04 diciembre 2006

 

CAPÍTULO XX (A los taxistas).

¡Hija de puta! —exclamó, Vito, al salir a la calle—. ¡No, señora, con usted no va! —tuvo que aclararle a una señora que pasaba en el momento de su piropo a Dolo.
Paró un taxi.
—A Atocha —dijo Vito, con rabia.
—Tardaremos más de lo normal —le respondió el taxista—. Por los controles policiales.
Vito no le hizo ningún comentario. En realidad ya no tenía prisa. Puso su batidora mental a trabajar:
—<"Sabía que estaba jugando conmigo. ¡Qué gilipollas eres! Lo único que quería conmigo era que le sirviera de cobaya (mamífero roedor originario de América, del volumen de un conejo pequeño; se emplea especialmente en laboratorios para experimentos de bacteriología. “Servir de cobaya”: Ser objeto de experimentación). ¡Será hija de la gran puta! —apretaba los puños—. Me cago en su perra penca puta madre. Que me perdone su madre, que seguro es una santa y no tiene la culpa de que su hija sea una ... ¡A mí me quiere meter a espía, a mí!... ¡Será cabrona! ¿Y por qué? ¿Tengo yo cara de valiente?>> —el frenazo del taxista lo sacó del harén de los pensares.
—¿Qué ocurre? —Vito con voz ahogada.
—Ya le dije que había controles —decía el taxista—: Por eso del coche bomba, ¿no lo ha oído?
—¡Qué si lo he oído! Lo he mamado junto a un compañero suyo. Me dijo que si no llega a ser por mí, lo hubiera cogido de lleno.
—¡Ay, la Virgen! ¿No me diga que fue usted el que le pidió que lo llevara a una dirección que llegaba más rápido andando que en taxi?
—Efectivamente, fui yo —no pudo evitar darse un aire arrogante—. Déjeme aquí mismo, que no voy a tener dinero para pagarle la carrera. Esa pantallita no para de sumar. Me iré andando.
—¡De eso nada! No está relativamente lejos, pero hace mucho calor. Le llevaré gratis, tarde lo que tarde. Cómo voy a consentir que el salvador de un compañero pague por un servicio. ¡Seguro que cogerá el AVE!
—Como quiera, pero me parece un…
—No hay más que hablar. ¿A qué hora lo tiene?
—Tengo el billete, pero no está cerrado. En el primero que pueda. Cuanto antes mejor. Tengo que estar en Sevilla, ¡ayer!
—¡Ésa es mucha prisa para el cacao que tenemos aquí! —mientras continuaba parado en el atasco, el taxista cogió un móvil que estaba sobre el salpicadero, marcando un número.
—…
—¿Susana?
—…
—¡Qué no trabaja hoy!
—…
—¡Vale, gracias! -cortó cabreado, volviendo a marcar otro número.
Vito miraba por la ventanilla sin posar la mirada.
—…
—¡Susana! —la exclamación del taxista, atrajo la atención de Vito.
—…
—No te pongas así, chochi —con ruego.
—…
—No es verdad que haga tanto tiempo. Sé que no estas trabajando, pero necesito que me eches una mano.
—…
—No te cabrees. Sabes que no puedo ir a verte todo lo que deseo. Ese chochi me trae loco, pero mi víbora me vigila. Te prometo que esta tarde pongo el Ocupado y voy a verte. Pero ya sabes que me tienes que pagar las carreras que no haga, si no mi víbora se convierte en una Mantis religiosa (insecto que en el acto de apareamiento o justamente después no dudan en comerse al macho) al ver que no le llevo suficiente pasta después de todo el día fuera de casa.
—…
—¡Tus deseos son órdenes para mí! —miró a Vito con una sonrisa de embustero diplomado—. ¡Ahora escúchame! Llevo un paquete al que le debo un gran favor. Ne… —ella le cortó.
—…
—No, no, no es ninguna tía. Chochi, estás celosa, ¿eh?
—…
—Por la víbora de mi mujer que no te engaño. Es un tío hecho y derecho, que esta mañana le ha salvado la vida a mi compadre (padre de un niño con relación al padrino).
—…
—¡Hoy mismo! Le ha salvado de que el coche bomba lo espachurrara. Deberían premiarle volviendo a poner en marcha La Operación Plus Ultra (en el año 1963, para premiar los valores humanos de los niños españoles —elegían a dieciséis—, la Cadena SER, Radio Madrid e Iberia, pusieron en marcha esta operación. Los niños elegidos pasearon por toda la geografía española a bordo de los aviones de Iberia).
—…
—Necesita estar en Sevilla, ¡ayer! —retiró el móvil de la oreja para preguntarle a Vito en qué clase lo tenía. Él respondió que en Turista.
—…
—Hazlo como quiera, pero hazlo. Que sea en Club, y que por supuesto no pague ni un duro, que la RENFE tiene más dinero que él.
—…
Chochi… —muy serio—, te juro por la santa de mi mujer que no voy más a verte.
—…
—De acuerdo no te la nombro más.
—…
—Sí iré —miró de reojo a Vito; diciéndole a la interlocutora—. Vete lavando que hoy toca la clase de…
—…
—Llámame en cuanto lo tengas todo arreglado. Un lengüetazo. Adiós. ¡Arreglado! —con exagerado triunfalismo miró a Vito. Los cláxones, a discreción, de los vehículos que esperaban detrás, arremetieron contra la compostura del taxista—. ¡Hijos de puta, domingueros! —le dio marcha al taxi.
—Gracias —dijo Vito—. No hace falta que me den otro billete. El que tengo ya está pagado.
—Devuélvalo aquí o en Sevilla. No hay más que hablar —tajante.
—No sé, no sé —preocupado porque nunca le gustaron los chanchullos (manejo ilícito para conseguir un fin y especialmente para lucrarse).
—Durante el camino tiene tiempo para pensárselo.
—¡Ya! —resignado; pero un asunto le daba vueltas en la cabeza y respiró hondo para conocerlo—. Perdone el atrevimiento, pero tengo curiosidad por conocer… ¿cómo son esas clases de…? —la timidez acompañó a su voz.
—¿Cómo? ¡Ah! —sonrió picarón—. Lo siento. Es un secreto entre mi Susana y yo.
Las carcajadas ruborizaron a Vito.
El taxista, tanto en el físico como en la gracia, era la calcomanía de don Paco Gandía (humorista – Sevilla) que en paz descanse.
—Usted no es madrileño ¿verdad? —pregunto Vito.
—¡Madrileño! Yo soy andaluz a toda casta —sonó el móvil—. ¡Aquí está la Susana! —rápidamente atendió la llamada:
—¿Dime, chochi?
—…
—¿En el de las tres? No. Estamos más paraos que la Cibeles.
—…
—Sí. En el siguiente seguro que sí. ¿Por quién tiene que preguntar?
—…
—¡Vale, chochi! Luego te daré las gracias como Dios manda. Adiós.
Vito estaba asombrado de hasta dónde puede llegar las artimañas de un portero, y ahora las de un taxista, para conseguir algo. Pero después de lo que le había pasado con Dolo, esto le parecía un juego de niños. Aunque estaba claro que su tranquilidad brillaba por su ausencia:
—<<¿Aquí todos los tíos tienen líos de faldas? ¿No estará éste quedándose conmigo? Con la Dolo ya tengo bastante. Me ha dicho que es el compadre del de esta mañana. Me parece imposible que vaya a llegar a Bonares sano y salvo. ¡Por favor, Virgen del Rocío, no más líos!>>.
—Tome nota —el taxista esperó a que Vito cogiera papel y lápiz—. Cuando llegue a la ventanilla, da igual la que sea, pregunte por la Caballa —Vito frunció el ceño al oír el nombre—, y le dice que es el amigo de Susana que va para Sevilla. Ella le dará el billete.
—Mire —agobiado—, después de pagar una comida que no he probado, me he quedado sin dinero suficiente para un billete del AVE; si me dice que se lo pague, no puedo. Yo tengo mi billete de vuelta pagado, mire —en menos que canta un gallo, lo buscó por todos los bolsillos y la maleta—. ¡No! —gritó—. ¡Lo he perdido, Dios mío, lo he perdido, con tanto lío! Me…
—¿Ve? Ahora sí que tiene un problema. ¡No se preocupe, hombre! Confíe en mí y en mi chorba (individuo, novio, ligue, etc.) —la cara de Vito era todo un poema—. No se preocupe ni por el billete ni por el dinero, que no le va a cobrar. Mi chochi es una experta en eso de los ordenadores. Toda mi familia viaja gratis por RENFE. No sé como lo hace, pero me ha dicho que la han nombrado, en el otro trabajo que tiene, ¡qué por cierto, le deja una pasta de la hostia!, la jaque (hacker: pirata informático) número uno, porque roba los billetes de RENFE, por el Internet ese, como nadie.¡Qué arte tiene la bicha!
Vito rió con acojonadas carcajadas, pensando:
—<<¡Otro lío, madre, otro lío! Voy a viajar con un billete robado. No, no, no puede ser. Esto no me está pasando a mí. ¡Dios, si yo no quiero líos!, ¿por qué me haces esto? A este ritmo no llego vivo para poder estrenar mi primer trabajo>>.
—No tiene ni billete ni dinero —le decía el taxista—: Entonces, ¿qué?
—… —pensó la respuesta—. Muchas gracias, pero...
—¡Mutis! —le ordenó—. No se hable más del asunto. ¿De dónde es usted?
—De tú, por favor —fue lo único que se le ocurrió decir para poder digerir lo del billete robado.
—Me va a ser difícil, por la costumbre —disculpón.
—Soy de Bonares, un pueblo de Huelva —casi con miedo.
—¡Hostia!...
Vito se estremeció.
—¿No llevará, en esa maleta, algunas gambas o un poquito del “5 Jotas” (jamón ibérico de bellota de Sánchez Romero Carvajal, de Jabugo - Huelva). ¡Es broma, hombre! No se me olvida cuando me puse morao de gambas blancas y jamón, el verano que fuimos a la playa de Mazagón. ¿La conoce?
(Mazagón: Balcón del Atlántico. Dunas móviles. Bandera Azul de la CEE. Con 3.000 horas de sol al año. Vive en los términos municipales de Moguer y de Palos de la Frontera. A veinte kilómetros de Huelva. Playa casi virgen. La orilla, que con una mano acaricia a la cálida mar, y con la otra a los médanos cromáticos solidificados formando un acantilado del Cuaternario, retoza con ambos, durante los trece kilómetros que tiene de longitud, sobre una alfombra de arena dorada muy fina; sin que pierda en su orgía los abalorios con los que aumenta su belleza: el Parque Nacional y Natural de Doñana, el Paraje Natural de Marismas del Odiel, la Laguna de las Madres, el Estero Domingo Rubio, y el…, ¡En casi todos los cocidos, se cuela un garbanzo negro!).
—Ésa es mi playa favorita. Si vuelve por allí, o por Huelva, me llama. Lo siento, no tengo tarjeta de visita —aprovechando una nueva parada obligatoria, el taxista tomó nota del nombre y número de móvil de Vito.
—No te lo voy a rechazar. Te confirmo que te costará los cuartos cuando vaya por allí. ¡Ya se mueve esto!, pero con la cháchara no me he percatado de que es tarde -cogió el micro de la radio y gritó—: ¡A ver, a ver! Llamada urgente a los Tragahoras. Compañeros, estoy enterrado a la altura del Bernabéu, esto ha empezado a moverse, pero necesito llegar a Atocha ¡ya! Oídme bien. Llevo a don Victoriano, el que esta mañana salvó del atentado a mi compadre. ¡Necesito vuestra ayuda, me oís?, os necesito, ya sabéis qué tenéis que hacer.
Vito no daba crédito a lo que estaba oyendo. Sus neuras comenzaron a trabajar:
—<"Esto sólo pasa en las películas; y yo, desde ayer, me he convertido en el protagonista de todos los estrenos. En poco más de veinticuatro horas me han pasado más cosas que en toda mi vida. ¿Qué irán a hacer?>>.
La actuación de los taxistas fue tan rápida que no pudo darse cuenta de cómo habían conseguido colocarse para escoltarlo: Tres taxis iban delante abriéndoles el camino. Los tres conductores con la mano, por fuera de las ventanillas, con un pañuelo blanco y tocando el claxon.
Vito intentaba esconderse: <"Si cuento este viajecito, me internan en el psiquiátrico —ese pensamiento le recordó la tarjeta donde Dolo le escribió su dirección—. Allí es donde debe estar internada, y amarrada, no, mejor metida en una armadura, la puta-loca de la Dolores. ¡La que me ha hecho pasar!>>.
—Fin de la mejor “Operación rescate” que hemos hecho nunca —volvió a coger el micro—. ¡Esto ha sido de cojones! Pero —recalcando—, ¡de muchos cojones, muchachos! ¡No nos gana ni la pasma! ¡Os dejaré pagada una cerveza donde siempre! —aparcó y fue corriendo a abrirle la puerta a Vito que estaba sentado en el centro del asiento trasero con los brazos en cruz y estrangulando a cada agarradera sobre las puertas—. Te has acojonado, ¿eh? ¡Sal, qué vas a perder el AVE! Si vuelves por aquí le dices a cualquiera de estos desgraciaos —señaló a los taxistas que estaban en la parada—, que llamen Al Sevilla. ¡Buen viaje, paisano!
—Gracias por todo —le dijo Vito, dándole la mano y marchándose.
—¡Y ya sabes, cateto; cuando vuelvas, me llamas! ¾le gritó, antes de que desapareciera en el interior de la estación.
Vito, al oírlo, se miró de arriba abajo, pensando: <<¿Tanto se me nota que soy de pueblo? —y al mirarse—: ¿Por qué se me habrá venido a la memoria el nombre Alfredo Landa (peazo actor)?>>.
Bajó por la escalera mecánica y preguntó dónde se sacaban los billetes para el AVE. Al llegar no se atrevía a pronunciar el nombre que le había dicho el taxista.
—Qué, ¿pensando todavía a dónde quiere ir? ¾le dijo el taquillero.
—¿La Caballa? -lanzó de sopetón. El empleado lo miró, y Vito tuvo intención de salir corriendo. Estaba colorado, por la vergüenza que estaba pasando: <<Éste me manda al carajo ahora mismito>>.
—Un momento —el taquillero realizó una llamada—. Apártese, por favor, que ahora viene.
Se retiró unos metros. Con dos pasos intranquilos para un lado y otros dos pasos más intranquilos para otro, cubrió cinco minutos de eterna espera. Su intranquilidad nerviosa, por la forma de conseguir el billete, le estaba aplastando la próstata.
—<"Me estoy meando y no puedo ir a cambiarle el agua al canario. ¡Que dos días madre, que dos días! Seguro que ésta no viene porque la han pillao con el billete robado y la han llevado al trullo —volvió a registrarse en los bolsillos—. ¡Qué putada! ¿Dónde estará el billete? ¡Joder, ahora que caigo! ¿No me lo habrá quitado la Dolo para que no me pudiera marchar? ¡No ni ná! Esa víbora es capaz de eso y de dejarme fiambre si me hubiera quedado. Menos mal que me he marchado antes de que se entere de que huyo de ella. No me extrañaría que viniera a buscarme con sus gorilas>>.
Estaba volviéndose hacia la ventanilla, por si el taquillero le decía algo, cuando respingó, como un potro salvaje, al oír:
—Soy la Caballa.
—Vic_Vic_Victoriano, para servirla —extendiéndole la mano, y pensando—: <"De caballa nada de nada, que está buenísima. ¿Quieres más líos, Vito?>>.
—¡Oig, con lo guapo que eres, y tartamudo! ¡Por fin he conocido al héroe de Madrid! —exclamó con un tono de voz como si estuviera vendiendo pescado en el mercado. Sintió la mirada de Vito recorrer su cuerpo—. Qué, ¿esperabas otra cosa? Te aclararé, muchachito, que me llaman la Caballa porque soy de Ceuta, no porque me parezca a una caballa —él no sabía dónde meterse—. Y no te voy a contar por qué a los de Ceuta nos apodan caballa, porque perderías tu tren. Que, por cierto, el que te ha conseguido Susana, sale dentro de cinco minutos. Así que vuelas o te quedas en tierra —lo agarró por los brazos, le dio un beso en la boca y gritó—: ¡He sido la primera en besar al héroe de Madrid. Salvó del coche bomba de esta mañana al compadre del ligue de mi mejor amiga! —sin más, le dio un empujón a Vito para que corriera. Más de media estación oyó el pregón de la Caballa.
Corrió, intentando ocultarse entre el chaquetón y la maleta. Todos los allí presente le obsequiaron con un aplauso. No sabía qué hacer. Simplemente volvió a pensar:
—<<¿Qué he hecho yo para merecer esto? Como haya por aquí algún etarra, pensará que he hecho algo importante contra ellos como para que me llamen héroe, y me pegará un tiro>>.
Tal y como corría iba mirando a todos lados. Cuando llegó al acceso de la vía tembló:
—<"Ahí está el control de billetes. ¡Virgencita, que no se den cuenta de que el billete es mangado (robado), porfaaaa!>> —sudaba a chorros, no ya por la carrera, sino por el terror que masticaba. Con la mano derecha cacheaba sus bolsillos, buscando el billete.
Después de un rato, la azafata, asomando la cabeza por la garita (casilla de madera) no pudo contenerse y exclamó con todo el recochineo del mundo:
—¡Seguro que ha estado de cachondeo desde que llegó a Madrid y ha perdido la cabeza por alguna guarra, por eso no se da cuenta de que tiene el billete en la otra mano, estrangulándolo con el asa de la maletita!
—Perdón —le dijo con cara de tontolaba y murmurando entre dientes—: Además de esaboría, fea. ¡Qué desagradable, la tía!
Recogió el resguardo y, sin saber el porqué, miró a la izquierda, viendo como un tipo con una pinta que no le gustaba corría hacia donde él estaba; pensando:
—<<¿A que es un etarra que viene a por mí? —saliendo por piernas, corrió hacia el vagón. Iba asfixiado—. ¡Entre lo del taxi y que habrán descubierto que la loca de la Dolo me quería hacer espía, quieren quitarme de en medio! ¿Dónde está el vagón? ¡Seguro que es el último! ¡Que no me vea, que no me vea donde me monto!>>.
No se equivocó, su vagón era el último. Sin detenerse, al subir, le enseñó el billete a la azafata.
—¡Señor, a la derecha! —le gritó la azafata, ya que él se dirigía a la izquierda; corrigió la dirección dando tumbos y porrazos con la maleta.
Mientras buscaba su asiento, no dejaba de mirar por las ventanillas. En el momento de sentarse exclamó:
—¡Dios, ahí viene para matarme!
Se sentó, no, se agazapó (agachado - encogido) para intentar ocultarse del etarra (siempre lo llamaría así en su interior).
Próximo miércoles 3 de enero: Capítulo XXI

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