08 noviembre 2006

 

CAPÍTULO XIV (A las mujeres).

Vito intentaba adivinar qué coche tendría la pija.
—Iremos en éste —le dijo Dolo— que es más cómodo para circular cuando hay prisa.
—¡Un Mini! —sorpresa agradable de Vito—. Me encantan los Minis. En cuanto pueda me compraré uno…, además del mismo color que éste. El azul es el color que más me gusta. Has dicho que iremos en éste, ¿es que todos estos son tuyos?
—¡Ja! —no le respondió a la pregunta—. Otra coincidencia, el azul también es mi color preferido —le dijo al abrir las puertas del Mini.
Mientras se montaba, Vito pensó—: <"La verdad es que son coincidencias muy personales. ¡Vito, no vuelvas a lo mismo! En la primera oportunidad que tengas, le dices que no te gusta la violencia ni la mafia ni las drogas ni las putas ni el ritmo histérico en el que vive ella. Así ya no te dirá, ¡otra coincidencia!>> —aprovechó la valentía anímica que estaba padeciendo para darle palique a ella—: Te he preguntado si todos estos coches son tuyos —en el momento que ella arrancaba el Mini.
—¡Ah, perdona! Con lo de la coincidencia me he olvidado. Mira —señaló a su derecha—, esos dos.
—¡Que suerte! —después del interés mostrado no le hizo caso porque tenía metido el piñón fijo de sus pensamientos—: <"Ahora es el momento de decírselo>> —tomó aire para decirle—: Dolo, sobre las… —no pudo continuar por el acojonamiento que experimentó.
Dolo salió del aparcamiento como una bala, provocando que otro coche que entraba hiciera un guiño para no chocar. El conductor de ese vehículo premió a su madre con un título que a ella no le gustó.
—¿Qué ha dicho? —Dolo, con expresión asesina hizo un trompo para volverse hacia el insultador; empujó por el hombro a Vito, para que se agachara; bajó la ventanilla derecha, dirigiéndose hacia el piropeador, al que le gritó al pasar junto a él, con el dedo corazón de la mano derecha levantado—: ¡Becerro, que te folle un pez! —marcando ruedas, salió del garaje.
Vito luchaba, a brazo partido, contra los nervios y contra el cinturón de seguridad. No tenía cataplines (testículos) de meterlo en su enganche. Sus mejillas se tiñeron de colorado, debido a la fuerza que hacía con los pies sobre el suelo del Mini.
—¿Estos coches están autorizados a pasarse los semáforos en rojo? —le preguntó Vito con voz estreñida, sin quitar la vista del frente; pensando—: <"No sé que será mejor, que me mate con el coche o que me meta esta en una trituradora. ¡Está loca perdida!>>.
—No suelo hacerlo, pero tenemos prisa. No te preocupes si me multan, porque nunca las pago. Tengo amigos en la Policía Municipal… y ¡en las altas esferas! —presuntuosa (llena de presunción y orgullo).
Vito no tuvo la menor duda que decía la pura verdad.
—Me gustaría saber —continuó ella—, qué opinión tienes de la mujer —le preguntó como si fueran paseando tranquilamente por el parque.
—¡Por favor! —le dolían las manos del esfuerzo que estaba haciendo agarrado al asiento.
—¿Te da miedo contestar? —preguntó con burla.
—¿Contestar? Lo que me… ¡Cuidado!
—¡Jesús, qué susto! No había visto la moto. ¿Vas asustado?
—¿Falta mucho para llegar? —iba con los ojos escondidos.
—Iré más despacio. Tenemos tiempo suficiente.
Vito respiró hondo.
—Contéstame a la pregunta —le rogó ella.
—Ahora no voy asustado —se salió por la tangente.
—No, no, ésa no. Tu opinión sobre…
—Pues… —le cortó él—… Es que verás… —ella lo miró—. ¡Mira hacia delante, que vamos a comulgar en la calle! ¡Fuuufff!
—¡Jajaja, qué poco confías en mi pilotaje! Continúa. Iré pendiente, ¡de los demás!, porque yo soy muy buena conduciendo.
—Yo… —respiró hondo—, viendo tu forma de actuar, sólo en lo que llevamos de día… no sé si tendré que cambiar la buena opinión que tengo de la mujer —hablaba con la mayor naturalidad—. Hace…
—¡Cómo? —la furia envenenó la voz de Dolo—. ¿Estás diciendo que me estoy comportando mal? —hizo que el Mini rugiera—. ¡No, si tenía que darme igual! ¡Serás...! —crispada (irritada) al máximo—. ¡Esto es de película de Buñuel! —alteración que transmitió al Mini; conducía como si estuviera en una pista de coches de choque.
—De acuerdo, no me he explicado bien —no pudo aguantar más, y vociferó—: ¡Pero cómo me voy a explicar bien si estoy a punto de que me dé algo!; o disminuyes la velocidad y dejas de conducir en plan suicida o no te hablo más —tono arisco (áspero, intratable, huidizo).
—¡Perdón! —muy seria. Aminoró la velocidad; pensando—: <"Qué cabreo ha cogido el mozo. Mejor será que le haga caso, porque para nada deseo que se haga un concepto equivocado de mí. Esta tarde no tengo más remedio que hablar con él>> —ya no esperaba respuesta, pero la tuvo.
—Tengo tres opiniones de la mujer.
Ella lo miró sorprendida.
—No me mires con esa cara —continuó Vito—, que nos vamos a dar una leche. Sí, sí, tres opiniones. ¡Mira hacia delante!
Dolo obedeció intrigada.
—Ahí va la primera… No, mejor dímelo tú.
Ella se encogió de hombros extrañada.
—Sí, verás —pensó unos segundos—. Tú misma te puedes contestar.
Dolo puso toda su atención. Estaba intrigadísima.
—¡Va!…, Bueno, como tú que eres una experta, lo sabrás. ¿Estás preparada?
—Sí —desconcertada.
—(chiste): “¿Qué hacen las mujeres después de aparcar?”.
A ella le sobrevino una ola de sorpresa.
—¡Vamos, dime?
Ante la mudez de ella, él respondió:
—Pues, lo que hacéis todas ¡darse un paseo hasta la acera!
—¡Qué chistoso el chaval! —con una mueca agria, Dolo, frenó bruscamente, parando junto a la acera, clavándole la mirada y apretando los labios; diciéndole—: ¡Dime qué distancia hay de la rueda a la acera, gracioso!
—¡Vale, vale! —miró por la ventanilla—. ¡Pura suerte! —continuó, para no darle la oportunidad a ella de que le contestara—. La segunda opinión no es mía, es bíblica.
Dolo rebuscó en su mente qué opinión había sobre la mujer en la Biblia; fracasando en su intento.
—Como veo que no la conoces te la recordaré yo, porque me llegó al alma el conocer por qué existís, y, claro, me hice una idea de ustedes —(chiste)—: “Pues resulta que Adán le pidió a Dios una compañera que fuera guapa, simpática e inteligente. Dios, después de pensárselo, le pidió a cambio una pierna, un brazo, y un ojo. Adán, después de pensárselo, le preguntó: ¿Y por una costilla qué me das?
—¡Eres un...! —amagó (hacer ademán de herir o golpear) darle un guantazo.
—¡Arrea palante, que llegaré tarde!
—No se preocupe, señor moro, que ya hemos llegado. Ésa es la entrada —le dijo Dolo señalando con la mano, de tan mala manera que Vito tuvo que retirar la cabeza para que no le metiera el dedo en el ojo—. ¡Y el tercero te lo puedes meter por donde te quepa! —le gritó ella—. Cuando alguien tiene esa forma de pensar es que tiene un grave problema emocional, por no decirte que estás traumatizado desde antes de nacer. ¡Por no decir otra cosa, claro!
—Te la voy a decir quieras o no quieras —le contestó Vito—. La tercera opinión es muy personal…
La cara de Dolo expresaba la furia de una leona rechazando al león que la quiere montar.
—… No existe bicho viviente… —muy pausado y mirándola a los ojos— que pueda dar tanta dulzura, cariño, compañía, comprensión, amistad…
Ahora su expresión iba cambiando, a medida que oía el sentir de Vito hacia la mujer.
—…, confianza, seguridad, risa, felicidad, amor, y todo lo que tiene dentro cuando se enamora. Los sentimientos de una mujer son inigualables.
A ella se le descolgó la cabeza hacia delante.
—¿Estás satisfecha? —tono de triunfo seguro.
—¡Desde luego que no! —inconformismo femenino—. Juegas con tres barajas, y no sé cuál de ellas tiene la carta marcada, porque ésa seguramente es la que tú utilizas; dejémoslo, que son las ocho menos cinco, y sería un pecado mortal que llegaras tarde después de tanto ajetreo.
—Es lo mejor —reía con vileza (malicia); pensando—: <"Me ha salido de abute>>.
Salía del coche, cuando Dolo le dijo:
—Espera, que te tengo que darte las llaves para que me esperes en el apartamento cuando finalice la entrevista. No podría soportar que te marcharas sin conocer cómo te ha ido. Bueno, la verdad es que me gustaría contarte algo, y no hay un lugar más tranquilo que mi apartamento —utilizó un tono que a Vito se le olvidaron todos los adjetivos que le había puesto a su Venus (mujer muy hermosa).
Miraba al edificio, para disimular que le había encantado la idea, mientras pensaba:
—<"Como siga hablándome de esa forma, seguro que cometo la tontería de convertirme en un fiel seguidor de ellos. Soy incapaz de negarme a sus peticiones>> —extendió la mano para coger las llaves, y decirle: De acuerdo. Pero antes de ir, me acercaré a la estación para cerrar el billete en el último AVE.
Ella ocultó la feliz sonrisa que le produjo el conseguir retener a Vito hasta la noche.
Vito resopló al cerrar la puerta del Mini, y caminó hacia la entrada del edificio de oficinas.
—¡Espera! —le gritó Dolo, bajándose rápidamente del Mini, corriendo a su encuentro. Al llegar junto a él, colocó muy suavemente las manos en los antebrazos de Vito; diciéndole—: Dale las gracias al Jefe de Conserjería. No te digo que pases por la cafetería porque hoy no trabajo allí —le dio un beso en la mejilla con más cariño que una primeriza a su bebé—. ¡Mucha suerte!
Vito, sin dejar de pensar en el besito, entró en el edificio. Cuando iba a abrir la segunda puerta, se volvió gritándole a Dolo:
—¡No sé la dirección de tu casa!
Dolo corrió al Mini; cogió una tarjeta de visita; sacó, de su bolso, una pluma Montblanc, más gorda que la que utilizan los políticos para salir en la foto cuando firman algún acuerdo filibustero (pirata); escribió su dirección en el reverso de la tarjeta de visitas; y voló para entregársela a Vito.
—¡Vaya patinazo que hubiéramos dado! Tanto programar y se nos olvida lo más importante —sonreía feliz.
—Soy una calamidad para orientarme. Pienso en las vueltas que hubiera dado para llegar a tu apartamento y me muero —sonriendo. Le dijo adiós con la tarjeta en la mano. El que la entrevista no le pusiera muy nervioso se debía a la poca confianza que tenía en ella. Pensaba que con todos los madrileños que había, no se la iban a dar a un bonariego. Antes de llegar a la mesa del Jefe de Conserjería, leyó el tatuaje que lucía la tarjeta: “Centro Psicológico y Psiquiátrico Especializado en Mentes Esquizofrénicas Letales”. Lectura que le descuajeringó (desvencijar, desunir. También: descuajaringar) los sesos. Miró hacia la puerta, viendo a Dolo todavía de pie mirándole. Nueva diarrea mental—: <<¡Jodeeeerrrrr! ¡Vito, no seas capullo, más claro el agua! —se reprochaba—. Has dormido con la tía más loca que existe en el mundo. ¡No, si ya se lo había notado! Ésta deja en pañales al doctor Lecter ese, el de la película Hannibal. Ya lo dije, ya lo dije, que estaba majara (loca, chiflada. También: majareta) perdida. Seguro que se ha escapado de ese manicomio. Y no puedo librarme de ella —apesadumbrado— porque tengo la llave de su casa. Si me la llevo, tendrá que llamar otra vez al cabronazo del Caín. No. Prefiero llevársela yo mismo. ¡Tío, en que pollo tasmetío!>>.
Próximo miércoles 6 de diciembre: Capítulos XV y XVI

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