiones Imposibles la abrió lo justo para poder ver que no estaba Dolo, más que nada porque la luz estaba apagada. Cerró la puerta con más cuidado del que la abrió. En estado de inmovilidad total, miró a la puerta de la habitación de Dolo; pensando—: <<¿Y si entro en su dormitorio? Me pueden ocurrir dos cosas: Una, que me cape a mí en lugar de al Nabucodonosor, y otra, que me invite a la cama. No, no, que si entro seguro que caigo y no quiero. Piensa Vito, ¿y si no está porque se ha marchado a trabajar para que su chulo no la marque? Está claro que no me iba a decir, “Adiós, Vito, que me voy un rato a trabajar de puta”. ¡Por favor, que lleguen las seis, ya! No aguanto más>> —totalmente amargado volvió a su habitación, empujó la puerta que la había dejado entreabierta, y cuando iba a cerrarla se arrepintió. Con rabia volvió a la puerta del dormitorio de Dolo. El ceño tenso. Las orejas, coloradas, despedían fuego por tanta tensión. Las palpitaciones se notaban desde lejos. Las piernas rígidas. Los andares eran como los de Frankenstein. La parada, al llegar a la puerta, pareció más larga que la de un alabardero (guardia de honor de los reyes de España) de servicio. Lentamente comenzó a acercar la mano, temblorosa perdida, al pomo de la puerta. Aguantó la respiración al comenzar a girarlo, más despacio que el segundero de un reloj solar. Cuando la cerradura liberó la puerta, la desplazó dándole un pequeño, pero tenso, empujón, dejando una abertura como el canto de un folio que le alertó de que la luz estaba encendida. Prueba irrefutable (que no se puede contradecir) de que allí estaba Dolo. Hizo ademán (gesto) de cerrarla. No tenía claro si continuar o salir pitando de allí. Pero, como siempre, su deseo de verla volvió a traicionar su voluntad de olvidarla—: <"Después, de perdido, al río —detuvo la puerta, a la mitad del vuelo que daba—. ¡Diooossssss! —exclamación mental. Cerró los ojos un instante; al abrirlos clavó su mirada en un punto concreto de la habitación. Los párpados paralizados. Las pupilas más dilatadas que la vulva (partes que rodean y constituyen la abertura externa de la vagina) que parió a la Tierra. Una mano en el bastidor y la otra seguía en el pomo—. ¡Qué cosa más bonita! Ni Goya, en su mejor momento, hubiera sido capaz de pintar tanta belleza —Dolo dormía de lado con la bata entreabierta a la altura de los muslos, debido a que tenía las piernas flexionadas. Las palmas entre la almohada y su mejilla. Vito se sobresaltó al ver que Dolo se movió, pero no hizo ninguna intención de marcharse. Estaba paralizado. Ni la contemplación de la mejor obra de arte podría conseguir tal estado de abstracción. La causa de que Dolo se moviera dormida fue para tenderse de espalda, colocar los brazos en cruz, y estirar y abrir las piernas totalmente, ocasionando que la bata se le abriera quedando al aire todo el anverso de su cuerpo—. ¡Dios mío, qué cruz! —pensaba sin dejar de mover la cabeza—. Qué color de piel más bonito… Lechoso-nórdico, como a mí me gusta. El pelo es el idóneo para su físico. Los ojos, las orejas, la nariz y la boca, forman la cara más perfecta que pueda parir madre. Los hombros, los brazos, las manos y los pechos, que por cierto ya se los he visto, pero ahora sí que veo la perfecta simetría que tienen, hacen que su torso sea perfecto. ¡Cuántos lunares! —obligó su vista—. El que más me gusta es el que tiene debajo del ombligo. La verdad es que me gustan todos. No es la mujer diez, es la mujer matrícula de honor. ¡Y el vientre! Ese ombligo tan perfecto me hace sentir celos de su cordón umbilical. La cintura estrecha, dando realce a sus caderas, no la podría moldear ni Miguel Ángel. ¡Vaya lo que viene ahora! —su innato pudor (honestidad, recato, vergüenza) le decía que no mirara. Tímidamente miró de soslayo (oblicuamente)—. ¡Vaya, toalla! Se nota que se lo cuida: vellos claros, casi del color de su melena, cortos, nada espesos, formaban un lindo tapiz de la anchura de dos dedos —el rubor le asfixiaba—. ¡Coño, lo tiene amoratado! —agitó bruscamente la cabeza—. ¿Cómo lo hará esta criatura? Seguro que en el baño tiene un artilugio de esos que utilizan en las…, ¿cómo será, para hacerle ese cardenal? —se le quitaron las ganas de seguir el reconocimiento—. ¡Qué pena de muchacha!>>.
En ningún momento expresó deseo. Al contrario, lo único que sentía era pena por tenerla tan cerca y no poder, por su carácter, compartir con ella su vida. Del estado contemplativo, puro como la santidad, pasó a un estado de amargura real, coma la vida misma. Sufriendo la mayor desilusión de su vida, se marchó a su dormitorio, no sin antes apagar la luz y cerrar la puerta con la misma delicadeza con que la abrió. Acostándose en la cama, con la misma postura que dejó a Dolo, volvió por sus fueros:
—<"Lo que me está ocurriendo no puede ser real. No tiene ningún sentido. ¿Cómo, una mujer, sin conocerme, me puede meter en su casa? ¿Le faltará una marea? Lo que me faltaba por descubrir. Vito, no cierres…>>.
La inhumana prueba de su Yin-Yang (lucha interna entre lo bueno y lo malo), fulminó a su insomnio.
—No voy a pasar —le gritaba—. Espero que no estés dormido. Únicamente quería decirte que te llamaré a las seis para que tengamos tiempo de desayunar juntos. Te acercaré en mi coche. Por si con las prisas se me olvida, te ruego que cuando finalices la entrevista me llames al número que te dejé en la cocina —cacao diarreico sensorial el que le entró a Vito—. Una petición más —él concentró todo su sentido del oído—; me encantaría, salga como te salga la entrevista, que antes de marcharte nos diéramos un baño en la piscina y almorzáramos aquí en la terraza. Buenas noches —pasado un racimo de segundos, al no tener respuesta, se marchó pensativa a su dormitorio.
—Haz hecho muy bien —se decía él—. Mucho mejor recordarla de esta forma, y no por un polvo falso —volvió a la cama. Apagó la luz. Cerró los ojos. Continuando—: Que no se me olvide coger el número de teléfono de la cocina. Me ha gustado el detalle del baño y la comida. Seguro que también me ha comprado un bañador y lo tiene guardado. No quiero pensar que no lo tenga y me diga que me bañe en bolas. Vito, ¿quieres dejar de comerte más el coco?; no ves que la única obsesión que tiene es follarte. Es verdad, es verdad, cómo se me puede olvidar. Le daré una lección. Espera un momento…, ¿qué haría en esa habitación? ¡Escucha, escucha! Está en el cuarto de baño, se oye el grifo. ¿Se desnudará allí, o en el dormitorio? Te estás comportando como un salido. Es que la hija de la gran puta me ha puesto a mil. Duérmete de una vez que mañana puede ser el día más importante de tu vida. No sé si será bueno que me contraten; lo de llegar y topar no me gusta. Los gitanos nunca quieren buenos principios. Seguro que es para cubrir expediente. No vuelvo más a Madrid ni muerto de hambre. ¡Venga! —se dio un cachete—. Duérmete de una vez. Me va a costar, porque se me olvidó el transistor. ¡Esto de haberme acostumbrado a dormirme con “El Larguero!”.
En el cuarto de baño, Dolo, se lavaba los dientes en porreta (en cueros). Movimientos dentífricos descontrolados, sin dejar de mirarse en el espejo sobre el lavabo, acompañaban sus pensamientos:
—<"Su mirada me lo decía. Esa mirada que tiene no engaña a nadie. Transmite limpieza, tranquilidad, confianza, amor, y todo lo que deseo en la vida, pero está claro que no le gusto. ¿Qué habré hecho para que no le guste? ¿O es mi cuerpo?>> —al no verse de cuerpo entero, rápidamente se enjuagó la boca, y se subió al costado de la bañera. Obtuvo un retrato desde la coronilla hasta los zancajos (parte del pie donde sobresale el talón). Ni el mejor equilibrista se hubiera movido, como ella, buscando posturas. Parecía que estaba rodando un anuncio publicitario de “Corporación Dermoestética”; diciéndose—: La verdad es que me veo muy bien. No debo olvidar que hay gustos para todo. ¿Tendrá el gusto perdido? No creo, porque cuando me vio en la cafetería su expresión no fue de asco que digamos. Mañana lucharé, a brazo partido si hace falta, para que me diga qué es lo que no le gusta de mí. Primer paso, comenzaré contándole mi vida —continuaba cambiando de poses ante el espejo—. Segundo paso, que me pregunte todo lo que quiera saber sobre mí y mi familia. Tercer paso, le diré que no me importa lo más mínimo que no tenga trabajo ni dinero ni cualquier motivo que quiera interponer entre nosotros. Mira que soy tonta, sólo le diré que su mirada, que es el espejo del alma, me ha dicho que es un tío cabal y para mí eso es lo más importante de una persona. ¡Virgencita, que mañana consiga el trabajo! De esa forma no se marchará. ¡Nooo! —resbaló—. ¡Aaaaahhhhh, aaaahhhh, aaahhh! —dolorida se retorcía en el suelo, con las manos apretándose el chochi. Al resbalar había caído escarranchada (muy abierta de piernas) sobre el lateral de la bañera. Con horrible dolor se levantó, para inmediatamente refrescárselo en el bidé (sanitario ovalado para el aseo de los genitales)—. Vito ni ha aparecido —se decía quejosamente—. Dormirá como un tronco, ¡si no se enteró cuando llamó el mensajero! ¡Anda que si me rompo la crisma (cabeza), lo hubieran acusado de mi asesinato! ¡Ay, cómo me duele! ¡Mira que si…, mejor ni lo compruebo! —con las ingles apretadas caminó hacia un ropero de mimbre. Abrió la puerta, que le sirvió de muleta. No se decidía por ningún pijama—. Éste no, que hace mucho calor. Éste tampoco porque… —oyó su móvil que lo había dejado en el dormitorio. Descolgó una bata de seda, color naranja pastel, poniéndosela camino del dormitorio. Ni se preocupó. Tener llamadas a deshoras, para ella, era habitual.
Vito, que negociaba con Morfeo, al oír los quejidos de Dolo no pudo contenerse:
—¡Qué tía, cómo no le he inoculado (introducido) mi antitérmico, se está masturbando, es una ninfómana (furor uterino en la mujer o en la hembra) desequilibrada! Gracias a que no lo he hecho con ella porque, si caigo en la tentación, no vuelvo a casa. ¿Cómo voy a coger el sueño?
En el justo momento en el que firmaba el acuerdo con Morfeo, el Séptimo de Caballería le provocó una esquizofrénica temblequera. Exclamando por lo bajini:
—¡Hala, a que horitas la llaman! Me apostaría el gañote a que es el chulo para se vaya a exhibir el bolsito en las esquinas. Lo que se hizo en el baño ha sido el precalentamiento. Mejor será que obedezca al chulo, si no se presentará aquí y… ¡no quiero ni pensarlo! Por qué se me ocurriría venir a Madrid. Si salgo de ésta, le pongo una docena de velas a la Virgen del Rocío. Mañana tararí que te vi y si te he visto no me acuerdo. Vaya suerte la mía. Encuentro a mi diosa y tengo que olvidarla porque es una degenerada. Degenerada, mafiosa, traficante, camarera, puta, vidente, malhablada, macarra, calienta…, y… Mejor olvidarla. No me sorprendería que hasta cobrara el paro. Debería denunciarla. ¿Más problemas? Vito, estás perdiendo el norte —mucho practicar examen de conciencia, con golpes de pecho incluido, pero se levantó para oír a Dolo. El dolor de la oreja sobre la puerta, le hizo tocar retirada. No oyó nada. Volvió a tumbarse en la cama. De nuevo citó a Morfeo para negociar.
Dolo atendió la llamada:
—¿Sí? —preguntó Dolo.
—…
—¡Bingo! ¿Estáis con él?
—…
—¿Qué os ha dicho?
—…
—¡Dile al guarro de mierda ése, qué sólo dinero, que si necesita deshollinar a alguien que se lo haga a su gran… madre, que seguro que es una santa, pero vaya regalito que ha parido!
El pulcro diálogo produjo un silencio. Dolo caminaba nerviosamente por la habitación, pensando—: <"Será guarro el tío. Si éste es el mejor detective… Éste no es capaz de encontrarse ni el agujero del culo. Vaya fichaje que me han buscado esos dos inútiles>>.
—…
—Dime.
—…
—¡Que aunque sea un limpiado rápido! ¡Pásale el móvil ahora mismo a ese salido!
—… —habló Nabucodonosor.
—¡Oye, Nabucodonosor de mierda, si quieres desahogarte fóllate un erizo! Quie…
—…
—¡Ni mala hostia, ni desagradable! ¡Escúchame atentamente, marica! Te lo...
—…
—¡Cómo vaya para allá te voy a meter tus huevos por el culo! ¿Puedes hacer el trabajo, o busco a otro?
—…
—¡Bien! Te daré el dinero cuando me demuestres que lo has encontrado.
—…
—¡Menos chuleo, fanfarrón! No te daré ni un céntimo hasta que encuentres a ese capullo.
—…
—¡Joder, qué plasta! ¡Ni adelanto, ni polla en vinagre, o lo tomas o lo dejas!
Mientras oía un nuevo silencio, Dolo se sentó a los pies de la cama. Únicamente se oían los golpecitos nerviosos de sus pies contra el suelo.
—… —habló uno de sus primos.
—¿Qué ha decidido ese burraco (nula educación)?
—…
—O.K. No quiero volver a hablar con esa escoria (deshecho) humana hasta que encuentre al fotógrafo. ¿Has oído bien? Mira que os conozco como si os hubiera parido.
—…
—Y no lo perdáis de vista ni un segundo. Adiós —tiró el móvil sobre la cama, y a continuación se lanzó ella, quedando en posición despatarrada y acariciándose el chumino (genitales femeninos) para aliviar el dolor del coñazo que se dio en la bañera.
¿Creen que Vito había conseguido camelarse a Morfeo? Pues no. Dos segundos llevaba en la cama cuando su curiosidad lo envalentonó, hasta el punto de pegar la oreja en la puerta del dormitorio de Dolo. Con la oreja más colorada que un tomate, corrió de puntillas al oír despedirse a ella. Se metió en la cama a toda pastilla. Volviendo a su vía crucis particular:
—¡Madre mía, qué ejemplar! En mi vida había escuchado tantos insultos en tan poco tiempo, y dichos por la misma persona. ¿Dónde se habrá educado ésta? Mucho dinero, pero muy poca vergüenza. ¡Vaya prenda está hecha! Debería entrar en los Guinnes. ¡Pobre fotógrafo! Cómo lo localice el Nabucodonosor, esta salvaje lo capa con una cuchilla de afeitar. Joder, se me ponen los vellos de punta nada más pensarlo. Por mucho que me guste tengo que olvidarla. Físicamente rompe todos los esquemas, pero sus modales son exactamente los que yo no le soportaría a ninguna mujer, y menos a la mía. Sin embargo, tengo que reconocer que el beso que me ha dado ha sido inolvidable. ¡Qué pena que tenga esa forma de ser! ¡Coño, las dos y sin pegar ojo! Tengo que conseguir dormir, si no, mañana en la entrevista van a creer que he estado toda la noche de cachondeo. ¿Quién se va a creer lo que me está pasando? —se dio media vuelta, puso una postura fetal, y apagó la luz.
Dolo, en la cama:
—¡Uffffff, las dos y mañana hay que levantarse a las seis! No puedo quitarme de la cabeza a Vito. ¿Por qué me habrá rechazado?, o es que no puede porque es ... Pero ¡qué estoy pensando!, de marica nada de nada, y menos impotente, que ya sentí en mis cachas (nalgas) que no lo es, al contrario, si no empujo hacia atrás me tira de bruces (tendida boca abajo). Entonces…, ¿por qué me abrazó con tanta ternura? ¡Y el beso! Ese beso no es un beso cualquiera. Tiene que atraer mucho una persona para poder dar un beso como ése. Sigo sin entender nada. Si viniera ahora se lo preguntaría.
Imposible pregunta, porque Morfeo sí se acostó con ella, quedándose dormida encima de la cama.
Vito encendió la luz. El insomnio lo estaba martirizando. Una vuelta hacia la izquierda, una vuelta hacia la derecha, otra, otra, y otra, diciéndose:
—Las tres, y sigo sin pegar ojo. Necesito dormir. Debería estar preocupado por la entrevista, pero no soy capaz de quitarme del pensamiento a esa… No sé cómo definirla ya. Sólo Dios sabe cómo me he enamorado de ella. Seguro que está dormida como si nada hubiera pasado. ¿Será verdad que mató a tres tíos? ¿Y si estuviera en la habitación que no me ha querido enseñar? Voy a comprobarlo. Así descubro lo que hace allí —con sumo cuidado se levantó. Iba en calzoncillos y descalzo. Se dirigió a la habitación fantasma y, con la habilidad de Tom Cruisse en sus Misiones Imposibles la abrió lo justo para poder ver que no estaba Dolo, más que nada porque la luz estaba apagada. Cerró la puerta con más cuidado del que la abrió. En estado de inmovilidad total, miró a la puerta de la habitación de Dolo; pensando—: <<¿Y si entro en su dormitorio? Me pueden ocurrir dos cosas: Una, que me cape a mí en lugar de al Nabucodonosor, y otra, que me invite a la cama. No, no, que si entro seguro que caigo y no quiero. Piensa Vito, ¿y si no está porque se ha marchado a trabajar para que su chulo no la marque? Está claro que no me iba a decir, “Adiós, Vito, que me voy un rato a trabajar de puta”. ¡Por favor, que lleguen las seis, ya! No aguanto más>> —totalmente amargado volvió a su habitación, empujó la puerta que la había dejado entreabierta, y cuando iba a cerrarla se arrepintió. Con rabia volvió a la puerta del dormitorio de Dolo. El ceño tenso. Las orejas, coloradas, despedían fuego por tanta tensión. Las palpitaciones se notaban desde lejos. Las piernas rígidas. Los andares eran como los de Frankenstein. La parada, al llegar a la puerta, pareció más larga que la de un alabardero (guardia de honor de los reyes de España) de servicio. Lentamente comenzó a acercar la mano, temblorosa perdida, al pomo de la puerta. Aguantó la respiración al comenzar a girarlo, más despacio que el segundero de un reloj solar. Cuando la cerradura liberó la puerta, la desplazó dándole un pequeño, pero tenso, empujón, dejando una abertura como el canto de un folio que le alertó de que la luz estaba encendida. Prueba irrefutable (que no se puede contradecir) de que allí estaba Dolo. Hizo ademán (gesto) de cerrarla. No tenía claro si continuar o salir pitando de allí. Pero, como siempre, su deseo de verla volvió a traicionar su voluntad de olvidarla—: <"Después, de perdido, al río —detuvo la puerta, a la mitad del vuelo que daba—. ¡Diooossssss! —exclamación mental. Cerró los ojos un instante; al abrirlos clavó su mirada en un punto concreto de la habitación. Los párpados paralizados. Las pupilas más dilatadas que la vulva (partes que rodean y constituyen la abertura externa de la vagina) que parió a la Tierra. Una mano en el bastidor y la otra seguía en el pomo—. ¡Qué cosa más bonita! Ni Goya, en su mejor momento, hubiera sido capaz de pintar tanta belleza —Dolo dormía de lado con la bata entreabierta a la altura de los muslos, debido a que tenía las piernas flexionadas. Las palmas entre la almohada y su mejilla. Vito se sobresaltó al ver que Dolo se movió, pero no hizo ninguna intención de marcharse. Estaba paralizado. Ni la contemplación de la mejor obra de arte podría conseguir tal estado de abstracción. La causa de que Dolo se moviera dormida fue para tenderse de espalda, colocar los brazos en cruz, y estirar y abrir las piernas totalmente, ocasionando que la bata se le abriera quedando al aire todo el anverso de su cuerpo—. ¡Dios mío, qué cruz! —pensaba sin dejar de mover la cabeza—. Qué color de piel más bonito… Lechoso-nórdico, como a mí me gusta. El pelo es el idóneo para su físico. Los ojos, las orejas, la nariz y la boca, forman la cara más perfecta que pueda parir madre. Los hombros, los brazos, las manos y los pechos, que por cierto ya se los he visto, pero ahora sí que veo la perfecta simetría que tienen, hacen que su torso sea perfecto. ¡Cuántos lunares! —obligó su vista—. El que más me gusta es el que tiene debajo del ombligo. La verdad es que me gustan todos. No es la mujer diez, es la mujer matrícula de honor. ¡Y el vientre! Ese ombligo tan perfecto me hace sentir celos de su cordón umbilical. La cintura estrecha, dando realce a sus caderas, no la podría moldear ni Miguel Ángel. ¡Vaya lo que viene ahora! —su innato pudor (honestidad, recato, vergüenza) le decía que no mirara. Tímidamente miró de soslayo (oblicuamente)—. ¡Vaya, toalla! Se nota que se lo cuida: vellos claros, casi del color de su melena, cortos, nada espesos, formaban un lindo tapiz de la anchura de dos dedos —el rubor le asfixiaba—. ¡Coño, lo tiene amoratado! —agitó bruscamente la cabeza—. ¿Cómo lo hará esta criatura? Seguro que en el baño tiene un artilugio de esos que utilizan en las…, ¿cómo será, para hacerle ese cardenal? —se le quitaron las ganas de seguir el reconocimiento—. ¡Qué pena de muchacha!>>.
En ningún momento expresó deseo. Al contrario, lo único que sentía era pena por tenerla tan cerca y no poder, por su carácter, compartir con ella su vida. Del estado contemplativo, puro como la santidad, pasó a un estado de amargura real, coma la vida misma. Sufriendo la mayor desilusión de su vida, se marchó a su dormitorio, no sin antes apagar la luz y cerrar la puerta con la misma delicadeza con que la abrió. Acostándose en la cama, con la misma postura que dejó a Dolo, volvió por sus fueros:
—<"Lo que me está ocurriendo no puede ser real. No tiene ningún sentido. ¿Cómo, una mujer, sin conocerme, me puede meter en su casa? ¿Le faltará una marea? Lo que me faltaba por descubrir. Vito, no cierres…>>.
La inhumana prueba de su Yin-Yang (lucha interna entre lo bueno y lo malo), fulminó a su insomnio.
Próximo miércoles 29 de noviembre: Capítulos XIII y XIV