07 mayo 2007

 

CAPÍTULO 56 penúltimo (Por tu amor, pasaría de ser crápula sin fronteras a monje de tu monasterio - jibr).

Dentro del portal de la casa, Vito, se quedó mirando a la pared, dándole la espalda a Dolo.
Ella se mordió el labio superior para poder soportar el rechazo y la humillación que sentía ante la actitud de él. La tristeza la envolvió, obligándola a bajar la cabeza y cerrar los ojos, sin poder evitar que las lágrimas reventaran el sello de unión de sus párpados.
En el interior de la casa un canario flauta se conchabó (unió, juntó, asoció) con Dolo para ayudarla, con su canto, a, por lo menos, templar la atmósfera que Vito había conseguido helar.
—Vito… —pausa angustiada de Dolo—, mírame, por favor.
Unos segundos demostraron que hizo oídos sordos a su ruego.
—Como quieras. He venido para explicarte lo que debí contarte en su momento y no hice, pero debes saber que tampoco fue intencionado que no lo hiciera. Tenía mucho trabajo y poco tiempo para terminarlo. Ya sé que…
—¡Trabajo! —gritó con tantas ganas que desconchó la pared—. Muchos líos sí, pero trabajo, trabajo, lo que se llama trabajo…, ¡vaya trabajo el tuyo!
—No te entiendo —perdida—. ¿Por qué hablas así de mi trabajo, si tú no lo conoces?
—Quieres decir —irritación— que además de camarera, traficante, mafiosa y… ¡no quiero ni recordarlo!, ¿tienes otro trabajo más que yo no conozco?
—¡Que tonterías estás diciendo! —de un tirón del brazo lo puso cara a ella—. ¿Te estás refiriendo a mí?, porque, qué yo sepa, tú no conoces mi trabajo.
Como el silencio siempre confirma la respuesta no deseada, ella conoció el aturdimiento (perturbación moral) en toda su pureza. Costándole poner en orden sus pensamientos:
—No puede ser. Esto no es real. ¿Que soy qué? Repítemelo porque estoy segura de que no te he oído bien…
Vito le mantenía la mirada sin ningún esfuerzo, porque estaba ayudado por la llegada, en tromba, de todos los dolorosos recuerdos madrileños. Quienes no lo conociera pensarían, al verlo, que era un chulo barato, ante el desparpajo que desprendía.
—Ya me doy cuenta de que lo tienes muy claro —amargo descubrimiento de Dolo—. Te voy a pedir un favor.
—¡Tú, un favor a mí! —incomprensible reacción—. ¡Tú, estás loca! —sonrisa irónica con trazas inequívocas de desprecio—. A mí, pedirme un favor a mí. Yo alucino…
Dolo cada vez comprendía menos la actitud de Vito.
—… Un cateto gilipollas como yo —apenado—, no tiene la suficiente clase como para hacerle un favor a una niña rica y…
—¡Cállate! —grito hostil para interrumpir la venenosa justificación de Vito. Respiraciones aceleradas—. Lo que me estás haciendo pasar no es justo.
—¡No me digas! —recochineo—. ¿Y es justo que jugaras conmigo en Madrid? —dio un taconazo a la pared—. ¿Y es justo que sea el motivo de cháchara (conversación frívola) de todos? ¿Y es justo que…?
El concierto magistral del canario flauta, que continuaba amenizando, sin descanso, el encuentro, fue acompañado, inesperadamente, por unos sonidos guturales, de fácil identificación, que provenían del interior de la casa:
“¡Canario, cabrón, grrrraaah!—chillido estridente—. ¡Cállate, chupa flauta, grrrraaah! ¡Salomé, lo voy a matar, grrrraaah! ¡Maricón, hijo puta! ¡A que cojo el cuchillo, grrrraaah!”
Dolo y Vito no pudieron evitar una sonrisa graciosa.
Los compañeros de mesa en la puerta del casino, ante la tardanza de los dos tortolitos, se miraban unos a otros con gesto interrogantes.
—¡Salomé —un tontivano (tonto vanidoso) a la dueña de la casa—, esos dos te van a mojar la cama!
Guillermo saltó de la silla, corriendo hacia el bocazas.
El sargento llegó antes que Guillermo, evitando la bronca.
Dolo y Vito continuaban ajenos a todo lo que se cocía fuera.
—¡Vito, no digas más estupideces! —Dolo cogió el timón—. ¡Me estás montando un pollo que no tengo ni idea de qué va! Antes de venir —más relajada—, y créete que me ha costado decidirme, pensé en un millón de reacciones que podrías tener, pero la que has elegido no tiene ningún sentido. No, no, por favor —le cortó la intención de decir algo—. Ante esto, te ruego, te suplico, te pido con toda mi alma, que no me interrumpas hasta que termine lo que he venido a decirte. ¡Que sepas que antes de venir al casino!, se llama así, ¿no?, he ido a tu casa y se lo contado a tus padres. Así…
—¡A mis padres! —vociferó entre dientes y con los puños cerrados. Descubriendo, en el rostro de Dolo, dos rios de lágrimas embravecidos por el desbordamiento de los lagrimales. Le ofreció un pañuelo que, en el doblez superior, mostraba una “V” bordada.
Sin dudarlo lo cogió para empaparlo. Mientras la blanca fregona secaba su rostro, pensó:
—<"¡Que antiguo!>>
Vito se arrepintió de no habérselas secado él. Aunque el dibujo de una sonrisita en sus labios, decía que mejor así, no fuera a que la fuerza de voluntad que le estaba manteniendo lejos de ella se desarmara y consiguiera que olvidara las especialidades profesionales de Dolo.
—Sí, a tus padres —ella continuó sin dejar de lagrimear—, que, por cierto, son un encanto, bueno, mejor será que no mezcle churras con merinas (dos razas distintas de ovejas. Dos temas distintos), para terminar cuanto antes —resoplido pausado—…
A Vito se le reveló la conciencia:
—<"¡Es una compulsiva (que tiene impulsos irresistibles) del sexo, no es capaz de olvidarse de una churra (por tierras andaluzas: pene) ni aquí en Bonares! ¡Y se está haciendo la buena! ¡Mírala, quiere comerme el coco con lagrimitas de cocodrilo (lágrimas hipócritas: fingidas)! ¡A mí, a estas alturas!>>
—… Nada más terminar —continuaba Dolo—, me marcharé, y moveré Roma con Santiago (no parar hasta conseguir lo deseado) para que limpien tu imagen, ¡y la mía que también la han manchado!
—De acuerdo, Dolo —sosegado. La nostalgia (pesar que causa el recuerdo de algún bien perdido), por no poder tenerla a su lado, se le estaba despertando—. Sólo por el viaje que has hecho, tienes todo el derecho a que te escuche. Por cierto —ahora enrollao—, ¿cómo has conseguido mi dirección?
—Ahora eso no es significativo —animada—. ¿Me vas a escuchar?
—Sí, pero no me metas más trolas, por favor.
—Cómo te atreves…, yo nunca te he mentido… —nerviosa y pensando—: <"El final que yo le pedía a este viaje sólo se cumple en las películas ñoñas. Ha sido un error venir. El soñar es lo más barato que se puede comprar ¡por eso fallan!>> —continuó diciéndole—: Comenzaré, ya, lo que he venido a decirte —se volvió a pasar el pañuelo por los carrillos; desdoblándolo posteriormente para secar también la agüilla mocosilla que dormía como estalactita (concreción pendiente del techo de una caverna formada por infiltraciones que contienen sales calcáreas, silíceas, etc.) en el borde de las fosas nasales.
Vito aprovechó para martirizarse mentalmente:
—<"¿Estaré equivocado como dice? ¿Por qué, Dios, me has mostrado la obra más perfecta de tu Creación, pero a la vez la más guarra? ¡No la mires, Vito, no la mires! ¿Por qué? ¿Quién lleva la razón? ¿Por qué cuando se discute sobre algo, siempre el equivocado es el que discrepa de la mayoría? ¡Vito, no van a ser todos tontos y tú el listo! ¡Que bonita eres, Dolo! ¿Y si es verdad que todos están equivocados? Conque le toque nada más que un pelo, me pierdo. Me encanta su olor porque no huele a nada. ¿Y si le digo que no puedo vivir sin ella? Puede que me dé un corte, ¡que vergüenza! ¿Seré capaz de ignorar los chismorreos de la canalla? Vito, ¿realmente crees que esa mirada te puede rechazar? ¿Lo soportaría? Mis padres se morirían del disgusto. ¿Le toco, aunque sólo sea, la mejilla? Vito no tropieces más con la misma piedra. No sería feliz con ella ni en el Congo, porque no nos conocería nadie, pero los recuerdos me atormentarían. Que te diga lo que quiera y se marche cuanto antes. ¿Podré olvidarla algún día?>>
Después de varias absorciones nasales mocosas, Dolo, comenzó la disertación causadora de su desdicha amorosa:
—Como veo —interrumpió los pensamientos de Vito— que tienes muy claramente arraigado tu convencimiento sobre mi persona, te diré que no tengo ni idea a qué te referías cuando has hablado de mis trabajos, por eso yo te voy a dar mi versión, y tú quédate con la que quieras. Cuando te conocí, hacía seis meses que finalicé Psicología. Por motivos que no vienen al caso, me encargaron que hiciera, en tiempo record, un trabajo donde pudiera demostrar mi valía, y se me ocurrió hacer un Estudio Sociológico y Pionero en la Investigación de Alteraciones Sensoriales; después de pensarlo mucho decidí que lo mejor era trabajar con los hombres que yo intuyera que modificaban su comportamiento en situaciones extremas, sobre todo elegí a los que yo imaginaba que se sentían frustrados por algún motivo, y así lo hice. Cuando te vi entrar en la cafetería, pensé que podrías ayudarme en uno de los puntos que me faltaban por desarrollar, pero cada minuto que pasaba a tu lado, más me demostraba que había errado en tu elección, porque las peores virtudes que descubrí en ti fueron: la sencillez, la caballerosidad, la bondad, la sinceridad, la respetabilidad, la nobleza, la tolerancia…, o sea, todo lo que nunca encontré en ningún hombre, ni durante el trabajo ni en toda mi vida ni, siquiera, cuando soñaba cómo me gustaría que fuera el hombre de mi vida… —descanso que no cumplió el canario flauta, por lo que recibió nuevos piropos de su vecino:
“¡Salomé, me tiene loco, grrrraaah! ¡Lo mato, lo mato, grrrraaah! ¡Vaya regalito…, le corto el pico, grrrraaah!”
—… Es muy duro para mí decirte —continuaba ella—, porque si no lo hago me roerá los sesos durante toda mi vida, que me enamoré de ti…
Vito, al oírla, superó a la más perfecta interpretación teatral, disimulando el apocalipsis (fin del mundo, catástrofe, desastre) con el que fue castigado.
—… Tú piensa lo que quieras, pero te juro, por mi madre que está en el cielo, que para nada te utilicé como a los demás. Todo lo contrario, me ayudaste a…
—¡No me hagas esto! —deseo tan indeseado como deseado—. Me gustaste en el tráiler, pero en la película has conseguido que no crea en mujer alguna. Hacer de camarera es digno, pero jugar con los sentimientos de las personas, ¡es cosa sana!, ¿verdad? —triste y enojado—. ¡Además querías convertirme en un espía!
—¿Cómo? —fusibles mentales derretidos.
—¡No me vayas a decir que no, que lo vi en tu ordenador! Eso fue lo último que esperaba recordar de ti, pero no, después vino el espectáculo revistero, y, tú, como no tenías bastante, me humillas con un espectáculo público ¡y delante de mi gente! Hubiera preferido ser espía, antes que pasar por el bochorno…
—¡Espía! —le cortó Dolo, que tiraba la cabeza de un lado para otro—. ¡No me lo puedo creer! Pero… Cómo… —no era capaz de reaccionar—. ¡Esto es…! Vito, ¡ESPIAS!, que fue lo que tú vistes en el ordenador, son las siglas del trabajo que estaba haciendo, y que te he dicho hace un momento: Estudio Sociológico y Pionero en la Investigación de Alteraciones Sensoriales —Dolo olió esperanza.
—Para hacer un trabajo de psicología… ¿hace falta…? —no se atrevió a terminar la frase—. ¡Me arrepiento de haberte conocido!
Esta vez le tocó a Dolo conocer el apocalipsis. Pero, haciendo de tripas corazón (sobreponerse a las adversidades, disimular el miedo), continuó como si no le hubiera afectado lo oído; diciéndole:
—Reconozco que he sido egoísta con respecto al método, pero nunca pensando en hacer daño. Más daños me han hecho a mí los camaleones elegidos. Sinceramente no me esperaba que tú los superaras humillándome de la manera más cruel. No…
—¿Yo? —interrupción pasada de tono—, ¡que soy el único, de los treinta y tres que no se ha acostado contigo! ¡Serás…! —el concierto del canario flauta, murió, pero no los piropos del loro al flautista:
“¡Muérete, muérete, grrrraaah! ¡A ver si revientas, cabrón, grrrraaah! ¡Sopla flautas, maricón, grrrraaah!”
—Puta —intervención despechada con la mayor naturalidad del mundo—. Sí, ¡dilo!, puta, puta, puta, o mejor, como tú no terminaste de definirme antes, ¡niña rica y puta! —recalcándolo.
—¡Dios! —amargura inmedible de Vito.
—¡A la mierda el seguir contándote mi vida! Yo pensaba que...
—Que, ¿qué? —necesitaba decírselo—. ¡Todo el mundo piensa que eres fácil! Y si no, lee el Diez Moniatos, que aquí todo el pueblo lo tiene repetido: un ejemplar en el váter, y el otro guardado bajo llave para no perderlo nunca.
—Vito, por favor —pataleaba—, lo del Diez Moniatos ha sido una putada de mi mejor amiga para conseguir dinero fácil. Antes de condenar a alguien hay que oír a las dos partes. Está clarísimo que a ti con una te basta. Es inútil que sigamos con este galimatías (lenguaje oscuro por la impropiedad de la frase o por la confusión de las ideas) tan amargo. Te deseo toda la felicidad del mundo —ahogada en pena se dirigía hacia la calle.
Vito hizo intención de detenerla, pero ella no lo vio.
A dos pasos del umbral se detuvo para desembuchar lo que seguramente, si no lo hubiera hecho, empacharía sus digestiones mentales, un día sí y otro también, mientras viviera:
—No puedo marcharme marcada por la injusticia. Yo…
Vito la miraba con desencanto de deseo imposible de complacer.
—…Nunca —vocalización pausada— me he acostado con nadie. Ni nunca estuve tan cerca de haberlo hecho, como cuando estuve a un suspiro de entregarme a ti aquella noche. Ahora doy gracias a Dios de que fueras tan respetuoso conmigo.
—Yo también me alegro de haberte respetado, porque si no lo hubiera hecho, durante toda mi vida llevaría una losa que me asfixiaría cada día, por haber hecho el amor con una...
—¡Ya está bien, joder, ya está bien de aguantarte insultos humillantes! —gañote sufriendo, al máximo, violentas ondulaciones venosas—. Tu incredulidad ante mi verdad, jurada y todo, me demuestra que te mereces una lección inolvidable —le tiró con desprecio el pañuelo, que sin darse cuenta se llevaba—. ¡Te voy a demostrar que te has pasado un millón de pueblos! —amenaza sin evaluación de las consecuencias.
Vito reaccionó lanzándole un arpón paralizante:
—Estoy enamorado de ti hasta los huesos…
Como no podía ser de otra manera, paralizó a Dolo, justo antes de pisar el umbral de la puerta.
—… —continuando Vito—. No me atormentes más. Tu forma de ser y de actuar, sobre todo acostándote con cualquiera...
—¡Eres un ca…pullo, plasta, infantil…! —irritada—. ¡Cómo puedes decirme que estás enamorado de mí hasta los huesos, para a continuación humillarme sin compasión llamándome puta! —desquiciada—. ¡No sabes ni lo que dices! ¿Tú crees que si yo fuera como todos decís, iba a venir a este pueblucho para darle explicaciones a un cateto que se deja llevar más de los chismes (noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna), que de la verdad? Estoy arrepentida de haber hecho de camaleón, por eso, ahora mismo, voy a purificar mi imagen y a hacer que te tragues tu envenenada lengua de víbora, ¡ah!, y verás como salgo esta noche en todos los telediarios, ¡no por mí ni por ti!, sino por la lección inolvidable que voy a impartir a tus paisanos, ¡y a ti si te apuntas!
Dolo, sin quitarle la mirada, se agachó levemente. Enterró su mano derecha bajo el vestido. Con el dedo pulgar, a guisa de garfio, enganchó las bragas, a la altura de la nalga, por el borde elástico.
Vito, subiendo y bajando la nuez sin transportar nada, se dejó recostar sobre la pared esperando angustiado qué le mostraría la manipulación que Dolo estaba realizando bajo el vestido.
Dolo, fiel a sus sentimientos, no le mostró sus vergüenzas, ni siquiera las cercanías.
Sin embargo, él la veía desnuda según le mostraban los ojos mágicos de la imaginación; esos que siempre nos complacen mostrándonos lo que añoramos dentro de nuestros sueños imposibles.
La mano, de Dolo, continuaba luchando bajo el vestido. No conseguía bajar, con facilidad, a la puñetera, porque el sudor pegajoso y peculiar de los humedales de Coñoculándia, sobre todo cuando está en pleno revenimiento (revenir: ponerse una masa blanda y correosa con la humedad y el calor) provocaba que, su textil e higiénico y delicado y voluntario cinturón de castidad, se enrollara en lugar de deslizarse hacia abajo con facilidad. Astuta maña utilizó para conseguir quitársela: ondular el esqueleto con sensuales movimientos salseros, sin ánimo de provocación, hasta conseguir transformar el taparrabos en bufanda de sus tobillos. Pie derecho un paso atrás, y, a continuación, pie izquierdo un paso atrás.
Las bragas quedó marcando la frontera, entre Vito y Dolo, sin recibir miradas.
Ella la recogió, desenrollándola en todo su esplendor con delicado esmero, a sabiendas de que, cuando todos la vieran, les pudriría los pensamientos sobre ella, comenzando por los más adictos exhibicionistas de fustigarse el pecho en lugares sagrados. Sin titubeos salió a la calle dirigiéndose hacia la canalla, enarbolando (levantar en alto) la cáscara de su mollete (en tierras andaluzas: vulva.- partes que rodean y constituyen la abertura externa de la vagina), como si la prenda fuera un hisopo (aspersorio o rociador para el agua bendita).
Vito no reaccionó, seguramente por la transposición que sufría. La única causa que lo hizo murmurar fue una nueva e inoportuna, por judía, intervención del loro contra el canario flauta:
“¡Canario, que te capo (extirpar o inutilizar los órganos genitales) ! ¡Grrrraaah! ¡Maricon, dame la cara, grrrraaah! ¡Te voy a follar vivo, grrrraaah!”
—¡Eso, eso es lo que va a decirle, esa desgraciada, al primero que vea! —desencajado—. ¡Para eso se ha quitado las bragas! Que no elija a ninguno del pueblo… —súplica amarga—, ¡ahora mismito me voy pa Huelva! ¡Que vergüenza! ¡No vuelvo a Bonares ni para el entierro de mis padres ¡aaahhh! —se miró de arriba abajo, e, inconscientemente, corrió despavorido a esconderse tras la puerta—, ¡no soy yo, no soy yo, es esa demonio la que me hace decir disparates! ¡Madre, padre, no he sido yo el que ha dicho eso, ha sido el espíritu de esa bruja! No os preocupéis que después de lo que va hacer, volveré a ser yo, el Victoriano de siempre. ¡Copulando (unión sexual) con cualquiera, y delante de todo el pueblo!, me hará el mayor favor que me pueda hacer…, que la olvide inmediatamente. Cómo puede ser capaz de hacerlo delante de todos, ¡ahí sobre la juncia!, sin respeto a los niños si quiera… ¡Está loca, está loca!

Próximo miércoles 30 de mayo: Capítulo 57 último, y epílogo.

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