02 mayo 2007

 

CAPÍTULO 54 (La oración es la masajista particular del alma - jibr).

Justo después de finalizar la procesión, todavía dentro de la iglesia, Guillermo le aconsejó a Vito que, para evitar la multitud, salieran de la iglesia por la sacristía (en una iglesia, lugar donde se revisten los sacerdotes y están guardados los objetos pertenecientes al culto).
—¡Alabado sea Dios! —inconfundible el origen de la exclamación—. ¡La oveja perdida ha vuelto al rebaño del señor! Vito, mi queridísimo Vito, esas amistades no te hacen bien. Lo digo por la infiel y remedadora de María Magdalena, ¡la Iglesia ya tiene bastante con una!
—¡Bonifacio, que no respeto que seas un cura! —amenaza encorajinada de Vito—. Para adjudicarle ese calificativo, ¡primero!, deberías oír…, ¡bah!, no mereces…
—¡Salgamos de aquí! —oportuna interrupción de Guillermo para terminar con la escabrosa discusión.
—¡Son calumnias! —gritaba Vito al cura, camino de la salida—. Pero, si eso fuera cierto, deberías dedicar todo tu tiempo a limpiar su mancha, y no a lustrar a los limpios, que a esos no les hace falta ayuda divina. ¡A ti lo único que te importa es desparramar esa tonelada de grasa porcina en tu poltrona! —perdió las formas con enojados reproches—. ¡Te voy a denunciar a la Santa Inquisición (tribunal de la Iglesia para castigar delitos contra la fe) por obligar a la gente, en las misas, a pedir que el Betis gane la Liga!
—¡Que Dios te bendiga y luego te castigue! —el cura con mala hostia y murmurando mientras trasteaba por la sacristía—. ¡Pobre chaval, qué bajo ha caído! ¿A qué hora televisarán el partido del Betis esta tarde? ¡Que cabeza la mía, sí ya ha terminado la Liga! —con mono de fútbol—. ¡No la hemos ganado, pero hemos quedado por encima del Sevilla!
Los dos amigos ya en la calle:
—¡Por eso no vuelve Jesucristo —Vito enojado al máximo—, porque sabe que la curia romana lo volvería a crucificar antes que perder las mieses (propiedades) en las que viven; pero como se cabree su Padre, estos camaleones con sotana, van a poner los pies en polvorilla! —creíble profecía.
—¡Copón, Vito! —Guillermo se santiguó—, no amenaces a los curas que, serán como sean, ¡pero copón!, tienen que tener algo de esas cosas que dicen que da el Cielo, porque si no…
Vito lo miraba con extrañeza.
—…, ¡sí, sí, ojito con ellos!, porque si no, explícame cómo consiguen dar hostias sin que duela ¡jijijiji!
—¿No tienes otro chiste más malo? Anda, dime a dónde me llevas con tanta prisa.
—Te dije que te tenía una sorpresita —eufórico—. ¡Tira pal casino!
—Tus sorpresas —arqueando las cejas— me asustan.
—Ésta sí que te va a encantar —altivo (orgulloso) a más no poder—. Te voy a dar pistas: melena, domingas, raja ¡supongo!, y…, ¡jejejejeje! —al recibir una colleja.
—¡Guillermo! —lo detuvo por el brazo—. ¡No te tomes mis sentimientos a pitorreo, joder! —amenazante—. Deja a Dolo tranquila de una vez por todas. ¡Olvídala! No existe, ni ha existido, ¿te ha quedado claro?
—¡Copón, eres capaz de cargarte la feria de Sevilla tú solito! —abatido—. ¡Me duelen los huevos de pensar qué hacer para verte contento! —mirada encendida—. ¡Eres un mamahostia! Estoy harto de que me insultes por culpa de esa Dolo ¡que me la trae floja! Tú, tú, no eres capaz de olvidarla. Estás encoñaito. ¡Te juro, por mis muertos —cabreadísimo—, que no volveré a nombrarte a esa…!
—Perdona —Vito lo abrazó—. Ni yo mismo me reconozco —cambió de tema—; estoy intrigado e impaciente por ver tu sorpresa, ¡vamos! —quitándole leña al fuego.
Los dos, con zángano andar para no resbalar con la juncia, continuaron caminando.
Vito daba la impresión que padecía de un tic nervioso cada vez que esquivaba las miradas que se encontraban sus ojos. El rostro de Vito, a medida que se acercaba a la puerta del casino, iba entrando en un rictus interrogante al ir reconociendo a los ocupantes de una mesa que sin duda era a la que le llevaba Guillermo. No pudo evitar preguntarle:
—¿Qué hacen aquí?
—A Manuela y Aure, las he invitado yo; y a tu jefe y a la maciza que viene con él, los ha invitado el alcalde.
Este día, como ocurría casi todos los años, el sol pegaba de lo lindo, y para evitar insolaciones y conseguir que la temperatura fuera soportable para poder almorzar y disfrutar, por un solo día cada año, de aquél paisaje bucólico (campestre), habían cubierto, con un toldo anillado de fachada a fachada, el trozo de calle que ocupaban las mesas. Cuando Vito y Guillermo entraron en la penumbra, resoplaron ante la frescura que meaba el toldo. El poco ambiente que había en ese momento, era temprano, comenzó a condimentar el cocido de murmuraciones victorianas. Inmediatamente Vito se percató de ello, diciéndole a Guillermo en voz baja:
—Si nuestros paisanos tuvieran que pagarme un solo céntimo por cada vez que me nombren hoy, me harían millonario.
—¡Que le den por culo! —naturalidad guillermina—. ¡Y que no me toquen los huevos que le meto fuego a todo esto! —tolerancia guillermina.
—Pensé que no venías —Cifuentes a Vito.
—¡Hola! —saludo general de Vito.
—¡Hola, Victoriano! —le contestó Aure.
—¡Hola! —Manuela, dándole un beso en la mejilla.
—¡Manuela, a éste no le demuestres cariño que te lleva al huerto! —gracia de Guillermo.
Vito lo miró con muy mala leche.
—Ven, que quiero hablar contigo un momento —Cifuentes cogió a Vito por el brazo y se retiraron de la reunión, varios pasos. Localidad desde la que Vito pudo comprobar que ya la calle estaba abarrotada de gente, y que era el centro de los cuchicheos.
—¿Qué quieres con tanto misterio? —Vito a su jefe.
—Nada, hombre, nada; sólo preguntarte qué tal te encuentras —sinceridad absoluta.
—Hasta esta mañana, bien, pero fíjate cómo me miran, les veo el cachondeo en los ojos. Me voy a marchar. No soporto que…
—¡Y un huevo, te vas a marchar tú! Ya sabes que me gusta más un cachondeo que a un tonto un lápiz, por eso estaba impaciente esperando este día para disfrutarlo contigo, así que dame cuartel (dar cuartel: conceder trato de favor) o perdemos las amistades. Manda al coño a… —no la nombró—. ¡Creo que estás obsesionado! —dio un garbeo (paseo) visual—, yo no veo que nadie esté pendiente de ti. Nosotros a beber y a comer hasta reventar, ¡joder!
—¿Cómo te has traído a tu nueva secretaria? La gente es muy mala. Más de uno de los que están por ahí, os conocen. Seguro que en cuanto se marchen proclamarán que te estás tirando a tu secretaria.
—¡Tú estás muy mal! —tono bajito y despechado—. ¡Que dice la gente, que dice la gente; a la gente le importas tú una mierda, y a mí un carajo de que piensen lo que quiera! —se le acercó al oído y a carrillos hinchados le dijo—. Toda mi familia sabe que me la estoy follando. Mi hijo la…
—Me estás desilusionando —sentido—. Es increíble que tu hijo conozca a tu querida. Porque es tu querida, ¿no? Sinceramente no me lo esperaba de ti.
—¡No te consiento que insultes a la mujer que llena mi corazón! De igual manera que tú no consientes que insulten a tu Dolores. Además, ¿por qué no va a conocer mi hijo a su madre? —recochineo.
—¿Cómo? —perplejidad.
—¿Entonces tú no sabes…? Cómo no he podido decírtelo, o, cómo no te lo ha dicho ella, o, cómo no te lo ha dicho Aure. ¡Je! Al principio creí que te estabas quedando conmigo, pero luego me di cuenta de que te la estaba metiendo doblada. ¡Que arte tengo! Te lo explicaré; la única solución que encontré para que mi mujer pudiera trabajar a mi lado, fue que yo, aprovechando que también echaron a la secretaria del cabrón aquél, te pasara a Aure, y, al quedarme sin secretaria, reclamarla a ella que trabajaba en el almacén. ¡Desde luego lo hice obligado por ella! Ésta es de las que, para sentirse realizada, necesita que yo la maltrate las veinticuatro horas del día ¡jejejeje! ¡Vamos a emborracharnos, que conduce ella!
—Sí, vamos ha hacerlo cuanto antes, porque otra mendrugada como ésta, y me pego un tiro.
Vito se fue a sentar junto a Cifuentes, pero Guillermo, de un jalón (tirón) del brazo, lo sentó junto a Aure.
Vito pensó:
—<"Este mariconazo me encasqueta a Aure para él tener vía libre con Manuela. Todo sea por mi mejor amigo.>>
—Desde que saliste del despacho —Aure intentando darle conversación—, que por cierto, estabas muy favorecido, no…
—¿Cómo? —Vito mató con la mirada a Cifuentes que se hizo el loco.
—Vito no… —intentaba explicárselo Aure.
—Te ruego —cortante— que no me hables de ese tema. Ya tengo bastante con la que se ha montado aquí.
—Perdona —Aure, triste—, únicamente quería darte un consejo de amiga. Te he conocido antes del escándalo y sé que este Vito que tengo delante no es ni la sombra del que realmente es. Una vez di un consejo, y todavía me estoy arrepintiendo, pero te miro y se me rompe el alma…
Vito la escuchaba atentamente.
—… No puedo callar lo que me grita mi conciencia. Puede que pienses que es un atrevimiento por mi parte, pero..., ¡mira, ya no me enrollo más! —mirada penetrante—, lo que tienes que hacer es levantarte, subirte sobre la mesa, dar dos gritos, y cagarte en los muertos de toda la gente que esté disfrutando con tu desgracia. Estoy segura de que a partir de ese momento todos te olvidarán.
La cara de Vito era una fosa de incomprensión.
—¡Que no, tonto! —continuó Aure—. A ti las bromas no te van. No tienes sentido del humor. Ahora en serio —lo miró fijamente—, pienso que debes mostrarte, ante todo el mundo, con naturalidad, sin darle importancia a lo que te ha ocurrido, de esa manera descubrirán que no te afecta, y se aburrirán y olvidarán sobre la marcha. Te lo digo por experiencia.
Guillermo, con el codo, llamó la atención de Manuela, diciéndole por lo bajini:
—¡Has visto qué enrollaos están! La Aure se lo camela (seducir) hoy.
—Guillermo —Manuela se le acercó al oído—, tienes menos psicología que Sigmund Freud (fundador del psicoanálisis) en la foto de su primera comunión. No ves que Vito está ausente de lo que le está diciendo Aure. Él está en lo suyo. A tu amigo le importa un pimiento Aure.
—¿Quién es ese Simón…?
—Mañana por la mañana, cuando nos despertemos y me traigas el desayuno a la cama, te lo digo.
Respondiéndole Guillermo:
—En la cama —se le acercó al oído— no se desayuna ni se habla, se… —ella le dio tal pisotón, en el dedo gordo del pie, que enmudeció.
Próximo miércoles 23 de mayo: Capítulos 55 y 56 (Antepenúltimo y penúltimo).

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