21 febrero 2007
CAPÍTULO 35 (La honradez es la almohada del alma - jibr).
El sofoco que estaba padeciendo, no porque la sala no estuviera acondicionada sino, porque toda la tensión que se concentraba en la boca de su estómago, más el calor motivado por el traje de invierno (era el único que tenía) lo estaban arrastrando lentamente hacia la frontera del síncope (desvanecimiento), a la vez que aumentaba su potencial en el recuerdo de Dolo, provocado al descubrir que todos los de allí vestían ropa cómoda, y él despreció el Armani. Por este motivo comenzó su martirio mental:
—<"Todos van vestido cómodamente, casi de verano. Con este traje estoy haciendo el ridículo. Seguro que me miran por eso. ¡Si me llegan a ver con el que me compró Dolo! ¡Qué tonto he sido dejándoselo allí! Después de lo que me hizo pasar me lo tenía que haber traído. ¡Vito, no vuelvas al infierno! Si se ríen, que se rían, esto es lo que tengo y ya está. Las nueve menos cuarto y el Cifuentes sin aparecer. Ahí entra uno con traje y corbata, seguro que es él. Le ha dicho algo a la que me recibió y se marcha con él. ¡Sí que es guapa! La primavera consigue que todas florezcan, da igual el tiesto que lleven.>>
La repentina aparición en la sala de espera de la señorita que lo acompañó allí, le sacó del calidoscopio que comenzaba a padecer su imaginación, más que por la larga y nerviosa espera, por las náuseas que paladeaba al luchar por digerir el desamor sufrido en su conciencia inconsciente.
—Acompáñeme, por favor —le dijo ella.
Vito la siguió, soportando una dentellada feroz en la boca del estómago y repitiéndose mentalmente el embuste curricular:
—<"No debo olvidar, si me pregunta por mi experiencia en un puesto similar, lo que me dijo Sanmiguel: Dos años en la General Motors.>>
Al llegar a una puerta que ella abrió, le indicó con la mano que pasara.
—<"Qué pedazo de despacho —pensaba Vito—. Éste sí que sabe montárselo, y no el desgraciado de Sanmiguel.>>
—¡Buenos días! —Cifuentes extendiéndole la mano.
—¡Buenos días! —saludo correspondido.
—Siéntate, Victoriano —muy amablemente—. ¿Me facilitas la documentación que te entregaron en Alea?
—Sí, claro. ¡Perdone! —por la rapidez nerviosa le costó sacar el sobre del bolsillo interior de la chaqueta. Le hizo una entrega muda. Continuando con su lucha interna:
—<"Qué agobio. Menos mal que aquí no hace calor.>>
—¡Bien! —después de leerlo—. De ahora en delante de tú, ¿de acuerdo? Tenemos mucho de que hablar. Vamos a sentarnos allí —Cifuentes señaló un tresillo de cuero negro que estaba detrás de Vito.
Vito esperó a que Cifuentes se levantara para hacerlo él.
Al sentarse Cifuentes, éste le indicó con la mano donde se tenía que sentar.
—¿Café? —preguntó Cifuentes.
—No —pensó que lo necesitaba—. Sí ¡gracias!
—¿Solo o con leche? —le preguntó una voz femenina, que él reconoció, pero no se atrevió a buscar a su propietaria.
—¿Puede ser descafeinado? —gran carga de pusilanimidad, después de pensar que se pondría más nervioso que con el natural.
—Claro que sí —le dijo su futura secretaria.
—Sin leche, por favor ¡Si puede ser! —casi pidiendo disculpas.
—Por supuesto, Victoriano. Aquí, cada uno, tomamos lo que nos gusta. Ya verás como te encuentras como en tu casa —le dijo Cifuentes de una forma campechana—. Aure, igual para mí. Es mi secretaria, que desde ya será la tuya. Pierdo a la mejor profesional que tenemos, pero ahora necesitarás mucha ayuda y ella conoce, como nadie, todo nuestro rol (funcionamiento).
—Sí. Sí que es amable, me atendió muy bien esta mañana —tonta vaselina por decir algo, ante lo impresionado que estaba por el trato.
—Bonariego ¿no? —Cifuentes por derecho.
Vito, con una sonrisa disculpable, asintió con la cabeza.
—Allí tengo muy buenos amigos —continuó Cifuentes—. Siempre me invitan a las fiestas. Por supuesto que las conozco todas: las Cruces de Mayo, el Romerito, el Domingo de Pascua, el Corpus, la Santa, y ¡las que nos inventamos! —Cifuentes miró a Vito—. Y desde hoy ya tengo otra justificación fiestera para ir a Bonares.
—Desde luego, señor Cifuentes —muy retraído.
—Victoriano, por favor, no me llames ni señor ni de usted. Aquí somos un equipo formado por amigos, no el batallón de un regimiento. El respeto y la confianza no la deben ganar las categorías profesionales ¡y no profesionales!, sino la educación, la profesionalidad y la humildad en toda su extensión.
En ese momento entró Aure con los cafés. Colocó el primero frente a Vito, y el segundo frente a Cifuentes.
Vito no pudo evitar pensar:
—<"¡Qué clase! ¡Qué amabilidad! ¡Existe!>>
—¿Azúcar? —preguntó Aure a Vito.
—Sí, sólo una cucharadita —voz de congojo por incredulidad.
Aure se la sirvió, y se marchó.
—Victoriano —decía Cifuentes, después de leerse la documentación que le entregó Vito—, me dijo Sanmiguel que tienes dos años de experiencia en un puesto similar, pero el currículo no lo recoge; ¿dónde los has desempeñado? —momento en el que Vito daba el primer sorbo de café.
—¿Cómo? —preguntó mientras tragaba. Engollipándose voluntariamente, tan real lo quiso hacer parecer, que casi se ahoga de verdad. Recriminándose mentalmente—. <"¡Se me ha olvidado ponerlo! ¡Seré gilipollas!>> —reaccionando inmediatamente—. ¡Perdón, no…! —luchaba por justificar el olvido, pero su honradez lo hacía enmudecer.
Cifuentes lo interrumpió al pensar que se disculpaba por el curso que eligió el café hacia su estómago:
—No te preocupes, eso le pasa a cualquiera. No hables en un rato y se te pasará.
—Mi madre también me dice lo mismo —vocalización con temblequera—. Es… —aprovechó el consejo de su madre, y ahora de Cifuentes, simulando que se volvía a engollipar, para pensarse cómo salir del marrón (desgracia, cosa desagradable) en el que estaba metido.
—Tómate el tiempo que necesites, ¡no te vayas a morir en mi despacho! —gracia con estilo—. Yo mientras aprovecharé para hablar con tu secretaria —salió del despacho.
En ese momento, Vito, se asfixiaba de verdad. La mentira le estaba aplastando los pulmones. Pensando:
—<"Si le digo lo que me dijo Sanmiguel, seguro que se lo creerá, pero si miento, siempre viviré con la angustia de que lo descubran. Un hombre siempre se tiene que vestir por los pies ¡aunque se muera de hambre! No, no, yo no soy un camaleón como…>>
El regreso de Cifuentes quebró sus pensamientos.
—¿Qué tal, puedes hablar ya?
—Creo que sí —casi afónico por el congojo. Tomó aire.
El rictus de Vito, no le gustó a Cifuentes, porque chivaba que su mirada estaba ciega y eso era signo de poca autoestima (valoración generalmente positiva de sí mismo).
Vito arrojó un suspiro sonoro, y le dijo:
—Mire… —tragó saliva en zafarrancho de combate—. Siento haberle molestado…
Cifuentes se descolocó.
—… Soy incapaz —continuaba Vito— de mentir por conseguir un trabajo que posiblemente otra persona haga mejor que yo…
La cara de Cifuentes cambiaba a medida que hablaba Vito.
—… Prefiero irme con la cabeza alta, a que, pasado un tiempo, me llame papafrita…
El ceño (fruncir frente y cejas) de Cifuenbtes cantaba que no tenía ni idea de a dónde quería llegar Vito.
—… Yo prefiero que cuando alguna vez nos crucemos por la calle, me mire a la cara y no que me señale como un caradura —Cifuentes quiso hablar—. No, escúcheme por favor. Yo no tengo ninguna experiencia profesional. El que le hayan informado de que la tenía, ha sido porque me he dejado llevar por… —iba a delatar a Sanmiguel, pero se arrepintió— un mal consejo de alguien que no quiero recordar. Lo siento en el alma… —el ambiente se volvió tan tenso que se oía su quebrar, y, en ese poco tiempo, Vito pensó—: <"Mis padres se mueren del disgusto.>> Continuando—: Para mi familia y para mi, este trabajo era nuestra felicidad eterna, pero… —no pudo continuar. Hundido moralmente se levantó, tendiéndole la mano a Cifuentes para despedirse.
—¡Siéntate! —le ordenó Cifuentes.
Vito ocultó la mancha transparente que sus enjutas nalgas habían dibujado sobre el asiento, que sufría su asentada, durante el honorable vía crucis (calvario: serie o sucesión de adversidades y pesadumbres).
—¡Con dos cojones! —vociferó Cifuentes, que se acompañó con un puñetazo sobre el apoyabrazos vestido de cuero negro—. ¡Así se habla, chaval!
Vito palideció, mostrando los rasgos inequívocos de un embobamiento desconcertado con parálisis corporal.
—Tú no eres —continuó Cifuentes— de esos falsos camaleones que andan sueltos por ahí. Ahora sí que tenemos que hablar largo y tendido —Cifuentes continuaba dando puñetazos sobre el apoyabrazos—. ¡Qué fichaje me ha caído del cielo! Vamos a tomarnos algo y hablamos; después te enseñaré tu despacho y, posteriormente, te presentaré a tus colaboradores. ¡No te daré la oportunidad de que fiches por otra empresa! Sanmiguel es un monstruo; siempre encuentra al mejor.
—Gracias —con menos fuerza que un mosquito al ser envuelto cariñosamente (!) por una nube de Fogo (marca comercial de un insecticida).
Los dos se marcharon a la calle para tomar una cerveza. Hablaron largo y tendido. De regreso al curro, Vito le dijo:
—Cifuentes, muchas gracias.
—No me lo agradezcas ahora, que ya en otro momento me lo pagarás, y ¡ponte el mono de trabajo! —sin mirarlo, continuó diciéndole—: La magia de esta vida es que nuestro camino no lo elegimos, sino que ella nos pone en él. El problema está en que unos son rectos y otros son torcidos. ¡Chaval, tu has caído en el recto!
Vito movía la cabeza pensando:
—<<¡Camino recto!, si yo acabo de conocer el camino más torcido que se puede pisar. Si supiera la Dolo el daño que me ha hecho. ¡Vito —le decía su subconsciente—, si ella no te lleva a su apartamento, no te da tiempo a presentarte en Alea. Sí, sí —le respondía él—, ahora que me ha salido el trabajo me hablas así. ¿Y cuando estaba allí, por qué no me decías que no me preocupara, que todo saldría bien? Estás toreando a toro pasado —se decía él mismo—. Te diré más, el camino con la Dolo ni era recto ni torcido ni era un camino, era un laberinto en el Infierno.">
Caminaba tras Cifuentes apretando los puños, sin advertir que llevaba los fondillos coronados por una fina y difuminada y salina aureola.
Presentado a sus colaboradores como el nuevo manda más, e informado de lo que iba a ser su cometido, Cifuentes, debido a la hora que era, levantó la sección hasta las cuatro de la tarde. Diciendo:
—¡Después de almorzar continuaremos para que tomen nota de los objetivos que ha marcado la empresa ¡desde hoy, hasta Noche Vieja!
Todos abandonaron la sala de juntas, camino del almuerzo.
Vito salió a la calle, pero no para almorzar. Lo que él necesitaba era relajarse, para lo cual, invitó a su sombra a que lo acompañara. En su deambular (andar, caminar sin dirección determinada), de dos horas, llamó a Guillermo para justificar, culpando a su nuevo trabajo, que no podría almorzar con él.
—<"Todos van vestido cómodamente, casi de verano. Con este traje estoy haciendo el ridículo. Seguro que me miran por eso. ¡Si me llegan a ver con el que me compró Dolo! ¡Qué tonto he sido dejándoselo allí! Después de lo que me hizo pasar me lo tenía que haber traído. ¡Vito, no vuelvas al infierno! Si se ríen, que se rían, esto es lo que tengo y ya está. Las nueve menos cuarto y el Cifuentes sin aparecer. Ahí entra uno con traje y corbata, seguro que es él. Le ha dicho algo a la que me recibió y se marcha con él. ¡Sí que es guapa! La primavera consigue que todas florezcan, da igual el tiesto que lleven.>>
La repentina aparición en la sala de espera de la señorita que lo acompañó allí, le sacó del calidoscopio que comenzaba a padecer su imaginación, más que por la larga y nerviosa espera, por las náuseas que paladeaba al luchar por digerir el desamor sufrido en su conciencia inconsciente.
—Acompáñeme, por favor —le dijo ella.
Vito la siguió, soportando una dentellada feroz en la boca del estómago y repitiéndose mentalmente el embuste curricular:
—<"No debo olvidar, si me pregunta por mi experiencia en un puesto similar, lo que me dijo Sanmiguel: Dos años en la General Motors.>>
Al llegar a una puerta que ella abrió, le indicó con la mano que pasara.
—<"Qué pedazo de despacho —pensaba Vito—. Éste sí que sabe montárselo, y no el desgraciado de Sanmiguel.>>
—¡Buenos días! —Cifuentes extendiéndole la mano.
—¡Buenos días! —saludo correspondido.
—Siéntate, Victoriano —muy amablemente—. ¿Me facilitas la documentación que te entregaron en Alea?
—Sí, claro. ¡Perdone! —por la rapidez nerviosa le costó sacar el sobre del bolsillo interior de la chaqueta. Le hizo una entrega muda. Continuando con su lucha interna:
—<"Qué agobio. Menos mal que aquí no hace calor.>>
—¡Bien! —después de leerlo—. De ahora en delante de tú, ¿de acuerdo? Tenemos mucho de que hablar. Vamos a sentarnos allí —Cifuentes señaló un tresillo de cuero negro que estaba detrás de Vito.
Vito esperó a que Cifuentes se levantara para hacerlo él.
Al sentarse Cifuentes, éste le indicó con la mano donde se tenía que sentar.
—¿Café? —preguntó Cifuentes.
—No —pensó que lo necesitaba—. Sí ¡gracias!
—¿Solo o con leche? —le preguntó una voz femenina, que él reconoció, pero no se atrevió a buscar a su propietaria.
—¿Puede ser descafeinado? —gran carga de pusilanimidad, después de pensar que se pondría más nervioso que con el natural.
—Claro que sí —le dijo su futura secretaria.
—Sin leche, por favor ¡Si puede ser! —casi pidiendo disculpas.
—Por supuesto, Victoriano. Aquí, cada uno, tomamos lo que nos gusta. Ya verás como te encuentras como en tu casa —le dijo Cifuentes de una forma campechana—. Aure, igual para mí. Es mi secretaria, que desde ya será la tuya. Pierdo a la mejor profesional que tenemos, pero ahora necesitarás mucha ayuda y ella conoce, como nadie, todo nuestro rol (funcionamiento).
—Sí. Sí que es amable, me atendió muy bien esta mañana —tonta vaselina por decir algo, ante lo impresionado que estaba por el trato.
—Bonariego ¿no? —Cifuentes por derecho.
Vito, con una sonrisa disculpable, asintió con la cabeza.
—Allí tengo muy buenos amigos —continuó Cifuentes—. Siempre me invitan a las fiestas. Por supuesto que las conozco todas: las Cruces de Mayo, el Romerito, el Domingo de Pascua, el Corpus, la Santa, y ¡las que nos inventamos! —Cifuentes miró a Vito—. Y desde hoy ya tengo otra justificación fiestera para ir a Bonares.
—Desde luego, señor Cifuentes —muy retraído.
—Victoriano, por favor, no me llames ni señor ni de usted. Aquí somos un equipo formado por amigos, no el batallón de un regimiento. El respeto y la confianza no la deben ganar las categorías profesionales ¡y no profesionales!, sino la educación, la profesionalidad y la humildad en toda su extensión.
En ese momento entró Aure con los cafés. Colocó el primero frente a Vito, y el segundo frente a Cifuentes.
Vito no pudo evitar pensar:
—<"¡Qué clase! ¡Qué amabilidad! ¡Existe!>>
—¿Azúcar? —preguntó Aure a Vito.
—Sí, sólo una cucharadita —voz de congojo por incredulidad.
Aure se la sirvió, y se marchó.
—Victoriano —decía Cifuentes, después de leerse la documentación que le entregó Vito—, me dijo Sanmiguel que tienes dos años de experiencia en un puesto similar, pero el currículo no lo recoge; ¿dónde los has desempeñado? —momento en el que Vito daba el primer sorbo de café.
—¿Cómo? —preguntó mientras tragaba. Engollipándose voluntariamente, tan real lo quiso hacer parecer, que casi se ahoga de verdad. Recriminándose mentalmente—. <"¡Se me ha olvidado ponerlo! ¡Seré gilipollas!>> —reaccionando inmediatamente—. ¡Perdón, no…! —luchaba por justificar el olvido, pero su honradez lo hacía enmudecer.
Cifuentes lo interrumpió al pensar que se disculpaba por el curso que eligió el café hacia su estómago:
—No te preocupes, eso le pasa a cualquiera. No hables en un rato y se te pasará.
—Mi madre también me dice lo mismo —vocalización con temblequera—. Es… —aprovechó el consejo de su madre, y ahora de Cifuentes, simulando que se volvía a engollipar, para pensarse cómo salir del marrón (desgracia, cosa desagradable) en el que estaba metido.
—Tómate el tiempo que necesites, ¡no te vayas a morir en mi despacho! —gracia con estilo—. Yo mientras aprovecharé para hablar con tu secretaria —salió del despacho.
En ese momento, Vito, se asfixiaba de verdad. La mentira le estaba aplastando los pulmones. Pensando:
—<"Si le digo lo que me dijo Sanmiguel, seguro que se lo creerá, pero si miento, siempre viviré con la angustia de que lo descubran. Un hombre siempre se tiene que vestir por los pies ¡aunque se muera de hambre! No, no, yo no soy un camaleón como…>>
El regreso de Cifuentes quebró sus pensamientos.
—¿Qué tal, puedes hablar ya?
—Creo que sí —casi afónico por el congojo. Tomó aire.
El rictus de Vito, no le gustó a Cifuentes, porque chivaba que su mirada estaba ciega y eso era signo de poca autoestima (valoración generalmente positiva de sí mismo).
Vito arrojó un suspiro sonoro, y le dijo:
—Mire… —tragó saliva en zafarrancho de combate—. Siento haberle molestado…
Cifuentes se descolocó.
—… Soy incapaz —continuaba Vito— de mentir por conseguir un trabajo que posiblemente otra persona haga mejor que yo…
La cara de Cifuentes cambiaba a medida que hablaba Vito.
—… Prefiero irme con la cabeza alta, a que, pasado un tiempo, me llame papafrita…
El ceño (fruncir frente y cejas) de Cifuenbtes cantaba que no tenía ni idea de a dónde quería llegar Vito.
—… Yo prefiero que cuando alguna vez nos crucemos por la calle, me mire a la cara y no que me señale como un caradura —Cifuentes quiso hablar—. No, escúcheme por favor. Yo no tengo ninguna experiencia profesional. El que le hayan informado de que la tenía, ha sido porque me he dejado llevar por… —iba a delatar a Sanmiguel, pero se arrepintió— un mal consejo de alguien que no quiero recordar. Lo siento en el alma… —el ambiente se volvió tan tenso que se oía su quebrar, y, en ese poco tiempo, Vito pensó—: <"Mis padres se mueren del disgusto.>> Continuando—: Para mi familia y para mi, este trabajo era nuestra felicidad eterna, pero… —no pudo continuar. Hundido moralmente se levantó, tendiéndole la mano a Cifuentes para despedirse.
—¡Siéntate! —le ordenó Cifuentes.
Vito ocultó la mancha transparente que sus enjutas nalgas habían dibujado sobre el asiento, que sufría su asentada, durante el honorable vía crucis (calvario: serie o sucesión de adversidades y pesadumbres).
—¡Con dos cojones! —vociferó Cifuentes, que se acompañó con un puñetazo sobre el apoyabrazos vestido de cuero negro—. ¡Así se habla, chaval!
Vito palideció, mostrando los rasgos inequívocos de un embobamiento desconcertado con parálisis corporal.
—Tú no eres —continuó Cifuentes— de esos falsos camaleones que andan sueltos por ahí. Ahora sí que tenemos que hablar largo y tendido —Cifuentes continuaba dando puñetazos sobre el apoyabrazos—. ¡Qué fichaje me ha caído del cielo! Vamos a tomarnos algo y hablamos; después te enseñaré tu despacho y, posteriormente, te presentaré a tus colaboradores. ¡No te daré la oportunidad de que fiches por otra empresa! Sanmiguel es un monstruo; siempre encuentra al mejor.
—Gracias —con menos fuerza que un mosquito al ser envuelto cariñosamente (!) por una nube de Fogo (marca comercial de un insecticida).
Los dos se marcharon a la calle para tomar una cerveza. Hablaron largo y tendido. De regreso al curro, Vito le dijo:
—Cifuentes, muchas gracias.
—No me lo agradezcas ahora, que ya en otro momento me lo pagarás, y ¡ponte el mono de trabajo! —sin mirarlo, continuó diciéndole—: La magia de esta vida es que nuestro camino no lo elegimos, sino que ella nos pone en él. El problema está en que unos son rectos y otros son torcidos. ¡Chaval, tu has caído en el recto!
Vito movía la cabeza pensando:
—<<¡Camino recto!, si yo acabo de conocer el camino más torcido que se puede pisar. Si supiera la Dolo el daño que me ha hecho. ¡Vito —le decía su subconsciente—, si ella no te lleva a su apartamento, no te da tiempo a presentarte en Alea. Sí, sí —le respondía él—, ahora que me ha salido el trabajo me hablas así. ¿Y cuando estaba allí, por qué no me decías que no me preocupara, que todo saldría bien? Estás toreando a toro pasado —se decía él mismo—. Te diré más, el camino con la Dolo ni era recto ni torcido ni era un camino, era un laberinto en el Infierno.">
Caminaba tras Cifuentes apretando los puños, sin advertir que llevaba los fondillos coronados por una fina y difuminada y salina aureola.
Presentado a sus colaboradores como el nuevo manda más, e informado de lo que iba a ser su cometido, Cifuentes, debido a la hora que era, levantó la sección hasta las cuatro de la tarde. Diciendo:
—¡Después de almorzar continuaremos para que tomen nota de los objetivos que ha marcado la empresa ¡desde hoy, hasta Noche Vieja!
Todos abandonaron la sala de juntas, camino del almuerzo.
Vito salió a la calle, pero no para almorzar. Lo que él necesitaba era relajarse, para lo cual, invitó a su sombra a que lo acompañara. En su deambular (andar, caminar sin dirección determinada), de dos horas, llamó a Guillermo para justificar, culpando a su nuevo trabajo, que no podría almorzar con él.
Próximo miércoles 21 de marzo: Capítulo 36 y 37