21 febrero 2007

 

CAPÍTULO 33 (La preñez, en la mujer, es la firma del contrato más altruista e indefinido que se puede conceder - jibr).

Las únicas personas a las que, por muy buena trola (engaño, mentira) que se les meta, nunca se les engaña, son las madres biológicas. Con qué magia divina hechizarán a los paridos para olerles cualquier mínima contrariedad que sufran. No hay nadie que esté más al pie del cañón que ellas sobre sus retoños. ¡Sabia Naturaleza!, que, con el fin de concederle el mayor don sobrenatural que humano pueda poseer, eligió a la MÁQUINA más perfecta, bella, delicada, sentida, sufridora, mártir…; se podrían llenar cientos de páginas con los adjetivos que recogen todas sus virtudes para con sus hijos.

(Pienso que es maravilloso crear vida, pero, por otro lado, pienso que se parece más a un castigo: riesgo de perder la vida, cuidados, molestias, hinchamiento, malestar, fatigas, dolor-dolor-dolor y preocupaciones y sin “dormires” contratados con nómina altruista y sin fecha de terminación. ¡Pero! Sus virtudes son más inmedibles cuando, por un trompicón de doña Naturaleza, el regalo gestado llega etiquetado con defecto de fabricación. ¡Mejor no pensarlo! Gracias a Dios, esto último, no es el caso de Vito, pero sí es el momento de que debute en esta historia su MADRE, porque sin ella no la hubiera podido contar.)

—Vito, hijo —con preocupación extrema acurrucada en cariño maternal—, desde que estuviste en Madrid no he vuelto a ver en tus ojos la alegría que siempre tenían. Estás nervioso, raro, no quiero pensar que triste. Deberías estar contento y feliz después de haber conseguido trabajo en El Corte Onubense. Es un puesto muy importante, según comenta la gente, y ¡aquí cerquita! Por eso no comprendo por qué estás con ese ánimo. No lo entiendo. Si es más que si te hubiera tocado la Primitiva. ¿Qué te ocurre? ¿Seguro que todo va bien?
—No me pasa nada, madre. Únicamente me duele un poco la cabeza porque he dormido tres horas de siesta.
(¿Creen que se creyó la trola? Pues no.)
El detector exclusivo de paridoras para conocer los estados de ánimos de sus paridos, analizaba sin descanso los ojos de Vito, transmitiéndole, en una única y corta mirada, la respuesta madrera:
—Vito, a mí no me la das —resignada—. Te conozco muy bien y sé que la contestación que me has dado no es lo que rumias en tu cabeza. Estamos como siempre, nunca me cuentas tus problemas para no preocuparme y entristecerme.
—Que no, madre. En cuanto comience a trabajar comprobarás que te he dicho la verdad. No te preocupes por mí. ¿Y padre? —para cambiar de tema.
—Ha venido a buscarlo su amigo Pepe para que le ayude en el parto de la burra que compraron a medias, por lo visto el veterinario está malo. Después irá como todos los días a tomarse el tinto donde siempre.
—Voy a dar una vuelta y a la hora de cenar lo recojo.
—¡Por fin, hijo! Ya era hora de que salieras de casa.
—Qué exagerada eres —le respondió sonriendo.

Al salir de su casa, miró al cielo, santiguándose disimuladamente, tomó aire y caminó con rumbo a algún lugar indeterminado. Por supuesto pensaba en Dolo:
—<"Cómo me ha marcado esa... —prefirió ser agradecido—: Gracias, Dios mío, por el trabajo —no tardó en suplicar ayuda—, pero haber conocido a la mujer de mis sueños, y estar convencido, creo, de que no es buena gente, me está amargando la vida. Te suplico que me des fuerzas para olvidarla cuanto antes.>>
Un manotazo en la paletilla, emparejada con una voz áspera y bronca, le sobresaltó:
—¡Por fin, copón! —le saludó muy efusivamente su mejor amigo—. Iba a verte. Me tenías preocupado. ¿Dónde has estado metido?
—¡Eh, Guillermo! Te dije que iba a Madrid a buscar trabajo.
—Sí. Eso ya lo sé. Y que has fichado por El Corte Onubense. No he ido a verte, ni te he llamado, ¡por el puto trabajo que tengo!
—¡No seas exagerado!
—¿Cuándo empiezas a trabajar?
—Mañana —no con mucha alegría—. ¡Si no se han arrepentido! Desde que me llamaron retrasando mi incorporación, estoy muy escamado (hacer que alguien entre en cuidado, recelo o desconfianza). En Internet he visto que la empresa que me seleccionó es muy importante, pero… la oficina que tienen es… No sé, no sé… qué ocurrirá mañana cuando me presente.
—¡Copón, tú siempre tan optimista! Fíjate, llegué a pensar que darías un braguetazo en Madrid y me quedaría sin mi mejor amigo.
—No empieces con tus enfermas deducciones.
—Cualquiera que te vea esa cara pensará que te dieron la cuenta antes de que empezaras a trabajar. ¡Copón, macho, tienes la misma cara que la que se le quedó a Calixto cuando cogió a su padre follándose a su novia, la víspera de casarse! Pobre, lo último que se sabe de él es que anda, por Angola, embarcado en un pesquero ¡con las pelas que tiene esa familia, copón! Yo soy él y me hubiera quedado, me hubiera casado y me hubiera dedicado a envenenarlo para heredar cuanto antes; y el día que tuviese toda la pasta en mis manos ¡toda, por que sabrás que lo que se hereda no entra en los gananciales esos!, me llevaría a la hija de puta de mi mujer a un safari por África. ¡Está clarísimo que los leones que se la comieran se morirían!
Un revuelo en la calle provocó que los dos pusieran toda la atención en la puerta de una casa. Unos metros antes de llegar a ella, se cruzaron con un conocido que les dijo:
—¡El padre de Calixto la ha espichado (espichar: morir) de repente!
—¡El día después del entierro tenemos aquí a Calixto! —exclamaba Guillermo—. ¡Copón, qué suerte ha tenido! ¡Con tanta pasta se podrá tirar a todas las tías que quiera!
—¿Por qué cada vez que hablas siempre tiene que estar el sexo de por medio? —le recriminó Vito.
—¡Copón, tío! ¿Qué te pasa? ¡Me estás sermoneando como un cura! —lo miró pensativo—. Dime cómo funcionaríamos sin las tías…, ¡anda, dímelo! El problema está en que le dices, ¡guapa!, y la primera cita la quieren en el altar. Es lo malo que tienen las hijas de puta.
—¡Anda, bestia, déjalo! Vamos a tomarnos unas cañas —no deseaba hablar de mujeres. Para colmo, cada vez que oía una palabrota se acordaba de Dolo.
—Vamos al casino. Invitarás tú, ¿no? —dijo Guillermo.

(Casino: Sociedad de los que se juntan en una casa, mediante la cuota que paga cada socio, para conversar, leer, jugar, etc. – Edificio en el que esta sociedad se reúne.)
En Bonares hay dos casinos, muy cerca uno de otro; a uno se le nombra como el de arriba y al otro como el de abajo, pero hasta no hace muchos años se nombraba al de arriba como el de los ricos, y al de abajo como el de los pobres. A este último también se le llamaba el de “El nuo”, porque los clientes llevaban el dinero guardado en un pañuelo al que le hacían un nudo para que no se le cayera.
—Denominación oficial del de arriba: “Centro Benéfico y Cultural”.
—Denominación oficial del de abajo: “S.U.A. – Sociedad Unión Agraria.

Vito y Guillermo eran socios del de arriba. Lo de ricos y pobres, afortunadamente, ya pasó a la historia. En cuanto entraron, los allí presentes, desde su localidad en propiedad por repeticiones adquiridas, con tono de aclamación le decían a Vito:
—¿Dónde has estado? ¡Enhorabuena! Me pagarás la copa, ¿no?
Vito no se detuvo con ninguno de sus aclamadores. Se sentía incómodo por ser el centro de atención. Sólo levantaba la mano como agradecimiento, camino de la barra del bar.
—¡Que mancha (grupo, reunión) mamones! —murmuró Guillermo.
—No empecemos —le dijo Vito.
—¡Dos cervezas! —pidió Guillermo sin haber llegado a la barra.
Mientras esperaban las cervezas, unas melodías cuchicheadas (hablar en voz baja o al oído a uno) por mojarras (lengua) aburridas, les ensuciaron los oídos:
—¿Qué le pasa? —decía uno—, tiene cara de amargao. ¡Éste se creía —decía otro— que por ir a Madrid a buscar trabajo se lo iban a dar en bandeja! ¡Tú estás anticuado, ha encontrado trabajo en El Corte Onubense —otro enterao—. Seguro que se lo ha comprado el padre —decía el más cariñoso—, ¡pobre hombre, entre lo que le costó comprarle la carrera y ahora el trabajo, estará arruinado!
En la última alabanza identificaron la voz del que, desde pequeño, le otorgaron, por mayoría absoluta, el título de alcahueta amariconada. Prefirieron hacer oídos sordos.
Guillermo, para aguantar el tirón, estrangulaba al pasamano metálico de la barra.
Vito trabajaba la indiferencia con madura serenidad. Actitud clarividente para que continuaran llegándole misivas (mensajes).
—Siempre ha sido un desgrasiao —inmediatamente, Vito, reconoció la voz del orador de turno—. Decía que trabajaba en las tierras de su padre para justificar que no aprobaba la carrera, ¿cómo pueden haberle dado el título a ese ceporro? A que va a ser verdad que la compró…
Ese comentario sí le hizo daño a Vito, porque fue compuesto por el que, durante muchos años, consideró como un hermano.
Guillermo, con todas las venas de los brazos a punto de que pintaran el lugar de colorado, por la fuerza que estaba descargando sobre el pasamano, se fue derecho hacia tan ilustre personaje con la intención de cruzarle la cara, pero Vito lo detuvo por el brazo.
—Siempre ha sido un papafrita (mala gente) —le dijo a Guillermo al detenerlo.
—Ese mariconazo —resoplaba Guillermo—, lo que te tiene es envidia cochina. ¡Qué mascá (mascada: Puñetazo en la boca) le daba! —mordiéndose el labio inferior y cerrando los puños.
Vito pidió otras dos cervezas.
Guillermo hizo intento de separarse de Vito, pero éste lo detuvo por el brazo.
—¡Copón, qué voy a mear! —echando chispas (echar chispas: Dar muestras de enojo y furor).
Al volver Guillermo, Vito le dijo:
—Vamos a una mesa.
Guillermo lo acompañó sin rechistar, pero no le quitaba la mirada de encima a Vito. Se extrañaba del comportamiento pasivo que había demostrado ante tanta ofensa.
—Tío —le decía a Vito—, tú a mí no me engañas. Si soy tu mejor amigo ¿por qué no me cuentas lo que te ha pasado en Madrid? ¡La verdad, no eres el mismo!
—Eres más pesado que mi madre.
—¡Ves! También ella lo piensa, ¿a que sí? ¡Si es que te conocemos muy bien!
—¿Ganaremos la novena (novena Copa de Europa para el Real Madrid)? —gatera (agujero de entrada o salida) elegida para cambiar de tema.
—¿Me estás tomando por tonto? —le recriminaba Guillermo—. Creo que no me lo merezco. ¡Y por supuesto que ganaremos la novena! —dándole un puntapié a la pata de la mesa, exclamó—. ¡Copón!
—¿Qué te pasa?
—¿Que qué me pasa? Te diré lo que me pasa —trago a la cerveza—. Me pasa que yo creía que tenía a una buenísima persona como amigo, pero resulta que estaba equivocado, por lo menos en lo de amigo.
—No digas tonterías. Tú… —lo interrumpió Guillermo.
—¡Ni tonterías ni pollas en vinagre! —se relajó—. No sé por qué, pero no eres el mismo. Por ejemplo, a ti siempre te han caducado las cervezas antes de bebértelas, y la que te han puesto hace menos de un minuto ya te la has jincao.
—Guillermo, no me pasa nada. Será que, como mañana empiezo a trabajar, se me notará que estoy un poco nervioso, nada más —se esforzó en darle veracidad a sus palabras.
—¡Me voy a cagar en el copón divino! —se le disparó el volumen. Lo corrigió hablando casi susurrando—. A mí no me engañas. Yo sé lo que te ha pasado en Madrid —con fanático convencimiento—. ¿Te lo digo? —de brusco sopetón.
Vito asintió con la cabeza.
—Volviste de Madrid y te encerraste en tu casa —le decía con suspense—. Eso me demuestra que llevo razón, que te ha pasado algo muy, muy…, porque tú siempre has sido un tío muy raro, pero nunca ermitaño.
Vito, gesticulando con fiel sincronía los hombros, boca, ojos y cabeza, expresó indiferencia pasota.
—Ahora sí que estoy seguro —señalándole con el dedo índice a medida que hablaba— de que esa cara es porque te fuiste de marcha, te enrollaste a una tía güena y luego descubriste que era puta, ¿a que sí?
—¡Cómo! —exclamó con sorpresa arrebujada con coraje—. ¿Por qué has dicho todo eso? —parecía que sus canicas visuales querían escaparse para jugar una partida—. ¿Por qué has dicho que es puta?
—Yo no he dicho que es una puta, sino que era puta. ¡Oye, macho! ¿Qué copón te pasa? ¿He acertado? —tono con visos (apariencia) de que era así—. ¿No habrás sido capaz de enamorarte de una puta? ¡Jodeeerr! Y si te la has tirado, mucho peor, porque yo sé que tú de condones nada de nada. Seguro que no sabes ni ponértelos. Amigo, has jugado con fuego y te estás quemando todavía. Por eso tienes esa cara de amargado. Estás acojonao porque no se te quita de la cabeza que hayas podido coger alguna cosa rara, ¿a que sí?
De todo lo que le había dicho su amigo, sólo algunas palabras le dieron en el buche, aunque fueron suficientes para que consiguiera hundirse en el océano del recuerdo. Tuvo que reaccionar para no ahogarse:
—Tú todo lo basas en el sexo. ¡Listillo, te has equivocado de punta a punta! —subió el tono de voz—. ¡No llevas razón! —volumen que provocó que todos lo miraran—. Deja ya de decir tonterías, ¡coño! —comportamiento inhabitual.
—¿A quién quieres engañar?, si tu misma cara te está llamando embustero—sigilosamente adhirió su voz a la cueva timpánica de Vito—. Para que te quedes tranquilo, lo mejor que puedo hacer por ti, es acompañarte a la consulta de nuestro amigo Jesús Ladillas, que ya ha sacado el título de veterinario, y que sabe mucho de esto. Cuanto antes mejor ¿no te parece?
—Guillermo, qué no te enteras. No_me_he_acostado_con_nadie —tono aclaratorio.
—Entonces —susurrando (muy bajito, casi sordo)—, ese careto que te has puesto…, no lo quiero ni pensar…, pero lo pienso y no puedo callarme…, lo que no quiero decirte pero te lo tengo que decir…, es que tu careto es la lucha que tú tienes para disimular que te has enamorao, y has descubierto que la tal… —se lo pensó— es una putilla.
—Es… —entrada en parálisis de Vito.
—Es, es, suéltalo de una vez ¡copón!
—Que… —respiración enloquecida—, has acertado. Que sí, que me he enamorado de una… —fue incapaz de nombrar lo que tenía grabado con sangre en lo más profundo de su alma.
—¡Copón, qué cabronada! —bebió la última gota de cerveza—. Necesito algo más fuerte. ¡Borrego, dos chapitas (vaso pequeño) de JB! —gritó al camarero. Apoyó la frente sobre la mesa—. ¡Tenemos que pensar, copón! —repitió varias veces seguidas. El martirio mental de Vito, lo hizo suyo.
El camarero les dejó las dos chapitas.
—¡Lo necesito para pensar! —Guillermo, secó la suya de un trago—. Espera, espera que no me cuadra —con la mano derecha en la garganta por la quemazón etílica—. ¡Ves, este güisqui es agua bendita!
Vito le puso atención.
—Según tú, que no tienes ni idea de lo que es una mujer; te has enamorado de una tía que no vas a volver a ver en tu puñetera vida. ¡Por eso estás amargado! ¡Sigues siendo un platónico (desinteresado, honesto, meramente ideal)! Estoy hasta los cojones de repetirte que a las tías les gustan los machos que le dan caña, no los platónicos, que, por cierto, no sé qué significa! Mira que ejemplo más cercano. Escúchame. ¿No está riquísima la mujer del Pichacorta? —continuó sin esperar respuesta—. Pues ella cuenta lo siguiente:
“Yo quiero muchísimo a mi marido. Nunca discuto con él. Es una fiera en la cama. Siempre complace mis deseos. Por ejemplo, la otra noche que yo tenía mucho sueño, y él salía para la taberna, como todas las noches, le dije que me pegara antes de irse, porque luego me despertaba. Y él me obedeció al momento”. (Chiste.)
—No me lo puedo creer, esto nada más que pasa…
—¡Copón, que las tías no quieren a los que son como tú! ¡Cuánto más las maltratas, antes vuelven! (Chiste.)
—Guillermo, ¡que tienes una hermana! —fuerte llamada de atención.
—Mi hermana es distinta.
—Anda, anda, tómate el mío que no me apetece. Dame un cigarro.
—¡Shushushu, has vuelto a caer! Sí que te ha jodido bien esa tía. Pero no te preocupes, que en una noche te hago yo olvidar a esa hija de la gran puta. Tío…, ¿te das cuenta de que eres un novato con las tías? ¡Espabila, copón! Mañana te acompaño a Huelva, te espero a que termines de trabajar y nos quedamos de marcha, que hay que aprovechar que es viernes y los viernes las tías no se ponen las bragas. Me apuesto tu primera nómina a que ligamos y te hago olvidar a esa burraca. Empezamos por Pablo Rada (calle de la movida nocturna) que me han dicho que allí llegas y, te cogí te comí. Cualquier güervana (de Huelva) te hará olvidar a esa guarra, que por muy buena que esté, estará más cepillada que las botas de un recluta.
—Eres la repera —por decirle algo.
—Macho, alegra esa cara y cuéntame como descubriste que era puta.
—Pu... —no se atrevió a pronunciarlo—, camarera, vidente, malhablada, traficante, ¡me quería meter a espía!, terrorista, mafiosa…
—¡Quillo, quillo —lo interrumpió Guillermo—, ¿dónde te metiste para conocer a ese elemento? —los globos de los ojos levantaron tanto a las pestañas que se les clavaron bajo las cejas—. Cómo se haya quedado con tu cara…, ¿no le habrás hecho alguna putada? Con ese currículum la tienes aquí ya —echó una visual relámpago por el casino—. ¡Qué elemento, copón, qué elemento! —rascándose la coronilla—. Con todas las mujeres que hay en Madrid y te juntas con una… no sé como llamarla… ¡Con todo lo que es…, no te puedo dejar solo! Entonces dime cómo descubriste todas sus especialidades.
—Dejémoslo, que no quiero seguir hablando de ella —muy afectado.
—Lo comprendo ¡ay, copón, si lo comprendo! Te acompañaré mañana. Estoy de descanso largo. ¡Ah, me llevaré la pistola de mi difunto padre, por si aparece!
—Cómo quieras —se levantó—. ¿Cómo? Tú no estás bien… ¡Ni se te ocurra! Si quieres acompañarme, vale, pero desarmado. Me voy, que quiero recoger a mi padre para irnos juntos a casa.
—¿A qué hora mañana?
—A las seis. ¡En punto!
—¡A las seis! ¿Vamos a ir andando?
—Nooooo —resignado—. Me han citado a las ocho, pero quiero llegar tranquilo. No hace falta que me acompañes.
—Que sí. Que a mí no me da miedo levantarme a esa hora. Ya estoy acostumbrado. Mientras tú trabajas, yo me doy un garbeo por la capital. A la hora de comer me das un toque al móvil y almorzamos juntos. Por cierto, por fin he podido comprarme uno esta mañana; lo tengo en casa cargando. Ya te lo enseñaré mañana. A las seis en punto estaré en la puerta de tu cochera. Mañana cambia el careto porque, si no, no te van a dejar ni que entres a comprar. No te acompaño, me voy a quedar para —gesticulando con las manos— analizar la situación. Ha sido demasiado fuerte la impresión que me he llevado al conocer las cualidades de… ¿cómo se lla…?
—¡Ya! —orden tajante—. ¡Adiós, monstruo! —le pasó la mano por el hombro y se marchó.
—¡Adiós, guapito!

Vito caminaba, con zángano (flojo, lento) andar, en busca de su padre. A cada paso, revivía, con terrible masoquismo (cuando el dolor, sufrimiento… produce placer), un sketch (pequeña escena) de momentos con Dolo. Cada uno de ellos le hería el alma, pero a la misma vez su cerebro era masajeado con el bálsamo (alivio, consuelo) de la ilusión. Dejó la proyección de sus recuerdos al llegar al bar donde se encontraba su padre. Desde la puerta lo llamó. Éste salió inmediatamente y, a guisa (modo, manera) de arco, le colocó el brazo derecho sobre los hombros. Marchaban sin decir palabra, que no era causa de que no se pudiera ver, desde lejos, lo orgulloso que estaba ese padre de su hijo. Cómo no iba a estarlo, si le ha dicho Vito que, en cuanto firme el contrato, lo jubilará del esclavo y crudo y duro trabajo del campo. Directamente de la calle se sentaron a la mesa, que ya su madre tenía totalmente vestida para cenar.

—Vito —le decía su padre—, no he querido preguntártelo antes, para que no te sintieras agobiado. Por eso he esperado a que ¡por fin! te decidieras a salir de ésta tu casa. Me has dado el premio de mi vida, y seguro que mucha más vida al quitarme del campo, pero no estoy feliz. No lo estoy porque, desde que volviste de Madrid, tú no eres el mismo. ¿Qué te ocurre? Eso sí, si tú piensas que es mejor que no lo sepamos, lo respetaremos, pero queremos que sepas que estamos muy preocupados.
Comían una fritada de Dicologoglossa cuneata (nombre científico de la acedía: pescado plano. Se captura en la costa atlántica andaluza) acompañada de una ensalada de lechuga.
—Papá, ya os lo he dicho. Todo es por lo mismo —hablaba, sin levantar la cabeza, mientras desespinaba una acedía—. Desconozco el trabajo que tengo que desarrollar. Es la primera vez que trabajo para una empresa y en un puesto de mucha responsabilidad. No sé si estoy preparado para hacerlo bien. Nada más.
—Por eso no te preocupes —decía su madre—, que con lo listo y trabajador que eres lo harás muy bien —ánimo maternal—. Todos los días le rezo a la “Santa” —Santa María Salomé, patrona de Bonares— para que te ayude. Ella nunca me ha fallado. ¡No como tú, que no nos quieres decir lo que de verdad te ocurre! —no se pudo aguantar.
Vito no deseaba dialogar sobre ningún asunto, pero menos de su viaje. Continuó comiendo y diciendo nada.
—¿A qué hora sales mañana? —le preguntó su padre.
—A las seis. Ya es hora de que me acueste —no quiso comer más, le dio un beso a cada uno y se marchó a dormir.
—¡A quién va a salir el niño, si tú no hablaste ni para decir el “Sí” en el altar! Tienes más secretos que un colchón de un motel de carretera.
Su marido se lo confirmó, por supuesto sin palabras, dándole un beso en la mejilla, y acomodándose en su butaca se puso a mirar la televisión.
—¿Qué es lo que están echando? —le preguntó su paciente señora.
Él le respondió con un encogimiento de hombros.

El cóctel compuesto por las peripecias vividas y sufridas en el viaje, y la preocupación del nuevo trabajo, le hacía sentir a Vito que estaba sujetando, a pulso, el mundo sin ayuda de nadie. Tumbado en la cama a oscuras y con los ojos cerrados, suplicaba conciliar el sueño a toda la plantilla del santoral (lista de los santos). Una hora después, lo único que había conseguido era desaliñar (descomponer la vestimenta) la cama. De un hábil bote sobre el colchón, sin cambiar de postura, pasó a decúbito lateral. Ante la indiferencia de los santos, decidió que le acompañara su somnífero natural: del cajón superior de la mesilla de noche sacó una cajita negra transistorizada, con un cordón umbilical que antes de llegar a su final se dividía en dos, para terminar, cada uno de ellos, en una protuberancia ergonómica (elevaciones más o menos redondas con adaptación recíproca). Unos segundos duró la lucha contrareloj que mantuvo con la cajita para conseguir que le arrullara. Vuelta de la mano al cajón. Dos pequeñas pilas fueron las sacrificadas para el banquete sonoro. Vano resultado.
—¡No son las pilas! —murmuró.
Vuelta de la mano a la diáfana (sin ningún estorbo interior) y oscura cueva.
—A ver si funcionan en mi radio —nuevo comentario.
Una caricatura de fonendoscopio (instrumento para audición simultánea en los dos oídos de los sonidos que se producen en el cuerpo), obsequio del AVE, sustituyó a su homónimo (que lleva el mismo nombre) averiado. Con una violenta penetración, por el extremo puntiagudo del susodicho instrumento, provocó un parto inmediato con llanto estridente, del parido, sin palmada en el culo. Rápidamente bajó el volumen. Con rastreo lento, escudriñaba (examinar, averiguar cuidadosamente) el dial, hasta coronar y clavar la aguja en la cima “Onda Cero”.
—Por fin —alimentando su monólogo (soliloquio)—, eran los auriculares. Con todos los que me cargo, podría haber rebañado alguno más en el AVE.
Emisora que, por habitual recolector de sus confetis (pedacitos de papel de color que se arrojan en las fiestas) invisibles, lo premió con una repentina, pero relajada, estancia en el reino donde se vive sin vivir.
Próximo miércoles 14 de marzo: Capítulo 34 y 35

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