02 mayo 2007

 

CAPÍTULO 53 (A Elsa Pataky)

Al finalizar Dolo el relato, los tres se quedaron en silencio. En el salón, que fue el lugar elegido para oír el culebrón, no se oía una mosca.
La madre de Vito, Celedonia, rompió el silencio:
—No sé, no sé —Celedonia miraba a su marido.
Dolo clavó la mirada sobre la tapa de la mesa.
—No sé por qué, pero la creo —continuaba Celedonia—: ¡Que pena lo de su madre! Lo de su tata… ¡será porque vivo en otro tiempo! El amor que yo conozco es el que cuando se prende no hay diluvio que lo apague. Usted debería…
—No me hable de usted, se lo ruego —la interrumpió Dolo.
—Mira —continuó Celedonia, abriendo todas las puertas de su alma—, ya no depende de nosotros. Vito está con los amigos —sin miedo, pero con cautela—. Te acompañaremos…
—¡Celedonia, tú aquí conmigo! —poco hablador, pero contundente don Victoriano.
-Puedo ir sola, si me dicen… —solicitando información.
-Sí —don Victoriano—, después de la procesión se reúnen todos para almorzar.
-Les importaría decirme cómo llegar.
-La acompañaremos —insistencia maternal.
—¡Celedonia! —interrupción de don Victoriano, demostrando quién llevaba el solideo (casquete de seda u otra tela ligera, que usan los eclesiásticos para taparse la corona) de oro y piedras preciosas.
—No, no, por favor —intervención inmediata de Dolo—. Prefiero ir sola. Si todo sale bien… —respiro desconfiado con trazas de esperanza—, yo volveré con él, pero si… —silencio amargo.
—Dolores… —decía don Victoriano—...
Al oírle pronunciar su nombre de pila, a Dolo, además de movérsele los sesos, se le esfumaron los fantasmas de cómo iban a aceptarla los padres de Vito.
—…, es mi hijo y por eso te pido que no dudes, ¡que hable tu corazón! —el padre de Vito la alentaba—. Debéis sinceraros, porque si no lo hacéis, siempre os quedará la peor duda de las dudas, y esa duda será la que día a día os irá infectando los sentimientos, por muy felices que creáis vivir. El único medicamento contra el cáncer de la intolerancia en la convivencia, es que no exista ni una sola duda ni un solo secreto en la pareja —y sonriendo dijo—: Digo pareja porque ya lo del matrimonio es agua pasada.
Dolo alucinaba con el sermón de don Victoriano, porque desde que lo vio tuvo la sensación de que era una persona tosca (inculta).
—¡Victoriano con las bromas, que ella no te conoce! —ironía cariñosa de Celedonia.
—Yo… —pausa de admiración ante tanta humildad bondadosa—. Yo no sé qué decir.
—¡Corre! —don Victoriano—, y dile lo que guardas en tu corazón. Si no está para vosotros, no insistas, pero lucha, sin descanso, por encontrar la felicidad que mereces. Tienes tablas (madurez ante las adversidades) para conseguirlo, ¡y para hacer feliz a mi hijo!, si él te quiere, ¡que yo creo que sí!
—Gracias —corría hacia la calle.
—¿Sabes llegar al casino? —doña Celedonia.
—¿Casino? ¿Aquí hay casino? —desequilibrio mental ante un lugar tan propenso a la ludopatía (impulso morboso e irresistible por los juegos de azar).
—¡No te asustes! —don Victoriano cogió al vuelo la sorpresa de Dolo—. Aquí el casino es, salvo para algunos viciosillos del póquer, un lugar de encuentro para romper la monotonía. Hoy, después de la procesión, es tradicional que las reuniones de amigos se junten allí para comer.
—¡Ja! —Dolo respiró tranquilidad—. ¿Me indican? —gesto esperando instrucciones.
Detallado croquis mental le relataron.
Lo que ella no sabía era que iba directa a un nuevo vía crucis.

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