04 enero 2007

 

CAPÍTULO XXIV (A todas las madres).

Mientras Dolo se duchaba y se acicalaba (vestía) con tranquilidad esquizofrénica, su tata siguió en la cocina, más ancha que pancha por cómo la había bautizado la que, en el fondo de su alma, consideraba su hija natural. Cocinaba, para almorzar, espaguetis a la boloñesa. Diciéndose:
—Esta hija mía, ¡qué estoy diciendo! La culpa —se autojustificaba— es de ese revoltillo con ojos.
Dolo entró en la cocina sin hacer ruido. Estuvo unos segundos detrás de ella, sin que ésta la descubriera. Bruscamente le cogió el trasero. Del repullo (movimiento violento del cuerpo, especie de salto que se da por sorpresa o susto), acompañado de un cursi grito, desparramó por la encimera la cebolla que estaba cortando para el refrito.
—¡Qué susto me has dado, bicho malo!
—Te has asustado mucho más de lo que yo esperaba. Quería decirte…
Su tata, a la vez que recogía los trozos de cebolla, le regaló una parte de su mirada.
—… que nunca he tenido las ideas tan claras como en este momento. Esta paz interior en la que está descansando mi alma, te lo debo a ti, madre —le dijo con ternura.
—¡Por Dios, Dolores! —le reprendió exaltada (perder la moderación) pero con la boquita chica.
—Deja los espaguetis y escúchame.
Su tata, mientras se enjuagaba las manos bajo el chorro de agua del grifo del fregadero, pensaba:
—<"A ver qué echa por esa boquita ahora. Cuando habla con ese tono le temo más que a una vara verde. No ha acabado conmigo en veinticuatro años, pero lo va a conseguir en pocas horas>> —no pudo esperar más y, a la vez que se secaba las manos con el trapo de cocina, le preguntó:
—¿Qué me tienes que decir con tanto interés?
—Desde ya, no vivirás en la finca. Te quedarás aquí conmigo, y, ¡ojo!, sin dar un palo al agua, que quiere decir que no harás ninguna tarea de la casa —sin dejar de hablarle hizo una llamada con el móvil—. Bueno sí —continuaba esperando conexión—, la comida sí, que a ti no te iguala ni el mejor chef del mundo —al serle imposible la conexión, exclamó—: ¡Un momento! —salió de la cocina corriendo.
Su tata tuvo un mal presagio (señal que anuncia un suceso futuro):
—¿Por qué no me equivocaré nunca? —se reprochaba su tata—. Estoy segura de que… ¡El pollo que va a montar esta niña! Ya se me pega hasta su vocabulario.
—Ya estoy aquí —traía en la mano izquierda una pequeña agenda abierta y, en la derecha, el móvil. Sobre la marcha marcó un número de teléfono de la agenda en el móvil. Mientras esperaba que los tonos desaparecieran, se sentó:
—…
—¡Buenos días! —la alegría reinaba en su voz.
—…
—¿Que está lloviendo? —miró hacia el exterior—. ¡Es cierto! Esta mañana lucía un sol veraniego y ahora...; esta primavera esta peor que una cabra loca. ¡Al grano!
—…
—Soy Dolores... sí, Dolores Fernández; la hija de Raúl Fernández Siemprenuevo.
—…
—Necesito que contrate a dos eficientes mujeres para que hagan todas las labores de mi casa, desde hoy mismo, que a mi madre le toca descansar y disfrutar la vida.
A su tata, al chupar sus oídos lo dicho por Dolo, la tensión se le disparó. Intentaba relajarse utilizando el cuchillo cebollero como una guillotina automática sobre otro de los condimentos para el refrito: un pimiento verde.
—…
—¿Tiene usted algún problema con que yo tenga madre? ¡Te vas a cortar! —le dijo a su tata al verla más pendiente de ella que de cortar el pimiento.
—…
—¡No era con usted!
—…
—¡De acuerdo, adiós! —reaccionó tirando el móvil sobre la mesa y murmurando por lo bajini—: Siempre me ha caído mal este hombre. No me ha dado ningún motivo, pero es que no lo trago.
—Mi niña, que a tu padre no le gustará lo que has hecho —le dijo con voz temerosa.
—Deja ya de preocuparte por lo que dirá mi padre —se puso seria—. Mamá, siéntate que te voy a contar lo que he pensado hacer. A ver qué te parece.
Su tata, al volverla a nombrar como su madre, movió repetidas veces la cabeza de un lado para otro.
—No muevas más la cabeza de esa manera que se te va a descolgar. Ya te he dicho que siempre te llamaré así.
No le quedó más remedio que asumirlo y sonreír. Sentándose cabizbaja.
—Lo que he pensado —se sentó frente a ella— es que terminaré el trabajo que empecé; finiquitaré lo del fotógrafo ese…
—¿Qué fotógrafo? —la interrumpió.
—Ya te lo contaré. Es peccata minuta (de poca importancia o trascendencia).
—Mi niña —la volvió a interrumpir—, desde que a los siete años dijiste por primera vez esa frase, a mí me entran sudores cada vez que te la oigo.
—Mamá, por favor —dio un tono profundo al ruego—. ¿Ves?, me he perdido. ¡Ya! Terminaré el trabajo. Finiquitaré lo del fotógrafo. Ahora viene lo más importante… —hizo la pausa a conciencia, para que todos los sentidos de su tata estuvieran puestos en ella; prosiguiendo—: No descansaré hasta encontrar a Vito. Le explicaré todo, y… —terminó sin decir lo que pensaba—. ¿Qué te parece?
—Me parece que no has terminado de decirme lo que piensas. Te quedaste en “y…”.
—Y… —suspiró hondo— si me rechazara… Mamá, no podría soportar que me rechazara. Intento concienciarme ante el más que posible fracaso, pero me entran ganas de morirme nada más imaginar que me ignora, que ni siquiera le importo lo más mínimo. Lo he tratado con todo lo mejor de mi ser, y…
—Así, así —su tata, tajante—, así es la vida —hablaba la voz de la experiencia—. Te lo voy a demostrar.
Dolo recogió las piernas sobre el asiento de la silla, tomando postura meditativa. Con una concentración desconcentrada dirigió sus antenas hacia su tata.
—Me parece bien que vayas a buscarlo —decía su tata—, y que le des todas las explicaciones que quieras, pero antes debes curtir (fortalecer, endurecer) tu matriz del sentir, para…
—Matriz ¿de quééé? —con desfiguramiento facial la interrumpió Dolo.
—No me puedo creer —con presunción (acción de presumir) sana— que mi niña, con lo preparada que dice estar para vivir la vida, no sepa que las mujeres tenemos dos matrices —voz pausada y segura—. ¡Una, donde se desarrolla el feto, y la otra… —Dolo estaba con la boca abierta—, donde se desarrollan nuestros sentimientos!
—¿Y los hombres? –con desenfado (diversión)—. ¿Qué tienen los hombres para desarrollar sus sentimientos?, ¡anda, dímelo!
—¡Los hombres no tienen sentimientos! —tajante.
—¡Ja! —sorprendida—. ¡Tengo una madre feminista y yo sin enterarme! —tono de voz vestido con chacota (burla; tomarlo a broma) cariñosa—. ¡Las sorpresas que da la vida!
—No me interrumpas —gruñendo (mostrar disgusto murmurando entre dientes)— que te estoy hablando muy en serio. Te decía que tienes que curtirla para que los pensamientos aciagos (desgraciados, de mal agüero) nunca te aflijan (causar molestia o angustia moral). Aprovecharé para aconsejarte que tener esa clase de pensamientos no ayudan en nada, sino que lo único que consiguen es que pensemos en comprarnos, cuanto antes, la parcelita eterna, ¡y a dita (a plazos) en muchos casos! Pensando así, nos amargamos antes de que nos ocurra cualquier desgracia, sin pensar que la vida, los momentos malos, nos lo regalará por sorpresa, así que, por favor, a esa clase de pensar no le des pistas sobre el posible resultado del encuentro con Victoriano. ¿Me has entendido?
Dolo se encogió de hombros.
—¡Niña, qué torpona estás! Lo que quiero que entiendas es que antes debes arraigar tu fortaleza en el sentido común, para que, en el supuesto de que fueras herida en el corazón del alma, y no me refiero únicamente a Vito, sino a cualquier contratiempo que te dé la vida, tu matriz del sentir esté preparada para que te afecte, lo dañoso, lo menos posible. Ni más ni menos es que tienes que tener la suficiente fortaleza para recibir las contrariedades de la vida, conocerlas, tratarlas, soportarlas y superarlas. No. Sustituyo lo de “y superarlas”, por… —se lo pensó—, y mandarlas a la puta mierda. Las contrariedades, claro.
El taco destrozó el ideario (conjunto de las principales ideas de algo) que Dolo tenía de su tata.
—Perdona, mi niña, pero me pongo de los nervios hablando de los regalitos sorpresa con que nos obsequia, más de lo que debiera, esta puñetera vida —Dolo frunció el ceño al máximo—. ¿Sabes? —no la dejó reaccionar—. La vida es una cabrona, sí, sí, no me mires así, yo también sé decir palabrotas, lo que ocurre es que yo las utilizo en su justo momento y tú cada dos por tres, sí, es una cabrona —Dolo no paraba de buscar una justificación al desnudo integral que su tata estaba realizando de su personalidad—, porque te puedes llevar luchando toda ella por conseguir solamente una cosa y, sin darte explicaciones, te la niega, sin embargo en sólo un mísero segundo te puede quitar todo por lo que deseas vivirla, y sin avisarte, mi niña, y sin avisarte. Hay que —tono de odio— conocer su maldad para poderla atacar y vencerla. Ya te he dicho como hacerlo.
El desconcierto mental mantenía a Dolo más inmóvil que una sardina embarricá (la sardina salada, prensada y envasada en barrica – tonel mediano).
—Presiento —prosiguió su tata— que te está venciendo el pesimismo, cosa que me extraña porque no existe nadie tan optimista como tú, hasta ahora, claro. Mi niña, sólo tienes que ser tú misma, ayudada, si lo necesitas, por mi receta y tu sentido común. Seguro que vences a todas las adversidades que quieran hacerte sufrir. Por último —quiso sacar a Dolo del tufo de la indecisión—, te haré la pregunta refinitiva, más que nada, para quedarme tranquila…
Ella hizo un gesto de resignación.
—… ¿Lo has cogido bien?
—Sí, ta…
—Pues —interrumpiendo a Dolo— suéltalo que voy a…
—¡Cochina! ¡Ni un día siendo mi madre, y ya me estoy arrepintiendo!
Las dos rieron a carcajadas. Dolo se puso de pie, quedándose en posición de saludo militar, diciéndole:
—Mamá, todo ha sido asimilado tal como tú me has aconsejado. ¡Alea jacta est! Que, antes de que me lo preguntes te diré qué quiere decir: “La suerte está echada”. ¡Vito, no te salvarás de mí tan fácilmente! —gritando con todas sus fuerzas—. ¡Voy a por ti!
—Pero ¿no me has dicho que no tienes ningún dato de él?
—¡Mamá! —exclamó en voz alta. Continuando ralentizando las palabras y marcando las pautas con los dedos índice—. Todo está controlado y estudiado maquiavélicamente (según Maquiavelo, para lograr un fin no hay que reparar en los medios. Que actúa con astucia o doblez. DOBLEZ: Astucia o malicia en la manera de obrar, dando a entender lo contario de lo que se siente) y como tal, seguro que conseguiré mi objetivo. Yo soy muy lista, ¿se te había olvidado? ¡Esto es como lo del fotógrafo, peccata minutaaaa! —se dirigió hacia la cafetera.
Su tata prefirió no preguntarle por lo del fotógrafo y sí rezar para que no le pasara nada, ante el temor que le entraba cuando Dolo decía esa expresión.

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