06 diciembre 2006

 

CAPÍTULO XXI (A todos: ¡FELIZ AÑO 2007!).

¡Perdone, creo que se ha confundido!
Al levantar la mirada Vito y descubrir que era el etarra, sus glándulas sudoríparas parecían las del hombre de hielo en pleno desierto. La cara de Vito llamó urgentemente al color de la muerte para ponérselo de careta, y pensar:
—<"Éste es. Me está provocando para que me revele y aprovechar para darme el tiro. ¡Dios mío, si yo no he hecho nada! Lo del taxista fue una casualidad. ¿O es que iba a por el taxista y yo le chafé (estropear) la operación? Me va a dar un infarto. ¿Por qué me está pasando todo esto?>>.
Chorreando sudor a destajo, con repugnante color de cara, parecía que le iba a dar un síncope (desmayo, telele).
—¿Le ocurre algo? —le preguntaba muy preocupado el recién llegado—. ¿Está indispuesto? Si es por lo del asiento, no se preocupe, que a mí me da igual no viajar junto a la ventanilla. Siga ahí si está más cómodo -le dijo amablemente el etarra.
Tan acojonado estaba que ni le oyó. El etarra se sentó. Vito se arrinconó entre el asiento y la ventanilla, perdiéndosele la mirada a través del cristal, pensando:
—<"Si encontrar trabajo supone sufrir lo que estoy sufriendo desde ayer, prefiero quedarme en el paro toda la vida. De ésta no salgo vivo. ¡Con lo tranquilo que estaba yo en Bonares! No seré el primer inocente que asesinen por equivocación; he visto muchos casos en los Telediarios y en las películas>>.
Su, desde ese momento, compañero de viaje le ofreció una de las dos cajitas de auriculares que estaban sobre el asiento. Al darse cuenta de que Vito no la veía, le dio un golpecito en el hombro.
Vito, del respingo, se dio con la cabeza en el portaequipajes del techo.
El vecino de viaje lo miró con extrañeza, diciéndole:
—¡Coño, qué susto! Únicamente quería darle los auriculares, por si quiere oír música o ver la película. ¡Joder, qué nervioso!
—Gracias —le respondió aceptando la cajita, pero sin dirigirle la mirada. Continuó mirando por la ventanilla. Debido a la postura y a la tensión que padecía, las cervicales se le habían cabreado y lo estaban martirizando. Prefirió ser masoquista antes de verle la cara a su vecino.
—¿Desean tomar algo? —les preguntó la azafata.
—Beefeater con cola, por favor —pidió el etarra.
—¿Y usted? —le preguntó a Vito. Al no contestar, el etarra pensó que no había oído a la azafata, por lo que, con el codo, le dio un golpecito en el costado.
—¡Noooooooooo! —gritó Vito; sin escuchársele lo siguiente—: ¡Yo no soy espía!
—Señorita, tráigale un cubo de Valium-1000 (tranquilizante), que es lo que este hombre necesita —la azafata se marchó sonriendo—. ¿Qué te pasa, chaval? —ni aun tratándole de tú lo miró Vito—. ¿O es que el atentado te ha pillado tan cerca que todavía estás afectado?
—¿Qué? —temblaba—. ¿Cómo? ¡Qué va! ¿De qué atentado habla? Yo no he visto ni oído nada de nada. De verdad, ¡pero que nada de nada!, de verdad —las pulsaciones se le notaban en las venas de las manos.
—¡Hombre de Dios!, si estás más histérico que los del CQC (programa de TV, “Caiga Quien Caiga”). Venga, tómate algo —levantó el brazo—. ¡Señorita, otro pelotazo igual que el mío!
—Gracias —continuaba esquivándole la mirada y pensando—: <"Como no me puede pegar un tiro, me habrá pedido la copa para, en un descuido mío, envenenarla —esa cantinela (repetición molesta de alguna cosa) ya la utilizó con Dolo—. ¡Virgencita, que no me pase nada, que yo sólo quería encontrar trabajo! ¿A qué tanto interés conmigo un tío que no me conoce de nada? Todo por culpa de La Caballa, ¡mira que gritar lo de la bomba! —tragaba saliva—. ¡Y lo del aplauso! —soplaba—. Piensa que le he chafado la misión ¡no va a estar cabreado conmigo! —secó el sudor de las manos sobre las rodillas—. ¡Un tiro, con lo que tiene que doler un tiro!>> —volviéndole la temblequera, al oír:
—¿Qué te ha ocurrido en Madrid, chico?
—Nada, nada, no me ha pasado nada, ni he visto nada de nada —el poco convencimiento que trasmitía por los nervios, delataba que no decía la verdad.
—¡Ah, pillín! Ya entiendo. Has estado encamado desde que llegaste y no has hechos los deberes que te encargó tu empresa, ¿eeeh? Yo me encamé esta mañana, pero sólo un rato, porque me dijo que tenía mucha prisa. Le hice un trabajito que, por cierto, no salió todo lo bien que yo deseaba, y luego me dedicó una horita de relax del bueno. ¡Qué pedazo de tía, la Dolo!
Vito, al oírlo, como si le hubieran pinchado un tridente en el trasero, de un salto se puso de pie.
—¿Qué te pasa ahora?... —extrañadísimo el etarra.
Se había puesto amarillo; y al momento, verde; y al momento, blanco.
—No me digas —continuaba el etarra— que te dan ataques epilépticos. ¡Jodeeerrr, otra vez tiene esa mala cara de antes! ¡Tío, me da escalofríos mirarte! No te vayas a morir aquí, porque me retendrán para que le explique al juez lo que te ha ocurrido, y si no llego a tiempo de dar las novedades a mi jefe, me dará el boleto.
En ese momento, la azafata les dejó las dos botellitas de ginebra con sus respectivas latas de cola.
Vito se preparó el suyo en un santiamén, bebiéndoselo de un solo trago.
—¡Señorita, otro! —le dijo Vito a la azafata que estaba atendiendo a los pasajeros del otro lado del pasillo.
—¡Macho! —exclamó el etarra—. Ahora comprendo lo que te ocurre. Te has endiñao (propinado, bebido) varios pelotazos de un trago y te has puesto como una moto GP (moto de máxima potencia, para carreras oficiales). ¿Lo estás haciendo para olvidar lo que te haya salido mal en los madriles, o siempre te los bebes así?
No le contestó. Continuaba en su peregrinaje mental:
—<"Nada más que he conocido a gentuza (gente despreciable) en Madrid; supongo que es que he tenido mala suerte. ¡Lo último, joder! Este asesino quiere liquidarme, y además se ha acostado con Dolo mientras yo la esperaba esta mañana. Ésa es la limpia flautas del comando que estos tienen en Madrid. Por eso no trabajaba hoy en la cafetería. ¡Claro! Cuando este asesino hiciera explosionar el coche bomba, ella, lo relajaría en la cama. ¡Que inocente he sido con esa tía! Además de tenerme fichado en su ordenador, me manda un asesino para que me quite de en medio, si no, cómo sabe éste que yo salía esta tarde en el AVE. ¡Joder, por eso me quitó el billete, para que no me pudiera marchar y poder cepillarme (matar, asesinar) cómodamente en su casa! ¡Espía, hacerme espía! Todo está relacionado. Está más claro que el agua>>.
—Su copa, señor —la azafata.
El poso (huella) de ese último pensamiento le llevó a no importarle vivir si, como resultado, obtenía conocer quién era Dolo en realidad. Todo sobre Dolo le importaba. La curiosidad, aliñada con su amor por ella, era superior a sus fuerzas. Le echó valor para la investigación:
—¿Cuánto te ha costado el ratito con... —desde luego que se acordaba, pero quiso confirmarlo—, cómo se llamaba?
—Se llama, se llama Dolo.
Vito, sin mirarlo, asintió con la cabeza mientras se preparaba el cubata.
—¿Qué cuanto me ha costado? Ni un céntimo. ¡Bastaría más! A ésa la tengo siempre a mi disposición, y si algún día se va con otro, le vacío un cargador en sus partes -dijo con chulería.
A Vito la ginebra le comenzó a hacer efecto como combustible del valor. Si no, lean, lean:
—<"Ya me está tocando las pelotas el fanfarrón este. Será mejor que me lo cargue yo, antes de que me cabree más… Éste va a pagar todo lo que me ha hecho pasar su puta. Así vengaré a mis sentimientos, que bastante han sufrido ya>>.
Vito volvió a beberse el otro cubata de un solo trago.
—¡Pero muchacho! —exclamó el etarra al verlo.
El grito reventó el recogimiento ebrio (borracho) en el que se encontraba Vito, dando una patada involuntaria al asiento de delante.
—¡Mira, chaval! —le decía el compañero de viaje—. A mí no me importa que te gusten los comas etílicos, pero ¡por favor! no me jodas el viaje que vengo muy contento.
—¡Ya! —disparó con etílica valentía—, por el polvo gratis a la puta de la Dolo, ¿no?
—¡Oye, capullo borrachín! —tal como estaba sentado lo cogió por el cuello—. ¡Retira ahora mismo eso que has dicho! ¡Retíralo y pídeme perdón, o te bajas del AVE con los pies por delante! —la bronca provocó que todo el pasaje miraba hacia ellos.
Dos azafatas llegaron inmediatamente.
—Por qué voy —decía Vito envalentonado— a tener que pedirte perdón, ¿eh, eh? —el estómago, vacío desde el amanecer, recibió a la Beefeater como único alimento, lo que provocó que la pea (borrachera) hiciera acto de presencia en él—. ¡Asesino, que eres un asesino de mierda! —balbuceó.
—¿Qué? Éste, además de borracho —levantó el puño para darle—, es un sinvergüenza.
Una de las azafatas le detuvo el brazo. Nadie se acercó a ellos.
Algunos ojos proclamaban que querían ver sangre fresca.
—¡Perdón! —se disculpó Vito. La actitud violenta del etarra, le había quitado la torta.
El vecino, al oírlo, resopló para tranquilizarse.
Preguntándole Vito con toda la inocencia del mundo:
—¿Qué malo he dicho?
—¡Que qué malo has dicho! —el etarra se descolocó—. ¡Ni a mi padre le consiento que llame puta a mi mujer! ¿Te enteras? ¡Si alguien se mete con mi Dolores, lo rajo! —sacó un poco la lengua, se la mordió con furia, volviendo a levantar el brazo con el puño cerrado con la intención de darle una puñetazo.
—¿Tu mujer? —Vito puso la palma de las manos para evitar el puñetazo, a la vez que le decía—: ¡Tú no me has dicho que hablabas de tu mujer!
—¡Tampoco te he dicho que no lo fuera! —desquiciado.
—¡Por favor, señores, cálmense! —gritó una de las azafatas—. O nos veremos obligados a denunciarles.
—¡Perdona, perdona! -ya, más relajado, se disculpaba Vito-. Ha sido una metedura de pata. Perdóname, por favor -las azafatas se marcharon y todos se tranquilizaron- es que yo he conocido a una que se llama Dolo…, y pensé que era la Dolo a la que tú te referías.
—¡No habrás estado con mi mujer —los celos, de macho ibérico, florecieron en su mirada—, porque entonces te rajo aquí mismo y luego vuelvo para rajarla a ella! —otra vez volvió el folklore al vagón.
—¡Lo que buscas es que yo te de un motivo para matarme! —casi gemía—. Desde…
—¡Sí que lo haré! —le cortó el etarra—. Tengo motivos suficientes para hacerlo. ¡Dime cómo es? ¡Venga, rápido, contéstame…, y no se te ocurra engañarme!
Ahora el que estaba pasado de vueltas era su etarra.
—Es guapa —respondió mirando hacia abajo.
El etarra tomó posición para calentarle los hocicos.
—Tiene… —intentaba decirle la edad pero, como no la conocía, rezó mentalmente—: <<¡Dios mío, no lo sé! Aquí acaba mi viaje >>…¡Es rubia! —escupió con voz chillona, a la vez que se colocó las manos sobre la nuca y los codos unidos para protegerse la cara.
—¡Y tiene los ojos turquesas, no? —vociferó el etarra.
—… —Vito no se atrevía a contestar que sí. El canguelo (miedo, temor) a la muerte lo enmudecía.
—¡Ah, entonces no es mi Dolores! —con desparpajo—. Mi Dolo es morena y tiene los ojos grises ¡son la hostia! —dio un trago al cubata y exhaló toda la mala leche que tenía dentro.
Vito desinfló toda la tensión.
—¡Mira que —le reprochaba el etarra— llamar puta a mi mujer. ¡No mato ni a una mosca, pero has estado a punto de que rompiera mi virginidad asesina!
—Entonces tú no eres e_e_e —ante el tartamudeo, el etarra no lo dejó continuar:
—Sí, sí, soy e_e_ebanista (persona que tiene por oficio trabajar en ébano y otras maderas finas), ¿y tú cómo lo sabes?
Vito lentamente levantaba la cabeza mirándolo de reojo. Por primera vez le vio claramente el rostro.
—¿O has querido decir otra profesión? —preguntó escamado el ebanista.
—No, no, ¡qué va, qué va! Lo vi en unos papeles que leías hace mucho rato —pensando—: <<¡Virgencita, que se lo crea, que se lo crea!>>.
—¿Yo? Si yo no…
Vito volvió a tomar posición de defensa.
—… ¡Puaf, qué más da! Olvidemos el asunto, ¿no?
Vito se puso de pie, dándole un abrazo al ebanista.
El resto de los viajeros remedaron a los niños, cuando, en las películas, el muchachito salva a la muchachita.
Las dos azafatas se miraron con incredulidad.
—¿Qué haces? ¡No seas maricón! —el ebanista se esforzaba para separarse de Vito.
—¡Otros dos cubatas! -pidió Vito a la azafata. Ésta frunció el ceño, pensando que terminaría provocando otro altercado.
—¿Dos más te vas a beber? —el ebanista, con sorpresiva ironía.
—No, hombre. Uno para ti y otro para mí. ¿Te parece?
—Si es así, sí. Porque si te tomas los dos, me tiro del tren ahora mismo.
Vito había pasado de la esquizofrenia a una calma melancólica exagerada.
El ebanista le preguntó en plan compadre (como si fueran familia):
—Chacho (muchacho. Tratamiento de confianza, cariñoso o irónico), ¿qué te pasaba al comienzo del viaje? Tenías una mala cara —moviendo la cabeza.
—Nada, olvídalo. Necesito descansar un poco —desparramándose en el asiento.
—Yo también —dijo el ebanista, mirando al monitor de televisión—. ¿Qué película será?
Al unísono, se colocaron los pinganillos (auriculares) lanzando toda su atención al monitor. Con los ojos entreabiertos, forzaban la vista con la intención de coger el hilo a la película. Al cabo de un rato, el ebanista dio un trago al cubata, que se lo tragó con repugnancia —se habían aguado—. Le enseñó a Vito el vaso, con gesto de pedir otros dos. Él dio su conformidad sin dejar de ver la película. Cuando llegó el pedido, el ebanista lo devolvió, porque Vito dormía como un lirón (persona dormilona) y roncaba como un maldito; y él ya había llegado a su nivel etílico.
La azafata se marchó mosqueada.
Próximo miércoles día 10 de enero: Capítulo XXII

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