18 febrero 2007
CAPÍTULO 32 (La Democracia que ingiere, usualmente, Impunidad, no tardará en sufrir un Cólico Dictatorial - jibr).
La infinita calma que se aposentó en el apartamento, consiguió que Dolo durmiera más de lo que ella deseaba; y no fueron más horas porque el Séptimo de Caballería atacó sin previo aviso. Aturdida, atendió la llamada:
—¿Vito?
—…
—¡Cómo le llames otra vez cateto, te capo! Primo, tú no eres capaz, ni siquiera una vez por equivocación, de no alterarme. ¡Son las once de la noche!
—…
—¡Cómo de hoy jueves!
—…
—¿Estás seguro?
—…
—Entonces quiere decir que llevo más de un día durmiendo. Estaba claro que necesitaba descansar.
—…
—¡Dile a ese sopla-flautas que no me toque …! Déjale bien claro que no lo quiero ver ni en pintura. Págale tú mismo, y que olvide que nos conoce, que si algún día me lo veo a un kilómetro, siquiera, será el último día que pueda ver la luz.
—…
—¡Cómo!
—…
—¿¡Qué!?, que lo ha oído todo porque le ha robado el pinganillo a tu hermano. ¡Será inútil!
—…
—¡Mire! ¡Ya los tengo inflados a reventar! Se nota que es usted detective privado, porque es más pesado que Colombo —parecía más calmada—. Pero el chochito que quiere comerse tiene un cinturón de castidad con clave personal digitalizada, así que cómaselo a su santa… —se contuvo—. ¡Que le paguen ya de una vez, aunque el trabajo que ha hecho sea una mierda!
—…
—¡Será guarro! —desquiciada—. ¡Su deshollinador (deshollinador: utensilio para deshollinar chimeneas) se lo mete a su puta madre!
—…
—¡Nabu de mierda, o le devuelve el pinganillo a mi primo o voy para allá, le corto la lengua, y se la meto por el podrido culo que tiene que tener! —le gritó con tantas ganas y mala leche que del dolor de oído que les entró, a los dos oyentes, jalaron violentamente de los pingajillos, tirándolos lejos. Ante la tardanza en tener interlocutor, Dolo gritó—: ¡¿Dónde coño estáis?!
—… —el primo que no estaba escuchando la conversación.
—Que están echando sangre por las orejas, ¡pobrecitos! ¡Cómo consintáis que ese guarro vuelva a hablar conmigo, os pongo a lijar, a mano, la Gran Muralla china (alcanza una longitud superior a 6.000 km). ¡Me has oído bien?
—…
—¡Veniros echando leches para mi casa! ¡Solamente los dos, eh! ¡Rezad para que el trabajo me guste, adiós!
Dolo se marchó al cuarto de baño. Nula voluntad para evitar mirarse en el espejo. El todavía puzzle empeoraba su imagen.
—¡Hosti, llevo más de dos días sin lavarme! Me huelo a…, ¡qué asco! ¡Vaya pinta que tengo!
Pedazo de limpieza la que se hizo. Despejada y perfumada, desnudó a dos patatas para hacerse una tortilla. Estaba batiendo dos huevos, cuando sonó el video-portero. Antes de preguntar quién era, vio en la pantallita a sus dos primos acompañados por un enano gordinflón.
—¿Quién es ése que os acompaña?
Los tres se miraron sin decir palabra.
—¡Cómo sea el frustrado sexual del Nabucodonosor, os mato a los tres! —Dolo vio como el enano desaparecía de la pantalla—. ¡Si es una nueva estratagema para engañarme y que entre en mi casa, de verdad, os juro que os mato! —pulsó el botón y pasaron.
—Mira que son subnormales. ¿En qué estaría pensando mi tía al concebirlos?
Dolo se quedó en la entrada esperando que subieran. En cuanto entraron, les largó:
—¡Si aparece por aquí estáis…! —resopló—. Sentémonos en el salón y me dais pelos y señales de todo.
Los dos pusilánimes, con obediencia cristiana, se sentaron en el sofá.
Dolo en un butacón junto a ellos.
—Prima ha sido más difícil de lo que esperábamos —le dijo el más alto.
—Prima, pero que muy difícil —le dijo el más bajo.
—No seáis subnormales. Lo que cuente uno que no lo repita el otro, ¿está claro?
—Le hemos pringao, y ¡bien que le hemos pringao! —decía el más alto.
—Bien pringao y… —decía el más bajo.
—¡Che! —Dolo se le abalanzó con gesto de estrangularlo—. ¡Si acabo de decirte que no…! ¡Ay, Dios míííooo! —pataleaba—. ¿Qué me traerán estos dos lumbreras?
—Mejor que contártelo lo ves en el DVD que hemos grabado —le respondió el más alto.
Dolo, con el mando a distancia, preparó la pantalla gigante.
El primo más bajo, metió el disco en el DVD. Al regresar al sofá, pasó por delante de Dolo.
—¡Guarro, cerdo asqueroso! —le insultó Dolo a su primo al sentarse—. ¡Eso es lo que te ha enseñado el Nabucodonosor? ¿Qué mirabas, eh, qué mirabas?
La regañina fue porque al pasar, el primo más bajo, por delante de ella, para sentarse, el escote del camisón de Dolo estaba combado, permitiendo la entrada libre para disfrute visual de lo que guardaba.
—¡Voy a cambiarme! —enojada—. Mientras, prepararos lo que queráis. ¡A mí lo de siempre! —terminó diciéndoles al marcharse.
Regresó tapadita, pero no tanto como con un burka (Existen dos tipos: el que es un tipo de velo que se ata a la cabeza, sobre un cobertor de cabeza y que se cubre la cara a excepción de una raja en los ojos para que la mujer pueda ver a través de ella. El otro tipo es conocido como burka completo, el cual cubre la cara y el cuerpo por completo; los ojos se cubren con un ‘velo tupido’ que permite que la mujer mire pero que evita que la gente vea sus ojos. La introducción de esta prenda se produjo en Afganistán a principio del siglo XX […]. (Wikipedia, la enciclopedia libre. Wikipedia.org).
Las tres copas estaban preparadas. Los dos primos comían pistachos. Dolo, antes de sentarse, sin decir palabra, cogió un puñado y se los comió más rápida de lo que lo haría un roedor en el Polo Norte en pleno invierno. Dolo, con rabia, maldijo de nuevo:
—¡Maldita sea!
Los primos, con sorpresa acojonada, se miraron por culpabilidad desconocida.
—No os preocupéis, ¡raro, raro!, pero no es con ustedes. Me olvidé de que estaba preparándome una tortilla de patatas. ¡Ahora vuelvo! —se marchó a la cocina.
Los dos se bebieron sus respectivos cubatas, llenándose de nuevo la copa y bebiéndose del tirón hasta dejar el líquido a la misma altura que el de Dolo.
—Ya estoy aquí. Pero… —los miró a los dos—, ¡mira que sois borrachos y torpes!
Los dos volvieron a mirarse, esta vez con sorpresa por culpabilidad conocida.
—¡No pongáis esas caras de tontos —gritaba—, que nada más hay que ver cómo están los cubitos de hielo de mi vaso, y cómo están los vuestros! ¿Cuántos os habéis tomado, dos, tres…? ¡No sé cómo os aguanto! —depositó sobre la mesa la bandeja en la que traía: una tortilla de patatas; un botellín de tercio de Cruzcampo; varias rebanadas de pan integral; servilletas de papel y tres tenedores.
—Prima —le decía el primo más alto, con descarada sorna (con disimulo y burla con tardanza voluntaria) mientras ella se acomodaba—, ¿el pan integral es para que no engordes más de lo que estás? —sin pausa—. Y ese pedazo de tortilla la habrás hecho con patatas ligh ¿no, primita?
—¡Serás marica! ¡Yo estoy gorda! —cogió varios pistachos y se los tiró a la cara—. ¡Entérate, yo como lo que me da la gana! ¡Tú si que estás gordo! —cabreo infantil—. ¡Ni los cerdos tienen tanto sebo (grasa, gordura) como tú! ¡Capullo, que eres un capullo! ¡No veremos la película hasta que me coma la tortilla! Coged si os apetece, pero no os lo merecéis.
Mientras Dolo se zampaba la tortilla, la mente se le marchó a Bonares. Tan encerrada en su Vito estaba que no se dio cuenta de que su primo más bajo se levantó para preparar otros dos cubalibres, y que al volver a sentarse comenzó a hacer zapping con el mando a distancia. Dolo comía con la cabeza baja mirando a la tortilla, pero sin verla, porque una de las veces pinchó, en lugar de a la tortilla, un cacho (pedazo o trozo de algo) de aire —sonrió por el despiste que había tenido—. Ese lapsus (equivocación) la transportó de nuevo al salón; descubriendo que sus dos primos estaban sin beber ni comer, y más calladitos que en misa.
Los dos estaban embobados. Al más bajo le salía un hilo baboso por las comisuras de los labios.
Dolo explotó:
—¡El escatológico (perteneciente o relativo a los excrementos y suciedades) del Nabucodonosor os ha podrido los sesos! —les insultó Dolo, al descubrir que el absorto (enfrascado en algo, con descuido de cualquier otra cosa) estado lo disfrutaban por la película porno entre heterosexuales, que habían sintonizado mientras ella pensaba en su Vito de su alma. Cabreada cambió de canal.
Los dos se escoñaban de la risa que les entró, al ver que Dolo había sintonizado una película porno entre lesbianas. Furiosa volvió a cambiar de canal, dándole una colleja a cada uno.
—¡Ahí tenéis! Entreteneros mientras termino de comer ¡jejejeje! —les dejó un canal de dibujos animados. Volvió a la tortilla, y puso, de nuevo, a rular (funcionar) su meditar:
—<"Virgencita, te lo suplico, te lo ruego, te lo pido con todo mi corazón, que el trabajo de mis primos me sirva para que pueda terminar con todo esto y marcharme a buscar a Vito.>>
—¡Finito! —al acabar con la tortilla. Cogió el mando a distancia, pulsando el play del DVD.
La primera imagen era del primo más alto saludando desde la escalerilla del avión; a continuación, con la misma pose, el primo más bajo; y por último, de espalda, el que podría ser Nabucodonosor.
—¡A mí me da algo! ¿A qué viene grabaros?
Los dos la miraron con sonrisa de idiotas reconcentrados.
La siguiente secuencia, que duraba más de una hora, era, única y exclusivamente, del respaldo del asiento de delante, porque se les olvidó desconectarla.
Dolo estaba con un rebote que se subía por las paredes. No pudo callarse:
—Me parece que esta noche vamos a tener una fiestecita esp… —les decía Dolo en el momento que aparecieron cuatro inmensas chavalas de distintos tonos de piel: una negra, otra amarilla, otra mestiza y, la última, alabastro—. ¡No puede ser! —agitaba la cabeza de un lado para otro—. No, no, no puede ser —inmediatamente se le oyó—: ¡Cuatro! —desgañitándose—. ¿Habéis contratado a cuatro? —detuvo la película.
—Prima —intervino inmediatamente el primo más bajo—, nos dijo Nabu que teníamos que hacerle… ¿cómo era?, un… —aplastándose las sienes— casting (pruebas para seleccionar actores), sí, casting, por lo menos a cuatro, para que de esa forma no fallarte en la elección de la mejor. Además —seriedad militar—, el tío, con muy buen criterio, nos aconsejó que deberíamos de catarlas (probar, examinar). Tú ya sabes.
—¡Sois unos indecentes, puercos…! ¿Qué más os digo? ¿A quién he contratado yoooo? —resoplón al canto—. O sea…, que os habéis acostado con las cuatro.
—No prima —el más alto—. Yo sólo con la negra.
—Y —al primo más bajo— tú mientras mirabas, ¿no?
—No, prima, yo estaba grabándolo. Después sí, ¡la mestiza estaba!—tapándose la cabeza con los brazos por si su prima le regalaba algún detallito doloroso.
—¡No me lo creo, no me lo creo! —repetía ella sin parar. Hasta que pensó que era mejor que se relajara—. Está claro que con las otras dos se lo hizo el Nabu, ¿a que sí?
—Sí —contestaron al unísono (sin discrepancia, con unanimidad).
—Creo que no voy a poder soportarlo —dio varios paseos por el salón para serenarse—. Os confío un trabajo del que depende mi felicidad, y resulta que lo que hacéis es iros de putas —taconeó rabiosa.
—Ya te hemos dicho —decía el primo más alto— que Nabu nos dijo que era necesario. ¡Ah!, también porque para él era imprescindible, como el mejor experto del mundo en estos temas, aclararse unas dudas que tenía.
—¿Dudas? ¿Qué dudas? —preguntó Dolo intrigadísima.
—Por eso eligió primero —aclaraba el primo más bajo—. Nos dijo que elegía a la oriental porque un amigo le había asegurado que esas mujeres… ¡te lo voy a decir tal como él nos lo dijo, eh!, que luego… —Dolo le autorizó—; pues… que las mujeres de esa raza tienen el coño horizontal, y quería comprobarlo…
Dolo no asimilaba (comprendía) lo que estaba oyendo.
—… Y a la blanca —continuó—, la eligió, porque nos contó… ¡Prima, que te lo voy a relatar con las mismas palabras, eh!... Nos contó que le recordaba a un maniquí que se tiraba todas las noches cuando trabajaba de guarda jurado en unos grandes almacenes.
—¡Ese cabrón es un sádico¡ ¡Debe estar enchironado en la cárcel de máxima seguridad de Alcalá-Meco (Madrid). Yo lo… —la interrumpió el más alto:
—Prima, la negra no la quiso porque dijo que todas tenían… ¡te repito que lo voy a decir tal como él nos lo dijo, eh!, …que todas tenían los pelos del chocho tan fuertes que parecían erizos cabreados, y les ponían los huevos en carne viva ¡ah! rechazó también a la mestiza porque le habían contado que como nunca llevan bragas, siempre tienen el coño más seco y arrugao que un jigo (higo: cosa arrugada o deteriorada). ¿No te imaginas por qué?, ¡jijijiji!
—¡Risitas también! ¡Además, el soplagaitas (persona tonta o estúpida) es racista! ¡Ese psicópata os ha tomado el pelo, y a mí el dinero! ¿Cuándo os vais a espabilar de una vez?
Los dos agacharon la cabeza.
Dolo, con una resignación que se la pisaba, pulsó el play, volcando toda su atención en la pantalla. Durante varios minutos salían las cuatro elegidas. Unas veces juntas y otras veces por separado. Dolo se estaba enfureciendo por la insulsa grabación. Miraba a sus primos. Ellos le hacían gestos, con las manos, para que tuviera paciencia.
—¿Qué es eso? —repentinamente preguntó Dolo, que con los ojos entornados esforzaba la vista intentando descubrir lo que era. Retrocedió al comienzo de la escena.
Los dos se escondieron la cabeza bajo el ala.
—¡Joder! —exclamó ella al repetir la escena—. ¡Además de idiotas sois, sois, sois…, no puedo, no puedo! ¡Mira que dejar la cámara grabando la orgía que hicisteis! ¿Y eso?... ¿Ése es el famoso Nabu? ¡Jajajajajaja! —preguntó al no vérsele la cara. Los dos le dijeron que sí—. ¿¡Eso es su deshollinador!? ¡Si la tiene más pequeña que un tábano (insecto díptero [dos alas] de dos o tres centímetros de longitud y de color pardo, que molesta con sus picaduras principalmente a las caballerías), jajajaja! A ese fofo gordinflón, con tanta barriga y tan poca condecoración, no llega ¡jajajajaja! Por eso está siempre tan salido, porque es un traumatizado del sexo. No me importa lo que me haya costado el trabajo. Esto no tiene precio. ¡Ahora —llamada de atención para los dos—, cómo aquí no esté lo que os ordené que hicierais os vais a enterar! Pasaré esta mierda —con el mando a distancia pasó la película a alta velocidad, dándole una patada al primo que estaba más cerca al ver una imagen que, aunque borrosa, se veía clarísima; unos segundos después exclamó Dolo—: ¡Aquí está! —rápidamente pulsó el play.
—Eso es cuando llegamos a la discoteca —le dijo el más bajo.
—Al final elegisteis a la blanca. Me gusta. Va vestida muy elegante. Por ahora habéis acertado.
—Todo se lo eligió Nabu —le dijo el más alto—. Está buenísima, es sueca y habla el inglés perfectamente. ¡De español ni papa!
—¡Vaya! —exclamó Dolo—. Es un golfo, pero tiene mucho gusto y, ¡habla inglés y todo!
—¡Inglés, Nabu! ¡Ni papa, prima, no sabe de inglés ni papa! —le aclaró el más alto.
—¡Ni papa? ¿Entonces cómo se las apañó para contratarla y vestirla de diez?
—Verás, prima… —decía el más bajo, haciendo un monumental esfuerzo para ocultar el tufo etílico de sus palabras.
Dolo lo miró, intuyendo, por el tono de voz que eligió, que no iba a ser muy racional el relato.
—… Paseábamos por la Quinta Avenida cuando Nabu oyó hablar en español...
—¡Qué casualidad! —exclamó ella con ironía.
—… ¿Por dónde iba? ¡Ah! Cuando Nabu oyó castellano se paró e investigó de dónde provenía la voz —iba a dar un trago.
—¡No bebas más! ¿Qué ocurrió? —con impaciencia.
—Que se las ligó.
—¿Cómo dices? —Dolo arrugó todo el rostro.
—Que se ligó a dos camareras andaluzas que se cruzaron con nosotros ¡pero para que fueran nuestras intérpretes! y le explicara a la sueca todo lo que queríamos que hiciera —ahora el tono de voz y la carita de ángel que puso descubría el rollo que le estaba metiendo.
—¡No te enrolles, cabeza de chorlito! ¡Ése no se liga ni a…, venga, dime la verdad!
—¡Qué lista eres, prima! La verdad es que no se las ligó, sino que las contrató para que nos sirvieran de intérpretes. ¡Gracias a ellas…!
Dolo se fue hacia él, pero lo salvó una inesperada imagen muda que, en ese momento, mostraba la pantalla.
—¡Pero, si es Lola! —exclamó sorprendidísima—. ¿Qué hacía, Lola, en la discoteca?
—Es amiga del fotógrafo —le contestó el más alto—. Ahora lo verás. ¡Ahí llega!
—¡Amiga del fotógrafo! —extrañadísima—. Qué casualidad más mal oliente —murmuró Dolo—. ¡Hijo de puta! —gritó al ver al fotógrafo.
Los dos primos se asustaron al verla con los ojos desencajados y derramando ira a chorros.
—¡El fotógrafo es Adolfo, el meapilas! ¡De fotógrafo tiene ese, lo que yo de monja¡ La gente cree que es el más católico-apostólico-romano que existe, porque diariamente visita las iglesias, pero ese miserable las visita antes de que cierren por las tardes para robar los cepillos (cepo: caja de madera para recoger limosnas y donativos)! ¡Nunca tiene un duro! ¡Claro, por eso se va a casar con la Marquesa de los Juncos Secos! ¡El sinvergüenza sabe que, a la Marquesa, le queda poca vida, por la edad que tiene, y quiere heredar todos sus bienes cuando la espiche! Pero, y Lola, ¿qué tendrá que ver con él? —pensó unos segundos—. Que no sea lo que estoy pensando, que la mato —dijo mirando a sus primos, que le temían cuando se ponía las manos en jarra—. ¡Habéis visto? —exclamó señalando a la pantalla—. ¡El Adolfo le ha dado un sobre a Lola!
—Prima —le dijo el más alto—, en el sobre había treinta mil euros, que ahora son cinco millones de pelas, ¿no?
Dolo enmudeció de muerte.
—Lo sabemos —continuó el más bajo— porque al vernos se sentó con nosotros. En un ratito la emborrachamos con champagne, de ése que a ella le gusta, para que nos largara lo que contenía el sobre. Estaba muy nerviosa, pero cuando la torta alcanzó su punto más alto, nos desembuchó que acababa de cobrar treinta mil euros por un trabajito muy fino que le había hecho al fotógrafo. Nosotros pensamos que habría posado desnuda para él. Prima, ¡para tanto no está!, ¿verdad?
—¡Entonces —Dolo con arrebato (furor: furia – violencia y prisa)— os descubrió!
—No prima —le dijo el más bajo—. Cuando entramos, al verla, le dije a Nabu que Lola nos conocía, y él se fue por un lado, la Prety Woman por otro, y nosotros por otro. De esa forma no nos relacionó. Gracias a eso hemos filmado mucho mejor allí dentro.
—¡Está clarísimo que esa alcohólica me ha vendido! Ya me advirtió mi madre que no era trigo limpio —hundida y resignada. Los dos primos se miraron sorprendidos al oírla pronunciar madre—. Y yo —continuaba Dolo— la informé de pe a pa (enteramente, desde el principio al fin) de cómo y con quienes iba a… ¡joder, le he dado todo en bandeja! —cerró fuertemente los ojos y apretaba las mandíbulas hasta hacer rechinar los dientes—. ¡Hundiré en la mierda a esa zorra! ¡Y quería conocer a Vito! Su traición, por dinero, le va a costar caro.
Dolo entró en perturbación mental. Esquizofrénica perdida gritó:
—¡Terminemos esto! —se obligó a animarse—. ¡Aquí nadie pierde el tiempo! ¡Mirad! ¡No se conocen de nada y ya están juntos el Adolfo y la sueca!
—No, prima, ahí ya se conocían; es que no hemos grabado cuando se la presentó Nabu.
—¡Espero que no hayáis fallado en los detalles más importantes! —alteradita—. ¡No me lo puedo creer! —ya perdió los papeles—. ¡Ése es otro asqueroso salido! ¡Sois todos iguales! No, no, de eso nada de nada, todos no, mi Vito no, que me lo ha demostrado. ¿Y eso…, qué hace Nabucodonosor? —preguntó al ver que se acercó a la barra, colocándose junto a la nueva parejita—. Eso que le ha entregado al camarero ¿son billetes?
—Sí —contestó el más alto—. Nabu ya le había preguntado que si sabía inglés… Ahí, ahí le está diciendo que le daba el dinero para que le tradujera a la princesa del Reino de Cocatila que…
—Coca…, ¿qué? —pulsó pausa en el mando a distancia.
—Es que así nombra Nabu a las tías macizas. Nos explicó que, esas tías, se merecen ese título, porque primero te dan potencia sexual, como la coca, y luego te dan tranquilidad, como la tila. Bueno, decía que… —lo volvió a interrumpir.
—¡Cómo se me ha podido escapar ese ejemplar a mí! —sarcasmo puro—. ¡Anda, sigue contándome! —desconectó la pausa.
—… ¿A ver…? Sí. Ahora, ¿ves? —señaló a la pantalla—. Le está diciendo al camarero que le diga, en inglés, a la princesa que él se tiene que marchar porque le han dado el chivatazo de que su mujer estaba acostada, en esos momentos, con el hijo que tuvo en su anterior matrimonio. Nabu lo hizo para dejarle vía libre al fotógrafo, y éste picó el anzuelo. ¡Mira, prima —se reía—, al capullo se le está cayendo la baba! —en ese momento, la pantalla mostraba, en todo su esplendor, el color negro. Rápidamente, para evitar males mayores, el primo intervino—. No te preocupes, prima, es que tuvimos que esconder la cámara bajo la mesa porque la Lola descubrió que estábamos grabando, y nos la quería quitar, pero con la borrachera y un achuchón de mi hermano se olvidó rápido.
—Lo que falta de la discoteca —le decía el más bajo— es el lote que se pegaron los dos antes de marcharse al hotel. La tía era tan experta que... —corte de Dolo.
—No quiero detalles —nuevo descanso—. ¡Una preguntita a mis dos genios del espionaje! —con voz y gesto risueño...
Los dos se pusieron más derechos que una vela.
—… ¿Cómo sabíais que Adolfo sabía inglés, eh?
Los dos respondieron a la vez, demostrando el elevado grado de inteligencia que poseían:
—¡Suerte, prima, suerte! —se quedaron más anchos que panchos.
—¡De todo esto escribo un libro, lo juro! ¡Bah! —se tranquilizó—. Por ahora esto va por buen camino. ¿Cómo hicisteis para grabar en la habitación del hotel?
—Nos metimos en la furgoneta —relataba el más bajo—, que antes habíamos aparcado estratégicamente, y desde allí controlábamos todos los micros y cámaras que instalamos en la habitación antes de irnos a la discoteca —se pavoneaba—. Hasta Nabu nos felicitó por el equipo que tenemos. ¡Ah! Fíjate si somos buenos que nos propuso que nos uniéramos a él para formar una sociedad especializada en espiar a los tíos con más pasta del mundo.
—¿Por qué a esas personas? —intrigada.
—Porque con lo que les grabáramos en las fiestecitas, rollitos, orgías…, los chantajearíamos y, sin trabajar, nos harían ricos.
—¿Esto que me está pasando es real o he muerto y estoy en el infierno! —compadeciéndose continuó—. Creo que no voy a ser capaz de continuar —se desplomó en el sofá.
—¡Prima, no te preocupes, que no te hemos fallado! —la animaron—. ¡Mira! —el más bajo señaló hacia la pantalla—. ¡Mira, prima, como trabaja la princesa!
Dolo miró sin decir nada. Su voluntad había sido derrotada. Al cabo de un rato, no pudo evitar pensar:
—<"Todo esto me da más mala espina… Qué guarros. La verdad es que es una experta. En mi vida he visto lo que está haciendo. Aprovecharé la ocasión para ponerme al día.>>
Se metió tanto en la grabación, que se relajó. Llegando a preguntar:
—¿Qué estáis grabando ahí? ¡Ah, ya! Queríais hacerle una camaroscopia intrauterina, ¿no? ¡Sois…, no puedo, no puedo con ustedes! ¡Teníais que grabar siempre a los dos, no solo a ella! Hace un momento había decido olvidarme del tema, pero es que sois… ¡No puedo contenerme, os voy a...! —Dolo se levantó para arrearle a los dos.
—¡Quieta, prima! ¡Mira eso, mira eso! —le decía el más bajo en la huída.
Después de una hora y media de pornografía pura y dura, dijo Dolo:
—Ha merecido la pena el sufrimiento que he pasado. Lo habéis hecho perfecto. Ni Steven Spielberg (famoso director de cine) os hubiera superado. Llama a ese... —las caras de los primos expusieron pasividad de sorpresa incrédula—. ¡Joder, qué caras! Sí. Que uno de ustedes llame a Adolfo.
Ninguno reaccionó.
—¿Qué os pasa?
—Que no podemos llamarlo—contestaron como calcomanías.
—¿Por qué?
—Porque el teléfono lo tiene Nabu —cantaron, con congojo, los dos.
—¡Yo, os mato! ¡Ya me extrañaba a mí que al final no metierais la pata! ¡Mucho espionaje con técnicas ultramodernas, y no os quedáis con el teléfono del espiado! —les amenazaba con más veneno en la mirada que una cobra acorralada—. ¡Yo os mato!…
Los dos se miraban. Sudaban más que los que construyeron las pirámides de Egipto, ¡claro, si no fueron los extraterrestres, según piensan algunos! Con la armonía plástica de una pareja de ballet acuático, de un solo trago, se bebieron lo que les quedaba del cubata. Ni habiéndolo practicado les habría salido tan bien.
—… ¡Ale, emborrachaos! ¡Cómo vais a razonar si las neuronas las tenéis alcoholizadas! Antes de que acabe con vosotros —amenaza sutil—, llamad al bola de grasas ese, y pedirle el número de teléfono. ¡Y por supuesto la dirección! ¡Ya! —grito energúmeno (furiosos, endemoniado).
El primo más alto, con torpe prisa, llamó a Nabucodonosor:
—…
—Señor Nabu, soy …
—…
—Que mi prima necesita el número de teléfono y la dirección del fotógrafo.
—…
—Dice que te pongas, o no hay información.
Dolo le arrebató con furia el móvil, hablándole del tirón:
—Al final lo empujaré, yo misma, para que resbale por el tobogán que...
—…
—¡Mire pringao! Si sus neuronas le han abandonado por su inactividad sexual, ése es su problema —momento en que su educación la abandonó—, ¡estoy hasta el coño de usted, o me da los datos ahora mismo o no pararé hasta que le encierren con los pederastas esquizofrénicos! ¡No le soporto! —vociferó con tan mala leche, que lo acojonó de verdad.
—… —sobre la marcha y sin rechistar.
—¡Ve qué fácil es! —Dolo grabó los datos en el móvil—. ¡Muchas gracias, señor! Adi... —se despedía Dolo.
—…
—¡Becerro! —cortando la comunicación.
—Prima, ¿qué te ha dicho ahora para que te hayas puesto así —le preguntó el más bajo.
—Primito, no te ofendas cariño, pero, de verdad, eres un frívolo asqueroso.
Dolo cogió el paquete de Marlboro; lo miraba pensativa; se podría pensar que le estaba sacando el ADN; pero no, lo que sí hizo fue seccionarle uno de sus miembros, y, con crueldad inquisidora, lo prendió, utilizando el más selecto ritual como si fumara el mejor habano (cigarro puro de Cuba). Chupaba, con parsimonia (lentitud) religiosa, del inocente condenado, sacándole su alma gaseosa, disfrazada, en su mejor carnaval, con el más divino traje de luto de alivio (luto menos severo – gris); única forma, según ella, de meter en vereda a sus nervios. Conseguido su deseo, bebió el resto del cubata que le quedaba.
—Prima, estás tan colorada que parece que te va a dar un telele (desmayo) —le dijo el primo más alto.
—Mañana tenemos mucho trabajo ¡y delicadísimo! —les dijo Dolo después de un largo silencio—. Ya está bien por hoy. Nos tomaremos la última y nos iremos a la cama —los dos primos la miraron desconcertados. Ella no pudo aguantarse—: ¡Seréis guarros, cada uno a la suya! ¡Sois unos salidos! ¡Cómo mañana no estéis en condiciones para acabar con el hijo de mala madre del Adolfo, os capo!
Mientras los dos llenaban la última, Dolo se entretenía haciendo zapping .
—¡Déjalo ahí! —gritó el primo más bajo, al ver que emitían “Operación Triunfo”—. La Rosa me encanta. ¡Ya no hay chavalas como esa!
Sin llegar el programa a su fin, Dolo ordenó:
—¡Venga a descansar!
—¿Vito?
—…
—¡Cómo le llames otra vez cateto, te capo! Primo, tú no eres capaz, ni siquiera una vez por equivocación, de no alterarme. ¡Son las once de la noche!
—…
—¡Cómo de hoy jueves!
—…
—¿Estás seguro?
—…
—Entonces quiere decir que llevo más de un día durmiendo. Estaba claro que necesitaba descansar.
—…
—¡Dile a ese sopla-flautas que no me toque …! Déjale bien claro que no lo quiero ver ni en pintura. Págale tú mismo, y que olvide que nos conoce, que si algún día me lo veo a un kilómetro, siquiera, será el último día que pueda ver la luz.
—…
—¡Cómo!
—…
—¿¡Qué!?, que lo ha oído todo porque le ha robado el pinganillo a tu hermano. ¡Será inútil!
—…
—¡Mire! ¡Ya los tengo inflados a reventar! Se nota que es usted detective privado, porque es más pesado que Colombo —parecía más calmada—. Pero el chochito que quiere comerse tiene un cinturón de castidad con clave personal digitalizada, así que cómaselo a su santa… —se contuvo—. ¡Que le paguen ya de una vez, aunque el trabajo que ha hecho sea una mierda!
—…
—¡Será guarro! —desquiciada—. ¡Su deshollinador (deshollinador: utensilio para deshollinar chimeneas) se lo mete a su puta madre!
—…
—¡Nabu de mierda, o le devuelve el pinganillo a mi primo o voy para allá, le corto la lengua, y se la meto por el podrido culo que tiene que tener! —le gritó con tantas ganas y mala leche que del dolor de oído que les entró, a los dos oyentes, jalaron violentamente de los pingajillos, tirándolos lejos. Ante la tardanza en tener interlocutor, Dolo gritó—: ¡¿Dónde coño estáis?!
—… —el primo que no estaba escuchando la conversación.
—Que están echando sangre por las orejas, ¡pobrecitos! ¡Cómo consintáis que ese guarro vuelva a hablar conmigo, os pongo a lijar, a mano, la Gran Muralla china (alcanza una longitud superior a 6.000 km). ¡Me has oído bien?
—…
—¡Veniros echando leches para mi casa! ¡Solamente los dos, eh! ¡Rezad para que el trabajo me guste, adiós!
Dolo se marchó al cuarto de baño. Nula voluntad para evitar mirarse en el espejo. El todavía puzzle empeoraba su imagen.
—¡Hosti, llevo más de dos días sin lavarme! Me huelo a…, ¡qué asco! ¡Vaya pinta que tengo!
Pedazo de limpieza la que se hizo. Despejada y perfumada, desnudó a dos patatas para hacerse una tortilla. Estaba batiendo dos huevos, cuando sonó el video-portero. Antes de preguntar quién era, vio en la pantallita a sus dos primos acompañados por un enano gordinflón.
—¿Quién es ése que os acompaña?
Los tres se miraron sin decir palabra.
—¡Cómo sea el frustrado sexual del Nabucodonosor, os mato a los tres! —Dolo vio como el enano desaparecía de la pantalla—. ¡Si es una nueva estratagema para engañarme y que entre en mi casa, de verdad, os juro que os mato! —pulsó el botón y pasaron.
—Mira que son subnormales. ¿En qué estaría pensando mi tía al concebirlos?
Dolo se quedó en la entrada esperando que subieran. En cuanto entraron, les largó:
—¡Si aparece por aquí estáis…! —resopló—. Sentémonos en el salón y me dais pelos y señales de todo.
Los dos pusilánimes, con obediencia cristiana, se sentaron en el sofá.
Dolo en un butacón junto a ellos.
—Prima ha sido más difícil de lo que esperábamos —le dijo el más alto.
—Prima, pero que muy difícil —le dijo el más bajo.
—No seáis subnormales. Lo que cuente uno que no lo repita el otro, ¿está claro?
—Le hemos pringao, y ¡bien que le hemos pringao! —decía el más alto.
—Bien pringao y… —decía el más bajo.
—¡Che! —Dolo se le abalanzó con gesto de estrangularlo—. ¡Si acabo de decirte que no…! ¡Ay, Dios míííooo! —pataleaba—. ¿Qué me traerán estos dos lumbreras?
—Mejor que contártelo lo ves en el DVD que hemos grabado —le respondió el más alto.
Dolo, con el mando a distancia, preparó la pantalla gigante.
El primo más bajo, metió el disco en el DVD. Al regresar al sofá, pasó por delante de Dolo.
—¡Guarro, cerdo asqueroso! —le insultó Dolo a su primo al sentarse—. ¡Eso es lo que te ha enseñado el Nabucodonosor? ¿Qué mirabas, eh, qué mirabas?
La regañina fue porque al pasar, el primo más bajo, por delante de ella, para sentarse, el escote del camisón de Dolo estaba combado, permitiendo la entrada libre para disfrute visual de lo que guardaba.
—¡Voy a cambiarme! —enojada—. Mientras, prepararos lo que queráis. ¡A mí lo de siempre! —terminó diciéndoles al marcharse.
Regresó tapadita, pero no tanto como con un burka (Existen dos tipos: el que es un tipo de velo que se ata a la cabeza, sobre un cobertor de cabeza y que se cubre la cara a excepción de una raja en los ojos para que la mujer pueda ver a través de ella. El otro tipo es conocido como burka completo, el cual cubre la cara y el cuerpo por completo; los ojos se cubren con un ‘velo tupido’ que permite que la mujer mire pero que evita que la gente vea sus ojos. La introducción de esta prenda se produjo en Afganistán a principio del siglo XX […]. (Wikipedia, la enciclopedia libre. Wikipedia.org).
Las tres copas estaban preparadas. Los dos primos comían pistachos. Dolo, antes de sentarse, sin decir palabra, cogió un puñado y se los comió más rápida de lo que lo haría un roedor en el Polo Norte en pleno invierno. Dolo, con rabia, maldijo de nuevo:
—¡Maldita sea!
Los primos, con sorpresa acojonada, se miraron por culpabilidad desconocida.
—No os preocupéis, ¡raro, raro!, pero no es con ustedes. Me olvidé de que estaba preparándome una tortilla de patatas. ¡Ahora vuelvo! —se marchó a la cocina.
Los dos se bebieron sus respectivos cubatas, llenándose de nuevo la copa y bebiéndose del tirón hasta dejar el líquido a la misma altura que el de Dolo.
—Ya estoy aquí. Pero… —los miró a los dos—, ¡mira que sois borrachos y torpes!
Los dos volvieron a mirarse, esta vez con sorpresa por culpabilidad conocida.
—¡No pongáis esas caras de tontos —gritaba—, que nada más hay que ver cómo están los cubitos de hielo de mi vaso, y cómo están los vuestros! ¿Cuántos os habéis tomado, dos, tres…? ¡No sé cómo os aguanto! —depositó sobre la mesa la bandeja en la que traía: una tortilla de patatas; un botellín de tercio de Cruzcampo; varias rebanadas de pan integral; servilletas de papel y tres tenedores.
—Prima —le decía el primo más alto, con descarada sorna (con disimulo y burla con tardanza voluntaria) mientras ella se acomodaba—, ¿el pan integral es para que no engordes más de lo que estás? —sin pausa—. Y ese pedazo de tortilla la habrás hecho con patatas ligh ¿no, primita?
—¡Serás marica! ¡Yo estoy gorda! —cogió varios pistachos y se los tiró a la cara—. ¡Entérate, yo como lo que me da la gana! ¡Tú si que estás gordo! —cabreo infantil—. ¡Ni los cerdos tienen tanto sebo (grasa, gordura) como tú! ¡Capullo, que eres un capullo! ¡No veremos la película hasta que me coma la tortilla! Coged si os apetece, pero no os lo merecéis.
Mientras Dolo se zampaba la tortilla, la mente se le marchó a Bonares. Tan encerrada en su Vito estaba que no se dio cuenta de que su primo más bajo se levantó para preparar otros dos cubalibres, y que al volver a sentarse comenzó a hacer zapping con el mando a distancia. Dolo comía con la cabeza baja mirando a la tortilla, pero sin verla, porque una de las veces pinchó, en lugar de a la tortilla, un cacho (pedazo o trozo de algo) de aire —sonrió por el despiste que había tenido—. Ese lapsus (equivocación) la transportó de nuevo al salón; descubriendo que sus dos primos estaban sin beber ni comer, y más calladitos que en misa.
Los dos estaban embobados. Al más bajo le salía un hilo baboso por las comisuras de los labios.
Dolo explotó:
—¡El escatológico (perteneciente o relativo a los excrementos y suciedades) del Nabucodonosor os ha podrido los sesos! —les insultó Dolo, al descubrir que el absorto (enfrascado en algo, con descuido de cualquier otra cosa) estado lo disfrutaban por la película porno entre heterosexuales, que habían sintonizado mientras ella pensaba en su Vito de su alma. Cabreada cambió de canal.
Los dos se escoñaban de la risa que les entró, al ver que Dolo había sintonizado una película porno entre lesbianas. Furiosa volvió a cambiar de canal, dándole una colleja a cada uno.
—¡Ahí tenéis! Entreteneros mientras termino de comer ¡jejejeje! —les dejó un canal de dibujos animados. Volvió a la tortilla, y puso, de nuevo, a rular (funcionar) su meditar:
—<"Virgencita, te lo suplico, te lo ruego, te lo pido con todo mi corazón, que el trabajo de mis primos me sirva para que pueda terminar con todo esto y marcharme a buscar a Vito.>>
—¡Finito! —al acabar con la tortilla. Cogió el mando a distancia, pulsando el play del DVD.
La primera imagen era del primo más alto saludando desde la escalerilla del avión; a continuación, con la misma pose, el primo más bajo; y por último, de espalda, el que podría ser Nabucodonosor.
—¡A mí me da algo! ¿A qué viene grabaros?
Los dos la miraron con sonrisa de idiotas reconcentrados.
La siguiente secuencia, que duraba más de una hora, era, única y exclusivamente, del respaldo del asiento de delante, porque se les olvidó desconectarla.
Dolo estaba con un rebote que se subía por las paredes. No pudo callarse:
—Me parece que esta noche vamos a tener una fiestecita esp… —les decía Dolo en el momento que aparecieron cuatro inmensas chavalas de distintos tonos de piel: una negra, otra amarilla, otra mestiza y, la última, alabastro—. ¡No puede ser! —agitaba la cabeza de un lado para otro—. No, no, no puede ser —inmediatamente se le oyó—: ¡Cuatro! —desgañitándose—. ¿Habéis contratado a cuatro? —detuvo la película.
—Prima —intervino inmediatamente el primo más bajo—, nos dijo Nabu que teníamos que hacerle… ¿cómo era?, un… —aplastándose las sienes— casting (pruebas para seleccionar actores), sí, casting, por lo menos a cuatro, para que de esa forma no fallarte en la elección de la mejor. Además —seriedad militar—, el tío, con muy buen criterio, nos aconsejó que deberíamos de catarlas (probar, examinar). Tú ya sabes.
—¡Sois unos indecentes, puercos…! ¿Qué más os digo? ¿A quién he contratado yoooo? —resoplón al canto—. O sea…, que os habéis acostado con las cuatro.
—No prima —el más alto—. Yo sólo con la negra.
—Y —al primo más bajo— tú mientras mirabas, ¿no?
—No, prima, yo estaba grabándolo. Después sí, ¡la mestiza estaba!—tapándose la cabeza con los brazos por si su prima le regalaba algún detallito doloroso.
—¡No me lo creo, no me lo creo! —repetía ella sin parar. Hasta que pensó que era mejor que se relajara—. Está claro que con las otras dos se lo hizo el Nabu, ¿a que sí?
—Sí —contestaron al unísono (sin discrepancia, con unanimidad).
—Creo que no voy a poder soportarlo —dio varios paseos por el salón para serenarse—. Os confío un trabajo del que depende mi felicidad, y resulta que lo que hacéis es iros de putas —taconeó rabiosa.
—Ya te hemos dicho —decía el primo más alto— que Nabu nos dijo que era necesario. ¡Ah!, también porque para él era imprescindible, como el mejor experto del mundo en estos temas, aclararse unas dudas que tenía.
—¿Dudas? ¿Qué dudas? —preguntó Dolo intrigadísima.
—Por eso eligió primero —aclaraba el primo más bajo—. Nos dijo que elegía a la oriental porque un amigo le había asegurado que esas mujeres… ¡te lo voy a decir tal como él nos lo dijo, eh!, que luego… —Dolo le autorizó—; pues… que las mujeres de esa raza tienen el coño horizontal, y quería comprobarlo…
Dolo no asimilaba (comprendía) lo que estaba oyendo.
—… Y a la blanca —continuó—, la eligió, porque nos contó… ¡Prima, que te lo voy a relatar con las mismas palabras, eh!... Nos contó que le recordaba a un maniquí que se tiraba todas las noches cuando trabajaba de guarda jurado en unos grandes almacenes.
—¡Ese cabrón es un sádico¡ ¡Debe estar enchironado en la cárcel de máxima seguridad de Alcalá-Meco (Madrid). Yo lo… —la interrumpió el más alto:
—Prima, la negra no la quiso porque dijo que todas tenían… ¡te repito que lo voy a decir tal como él nos lo dijo, eh!, …que todas tenían los pelos del chocho tan fuertes que parecían erizos cabreados, y les ponían los huevos en carne viva ¡ah! rechazó también a la mestiza porque le habían contado que como nunca llevan bragas, siempre tienen el coño más seco y arrugao que un jigo (higo: cosa arrugada o deteriorada). ¿No te imaginas por qué?, ¡jijijiji!
—¡Risitas también! ¡Además, el soplagaitas (persona tonta o estúpida) es racista! ¡Ese psicópata os ha tomado el pelo, y a mí el dinero! ¿Cuándo os vais a espabilar de una vez?
Los dos agacharon la cabeza.
Dolo, con una resignación que se la pisaba, pulsó el play, volcando toda su atención en la pantalla. Durante varios minutos salían las cuatro elegidas. Unas veces juntas y otras veces por separado. Dolo se estaba enfureciendo por la insulsa grabación. Miraba a sus primos. Ellos le hacían gestos, con las manos, para que tuviera paciencia.
—¿Qué es eso? —repentinamente preguntó Dolo, que con los ojos entornados esforzaba la vista intentando descubrir lo que era. Retrocedió al comienzo de la escena.
Los dos se escondieron la cabeza bajo el ala.
—¡Joder! —exclamó ella al repetir la escena—. ¡Además de idiotas sois, sois, sois…, no puedo, no puedo! ¡Mira que dejar la cámara grabando la orgía que hicisteis! ¿Y eso?... ¿Ése es el famoso Nabu? ¡Jajajajajaja! —preguntó al no vérsele la cara. Los dos le dijeron que sí—. ¿¡Eso es su deshollinador!? ¡Si la tiene más pequeña que un tábano (insecto díptero [dos alas] de dos o tres centímetros de longitud y de color pardo, que molesta con sus picaduras principalmente a las caballerías), jajajaja! A ese fofo gordinflón, con tanta barriga y tan poca condecoración, no llega ¡jajajajaja! Por eso está siempre tan salido, porque es un traumatizado del sexo. No me importa lo que me haya costado el trabajo. Esto no tiene precio. ¡Ahora —llamada de atención para los dos—, cómo aquí no esté lo que os ordené que hicierais os vais a enterar! Pasaré esta mierda —con el mando a distancia pasó la película a alta velocidad, dándole una patada al primo que estaba más cerca al ver una imagen que, aunque borrosa, se veía clarísima; unos segundos después exclamó Dolo—: ¡Aquí está! —rápidamente pulsó el play.
—Eso es cuando llegamos a la discoteca —le dijo el más bajo.
—Al final elegisteis a la blanca. Me gusta. Va vestida muy elegante. Por ahora habéis acertado.
—Todo se lo eligió Nabu —le dijo el más alto—. Está buenísima, es sueca y habla el inglés perfectamente. ¡De español ni papa!
—¡Vaya! —exclamó Dolo—. Es un golfo, pero tiene mucho gusto y, ¡habla inglés y todo!
—¡Inglés, Nabu! ¡Ni papa, prima, no sabe de inglés ni papa! —le aclaró el más alto.
—¡Ni papa? ¿Entonces cómo se las apañó para contratarla y vestirla de diez?
—Verás, prima… —decía el más bajo, haciendo un monumental esfuerzo para ocultar el tufo etílico de sus palabras.
Dolo lo miró, intuyendo, por el tono de voz que eligió, que no iba a ser muy racional el relato.
—… Paseábamos por la Quinta Avenida cuando Nabu oyó hablar en español...
—¡Qué casualidad! —exclamó ella con ironía.
—… ¿Por dónde iba? ¡Ah! Cuando Nabu oyó castellano se paró e investigó de dónde provenía la voz —iba a dar un trago.
—¡No bebas más! ¿Qué ocurrió? —con impaciencia.
—Que se las ligó.
—¿Cómo dices? —Dolo arrugó todo el rostro.
—Que se ligó a dos camareras andaluzas que se cruzaron con nosotros ¡pero para que fueran nuestras intérpretes! y le explicara a la sueca todo lo que queríamos que hiciera —ahora el tono de voz y la carita de ángel que puso descubría el rollo que le estaba metiendo.
—¡No te enrolles, cabeza de chorlito! ¡Ése no se liga ni a…, venga, dime la verdad!
—¡Qué lista eres, prima! La verdad es que no se las ligó, sino que las contrató para que nos sirvieran de intérpretes. ¡Gracias a ellas…!
Dolo se fue hacia él, pero lo salvó una inesperada imagen muda que, en ese momento, mostraba la pantalla.
—¡Pero, si es Lola! —exclamó sorprendidísima—. ¿Qué hacía, Lola, en la discoteca?
—Es amiga del fotógrafo —le contestó el más alto—. Ahora lo verás. ¡Ahí llega!
—¡Amiga del fotógrafo! —extrañadísima—. Qué casualidad más mal oliente —murmuró Dolo—. ¡Hijo de puta! —gritó al ver al fotógrafo.
Los dos primos se asustaron al verla con los ojos desencajados y derramando ira a chorros.
—¡El fotógrafo es Adolfo, el meapilas! ¡De fotógrafo tiene ese, lo que yo de monja¡ La gente cree que es el más católico-apostólico-romano que existe, porque diariamente visita las iglesias, pero ese miserable las visita antes de que cierren por las tardes para robar los cepillos (cepo: caja de madera para recoger limosnas y donativos)! ¡Nunca tiene un duro! ¡Claro, por eso se va a casar con la Marquesa de los Juncos Secos! ¡El sinvergüenza sabe que, a la Marquesa, le queda poca vida, por la edad que tiene, y quiere heredar todos sus bienes cuando la espiche! Pero, y Lola, ¿qué tendrá que ver con él? —pensó unos segundos—. Que no sea lo que estoy pensando, que la mato —dijo mirando a sus primos, que le temían cuando se ponía las manos en jarra—. ¡Habéis visto? —exclamó señalando a la pantalla—. ¡El Adolfo le ha dado un sobre a Lola!
—Prima —le dijo el más alto—, en el sobre había treinta mil euros, que ahora son cinco millones de pelas, ¿no?
Dolo enmudeció de muerte.
—Lo sabemos —continuó el más bajo— porque al vernos se sentó con nosotros. En un ratito la emborrachamos con champagne, de ése que a ella le gusta, para que nos largara lo que contenía el sobre. Estaba muy nerviosa, pero cuando la torta alcanzó su punto más alto, nos desembuchó que acababa de cobrar treinta mil euros por un trabajito muy fino que le había hecho al fotógrafo. Nosotros pensamos que habría posado desnuda para él. Prima, ¡para tanto no está!, ¿verdad?
—¡Entonces —Dolo con arrebato (furor: furia – violencia y prisa)— os descubrió!
—No prima —le dijo el más bajo—. Cuando entramos, al verla, le dije a Nabu que Lola nos conocía, y él se fue por un lado, la Prety Woman por otro, y nosotros por otro. De esa forma no nos relacionó. Gracias a eso hemos filmado mucho mejor allí dentro.
—¡Está clarísimo que esa alcohólica me ha vendido! Ya me advirtió mi madre que no era trigo limpio —hundida y resignada. Los dos primos se miraron sorprendidos al oírla pronunciar madre—. Y yo —continuaba Dolo— la informé de pe a pa (enteramente, desde el principio al fin) de cómo y con quienes iba a… ¡joder, le he dado todo en bandeja! —cerró fuertemente los ojos y apretaba las mandíbulas hasta hacer rechinar los dientes—. ¡Hundiré en la mierda a esa zorra! ¡Y quería conocer a Vito! Su traición, por dinero, le va a costar caro.
Dolo entró en perturbación mental. Esquizofrénica perdida gritó:
—¡Terminemos esto! —se obligó a animarse—. ¡Aquí nadie pierde el tiempo! ¡Mirad! ¡No se conocen de nada y ya están juntos el Adolfo y la sueca!
—No, prima, ahí ya se conocían; es que no hemos grabado cuando se la presentó Nabu.
—¡Espero que no hayáis fallado en los detalles más importantes! —alteradita—. ¡No me lo puedo creer! —ya perdió los papeles—. ¡Ése es otro asqueroso salido! ¡Sois todos iguales! No, no, de eso nada de nada, todos no, mi Vito no, que me lo ha demostrado. ¿Y eso…, qué hace Nabucodonosor? —preguntó al ver que se acercó a la barra, colocándose junto a la nueva parejita—. Eso que le ha entregado al camarero ¿son billetes?
—Sí —contestó el más alto—. Nabu ya le había preguntado que si sabía inglés… Ahí, ahí le está diciendo que le daba el dinero para que le tradujera a la princesa del Reino de Cocatila que…
—Coca…, ¿qué? —pulsó pausa en el mando a distancia.
—Es que así nombra Nabu a las tías macizas. Nos explicó que, esas tías, se merecen ese título, porque primero te dan potencia sexual, como la coca, y luego te dan tranquilidad, como la tila. Bueno, decía que… —lo volvió a interrumpir.
—¡Cómo se me ha podido escapar ese ejemplar a mí! —sarcasmo puro—. ¡Anda, sigue contándome! —desconectó la pausa.
—… ¿A ver…? Sí. Ahora, ¿ves? —señaló a la pantalla—. Le está diciendo al camarero que le diga, en inglés, a la princesa que él se tiene que marchar porque le han dado el chivatazo de que su mujer estaba acostada, en esos momentos, con el hijo que tuvo en su anterior matrimonio. Nabu lo hizo para dejarle vía libre al fotógrafo, y éste picó el anzuelo. ¡Mira, prima —se reía—, al capullo se le está cayendo la baba! —en ese momento, la pantalla mostraba, en todo su esplendor, el color negro. Rápidamente, para evitar males mayores, el primo intervino—. No te preocupes, prima, es que tuvimos que esconder la cámara bajo la mesa porque la Lola descubrió que estábamos grabando, y nos la quería quitar, pero con la borrachera y un achuchón de mi hermano se olvidó rápido.
—Lo que falta de la discoteca —le decía el más bajo— es el lote que se pegaron los dos antes de marcharse al hotel. La tía era tan experta que... —corte de Dolo.
—No quiero detalles —nuevo descanso—. ¡Una preguntita a mis dos genios del espionaje! —con voz y gesto risueño...
Los dos se pusieron más derechos que una vela.
—… ¿Cómo sabíais que Adolfo sabía inglés, eh?
Los dos respondieron a la vez, demostrando el elevado grado de inteligencia que poseían:
—¡Suerte, prima, suerte! —se quedaron más anchos que panchos.
—¡De todo esto escribo un libro, lo juro! ¡Bah! —se tranquilizó—. Por ahora esto va por buen camino. ¿Cómo hicisteis para grabar en la habitación del hotel?
—Nos metimos en la furgoneta —relataba el más bajo—, que antes habíamos aparcado estratégicamente, y desde allí controlábamos todos los micros y cámaras que instalamos en la habitación antes de irnos a la discoteca —se pavoneaba—. Hasta Nabu nos felicitó por el equipo que tenemos. ¡Ah! Fíjate si somos buenos que nos propuso que nos uniéramos a él para formar una sociedad especializada en espiar a los tíos con más pasta del mundo.
—¿Por qué a esas personas? —intrigada.
—Porque con lo que les grabáramos en las fiestecitas, rollitos, orgías…, los chantajearíamos y, sin trabajar, nos harían ricos.
—¿Esto que me está pasando es real o he muerto y estoy en el infierno! —compadeciéndose continuó—. Creo que no voy a ser capaz de continuar —se desplomó en el sofá.
—¡Prima, no te preocupes, que no te hemos fallado! —la animaron—. ¡Mira! —el más bajo señaló hacia la pantalla—. ¡Mira, prima, como trabaja la princesa!
Dolo miró sin decir nada. Su voluntad había sido derrotada. Al cabo de un rato, no pudo evitar pensar:
—<"Todo esto me da más mala espina… Qué guarros. La verdad es que es una experta. En mi vida he visto lo que está haciendo. Aprovecharé la ocasión para ponerme al día.>>
Se metió tanto en la grabación, que se relajó. Llegando a preguntar:
—¿Qué estáis grabando ahí? ¡Ah, ya! Queríais hacerle una camaroscopia intrauterina, ¿no? ¡Sois…, no puedo, no puedo con ustedes! ¡Teníais que grabar siempre a los dos, no solo a ella! Hace un momento había decido olvidarme del tema, pero es que sois… ¡No puedo contenerme, os voy a...! —Dolo se levantó para arrearle a los dos.
—¡Quieta, prima! ¡Mira eso, mira eso! —le decía el más bajo en la huída.
Después de una hora y media de pornografía pura y dura, dijo Dolo:
—Ha merecido la pena el sufrimiento que he pasado. Lo habéis hecho perfecto. Ni Steven Spielberg (famoso director de cine) os hubiera superado. Llama a ese... —las caras de los primos expusieron pasividad de sorpresa incrédula—. ¡Joder, qué caras! Sí. Que uno de ustedes llame a Adolfo.
Ninguno reaccionó.
—¿Qué os pasa?
—Que no podemos llamarlo—contestaron como calcomanías.
—¿Por qué?
—Porque el teléfono lo tiene Nabu —cantaron, con congojo, los dos.
—¡Yo, os mato! ¡Ya me extrañaba a mí que al final no metierais la pata! ¡Mucho espionaje con técnicas ultramodernas, y no os quedáis con el teléfono del espiado! —les amenazaba con más veneno en la mirada que una cobra acorralada—. ¡Yo os mato!…
Los dos se miraban. Sudaban más que los que construyeron las pirámides de Egipto, ¡claro, si no fueron los extraterrestres, según piensan algunos! Con la armonía plástica de una pareja de ballet acuático, de un solo trago, se bebieron lo que les quedaba del cubata. Ni habiéndolo practicado les habría salido tan bien.
—… ¡Ale, emborrachaos! ¡Cómo vais a razonar si las neuronas las tenéis alcoholizadas! Antes de que acabe con vosotros —amenaza sutil—, llamad al bola de grasas ese, y pedirle el número de teléfono. ¡Y por supuesto la dirección! ¡Ya! —grito energúmeno (furiosos, endemoniado).
El primo más alto, con torpe prisa, llamó a Nabucodonosor:
—…
—Señor Nabu, soy …
—…
—Que mi prima necesita el número de teléfono y la dirección del fotógrafo.
—…
—Dice que te pongas, o no hay información.
Dolo le arrebató con furia el móvil, hablándole del tirón:
—Al final lo empujaré, yo misma, para que resbale por el tobogán que...
—…
—¡Mire pringao! Si sus neuronas le han abandonado por su inactividad sexual, ése es su problema —momento en que su educación la abandonó—, ¡estoy hasta el coño de usted, o me da los datos ahora mismo o no pararé hasta que le encierren con los pederastas esquizofrénicos! ¡No le soporto! —vociferó con tan mala leche, que lo acojonó de verdad.
—… —sobre la marcha y sin rechistar.
—¡Ve qué fácil es! —Dolo grabó los datos en el móvil—. ¡Muchas gracias, señor! Adi... —se despedía Dolo.
—…
—¡Becerro! —cortando la comunicación.
—Prima, ¿qué te ha dicho ahora para que te hayas puesto así —le preguntó el más bajo.
—Primito, no te ofendas cariño, pero, de verdad, eres un frívolo asqueroso.
Dolo cogió el paquete de Marlboro; lo miraba pensativa; se podría pensar que le estaba sacando el ADN; pero no, lo que sí hizo fue seccionarle uno de sus miembros, y, con crueldad inquisidora, lo prendió, utilizando el más selecto ritual como si fumara el mejor habano (cigarro puro de Cuba). Chupaba, con parsimonia (lentitud) religiosa, del inocente condenado, sacándole su alma gaseosa, disfrazada, en su mejor carnaval, con el más divino traje de luto de alivio (luto menos severo – gris); única forma, según ella, de meter en vereda a sus nervios. Conseguido su deseo, bebió el resto del cubata que le quedaba.
—Prima, estás tan colorada que parece que te va a dar un telele (desmayo) —le dijo el primo más alto.
—Mañana tenemos mucho trabajo ¡y delicadísimo! —les dijo Dolo después de un largo silencio—. Ya está bien por hoy. Nos tomaremos la última y nos iremos a la cama —los dos primos la miraron desconcertados. Ella no pudo aguantarse—: ¡Seréis guarros, cada uno a la suya! ¡Sois unos salidos! ¡Cómo mañana no estéis en condiciones para acabar con el hijo de mala madre del Adolfo, os capo!
Mientras los dos llenaban la última, Dolo se entretenía haciendo zapping .
—¡Déjalo ahí! —gritó el primo más bajo, al ver que emitían “Operación Triunfo”—. La Rosa me encanta. ¡Ya no hay chavalas como esa!
Sin llegar el programa a su fin, Dolo ordenó:
—¡Venga a descansar!
Próximo miércoles 7 de marzo: Capítulo 33