20 noviembre 2006
CAPÍTULO XV (En algún sitio leí: "El sexo es el motor del mundo").
¿Qué? —Vito reconoció la voz del portero—. Pasa, o es que quiere eludirme para librarse de invitarme hoy.
—¡Ah! Perdone, no le había visto —contestó entrecortado. La tarjeta le abrasaba el subconsciente.
—¡Cómo me va a ver, si no ha levantado la cabeza desde que entró! Qué, le han llamado de alguna empresa de aquí, ¿no? —le preguntó con voz sibilina el portero.
—Sí, sí, de Alea Jacta Est. ¡Muchas gracias, por entregar los currículos! —dijo con agradecimiento.
—¿Qué tal la Dolores? —le zampó (asestar, propinar) el portero.
Vito, extrañado, movió la cabeza.
—Sí —continuó el portero—, la camarera que trabaja aquí junto, donde me dejó pagada…
—¡Ah! —exclamó ipso facto (inmediatamente)—. ¿Por qué? —le preguntó Vito con interés desmedido.
—Le diré más…
Vito no entendía el interés que mostraba el portero por conocer su relación con Dolo.
—… Seguro que le ha traído…, ¡y más!..., seguro que se ha acostado con ella esta noche.
A Vito le entraron ganas de vomitar: <"Será hijo de puta este tío. Pero ¿por qué lo dirá?>>.
—¡No se ponga así hombre! —le animó el portero al verle la cara—. Se lo digo porque desde hace unos siete meses, a todos los que, como usted, llegan a pedir trabajo por aquí me dejan pagada una invitación en la cafetería… —puso suspense—, y luego ella, sí la Dolo, se marcha con ellos. Los que tuvieron la suerte de que lo llamaran para entrevistarlos, los acercó ella en la caja de higos que tiene por coche —actuó como una mala maría (mujer de poca cultura, o dedicada a las labores de la casa)—. ¡No me dirá que los recoge en la parada del Metro!
Vito sintió que todo el edificio se le venía encima; pensando—: <"Será burraca la… ¡Claro, yo no me la he cepillado porque no he querido!, pero, seguro que todos los anteriores han mojao. Y quiere hablar conmigo antes de irme. Será para poner otra cruz en la pared, como la Enmanuelle. Entraría en la habitación fantasma para borrar la que había dibujado por mí. Ella está tan segura de todo que contó de antemano que yo sumaría en su ábaco (tabla o cuadro que sirve para calcular; basado por bolitas atravesadas por alambres) fornicario (fornicar: realizar fuera del matrimonio el acto sexual). Tiene todos los papeles para ser premio “Príncipe de Asturias” a la desvergüenza>>.
—Presiento que no le ha gustado mi información —lo decía con recochineo—. Lo digo por la cara que se le ha quedado. Relájese. No tenga prisa, aunque le hayan dicho a las ocho los de Alea no llegan nunca antes de las nueve.
—Ahora vuelvo —le dijo Vito, volviéndose con rabia, saliendo a la calle.
El portero se sentó en la silla de su mesa, que para él era más importante que el sillón del Papa, se escurrió para detrás y, con una sonrisa del más grande hijo de puta del mundo, pensó: <"Me lo he cargado, ¡jejeje!, qué jilipollas son los catetos pueblerinos. Llegan a la Capital y se creen que las mujeres los están esperando. ¿Dónde habrá ido? Éste se ha mosqueado y se ha marchado a su pueblo>> —en ese momento regresó Vito—. ¡Hombre, me había preocupado!
—Tome un cigarro —le ofreció Vito acercándole un paquete de Marlboro.
—¡Mala cosa, hijo!
Vito, se heló, quedándose con el paquete en el aire.
—¡No tiene usted nada de mundo! —prosiguió el portero—. ¿No se dio cuenta, ayer, de que yo fumaba negro? —se regocijaba—. ¡Ducados, para ser más verdad!
—¡A mí no me coge ya ni dios! —muy alterado. Con rabia, sacó un paquete de Ducados del bolsillo de la chaqueta—. ¡Cómo no estaba seguro! Quédeselo, se lo regalo. También le he dejado pagado otro rioja con sus respectivos pinchos —escupía más autoridad cabreante que los picoletos (guardia civil) de las posguerra.
—¡Me ha sorprendido, sí señor! Le he subestimado (estimar en menos de lo que vale) —decía arrepentido; pensando—: <"Este chaval es mucho más inteligente de lo que yo pensaba. Seguro que tiene futuro>> —tosió para aclararse la voz—. Coja aquél sillón y siéntese aquí. Así hará más cómoda la espera —le dijo, marcándole el otro lado de la mesa—. ¿Cómo se llama la persona que le tiene que entrevistar?
—Sanmiguel —respondió Vito, que lo miraba embobado.
El portero, con el Ducados entre los labios, enojó tanto al mechero que había sacado del bolsillo que éste comenzó a vomitar fuego para prender al enjuto (delgado) cigarro. Apresó el pitillo con el pulgar y el índice, mostrándoselo a sus ojos para cerciorarse de que la combustión era la correcta. Antes de guardarse el mechero se lo mostró a Vito diciéndole:
—¡Cartier, y de oro! —tono pedante (demasiado convencida de su valer)—. ¡Un regalito! —casi se ahoga asfixiado por el humo del tabaco—. ¡No se preocupe!
—¿Cómo? —preguntó desconcertado Vito.
—¿No me ha dicho Sanmiguel? —Vito asintió con la cabeza—. Pues eso, que no se preocupe. A ese señor lo tengo cogido por… El defecto que tiene es que es un jodido catalán; no vaya a pensar que ha nacido en Cataluña, ¡ni de coña!, lo parieron en… ¡No me acuerdo! Sí, sí, en una alquería (casa de campo) en Las Hurdes (comarca de Cáceres y Salamanca, que padeció el caciquismo rural, hundiéndola en la miseria). Lo que quiero decir es que es más culé (partidario del F. C. Barcelona) que el Gaspar..., sí, el presidente del Barcelona. Aun así es un buen profesional, aunque tiene otro defectillo peligroso.
En un momento del discurso, Vito encendió un cigarro. Dio una calada. Miraba al portero con los ojos entreabiertos, rumiando suprema intriga.
—Pero no te preocupes, estoy seguro de que hoy mismo firmas el contrato de trabajo —lo dijo con convencimiento chulesco—. ¡No crea que con ellos! —Vito lo miró embobado—. Con otra empresa, porque esta gente sólo seleccionan, pero en tu caso yo conseguiré que te contraten ya. No te importará que te tutee, ¿no?
—Al contrario, prefiero que me tutee.
—¡Chaval, tú a mí también, eh? —arrugó el ceño—. ¡No me dijiste que no fumabas! —mirada desconfiada—. Te miro…, y es que no sé por qué, pero me hubiera gustado… ¡Mira, ahí llega Sanmiguel!
Vito no digería lo que le estaba ocurriendo. Si lo de Dolo era un sueño con pesadilla incluida, este momento le parecía un camelo (engaño, burla) descarado. Pensando:
—<<Éste capullo me está tomando por tonto. ¿A qué tanto interés por mí? ¡Si ayer fue un diíta de cojones, éste se está engalanando para rematar el viajecito! ¡Vaya ideita que tuviste! Aguantaré el chaparrón como sea ¡no tengo nada que perder! Así pasará más rápido el tiempo>>. Al oír al portero, volvió la cabeza viendo a un hombre muy elegantemente vestido, con tanta gomina como él, un bigote a lo Dalí (Salvador Dalí: Pintor y escultor. Nació en Figueras - Gerona), y portando, bajo la axila izquierda, un bastón a lo Gala (Antonio Gala: Poeta, dramaturgo, novelista y escritor. Nació en Brazatortas – Ciudad Real).
—¡Buenos días, señor don Sanmiguel! —saludó el portero, levantándose y realizando tal reverencia, que casi besa el suelo. Vito también se puso de pie.
Sanmiguel le correspondió levantando la mano derecha, continuando su camino.
—¡Señor, don Sanmiguel, espere, por favor! —la voz, casi grito, sonó seca.
—¿Sí? —se detuvo, mirándole por encima del hombro.
—¡Jejeje! Usted sabe que yo soy su más hermético amigo. ¡Ya sabe usted por qué, eh? —el tono con el que terminó fue pillastre.
Sanmiguel, a conciencia y mirándolo con descarada mala leche, se mordió la punta de la lengua; liberó el bastón de su brazo, cogiéndolo con la mano derecha, y acompañó la espera, a las insospechadas pero adivinadas palabras que emitiría el portero, con golpecitos de la punta del bastón contra el suelo.
Vito, inmóvil, no sabía para dónde mirar mientras pensaba:
—<<¡Qué ridículo está haciendo! Con qué falta de respeto está tratando a todo un señor. ¡Por fin, Sanmiguel, lo va a mandar al carajo!>>.
—Señor don Sanmiguel, usted ha citado a este joven para una entrevista de trabajo —señaló hacia Vito—, y quería decirle que lo considero como a un hijo —Vito no sabía dónde meterse—. Le ruego —lo decía con descaro— que para que yo no me vaya de la lengua, ¡ya sabe!, le dé el puesto de trabajo para el que le ha llamado. ¡Claro, claro, primero lo entrevista! Que yo sé que usted es un buen profesional.
Sanmiguel, furioso en sus adentros, casi había hincado el bastón en el suelo.
Vito se encontraba violentísimo. Mentalmente, se dijo: <<¡Hostiaaa! ¿Cómo puede aguantar esa forma de hablarle? Éste se lo carga aquí mismo, y yo ya estoy en Bonares. ¡Otro follón! Me deja la Dolo y me coge un majarón (majareta: chiflado, loco). Qué habré hecho yo para merecer esto>>.
—No se preocupe —decía Sanmiguel, después de carraspear—. Recuerde que a las tres tengo una cita muy importante y, como siempre, confidencial.
—¡Señor don Sanmiguel, cómo puede dudar de mi profesionalidad! Usted sabe que yo soy una tumba. Mire, es lo primero que tengo apuntado en mi agenda. Que por cierto, usted ha sido el único que no me ha regalado una este año. No me la vaya a dar, que ya no la quiero. Lo que sí quiero es que mi niño —Vito se estremeció. El chantaje retumbaba en cada golpe de voz—, bueno, no lo es, como ya le he dicho, pero como si lo fuera, firme hoy mismo el contrato de trabajo.
El pensamiento de Vito no descansaba:
—<<¡Si no lo veo no lo creo! Y el tío, que debe ser un ejecutivo de Alea, cómo consciente que le hable así el portero. Si Kafka (Franz Kafka: escritor judio checo) estuviera aquí se autoingresaría en un manicomio. ¡Le está ordenando que me dé el trabajo, ¡vamos!, cómo si le pidiera un cigarro! ¿Por qué le habrá dicho que se puede ir de la lengua? ¡Y dicen que de Madrid, al cielo!, ¡ya!, será para acompañar a los angelitos, porque aquí puede haber tiros en cualquier momento>>.
La voz de Sanmiguel le diluyó los pensamientos, poniéndole toda la atención.
—Le he dicho que sí, pero, ¡ojo! —los dos oyentes lo miraron expectativos—, si se olvida o mete la pata en la cita de las tres, no tenga la menor duda —amenazaba con el dedo índice de la mano izquierda— de que mañana anularé el contrato. ¡Que suba dentro de media hora! —dijo tajante y, sin quitarle ojo al portero, continuó su camino.
—Gracias, señor don Sanmiguel —dijo con inesperado respeto, regalándole un saludo a lo mosquetero. Volviéndose para Vito le guiñó el ojo derecho, como confirmación de que el trabajo sería para él.
El candidato al puesto continuaba impasible, incrédulo. Le tuvo que echar valor para preguntarle al portero:
—¿Por qué lo haces?
—¡Que por qué! —pasó de un estado eufórico a pensativo—. Ha sido un pronto, no sé, anoche no cogí el sueño; desde que te vi ayer no he sido capaz de quitarte de mi cabeza, quizás… Un deseo frustrado de… ¡Qué más da! Quizás porque hoy es tu día de suerte —no podía ocultar que estaba emocionado y que deseaba terminar la conversación.
—No te ofendas por lo que voy a decirte —decía Vito. Una tos nerviosa desenmascaró su estado—. No entiendo cómo le has hablado así —el portero arqueó las cejas poniéndole toda su atención—. Tú eres, con todos mis respetos, un simple Jefe de Conserjería, y él un alto ejecutivo.
—¡No me he equivocado contigo, chaval! —exclamó eufórico el portero; continuando—: Has sido el primero que me ha llamado por mi modesta pero honorable categoría. ¿Sabes? —Vito frenó el parpadeo—. Tú sabrás mucho de letras y números, pero de la calle no tienes ni idea. En ella se aprende lo que no se enseña en la Universidad. Lo de la reunión de Sanmiguel a las tres, ¡tiene huevos! Te cuento: A las tres vendrá la querida de Sanmiguel, él no me ha dicho que es su querida, pero… ¡yooo!…, ¿y qué es lo que tengo que hacer?, pues llamar, a esa hora en punto, a su mujer para decirle que su marido no irá a almorzar, posiblemente ni a cenar, porque se ha presentado, a última hora y de improviso, el presidente de la compañía, con lo que eso supone…, almorzar, trabajar, cenar, y seguramente de nuevo a trabajar hasta las tantas de la madrugada. En el supuesto de que ella se presentara, tengo su autorización para decirle que está reunido y no puede atenderla, entonces la llevaría, para quitarla de aquí, a la cafetería, ¡la que tú conoces!; allí la entretendría y lo llamaría por teléfono para avisarle de tan inoportuna visita. Este trabajo me alimenta muy bien. La última vez que se presentó me puse como el Quico (ponerse como el Quico: hartarse de comer). ¡No te asustes! Éste es sólo un ejemplillo. ¿Entiendes ahora lo que enseña la calle?
—Y… —Vito se lo pensó antes de preguntar—, ¿cómo sabe que es su querida?
—Nunca —miró a Vito con gesto de ofendido— he dado explicaciones a nadie… y mucho menos sobre este particular, pero chaval me has mordido mi corazón y soy incapaz de negarte algo. Te lo contaré. Otra prueba más de mi confianza en ti.
Vito estaba cansado del rato que llevaba de pie. Con resignación acomodó la postura; cruzó los brazos dejando caer todo el peso del cuerpo sobre la pierna derecha. Ante el piropo, imposible no demostrarle gratitud:
—Gracias.
—En el mes de los ricos —se vaciaba el portero—, ¡ya sabes, el mes de agosto!, aquí, oficialmente, no trabaja nadie, ¡ya sabes!, por las vacaciones. Te he dicho, oficialmente, porque sí aparecen por aquí más de uno y de una. Lo sé porque yo nunca cojo vacaciones, ¡ya sabes!, eso de aguantar a la parienta veinticuatro horas es un calvario, porque para lo uniquito que te quiere es para que le hagas de cosario, ¡ya sabes!, mandadito por aquí mandadito por allá. Descanso más trabajando que de vacaciones. ¡Ni las cobro! ¿Por qué te cuento esto? ¡Ah!, por lo de la querida de Sanmiguel. Pues en el mes de agosto de hace dos años sonó la alarma de su despacho. Ahí detrás hay un cuartillo donde está el cuadro de alarmas de todas las oficinas, ya sabes, por si hay un incendio o una urgencia por enfermedad o un atraco, ¡que, por cierto, ya ha ocurrido! Quiero decirte que en todas hay un botón para que lo apriete el que lo necesite. Como te iba diciendo, ese día sonó la de su despacho. En cuanto la oí, salí… Qué quieres que te diga... Con decirte que casi me muero de un infarto por el esfuerzo; ¡todavía tengo agujetas! Bueno, cuando llegué para ver qué pasaba todo el sudor se me salinizó —miró a Vito para comprobar que le ponía atención—. Los cogí in fraganti (también: infraganti – En el mismo momento en que se está cometiendo el delito o realizando una acción censurable). Ella tendida encima de la mesa de Sanmiguel, y él dale que te dale. ¡Jejeje! Al verme Sanmiguel, comenzó a lloriquear; se puso de rodillas rogándome, como un marica en los años cuarenta delante de un tricornio (guardia civil), que no dijera nada a nadie. En bolas, me dijo que me daría todo lo que le pidiera… ¡Vaya cuadro! Ahí descubrí que no era su mujer. ¿Sabes por qué saltó la alarma? —Vito negó con la cabeza—. Todavía me deshuevo de risa. Cuando instalaron el sistema de alarma, Sanmiguel mandó colocar el interruptor debajo de la tapa de su mesa… —Vito no reaccionaba—. ¡Joder, chaval! Dónde crees que se agarró para poder darle ritmo a sus envestidas? —Vito sonrió—. ¡Mucho figurín educado, pero lloraba como un bebé! ¡Será camaleón (persona que por carácter o interés muda con facilidad de opinión) el tío! Desde entonces me da todo lo que le pido. ¡Hay que estar al loro, chaval! —le dijo con sobrada chulería—. No creas que sólo tengo cogido por los huevos a Sanmiguel. Tengo a varios —vomitaba engreimiento.
Vito enmascaró el desinterés que le provocaba las batallitas gratuitas de su bienhechor (que hace bien a otro).
—Por ejemplo —continuó el portero, con expresión facial de baboso—, en la primera planta trabaja, como secretaría de don Cosme, la mujer de Godofredo. ¡Sí, Godo! El jugador del Real Madrid —Vito gesticuló que lo conocía—. Pues la que parece que nunca ha roto un plato y que sabe más que Dios..., ¡no sabe ni hacer la ”o” —recalcando— con un canuto! Con decirte, que es tan analfabeta que don Cosme no la deja ni atender el teléfono… Eso sí, está más maciza que las que salen en las películas X del Canal Satélite Digital. ¿Tú tienes el Canal Satélite Digital? —Vito negó con la cabeza—. Yo lo tengo porque un yerno mío, el que está casado con la pequeña, porque tengo siete, ¿sabes?, tres varones, tres hembras y una tor..., ¡mira que salirme lesbiana! Yo le digo a mi jaca que eso es cosa del ADN de su familia, porque la única que se ha salvado es ella, ya que su hermana mayor es más puta que La Robot; sí; esa tía que cada tres minutos consigue la liberación, a la vez, de los espermatozoides de cinco salidos, ¡claro, todo hay que aclararlo!, son salidos debido a los dolores de cabeza de sus mujeres —Vito frunció el ceño—. Sí, sí, de cinco a la vez. Te voy a explicar cómo lo hace. No, mejor ponle alas a tu imaginación. Aunque tú con esa cara… Si un día quieres saberlo te pasas por aquí, me invitas a un trago, y te la presento —Vito respingó—. ¡A mi cuñada no, a La Robot! —el portero resopló, diciendo—: ¡Y mi cuñao!..., ¿dónde me dejas a mi cuñaito?; el más joven de los hermanos… ¡es el más maricón de España! Es conocido como El Sandía, porque cuando le… ¡ya sabes!, se pega pedos que suenan como el crujido de una sandía al partirla. ¿Tú no crees que llevo razón? —Vito había entrado en coma mental—. Con esos antecedentes… ¡he tenido suerte de que sólo me haya salido uno rana (salir rana: defraudar)!
El portero dio descanso a sus cuerdas vocales.
Ni las moscas interrumpieron el silencio que habitaba entre ellos.
—¡Ah, ya! –continuó el portero—. Esto ha salido por lo de mi yerno y el Canal Satélite Digital. ¡Pedazo de yerno! Es un manitas de la electrónica. Le das un trozo de alambre y una lata de sardinas y te fabrica un teléfono móvil, ¡jijijiji! No sé cómo un día me convenció para que me apuntara al Canal Satélite Digital pagando el mínimo. Después me alegré. Con cuarenta duros fabricó una tarjeta idéntica a la que venía con el aparato, ¿qué te crees?...; pues que veíamos todo gratis. A mí las películas no me van mucho, pero los partidos de fútbol, sobre todo los de mi equipo, me los cargo todos. ¿No conoces esa tarjeta? —Vito volvió a negar con la cabeza—. ¡Joder chaval, si es más conocida que la Rosa de Operación Triunfo! ¿Y todo esto a qué ha venido? —haciendo un gesto levantando la cabeza, le preguntó a Vito.
—A lo de las mujeres que salen en las películas X del Canal Satélite Digital —respondió.
—¡Es verdad!, y hablaba de la Marta, la secretaria de don Cosme, que por cierto tampoco se llama así. Un día me pidió que le sacara una fotocopia de su DNI, y le dije: “Yo le saco a usted lo que quiera”; ni se cortó, se echó a reír. Es de las que se comen lo que le des. Al leer el carné me quedé helado. ¿Cuánto le habrá pagado al matasanos (médico) que ha conseguido ponerla así? Aparenta unos veintisiete o veintiocho años, pero… ¡ya le está abriendo la puerta a los cincuenta! —esperó a que Vito dijera algo. Al no hacerlo continuó—: Eso no es todo; su nombre es Filomena. ¡Cómo para no cambiarse el nombrecito! ¡Pobre Godo! Creo que él sabe que su mujer torea en otra plaza. Y también lo saben los periodistas. Hace unos días el As (periódico deportivo) le dedicó una página entera. En la interviú no comentaron nada de ese tema, pero en una de las tres o cuatro fotos que le sacaron, salió con dos cuernos blancos en la frente. Al día siguiente explicaron que había sido un fallo en la impresión del periódico. ¡Qué cabroncetes son! ¡Desde entonces no marca un gol! Que, ¿cómo sé que la Marta torea fuera de su redil? Eran las nueve de la mañana de la víspera de Noche Buena; ese día en este edificio se trabaja sólo cuatro horas; fui, oficina por oficina, felicitando a los pocos que aparecieron a trabajar. Al ir a golpear en la puerta del despacho de don Cosme, oí el descorche de una botella de espumoso y pensé que ya habían empezado la fiestecilla que se suele hacer, ¡ya sabes!, las felicitaciones; sí, esos deseos que se dan cara a cara y con una sonrisa de oreja a oreja y por dentro te están maldiciendo. ¡Así son las navidades, trescientos sesenta y cuatro días puteándote, y un día para borrarlo todo!... ¡Hay que joderse! Me estoy enrollando; pues como te iba diciendo, al oír el descorche abrí la puerta sin llamar. ¡Vaya papelón! Los dos estaban desnudos. Don Cosme, de pie, con la botella levantada para que el chorro le cayera… Ella, de rodillas delante de él, bebiendo del chorrito que proyectaba el pirulí, ¡ya sabes!, el…, como si fuera una fuente de esas que ponen en los parques donde una estatuilla de un niño siempre está meando. ¿Tú crees que eso es decorativo? Para mí es una guarrada. ¡Ahora que caigo!, ¿por qué una estatua… o… un cuadro de un desnudo no está mal visto, y una foto de una tía buena en pelotas sí, eh, por qué? —la sonrisa de Vito contestó a su pregunta—. Sigo... En cuanto me vio la Filomena gritó, poniéndose a llorar como una magdalena. ¡Será camaleón, la tía! Y a don Cosme se le bajó más rápida que la Bolsa cuando a algún pez gordo le entra cagalera. “¡Por qué no ha llamado antes de entrar!”, me gritó don Cosme. ¿Ves? Otro que tengo agarrado por los… ¡ya sabes! Sin contestarle, me marché riendo. ¿Qué, chaval? —le preguntó a Vito.
—¿Qué le has sacado a don Cosme? —el único interés que tenía Vito era ocupar el tiempo de espera.
—Casi nada —tono apenado—. El tío tiene cinco gasolineras repartidas por la capital y la provincia. Una de ellas está cerca de mi casa...
Vito quiso demostrar su intuición:
—¡Ya!, te echan la gasolina gratis, ¿no?
—¡Te pasaste de listo¡ Yo no tengo ni carné, ni coche, pero sí echan allí toda mi familia. En total los diez que tienen coche. ¡Ah! Se me olvidaban las motos. Los empleados creen que somos familia de don Cosme. ¡Y hay más! Te voy a contar la última.
Vito no sabía ya cómo ponerse. Rezaba porque llegara la hora de subir.
—Ahora cuando subas, verás una puerta junto a la de Alea Jacta Est, ahí tiene el despacho la presidenta de la Asociación Internacional de Mujeres sin Clítoris —la cara de Vito había que verla—. ¡Sí, sí, sin clítoris!, pero no por la ablación (cortar, separar, quitar), ¡que eso sí que es un crimen! A lo que iba, pues que esa asociación es mentira; verás —el asombro en el rostro de Vito era inconmensurable (enorme, que por su gran magnitud no puede medirse)— por qué es mentira: mi amigo Ramón, que trabaja en una empresa de telefonía, me ha enseñado como oír, a través de esta centralita, las conversaciones de quien yo elija. El mismo día que me lo enseñó lo comprobé. Elegí su número de teléfono porque cada vez que la veo, toda la sangre se me va al mismo sitio, ¡ya sabes! Bajo mi experimentado punto de vista está que cruje. Tiene el mejor culo que he visto en mi vida. Cuando conseguí oírla, ¿a que no te imaginas con quién hablaba?
Vito levantó los hombros indicándole que no tenía ni idea y que estaba cansado de oírle siempre sobre lo mismo.
—Escúchame bien —continuó el portero—; la tía estaba hablando con otra que, por la forma de decir las guarreridas, seguro que era de una línea erótica de esas. No te cuento lo que se decían, porque me da vergüenza. ¡Cómo sería lo que se decían que a mí me da vergüenza contártelo! —recalcando—: ¡Sin clítoris! ¡Será falsa! —Vito estaba pasmado—. Chillaba más que una rata acorralada y un cerdo en la matanza, juntos. ¿No me preguntas qué gritaba? —Vito, por consideración, le insinuó que sí—. Gritaba: “¡Sigue, sigue, aunque me gaste el clítoris!”. ¡Qué te parece la presidenta de las “Sin clítoris”! Por eso también la tengo pillada. ¡Hay si pudiera enganchar a todos los teléfonos de Madrid! —exclamó vacilando.
Vito, volvió a mirar su reloj; pensando—: <<¡Han pasao cuarenta y cinco minutos! El pervertido este me va a amargar el día>> —aspiró profundamente. Muchos segundos tardó en contaminar de dióxido de carbono el ambiente. No pudo aguantar la pregunta—: ¿Sólo escuchas conversaciones soeces (soez: bajo, grosero, indigno, vil)?
—¡No, chaval! —hizo una pequeña pausa, entristeciéndose—. También he oído penas; un señor, del cual no te voy a decir el nombre, llama todos los meses a Alcor —ante la expresión de Vito de no conocer qué era Alcor, el portero le aclaró—: Sí, donde tienen conservados, a muy baja temperatura, a los muertos que esperan que descubran la solución para su cura… ¡y luego resucitarlos! ¡Tiene mandanga la cosa! Pues este hombre tiene allí a su hijo de diez años, bueno ahora tendrá quince. ¡Joder, te imaginas que lo revivan dentro de cien años? —Vito cerró los ojos—. ¿Ves?, ¡para que voy a oír tristezas!, no es mejor oír conversaciones cachondas, ¿eh?
—Que sepas los chismes de aquí lo puedo entender, pero… —el portero lo miró con extrañeza—, ¿cómo sabes que Dolores, la camarera, se ha acostado con todos los tíos que dice… o también pinchas su teléfono? —antes de terminar la pregunta ya se había arrepentido de hacerla.
—¡No…! —le gritaba, pero el ulular (dar gritos o alaridos) de la centralita le privó de la respuesta al atender la llamada—. ¡Buenos días, con quién desea hablar? —la voz del portero se deslizó, a lo bestia, por el sistema circulatorio de la centralita.
—…
—¡Huy!, perdone, no me percaté de que era una llamada interna —disculpa empalagosa—. ¡Ipso facto sube, señor, don Sanmiguel! Es que le he estado dando una clase de… ¡Será puto (necio, tonto)! —insultó a Sanmiguel por dejarlo con la palabra en la boca.
Vito tuvo que mirar hacia otro lado para no descubrir el parto de risa que tenía.
—Sube a firmar el contrato, que ya te ha reclamado el hijo de puta ese. Quinta planta y al salir del ascensor coges el pasillo de la derecha; cuando llegues al final sigues a la derecha; bajas una escalera de quince peldaños y vuelves a girar a la derecha; ya verás la placa de Alea en la puerta. Voy a beber agua —y le gritó—, ¡que de tanto darte clase sobre como hay que andar por la vida se me ha quedado la boca más seca que el chocho de una momia, ¡jejejeje!
—¡Ah! Perdone, no le había visto —contestó entrecortado. La tarjeta le abrasaba el subconsciente.
—¡Cómo me va a ver, si no ha levantado la cabeza desde que entró! Qué, le han llamado de alguna empresa de aquí, ¿no? —le preguntó con voz sibilina el portero.
—Sí, sí, de Alea Jacta Est. ¡Muchas gracias, por entregar los currículos! —dijo con agradecimiento.
—¿Qué tal la Dolores? —le zampó (asestar, propinar) el portero.
Vito, extrañado, movió la cabeza.
—Sí —continuó el portero—, la camarera que trabaja aquí junto, donde me dejó pagada…
—¡Ah! —exclamó ipso facto (inmediatamente)—. ¿Por qué? —le preguntó Vito con interés desmedido.
—Le diré más…
Vito no entendía el interés que mostraba el portero por conocer su relación con Dolo.
—… Seguro que le ha traído…, ¡y más!..., seguro que se ha acostado con ella esta noche.
A Vito le entraron ganas de vomitar: <"Será hijo de puta este tío. Pero ¿por qué lo dirá?>>.
—¡No se ponga así hombre! —le animó el portero al verle la cara—. Se lo digo porque desde hace unos siete meses, a todos los que, como usted, llegan a pedir trabajo por aquí me dejan pagada una invitación en la cafetería… —puso suspense—, y luego ella, sí la Dolo, se marcha con ellos. Los que tuvieron la suerte de que lo llamaran para entrevistarlos, los acercó ella en la caja de higos que tiene por coche —actuó como una mala maría (mujer de poca cultura, o dedicada a las labores de la casa)—. ¡No me dirá que los recoge en la parada del Metro!
Vito sintió que todo el edificio se le venía encima; pensando—: <"Será burraca la… ¡Claro, yo no me la he cepillado porque no he querido!, pero, seguro que todos los anteriores han mojao. Y quiere hablar conmigo antes de irme. Será para poner otra cruz en la pared, como la Enmanuelle. Entraría en la habitación fantasma para borrar la que había dibujado por mí. Ella está tan segura de todo que contó de antemano que yo sumaría en su ábaco (tabla o cuadro que sirve para calcular; basado por bolitas atravesadas por alambres) fornicario (fornicar: realizar fuera del matrimonio el acto sexual). Tiene todos los papeles para ser premio “Príncipe de Asturias” a la desvergüenza>>.
—Presiento que no le ha gustado mi información —lo decía con recochineo—. Lo digo por la cara que se le ha quedado. Relájese. No tenga prisa, aunque le hayan dicho a las ocho los de Alea no llegan nunca antes de las nueve.
—Ahora vuelvo —le dijo Vito, volviéndose con rabia, saliendo a la calle.
El portero se sentó en la silla de su mesa, que para él era más importante que el sillón del Papa, se escurrió para detrás y, con una sonrisa del más grande hijo de puta del mundo, pensó: <"Me lo he cargado, ¡jejeje!, qué jilipollas son los catetos pueblerinos. Llegan a la Capital y se creen que las mujeres los están esperando. ¿Dónde habrá ido? Éste se ha mosqueado y se ha marchado a su pueblo>> —en ese momento regresó Vito—. ¡Hombre, me había preocupado!
—Tome un cigarro —le ofreció Vito acercándole un paquete de Marlboro.
—¡Mala cosa, hijo!
Vito, se heló, quedándose con el paquete en el aire.
—¡No tiene usted nada de mundo! —prosiguió el portero—. ¿No se dio cuenta, ayer, de que yo fumaba negro? —se regocijaba—. ¡Ducados, para ser más verdad!
—¡A mí no me coge ya ni dios! —muy alterado. Con rabia, sacó un paquete de Ducados del bolsillo de la chaqueta—. ¡Cómo no estaba seguro! Quédeselo, se lo regalo. También le he dejado pagado otro rioja con sus respectivos pinchos —escupía más autoridad cabreante que los picoletos (guardia civil) de las posguerra.
—¡Me ha sorprendido, sí señor! Le he subestimado (estimar en menos de lo que vale) —decía arrepentido; pensando—: <"Este chaval es mucho más inteligente de lo que yo pensaba. Seguro que tiene futuro>> —tosió para aclararse la voz—. Coja aquél sillón y siéntese aquí. Así hará más cómoda la espera —le dijo, marcándole el otro lado de la mesa—. ¿Cómo se llama la persona que le tiene que entrevistar?
—Sanmiguel —respondió Vito, que lo miraba embobado.
El portero, con el Ducados entre los labios, enojó tanto al mechero que había sacado del bolsillo que éste comenzó a vomitar fuego para prender al enjuto (delgado) cigarro. Apresó el pitillo con el pulgar y el índice, mostrándoselo a sus ojos para cerciorarse de que la combustión era la correcta. Antes de guardarse el mechero se lo mostró a Vito diciéndole:
—¡Cartier, y de oro! —tono pedante (demasiado convencida de su valer)—. ¡Un regalito! —casi se ahoga asfixiado por el humo del tabaco—. ¡No se preocupe!
—¿Cómo? —preguntó desconcertado Vito.
—¿No me ha dicho Sanmiguel? —Vito asintió con la cabeza—. Pues eso, que no se preocupe. A ese señor lo tengo cogido por… El defecto que tiene es que es un jodido catalán; no vaya a pensar que ha nacido en Cataluña, ¡ni de coña!, lo parieron en… ¡No me acuerdo! Sí, sí, en una alquería (casa de campo) en Las Hurdes (comarca de Cáceres y Salamanca, que padeció el caciquismo rural, hundiéndola en la miseria). Lo que quiero decir es que es más culé (partidario del F. C. Barcelona) que el Gaspar..., sí, el presidente del Barcelona. Aun así es un buen profesional, aunque tiene otro defectillo peligroso.
En un momento del discurso, Vito encendió un cigarro. Dio una calada. Miraba al portero con los ojos entreabiertos, rumiando suprema intriga.
—Pero no te preocupes, estoy seguro de que hoy mismo firmas el contrato de trabajo —lo dijo con convencimiento chulesco—. ¡No crea que con ellos! —Vito lo miró embobado—. Con otra empresa, porque esta gente sólo seleccionan, pero en tu caso yo conseguiré que te contraten ya. No te importará que te tutee, ¿no?
—Al contrario, prefiero que me tutee.
—¡Chaval, tú a mí también, eh? —arrugó el ceño—. ¡No me dijiste que no fumabas! —mirada desconfiada—. Te miro…, y es que no sé por qué, pero me hubiera gustado… ¡Mira, ahí llega Sanmiguel!
Vito no digería lo que le estaba ocurriendo. Si lo de Dolo era un sueño con pesadilla incluida, este momento le parecía un camelo (engaño, burla) descarado. Pensando:
—<<Éste capullo me está tomando por tonto. ¿A qué tanto interés por mí? ¡Si ayer fue un diíta de cojones, éste se está engalanando para rematar el viajecito! ¡Vaya ideita que tuviste! Aguantaré el chaparrón como sea ¡no tengo nada que perder! Así pasará más rápido el tiempo>>. Al oír al portero, volvió la cabeza viendo a un hombre muy elegantemente vestido, con tanta gomina como él, un bigote a lo Dalí (Salvador Dalí: Pintor y escultor. Nació en Figueras - Gerona), y portando, bajo la axila izquierda, un bastón a lo Gala (Antonio Gala: Poeta, dramaturgo, novelista y escritor. Nació en Brazatortas – Ciudad Real).
—¡Buenos días, señor don Sanmiguel! —saludó el portero, levantándose y realizando tal reverencia, que casi besa el suelo. Vito también se puso de pie.
Sanmiguel le correspondió levantando la mano derecha, continuando su camino.
—¡Señor, don Sanmiguel, espere, por favor! —la voz, casi grito, sonó seca.
—¿Sí? —se detuvo, mirándole por encima del hombro.
—¡Jejeje! Usted sabe que yo soy su más hermético amigo. ¡Ya sabe usted por qué, eh? —el tono con el que terminó fue pillastre.
Sanmiguel, a conciencia y mirándolo con descarada mala leche, se mordió la punta de la lengua; liberó el bastón de su brazo, cogiéndolo con la mano derecha, y acompañó la espera, a las insospechadas pero adivinadas palabras que emitiría el portero, con golpecitos de la punta del bastón contra el suelo.
Vito, inmóvil, no sabía para dónde mirar mientras pensaba:
—<<¡Qué ridículo está haciendo! Con qué falta de respeto está tratando a todo un señor. ¡Por fin, Sanmiguel, lo va a mandar al carajo!>>.
—Señor don Sanmiguel, usted ha citado a este joven para una entrevista de trabajo —señaló hacia Vito—, y quería decirle que lo considero como a un hijo —Vito no sabía dónde meterse—. Le ruego —lo decía con descaro— que para que yo no me vaya de la lengua, ¡ya sabe!, le dé el puesto de trabajo para el que le ha llamado. ¡Claro, claro, primero lo entrevista! Que yo sé que usted es un buen profesional.
Sanmiguel, furioso en sus adentros, casi había hincado el bastón en el suelo.
Vito se encontraba violentísimo. Mentalmente, se dijo: <<¡Hostiaaa! ¿Cómo puede aguantar esa forma de hablarle? Éste se lo carga aquí mismo, y yo ya estoy en Bonares. ¡Otro follón! Me deja la Dolo y me coge un majarón (majareta: chiflado, loco). Qué habré hecho yo para merecer esto>>.
—No se preocupe —decía Sanmiguel, después de carraspear—. Recuerde que a las tres tengo una cita muy importante y, como siempre, confidencial.
—¡Señor don Sanmiguel, cómo puede dudar de mi profesionalidad! Usted sabe que yo soy una tumba. Mire, es lo primero que tengo apuntado en mi agenda. Que por cierto, usted ha sido el único que no me ha regalado una este año. No me la vaya a dar, que ya no la quiero. Lo que sí quiero es que mi niño —Vito se estremeció. El chantaje retumbaba en cada golpe de voz—, bueno, no lo es, como ya le he dicho, pero como si lo fuera, firme hoy mismo el contrato de trabajo.
El pensamiento de Vito no descansaba:
—<<¡Si no lo veo no lo creo! Y el tío, que debe ser un ejecutivo de Alea, cómo consciente que le hable así el portero. Si Kafka (Franz Kafka: escritor judio checo) estuviera aquí se autoingresaría en un manicomio. ¡Le está ordenando que me dé el trabajo, ¡vamos!, cómo si le pidiera un cigarro! ¿Por qué le habrá dicho que se puede ir de la lengua? ¡Y dicen que de Madrid, al cielo!, ¡ya!, será para acompañar a los angelitos, porque aquí puede haber tiros en cualquier momento>>.
La voz de Sanmiguel le diluyó los pensamientos, poniéndole toda la atención.
—Le he dicho que sí, pero, ¡ojo! —los dos oyentes lo miraron expectativos—, si se olvida o mete la pata en la cita de las tres, no tenga la menor duda —amenazaba con el dedo índice de la mano izquierda— de que mañana anularé el contrato. ¡Que suba dentro de media hora! —dijo tajante y, sin quitarle ojo al portero, continuó su camino.
—Gracias, señor don Sanmiguel —dijo con inesperado respeto, regalándole un saludo a lo mosquetero. Volviéndose para Vito le guiñó el ojo derecho, como confirmación de que el trabajo sería para él.
El candidato al puesto continuaba impasible, incrédulo. Le tuvo que echar valor para preguntarle al portero:
—¿Por qué lo haces?
—¡Que por qué! —pasó de un estado eufórico a pensativo—. Ha sido un pronto, no sé, anoche no cogí el sueño; desde que te vi ayer no he sido capaz de quitarte de mi cabeza, quizás… Un deseo frustrado de… ¡Qué más da! Quizás porque hoy es tu día de suerte —no podía ocultar que estaba emocionado y que deseaba terminar la conversación.
—No te ofendas por lo que voy a decirte —decía Vito. Una tos nerviosa desenmascaró su estado—. No entiendo cómo le has hablado así —el portero arqueó las cejas poniéndole toda su atención—. Tú eres, con todos mis respetos, un simple Jefe de Conserjería, y él un alto ejecutivo.
—¡No me he equivocado contigo, chaval! —exclamó eufórico el portero; continuando—: Has sido el primero que me ha llamado por mi modesta pero honorable categoría. ¿Sabes? —Vito frenó el parpadeo—. Tú sabrás mucho de letras y números, pero de la calle no tienes ni idea. En ella se aprende lo que no se enseña en la Universidad. Lo de la reunión de Sanmiguel a las tres, ¡tiene huevos! Te cuento: A las tres vendrá la querida de Sanmiguel, él no me ha dicho que es su querida, pero… ¡yooo!…, ¿y qué es lo que tengo que hacer?, pues llamar, a esa hora en punto, a su mujer para decirle que su marido no irá a almorzar, posiblemente ni a cenar, porque se ha presentado, a última hora y de improviso, el presidente de la compañía, con lo que eso supone…, almorzar, trabajar, cenar, y seguramente de nuevo a trabajar hasta las tantas de la madrugada. En el supuesto de que ella se presentara, tengo su autorización para decirle que está reunido y no puede atenderla, entonces la llevaría, para quitarla de aquí, a la cafetería, ¡la que tú conoces!; allí la entretendría y lo llamaría por teléfono para avisarle de tan inoportuna visita. Este trabajo me alimenta muy bien. La última vez que se presentó me puse como el Quico (ponerse como el Quico: hartarse de comer). ¡No te asustes! Éste es sólo un ejemplillo. ¿Entiendes ahora lo que enseña la calle?
—Y… —Vito se lo pensó antes de preguntar—, ¿cómo sabe que es su querida?
—Nunca —miró a Vito con gesto de ofendido— he dado explicaciones a nadie… y mucho menos sobre este particular, pero chaval me has mordido mi corazón y soy incapaz de negarte algo. Te lo contaré. Otra prueba más de mi confianza en ti.
Vito estaba cansado del rato que llevaba de pie. Con resignación acomodó la postura; cruzó los brazos dejando caer todo el peso del cuerpo sobre la pierna derecha. Ante el piropo, imposible no demostrarle gratitud:
—Gracias.
—En el mes de los ricos —se vaciaba el portero—, ¡ya sabes, el mes de agosto!, aquí, oficialmente, no trabaja nadie, ¡ya sabes!, por las vacaciones. Te he dicho, oficialmente, porque sí aparecen por aquí más de uno y de una. Lo sé porque yo nunca cojo vacaciones, ¡ya sabes!, eso de aguantar a la parienta veinticuatro horas es un calvario, porque para lo uniquito que te quiere es para que le hagas de cosario, ¡ya sabes!, mandadito por aquí mandadito por allá. Descanso más trabajando que de vacaciones. ¡Ni las cobro! ¿Por qué te cuento esto? ¡Ah!, por lo de la querida de Sanmiguel. Pues en el mes de agosto de hace dos años sonó la alarma de su despacho. Ahí detrás hay un cuartillo donde está el cuadro de alarmas de todas las oficinas, ya sabes, por si hay un incendio o una urgencia por enfermedad o un atraco, ¡que, por cierto, ya ha ocurrido! Quiero decirte que en todas hay un botón para que lo apriete el que lo necesite. Como te iba diciendo, ese día sonó la de su despacho. En cuanto la oí, salí… Qué quieres que te diga... Con decirte que casi me muero de un infarto por el esfuerzo; ¡todavía tengo agujetas! Bueno, cuando llegué para ver qué pasaba todo el sudor se me salinizó —miró a Vito para comprobar que le ponía atención—. Los cogí in fraganti (también: infraganti – En el mismo momento en que se está cometiendo el delito o realizando una acción censurable). Ella tendida encima de la mesa de Sanmiguel, y él dale que te dale. ¡Jejeje! Al verme Sanmiguel, comenzó a lloriquear; se puso de rodillas rogándome, como un marica en los años cuarenta delante de un tricornio (guardia civil), que no dijera nada a nadie. En bolas, me dijo que me daría todo lo que le pidiera… ¡Vaya cuadro! Ahí descubrí que no era su mujer. ¿Sabes por qué saltó la alarma? —Vito negó con la cabeza—. Todavía me deshuevo de risa. Cuando instalaron el sistema de alarma, Sanmiguel mandó colocar el interruptor debajo de la tapa de su mesa… —Vito no reaccionaba—. ¡Joder, chaval! Dónde crees que se agarró para poder darle ritmo a sus envestidas? —Vito sonrió—. ¡Mucho figurín educado, pero lloraba como un bebé! ¡Será camaleón (persona que por carácter o interés muda con facilidad de opinión) el tío! Desde entonces me da todo lo que le pido. ¡Hay que estar al loro, chaval! —le dijo con sobrada chulería—. No creas que sólo tengo cogido por los huevos a Sanmiguel. Tengo a varios —vomitaba engreimiento.
Vito enmascaró el desinterés que le provocaba las batallitas gratuitas de su bienhechor (que hace bien a otro).
—Por ejemplo —continuó el portero, con expresión facial de baboso—, en la primera planta trabaja, como secretaría de don Cosme, la mujer de Godofredo. ¡Sí, Godo! El jugador del Real Madrid —Vito gesticuló que lo conocía—. Pues la que parece que nunca ha roto un plato y que sabe más que Dios..., ¡no sabe ni hacer la ”o” —recalcando— con un canuto! Con decirte, que es tan analfabeta que don Cosme no la deja ni atender el teléfono… Eso sí, está más maciza que las que salen en las películas X del Canal Satélite Digital. ¿Tú tienes el Canal Satélite Digital? —Vito negó con la cabeza—. Yo lo tengo porque un yerno mío, el que está casado con la pequeña, porque tengo siete, ¿sabes?, tres varones, tres hembras y una tor..., ¡mira que salirme lesbiana! Yo le digo a mi jaca que eso es cosa del ADN de su familia, porque la única que se ha salvado es ella, ya que su hermana mayor es más puta que La Robot; sí; esa tía que cada tres minutos consigue la liberación, a la vez, de los espermatozoides de cinco salidos, ¡claro, todo hay que aclararlo!, son salidos debido a los dolores de cabeza de sus mujeres —Vito frunció el ceño—. Sí, sí, de cinco a la vez. Te voy a explicar cómo lo hace. No, mejor ponle alas a tu imaginación. Aunque tú con esa cara… Si un día quieres saberlo te pasas por aquí, me invitas a un trago, y te la presento —Vito respingó—. ¡A mi cuñada no, a La Robot! —el portero resopló, diciendo—: ¡Y mi cuñao!..., ¿dónde me dejas a mi cuñaito?; el más joven de los hermanos… ¡es el más maricón de España! Es conocido como El Sandía, porque cuando le… ¡ya sabes!, se pega pedos que suenan como el crujido de una sandía al partirla. ¿Tú no crees que llevo razón? —Vito había entrado en coma mental—. Con esos antecedentes… ¡he tenido suerte de que sólo me haya salido uno rana (salir rana: defraudar)!
El portero dio descanso a sus cuerdas vocales.
Ni las moscas interrumpieron el silencio que habitaba entre ellos.
—¡Ah, ya! –continuó el portero—. Esto ha salido por lo de mi yerno y el Canal Satélite Digital. ¡Pedazo de yerno! Es un manitas de la electrónica. Le das un trozo de alambre y una lata de sardinas y te fabrica un teléfono móvil, ¡jijijiji! No sé cómo un día me convenció para que me apuntara al Canal Satélite Digital pagando el mínimo. Después me alegré. Con cuarenta duros fabricó una tarjeta idéntica a la que venía con el aparato, ¿qué te crees?...; pues que veíamos todo gratis. A mí las películas no me van mucho, pero los partidos de fútbol, sobre todo los de mi equipo, me los cargo todos. ¿No conoces esa tarjeta? —Vito volvió a negar con la cabeza—. ¡Joder chaval, si es más conocida que la Rosa de Operación Triunfo! ¿Y todo esto a qué ha venido? —haciendo un gesto levantando la cabeza, le preguntó a Vito.
—A lo de las mujeres que salen en las películas X del Canal Satélite Digital —respondió.
—¡Es verdad!, y hablaba de la Marta, la secretaria de don Cosme, que por cierto tampoco se llama así. Un día me pidió que le sacara una fotocopia de su DNI, y le dije: “Yo le saco a usted lo que quiera”; ni se cortó, se echó a reír. Es de las que se comen lo que le des. Al leer el carné me quedé helado. ¿Cuánto le habrá pagado al matasanos (médico) que ha conseguido ponerla así? Aparenta unos veintisiete o veintiocho años, pero… ¡ya le está abriendo la puerta a los cincuenta! —esperó a que Vito dijera algo. Al no hacerlo continuó—: Eso no es todo; su nombre es Filomena. ¡Cómo para no cambiarse el nombrecito! ¡Pobre Godo! Creo que él sabe que su mujer torea en otra plaza. Y también lo saben los periodistas. Hace unos días el As (periódico deportivo) le dedicó una página entera. En la interviú no comentaron nada de ese tema, pero en una de las tres o cuatro fotos que le sacaron, salió con dos cuernos blancos en la frente. Al día siguiente explicaron que había sido un fallo en la impresión del periódico. ¡Qué cabroncetes son! ¡Desde entonces no marca un gol! Que, ¿cómo sé que la Marta torea fuera de su redil? Eran las nueve de la mañana de la víspera de Noche Buena; ese día en este edificio se trabaja sólo cuatro horas; fui, oficina por oficina, felicitando a los pocos que aparecieron a trabajar. Al ir a golpear en la puerta del despacho de don Cosme, oí el descorche de una botella de espumoso y pensé que ya habían empezado la fiestecilla que se suele hacer, ¡ya sabes!, las felicitaciones; sí, esos deseos que se dan cara a cara y con una sonrisa de oreja a oreja y por dentro te están maldiciendo. ¡Así son las navidades, trescientos sesenta y cuatro días puteándote, y un día para borrarlo todo!... ¡Hay que joderse! Me estoy enrollando; pues como te iba diciendo, al oír el descorche abrí la puerta sin llamar. ¡Vaya papelón! Los dos estaban desnudos. Don Cosme, de pie, con la botella levantada para que el chorro le cayera… Ella, de rodillas delante de él, bebiendo del chorrito que proyectaba el pirulí, ¡ya sabes!, el…, como si fuera una fuente de esas que ponen en los parques donde una estatuilla de un niño siempre está meando. ¿Tú crees que eso es decorativo? Para mí es una guarrada. ¡Ahora que caigo!, ¿por qué una estatua… o… un cuadro de un desnudo no está mal visto, y una foto de una tía buena en pelotas sí, eh, por qué? —la sonrisa de Vito contestó a su pregunta—. Sigo... En cuanto me vio la Filomena gritó, poniéndose a llorar como una magdalena. ¡Será camaleón, la tía! Y a don Cosme se le bajó más rápida que la Bolsa cuando a algún pez gordo le entra cagalera. “¡Por qué no ha llamado antes de entrar!”, me gritó don Cosme. ¿Ves? Otro que tengo agarrado por los… ¡ya sabes! Sin contestarle, me marché riendo. ¿Qué, chaval? —le preguntó a Vito.
—¿Qué le has sacado a don Cosme? —el único interés que tenía Vito era ocupar el tiempo de espera.
—Casi nada —tono apenado—. El tío tiene cinco gasolineras repartidas por la capital y la provincia. Una de ellas está cerca de mi casa...
Vito quiso demostrar su intuición:
—¡Ya!, te echan la gasolina gratis, ¿no?
—¡Te pasaste de listo¡ Yo no tengo ni carné, ni coche, pero sí echan allí toda mi familia. En total los diez que tienen coche. ¡Ah! Se me olvidaban las motos. Los empleados creen que somos familia de don Cosme. ¡Y hay más! Te voy a contar la última.
Vito no sabía ya cómo ponerse. Rezaba porque llegara la hora de subir.
—Ahora cuando subas, verás una puerta junto a la de Alea Jacta Est, ahí tiene el despacho la presidenta de la Asociación Internacional de Mujeres sin Clítoris —la cara de Vito había que verla—. ¡Sí, sí, sin clítoris!, pero no por la ablación (cortar, separar, quitar), ¡que eso sí que es un crimen! A lo que iba, pues que esa asociación es mentira; verás —el asombro en el rostro de Vito era inconmensurable (enorme, que por su gran magnitud no puede medirse)— por qué es mentira: mi amigo Ramón, que trabaja en una empresa de telefonía, me ha enseñado como oír, a través de esta centralita, las conversaciones de quien yo elija. El mismo día que me lo enseñó lo comprobé. Elegí su número de teléfono porque cada vez que la veo, toda la sangre se me va al mismo sitio, ¡ya sabes! Bajo mi experimentado punto de vista está que cruje. Tiene el mejor culo que he visto en mi vida. Cuando conseguí oírla, ¿a que no te imaginas con quién hablaba?
Vito levantó los hombros indicándole que no tenía ni idea y que estaba cansado de oírle siempre sobre lo mismo.
—Escúchame bien —continuó el portero—; la tía estaba hablando con otra que, por la forma de decir las guarreridas, seguro que era de una línea erótica de esas. No te cuento lo que se decían, porque me da vergüenza. ¡Cómo sería lo que se decían que a mí me da vergüenza contártelo! —recalcando—: ¡Sin clítoris! ¡Será falsa! —Vito estaba pasmado—. Chillaba más que una rata acorralada y un cerdo en la matanza, juntos. ¿No me preguntas qué gritaba? —Vito, por consideración, le insinuó que sí—. Gritaba: “¡Sigue, sigue, aunque me gaste el clítoris!”. ¡Qué te parece la presidenta de las “Sin clítoris”! Por eso también la tengo pillada. ¡Hay si pudiera enganchar a todos los teléfonos de Madrid! —exclamó vacilando.
Vito, volvió a mirar su reloj; pensando—: <<¡Han pasao cuarenta y cinco minutos! El pervertido este me va a amargar el día>> —aspiró profundamente. Muchos segundos tardó en contaminar de dióxido de carbono el ambiente. No pudo aguantar la pregunta—: ¿Sólo escuchas conversaciones soeces (soez: bajo, grosero, indigno, vil)?
—¡No, chaval! —hizo una pequeña pausa, entristeciéndose—. También he oído penas; un señor, del cual no te voy a decir el nombre, llama todos los meses a Alcor —ante la expresión de Vito de no conocer qué era Alcor, el portero le aclaró—: Sí, donde tienen conservados, a muy baja temperatura, a los muertos que esperan que descubran la solución para su cura… ¡y luego resucitarlos! ¡Tiene mandanga la cosa! Pues este hombre tiene allí a su hijo de diez años, bueno ahora tendrá quince. ¡Joder, te imaginas que lo revivan dentro de cien años? —Vito cerró los ojos—. ¿Ves?, ¡para que voy a oír tristezas!, no es mejor oír conversaciones cachondas, ¿eh?
—Que sepas los chismes de aquí lo puedo entender, pero… —el portero lo miró con extrañeza—, ¿cómo sabes que Dolores, la camarera, se ha acostado con todos los tíos que dice… o también pinchas su teléfono? —antes de terminar la pregunta ya se había arrepentido de hacerla.
—¡No…! —le gritaba, pero el ulular (dar gritos o alaridos) de la centralita le privó de la respuesta al atender la llamada—. ¡Buenos días, con quién desea hablar? —la voz del portero se deslizó, a lo bestia, por el sistema circulatorio de la centralita.
—…
—¡Huy!, perdone, no me percaté de que era una llamada interna —disculpa empalagosa—. ¡Ipso facto sube, señor, don Sanmiguel! Es que le he estado dando una clase de… ¡Será puto (necio, tonto)! —insultó a Sanmiguel por dejarlo con la palabra en la boca.
Vito tuvo que mirar hacia otro lado para no descubrir el parto de risa que tenía.
—Sube a firmar el contrato, que ya te ha reclamado el hijo de puta ese. Quinta planta y al salir del ascensor coges el pasillo de la derecha; cuando llegues al final sigues a la derecha; bajas una escalera de quince peldaños y vuelves a girar a la derecha; ya verás la placa de Alea en la puerta. Voy a beber agua —y le gritó—, ¡que de tanto darte clase sobre como hay que andar por la vida se me ha quedado la boca más seca que el chocho de una momia, ¡jejejeje!