03 abril 2007

 

CAPÍTULO 45 (Pasar de la compasión a la xenofobia sólo es cuestión de distancia - jibr).

Al llegar Vito al Paraíso, aparcó en el único aparcamiento cubierto que estaba libre.
—¡Oiga! —le gritó un empleado que llegaba corriendo—. ¡Ahí no se puede aparcar, está reservado!
Vito sacó el R-18, aparcándolo a pleno sol. Camino de la recepción, oyó lo que le decía el inesperado guardia de tráfico a un varón trajeado que estaba en la entrada:
—Es un pringao que viene a tomar café para presumir de que lo toma en el Paraíso. Quería aparcar esa chatarra a la sombrita ¡no te jode! —los dos entraron antes de que él llegara a la entrada.
—¡Buenas tardes! —Vito, al llegar al mostrador de la recepción.
—¡Buenas tardes! La cafetería, por ahí —le indicó con el índice el recepcionista.
—No. Yo. Verá —entrecortado—. Tengo una habitación reservada.
Al recepcionista se le cambió la cara.
—¿Una habitación? —dificultad en el habla—. Si… —miró al guardia de tráfico, que le esquivó la mirada—. ¡Perdone, perdone! —nervioso a más no poder—. ¿A nombre de quién?
—Pues, la verdad… no sé si a nombre de Victoriano, o de El Corte Onubense.
—¡Mil disculpas, don Victoriano! Por lo del aparcamiento. Ha sido un lapsus. La habitación ya la tiene preparada.
El recepcionista miró a su compañero con tan mala leche que éste le pidió las llaves del coche a Vito, saliendo zumbando a aparcarlo bajo techo.
—¿Equipaje? —con empalagamiento.
—No. Por ahora no.
El recepcionista lo miró con extrañeza.
—¿Por dónde la habitación? —preguntó Vito con prisas.
—Un momento, por favor, que en un instante le acompaña mi compañero —atención exquisita—. Si lo desea puede pasar a la cafetería.
—No. Muchas gracias.
—¡Ya está aquí! —al regresar el botones, después de aparcar el R-18—. Acompaña al señor a la habitación.
El botones buscaba con la mirada el equipaje.
—No hay equipaje —le dijo el recepcionista.
Éste agachó la cerviz, marcando con la mirada el camino a Vito.
—Don Victoriano —le decía el recepcionista—, marque el cero para cualquier cosa que desee. ¡Que tenga una muy buena estancia aquí! —pensando—: <"¡Al Pepe (el botones) me lo cargo! Como este hombre le diga algo al director, el Pepe no respira más. ¡Ahora que me han prometido una subida de sueldo!>>.

Vito se entregó en cuerpo y alma a lo que más necesitaba en ese momento: darle gusto a la cama. Desde la última conversación con su madre, no dejó de sentir un ronroneo (producir desazón un pensamiento persistente). Para quitárselo de la cabeza aprovechó la tranquilidad penumbrosa, con la que había decorado la habitación, para darle vida, uno por uno, a los mejores recuerdos en los acontecimientos festivos del año pasado en Bonares, y que este año se había perdido como consecuencia del nuevo trabajo: la Verbena de la Cruz de Mayo; el Romerito; la procesión de las doce Cruces de Mayo, siguiendo la tradición desde 1798, que al finalizar la misa en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, recorren el centro del pueblo, para finalizar en la plaza de la Constitución, rememorando, con más que un pique entre ellas, cada una las tres caídas que sufrió Jesucristo camino del monte Calvario, que, por la belleza que les caracteriza, ha sido declarada de Interés Turístico Nacional de Andalucía; y la romería del Rocío.
Tanto recordatorio para tan cansado cuerpo, le produjo un sueño profundo, dándole la oportunidad de continuar, con ellos, soñándolo.
A las nueve de la noche se despertó sobresaltado al oír el teléfono de la habitación:
—¿Dígame? —voz penumbrosa.
—…
—Ahora mismo voy.
Salió pitando, ni siquiera concedió un refrescar a la hinchazón de los ojos después de tan glotona y reparadora siesta.
—¡No te dije que me dieras un toque al móvil antes de llegar! —recriminó a Guillermo.
—¡Copón, vaya recibimiento! Te he estado dando toques desde las siete, pero tu móvil está apagado o fuera de cobertura.
—No te lo crees… —sacando al móvil del bolsillo—, ¡perdona!, se ha quedado sin batería. Espero que mi madre no se haya olvidado del cargador. ¿Dónde está la ropa?
—En el coche.
—Y… ¿por qué no la has traído?
—¡Tú te crees que yo soy una burra, copón!
Vito lo miró extrañado.
—¡Que son diez bolsas, ¡copón!, diez bolsas.
—¡¿Diez bolsas?!
—Don Victoriano, no se preocupe —les interrumpió el recepcionista— que ahora mismo le llevamos todas las bolsas a la habitación —le hizo una señal al botones.
—Mientras, aprovecharé para refrescarme la cara —dijo Vito todavía adormilado.
El botones acompañó a Guillermo al coche. El transporte de las bolsas se lo repartieron: seis llevaba el botones, y cuatro Guillermo.
—Esto es el último grito en equipaje ¡jejejeje! —mofa del botones.
—Como vuelvas —muy bajito, a un centímetro de la oreja del botones— a reírte de mi amigo —a medida que hablaba iba elevando el volumen—, te voy a dar una hostia que vas a tocar las palmas con las orejas.
Al botones, que también fue capaz de escuchar la mirada de Guillermo, no se le oía ni la respiración, y eso que iba asfixiado.
Cuando el equipaje fue entregado a su propietario, no faltó sarcasmo:
—Mi madre tan exagerada como siempre —inmediatamente se puso a colocar la ropa en el ropero.
—¡Cacho cabrón! —Guillermo no pudo contenerse—, ¿no me vas a contar todo lo que pasó entre esa peazo de tía y tú? —por la expresión de la cara de Vito, supo que no le iba a contar nada; pero él insistió—: ¡Por la tele sí que está buena! Con ese cuerpo y el dinero que tiene, es que yo, ni vuelvo al pueblo. A ti qué más te da que se haya tirado a un regimiento. Sácale mucha pasta, y, luego, ni adiós.
—¡Vete ahora mismo! —gritó señalándole la puerta—. ¡No quiero verte más, ni aunque te estés muriendo! ¡Fuera!
Por primera vez, después de tantos años, Guillermo vio la ira en Vito. Herido de muerte sentimental, agachó la cabeza, abrió la puerta, pero antes de salir miró a Vito, moviendo reiteradamente la cabeza con evidente signo de desilusión. Dio un portazo al cerrar.
—¡Joder, que gilipollas soy! —Vito reaccionó rápidamente—. ¡Espera!
Guillermo lo oyó contestándole con el mayor reproche del que era capaz: Ignorarlo.
La actitud inesperada de su amigo dejó a Vito en estado dubitativo. Dos segundos se tomó para sacarle las alas a los zapatos. Detuvo a Guillermo justo en el mostrador de la recepción. El perdón se lo pidió dándole un cariñoso abrazo.
De igual manera lo perdonó Guillermo.
Los dos regresaron en silencio a la habitación.
—Lo que nos faltaba por tener —el recepcionista al botones—, una pareja de maricones. Reconozco que no se lo había notado.
—Yo creí, cuando lo del aparcamiento, que la mirada era de odio, pero ahora sé que es que le gusto —decía el botones con chulería—, y eso es importante para mí —mirándose de arriba abajo—, quiere decir que sabe apreciar donde hay un buen macho.
—¡Pssss! —llamada de atención del recepcionista—. ¡El dire!

Cuando entraron en la habitación, Vito se sentó en la cama, indicándole a Guillermo que ocupara una butaca que había frente a él. Estuvo en silencio mucho rato, con la cabeza caída, pensando cómo contarle lo que le ocurrió en Madrid. Una tos seca puso en guardia a Guillermo. Vito lo miraba fijamente:
—Es muy difícil para mí esta situación —Vito hizo una pausa—. No me tengas en cuenta lo de antes. Mis nervios están a punto de enloquecer. La crispación me domina. Por eso mi reacción. Consigo el trabajo de mi vida, y se puede ir al carajo por culpa de esa...; que como tiene tan poco dinero habrá vendido la exclusiva para enterrarse en más…, si la cogiera la… —estaba rígido, inmóvil, con cara de esquizofrénico.
—Vito ¡copón! que…
—¡Me cago en sus muertos! Cómo me ha utilizado la mamona… Si… —inesperadamente exclamó—: ¡Un momento! Se me ha venido a la cabeza un detalle… —se estrujaba los sesos—; ahora lo recuerdo perfectamente…
Guillermo lo observaba ensimismado.
—…Sí, sí, puede ser. La noche —profundamente abstraído— que me quedé en el apartamento de ella, vinieron sus primos…, y le dijeron que un tipo la estaba siguiendo y fotografiando. Entonces ella, con un cabreo de espanto, dijo que como lo cogiera lo capaba. Seguro que, todo esto, es también una putada para ella ¿no crees?
—Yo… —perdido—. ¿Quién la fotografiaba?
—No lo sé. Ni los primos tampoco ¡espera, espera! —se estrujaba las sienes—; ella les dijo que contrataran al mejor detective privado que existiera…, ¿cómo le llamaban, Vito, cómo le llamaban?... ¡ya lo tengo! se llama Nabucodonosor, sí, Nabucodonosor.
—¡Copón, no!
Ante la exclamación, Vito, salió del carrete recordatorio, mirándolo con pasmo.
—Macho —acercó la cabeza hacia Vito—, si ese detective es el famoso Nabu, seguro que se la ha tirado también ¡shú, madre! Ese tío es famoso porque se ha deshollinado hasta a la…
—¡Coño, ya está bien! ¡Cada vez que te refieres a ella, es para endiñarle un polvo más! —vuelta a lo mismo—. No tienes solución. Te lo digo por última vez; será lo que sea, pero en mi cara nadie la insulta ¿está claro?
—¡Vale, copón! —resignado—. Ya veo que estás enamorado de ella hasta los huesos. Amigo, sabes que te aprecio mucho pero tengo que decirte que lo vas a pasar muy putas.
—Guillermo, no quiero recordar nada del viaje a Madrid. Pero…, sí te diré una cosa a boca llena ¡yo no le he hecho el amor!
—¡Copón! —restregándose la barbilla—. Sí que es mala suerte. Porque si por lo menos lo hubieras hecho, seguirías estando en boca de todos con motivo. Te están tratando igual que si te hubieras acostado con ella. ¡Copón! Sí que es malafollá. ¿Puedo hacerte una pregunta para ver si me aclaro las ideas?
—Dime.
—¿Por qué no te la..., bueno, no hiciste el amor con ella?
—Porque no quise —con pena—. Pude hacerlo. Me gustaba con locura, y me sigue gustando con locura. Tuvimos un momento en que ella no ponía resistencia a mis deseos. Pero… no quise. Tú ya me conoces. Desde que la vi me deslumbró tanto que la desnudé con mi pensamiento, allí mismo, tras la barra. Para mi sorpresa, en un rato, la tuve a mi lado respirando de su aliento. ¿Sabes qué sentí? No. Ya se que no. Yo sí que lo sé, y tanto que lo sé, que tengo su olor metido en ésta —golpeos a la cabeza—. Lo único que pensaba era conocerla mejor para que, al entregarle mi corazón, descubriera todo el amor que sentía por ella. ¿Para qué la respeté?... ¡para que me pagara con esta cabronada! No merece ningún respeto. Me la tenía que haber follado como a una cualquiera —lo dicho le sonó tan mal que le entraron náuseas.
—No hables de esa forma que tú no eres así —tristón—. ¡Las ideas se me han aclarado! —quiso darle otro cariz (aspecto) al tema, para aliviar el sufrimiento de su amigo.
—¿Ideas? —tontón.
—Vito ¡está clarísimo! no os acostasteis porque tú no quisiste. Eso quiere decir que si tú hubieras querido… —puso intriga—, ella hubiera aceptado, por lo que, amigo mío, eso me confirma lo que dice la revista ¡que todo el que entraba en ese apartamento mojaba! Te pongas como te pongas te lo diré en voz alta ¡esa mujer no te merece, olvida a esa guarra ya, copón! —encogimiento corporal en espera de zurra.
—Ya lo sé —comprensiva tristeza—. Desde que la conocí, no he parado de darle vueltas a la cabeza ¡créetelo Guillermo! Y siempre he llegado a la misma conclusión, que tengo que olvidarla como sea. Si supieras el trabajo que me costó marcharme de su casa sin despedirme de ella…, y las veces que he estado a punto de volver a Madrid…, y la suerte mía es que no tengo ni su número del móvil ni del fijo.
—Me alegro de que no la hayas llamado. Has demostrado que eres un ejemplar en vías de extinción. ¡Copón, qué cabreo cogería al ver —eufórico— que, con todo el dinero que tiene y lo buena que está, la ignoraste! ¡Hay que tener un par de huevos para darle calabazas (rechazar) a una tía de ese gremio! Me da una rabia del copón que, la Dolores esa, te haga sufrir. Para olvidarla tienes que conocer a otro guayabo (muchacha joven y atractiva) cuanto antes. Acerquémonos a tomar algo al pueblo, que me han contado que hay aquí una maná (manada) de polacas que están buenísimas.
—¿Polacas? —ido.
—¡Sí, copón! las que vienen a la campaña de la fresa.
—¡Ya! Pero… ¿cómo nos vamos a entender?
—¡Estás mamahostia perdido! ¡Cómo si para eso se necesitara hablar! O ¿es que tú crees que los pobrecitos mudos no follan?
—Eres… —cabezadas insistentes— un capullo. Siempre pensando en lo mismo. A esas mujeres hay que respetarlas. ¿Te gustaría que si tu hermana se fuera al extranjero a trabajar, la trataran como tú hablas de las polacas?
—¡Mi hermana! ¡A mi hermana le gusta más que a mí! Te contaré un secreto, para que veas que yo también confío en ti —inconscientemente miró a su alrededor.
—Ten cuidado —riendo Vito—, que aquí hay micrófonos por todas partes.
—¡Es muy fuerte, copón! —bajando el tono de voz—. Mi hermana le está sacando los cuartos a tres cabrones de la capital.
—¡Guillermo!
—¡Yastá! —cortó por lo sano—. Vamos a dejar alto el pabellón español, que por aquí lo único que hay son morancos y negros… ¡buena gente, buena gente! —rectificó al ver la cara de Vito.
—Ya veo que tu cerebro no da para más.
—¿Y el tuyo? que por pensar siempre en el bien de los demás te comes dos mierdas. No. Esta vez te has comido todas las letrinas, llenas hasta el techo, de un campamento de reclutas. Además, con ir a tomarnos una copa y si sale se aprovecha y si no pa casa, ¿qué perdemos?
—Sí que me hace falta. Con la condición de que de líos nada, ¿eh?
—Te lo juro por ti ¡jejejeje!
—¡Te voy a…! —se abalanzó hacia él en plan broma—. Me voy a dar una ducha antes, porque como me huelan las polacas, emigran en cuanto se nos acerquen.
—¡Copón, de eso nada! Para más seguridad, si quieres, te paso yo la manopla de esparto.
—¡Cinco minutos! —desde el baño.
—¡Una advertencia! —le gritó Guillermo—. ¡Cómo se te ocurra mirar a alguna, con esa cara de Romeo que pones cuando te gusta una tía, te doy una hostia. Tú no te vuelves a enamorar hasta que yo te dé permiso.
Oyó las carcajadas de Vito.
—¡Copón, por fin está animao! —murmuró Guillermo.
Próximo miércoles 25 de abril: Capítulos 46 y 47

Comments: Publicar un comentario



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?