22 noviembre 2006

 

CAPÍTULO XVII (El machismo es la careta del egoísta - jibr).

Cuando Vito llegó al Centro de Control del portero, no estaba el ocupante. Miró a su alrededor. Dio un paso hacia la calle, pero se arrepintió. En ese instante:
—Qué, pensabas que te ibas a escapar sin celebrarlo, ¿eh? Me debes tu futuro. ¡Es que soy…! Si tienes prisa, lo menos que tienes que hacer es dejarme pagada una comida en la cafetería.
El recién absuelto (quedar libre) del paro levantó el pulgar y pensó—: <"Lo conozco ya mejor que su santa madre, al aprovechao éste>>.
—Te equivocas —resignado—, te estaba buscando para darte las gracias.
—¿Sólo me ibas a dar las gracias? Te doy…
—Las gracias —lo interrumpió. Deseaba perderlo de vista cuanto antes— y preguntarte qué menú querías.
—Tú no te preocupes, que ellos saben lo que a mí me gusta. ¡Anda, dame un abrazo! Siempre soñé con tener un hijo tan espabilado como tú, y no los subnormales que parió la becerra que tengo en casa. Cualquier día me lío la manta a la cabeza y desaparezco.
—¡Si ella te da la autorización! -le dijo Vito con tono burlón.
—¿Cómo has dicho? —preguntó con ceño asesino—. ¿Permiso a quién? ¡A mí me va a dar permiso mi mujer! ¡No te lo crees ni tú, chaval! ¡En mi casa mando yo! —exclamaba con enojo chulesco—. Yo no soy como los mariditos amariconados que les hacen el trabajo de la casa a sus mujercitas para poder recibir placer a cambio. ¡Son sabias las hijas de puta!, porque los obligan a ayudarlas para tener mucho tiempo libre e irse de puteo por ahí. A la mía no le consiento eso. Si alguno se tiene que ir de puteo ése soy yo, porque por eso la mantengo. ¡A dónde vamos a llegar! Los que han consentido que sus mujeres trabajen son los que ahora tienen que tragar, ¡y nos están creando problemas a los que tenemos cojones para domarlas! Hay que ser muy macho, ¡como yo!, para mantener la familia sin que la parienta trabaje. Una vez me dijo que había conseguido un trabajo en una empresa de limpieza. Le pegué tal hostia —hablaba como si tuviera la boca llena— que todavía se acuerda. Decirme a mí, a mí, que quería trabajar de limpiadora. ¿Y por qué no la dejé? ¿Quieres saber el por qué? Pues, porque cada semana me cepillo al equipo de limpiadoras de este edificio, una cada día, ¡claro! ¡Serán putas! ¡A mi mujer la voy a dejar yo…! ¡Ni loco ni muerto de hambre ni harto vino ni aunque no follara! ¡Faltaría más! ¡Además de tener que trabajar más que un mulo, cornudo…, vamos hombre!
—¡Hombre, por favor! —le cortó Vito—. No debes generalizar. Habrá como en todas partes: Guapas, feas; bajas, altas; gruesas, delgadas; las que lo hacen, y las que no lo hacen. Esa profesión es tan respetable como médico, maestro, chofer, o conserje, por ejemplo. No todos los conserjes van a ser como tú —la seriedad con que hizo la defensa a la mujer, enfureció más al portero.
—¡Por supuesto que no son como yo! ¡Yo soy el mejor! ¡Y para que te enteres —gritaba—, mi mujer no va a trabajar nunca —terminó con amenazantes y directos movimientos del dedo índice.
—Las personas como tú —con voz sosegada— son a las que más fácilmente engañan sus esposas. Cómo sabes tú que tu mujer no te está poniendo los cuernos en estos momentos con un chaval joven y guapo, ¿eh? —el portero lo devoraba con la mirada—, o se ha metido a trabajar en las oficinas al aire libre más grande del mundo —no entendió lo que le quiso decir Vito, y le hizo un gesto para que se lo aclarara—. Trabajar en las esquinas, las avenidas, los parques..., ¡ya sabes! ¿Nunca te ha dicho que no estaba la comida preparada porque las colas de las cajas del Hiper estaban abarrotadas, o por cualquier otra excusa? ¡Qué torpe eres, viejo!
—¡Muy ocurrente el chavalito! —lo intentó, pero no pudo evitar que la mosca se le posara tras la oreja—. ¡La mía, de ésas nada de nada! Yo la tengo bien alimentada. No quiero hablar más de este tema. Anda, lárgate antes que me arrepienta y te anule el contrato.
Vito vio el cielo abierto. Se acercó al portero, lo abrazó, y, al retirarse, le dio un beso en la mejilla -lo hizo todo muy rápido para evitar un posible guantazo.
El portero se retiró dando un paso atrás, y ladeando la cabeza, para que no viera que se le habían saltado las lágrimas, le gritó:
—¡Vete ya!Sin más, se marchó. Antes de que se cerrara la puerta, y sin mirar atrás, levantó el brazo como gesto de agradecimiento y pensando—: <<¡Por fin! Qué tío más grosero (basto, ordinario, sin arte), siempre que abre la boquita habla de lo mismo, ¡además fanfarrón! ¡Dime de qué presumes y te diré de qué careces! ¡Que le den! No me puedo creer que me hayan dado el trabajo>>.

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