08 noviembre 2006

 

CAPÍTULO XIII (Una "graciosa" falta de respeto, a sabiendas, debe ser tomada con el mayor sentido del humor - jibr).

A las seis en punto sonó el despertador en el dormitorio de Dolo. Continuaba con la misma postura que Vito la dejó. Aturdida, encendió la luz. Un escalofrío la hizo tiritar. Con un movimiento repentino se cerró la bata.
—¿Qué frío! —temblaba, más que por el frío que pudo coger, por la falta de sueño—. Me quedé dormida medio desnuda encima de la cama. ¡Después del día de ayer, cómo para no caer desfallecida! Ahora que lo pienso… si me quedé dormida sólo con la bata… quiere decir que no tuve fuerzas ni para ponerme un pijama…, lo que significa que tampoco apagué la luz. ¿Si no fui yo?... No, no, no puede ser…, y… ¿si así fuera?... ¡Entonces me ha visto desnuda!... No creo. No se hubiera atrevido a entrar sin antes llamar. ¡Ayyyyy! —queja monumental al sentarse en la cama—. Me duele más que anoche —liberó a sus muslos de la bata, abrió las piernas, y se miró—. ¡Joder, cómo se me ha puesto! —inspección detallada—. Está más inflamado que si acabara de parir. Perdona, no tengo tiempo para cuidarte —incomprensiblemente rió a carcajadas. El inflamado le había recordado un chiste:

“Judas, en la última cena, arrepentido de traicionar a Jesús, se le ocurrió premiarle con una invitación a un puticlub. Jesús aceptó. Y mientras Judas esperaba en la puerta de la habitación donde había entrado Jesús con una tal, oyó gritar a ésta. Corrió dentro, y le preguntó a la tal: “¿Qué te pasa?” —y la tal le dijo—: ¿Que qué me pasa?... Que le dije: “¡Mira que raja tengo!”. ¡Y el muy cabrón me la ha tocado con la mano y la ha cerrado!

Entre el dolor, el cansancio, y la risa, caminaba renqueante. Del vestidor cogió un chándal azul y unas babuchas que se calzó sobre la marcha; poniendo rumbo al cuarto de baño del pasillo. Al pasar junto a la puerta de la habitación donde dormía Vito, tuvo la intención de golpearla para llamarlo. Desde la puerta lo oía roncar—: <<¡Pobrecito! Lo dejaré que descanse mientras preparo el desayuno>>. En el cuarto de baño se despojó de la bata. El frescor que la envolvió provocó que repentinamente nacieran, en su torso (tronco del cuerpo humano) dos pitones (cuerno que empieza a salir a los animales; punta del cuerno del toro) carnosos. Abrió el grifo, colocó las manos juntas, medio recogidas, bajo el chorro del agua, hasta que se desbordaban, de esta manera embozó varias veces su cara para despabilarse. Con una toalla azul marino, secó delicadamente su cara. Un poco acelerada vistió su cuerpo serrano con el chándal, sin poder evitar quejarse al ponerse el pantalón; y se alisó el pelo. Camino de la cocina volvió a tener la intención de llamar a Vito, deteniéndose en la puerta, pero inmediatamente continuó. Ya en la cocina, envió al infierno a cuatro rebanadas de pan de molde. Puso a funcionar la cafetera. El exprimidor, de doble piña, secó cuatro naranjas. Sacó del frigorífico una tabla con mantequilla y un bol (tazón sin asa) enano lleno de mermelada de albaricoque. Colocó sobre la mesa, dos tazas con sus respectivos platos de porcelana blanca, en las que se podía leer: “Si no sabes apreciar el haber podido levantarte de la cama para disfrutar de este día, es que no valoras la suerte que tienes”; un azucarero; una tetera; dos vasos para el zumo; dos cubiertos para desayuno; y dos servilletas azules con la siguiente frase bordada en naranja fuerte: “Aquí están tatuadas las huellas que han dejado mis labios cada vez que los he limpiado. Si tus labios no las siente, no eres digno de utilizarla”. Al pasarle la mano para alisarlas provocó en ella una sonrisa conspiradora. El aroma del café delataba que estaba en plena madurez para despertar a los más dormidos.
—¡Es la hora! Voy a llamarlo —al llegar a la puerta del dormitorio de Vito lo oyó roncar. La única forma de verlo dormido era entrar sin llamar. Lo enjuició unos segundos. El veredicto fue…: “Aporrear la puerta”. ¿Por qué lo hizo? Porque pensó—: <"Si entro sin llamar y se despierta, seguro que se molesta. Y, si se molesta, ya no tendré posibilidad de que confíe en mí, y perderé la oportunidad de aclarar mis dudas>>. Dos golpes con los nudillos de su mano derecha fueron el toque de diana en honor de Vito. Éste ni se inmutó. No es que no fueran lo bastante sonoros, sino que el sonar (equipo que detecta sonidos) de Vito estaba desconectado por agotamiento físico y angustioso-cerebral. Al no obtener respuesta volvió a repicar en la puerta. Iba a repetir cuando oyó:
—¡Ya voy! —ni procedente de ultratumba hubiera sonado peor la voz de Vito.
—El desayuno ya está preparado —le vociferó ella.
—¡Voy, voy, ya voy! —respondió con tono malhumorado.
Dolo, no muy convencida de que fuera a levantarse, regresó a la cocina. En la espera se sirvió un café. Sopló sobre la fumarola (de donde salen vapores) de porcelana, dirigiendo los vapores cafetaleros lejos de sus ojos, para dar el primer sorbo, aprovechando para sentarse en una silla, colocando las rodillas en el filo de la mesa. Rebozaba felicidad. Dos sorbos del autorizado alucinógeno le bastaron para advertir la tardanza de Vito.
—¿Qué se estará haciendo?—hablaba sola—. Seguro que se está vistiendo antes de desayunar. Iré a decirle que se vista luego. Dolo, por la manera en que te contestó no te extrañes de que esté roncando todavía —volvió a dar dos toques en la puerta.
—¡Voy, voy!
—¡Está acostado todavía, seguro! —Dolo abrió la puerta. Vito seguía tendido tal y como se dejó caer en la cama—. ¡Ja, —exclamó sin levantar la voz—, el señor sigue durmiendo como si no tuviera nada que hacer esta mañana!
—¡Qué frío! —aturdido se sentó en la cama—. ¿Qué quieres, madre? —miró a Dolo—. ¿Quién es usted? —no sabía ni dónde estaba—. ¡Perdona! Estoy dormido todavía —dijo con resignación. Al verse en calzoncillos, corrió para ponerse la camisa. La reacción la hizo sonreír graciosamente.
—Te he llamado tres veces y tú soñando con los angelitos, o…¿soñabas con la minifaldera? Te advierto de que soy muy celosa —amenaza que despabiló a Vito. Intentó responderle, pero ella lo cortó cogiéndole la mano y tirando de él—. Vamos a desayunar, que no sé si sabes que, ¡ya, ya, ya!, tienes una entrevista de trabajo.
—¡Hostia, la entrevista! —fue lo único que pudo decir, antes de pensar—: <"No me cojas de la mano, por favor>>.
—Sí señor, ésa es la más educada expresión de dar los buenos días. ¿Dónde te han educado? —lo dijo con malicioso tono.
—¡A mí me vas a preguntar que dónde me han educado! —moviendo la cabeza.
Dolo lo remolcó hacia la cocina.
—¿Qué te pasa? —al verla caminar—. ¿Por qué andas así?
—Anoche —voz quejona— me caí en el cuarto de baño, y… —se miró el bajo vientre.
—¿Por qué no me llamaste? —pensando—: <<¡Te caíste, anda ya con los rollos! ¡Practicaría sadomasoquismo puro! ¡Cómo lo tendrá, madre, cómo lo tendrá que no puede ni andar! Esta muchacha termina mal>>.
—Porque al no presentarte, ya que mis quejidos los oyeron hasta en el 061, pensé que estabas dormido. De todas formas fue mejor que no aparecieras. No me hubiera sentido cómoda.
—A ver…
—¡Qué dices! —le cortó ella—. ¿Cómo…?
—¡No, no, no! —le cortó él, ruborizado—. Quería decir que a ver qué hubiera pasado si te das en la cabeza y pierdes el conocimiento.
—La verdad es que lo pensé. Lo pasé muy mal.
—Nunca he estado con una mujer que perdiera el coñocimiento —rápidamente se alejó de ella.
—¡Serás capullo! —corrió hacia él—. Como te coja te doy una patada en los huevos, ¡para que estemos iguales!
—¡Si es que eres una desvergonzada! —inmediatamente se arrepintió de haberla insultado.
—¡Pues sí que comenzamos bien el día! —ella se tragó la ofensa, diciéndole—: Dejemos de discutir que hoy es un día muy importante para ti.
Entraron en la cocina.
—¿Tú crees…? —le decía Dolo muy seria. Él se esperaba lo peor—. Sí, ¡no me mires así! ¿Tú crees que una persona con una mínima educación puede desayunar en calzoncillos ante una señorita con la que no tiene ninguna confianza?
A Vito le entraron ganas de estrangularla. Sin decir nada se dirigió al dormitorio. Con dentadas asesinas, rumiaba las palabras de Dolo sin poder contener su pensamiento:
—<<¡A mí me va a decir que dónde me han educado, a mí! Si ella no sabe que es la vergüenza. ¡Será capulla la tía! Me tengo que librar de ella cuanto antes. ¿Para qué me ha pedido que me vista? ¡Mándala al carajo de una puñetera vez! ¡Con los kilómetros que tiene sin conocer el decoro (honra, recato), va y me pide que me decore yo! ¡Esto tiene cojones! Se ha destrozado el chocho haciéndose guarrerías, y me dice a mí, ¡a mí!, que no tengo… ¡Yo no me cambio porque no me sale de los cojones! A ésta lo que le hace falta es que le pegue una patá en el jigo, pero de verdad, para que se dé cuenta, de una puñetera vez, de quién es el Vito. No me gusta este comportamiento, pero es que me tiene desquiciado>> —al entrar en la cocina, ella estaba de espaldas cogiendo la cafetera.
—¡Ja! ¿Lo haces para llevarme la contraria, o para excitarme?
Él la ignoró. Eligió la silla más cercana.
—¿Siempre tienes este despertar? —Dolo, con ironía—. Pues…
—No —la interrumpió Vito—. Tengo la impresión de que tú te estás…
—No hace falta que te pongas así —ahora lo interrumpió ella—. Lo menos que deseo hoy es discutir contigo. ¿Leche?
—No. Sólo azúcar —le contestó Vito, alegrándose de que le interrumpiera—. Perdona, no ha sido mi intención… La entrevista me tiene los nervios que araño al cuarto vuelta.
—¿Cómo? Tendré que consultar en la Espasa Calpe (enciclopedia universal) lo que quiere decir “al cuarto…” ¿qué? —le dijo sarcásticamente Dolo.
—No te rías de mí. Ser de pueblo no es ningún pecado —le contestó molesto Vito.
—¡Ja! ¡Perdona chico! He querido hacer un chiste. Desconocía que fueses tan mosqueón. Dejemos estas tonterías, y centrémonos en la entrevista. Por cierto…, tú no me apagarías anoche la luz de mi dormitorio, ¿verdad? —le preguntó Dolo poniendo una mirada entre asesina y pilla.
—¡Ah, pero no te acuerdas —ella reaccionó con sorpresa— de que los dos ñaca-ñaca! —le contestó Vito muy serio, a la vez que movía el antebrazo hacia delante y hacia a atrás, a la altura del pecho—. ¡Que desilusión, no lo recuerdas!
—¿Qué estás diciendo? —preguntó con el entrecejo arrugado al máximo.
Vito le regaló una sonrisa desvergonzada.
—¡Ya hubieses querido tú! —le dijo Dolo lanzándole una servilleta—. ¡Eres un embustero!...
Vito recogió, al vuelo, la servilleta. Dejó de oír lo que decía Dolo mientras leía la leyenda bordada en la servilleta.
—… Te has tirado un farol —continuaba ella—. Pero si lo has dicho es porque lo has pensado; ¿a que sí?
—¡Puuufff! —no le respondió a la pregunta porque no la oyó, sino que coincidió cuando él finalizó la lectura. Preguntándole de sopetón—. ¿A todos los que traes a tu apartamento les hace esta insinuación? —levantó la servilleta a la altura de los ojos, con la leyenda hacia ella. El eclipse servilletero, impregnado del comentario malicioso de Vito, oscureció la alegría con la que Dolo se había levantado.
—Vito —le decía mirándolo fijamente—, has consiguiendo que me sienta mal…, o es que tu despertar es tan amargo que lo justificas irritando, por costumbre, a los demás sin motivo alguno. Estás siendo cruel conmigo, no esperaba esa faceta en ti. Además, demuestras que no eres un buen observador. Te aclararé que están sin estrenar. Las compré hace cuatro años. ¿No has notado que están rígidas y ásperas por su inactividad? ¡Bonito…, te has pasado mil pueblos! —la moral se le fue a pique.
Él enmudeció. Con la mirada perdida sobre la mesa, dio un sorbo al café, dejando en el aire a la taza, que sujetaba con las dos manos, muy cerca de los labios; pensando—: <"La he cagado, ¡mucho más!, la he cabreado tela marinera, pero no ha dicho ningún taco, ¿qué raro? Estando dolida me ha hablado cariñosamente. ¡No me cuadra! Está consiguiendo que me olvide del concepto que tengo de ella. ¡Vito que no te traicionen tus sentimientos ahora que queda poco para marcharte! Piensa sólo en la entrevista. ¿No me estaré equivocando? Si es así la perderé para siempre. ¡Serás tonto, más claro lo quieres después de lo vivido ayer!>> —soltó la mano derecha de la taza para restregarse la frente con los dedos. La única música ambiental que se oía era la que producía Dolo cada vez que mordía la tostada con mantequilla.
—¿No tomas ninguna tostada? —le preguntó Dolo sin expresar ningún tipo de emociones.
—¿Eh? ¡No, no, gracias! No tengo hambre —le respondió Vito sin mirarla; bebiéndose el último sorbo de café—. Voy a vestirme —con semblante muy serio—. ¿A qué hora nos marcharemos?
—Son… —miró el reloj— las siete menos veinte…, con que salgamos de aquí a las siete y media será suficiente.
Vito se levantó. Cogió el plato y la taza que había utilizado para llevarlo al fregadero, mientras pensaba—: <"Mucha ostentación (lujo) pero no tiene chacha>>.
Ella le dijo:
—Déjalo ahí. Luego vendrá… ¡Antes de que se me olvide otra vez; si necesitas algo puedes llamarme, tanto del teléfono del dormitorio como del que está en el cuarto de baño. Marcando el siete te podrás comunicar conmigo.
—¿Y por qué no lo utilizaste anoche cuando el coñazo? —disimulando la risa.
—Veo que estás obsesionado con el porrazo; ¿no será que lo que quieres es que te lo enseñe?…
Vito se apresuró hacia el dormitorio antes de que finalizase el comentario. Estaba poniendo el traje encima de la cama cuando sintió una necesidad imperiosa de fumar. No se lo pensó dos veces. Puso rumbo al estanco que había en el salón. A medio trayecto se cruzó con Dolo que vestía el albornoz rosa que él ya utilizó.
Ella al verlo, aunque lo llevaba cerrado y atado a la cintura, reaccionó queriéndoselo cerrar más.
—¡Necesito un cigarro! —le dijo nerviosamente—. ¡Y no te aprietes tanto el albornoz que te vas a asfixiar! —le gritó burlonamente cuando se alejaba.
—¡Que te asfixies tú mismo con el humo, simpático! —le contestó en el momento que cerraba la puerta del cuarto de baño. Ya dentro, murmuraba—: ¡Vaya con el carácter del muchacho! O te insulta o te hace chistes, no tiene término medio. Me da igual, aunque me maltrate viviría con él —entró en la ducha y en menos que canta un gallo cerró el agua; escurrió sus cabellos, pasando y apretando las manos desde la frente hacia atrás, al llegar a las orejas los estranguló entre el dedo pulgar por debajo y el resto por encima, consiguiendo que la cola formada, a medida que la exprimía hasta el final, escupiera el agua; giró la cabeza varias veces a izquierda y derecha, agitando su cabellera con movimientos rápidos y cortos para dejarlos lo más seco posible; salió de la ducha, cogió el albornoz y con las mangas friccionó los cabellos para secarlos más; enfundándose, a continuación, el albornoz; unos hilos de agua bajaban por sus corvas (parte de la pierna, opuesta a la rodilla, por donde se dobla y encorva) dejando el camino hasta su dormitorio lagrimeado; ya en él se terminó de secar, retocar, vestir, y perfumar.
La mañana, excitada por los primeros coqueteos y caricias del sol, explosionó derramando toda la primavera que engendraba.
Vito, paseando por la terraza con los nervios desmadrados, se fumaba el cigarro en silencio. Dos desquiciadas caladas fueron suficientes. Despachurró (aplastó) el cigarro en un arriate (lugar estrecho para plantas de adorno junto a las paredes de jardines y patios) donde vivía un jazmín que ocultaba gran parte de la pared. Respiró profundamente. Conectó el paso ligero para volver a su habitación. Con revolucionada prisa se vistió. Al verse en el espejo, se dijo:
—Hoy soy Vito el dandi. Cómo me van a dar trabajo si parezco el dueño de la empresa y no un pobre parado. ¿Dejará que me lleve todo lo que me ha comprado? ¡Qué va! Ésta lo querrá aprovechar para el siguiente lila (tonto) que encuentre. ¡Qué comodidad! Tengo la impresión de que no voy vestido. Este traje pesa menos que el que le regaló Adán a Eva después de comerse la manzana. ¡Macho, es que no parece ni que llevo zapatos! ¿Cuánto le habrá costado todo? ¡Ah, y servicio puerta a puerta! Esto se lo cuento a mis colegas y me dicen que me he chutado, a lo bestia, en la capital. ¿Por qué habrá hecho todo esto la Dolo? ¡Mira que eres plomo (persona pesada y molesta), Vito! Deja ya de exprimirte los sesos con ese tema y concéntrate para la entrevista —sobresaltándose al oír:
—¡Vito, ponte este gel en el cabello antes de peinarte! —le dijo Dolo abriendo un poco la puerta y metiendo la mano para que él lo cogiera.
Vito, al leer las instrucciones impresas en el tubo, exclamó:
—¡Qué fisna, esto en mi pueblo toda la vida se ha llamado fijador! —lo extendió entre los cabellos; se peinó; saliendo de la habitación caminando con presumidos movimientos.
—¡Hala, elegancia! —le piropeó Dolo—. No soy para nada indiscreta, pero me gustaría que me contestaras a una pregunta personal.
—¿A quién vas a ver tan peripuesta? —le preguntó Vito sin contestarle a la petición.
Dolo vestía: camisa de seda natural color blanco roto; rebeca de hilo color del Sol antes de acostarse; vaqueros color azul cielo fuerte; y mocasín de piel color camel.
—¿Gracias, muy amable! Pero creo, si no se me han fugado mis oídos, que no has contestado a mi pregunta —respondió muy seria.
—Después de cómo me estás tratando, sería una descortesía por mi parte no contestarte a lo que quieras preguntar —rictus sincero y, a la vez, preocupado.
—Primero un ruego —él la miró con atención—. Te la haré si estás seguro, seguro, de que vas a contestarla sinceramente…, si no, prefiero no hacértela.
Vito, después de un momento pensándoselo, frunció el ceño, levantó los brazos a la altura de su pecho con las palmas de las manos hacia arriba, dándole la autorización.
Dolo lo miraba sin mirarlo, luchando interiormente para no descubrir el pánico que tenía a una respuesta no deseada. De sopetón, como diciendo “lo que Dios quiera”, la soltó:
—¿Estás comprometido con alguien? —envió su mirada al exilio.
Vito no esperaba el tiro por ahí. Sorpresa que le hizo meditar la respuesta—: <"Si me hace esa pregunta es porque… ¡Vito no le digas la verdad que te va a engatusar (ganar la voluntad con halagos) y estarás perdido! Mejor miéntele. Aunque no lo deseo. Mi deseo es que se enamore de mí como yo lo estoy de ella. El problema está en que yo no voy a vivir con una libertina sexual, mafiosa… No lo pienses más, miéntele>>. Lanzándose al ruedo:
—No. Ni con una mujer ni con un hombre —tenía las manos en los bolsillos del pantalón, y no pudo evitar pellizcarse, con saña (enojo ciego, furor) los muslos, recriminándose mentalmente—: <> —rápidamente le preguntó—. ¿Y tú? —con voz seca, inapropiada para tal pregunta, pensando—: <<¡Vito, tienes menos luces que la oscuridad! ¿Qué crees que te va a contestar? Pues… ¡que no!>>.
—¿Yo… tampoco, tampoco! —respondió nerviosa e ilusionada por la respuesta de él.
—Otra coincidencia más entre nosotros, ¿no? —a ella sólo le faltaba babosear. Él a lo suyo—: <"Es que te lo dije, tontón. No ha respondido que no, sino: “tampoco, tampoco”; o ha querido decir que está comprometida con un regimiento, porque en un día yo le conozco unos cuantos. ¡Es más falsa que Judas! Esta tía me engañaría hasta muerta. Mírala, pone esa cara para comerme el coco. Tengo que reconocer que es una buena actriz>>.
—Sí, es cierto, otra coincidencia. Anda, vamos que se hace tarde —respondió con timidez infantil. Cogió el móvil. Colgó el bolso en el hombro, a la vez que rebuscaba, en él, la llave del apartamento. Él la invitó a que fuera delante. Ella abrió la puerta, indicándole que pasara primero. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando le dijo Dolo:
—¡Perdona, seré tonta! Espera un momento, Vito —volvió a entrar dirigiéndose a la habitación fantasma (así la había bautizado Vito), cerrando rápidamente la puerta.
Vito, aunque asintió, la siguió hasta ver dónde iba. En el momento en el que ella entró se volvió a su puesto de guardián; pensando:
—<"Dijo que se estaba haciendo tarde. Muy importante tiene que ser lo que haya ido a hacer a esa… ¡Jodeeerrr, jodeeerrr…, seguro que tiene allí escondido a algún fugitivo y ha ido a despedirse de él, ¡claro!, por eso vino la poli anoche. ¡Jodeeeerrrr, jodeeeerrrr, en lo que estoy cayendo! —se secó el sudor de la frente—. ¡Claro, por eso tiene tanto dinero! ¿Y lo del fotógrafo? ¿Por qué un fotógrafo iba a seguir a una simple camarera? ¡Yastá! ¡Ahí tiene escondido a Ben Leaden! ¡Es una de Al-Qaeda..., seguro! —aterrado—. ¿Y por qué no la mismísima hija de...? —contó con los dedos de la mano derecha—. Más claro el agua. Le dijo al propietario del restaurante que su padre llevaba más de ocho meses fuera, y hace ocho meses fue lo de las Torres Gemelas. Seguro que lo tiene encerrado en esa habitación. ¡Seré desgraciao!… ¡Mira que es grande Madrid, pues yo con la segunda persona que hablo me quiere reclutar para...! Ahora sí que, en cuanto finalice la entrevista, me largo pa Bonares. Ahí viene, me haré el tonto, que esta gente es tan peligrosa como lista. Si descubre que lo sé todo, saldré de Madrid, en lugar de con el Armani, con un traje de caoba (árbol, cuya madera es muy apreciada) o picado para hamburguesas, ¡qué asco, ya no las como más!>>.
—Perdona de nuevo —disculpa de Dolo—. Se me olvidaba...
—¡No te preocupes, si todavía es temprano! —le contestó, con una voz empachada de gracioso acojonamiento y quitándole importancia a su tardanza, para que ella no sospechara que la había descubierto.
—No lo creas. Son las ocho menos veinte. De todas formas haré lo imposible para que llegues con tiempo suficiente —le contestó caminando muy deprisa, delante de él, hacia el ascensor. Ninguno de los dos decía nada. Entraron en el ascensor. Vito se adelantó a Dolo para pulsar el botón “0”, pero Dolo le cogió la mano impidiéndole que lo hiciera. Él sintió un pellizco en la barriga. Con la mano de Vito cogida le dijo ella—: Tenemos que bajar al garaje. Ya te dije que te acercaría en mi coche, ¿no lo recuerdas?
Vito no contestó. Una vez más era incapaz de articular palabra. Máxime, sintiendo el calor de la mano de ella. Deseaba que el ascensor tardara una eternidad en finalizar el viaje contratado por el dedo de Dolo. Desvió la mirada hacia un espejo que cubría un lateral del ascensor. Dudó si era él. Pensando—: <"Si me vieran en el pueblo. Sí, es cierto que voy elegante, pero me brilla más la olla que al Mario Conde. Cómo siga al lado de ésta, seguro que acabo siendo su compañero en la trena (cárcel)>>.
—¿Estás nervioso? —le preguntó Dolo apretándole cariñosamente la mano, soltándosela en ese momento.
—¡No, no —tragó saliva—, que va! —contestó a la vez que un calambre recorrió su espinazo, zarandeándole el cuerpo. Una plegaria llenó su mente—: <"Que no me toque más, por favor, que no me toque más, que me pierdo>>.
—¡Llegamos! —muy nerviosa.
Él la siguió.

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