28 noviembre 2006

 

CAPÍTULO XIX (Si los pensamientos los chivateara el aire, todos padeceríamos parálisis mental - jibr). ¡FELIZ NAVIDAD!

La información recibida produjo que Vito paseara por la acera en estado de trance. La levitación se rompió cuando, al meterse la mano en un bolsillo, tocó las llaves del apartamento de Dolo; murmurando:
—Si no tuviera las llaves no volvería a verla. Cómo será, para que los que la conocen hablen así de ella. ¿De qué te extrañas? ¿Se te ha olvidado el diíta de ayer con ella? ¿Qué más quieres que te ocurra a su lado? Y de su forma de comportarse, ¿qué me dices? —el autoreproche lo hirió más. En ese momento le acompañó otro ligue: La amargura. Si un ligue es difícil de contentar, dos, ¡qué se puede esperar! De dar saltos de alegría hace un momento, pasó a arrastrar las suelas de los zapatos. Por si todavía no tuviera suficiente con dos ligues a la vez, otro se le unió al infierno que padecía: La fatiga. Hizo un intento por vomitar. Unos pasos de zombi, y no tuvo más remedio que pararse. Un taxi se detuvo junto a él para dejar a un pasajero.
—¿Queda libre? —preguntó con tono de voz en las últimas.
—Sí —contestó el taxista.
La orgía que se estaba montando con los tres ligues le hacía encontrarse enfermo. Se subió al taxi, dejándose caer en el asiento trasero exhausto (apurado y agotado).
—A… —la memoria se le había caído.
El taxista comenzó la carrera sin marcar el rumbo.
Vito rebuscaba, en los bolsillos, la tarjeta donde Dolo le escribió la dirección. Por fin la encontró, pasándosela, sin decir nada, al taxista.
—Qué, al señor le da miedo andar solo por la calle, ¿no? —le dijo el taxista, con más sorna que los guiñoles del Canal Plus, al leer la dirección y devolverle la tarjeta sin mirarlo.
—¿Cómo dice? -muy extrañado Vito.
—Porque... —decía el taxista cuando la onda expansiva de una explosión, casi tumba al taxi. Con admirable dominio del volante, el taxista, consiguió detener el vehículo, frenando en seco junto a la acera, y exclamando—: ¡Hostiaaaa!
—¿Qué ha sido eso? —preguntó alarmado Vito. Los dos sufrieron una sordera momentánea, insistiendo Vito—: ¿Qué_qué_qué ha sido esa explosión?
—Seguro que la ETA —respondió el taxista saliendo del vehículo rápidamente y mirando a todos sitios. Vito hizo lo mismo—. ¡Mira allí! —marcaba con el dedo el taxista en la dirección donde un coche ardía—. Han puesto otro coche bomba. ¡Dios, nos hemos librado de milagro! Si seguimos unos metros más nos coge de lleno. Y si no te hubieses montado conmigo me hubiera reventado la explosión. Muchacho, gracias a ti estoy vivo. Y pensar que me estaba riendo de ti.
—Pero ¿por qué? —todavía aturdido. No dejaba de abrir y cerrar la boca para liberar a los oídos del zumbido que le regaló la explosión.
—¡Y yo que sé por qué esos ponen bombas!
—No. Que, ¿por qué se reía de mí? —ahora acompañaba los movimientos mandibulares, metiendo y sacando los dedos índice en las orejas.
—Porque la dirección que leí en la tarjeta que me dio, es ésta —dio un zapatazo en el suelo—, y el número, que indica la tarjetita, está ahí mismo —señaló a lo Colón—, ¡siete portales más adelante!
—¿Por qué no me lo dijo?, me hubiera ahorrado la bajada de la bandera.
—Mis habichuelas y las de mi familia están en esto —señaló al taxi—. Si alguien me para, tiene que rascarse el bolsillo. Pero contigo no lo haré. ¿Y sabes por qué?
—Ni idea.
—Te has quedado sordo. Ya te lo dije. Me has salvado la vida. Si no te cojo, hubiera seguido y me hubiera pillado de lleno. Desde este momento eres mi héroe. ¡Dios te ha puesto en mi camino para que me salves la vida!
En un instante, el lugar se llenó de ambulancias, motos y coches y helicópteros de la policía. De allí no podía salir nadie. La zona quedó acordonada en un plis-plas.
—Ha sido un coche bomba —escupía la radio de una moto policial—. Sólo ha habido pérdidas materiales.
—Oiga, yo me marcho. Gracias por todo —Vito le dio la mano al taxista y, a paso ligero, se marchó para el apartamento de Dolo.
—¡No te olvidaré nunca! —le gritó, el taxista, al alejarse.

—¡Ufffff! —resopló—. <"Lo que me faltaba hoy era una bomba —pensaba—. Juye de aquí cuanto antes. Y de la terrorista de la Dolo también. ¡Que he dicho! ¡Huy, huy, huy…! Si está tan cerca de su casa, ¡es que la ha puesto ella! —sudaba—. Yo le dejo una nota y me las piro (largarse, irse) ahora mismito>>.
Subía en el ascensor dejando caer todo su cuerpo sobre la pared del fondo. Después de tantos sobresaltos estaba deseando llegar para cuanto antes montarse en el AVE y dormirse. Abría la puerta del apartamento, cuando sonó su móvil:
—¡Coooñoo, qué susto! —atendió la llamada—. ¿Dígame?
—…
—¡Hola, madre!
—…
—¡Qué ha dicho la radio que aquí han puesto una bomba! —movía la cabeza—. Ni me he enterado.
—…
—Que sí, madre, que estoy bien. No te preocupes.
—…
—No te llamé ayer porque con la preocupación de entregar todos los currículos se me pasó la hora. Cuando me acordé pensé que ya estabais acostados. Te voy a dar… —instante en el que la energía de la batería se desvaneció; murmurando—: Habrá pensado que le he colgado. ¡Que mañanita, madre, si yo te contara! —después de guardarse el móvil, cerró la puerta. En el hall vivió un nuevo sobresalto—. ¿Quién es usted? —preguntó más asustado que el maestro Curro Romero (nació en Camas – Sevilla. El torero que más arte tiene, pero que casi nunca lo muestra, según dicen: unos, que por su miedo, y otros, que porque sabe que no va a lucirse con el toro y no le hace faena, por esto último, es el que más veces ha salido de la plaza protegido por la fuerza pública) delante de una vaquilla.
—No se asuste —le dijo al verle la cara que se le había puesto—. Soy la… limpiadora. ¿No se nota? —le indicó abriendo los brazos y mirándose de arriba abajo: relativamente joven, aparentaba más edad por el peinado con un moño; vestido oscuro; delantal blanco; calzada con babuchas (zapatillas de estar por casa) negras.
—¿Cómo tiene una llave? —lanzó Vito, que sin pausa continuó—. Si ayer me dijo Dolores que sólo existía la que me ha dejado. ¡Tan lejos vive usted que no pudo llamarla para que trajera la llave, y no que llamó a un chorizo para que abriera la puerta! -relató con tono agresivo, no habitual en él. Comenzó a notar un sudor frío en la nuca.
—Oiga, señorito, que yo no sé nada de lo que está diciendo —con tono malhumorado.
—¡Ya! Seguro que ella montó el pollo para deslumbrarme. Pues lo consiguió como yo me llamo Victoriano. Y, yo —con tono alicaído (débil)— no soy señorito, señora.
—Perdone, señori... —enmudeció, al oír el teléfono sobremesa del salón. Corrió a cogerlo—. ¿Diga?
Vito se acariciaba la nuca con fuerza para liberarla de la tensión acumulada en lo que iba de día: <"Esto es muy fuerte. Aquí no se sabe nunca lo que te puede pasar en un abrir y cerrar de ojos. La Dolo miente por castigo. ¡Vaya prenda!>>.
—…
—Sí. Está aquí. ¿Le digo que se ponga?
—…
—Tome, seño... —acercándole el teléfono—. Es la señorita Dolores.
Sin saber el por qué, se sintió aliviado.
—¿Dime? —continuaba con cara de pocos amigos.
—…
—Qué estabas preocupada por mí, ¡no me digaas!
—…
—¡Ah!, por el atentado. Yo creía que era por lo del trabajo.
—…
—No. Te lo contaré cuando vengas. Y no tardes, que tengo que coger el AVE de las... ¡Me cago en diez! Se me ha olvidado ir a cerrar el billete.
—…
—Está bien, iremos juntos cuando vengas. Pero, como conduzcas como esta mañana, me bajo y me voy andando.
—…
—Hasta luego.
Colgó el teléfono, volviéndose para decirle algo a la señora de la limpieza.
—¡Coño! —se tapó la boca con la mano derecha; pensando—: <<¿Dónde se habrá metido la chacha (sirvienta)? —echó un vistazo por el salón. De la señora ni rastro—. Esta muchacha es desconcertante. ¿Por qué montaría el show de las llaves si su limpiadora tenía una? ¡Con la imaginación que tiene, para qué le voy a preguntar, seguro que me diría que vive en Australia, y va y viene todos los días haciendo autostop (también: autoestop)! ¡Qué mente, madre, qué mente! ¿Por qué el camarero me ha hablado de Libia, Líbano, Kuwait, Irak? ¿Qué tiene que ver Dolo con esos lugares? ¡Joder, joder! Cómo no he caído antes. Ahora todo se aclara. Esta tía es una fundamentalista islámica. ¡Mis muertos! ¡Yo me cago en...!>>.
—¡Señorito! —la limpiadora apareció muy preocupada—…
Interrumpiendo su batido de coco, Vito puso cara de intuir que algo raro le iba a pedir.
—… Otra vez, Dolores, se ha dejado el ordenador encendido. Cualquier día hay aquí un incendio. Esta niña no conoce el peligro —él sonrió con coña—. Yo no me atrevo a apagarlo. Siempre he tenido miedo a dejar los aparatos eléctricos funcionando sin que estemos en casa, y ese cacharro no sé como desconectarlo. ¿Usted sabría hacerlo?
—¿Dónde está? Lo intentaré.
—En aquella habitación, señorito —señaló con el dedo índice.
—¿Cuál? Y, no me diga más señorito, por favor.
—Aquella -continuaba señalándola con el dedo, mientras caminaba hacia ella.
—Pero… —ella lo miró al oírlo— ¿esa habitación no está ocupada? ¾preguntó con mucho suspense.
—¿Ocupada? No, señori…
—Me llamo Victoriano. Por favor, me gusta más que me llamen por mi nombre.
—En la habitación no hay nadie. Vengo de allí. Esa habitación es donde Dolores tiene su despacho.
—¡Aaaaahhhh! —liberó mil kilos de amargura.
—Parece que se ha sorprendido de que no estuviera ocupada, ¿por qué?
—¿Yo? No, que va. No tengo ni idea de por qué dije eso.
La señora le abrió la puerta.
Vito se frotó las manos al entrar y pensando: <<¡Por fin! Es el momento de conocer la habitación fantasma>>.
La señora continuó con sus labores. Él se quedó solo. Ahora tenía la habitación fantasma a su entera disposición. Antes de acercarse al ordenador, inspeccionó la habitación al detalle: decorada con el mismo gusto que el resto del apartamento. El orden gritaba su existencia. No conseguía descansar su mirada en algo en concreto. Su extrañeza iba aumentando a medida que no encontraba ninguna pista del por qué él pensaba que era una habitación fantasma. Se dijo en voz baja:
—¿Qué haría aquí cada vez que entraba?
Continuó indagando un rato. Estaba nervioso. Se sentó delante del ordenador. El monitor estaba en standby (oscurecido, sin desconectar. En espera). Para activar el monitor, pulsó la tecla que él siempre utilizaba en estos casos: la “v” de Victoriano. La pantalla se iluminó. Continuando con su murmurar:
—Ya que tengo tiempo…, antes de desconectarlo voy a alcahuetear un poco.
El impacto recibido, al comenzar a leer, fue como si un rayo le hubiera atravesado el cerebro. Leía lo último que Dolo había escrito: “Mañana será el día definitivo. Lo he convencido. Se quedará para bañarnos en la piscina y almorzar juntos. De mañana no pasa que le haga mi mejor interrogatorio para conocer su vida privada y sacar el estudio definitivo”.
Con el ratón fue bajando el texto lentamente a medida que lo iba leyendo: “Es muy tímido. Muy, pero que muy, reservado. Cuando se altera, su estadio neuronal choca con el circulatorio, transformándose en un pedazo de hombre con mucho carácter. No tengo respuesta para su actitud sensorial. Incomprensiblemente tuvo fuerza suficiente para rechazar una situación sexual cuando todos sus sensores lujuriosos (vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales) estaban excitados al límite”.
Comenzó a dolerle el estómago. Sudaba. Pulsó las teclas “Ctrl. + inicio”, apareciendo la cabecera del documento con el siguiente título:

RELACIÓN DE LOS EVALUADOS PARA “ESPIAS”:

1.- Gaspar – Madrid – Modisto.
2.- Antonio – Alicante – Policía.
3.- José Antonio – A Coruña – Marisquero.
4.- Caín – Madrid – Delincuente.
5.- Aniceto – Madrid – Conserje.
6.- Jesús –Madrid – Encargado de cafetería.
7.- Fernando – Madrid – Piloto aviación.
8.- Isabelo – Sevilla – Cirujano.
[…]
33.- Victoriano – Bonares (Huelva) – (Pendiente de evaluar).

No pudo continuar leyendo. Sus pulmones lanzaron un ese o ese (SOS) al oxígeno. Sintió que sus entrañas se resquebrajaban. Con gran esfuerzo se levantó. Hubo un momento en que perdió el equilibrio. Fue a la habitación donde había dormido. Se desvestía con rabia, la misma con que tiraba al suelo la ropa regalada por Dolo. Vestido con su ropa, cogió la maleta y el chaquetón. Dio un portazo al salir del apartamento.
—¿Victoriano? —preguntó en voz alta la señora que, al abrir el portón, vio desaparecer a Vito tras las puertas del ascensor—. ¿Qué le habrá ocurrido? —pregunta que se desvaneció al no encontrar receptor.
Próximo miércoles 27 de diciembre: Capítulo XX

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