24 enero 2007

 

CAPÍTULO 31 (El tiempo es el ábaco de la vida - jibr).

Dolo, después de abandonar el papel de conductora impostora, regresó a su apartamento. Nada más entrar sintió una soledad que no había experimentado ni aquel año que, con oposición familiar incluida, consiguió la obsesiva independencia juvenil.
La nueva colega sensitiva le llenó la cabeza de recuerdos: de Vito, de su tata, de su padre, de Lola, y, cómo no, de su madre.
Cogió el paquete de Marlboro. Se sentó en el sofá. Aplastó una de las verrugas del mando a distancia, y el techo comenzó a parir la televisión. Sintonizó el canal Fashion Tv (canal dedicado a la moda las veinticuatro horas al día).
Desde este momento siempre pensaría en voz alta cuando estuviera sola en casa.
—Me encanta —mirando a la televisión— la música con que este programa arrulla a los desfiles.
Después de un largo vuelo por la nada, consumiendo visión sin ver, se dirigió al dormitorio para ponerse una vestimenta más cómoda. Antes de entrar, paró en la puerta de la habitación donde durmió Vito. Abrió la puerta y, desde fuera, desnudó cada rincón del dormitorio.
—Todavía lo puedo oler. ¿Y su manuscrito? —pensaba dónde lo habría dejado.
Marchó a su dormitorio.
—¿Dónde está, dónde está? ¡Gracias a Dios! —exclamó al verlo sobre la mesilla de noche. Entró en el vestidor para coger la ropa que se iba a poner.
—Hace calor, mejor me quedo desnuda.
A medida que se desvestía, lanzaba la prenda a un departamento para la ropa sucia que había en el interior del vestidor.
De vuelta al sofá, caminaba de puntillas sin dejar de mirar el, ya de por sí, arrugado papel. Tumbándose boca arriba, encendió otro cigarro. El sentir de Vito lo rumió en cada comando alfabético que desfilaba, en formaciones irregulares de procesionarias, sobre el papiro (papel). Mientras digería las mayúsculas y las minúsculas y los signos ortográficos, decía con voz confesional:
—¿Por qué? Juro que te encontraré y te rogaré que me expliques por qué te marchaste sin despedirte. Imagino que fue por lo que leíste en el ordenador, pero no me preocupa en absoluto. La pena es que te marchaste sin haberme preguntado por qué estaba tu nombre allí.
Con delicado desconsuelo, besó el papel, que deslizó, muy lentamente, por la barbilla; por el cuello; y, pagó posada, en el valle (espacio de tierra entre montes o alturas) mamario; y sin dejar de mirar al techo, lo apretó contra su corazón con toda su alma. De un brinco se levantó. Corrió a la habitación fantasma. De un zarpazo rebañó (recogió) la carpeta verde y su móvil de la mesa del ordenador.
—Necesito una copa. No he bebido tanto en toda mi vida. ¡Este Vito me va a volver alcohólica!
Nerviosa por la impaciencia, torpemente pudo prepararse uno de los suyos. Bebió con ansia. Sentándose, escarranchada en el apoyabrazos del sofá, respiró hondo. Otro buche. Contrató a un nuevo y lento, pero letal, asesino camuflado en alquitrán. De una chupada lo incineró hasta la mitad. La indecisión que sufría la hizo desaparecer con una brutal carga contra el cubata. Secó los labios deslizando de izquierda a derecha la palma de su mano diestra. Conseguido el sosiego (tranquilidad, serenidad), abrió la carpeta. Los datos personales de Vito aparecieron. Inesperadamente, con un movimiento brusco, escupió la mirada hacia el limbo (lugar donde van las almas de los que, antes del uso de razón, mueren sin bautismo). Recriminándose:
—Soy gilipollas. ¿Por qué me tengo que poner así?
Mientras tomaba aire deslizaba su dedo índice sobre el contenido del expediente.
—Aquí está.
Con firmeza, clavó el dedo índice izquierdo bajo la frontera inferior de una casilla del expediente. Cogió el móvil para activar la opción “Ocultar número”. Temblando marcó el número de teléfono que contenía la casilla señalada. Cuando aún no había oído el primer tono, interrumpió la conexión.
—Seguramente me colgará, pero ¿y si no lo hace? ¡Ánimo Dolo, sé valiente! Que sea lo que mi Virgencita quiera.
Sin poder despegarse de los nervios, pulsó rellamada. Ocultó el móvil, bajo una rasgada cortina de lindos cabellos. Inconscientemente apretaba, con innecesaria presión, el teléfono contra su oreja. Un inesperado acuífero de sudor reventó entre la palma de la mano y el móvil. Las gotas bajaban deslizándose por la muñeca, tomando el curso del brazo que, al tenerlo apretado contra el cuerpo, provocó que cambiaran el rumbo hacia la mama y resbalaran por ella, cogiendo velocidad para escalar a continuación el correspondiente pezón, que se deshacía de ellas lanzándolas al vacío para que se espachurraran, junto a su muslo, dejando su marca en el tejido del apoyabrazos. El recorrido que seguía una de las gotas de sudor hizo que, la mirada de Dolo, la siguiera e interrumpiera la observación al oír el primer tono. Cerró los ojos. La respuesta fue:
“El teléfono marcado no se encuentra disponible en este momento. Por favor, inténtelo de nuevo más tarde.”
El fracasado intento le provocó una sonora activación de las cuerdas vocales:
—¡Maldita sea! —más reposada—. ¡Qué casualidad! Lo llamaré al de su casa.
Volvió al expediente de Vito. Marcó el número.
—¡Mierda, está comunicando!
Encorajinada tiró el móvil sobre el sofá. Nueva lucha mental:
—¿Con quién estará hablando? ¿Y si me ha engañado y está casado? ¡Seré idiota!
Volvió a bucear en el expediente buscando la casilla que indicara el estado civil. Suspirando al leer:
“SOLTERO.”
La tranquilidad interior, que le produjo el descubrimiento, la llevó a continuar leyendo.
—¡Anda, si tiene cuatro años más que yo! Pues no me lo ha parecido. No lo volveré a llamar. Quizás me haya echado una mano el destino para no estropearlo todo. Este tema no es para tratarlo en una conversación entre invisibles. Debo hacer lo que le dije a mi madre. ¡Eso es! Definitivamente, sí. Iré a buscarlo cuando entregue el “ESPIAS” y solucione lo del fotógrafo. Entonces quedaré libre de toda obligación y dedicaré todo mi tiempo a encontrarle y hablarle cara a cara. ¡Tengo frío!
En su dormitorio se enfundó un camisón de raso color turquesa. Decidió, con mucha fuerza de voluntad, exiliar (expulsar, desechar) a su mente todo el tiempo que le fuera posible. Duró poco ese exilio: El Séptimo de Caballería la sobresaltó.
—¡Es él, seguro! —tocó nerviosamente unas palmas—. ¡Sí, sí, ha visto mi número al conectar el móvil, y me está llamando! —corrió al salón, tirándose de bruces sobre el escandaloso aparato—. ¿Lo cojo o no lo cojo? Virgencita —rogando—, haré lo que tú me transmitas ¡seré gilipollas, cómo va a ser él, si oculté mi número! Desilusionada mandó al cuerno al Séptimo de Caballería para poder atender la llamada:
—¿Sí?
—…
—¡Papá, qué ocurre?
—…
—¡¿Para eso me llamas?! Creí que me ibas a dar la noticia de una buena nueva ¡jajajajaja!
—…
—De acuerdo, no volveré a bromear sobre eso. Escúchame bien, papá, lo de Victoriano es cosa mía, y si mamá regresa para estar a mi lado, yo soy la que me voy con rumbo desconocido. Me conoces y sabes que, contra viento y marea, hago lo que digo.
—…
—Un bezazo, papá. Dile a mamá que se ponga.
—…
—La mayor ayuda que me puedes dar es que seas feliz y hagas feliz a mi padre. No te olvides de lo que os dije en el mensaje ¡jejejeje! Un beso. Adiós.
Cortó la comunicación para no oír la respuesta de su madre. Sonrió feliz. Diciéndose:
—Entre la hora a la que me he levantado; los nervios porque saliera bien el transporte de los dos tortolitos al aeropuerto; y el fregao en el que me ha metido el hijo de puta del fotógrafo, han conseguido que pierda el hambre. Dolo —mirándose el pecho—, debes tomarte algo antes de acostarte, si no el sueño te hará velar la noche, y necesitas descansar muchas hora para poder cargar las pilas ante lo que te espera.
En la cocina desvirgó y ordeñó un tetabrick de leche desnatada. La excitación interior provocó que al echar la leche en un vaso largo, éste se desbordara. Ni se preocupó de limpiar la lechada. Camino de la cama, el vaso quedo tiznado (manchado) de blanco. Obvió todos los aseos corporales nocturnos. Destapó la cama, cubriéndose hasta el cuello con la sábana. Apagó la luz. El roba vida triunfó sin ningún esfuerzo.

Dolo encendió la luz, preguntándose:
—¿Qué hora será? ¡Si he dormido sólo media hora!
Dio varias vueltas, con rabia, en la cama. Improvisó un combate de boxeo con la almohada. Irritada por no poder dormir, conectó la televisión.
—¡Menos mal! Me gusta Operación Triunfo.
Oyendo a Rosa cantar el Europe´s living a celebration, le volvió a ganar el sueño. Esta vez con ensañamiento.
Próximo miércoles 28 de febrero: Capítulo 32

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