22 noviembre 2006

 

CAPÍTULO XVI (Una mentira es gloria momentánea, pero infierno eterno - jibr).

Vito enfiló el pasillo. Jedía a nerviosidad descontrolada, murmurando:
—¡Que tío más grosero! No me puedo creer que un portero me vaya a conseguir trabajo. ¿De qué será? ¡Que sea en este lujoso edificio! —caminaba contento, pero preocupado—. ¡Ahora a la derecha! Espero no perderme por este laberinto. Ahí está la escalera. Qué cosa más rara, una escalera adonde no llega el ascensor, ¡esto parece…! Ahí está. ¿Un puesto de trabajo sin conocerme? ¡Esto es todo mentira! —pulsó una aldaba (llamador) eléctrica roja que había a la derecha de la puerta, junto a la jamba, y esperó.
El mismo Sanmiguel le abrió la puerta:
—Pase, don Victoriano —al mismo tiempo que le ofreció la mano derecha.
—Encantado —pensando—: <<¡Por fin me tratan con respeto!>> —correspondiéndole con la misma mano. Esperó a que Sanmiguel cerrara la puerta.
—Sígame.
A Vito le temblaban las piernas. El bochornoso calor reinante en aquel angosto (estrecho o reducido) habitáculo le hizo sentir una sensación de ahogo y fatiga. Allí olía a zorruno (mal olor). En el despacho al que presumiblemente se dirigían sonó el teléfono.
—Espere aquí un momento —Sanmiguel entró en el despacho y cerró la puerta.
Vito se detuvo. El desaliento le empapaba, seguro que por la impresión que experimentó al entrar: Mal olor; desorden total; la limpieza brillaba por su ausencia; en resumen, se le cayeron encima todos los palos del sombrajo. La oficina era más pequeña que el ataúd de un pigmeo (pueblo fabuloso cuyos individuos no medían más de 42 centímetros). Las mesas estaban tan juntas que, para llegar al despacho de Sanmiguel, había que pasar de lado. La luz artificial era amarillenta, no porque las lámparas fueran amarillas, sino porque estaban impregnadas de nicotina (sustancia venenosa que se extrae del tabaco). Un aparato de aire acondicionado, seguramente averiado, porque sobre cada mesa había un ventilador funcionando, que seguro los pondría en marcha Sanmiguel cuando llegó.
Sí, esta es la oficina a la que se refería Vito cuando me contó su experiencia en la Capital.
—<<¿Esto es una oficina, o un nicho para vivos? —pensaba Vito—. ¿Cómo puede existir esto en un edificio tan majestuoso? Ya veo que una cosa es la fachada y otra el interior. Y el capullo del portero me dice que es mi día de suerte. A saber dónde me darán el trabajo; no quiero ni pensarlo. ¡Si es que realmente existe! Cualquier empresa que se precie no contrata a una compañía que tiene como oficina esta pocilga (lugar sucio y hediondo). ¡Con que suerte! —cerró los ojos—. ¡Si ya tuve mal fario (presagio) cuando el mamón del indigente me dio la bienvenida nada más llegar! ¡Y luego la Dolo! Si esto es suerte, que venga Dios y lo vea. No tenía que haber venido>> —una voz quebró su acto de contrición (arrepentimiento).
—Pase, don Victoriano. Perdone pero he tenido que atender una llamada muy… ¡A lo nuestro!...
Vito pasó como pudo entre las mesas; entró en el despacho, que era tan pequeño que se sentía dentro de un tetrabrik (envase de cartón impermeabilizado).
—…Siéntese, y cierre la puerta, por favor -le dijo Sanmiguel, ya sentado, mientras abría una carpeta de papel reciclado, todo pintarrajeado (llena de garabatos), que descansaba sobre un exagerado calendario para notas y que le servía de descargador de tensiones, ya que tenía sitios donde el bolígrafo había perforado el papel.
Inmediatamente, Vito, descubrió que allí sí funcionaba el aire acondicionado, por lo que no pudo evitar pensar: <"El señor feudal sí está fresquito, pero los desgraciados de ahí fuera que se jodan. Seguro que este figura ha restablecido aquí el derecho de pernada (derecho que se ha atribuido al señor feudal, por el que este yacía – tener trato carnal - con la esposa del vasallo recién casada. – También significa: abuso de poder)>>.
—Le adelantaré —decía Sanmiguel—, que aquí no firmará el contrato, lo hará en las oficinas de nuestro cliente. Y tenga por seguro, que ha sido elegido, no porque el meapilas (hipócrita, beato o santurrón) del portero me lo haya pedido, sino porque es el único currículo que tenemos que cumple con el perfil que nos solicita nuestro cliente, y al tener que presentarse el elegido, en este caso usted, pasado mañana en sus oficinas no tengo tiempo material, ¡estoy ocupadísimo!, para seguir buscando más candidatos. El suyo nos ha venido como anillo al dedo, ¡vamos!, que ni caído del cielo. En cuanto lo leí, llamé a nuestro cliente, que por cierto es el mejor que tenemos, comunicándoles que teníamos a la persona con el perfil que deseaban. Por eso mi secretaria le llamó tan tarde. Usted está seguro de que quiere trabajar, ¿no? Se lo pregunto porque bajo ningún concepto puedo fallarle a mi mejor cliente.
—Por supuesto que quiero trabajar —inmediatamente respondió, y pensó—: <"Por Dios, ¿qué empresa será?>>.
—Firme aquí -señaló Sanmiguel un recuadro al pie de un documento que mostraba en la cabecera: “CERTIFICADO”.
—Perdone. ¿No cree que debería leerlo antes? —le preguntó muy acojonado por si le había sentado mal la pregunta.
—Por supuesto. Siento no haberme dado cuenta. Hoy es un día muy importante para mí. Estoy… Qué fallo —Vito se estremeció al oírlo—, ni siquiera le he hablado del puesto —a Vito le entró el cuerpo en caja—. Este documento es un escrito suyo, donde certifica que lo ha entrevistado Alea Jacta Est. Única forma de que El Corte Onubense nos abone los honorarios (salario).
—¿El Corte Onubense? —preguntó incrédulo.
—¡Ah, que tampoco se lo he comentado! Como ya le he dicho, tengo un día cargadísimo de trabajo. Tanto, que no podré ni ir a comer a casa...
—¡Ya! —se le escapó, por lo bajini, con simpática ironía, al imaginarse a Sanmiguel y a la querida, sobre la mesa, dale que te pego.
—¿Cómo? -preguntó con mala cara Sanmiguel.
—No. Perdone. No he dicho nada. Estaba en lo del certificado —tras la salida airosa resopló disimuladamente, aprovechando para echarle un vistazo al certificado.
—El puesto es de jefe de un departamento de El Corte Onubense, en Huelva, en su misma tierra.
A Vito se le descompuso el vientre. Tuvo que apretar el estómago, pensando—: <"Será verdad lo que está diciendo. No puede venirme de sopetón tanta suerte>>.
—Estará contento —continuó Sanmiguel—, ya que encontrar un pedazo de trabajo como éste, y junto a su casa, no es normal. Es una suerte, porque sólo unos pocos elegidos por Dios lo consiguen. Lo comprendería mucho mejor si viviera aquí en Madrid.
—Sí. Gracias. Pero yo de ropa no sé nada de nada —respondió preocupado.
—¿Quién ha nombrado la palabra ropa? Le he dicho que va de jefe de un departamento. No me permiten informarle del departamento en el cual trabajará. ¡Qué le pasa, no lo quiere? —le preguntó Sanmiguel al verlo pensativo—. No lo entiendo, para mí sería el trabajo de mi vida, máxime cuando es la empresa más importante del país, y usted no está contento. Verlo para creerlo —Sanmiguel, con los ojos abiertos al máximo, lanzaba incredulidad hiriente.
Vito no estaba rechazando el trabajo, al contrario, pensaba que le había tocado la Lotería, la Primitiva, la Bonoloto y el Gordo, a la vez. Lo que le ocurría, era que su inconsciente se había rebelado contra su consciente. Estaban luchando a brazo partido. ¿Por qué?, pues porque el primero deseaba quedarse en Madrid para seguir viendo a Dolo. Conectemos con la lucha:
—<"Pero —decía el consciente— ¿qué estas pensando, masoquista crónico? ¿No has tenido suficiente con lo que te ha dicho el zoilo (crítico presumido, maligno, censurador o murmurador de las cosas ajenas) del portero. Te ha demostrado que lo que él dice es palabra de ley. ¡Es guapísima —decía el inconsciente—, me he enamorado de ella! Espabila Vito —carga del consciente—, sé inteligente, que más de uno ha terminado perdiéndolo todo por culpa de una mujer. Y la Dolo no es una mujer, es una… >> —agitó incontroladamente la cabeza, expulsando a la maldita lucha, para responder:
—Perdone, señor Sanmiguel —con voz apocada—. Siento haberle hecho creer eso. Es tanta mi alegría que no he sabido reaccionar. Estoy contentísimo.
—¡Uuuffff, que mal rato me ha hecho pasar! Sinceramente no por usted, sino por nuestro cliente. Que como ya le dije no le hemos fallado nunca. ¡Firme ahí de una vez! ¾le ordenó Sanmiguel, golpeando continuamente con el dedo índice en el papel, al mismo tiempo que le ofrecía una Dupont de oro para que firmara—. ¡Quieto y parao! —Vito, del susto, movió la silla—. ¡La pluma es como la mujer de uno, no se puede dejar! —Vito cogió el Bic que le ofreció y firmó—. ¡Por fin! En este sobre tiene todo lo que necesita saber. ¡Si me falla voy a Huelva y lo despellejo vivo!
Con esmerado cuidado tomó el sobre con la mano derecha, haciendo intención de abrirlo.
—¡Qué hace! No le he dicho que hoy tengo mucha faena. Léalo cuando salga, que yo tengo que continuar trabajando —le dijo Sanmiguel levantándose, ofreciéndole la mano para despedirse—. Adiós. Recuerde que no puede fallar.
Se levantó, le estrechó la mano, y se despidió con un gesto silencioso.
—¡Espere! —Vito volvió la cabeza—. No le he dicho lo más importante…
Se quedó inmóvil. La expresión de la cara de Sanmiguel no le gustó.
—… He tenido que mentir a mi cliente… ¡Sólo un poquito! —marcó tamaño con el pulgar y el índice.
Vito palideció como si estuviera en el corredor de la muerte—: <"Seguro que este golfo me la ha jugado. Tanto paripé (fingimiento, simulación o acto hipócrita), para dármela a la salida>>.
—Tiene que —carraspeó— modificar el currículo que lleva en el sobre, porque les he dicho que usted tiene dos años de experiencia en un puesto similar. ¡Ah!, si le preguntan en qué empresa, le responde que en la General Motors. No se preocupe. Si quieren confirmarlo me llamarán para que yo lo haga. ¿O.K.? No ponga esa cara, que no puede negarse, porque me ha firmado el certificando. En él certifica que tiene esa experiencia.
La furia desbordada en su mirada, acojonó a Sanmiguel. Deseaba matarlo—: <"Será cabronazo el desgraciao este. Piensa Vito, piensa. Yo me lo cargo ahora mismo. No, no. Has caído en una encerrona, pero si todo sale bien tendrás el futuro resuelto. ¡Cuánto malo anda suelto!... ¡Lo haré!>>. Respondiendo:
—¡Alea Jacta Est! -gritó Vito, haciéndole el saludo del soldado romano a su César.
—¡Adiós, monstruo! —con simpática risa—. Triunfarás, porque esa contestación sólo se le ocurre a un fuera de serie como tú -correspondiéndole con idéntico saludo.
Más contento que un niño la noche de reyes, salió de Alea. Iba eufórico, saltando varias veces mientras caminaba. Al cruzarse con una mujer muy elegantemente vestida le dijo:
—¡Ele el arte! Eres la octava mara... —se calló como si le hubieran cortado la lengua. Aun así, ella sonrió. Lo que le hizo enmudecer fue el siguiente pensar—: <"Está buenísima, pero comparándola con Dolo es una birria (adefesio). ¿Será ésta la sin clítoris? ¡Jejejeje! Todavía no me lo creo, lo del trabajo, ¡claro! ¿Quién ha conseguido que me contrataran? Por lo que le dijo la guarra del portero a Sanmiguel, es él, pero según la explicación de Sanmiguel, ha sido él. ¡A la mierda los dos! Yo ya tengo lo que vine a buscar. Vito no seas desagradecido. Sobretodo no pases por ineducado. De acuerdo, de acuerdo, le daré las gracias al portero. ¡Seguro que me pide que le deje pagada una comida en la cafetería!>>.
Próximo miércoles 13 de diciembre: Capítulos XVII y XVIII

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