01 marzo 2007
CAPÍTULO 37 (Al Ángel de la Guarda).
Los dos llegaron, a la vez, a la Plaza del Punto. Vito le abrió la puerta del coche, desde el interior. Guillermo al entrar dio un portazo, poniéndole melodía:
—¡Copón, qué día!
—¡Perdona! —un poco brusco—. Tuya fue la idea de acompañarme. He estado toda la tarde de reunión.
—Tu jefe será como todos, un hijo de puta, ¿no?
—Es un tipo… ¡bah! no me apetece hablar del trabajo. He sacado dinero y te voy a invitar a cenar donde tú quieras.
—¡Copón, es lo mejor que has dicho desde que te conozco! Con un par de montaditos de lomo, las cervezas y los güisquis con Seven-Up, tengo el estómago enguachinao ¡ahora mismo soy capaz de comerme hasta un fiambre de una semana!
—Lo dices como si comerse un fiambre (que después de asado o cocido o curado se come frío) de una semana fuera algo extraño.
—¡Copón! ¿Estás babieca (persona floja y boba)? En Madrid has encontrado trabajo, pero te has dejado allí el meollo. ¡Un muerto, copón, un muerto!
—¡Anda ya, tú te vas a comer un fiambre (cadáver)! —sorna—. ¿Dónde quieres que cenemos?
—A ver... —Guillermo pensó un momento—. ¡Ya está! —Vito lo miró—. En Aljaraque, a unos minutos de Huelva. Me han dicho que nuestro paisano Juan ha abierto allí un peazo de restaurante. Hasta las tertulias del Recre (Real Club Recreativo de Huelva. Club Decano del fútbol español) se retransmiten desde allí. Igual que hace nuestro equipo en el Asador Donostiarra (restaurante en Madrid).
—No lo sabía. ¿Y quién es el paisano?
—¡Copón, quién va a ser, po Juan!
—¿Y quién es Juan?
—¡Copón, ya lo verás! Tira millas que ya te diré por donde ir —le respondió alterado.
Después de una hora de copiloto de Vito, Guillermo no sabía por dónde andaba. El tiempo que se tarda en llegar de Huelva a Aljaraque es de unos diez minutos, y al restaurante, dos o tres más. Ellos llegaron en diez minutos a Aljaraque, pero tardaban en llegar al restaurante porque todos los caminos que le indicaba Guillermo a Vito les llevaban a la entrada del pueblo. Vito lo miraba, y él lo rehuía mirando por la ventanilla.
—¡Para! —le gritó a Vito—. Éste nos va a decir donde es. ¡Oiga, por favor! ¿Por dónde se va al restaurante La Plazuela?
—¡Yo, Marrueco!
—¡Copón divino, ya es mala suerte! Esta gente nos van a invadir sin que nos demos cuenta. ¡Tira palante! —Vito se reía—. Sí, ríete. Pero, tú, ni preguntas. Mira allí hay un viejo —Vito detuvo el coche a la altura del anciano—. Buenas noches, ¿me puede indicar dónde está el restaurante La Plazuela?
—¡Ahí! —respondió señalándole con el dedo índice y una sonrisa irónica.
—¡Jajajajajajaja! —Vito se tronchaba.
—¡Copón, yo sabía que estaba por aquí!
—¿Cuándo has venido?
—Nunca, pero sabía que estaba por aquí —refunfuñando (voz confusa o palabras mal articuladas en señal de enojo o desagrado).
A las doce de la noche finalizó la suculenta y opípara (abundante y espléndida) cena.
—¡Copón, Juan, he comido como un rey! —le dijo Guillermo a su paisano y propietario del restaurante.
—La cuenta, por favor —Vito a Juan; pensando—: <"Si Guillermo hubiera estado conmigo en el que me invitó Dolo; bueno, tampoco hay tanta diferencia. No, no, mejor que no. Si hubiera estado con nosotros, este donjuán (seductor de mujeres), se la hubiera tirado sobre la marcha>>.
—¡Copón, tío! —le decía Guillermo a Vito, mientras se acariciaba la barriga—. Aquí hay que preguntar qué es lo que te ha gustado menos, porque está todo de putísima madre. Los “Langostinos a la sal” estaban de muerte, y...
—¿Qué desean de beber? —les preguntó un camarero—. Invita la casa.
—¡Gracias! —dijo Vito—. Un Beefeater con Coca-Cola.
—Y yo, un Dyc con Seven-Up. ¡Vito, qué clase tiene nuestro paisano! —al retirarse el camarero.
Mientras los dos rumiaban el menú consumido, un camarero les dejó las copas, y otro un porta-roncha de piel. Vito, al verlo, no pudo evitar recordar a Dolo cuando le entregó la cuenta en la cafetería. Lo cogió y, sin abrirlo, estuvo acariciándolo mientras, con su mirada cargada de tinta invisible, escribía sobre una de las paredes los pensamientos que únicamente podía leer él, gracias a su candil mental.
—¿Dónde está el nuevo jefe de El Corte Onubense? —Guillermo a Vito, al verlo ausente—. No me digas que piensas en el trabajo que no me lo creo.
Vito le miró de reojo, poniendo una mueca de falsa sonrisa.
—Ya sé dónde estabas —Guillermo, irónico—. Esta noche te haré olvidar a la puta.
—¡Pchs! —Vito lo silenció. Abrió el porta-roncha. Del bolsillo interior de la chaqueta sacó la billetera. Puso siete billetes de veinte euros, más uno de diez, en el porta-roncha. Volviéndolo a cerrar.
—¿Qué haces? ¿Estás tan borracho que ya no sabes ni leer? A ver que yo te diga lo que tienes que pagar. ¡Me cago en el copón! —al leerlo—. ¿Qué hemos comido? Oye…, Vito, que... —intentaba disculparse.
Vito con un gesto lo tranquilizó. Dio el último trago al cubata, y se levantó.
Juan, se les acercó, agradeciéndoles la visita. Volvieron al R-18.
—¿Dónde vamos a tomar la penúltima? —preguntó Vito.
—¡La penúltima! Pero si nos han atracado, bueno, te han atracado —le salió de lo más profundo de sus entrañas, sin dejar de tragar saliva.
—¡Qué dices!, se nota que tú de restaurantes, nada de nada; es la mejor relación calidad-precio que yo he conocido. En Madrid, por ejemplo, yo…, ¡bah!. Además estamos celebrando mi primer trabajo. Tú te mereces esta invitación y lo que quieras. ¡Eh, eh, sólo lo que quieras beber! No te vayas a confundir, que te conozco. Y ¡sólo hoy, eh! ¿Dónde vamos?
—¡Eres un cacho pan! Me he emocionado —lo abrazó.
—Vale, vale, que como nos vea Juan contará en el pueblo que estamos liados.
—¡Copón, tienes unas ocurrencias! Aunque, ¡a mí me conocen!, pero a ti nunca te han visto con ninguna tía. ¡Oye, no serás…? —con coña.
—¡Vete ya! ¿Nos vamos para casa?
—¡Y un güevo! ¡Tira pa Huelva, que me han dicho que en la plaza de la Merced se reúne un ganao de primera.
—¿Por dónde salimos?
—Tú arranca y tira, que yo te guiaré.
—¡Seguro que apareceremos en Lisboa!
—Tú lo que tienes que hacer es jubilar a esta chatarra y comprarte un buen carro con navegador GPS (sistema de localización por satélite), verás como no nos perdemos nunca más.
—¡Calla y mira hacia adelante, que nos perderemos de nuevo!
Consiguieron salir de Aljaraque a la primera. La falta de diálogo entre ellos provocó que Guillermo se quedara dormido. Vito se acompañó a sí mismo:
—<"Es muy bruto, pero buenatón. Haría por mí lo que le pidiese. Fue el único que cuando no tenía dinero para salir, por la mala racha de mi familia, me llevaba a todos sitios de balde. ¡Y hoy, el día que lleva! Sólo para que no me encuentre solo. Me ha venido bien que me acompañe, porque así pienso menos en Dolo. Que, por cierto, la ha cogido perra con ella. Sin él aquí no hubiera sido capaz de relajarme después de haberme tenido que meter tantas cosas en la cabeza hoy. Tengo que darle gracias a Dios, aun con el viajecito que tuve. ¡Qué cabronada la del ebanista! ¡Y la de…! Si me viera ahora el jefe de conserjería, y... No empecemos Vito ¡olvídala! Aparcaré aquí mismo.>>
—Despierta —lo zarandeó por el hombro—, que ya hemos llegado a Bonares.
—¿Qué? —el sobresalto lo detuvo el cinturón de seguridad—. ¡Te dije…, capullo! —al descubrir que le había tomado el pelo.
—Guillermo ¡si estás cansado! No hay más que verte.
—¡Cansado, yo! A mí me cansa trabajar ¡el cachondeo no me cansa nunca! ¿Has visto cómo está esto de ambientao? Fíjate, hay más tías que tíos, tocamos a tres por barba. Para que luego digas que no te llevo a sitios buenos. Me apuesto lo que quieras que en menos de cinco minutos ya hemos cazao. Ése pub me gusta. Entremos ahí —colocándose de guía.
—Guillermo, si por aquí no se puede ni pasar —con incomodidad.
—¡Por eso, copón! No hay quien te entienda. Qué prefieres, ¿esto, o un monasterio en la sierra? ¡No te fastidia, copón! —llegaron a la barra. Guillermo pidió las dos copas—. Son doce euros —le dijo a Vito para que le diera el dinero. Justificándose—: Porque tienen buen pasto, si no, no nos gastamos aquí ni un céntimo. ¿Has visto? —a guisa de confesión—. Mira a tu derecha y verás qué cuatro jacas nos están marcando desde que llegamos.
—¡Qué casualidad! —oyó Guillermo a sus espaldas.
—¡Copón bendito! Manuela, ¿qué haces aquí? —se le pusieron los ojos como platos.
—¡Hola, Aure! —saludó Vito.
—¿De qué la conoces? —sorprendido Guillermo.
—Desde esta mañana es mi secretaria. Guillermo te presento a Aure.
Ella se le acercó dándole un beso en cada mejilla.
—¡Copón, copón, copón! ¡Esto es la rehostia! ¿Y tú eres amiga de..., cómo era? —le preguntó a Manuela.
—Aure. Sí. Es mi mejor amiga —le respondió ella.
—Oye —Vito, extrañadísimo, le preguntó a Guillermo—, ¿y tú de qué conoces a Manuela?
—De esta misma tarde. Ya te contaré. ¡Vaya pollo que vamos a montar! Te dije que hoy olvidarías a la... —Vito lo miró con tan mala leche que enmudeció.
Las dos rieron.
—¿A quién tienes que olvidar? —preguntó Manuela a Vito.
—¿A quién, a quién? —muy interesada Aure.
El careto que estrenó Vito, respondió a las dos.
—¡Al demonio! —esputó (escupió) Guillermo—. ¡Copón, chaval! ¿Qué te pasa? Tenemos delante a dos monumentos, y tú pareces que estas ciego. Encárgate de todos los gastos, que ya ajustaremos cuentas mañana. ¡Póngales lo que quieran beber! —le gritó al camarero, señalando a las dos.
Vito le contó a Aure y a Manuela que Guillermo era su mejor amigo, y que también vivía en Bonares.
Manuela le contó a Aure y a Vito cómo había conocido a Guillermo. Los dos se partían de risa. Guillermo, de oyente, estaba que no cabía en su cuerpo. Tomaron varias copas más.
—¡No os marcharéis a Bonares a estas horas y con las copas que llevamos! —les dijo Manuela.
—Guillermo y yo nos marchamos ya —le respondió muy arisco (áspero, intratable, huidizo).
—No debes conducir —insistió Manuela—. Podéis quedaros en mi casa. Mi hijo está con su abuela y hay sitio suficiente.
—¡Ole tus…! —Guillermo entregado—. Es la mejor idea que he escuchado esta noche —dándole un roce a Manuela—. ¡Copón, ni me acuerdo desde cuando no tenía tanta suerte!
—Guillermo —le preguntaba Manuela—, ¿esa muletilla que tienes…?
—¡Muletilla…, dónde? —se miró de arriba abajo.
—¡No seas bruto! Quiere decir… —intervenía Vito.
—¡Ya lo sé, copón! Lo dice por lo de ¡copón!, ¿a que sí?
—Sí, ¿es una promesa o es que no conoces otra exclamación? —Manuela.
—¡Por mis mulas que ya no la digo más! Aunque no voy a ser yo mismo —resignado.
—Hombre, si te afecta tanto el no decirlo… —Manuela más resignada que él—, haré un esfuerzo hasta que me acostumbre.
—¡Puffff! —resopló Guillermo; pensando—: <"La tengo en el bote. Esta noche va a ser la mejor noche de mi vida>>.
—¡Bueno! —en voz alta Vito. Los tres lo miraron—. Gracias por la compañía. Nosotros nos vamos a casa —Vito heló la reunión.
Guillermo lo acribilló con la mirada.
—Como quieras —decía Aure—. Sólo una cosa. Tened cuidado con la carretera, que las noches de fines de semana son muy peligrosas. Nosotras también nos marchamos —despedida besucona, pero fría. La más sentida fue la de Guillermo y Manuela.
Guillermo no se lo podía creer.
Dejaron de hablarse.
A mitad de camino, Guillermo explotó:
—Yo creía que tú eras un tío hecho y derecho. Vaya oportunidad que me has hecho perder. To por culpa de tu encoñamiento (dicho de un hombre: sentir atracción sexual por una mujer hasta llegar a tener obsesión por ella) con la puta madrileña. ¡Serás capullo! ¡Vaya con el que dice que soy su mejor amigo!
—¡Guillermo! —gritó—. Te voy a contestar —más relajado— porque sí te considero mi mejor amigo, y sé que ha sido una putada para ti que yo me negara a quedarme. Pero primero te diré que no vuelvas a llamarla puta, ni nada por el estilo. Yo soy el único que la puedo insultar; y segundo ¡y para que no sigas más dándome la tabarra! te diré una cosa que no debes olvidar nunca…
Guillermo lo miró muy serio pensando que de la forma que le estaba hablando, a la amistad entre ambos le quedaba el tiempo que transcurriera hasta llegar a Bonares.
—… Escúchame bien —continuó Vito—: “Donde tengas la olla, no metas la polla” —la cara de Vito era una estaca—. Así que yo con Aure, que además no me gusta, no voy a ningún sitio pero, si tú quieres, me vuelvo y te dejo en casa de Manuela ¡anda, coño, si no sabemos dónde vive! No te va a pasar nada si te esperas hasta mañana que yo le pida el teléfono a Aure y te lo paso en un mensaje por el móvil. Personalmente pienso que Manuela es una calienta pollas ¡ni te conoce y ya quiere acostarse contigo! ¡De eso yo ya sé mucho!
—¡Quién copón te ha pedido tu opinión! —echaba chispas—. Y ¡cómo te atreves a llamarla calienta pollas si no la conoces de nada, eh?
—¿Por qué te molesta —intuición de Vito— que insulte a la muchachita que te gusta? Tú, que cuando me he molestado porque has insultado a Dolo, no lo has entendido. “Quien a hierro mata, a hierro muere”.
Guillermo no volvió a abrir el pico.
Vito lo dejó en la puerta de su casa. No se oyó ningún saludo de despedida. Vito guardó el R-18 en la cochera.
—¡Madre, qué haces levantada? —Vito sobresaltado—. ¿Pasa algo?
—Ya no. Estaba preocupada por ti. Otra vez que vayas a llegar tarde llamas para que nos quedemos tranquilos. ¿Cómo te ha ido?
—Madre, nunca te acuerdas de que siempre llevo el móvil. Me ha ido muy bien. No te preocupes que de aquí en adelante te llamaré. He tenido un día muy ocupado y, como Guillermo se vino conmigo, lo he invitado a cenar. El domingo nos vamos los tres a celebrarlo, y os contaré todo. Estoy reventado. Mañana no trabajo, pero más de un sábado sí que me tocará —le dio un beso en la frente.
—¡Cansado y… brillito en los ojitos! —le devolvió el beso, marchándose a dormir.
—Madre, no te preocupes tanto. Hasta mañana —camino del dormitorio, se decía:
—Así debería ser la Dolo. Vito no te martirices más, que ella ahora estará en la cama con... Vale ya. No seas más idiota.
Durante el fin de semana, Vito sólo salió de casa para almorzar con sus padres en La Plazuela. El lunes, lo primero que hizo al llegar a la oficina, fue pedirle a Aure el número de teléfono de Manuela. Inmediatamente se lo pasó a Guillermo en un mensaje. Tanto Vito como Aure no volvieron a comentar nada sobre el encuentro del viernes.
—¡Copón, qué día!
—¡Perdona! —un poco brusco—. Tuya fue la idea de acompañarme. He estado toda la tarde de reunión.
—Tu jefe será como todos, un hijo de puta, ¿no?
—Es un tipo… ¡bah! no me apetece hablar del trabajo. He sacado dinero y te voy a invitar a cenar donde tú quieras.
—¡Copón, es lo mejor que has dicho desde que te conozco! Con un par de montaditos de lomo, las cervezas y los güisquis con Seven-Up, tengo el estómago enguachinao ¡ahora mismo soy capaz de comerme hasta un fiambre de una semana!
—Lo dices como si comerse un fiambre (que después de asado o cocido o curado se come frío) de una semana fuera algo extraño.
—¡Copón! ¿Estás babieca (persona floja y boba)? En Madrid has encontrado trabajo, pero te has dejado allí el meollo. ¡Un muerto, copón, un muerto!
—¡Anda ya, tú te vas a comer un fiambre (cadáver)! —sorna—. ¿Dónde quieres que cenemos?
—A ver... —Guillermo pensó un momento—. ¡Ya está! —Vito lo miró—. En Aljaraque, a unos minutos de Huelva. Me han dicho que nuestro paisano Juan ha abierto allí un peazo de restaurante. Hasta las tertulias del Recre (Real Club Recreativo de Huelva. Club Decano del fútbol español) se retransmiten desde allí. Igual que hace nuestro equipo en el Asador Donostiarra (restaurante en Madrid).
—No lo sabía. ¿Y quién es el paisano?
—¡Copón, quién va a ser, po Juan!
—¿Y quién es Juan?
—¡Copón, ya lo verás! Tira millas que ya te diré por donde ir —le respondió alterado.
Después de una hora de copiloto de Vito, Guillermo no sabía por dónde andaba. El tiempo que se tarda en llegar de Huelva a Aljaraque es de unos diez minutos, y al restaurante, dos o tres más. Ellos llegaron en diez minutos a Aljaraque, pero tardaban en llegar al restaurante porque todos los caminos que le indicaba Guillermo a Vito les llevaban a la entrada del pueblo. Vito lo miraba, y él lo rehuía mirando por la ventanilla.
—¡Para! —le gritó a Vito—. Éste nos va a decir donde es. ¡Oiga, por favor! ¿Por dónde se va al restaurante La Plazuela?
—¡Yo, Marrueco!
—¡Copón divino, ya es mala suerte! Esta gente nos van a invadir sin que nos demos cuenta. ¡Tira palante! —Vito se reía—. Sí, ríete. Pero, tú, ni preguntas. Mira allí hay un viejo —Vito detuvo el coche a la altura del anciano—. Buenas noches, ¿me puede indicar dónde está el restaurante La Plazuela?
—¡Ahí! —respondió señalándole con el dedo índice y una sonrisa irónica.
—¡Jajajajajajaja! —Vito se tronchaba.
—¡Copón, yo sabía que estaba por aquí!
—¿Cuándo has venido?
—Nunca, pero sabía que estaba por aquí —refunfuñando (voz confusa o palabras mal articuladas en señal de enojo o desagrado).
A las doce de la noche finalizó la suculenta y opípara (abundante y espléndida) cena.
—¡Copón, Juan, he comido como un rey! —le dijo Guillermo a su paisano y propietario del restaurante.
—La cuenta, por favor —Vito a Juan; pensando—: <"Si Guillermo hubiera estado conmigo en el que me invitó Dolo; bueno, tampoco hay tanta diferencia. No, no, mejor que no. Si hubiera estado con nosotros, este donjuán (seductor de mujeres), se la hubiera tirado sobre la marcha>>.
—¡Copón, tío! —le decía Guillermo a Vito, mientras se acariciaba la barriga—. Aquí hay que preguntar qué es lo que te ha gustado menos, porque está todo de putísima madre. Los “Langostinos a la sal” estaban de muerte, y...
—¿Qué desean de beber? —les preguntó un camarero—. Invita la casa.
—¡Gracias! —dijo Vito—. Un Beefeater con Coca-Cola.
—Y yo, un Dyc con Seven-Up. ¡Vito, qué clase tiene nuestro paisano! —al retirarse el camarero.
Mientras los dos rumiaban el menú consumido, un camarero les dejó las copas, y otro un porta-roncha de piel. Vito, al verlo, no pudo evitar recordar a Dolo cuando le entregó la cuenta en la cafetería. Lo cogió y, sin abrirlo, estuvo acariciándolo mientras, con su mirada cargada de tinta invisible, escribía sobre una de las paredes los pensamientos que únicamente podía leer él, gracias a su candil mental.
—¿Dónde está el nuevo jefe de El Corte Onubense? —Guillermo a Vito, al verlo ausente—. No me digas que piensas en el trabajo que no me lo creo.
Vito le miró de reojo, poniendo una mueca de falsa sonrisa.
—Ya sé dónde estabas —Guillermo, irónico—. Esta noche te haré olvidar a la puta.
—¡Pchs! —Vito lo silenció. Abrió el porta-roncha. Del bolsillo interior de la chaqueta sacó la billetera. Puso siete billetes de veinte euros, más uno de diez, en el porta-roncha. Volviéndolo a cerrar.
—¿Qué haces? ¿Estás tan borracho que ya no sabes ni leer? A ver que yo te diga lo que tienes que pagar. ¡Me cago en el copón! —al leerlo—. ¿Qué hemos comido? Oye…, Vito, que... —intentaba disculparse.
Vito con un gesto lo tranquilizó. Dio el último trago al cubata, y se levantó.
Juan, se les acercó, agradeciéndoles la visita. Volvieron al R-18.
—¿Dónde vamos a tomar la penúltima? —preguntó Vito.
—¡La penúltima! Pero si nos han atracado, bueno, te han atracado —le salió de lo más profundo de sus entrañas, sin dejar de tragar saliva.
—¡Qué dices!, se nota que tú de restaurantes, nada de nada; es la mejor relación calidad-precio que yo he conocido. En Madrid, por ejemplo, yo…, ¡bah!. Además estamos celebrando mi primer trabajo. Tú te mereces esta invitación y lo que quieras. ¡Eh, eh, sólo lo que quieras beber! No te vayas a confundir, que te conozco. Y ¡sólo hoy, eh! ¿Dónde vamos?
—¡Eres un cacho pan! Me he emocionado —lo abrazó.
—Vale, vale, que como nos vea Juan contará en el pueblo que estamos liados.
—¡Copón, tienes unas ocurrencias! Aunque, ¡a mí me conocen!, pero a ti nunca te han visto con ninguna tía. ¡Oye, no serás…? —con coña.
—¡Vete ya! ¿Nos vamos para casa?
—¡Y un güevo! ¡Tira pa Huelva, que me han dicho que en la plaza de la Merced se reúne un ganao de primera.
—¿Por dónde salimos?
—Tú arranca y tira, que yo te guiaré.
—¡Seguro que apareceremos en Lisboa!
—Tú lo que tienes que hacer es jubilar a esta chatarra y comprarte un buen carro con navegador GPS (sistema de localización por satélite), verás como no nos perdemos nunca más.
—¡Calla y mira hacia adelante, que nos perderemos de nuevo!
Consiguieron salir de Aljaraque a la primera. La falta de diálogo entre ellos provocó que Guillermo se quedara dormido. Vito se acompañó a sí mismo:
—<"Es muy bruto, pero buenatón. Haría por mí lo que le pidiese. Fue el único que cuando no tenía dinero para salir, por la mala racha de mi familia, me llevaba a todos sitios de balde. ¡Y hoy, el día que lleva! Sólo para que no me encuentre solo. Me ha venido bien que me acompañe, porque así pienso menos en Dolo. Que, por cierto, la ha cogido perra con ella. Sin él aquí no hubiera sido capaz de relajarme después de haberme tenido que meter tantas cosas en la cabeza hoy. Tengo que darle gracias a Dios, aun con el viajecito que tuve. ¡Qué cabronada la del ebanista! ¡Y la de…! Si me viera ahora el jefe de conserjería, y... No empecemos Vito ¡olvídala! Aparcaré aquí mismo.>>
—Despierta —lo zarandeó por el hombro—, que ya hemos llegado a Bonares.
—¿Qué? —el sobresalto lo detuvo el cinturón de seguridad—. ¡Te dije…, capullo! —al descubrir que le había tomado el pelo.
—Guillermo ¡si estás cansado! No hay más que verte.
—¡Cansado, yo! A mí me cansa trabajar ¡el cachondeo no me cansa nunca! ¿Has visto cómo está esto de ambientao? Fíjate, hay más tías que tíos, tocamos a tres por barba. Para que luego digas que no te llevo a sitios buenos. Me apuesto lo que quieras que en menos de cinco minutos ya hemos cazao. Ése pub me gusta. Entremos ahí —colocándose de guía.
—Guillermo, si por aquí no se puede ni pasar —con incomodidad.
—¡Por eso, copón! No hay quien te entienda. Qué prefieres, ¿esto, o un monasterio en la sierra? ¡No te fastidia, copón! —llegaron a la barra. Guillermo pidió las dos copas—. Son doce euros —le dijo a Vito para que le diera el dinero. Justificándose—: Porque tienen buen pasto, si no, no nos gastamos aquí ni un céntimo. ¿Has visto? —a guisa de confesión—. Mira a tu derecha y verás qué cuatro jacas nos están marcando desde que llegamos.
—¡Qué casualidad! —oyó Guillermo a sus espaldas.
—¡Copón bendito! Manuela, ¿qué haces aquí? —se le pusieron los ojos como platos.
—¡Hola, Aure! —saludó Vito.
—¿De qué la conoces? —sorprendido Guillermo.
—Desde esta mañana es mi secretaria. Guillermo te presento a Aure.
Ella se le acercó dándole un beso en cada mejilla.
—¡Copón, copón, copón! ¡Esto es la rehostia! ¿Y tú eres amiga de..., cómo era? —le preguntó a Manuela.
—Aure. Sí. Es mi mejor amiga —le respondió ella.
—Oye —Vito, extrañadísimo, le preguntó a Guillermo—, ¿y tú de qué conoces a Manuela?
—De esta misma tarde. Ya te contaré. ¡Vaya pollo que vamos a montar! Te dije que hoy olvidarías a la... —Vito lo miró con tan mala leche que enmudeció.
Las dos rieron.
—¿A quién tienes que olvidar? —preguntó Manuela a Vito.
—¿A quién, a quién? —muy interesada Aure.
El careto que estrenó Vito, respondió a las dos.
—¡Al demonio! —esputó (escupió) Guillermo—. ¡Copón, chaval! ¿Qué te pasa? Tenemos delante a dos monumentos, y tú pareces que estas ciego. Encárgate de todos los gastos, que ya ajustaremos cuentas mañana. ¡Póngales lo que quieran beber! —le gritó al camarero, señalando a las dos.
Vito le contó a Aure y a Manuela que Guillermo era su mejor amigo, y que también vivía en Bonares.
Manuela le contó a Aure y a Vito cómo había conocido a Guillermo. Los dos se partían de risa. Guillermo, de oyente, estaba que no cabía en su cuerpo. Tomaron varias copas más.
—¡No os marcharéis a Bonares a estas horas y con las copas que llevamos! —les dijo Manuela.
—Guillermo y yo nos marchamos ya —le respondió muy arisco (áspero, intratable, huidizo).
—No debes conducir —insistió Manuela—. Podéis quedaros en mi casa. Mi hijo está con su abuela y hay sitio suficiente.
—¡Ole tus…! —Guillermo entregado—. Es la mejor idea que he escuchado esta noche —dándole un roce a Manuela—. ¡Copón, ni me acuerdo desde cuando no tenía tanta suerte!
—Guillermo —le preguntaba Manuela—, ¿esa muletilla que tienes…?
—¡Muletilla…, dónde? —se miró de arriba abajo.
—¡No seas bruto! Quiere decir… —intervenía Vito.
—¡Ya lo sé, copón! Lo dice por lo de ¡copón!, ¿a que sí?
—Sí, ¿es una promesa o es que no conoces otra exclamación? —Manuela.
—¡Por mis mulas que ya no la digo más! Aunque no voy a ser yo mismo —resignado.
—Hombre, si te afecta tanto el no decirlo… —Manuela más resignada que él—, haré un esfuerzo hasta que me acostumbre.
—¡Puffff! —resopló Guillermo; pensando—: <"La tengo en el bote. Esta noche va a ser la mejor noche de mi vida>>.
—¡Bueno! —en voz alta Vito. Los tres lo miraron—. Gracias por la compañía. Nosotros nos vamos a casa —Vito heló la reunión.
Guillermo lo acribilló con la mirada.
—Como quieras —decía Aure—. Sólo una cosa. Tened cuidado con la carretera, que las noches de fines de semana son muy peligrosas. Nosotras también nos marchamos —despedida besucona, pero fría. La más sentida fue la de Guillermo y Manuela.
Guillermo no se lo podía creer.
Dejaron de hablarse.
A mitad de camino, Guillermo explotó:
—Yo creía que tú eras un tío hecho y derecho. Vaya oportunidad que me has hecho perder. To por culpa de tu encoñamiento (dicho de un hombre: sentir atracción sexual por una mujer hasta llegar a tener obsesión por ella) con la puta madrileña. ¡Serás capullo! ¡Vaya con el que dice que soy su mejor amigo!
—¡Guillermo! —gritó—. Te voy a contestar —más relajado— porque sí te considero mi mejor amigo, y sé que ha sido una putada para ti que yo me negara a quedarme. Pero primero te diré que no vuelvas a llamarla puta, ni nada por el estilo. Yo soy el único que la puedo insultar; y segundo ¡y para que no sigas más dándome la tabarra! te diré una cosa que no debes olvidar nunca…
Guillermo lo miró muy serio pensando que de la forma que le estaba hablando, a la amistad entre ambos le quedaba el tiempo que transcurriera hasta llegar a Bonares.
—… Escúchame bien —continuó Vito—: “Donde tengas la olla, no metas la polla” —la cara de Vito era una estaca—. Así que yo con Aure, que además no me gusta, no voy a ningún sitio pero, si tú quieres, me vuelvo y te dejo en casa de Manuela ¡anda, coño, si no sabemos dónde vive! No te va a pasar nada si te esperas hasta mañana que yo le pida el teléfono a Aure y te lo paso en un mensaje por el móvil. Personalmente pienso que Manuela es una calienta pollas ¡ni te conoce y ya quiere acostarse contigo! ¡De eso yo ya sé mucho!
—¡Quién copón te ha pedido tu opinión! —echaba chispas—. Y ¡cómo te atreves a llamarla calienta pollas si no la conoces de nada, eh?
—¿Por qué te molesta —intuición de Vito— que insulte a la muchachita que te gusta? Tú, que cuando me he molestado porque has insultado a Dolo, no lo has entendido. “Quien a hierro mata, a hierro muere”.
Guillermo no volvió a abrir el pico.
Vito lo dejó en la puerta de su casa. No se oyó ningún saludo de despedida. Vito guardó el R-18 en la cochera.
—¡Madre, qué haces levantada? —Vito sobresaltado—. ¿Pasa algo?
—Ya no. Estaba preocupada por ti. Otra vez que vayas a llegar tarde llamas para que nos quedemos tranquilos. ¿Cómo te ha ido?
—Madre, nunca te acuerdas de que siempre llevo el móvil. Me ha ido muy bien. No te preocupes que de aquí en adelante te llamaré. He tenido un día muy ocupado y, como Guillermo se vino conmigo, lo he invitado a cenar. El domingo nos vamos los tres a celebrarlo, y os contaré todo. Estoy reventado. Mañana no trabajo, pero más de un sábado sí que me tocará —le dio un beso en la frente.
—¡Cansado y… brillito en los ojitos! —le devolvió el beso, marchándose a dormir.
—Madre, no te preocupes tanto. Hasta mañana —camino del dormitorio, se decía:
—Así debería ser la Dolo. Vito no te martirices más, que ella ahora estará en la cama con... Vale ya. No seas más idiota.
Durante el fin de semana, Vito sólo salió de casa para almorzar con sus padres en La Plazuela. El lunes, lo primero que hizo al llegar a la oficina, fue pedirle a Aure el número de teléfono de Manuela. Inmediatamente se lo pasó a Guillermo en un mensaje. Tanto Vito como Aure no volvieron a comentar nada sobre el encuentro del viernes.
Próximo miércoles 28 de marzo: Capítulos 38 y 39